4. EL BANCO MÁGICO
La mirada del hombre era la de alguien que se divertía observando a su ahijado correr apresurado por la emoción— ¿Estás listo?— Sirius le convocó por medio de Gali unos quince minutos después de haber terminado de comer. Todavía no superaba su emoción y apenas se había recostado sobre la cama dando vueltas analizando lo rápido que era todo.
—¿Listo? ¿Listo para qué?— Preguntó extrañado.
—Para salir obviamente, iremos al callejón Diagon a comprar tus cosas para las clases— Rio Sirius— estoy seguro de que te dije hace unos minutos.
—¡No! ¿Hoy? ¿Al callejón Diagon? Es una zona con muchos magos ¿usarás un hechizo de glamour sobre mi?— Preguntó Harry. El hechizo de glamour modifica la apariencia de las personas, sobre el rostro hacía que nadie le pudiera identificar, cambiando color de ojos, cabello, largo, forma del rostro, entre otros.
—No, esta vez irás como Harry Potter, sin glamour. Además pasaremos por el banco, y a los duendes no les gusta mucho que alguien vaya como otra persona, generalmente pueden detectar esas cosas, tienen sus métodos.
—¿Voy así?— Harry usaba unos jeans negros, una camisa azul y pantuflas grises. Su ropa y la mayoría de su closet era lo más alejado al mundo mágico que un chico de su edad podía estar. Nunca salía, así que mucha de su vestimenta era de uso muggle.
—Pues al menos deberías buscar unos zapatos y una chaqueta, es Londres, siempre puede llover en cualquier momento.
Harry corrió hasta su habitación para encontrar unos tenis y una chaqueta negra que se hallaba un poco vieja pero bastante presentable. Bajó tan rápido como sus piernas le permitieron y se posicionó al lado de su padrino— ¿Cómo viajaremos?
—Lo usual, Gali y Kreacher nos llevarán, es la forma más efectiva para no dejar rastros. No estamos afiliados a la red flu y salir en escobas me parece bastante ostentoso para estar tan cerca.
—¿Queda cerca?
—Te sorprenderías. Te diría para tomar un taxi, pero sería comprometer la seguridad. Kreacher, Gali.
—Como ordene amo— Corearon ambos elfos y con un dos chasquidos todos desaparecieron del lugar.
Harry sintió como estiraron su cuerpo para luego hacerlo girar bruscamente y finalmente empujarlo hacia adelante, sus rodillas dieron contra el suelo en una calle empedrada donde varias personas deambulaban. No era su primera vez apareciendo, pero siempre terminaba en el mismo estado, con inevitables ganas de vomitar.
Su padrino por su parte apareció avanzando hacia adelante para caminar— ¿Algún día no terminarás en el suelo?
—Eso espero, pero siempre me tira hacia adelante y atrás; cuando ya estoy en el lugar continuó con la sensación y caigo.
—Imagina que estás en la escoba y muévete hacia donde sientas el tirón— Concluyó Sirius. Harry tan solo asintió con la cabeza levantándose del suelo para limpiar un poco su ropa y manos.
El callejón Diagon era una calle donde un par de autos podrían haber transitado sin problema, con una gran multitud de transeúntes, todos vestidos con túnicas de distintos colores, sombreros chistosos y capas variopintas. A cada lado se observaban distintos tipos de tiendas, una heladería, una tienda de dulces, una de ropa, otra de varitas, animales, varias de libros, otra de artículos variados. La tienda más cercana mostraba una variada selección de calderos de peltre, bronce, plata, incluso uno negro y enorme donde un niño podría estar de pie sin asomar siqueira la cabeza. Harry no podía dejar de mirar en todas direcciones, era casi como su sueño hecho realidad.
—¿Qué te parece?— Preguntó Sirius.
—¡Es genial! Hay de todo y las personas... ¿No los ven los muggles?— Inquirió el chico.
—No, hay una barrera mágica. ¿Ves la pared detrás de nosotros? es la única forma de entrar a pie. Y atravesarla implica saber magia y pasar por una cantina llena de magos.
—¿No ha pasado? ¿Nunca han habido muggles aquí?
—Suelen pasar, pero generalmente junto a algún mago. Hay magos que tienen amistades muggles, o padres cuyos hijos son magos. En cambio, si un muggle pasara por error, de seguro sería desmemorizado, le quitarían los recuerdos del suceso y sacarían...— se explicó el hombre, pero se percató que Harry ya no prestaba atención. Su vista se hallaba clavada en una vitrina con diversidad de escobas voladoras. No era el único, todos los chicos miraban con envidia la nueva nimbus 2000. Un modelo aerodinámico que aseguraba aumentar el rendimiento un diez por ciento más que cualquier otra escoba en el mercado.
—¡Sirius! ¡Mírala!— Harry corrió hasta la vitrina para posarse cerca de otros chicos a admirar la escoba expuesta sobre un pedestal y con algún hechizo que simulaba el viento. Lucía majestuosa allí, y Harry por primera vez sintió que deseaba algo material, incluso si ya tenía su cometa, la nimbus se mostraba imponente y perfecta.
—¿Sirius? ¿Harry?— La voz llegó desde la multitud, no fue difícil hallar al personaje. Medía casi tres metros de alto y era tan ancho que dejaba un agujero a su alrededor. Hagrid se acercó alzando uno de sus brazos. Abrazó a Sirius y luego con su mano enorme azotó el cabello despeinado de Harry— Que bueno poder verles.
—Hola Hagrid— Saludo el chico. Hagrid era un amigo de la familia a quien había visto un par de veces en la casa Black. Era alguien de confianza. Sus visitas siempre resultaban divertidas, en especial porque Hagrid tenía la costumbre de guardar cientos de cosas en sus enormes chaquetas. No era extraño encontrar un plato, algún tenedor y salchichas en un bolsillo.
—También es bueno verte Hagrid. Hoy Harry está comprando sus cosas para ir a la escuela. Eligió ir a Hogwarts.
—¡Fantástico Harry! ¡Bravo! ¡Hogwarts es el mejor colegio de magia que hay, y allí está el mejor mago de nuestros tiempos, Albus Dumbledore!— Comentó llenándose de orgullo y alzando la cabeza.
—¿Tu que haces por aquí Hagrid?— Inquirió Sirius— Me escribiste diciendo que las enredaderas del bosque eran un problema.
—Lo son, se están metiendo en los huertos y buscan moverse hasta los invernaderos. Pasaron por debajo de la tierra y tuve que remover todo para luego aplicar repelente. Fue mucho trabajo— Sonrió con rostro bonachón el semi gigante— Pero ahora estoy en un asunto oficial de Hogwarts. El profesor me pidió buscarle algo en Gringotts, me tardé un poco y creo que voy atrasado, me encontré a Quirrell en el caldero chorreante, me tomé un par de pintas con él. Pobre, después de su viaje a Albania a conocer a los vampiros no ha sido el mismo, está nervioso y a comenzado a tartamudear. A pesar de eso ha conseguido el puesto para defensa contra las artes oscuras— Repuso Hagrid.
—¿No estaba en el puesto de estudios muggles?
—Si, si, pero sabes que ha habido problemas para mantener un profesor de defensa, y Quirrell sabe hacer hechizos sin conjurar. Hestia se fue de viaje a Francia, cosas de la familia.
—¿Hestia está de viaje? me alegra, una mujer muy cariñosa.
—Si, sin duda.
—¿Van a estar por aquí mucho rato?— Indagó Hagrid.
—Al menos un rato, aún no hemos comprado nada. Acabamos de llegar.
—¿Vendrás con nosotros Hagrid?— Preguntó Harry.
—Me gustaría, pero como dije estoy atrasado, el profesor querrá ver su...— El semi gigante se tocó la chaqueta y luego sonrió nerviosamente.
—¿Estás usando la vieja moto?
—¡Siempre! sabes que no hay muchos vehículos de mi tamaño— Sonrió despidiéndose para luego desaparecer en la pared de ladrillos que era la entrada al callejón Diagon. Harry le observó hasta el último momento fascinado.
—Nunca me di cuenta cuan alto es Hagrid, resalta bastante.
—No importa donde se mueva, siempre termina resaltando— Sonrió Sirius— Bien, no podremos comprar nada sin dinero, primero tendremos que ir a Gringotts a sacar algunos galeones.
—¿El banco que me mencionaste? ¿Está acá?— Preguntó Harry.
—Claro, es aquel que ves allá en el fondo— Mencionó su padrino señalando un edificio alto y blanco marfil. Torcido en ciertos lugares, aparentemente sostenido por magia más que por la propia arquitectura del lugar.
Se movieron por el callejón Diagon, Harry no dejó de observar con fascinación cada una de las tiendas. La perfumería, la droguería, la tienda de pociones, el emporio de las lechuzas, la tienda de ropa. Tiendas con telescopios enormes, de plata y oro, otras con aparatos que Harry jamás había visto en su vida, pero lucían extremadamente interesantes.
—¿Me prestarás dinero Sirius?
—¿Prestarte?— Sonrió el hombre divirtiéndose de aquellas palabras, James varias veces en su vida debió prestarle dinero, en especial luego de escapar a sus dieciséis— Tu padre, bueno, la familia de tu padre, los Potter tenían una pequeña fortuna que tú has heredado, aunque me temo que lleva mucho tiempo guardada sin ser movida o usada, y eso nunca es bueno. Podría prestarte dinero Black, pero tengo mejores planes más que solo prestarte dinero, aunque antes de eso tendré que enseñarte como hacer dinero facilmente.
—¿Es malo tener el dinero guardado sin mover?
—Es malo cuando es mucho y no tienes inversiones— Sonrió Sirius— Los Black nos hicimos una de las familias más imponentes en todo reino unido fue gracias a que nuestros antepasados compraban muchos terrenos e invertían en viviendas. Muchas de hecho muggles, pero dan dinero igual que las casas mágicas.
—¿Invertían en casas muggles?— Indagó Harry caminando.
—Más que todo en edificios, mi padre Orion tenía una fascinación por los edificios, algo que aprendió de mi abuelo Pollux, bueno, es fácil adivinarlo viendo nuestra casa. El 12 de Grimmauld place no siempre fue la casa principal de los Black, pero lleva muchos años así.
—No tenía idea— Expresó Harry, luego observó el imponente banco, a mitad del callejón, donde las vías se dividían a derecha e izquierda. Justo al frente había un par de enormes puertas de bronce pulido, y adelante un pequeño...
—Eso es un...
—Un gnomo, o duende, no conozco la diferencia, si es que la hay— Replicó Sirius— se educado con ellos. Son muy poderosos, pero extremadamente gruñones. Por fortuna adoran los protocolos, la etiqueta, formalidades y la burocracia. De otra forma sería imposible tratar con ellos, aún más cuando son tan arrogantes debido a las enormes fortunas que manejan.
—Buen día caballeros— Repuso el duende para dejarles entrar.
—¡Buen día!— respondieron ambos en coro.
—¿Todo el banco es de ellos?— Indagó Harry.
—Eso tengo entendido. El ministerio ha intentado meterse en los asuntos del banco varias veces, pero nunca ha podido. Creo que hay una ley o algo así, nunca fui el mejor en historia de la magia.
Luego de la primera puerta, había una segunda, esta hecha de plata y custodiada por otro duende. Con cabeza tan puntiaguda como la del primero, dedos y pies largos, y ojos pequeños enmarcados por unos lentes cuadrados con bordes que Harry adivinó serìan de oro. Sobre las puertas había unas palabras que el chico leyó de forma ceremonial:
Entra, desconocido, pero ten cuidado con lo que le espera al pecado de la codicia, porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado, deberán pagar en cambio mucho más, así que si buscas por debajo de nuestro suelo un tesoro que nunca fue tuyo, ladrón, te hemos advertido, ten cuidado de encontrar aquí algo más que un tesoro.
—¿Matan a los ladrones?
—Ha sucedido pocas veces, nadie es tan tonto para intentar entrar en Gringotts a robar, sería preferible entrar al mismisimo ministerio siendo un prófugo. Pero creo que una vez alguien lo intentó, terminó en Azkaban. Los duendes lo querían muerto, pero se salvó, aunque sin ambas piernas.
Harry tragó saliva pensando en aquello, a pesar de ser probable que Sirius solo buscase espantarle un poco. Lo había logrado sin duda.
El interior era igual de majestuoso que las zonas externas. A los lados se hallaban gnomos trabajando sobre papeles que pasaban volando de un lugar a otro. El lugar entero parecía ser de mármol recubierto con detalles en oro.
El chico notó que un duende que antes inspeccionaba gemas preciosas, ahora tenía los ojos fijos en él, incluso le pareció ver una siniestra sonrisa en su rostro. Caminaron por el amplio vestíbulo hasta la zona más alejada donde un gnomo les observaba fijamente.
—Buen día— Expresó Sirius— El señor Harry Potter hará un retiro de su bóveda, y yo Sirius Black deseo hacer un testamento nombrando a Harry mi heredero. Luego de eso quiero ver el estado de las inversiones de la familia Black.
—¿Tu heredero Sirius?— Preguntó Harry.
—Si. No he dejado hijos, hasta donde sé, al menos creo que sabría si alguna mujer tuviese un descendiente mío. Así que por ahora eres el único a quien puedo dejar la herencia Black— Expresó Sirius calmadamente, luego se dirigió al duende— ¿Me equivoco?
—No se equivoca, el proceso puede ser realizado en un par de minutos— El duende les miró de arriba abajo— Pero me temo que primero necesitaremos una pequeña muestra de sangre de ambos.
—¿Sangre?— Preguntó Sirius arrugando el entrecejo. Conocía muy bien el valor de la sangre en la magia, existía un vínculo mágico que quedaba grabado en la sangre, era la mejor forma para maldecir a cualquier mago.
—Por seguridad. Se debe confirmar la identidad de ambos. La sangre deja una huella mágica que no se puede falsificar. Si el señor Harry Potter es quien dice ser, la sangre lo dirá sin duda. Por otra parte, ¿el señor Harry tiene el anillo de su familia o la llave a su recámara?
Harry miró a Sirius con temor, este se limitó a responder— No, no la tiene. De seguro fue destruida junto con toda la casa Potter en el valle de Godric, un suceso que de seguro usted escuchó.
—Claro— Respondió el duende con mala cara— Síganme un instante, el proceso será rápido— Les guió hasta una pequeña recámara blanca a un costado. En ella solo había una mesa de madera vieja y un par de bancos donde poder sentarse. Harry y su padrino tomaron asiento esperando que otro duende llegase con un pequeño alfiler y un frasco de vidrio para cada uno. Un par de gotas de sangre después el duende se retiró.
No tardó en entrar el primer duende que les atendió y dirigió hasta ese lugar. Allí entregó primero ambos frascos de vidrio a Harry y Sirius y pasó a sentarse— Hemos verificado la identidad de ambos. Bien señor Potter, me temo que el anillo de su familia es algo que se encuentra perdido desde hace mucho tiempo. No podemos replicarlo, por lo cual no podemos hacer entrega de las posesiones de la familia— Mostró una sonrisa amplia, luego añadió— Lo que sí podemos es hacerle entrega de una copia de la llave a su bóveda. Usted tiene derecho sobre todo lo que se encuentre allí en su interior— Expresó el duende haciendo un movimiento en su mano, allí, entre sus dedos se formó una pequeña llave de oro puro, la cual entregó a Harry.
—¿Harry puede hacer nuevas inversiones?— Preguntó Sirius.
—Claro, ello es posible, al igual que puede solicitar otra bóveda si en algún momento así lo desea— Contestó el de menor tamaño.
—¿Cuánto dinero hay actualmente en la bóveda Potter? También quiero saber la cantidad en la bóveda Black y el estado de nuestras inversiones.
—A ver— Otro montón de papeles aparecieron sobre la mesa, estos fueron examinados de forma minuciosa por el duende antes de suspirar y alzar la cabeza— En la bóveda Potter hay actualmente catorce mil galeones de oro, tres sickles y veinte knuts. Por otra parte, en la boveda Black hay en este momento ciento veinte mil galeones de oro, siete sickles y once knuts. Los Black cuentan con cinco propiedades y unas ruinas. También hay cinco reliquias familiares, veintisiete cuadros, dos copas, dos trajes de novia y una escultura en oro de Phineas Nigellus Black de mil ochocientos noventa.
—¿Tengo tanto dinero?— Preguntó Harry impactado viendo a su padrino.
—No es tanto si no sabes como usarlo. Mi madre menguó las arcas Black, en especial con la boda de Narcissa— Comentó Sirius— Bien, lo primero es hacer un testamento donde todas mis pertenencias quedan a nombre de Harry.
—¿Te piensas morir Sirius?
—Espero que no, pero nunca está demás hacer este tipo de papeles. Además, la finalidad de esto es otra, dame un instante.
—¿Está seguro de esto Lord Black? Temo que para ello deberá mostrar el anillo...— El duende hizo silencio cuando Sirius mostró un enorme anillo plateado y negro en la mano derecha— Bien, se hará de inmediato— Un nuevo papel cayó desde lo alto de la sala, al mismo tiempo una pluma volaba rasgando la superficie sobre este. Para cuando llegó a ojos de Harry todo se hallaba escrito— Solo deberán firmarlo ambas partes. Cualquier modificación requerirá igualmente la firma de ambos.
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