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Capítulo 37

Pero ya era tarde para arrepentirse y dar marcha atrás.

—¿Puedo pasar? —musité, me miró fijamente a los ojos mientras abría más la puerta, entré y por suerte no había nadie, así nadie más sabría que estuve ahí.

Caminé muy despacio, sintiendo su mirada punzante en mi nuca, me di la vuelta para enfrentarlo, él había cerrado la puerta y me observaba de brazos cruzados, esperando a que hablara, pero yo ni siquiera estaba muy segura de qué es lo que debía decir.  

—Yo... realmente no sé por qué estoy aquí. —Miré al suelo, algo que definitivamente no me gustaba hacer cuando hablaba con alguien, pero que últimamente me estaba saliendo demasiado natural. Cerré los ojos con fuerza y tomé aire, entonces levanté la cabeza para mirarle directamente a los ojos—. Lamento mucho que hayas tenido que conocerme —le dije con voz firme, porque me había cansado de lucir débil y patética—. Yo no debería estar aquí, sino en Slytherin, nunca debí conoceros y vosotros no debisteis conocerme a mí. Intento pensarlo, pero realmente no sé cómo terminamos siendo casi amigos. Llegué a acabar con tu tranquilidad y lamento eso, supongo que las cosas no debieron darse así. Lamento haber arruinado lo que debió ser un buen año para ti. El curso casi termina y con suerte tal vez no vuelvas a verme. —Por unos segundos ninguno dijo nada, solo se escuchaba el silencio mientras teníamos la mirada fija en el otro. 

—No esperaba que te disculparas por eso —respondió simplemente. Yo tampoco esperaba disculparme por eso—. Pensé que hablarías sobre lo que pasó con Malfoy. —Fruncí el ceño.

—No pasó nada con Malfoy. 

—Yo lo vi, falta que me digas que es un plan para descubrir qué trama o... 

—¿Disculpa? —interrumpí—. ¿Qué clase de persona crees que soy? No me conoces, no puedes insinuar eso. 

—Por favor, Tracy, ¿crees que no sé lo bien que se te da fingir? —Lo miré con estupefacción, yo realmente estaba sintiéndome muy ofendida, después de todo ¿es eso lo que pensaba de mí? 

—Eres increíble, vine aquí para intentar arreglar las cosas, pero es que contigo definitivamente no se puede. 

—Pues lamento mucho no ser la clase de chico que con una disculpa olvida que te besas con otro luego de besarlo a él. 

—¿Cuál es tu problema? Yo puedo besar a quien se me venga en gana, no te pertenezco —le espeté, mientras el contacto visual no titubeaba ni por un segundo. 

—De verdad, Tracy, ¿no te cansas de causar daño? —En un impulso involuntario saqué mi varita del cinturón y la sostuve en alto, apuntando directamente hacia su pecho—. Adelante, ¿qué esperas? Ataca, esto es lo último que te faltaba.

Petrificus totalus —Harry evadió mi hechizo y en un instante me apuntaba con su varita también. Nosotros realmente estábamos dispuestos a pelear en una habitación rodeada de más habitaciones, donde cualquiera podía escucharnos, y donde ni siquiera había suficiente espacio.

Expelliarmus —Mi varita salió disparada de mi mano y terminó en la otra esquina de la habitación, no la necesitaba, pero demostrarlo traería pésimas consecuencias.  

—Qué listo —acepté, caminé dando pasos lentos hacia mi costado izquierdo, donde se encontraba mi varita, mientras él me seguía, conservando la distancia inicial y haciendo que camináramos en círculo—. Pero no lo suficiente.

Confundus —Me agaché, provocando que su hechizo impactara en la pared, y alcancé mi varita. Me incorporé en tiempo récord, apuntando en su dirección sin titubear.

Inmobilus. 

Protego.

Mi hechizo fue detenido de inmediato, seguimos dando pasos en círculo, sin dejar de ser amenazados por la varita del contrario, mientras nuestra guerra de miradas no se detenía.

¡Expelliarmus! —Nuestros hechizos, lanzados al mismo tiempo, peleaban ante nuestros ojos. Naranja y azul en una guerra que ninguno parecía dispuesto a perder. Observamos anonadados el resplandor cían que se formaba en el centro, justo donde nuestros hechizos se conectaban. El azul, mi color, comenzó a tomar la delantera y, cuando estaba a poco de alcanzar a Harry, las fuertes punzadas en mi cabeza me agobiaron y me hicieron perder el control de mi propia varita. Jadeé del dolor, cientos de imágenes pasaban frente a mis ojos cerrados y voces diferentes llenaban mis oídos.

 —Mamá, ¿qué pasa? 

—Tranquila, cariño, todo estará bien. —Su voz salió débil mientras, a su costado, la mano que sostenía con fuerza su varita temblaba levemente.  

—¿Y dónde está la tía Samay?

—Vendrá pronto. 

—Pero algo ocurre, puedo darme cuenta. —Una niña de grandes ojos brillantes observaba con miedo los orbes azules de su madre, mientras pequeñas lágrimas cristalinas emprendían camino por sus pálidas mejillas.

—Cariño, escúchame, no importa lo que pase no debes olvidar que eres mi vida entera, ¿de acuerdo? Voy a estar contigo siempre, ¿entiendes? Por favor dime que lo entiendes. —La niña asintió con la cabeza mientras sus finos labios formaban una mueca de tristeza, las lágrimas ya caían con la misma frecuencia con que su cabello cambiaba de color.

—Calíope, es la hora. —Una esbelta mujer de cabello castaño se asomó por la puerta, Samay, quien respiraba de manera agitada. 

—Mamá, ¿la hora de qué?

—Lo siento, Tracy.

—Pero-

—Obliviate.

La potente luz anaranjada me impactó, desarmándome, mi espalda golpeó la pared, pero apenas y sentí dolor. Todo me daba vueltas, mi cuerpo temblaba fervientemente, mi vista estaba nublada. Me dejé caer de rodillas, apoyando ambas manos en el frío suelo y cerré los ojos con fuerza. ¿Qué acababa de pasar? 

Escuché una voz a lo lejos, negué con la cabeza, no queriendo volver a escuchar más voces de esas de nuevo. Me tardó unos segundos comprender que se trataba de Harry, quien se había arrodillado frente a mí y me examinaba con preocupación, buscando mis ojos con esmero. 

Levanté la mirada, conectándola con sus orbes esmeralda, sus labios se movieron, pero fui incapaz de escuchar lo que pronunciaban. Me levanté con esfuerzo y corrí lejos de la habitación. Choqué a varias personas en el camino y toqué con fuerza la puerta cerrada del dormitorio de Calíope. 

Su mirada se notó confundida en cuanto me vio y detalló con atención mi rostro, pasando a observarme preocupada. 

—Tú eres mi madre —musité, dedicándole una dura mirada tras mis húmedas pestañas—. Soy tu hija.     

—Tracy, tranquila, hay que hablarlo. —Se hizo a un lado, entré sintiendo que me llevaría al mundo por delante y me giré para observarla mientras ella cerraba la puerta y me daba la cara.

—Lo supiste todo este tiempo, me engañaste, dejaste que te hablara de mi madre muerta cuando tú me arrebataste mis recuerdos y me hiciste creer cosas que no eran ciertas. 

—Lo siento tanto —musitó, con los ojos brillantes debido a las lágrimas que intentaba retener. 

—¿Por qué lo hiciste? —Calíope me dedicó una mirada triste mientras negaba con la cabeza—. ¿Por qué? 

—Ellos te estaban buscando, él quería criarte para que pelearas a su lado. Yo no iba a permitir algo como eso. Borré tu memoria y puse en ella recuerdos falsos. En tu lugar me entregué yo, pero él no me quería a mí, así que luché, pero por supuesto ellos me vencieron. Soy prisionera desde entonces. Busqué establecer algún tipo de contacto contigo, pero no lo llegué a conseguir, hasta hace poco. Con los años mi deseo ferviente de volver a verte se hacía más grande y logré un tipo de conexión, pero con ella solo conseguía transmitirte de alguna forma un poco de lo que yo estaba sintiendo.

Recordé entonces todo lo que comenzó a pasarme, cuando ya no me sentía yo, y cuando no podía controlar la metamorfomagia. 

—Por supuesto eso no era lo que pretendía, pero fue algo, y así es como me encontraste. —Negué con la cabeza. 

—Yo no te estaba buscando —le espeté, ya no estaba llorando, pero en mis mejillas todavía estaba el rastro de lo fuerte que habían sido para mí los últimos descubrimientos—. No eras lo que quería encontrar.

—Tú querías respuestas y Dumbledore te las dio, él lo sabía. Yo misma me encargué de hablar con él años atrás, cuando ya sabía lo que me pasaría. Le pedí que te cuidara, que te ayudara a encontrarte, que te permitiera entrar a Hogwarts, tú no eres mala, no eres como él. Le pedí... que no te permitiera volverte como él. —Bajó la mirada mientras su llanto dejaba de ser silencioso, asentí con la cabeza, mientras no podía evitar observarla con rencor.

—No lo sabes —le dije—. No has estado, ¿qué sabes tú si no soy como él? —Ella me miró de inmediato tras escucharme. 

—Eres mi hija, por supuesto que lo sé. —Nos miramos, cada una diciendo en silencio algo diferente. 

—También soy su hija. 

Le dediqué una última mirada fría y pasé por su lado para salir de la habitación mientras ella ni siquiera intentaba detenerme. Una vez fuera apoyé la espalda en la puerta cerrada, y con un suspiro lastimero me negué a seguir llorando.

Corrí a mi habitación para encerrarme en el baño, observé mi reflejo en el espejo y cambié adrede mi cabello a castaño. Entonces me di cuenta. El por qué Calíope se me hacía tan familiar, por qué me parecía haberla visto antes. Y es que la veía cada que me miraba en el espejo. Nuestras facciones tan similares, los mismos ojos profundos, la misma piel pálida. ¿Cómo no lo noté antes? Si realmente nos parecíamos tanto.

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