Capítulo 27
Cuando salimos del despacho de Dumbledore, nuestros pensamientos estaban mezclados y lejos de donde nos encontrábamos nosotros, el director tenía razón en lo que respecta al grupo pequeño, pero sin duda Hermione era una opción mucho mejor que yo, y más si se trata de una misión con Potter. Sin embargo, la teníamos clara, nuestras diferencias no echarían a perder nada, no esta vez. Eramos conscientes de la importancia de esto y tampoco eramos tan inmaduros como para estropear todo solo por nuestra mala relación.
Nos separamos para ir a nuestras respectivas habitaciones y buscar nuestras escobas, nos iríamos volando. Aproveché para cambiar mi ropa también y así no irme con la túnica. No me crucé con Hermione, lo cual agradecí. En la salida de Hogwarts, Potter y yo nos miramos.
—¿Estás lista?
—Yo sí, pero tú no lo pareces tanto, ¿es por lo de Ron y Hermione?
—Es raro hacer estas cosas sin ellos, siento como si fuera sin gafas y sin varita, ¿sabes? —Asentí, comprendiendo.
—Escucha, hay que hacer esto rápido. Conseguimos el paquete y regresamos de inmediato. Será como si nunca nos hubiésemos ido.
—Hay que hacerlo. —Asintió con decisión.
Subimos a nuestras escobas y nos elevamos, sentí como si me hiciera una con el aire, como solía ocurrirme cuando volaba, de verdad lo disfrutaba. Dejé de lado todas las preocupaciones por un momento, casi olvidando la razón por la que nos encontrábamos por los aires rumbo al callejón Diagon.
Cuando llegamos, nos bajamos y observamos a nuestro alrededor.
—¿Dónde las dejaremos? No podemos llevarlas con nosotros —pregunté, señalando las escobas.
—Tal vez el señor Ollivander podría guardarlas.
—¿Seguro? —Él asintió y se quedó mirándome por unos segundos.
—Tus ojos son azules —dijo repentinamente. Fruncí el ceño, sintiendo una leve punzada de decepción.
—Son verdes —corregí.
—Te digo que están azules. —Ladeé la cabeza, observándolo con confusión.
—Nunca están azules.
—Estás feliz. —Sonrió.
—No estoy feliz —refunfuñé.
—Te ves bien. —Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia Ollivander's. Levanté ambas cejas con sorpresa mientras miraba su espalda alejarse. Pensé en regresarlos a verdes, pero sonreí ante la idea de dejarlos así un rato más y lo seguí.
—¿Buscáis varitas? —preguntó el señor Ollivander en cuanto hicimos sonar la campanilla de la entrada, nos miró y pudimos apreciar en sus ojos el reconocimiento—. Ah, ¿qué os trae por aquí?
—Nos preguntábamos si podíamos dejar nuestras escobas aquí, necesitamos ir a un lugar y no podemos llevarlas —dijo Potter.
—Oh, nunca me habían pedido algo así.
—No será mucho tiempo —pedí.
—Por supuesto, las guardaré.
Me acerqué primero para dejar mi escoba en el mostrador, el hombre de espeso cabello blanco me miró.
—Veintisiete centímetros, palo de rosa, cabello de Veela y un material extra que la hace también especial. —Fruncí el ceño al escucharle decir la descripción de mi varita, como si se la estuviese mostrando.
—Sí —dije—, pluma de fénix.
—¿Pluma de fénix? —me preguntó Potter y yo lo miré, asintiendo sin comprender su sorpresa.
—Y, señor Potter. —Ollivander recuperó nuestra atención, habló mirando al azabache—. Veintiocho centímetros, acebo y pluma de fénix, bonita y flexible. —Miré al suelo, pensativa.
—¿Cómo es que puede recordarlo? —preguntó Harry.
—Recuerdo todas las varitas que vendo y cada una tiene su historia, las de vosotros dos, por ejemplo, son... curiosas.
—¿Curiosas? —cuestioné, esperando que se explicara mejor.
—Y la tercera varita... —decía, ensimismado, Ollivander.
—Señor Ollivander, usted me dijo que mi varita tenía una hermana, y es la que tiene Voldemort —dijo Potter.
—¿Qué? —Lo miré de inmediato.
—Así es —respondió el hombre—. Tres días después vino la señorita Evans, estaba realmente sorprendido cuando vi la varita que la eligió, contiene en el núcleo propiedades compartidas de la tuya y de la de quien no debe ser nombrado. Es casi como si fuera... una unión de ambas.
Cuando salimos de Ollivander's tenía demasiadas preguntas en mi cabeza.
—Entonces tú ya sabías que tu varita tiene conexión con la de Voldemort...
—Ollivander me lo dijo, cuando la varita me escogió, dijo que era hermana de la que me había hecho la cicatriz.
—Pensé que no habían dos varitas iguales —señalé.
—No son iguales, solo... semejantes. —Nos detuvimos cuando llegamos frente al banco de los magos—.¿Crees poder convertirte en Dumbledore? —me preguntó, era obvio que los dos considerábamos prácticamente imposible conseguir entrar.
—Ni hablar, nunca he cambiado en esa magnitud y no es el momento de experimentar. Procura que sea en una chica, por lo pronto no puedo ofrecer más.
—Pero necesitamos la llave para poder entrar.
—Potter —llamé, haciendo que me mirara—. Trajiste tu capa de invisibilidad, ¿verdad?
—Sí.
—Genial, mira allá. —Le señalé a una joven bruja que caminaba acercándose al banco. Harry comprendió y en unos segundos desapareció debajo de la capa. Permanecí oculta mientras observaba cómo la llave que sobresalía de su bolsillo, colgando de un cuerdita roja, comenzó a flotar detrás de ella, sin que se percatara. Puse especial atención a sus rasgos y su porte, y cerré los ojos para concentrarme en imitarla.
—No puede ser, podía jurar que había traído la maldita llave —le escuché decir—. ¿Dónde tienes la jodida cabeza, Briseida? —Ella se dio la vuelta y regresó por donde venía, para cuando abrí los ojos Potter estaba a mi lado.
—¿Funcionó? —pregunté, él me sonrió.
—Hola, Briseida. —Le regresé la sonrisa de triunfo y recibí la llave.
—Mira eso, ahora no eres más alto que yo.
—Oh, eso no durará mucho. —Reí y miré lo que pude de mí misma, mi piel ya no estaba tan blanca y mi cabello ahora era negro.
—Bien, hay que hacerlo. La capa. —Se escondió de nuevo bajo la capa, suspiré. La chica, como yo, estaba usando ropa casual, así que no había razón para que no saliera bien. En todo caso, nos preparábamos para lo peor.
Mientras avanzaba por el pasillo, sentía que todos los duendes me seguían con la mirada y eso me hacía sentir insegura. Me esforcé porque no se me notara y caminé firme hasta el duende que me permitiría el acceso.
—Buenas tardes, quisiera entrar a mi bóveda por favor —dije, intentando sonar tranquila.
—Nombre.
—Briseida. —El duende me observó fijamente, escrutando cada detalle de mi rostro, bueno, el de Briseida.
—Llave. —Dejé la llave en su mano y él la examinó con atención—. Bien, le asignaré a alguien para que la acompañe —dijo, mientras me regresaba la llave.
—No es necesario, conozco el camino y puedo encontrar mi bóveda sin problema.
—¿Segura?
—Por supuesto.
—Si así desea...
—Gracias. —Continué por donde me indicaron y caminé tranquila hasta alejarme lo suficiente, entonces suspiré.
—Lo has hecho muy bien —me dijo Potter, saliendo de debajo de la capa. Le sonreí, satisfecha.
—Bien, ahora solo debemos encontrar la bóveda setecientos veintinueve.
Harry asintió y comenzamos con nuestra búsqueda, miré la placa de la más cercana: 200. Genial, nos espera un largo recorrido.
Caminamos sin detenernos. Potter mantenía la capa a fácil alcance en caso de una emergencia. Me fijé en el número de la llave en mis manos: 210, mejor que no nos vean, porque aunque tengo otra apariencia no se me haría fácil explicar por qué cada vez me interno más, alejándome de la que se supone que es mi bóveda.
279... 280... 281, suspiré.
Pero entonces comencé a sentirme mareada, un dolor punzante se alojó en mi cabeza. Me detuve, apoyando mi brazo en la pared y comencé a sentirme diferente, estaba regresando a la normalidad. Observé mis manos, viendo como mi piel volvía a lucir pálida y un mechón de cabello rubio apareció en mi campo de visión.
—Joder —susurré.
—Tracy. —Escuché a Potter, pero cerré los ojos con fuerza debido al cansancio y dolor.
Entonces escuchamos pasos detrás de nosotros, eran de varias personas que corrían, acercándose cada vez más, y me atrevería a decir que no son de personas muy altas que digamos.
Ya me parecía que estaba resultando demasiado fácil.
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