«Merodeadores» (3)
|Lupin Remus|
Era sábado por la tarde cuando Remus salió de la casa de los gritos luego de una noche igual de terrible.
Debió haber regresado a su alcoba durante la mañana y así aprovechar que todos en el castillo dormían todavía, pero no quiso apresurarse, sus heridas estaban aún abiertas y le dolía todo el cuerpo incluso para hacer el mínimo movimiento.
Los pasillos principales de Hogwarts estaban despejados, lo que le dio la libertad a Remus de detenerse durante un momento y maldecir entre dientes cuando la gran herida que tenía en el pecho comenzó a sangrar a cántaros. Se puso una mano en la herida y siguió con su camino.
Llegar a la torre de Gryffindor siempre fue una pesadilla para él; todas esas escaleras que se movían en cualquier momento le hacían el trabajo mas difícil. No podía quejarse, después de todo, Minerva McGonagall y el profesor Dumbledore se las habían arreglado para resolver la mayoría de sus problemas respecto a las clases a las cuales no puede asistir luego de presenciar una luna llena.
Tomó el camino que daba hacia la biblioteca intentando convencerse de que de esa manera haría que el camino fuera mas corto. Aun así, los pasillos parecían alargarse cada vez más haciéndole sufrir de una manera inexplicable
Odiaba la luna llena, pero sobre todo se odiaba a él, ¿De que otra manera podía vivir siendo un maldito licántropo? Eventualmente tenía que acostumbrarse a su peculiar estilo de vida, pero era tan difícil que a veces tan sólo quería lanzar todo a la basura y recostarse en la podredumbre de su trágico destino. Claro, tenía amigos que lo apoyaban y le hacían sentir mejor de vez en cuando, pero no era suficiente. Algo le faltaba, el gran espacio vacío en su corazón se lo decía
Ansiaba amar y que lo amaran, no por ser un chico lindo del montón, sino por lo que es. Lo que realmente es. Pero sabía que eso era algo imposible. Ninguna persona que tenga un poco de respeto por si misma podría amar a alguien que cambia de forma una noche por mes.
Se dio cuenta de que estaba llorando cuando su espalda tocó la fría piedra de las paredes y se dejó caer al piso como si nada mas le importase. Miró sus manos cubiertas de sangre y supo que su aspecto debía ser de alguien deplorable, porque de cierta manera lo era. Escuchó el abrir de una puerta a lo lejos y el pequeño grito de alguien al verlo
Una chica derrapa a su lado luego de verlo. Los libros que llevaba en sus brazos saltaron por todos lados por la sorpresa. Remus cerró los ojos sin querer verla
—Dios mío, ¿Qué te ha pasado?
—Nada. No deberías estar aquí—Respondió lentamente
—Sé que no debería—Reconoció con una pequeña sonrisa, recordando que, para ese momento, ella debería estar en su sala común— Me he escapado un momento para ir a la biblioteca. Quería estar alejada de todos por un segundo aunque fuera. Aguarda, te ayudo
—No— Zafó su brazo cuando la chica puso su palma ahí— Puedo solo
—Te apuesto lo que quieras a que no llegas por tu cuenta al final del pasillo
— ¿Me estás retando?
—Te lo estoy asegurando—Respondió con una sonrisa— Vamos, te llevaré a la enfermería
—No— Se rehusó una vez más— No quiero ir a la enfermería
—Entonces yo misma curaré esas heridas. Sé algo de eso
— ¿Por qué debería hacerlo? — Preguntó con la voz cortada por el dolor— ¿Por qué te dejaría ayudarme? Ni siquiera sé tu nombre
—Rebecca. Ese es mi nombre
— ¿Tú apellido?
Rebecca hizo una mueca
—Soy sólo Rebecca
La curiosidad de Remus se posó en ella, pero se contuvo de preguntar algo al notar su cara triste y apagada. Quizá estaba afrontando problemas con su familia y, a pesar de que no la conocía en lo absoluto, no quería ser grosero con ella
—Soy Remus Lupin
—Lo sé. Te he visto antes— Aclaró rápidamente con un sonrojo en sus mejillas— De hecho compartimos un par de clases
—Oh...
Un silencio incómodo se instaló ente ellos hasta que Rebecca tomó la mano de Remus, inspeccionándola
—Tienes cicatrices. Demasiadas
—Tengo más cicatrices de las que piensas, Rebecca
—Muéstramelas— Le pidió. Remus negó—Sí lo haces, entonces te mostraré las mías
Cuando Rebecca dijo aquello, lo menos que Remus esperaba era ver en su brazo una pequeña cicatriz por una raspadura o un descuido con algo afilado, así que sólo atinó a reír lo poco que su cuerpo lastimado le permitió.
Sus ojos se agrandaron al ver lo que ella le mostraba; su boca se secó y se pegó lo más que pudo a la pared. Rebecca le sonrió apenada.
Aquello no era una cicatriz, era la marca tenebrosa
Rebecca bajó su manga
—Tu turno
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