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004. diagon alley

𝘰𝘰𝘰 ┊ ﹟ 𝗛𝗔𝗥𝗥𝗜𝗘𝗧 𝗣𝗢𝗧𝗧𝗘𝗥 ࿐ྂ
CAPÍTULO CUATRO
▬  ❝ el callejón diagon ❞  ▬




























Harriet se despertó temprano aquella mañana. Aunque sabía que ya era de día, mantenía los ojos muy cerrados y con su cabeza sobre el pecho de su hermano.

«Ha sido un sueño –se dijo con firmeza–. Soñé que un gigante llamado Hagrid vino a decirme que voy a ir a un colegio de magos junto a Harry. Cuando abra los ojos estaré en casa, en mi alacena.»

Se produjo un súbito golpeteo.

«Y ésa es tía Petunia llamando a la puerta», pensó Harriet con el corazón abrumado. Pero todavía no abrió los ojos. Había sido un sueño tan bonito... 

Hace mucho no soñaba igual. Pensó, un tanto desilusionada.

Toc. Toc. Toc.

Está bien rezongó Harriet en un murmullo. Ya me levanto.

Se incorporó y se le cayó el pesado abrigo negro de Hagrid, al menos de su lado. La cabaña estaba iluminada por el sol, la tormenta había pasado, Harry seguía muy dormido al igual que Hagrid, quien estaba dormido en el sofá y había una lechuza golpeando con su pata en la ventana, con un periódico en el pico.

Harriet se puso de pie de un salto, tan feliz como si un gran globo se expandiera en su interior. Fue directamente a la ventana y la abrió. La lechuza bajó en picado y dejó el periódico sobre Hagrid, que no se despertó. Entonces la lechuza se posó en el suelo y comenzó a atacar el abrigo de Hagrid y consigo, un poquito a Harry.

No hagas eso.

Harry trató de apartar a la lechuza, pero ésta cerró el pico amenazadoramente y continuó atacando el abrigo, él apenas logrando salir ileso. 

¡Hagrid! dijo Harry en voz alta, tomando la mano de Harriet. Aquí hay una lechuza... 

Págale gruñó Hagrid desde el sofá.

¿Qué?

Quiere que le paguen por traer el periódico. Busquen en los bolsillos.

El abrigo de Hagrid parecía hecho de bolsillos, con contenidos de todo tipo: manojos de llaves, proyectiles de metal, bombones de menta, saquitos de té... Finalmente Harriet sacó un puñado de monedas de aspecto extraño. 

Dale cinco knuts dijo soñoliento Hagrid. 

¿Knuts?

Esas pequeñas de bronce.

Harry se acerco a su hermana y contó las cinco monedas y la lechuza extendió la pata, para que Harry pudiera meter las monedas en una bolsita de cuero que llevaba atada. Y salió volando por la ventana abierta.  

Hagrid bostezó con fuerza, se sentó y se desperezó.

Es mejor que nos demos prisa, niños. Tenemos muchas cosas que hacer hoy. Debemos ir a Londres a comprar todas las cosas del colegio. 

Harriet, quien le había arrebatado algunas monedas a su hermano, estaba dándoles la vuelta y observándolas. Acababa de pensar en algo que le hizo sentir que el globo de felicidad en su interior acababa de pincharse.

Mm... ¿Hagrid?

¿Sí, Harriet?dijo Hagrid, que se estaba calzando sus colosales botas.  

Nosotros no tenemos dinero y ya oíste a tío Vernon anoche, no va a pagar para que vayamos a aprender magia.

Harry asintió, colocando su mano sobre el hombro de la pelirroja.

No se preocupen por eso dijo Hagrid, poniéndose de pie y golpeándose la cabeza. ¿No creerán que sus padres no les dejaron nada?

Pero si su casa fue destruida...

¡Ellos no guardaban el oro en la casa, muchacho! No, la primera parada para nosotros es Gringotts. El banco de los magos. Coman unas salchichas, frías no están mal, y no me negaré a un pedacito de su pastel de cumpleaños. 

¿Los magos tienen bancos?

Sólo uno. Gringotts. Lo dirigen los duendes.

Harriet dejó caer el pedazo de salchicha que le quedaba por la sorpresa. Ella había llegado a leer libros sobre aquellas criaturas que creían todos una fantasía, solo que temía de su aspecto; en los libros con dibujos de Dudley había uno pequeño y con aspecto tenebroso.

¿Duendes?

Ajá... Así uno tendría que estar loco para intentar robarlos, puedo decírselos. Nunca se metan con los duendes, muchachos. Gringotts es el lugar más seguro del mundo para lo que quieras guardar, excepto tal vez Hogwarts. Por otra parte, tenía que visitar Gringotts de todos modos. Por Dumbledore. Asuntos de Hogwarts. Hagrid se irguió con orgullo. En general, me utiliza para asuntos importantes. Buscarlos a ustedes... sacar cosas de Gringotts... él sabe que puede confiar en mí. ¿Lo tienen todo? Pues vamos.

Harriet y Harry siguieron a Hagrid fuera de la cabaña. El cielo estaba ya claro y el mar brillaba a la luz del sol. El bote que tío Vernon había alquilado todavía estaba allí, con el fondo lleno de agua después de la tormenta.

¿Cómo llegaste aquí? preguntó Harriet; mirando alrededor, buscando otro bote.

Volando dijo Hagrid.

¿Volando?

Sí... pero vamos a regresar en esto. No debo utilizar la magia, ahora que ya los encontré.

Subieron al bote. Harriet todavía miraba a Hagrid, tratando de imaginárselo volando. 

Sin embargo, me parece una lástima tener que remardijo Hagrid, dirigiendo a ambos Potter una mirada de soslayo. Si yo... apresuro las cosas un poquito, ¿les importaría no mencionarlo en Hogwarts?

Por supuesto que no respondió Harry, deseoso de ver más magia al igual que su melliza. Hagrid sacó otra vez el paraguas rosado, dio dos golpes en el borde del bote y salieron a toda velocidad hacia la orilla.

¿Por qué tendría que estar uno loco para intentar robar en Gringotts? preguntó Harriet, sin evitar dejar fluir su curiosidad.

Hechizos... encantamientosdijo Hagrid, desdoblando su periódico mientras hablaba, dicen que hay dragones custodiando las cámaras de máxima seguridad. Y además, hay que saber encontrar el camino. Gringotts está a cientos de kilómetros por debajo de Londres, ¿saben? Muy por debajo del metro. Te morirías de hambre tratando de salir, aunque hubieras podido robar algo.

Harriet permaneció sentada pensando en aquello, mientras Hagrid leía su periódico, El Profeta. Harriet había aprendido de su tío Vernon que a las personas les gustaba que las dejaran tranquilas cuando hacían eso, pero era muy difícil, porque nunca había tenido tantas preguntas que hacer en su vida y sabia que su mellizo estaba en las mismas.

El Ministerio de Magia está confundiendo las cosas, como de costumbremurmuró Hagrid, dando la vuelta a la hoja.

¿Hay un Ministerio de Magia? preguntó Harry, sin poder contenerse.

Por supuesto respondió Hagrid. Querían que Dumbledore fuera el ministro, claro, pero él nunca dejará Hogwarts, así que el viejo Cornelius Fudge consiguió el trabajo. Nunca ha existido nadie tan chapucero. Así que envía lechuzas a Dumbledore cada mañana, pidiendo consejos.

Pero ¿qué hace un Ministerio de Magia?

Bueno, su trabajo principal es impedir que los muggles sepan que todavía hay brujas y magos por todo el país.

¿Por qué?

¿Por qué? Vaya, Harriet, todos querrían soluciones mágicas para sus problemas. No, mejor que nos dejen tranquilos.

En aquel momento, el bote dio un leve golpe contra la pared del muelle. Hagrid dobló su periódico y subieron los escalones de piedra hacia la calle.

Los transeúntes miraban mucho a Hagrid, mientras recorrían el pueblecito camino de la estación, y Harriet no se lo podía reprochar: Hagrid no sólo era el doble de alto que cualquiera, sino que señalaba cosas totalmente corrientes, como los parquímetros, diciendo en voz alta:

¿Ven eso, niños? Las cosas que esos muggles inventan, ¿verdad?

Hagriddijo Harry, jadeando un poco mientras correteaba para seguirlo junto a Harriet a quien tomaba de la mano como siempre que salían, ¿no dijiste que había dragones en Gringotts?

Bueno, eso dicenrespondió Hagrid. Me gustaría tener un dragón.

¿Te gustaría tener uno?

Quiero uno desde que era niño... Ya estamos.

Habían llegado a la estación. Salía un tren para Londres cinco minutos más tarde. Hagrid, que no entendía «el dinero muggle», como lo llamaba, dio las monedas a Harriet para que comprara los billetes para los tres.

La gente los miraba más que nunca en el tren. Hagrid ocupó dos asientos y comenzó a tejer lo que parecía una carpa de circo color amarillo canario.

¿Todavía tienen las cartas? preguntó, mientras contaba los puntos.

Harry sacó del bolsillo los sobres de pergamino.

Biendijo Hagrid. Hay una lista con todo lo que necesitan.

El niño le entregó su respectiva carta a su melliza, quien no tardó en extender su mano para que esta la depositase en la palma.

Harriet desdobló otra hoja, que no había visto la noche anterior, y leyó en voz alta:

COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA

UNIFORME
Los alumnos de primer año necesitarán:

–Tres túnicas sencillas de trabajo (negras).

–Un sombrero puntiagudo (negro) para uso diario.

–Un par de guantes protectores (piel de dragón o semejante).

–Una capa de invierno (negra, con broches plateados)

(Todas las prendas de los alumnos deben llevar etiquetas con su nombre.)


LIBROS
Todos los alumnos deben tener un ejemplar de los siguientes libros:

–El libro reglamentario de hechizos (clase 1), Miranda Goshawk.

–Una historia de la magia, Bathilda Bagshot.

–Teoría mágica, Adalbert Waffling.

–Guía de transformación para principiantes, Emeric Switch.

–Mil hierbas mágicas y hongos, Phyllida Spore.

–Filtros y pociones mágicas, Arsenius Jigger.

–Animales fantásticos y dónde encontrarlos, Newt Scamander.

–Las Fuerzas Oscuras. Una guía para la autoprotección, Quentin Trimble.


RESTO DEL EQUIPO

1 varita.
1 caldero (peltre, medida 2).
1 juego de redomas de vidrio o cristal.
1 telescopio.
1 balanza de latón.

Los alumnos también pueden traer una lechuza, un gato o un sapo.

SE RECUERDA A LOS PADRES QUE A LOS DE PRIMER AÑO NO SE LES PERMITE TENER ESCOBAS PROPIAS.


¿Podemos comprar todo esto en Londres? se preguntó Harry en voz alta, después de que su hermana terminase de leer.

Sí, si sabes dónde ir respondió Hagrid.

[...]

Harriet no había estado antes en Londres. Aunque Hagrid parecía saber adónde iban, era evidente que no estaba acostumbrado a hacerlo de la forma ordinaria. Se quedó atascado en el torniquete de entrada al metro y se quejó en voz alta porque los asientos eran muy pequeños y los trenes muy lentos.

No sé cómo los muggles se las arreglan sin magia comentó, mientras subían por una escalera mecánica estropeada que los condujo a una calle llena de tiendas

Hagrid era tan corpulento que separaba fácilmente a la muchedumbre. Lo único que Harriet tenía que hacer era mantenerse detrás de él al igual que Harry. Pasaron ante librerías y tiendas de música, ante hamburgueserías y cines, pero en ningún lado parecía que vendieran varitas mágicas. Era una calle normal, llena de gente normal. ¿De verdad habría cantidades de oro de magos enterradas debajo de ellos? ¿Había allí realmente tiendas que vendían libros de hechizos y escobas? ¿No sería una broma pesada preparada por los Dursley? Si Harriet no hubiera sabido que los Dursley carecían de sentido del humor, podría haberlo pensado. Sin embargo, aunque todo lo que les había dicho Hagrid era increíble, Harriet no podía dejar de confiar en él.

Es aquí dijo Hagrid deteniéndose. El Caldero Chorreante. Es un lugar famoso.

Era un bar diminuto y de aspecto mugriento. Si Hagrid no lo hubiera señalado, Harriet no lo habría visto y eso que no compartía la ceguera con su mellizo. La gente, que pasaba apresurada, ni los miraba. Sus ojos iban de la gran librería, a un lado, a la tienda de música, al otro, como si no pudieran ver el Caldero Chorreante. En realidad, Harriet tuvo la extraña sensación de que sólo ella, Harry y Hagrid lo veían. Antes de que pudiera decirlo, Hagrid los hizo entrar.

Para ser un lugar famoso, estaba muy oscuro y destartalado. Unas ancianas estaban sentadas en un rincón, tomando copitas de jerez. Una de ellas fumaba una larga pipa. Un hombre pequeño que llevaba un sombrero de copa hablaba con el viejo cantinero, que era completamente calvo y parecía una nuez blanda. El suave murmullo de las charlas se detuvo cuando ellos entraron. Todos parecían conocer a Hagrid. Lo saludaban con la mano y le sonreían, y el cantinero buscó un vaso diciendo:

¿Lo de siempre, Hagrid?

No puedo, Tom, estoy aquí por asuntos de Hogwartsrespondió Hagrid, poniendo sus manos en los hombros de Harriet y de Harry, obligándolos a doblar las rodillas.

Buen Dios dijo el cantinero, mirando atentamente a Harry. ¿Ellos... pueden ser...?

El Caldero Chorreante había quedado súbitamente inmóvil y en silencio.

Válgame Dios susurró el cantinero. Harry y Harriet Potter... todo un honor.

Salió rápidamente del mostrador, corrió hacia los niños y les estrechó la mano, con los ojos llenos de lágrimas.

Bienvenidos, Harry, Harriet, bienvenidos.

Harriet no sabía qué decir y al mirar a su hermano en busca de ayuda, pudo darse cuenta que Harry estaba en las mismas que ella, buscando ayuda en su hermana. Todos los miraban. La anciana de la pipa seguía chupando, sin darse cuenta de que se le había apagado. Hagrid estaba radiante.

Entonces se produjo un gran movimiento de sillas y, al minuto siguiente, Harriet y Harry se encontraron estrechando la mano de todos los del Caldero Chorreante.

Doris Crockford, niños. No puedo creer que por fin los haya conocido.

Estoy orgullosa, chicos, muy orgullosa.

Siempre quise estrechar sus manos... estoy muy complacido.

Encantado, señores Potter, no puedo decirte cuánto. Mi nombre es Diggle, Dedalus Diggle.

¡Yo lo he visto antes! dijo Harriet, mientras Dedalus Diggle dejaba caer su sombrero a causa de la emoción. Usted me saludó una vez en una tienda.

¡Me recuerda!gritó Dedalus Diggle, mirando a todos. ¿Han oído eso? ¡Se acuerda de mí!

Los Potter estrecharon sus manos una y otra vez. Doris Crockford volvió a repetir el saludo.

Un joven pálido se adelantó, muy nervioso. Tenía un tic en el ojo.

¡Profesor Quirrell! dijo Hagrid. Niños, el profesor Quirrell les dará clases en Hogwarts.

P-P-Potter tartamudeó el profesor Quirrell, apretando la mano de Harry y después la de Harriet. N-no pue-e-do decirles l-lo contento que-e estoy de co-conocerlos.

¿Qué clase de magia enseña usted, profesor Quirrell?

D-Defensa Contra las Artes O-Oscuras murmuró el profesor Quirrell, como si no quisiera pensar en ello. N-no es al-algo que u-ustedes n-necesiten, ¿verdad, P-Potter? soltó una risa nerviosa. Están reuniendo el e-equipo, s-supongo. Yo tengo que b-buscar otro l-libro de va-vampiros pareció aterrorizado ante la simple mención.

Pero los demás, no permitieron que el profesor Quirrell acaparara a los chicos. Éste tardó más de diez minutos en despedirse de ellos. Al fin, Hagrid se hizo oír.

Tenemos que irnos. Hay mucho que comprar. Vamos, niños.

Doris Crockford estrechó la mano de Harry una última vez y Hagrid se los llevó a través del bar hasta un pequeño patio cerrado, donde no había más que un cubo de basura y hierbajos.

Hagrid miró sonriente a Harriet y a Harry.

Se los dije, ¿verdad? les dije que eran famoso. Hasta el profesor Quirrell temblaba al conocerlos, aunque les diré que habitualmente tiembla.

¿Está siempre tan nervioso? cuestiono Harriet, ladeando su cabeza un poco.

Oh, sí. Pobre hombre. Una mente brillante. Estaba bien mientras estudiaba esos libros de vampiros, pero entonces tomó un año de vacaciones, para tener experiencias directas... Dicen que encontró vampiros en la Selva Negra y que tuvo un desagradable problema con una hechicera... Y desde entonces no es el mismo. Se asusta de los alumnos, tiene miedo de su propia asignatura... Ahora ¿adónde vamos, paraguas?

¿Vampiros? ¿Hechiceras? La cabeza de Harriet era un torbellino. Hagrid, mientras tanto, contaba ladrillos en la pared, encima del cubo de basura.

Tres arriba... dos horizontales... murmuraba. Correcto. Un paso atrás, niños.

Harry tomó la mano de Harriet y hizo que diese los mismos pasos hacia atrás igual que él para evitar que le pasase algo.

Desde que tenía uso de consciencia, Harry se había sentido obligado a cuidar y proteger con su misma vida a Harriet y eso haría cueste lo que cueste porque ella era la única familia que tenía y no estaba dispuesto a perderla.

Hagrid dio tres golpes a la pared, con la punta de su paraguas.

El ladrillo que había tocado se estremeció, se retorció y en el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho. Un segundo más tarde estaban contemplando un pasaje abovedado lo bastante grande hasta para Hagrid, un paso que llevaba a una calle con adoquines, que serpenteaba hasta quedar fuera de la vista.

Bienvenidos dijo Hagrid al callejón Diagon.

Sonrió ante el asombro de Harriet y Harry.

Entraron en el pasaje. Harriet miró rápidamente por encima de su hombro y vio que la pared volvía a cerrarse.

El sol brillaba iluminando numerosos calderos, en la puerta de la tienda más cercana. «Calderos - Todos los Tamaños - Latón, Cobre, Peltre, Plata - Automáticos - Plegables», decía un rótulo que colgaba sobre ellos.

Sí, van a necesitar uno dijo Hagrid pero mejor que vayamos primero a conseguir el dinero.

Harriet movía la cabeza en todas direcciones mientras iban calle arriba, tratando de mirar todo al mismo tiempo: las tiendas, las cosas que estaban fuera y la gente haciendo compras. Una mujer regordeta negaba con la cabeza en la puerta de una droguería cuando ellos pasaron, diciendo: «Hígado de dragón a diecisiete sickles la onza, están locos...».

Un suave ulular llegaba de una tienda oscura que tenía un rótulo que decía: «El emporio de las lechuzas. Color pardo, castaño, gris y blanco». Varios chicos de la edad de Harriet y Harriet pegaban la nariz contra un escaparate lleno de escobas. «Miren —oyó Harriet que decía uno—, la nueva Nimbus 2.000, la más veloz.» Algunas tiendas vendían ropa; otras, telescopios y extraños instrumentos de plata que Harriet nunca había visto. Escaparates repletos de bazos de murciélagos y ojos de anguilas, tambaleantes montones de libros de encantamientos, plumas y rollos de pergamino, frascos con pociones, globos con mapas de la luna...

Gringotts dijo Hagrid.

Habían llegado a un edificio, blanco como la nieve, que se alzaba sobre las pequeñas tiendas. Delante de las puertas de bronce pulido, con un uniforme carmesí y dorado.

Sí, eso es un duende dijo Hagrid en voz baja, mientras subían por los escalones de piedra blanca. El duende era una cabeza más bajo que Harriet -y eso que ella era bajita-. Tenía un rostro moreno e inteligente, una barba puntiaguda y, Harriet pudo notarlo, dedos y pies muy largos. Cuando entraron los saludó. Entonces encontraron otras puertas dobles, esta vez de plata, con unas palabras grabadas encima de ellas.

Entra, desconocido, pero ten cuidado

Con lo que le espera al pecado de la codicia,

Porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,

Deberán pagar en cambio mucho más,

Así que si buscas por debajo de nuestro suelo

Un tesoro que nunca fue tuyo,

Ladrón, te hemos advertido, ten cuidado

De encontrar aquí algo más que un tesoro.


Como les dije, hay que estar loco para intentar robar aquí dijo Hagrid.

Dos duendes los hicieron pasar por las puertas plateadas y se encontraron en un amplio vestíbulo de mármol. Un centenar de duendes estaban sentados en altos taburetes, detrás de un largo mostrador, escribiendo en grandes libros de cuentas, pesando monedas en balanzas de cobre y examinando piedras preciosas con lentes. Las puertas de salida del vestíbulo eran demasiadas para contarlas, y otros duendes guiaban a la gente para entrar y salir. Hagrid, Harriet y Harry se acercaron al mostrador.

La pelirroja intentó zafarse del agarre de su hermano para ir a dar una vuelta y zacear su insaciable curiosidad mas este reforzó su agarre y la miro con advertencia haciéndola resoplar. Harriet no sabía quien de los dos era el mayor pero odiaba que Harry tomase ese papel.

Buenos días dijo Hagrid a un gnomo desocupado. Hemos venido a sacar algún dinero de la caja de seguridad del señor y señorita Harry y Harriet Potter.

¿Tienen su llave?

La tengo por aquí dijo Hagrid, y comenzó a vaciar sus bolsillos sobre el mostrador, desparramando un puñado de galletas de perro sobre el libro de cuentas del gnomo. Aquí está dijo finalmente Hagrid, enseñando una pequeña llave dorada.

El duende la examinó de cerca. Parece estar todo en orden.

Y también tengo una carta del profesor Dumbledore dijo Hagrid, dándose importancia. Es sobre lo-que-usted-sabe, en la cámara setecientos trece.

El duende leyó la carta cuidadosamente.

Muy bien dijo, devolviéndosela a Hagrid. Voy a hacer que alguien los acompañe abajo, a las dos cámaras. ¡Griphook!

Cuando Hagrid guardó todas las galletas de perro en sus bolsillos, él, Harriet y Harry siguieron a Griphook hacia una de las puertas de salida del vestíbulo.

¿Qué es lo-que-usted-sabe en la cámara setecientos trece? preguntó Harry.

No se los puedo decirdijo misteriosamente Hagrid. Es algo muy secreto. Un asunto de Hogwarts. Dumbledore me lo confió.

Griphook les abrió la puerta. Harriet, que había esperado más mármoles, se sorprendió. Estaban en un estrecho pasillo de piedra, iluminado con antorchas. Se inclinaba hacia abajo y había unos raíles en el suelo. Griphook silbó y un pequeño carro llegó rápidamente por los raíles. Subieron (Hagrid con cierta dificultad) y se pusieron en marcha.

Al principio fueron rápidamente a través de un laberinto de retorcidos pasillos. Harriet trató de recordar, izquierda, derecha, derecha, izquierda, una bifurcación, derecha, izquierda, pero era imposible hasta para su mente tan organizada. El veloz carro parecía conocer su camino, porque Griphook no lo dirigía.

A Harriet le escocían los ojos de las ráfagas de aire frío, pero los mantuvo muy abiertos. En una ocasión, le pareció ver un estallido de fuego al final del pasillo y se dio la vuelta para ver si era un dragón, pero era demasiado tarde. Iban cada vez más abajo, pasando por un lago subterráneo en el que había gruesas estalactitas y estalagmitas saliendo del techo y del suelo.

Nunca lo he sabido gritó Harry a Harriet, para hacerse oír sobre el estruendo del carro. ¿Cuál es la diferencia entre una estalactita y una estalagmita?

Las estalagmitas tienen una eme dijo Harriet. Y no me hagas mas preguntas ahora, Ry, creo que voy a marearme.

La cara de Harriet se había puesto verde y, cuando el carro por fin se detuvo, ante la pequeña puerta de la pared del pasillo, Hagrid se bajó y tuvo que apoyarse contra la pared, para que dejaran de temblarle las rodillas.

Griphook abrió la cerradura de la puerta. Una oleada de humo verde los envolvió. Cuando se aclaró, Harriet estaba jadeando casi sobre su hermano. Dentro había montículos de monedas de oro. Montones de monedas de plata. Montañas de pequeño knuts de bronce.

Todo suyo dijo Hagrid sonriendo.

Para la vista de la pelirroja todo era increíblemente raro y el único pensamiento que rondaba por su cabeza era que los Dursley no debían saberlo, o se abrían apoderado de todo en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cuántas veces se habían quejado de lo que les costaba mantener a los mellizos Potter? Y durante todo aquel tiempo, una pequeña fortuna enterrada debajo de Londres les pertenecía.

Hagrid ayudó a Harry y a Harriet a poner una cantidad en dos bolsas.

Las de oro son galeones explicó. Diecisiete sickles de plata hacen un galeón y veintinueve knuts equivalen a un sickle, es muy fácil. Bueno, esto será suficiente para un curso o dos para los gastos de ambos, dejaremos el resto guardado para ustedes se volvió hacia Griphook. Ahora, por favor, la cámara setecientos trece. ¿Y podemos ir un poco más despacio?

Una sola velocidadcontestó Griphook.

Fueron más abajo y a mayor velocidad. El aire se volvió cada vez más frío, mientras doblaban por estrechos recodos. Llegaron entre sacudidas al otro lado de una hondonada subterránea, y Harriet se inclinó hacia un lado para ver qué había en el fondo oscuro, pero Hagrid gruñó y Harry la enderezó, jalándola del brazo.

La cámara setecientos trece no tenía cerradura.

Un paso atrás dijo Griphook, dándose importancia. Tocó la puerta con uno de sus largos dedos y ésta desapareció. Si alguien que no sea un duende de Gringotts lo intenta, será succionado por la puerta y quedará atrapadoañadió

¿Cada cuánto tiempo comprueban que no se haya quedado nadie dentro? quiso saber Harry.

Más o menos cada diez añosdijo Griphook, con una sonrisa maligna.

Algo realmente extraordinario tenía que haber en aquella cámara de máxima seguridad, Harriet estaba segura, y se inclinó anhelante -siendo relativamente vigilada por Harry- esperando ver por lo menos joyas fabulosas, pero la primera impresión era que estaba vacía. Entonces vio el sucio paquetito, envuelto en papel marrón, que estaba en el suelo. Hagrid lo tomo y lo guardó en las profundidades de su abrigo. A Harriet le hubiera gustado conocer su contenido, pero sabía que era mejor no preguntar.

Vamos, regresemos en ese carro infernal y no me hables durante el camino; será mejor que mantengas la boca cerradadijo Harriet jalando a Harry mientras Hagrid asentía concordando con la pelirroja.

[...]

Después de la veloz trayectoria, salieron parpadeando a la luz del sol, fuera de Gringotts. Harriet no sabía adónde ir primero con sus bolsas llena de dinero. No necesitaba saber cuántos galeones había en una libra, para darse cuenta de que tenía más dinero que nunca, más dinero incluso que el que Dudley tendría jamás.

Tendrían que comprarse el uniforme dijo Hagrid, señalando hacia «Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones». Oigan, niños; ¿les importa que me dé una vuelta por el Caldero Chorreante? Detesto los carros de Gringotts todavía parecía mareado, así que Harriet y Harry entraron solos en la tienda de Madame Malkin.

Madame Malkin era una bruja sonriente y regordeta, vestida de color malva.

¿Hogwarts, niños? dijo, cuando Harry empezó a hablar. Tengo muchos aquí... En realidad, otro muchacho se está probando ahora.

En el fondo de la tienda, un niño de rostro pálido y puntiagudo estaba de pie sobre un escabel, mientras otra bruja le ponía alfileres en la larga túnica negra. Madame Malkin puso a Harriet en un escabel al lado del otro al igual que a Harry, le deslizó por la cabeza una larga túnica y comenzó a marcarle el largo apropiado.

Hola dijo el muchacho. ¿También Hogwarts?

respondió Harry.

¿Los dos?preguntó nuevamente, observando a la chica junto a él. ¿Son hermanos?

Hm afirmo Harriet sin emitir palabra, solo con un sonidito.

Mi padre está en la tienda de al lado, comprando mis libros, y mi madre ha ido calle arriba para mirar las varitas dijo el chico. Tenía voz de aburrido y arrastraba las palabras. Luego voy a arrastrarlos a mirar escobas de carrera. No sé por qué los de primer año no pueden tener una propia. Creo que voy a fastidiar a mi padre hasta que me compre una y la meteré de contrabando de alguna manera.

Y Harriet no pudo evitar recordar a Dudley y a su tonto amigo; Piers.

¿Ustedes tienen escobas propias? continuó el muchacho.

No dijeron Harry y Harriet.

¿Juegan al menos al quidditch?

No dijeron de nuevo Harry y Harriet, preguntándose qué diablos sería el quidditch.

Yo sí. Papá dice que sería un crimen que no me eligieran para jugar por mi casa, y la verdad es que estoy de acuerdo. ¿Ya saben en qué casa van a estar?

No dijo Harriet, sintiéndose cada vez más tonta.

Odiaba sentirse tonta y mas por algo que apenas descubría que existía.

Bueno, nadie lo sabrá realmente hasta que lleguemos allí, pero yo sé que seré de Slytherin, porque toda mi familia fue de allí. ¿Se imaginan estar en Hufflepuff? Yo creo que me iría, ¿no les parece?

Mhm contestó Harry, deseando poder decir algo más interesante al ver como su hermana comenzaba a frustrarse tras no saber nada del tema.

Harry sabía lo exigente que a veces llegaba a ser consigo misma Harriet, no conocía a nadie mas brillante que su hermana y eso le sorprendía sabiendo que sus horas de estudió eran bastante recortadas debido a los quehaceres en Privet Drive, de vez en cuando pensaba que su hermana buscaba aceptación de los Dursley a pesar de lo mucho que los odiaba.

¡Oigan, miren a ese hombre! dijo súbitamente el chico, señalando hacia la vidriera de delante. Hagrid estaba allí, sonriendo a los Potter y señalando tres grandes helados, para que viera por qué no entraba.

Ése es Hagrid dijo Harriet, contenta de saber algo que el otro no sabía, sonriendo satisfecha. Trabaja en Hogwarts.

Oh dijo el muchacho, he oído hablar de él. Es una especie de sirviente, ¿no?

Es el guardabosques dijo Harry. Cada vez le gustaba menos aquel chico.

Sí, claro. He oído decir que es una especie de salvaje, que vive en una cabaña en los terrenos del colegio y que de vez en cuando se emborracha. Trata de hacer magia y termina prendiendo fuego a su cama.

Yo creo que es estupendo alegó Harriet con frialdad.

¿Eso crees? preguntó el chico en tono burlón. ¿Por qué está aquí con ustedes? ¿Dónde están sus padres?

Están muertos respondió Harry en pocas palabras. No tenía ganas de hablar de ese tema con él y aun mas al ver como los ojos verdes de Harriet se oscurecían levemente tras aquella mención.

Oh, lo siento dijo el otro, aunque no pareció que le importara. Pero eran de nuestra clase, ¿no?

Eran un mago y una bruja, si es eso a lo que te refieres soltó casi en un gruñido la pelirroja, comenzando a cansarse del muchacho.

Realmente creo que no deberían dejar entrar a los otros ¿no les parece? No son como nosotros, no los educaron para conocer nuestras costumbres. Algunos nunca habían oído hablar de Hogwarts hasta que recibieron la carta, ya se imaginarán. Yo creo que debería quedar todo en las familias de antiguos magos. Y a propósito, ¿cuál es su apellido?

Pero antes de que Harry pudiera contestar o que Harriet le metiese un puñetazo, Madame Malkin dijo:

Ya está listo lo suyo, chicos.

Y Harriet, sin lamentar tener que dejar de hablar con el chico, bajó del escabel al igual que Harry.

Bien, los veré en Hogwarts, supongo dijo el muchacho.

Harriet estaba muy silenciosa, mientras comía el helado que Hagrid le había comprado (vainilla con fresa y trozos de chocolate). Harry la observaba de reojo mientras comía de su helado un tanto preocupado; sabiendo que era mala señal que su melliza no dijese nada.

¿Qué sucede? preguntó Hagrid.

Nada mintió Harry. Se detuvieron a comprar pergamino y plumas. Harriet se animó un poco cuando encontró un frasco de tinta que cambiaba de color al escribir. Cuando salieron de la tienda, preguntó:

Hagrid, ¿qué es el quidditch?

Vaya, Harriet; sigo olvidando lo poco que saben... ¡No saber qué es el quidditch!

No me hagas sentir mas tonta por favor gimió Harriet. Le contó a Hagrid junto a Harry lo del chico pálido de la tienda de Madame Malkin.

... y dijo que la gente de familia de muggles no deberían poder ir...

Ustedes no son de una familia muggle. Si hubiera sabido quiénes eran... Él ha crecido conociendo sus nombre, si sus padres son magos. Ya los han visto en el Caldero Chorreante. De todos modos, qué sabe él, algunos de los mejores que he conocido eran los únicos con magia en una larga línea de muggles. ¡Miren a su madre! ¡Y miren la hermana que tuvo!

Entonces ¿qué es el quidditch?

Es nuestro deporte. Deporte de magos. Es... como el fútbol en el mundo muggle, todos lo siguen. Se juega en el aire, con escobas, y hay cuatro pelotas... Es difícil explicarte las reglas.

¿Y qué son Slytherin y Hufflepuff?

Casas del colegio. Hay cuatro. Todos dicen que en Hufflepuff son todos inútiles, pero...

Seguro que yo estaré en Hufflepuff dijo Harry desanimado.

Es mejor Hufflepuff que Slytherin dijo Hagrid con tono lúgubre. Las brujas y los magos que se volvieron malos habían estado todos en Slytherin. Quien-ustedes-saben fue uno.

¿Vol... perdón... Quien-tú-sabes estuvo en Hogwarts?

Hace muchos años respondió Hagrid.

Compraron los libros de Harriet y Harry en una tienda llamada Flourish y Blotts, en donde los estantes estaban llenos de libros hasta el techo.

Estaba tratando de averiguar cómo hechizar a Dudley farfullo Harry, una vez fue sacado de una de las tantas secciones de hechizos.

No estoy diciendo que no sea una buena idea, pero no pueden utilizar la magia en el mundo muggle, excepto en circunstancias muy especiales dijo Hagrid. Y de todos modos, no podrías hacer ningún hechizo todavía, necesitarán mucho más estudio antes de llegar a ese nivel.

Hagrid tampoco dejó que Harriet comprara un sólido caldero de oro (en la lista decía de peltre) pero consiguieron una bonita balanza para pesar los ingredientes de las pociones y un telescopio plegable de cobre para los dos.

Luego visitaron la droguería, tan fascinante como para hacer olvidar el horrible hedor, una mezcla de huevos pasados y repollo podrido. En el suelo había barriles llenos de una sustancia viscosa y botes con hierbas. Raíces secas y polvos brillantes llenaban las paredes, y manojos de plumas e hileras de colmillos y garras colgaban del techo. Mientras Hagrid preguntaba al hombre que estaba detrás del mostrador por un surtido de ingredientes básicos para pociones, Harriet examinaba cuernos de unicornio plateados, a veintiún galeones cada uno, y minúsculos ojos negros y brillantes de escarabajos (cinco knuts la cucharada) siendo observada por Harry como se le hacia costumbre.

Fuera de la droguería, Hagrid miró otra vez la lista de los Potter.

Sólo falta la varita... Ah, sí, y todavía no les buscado un regalo de cumpleaños.

Harriet sintió que se ruborizaba.

No tienes que...

Sé que no tengo que hacerlo. Les diré qué será, les compraré un animal. No un sapo, los sapos pasaron de moda hace años, se burlarán... y no me gustan los gatos, me hacen estornudar. Les voy a regalar una lechuza. Todos los chicos quieren tener una lechuza. Son muy útiles, llevan tu correspondencia y todo lo demás.

Harriet hizo una pequeña mueca al oír sobre el asunto de los gatos y bajo la mirada, desanimada. Se había ilusionado con tener uno al menos estando en Hogwarts, tendría que esperar a que ella se comprase una.

Y aquella mueca no paso desapercibida por el guardabosques.

Harriet la llamó Hagrid, haciendo que esta alzase su mirada. ¿Qué ocurre?

La pelirroja negó, restándole importancia. Nada Hagrid, vayamos por la lechuza.

Veinte minutos más tarde, salieron del Emporio de la Lechuza, que era oscuro y lleno de ojos brillantes, susurros y aleteos. Harry llevaba una gran jaula con una hermosa lechuza blanca, medio dormida, con la cabeza debajo de un ala.

Para Harriet era bellísima, mas aun pensaba en el gato.

Ahora nos queda solamente Ollivander, el único lugar donde venden varitas, y tendrán la mejor. Vayan por sus varitas, niños, los veré aquí afuera en unos minutos. Debo de hacer algo.

Una varita mágica... Eso era lo que Harriet realmente había estado esperando y lo que subiría su animo.

La última tienda era estrecha y de mal aspecto. Sobre la puerta, en letras doradas, se leía: «Ollivander: fabricantes de excelentes varitas desde el 382a. c.». En el polvoriento escaparate, sobre un cojín de desteñido color púrpura, se veía una única varita.

Cuando entraron, una campanilla resonó en el fondo de la tienda. Era un lugar pequeño y vacío. Harriet se sentía algo extraña, como si hubieran entrado en una biblioteca muy estricta. Se tragó una cantidad de preguntas que se le acababan de ocurrir, y en lugar de eso, miró las miles de estrechas cajas, amontonadas cuidadosamente hasta el techo. Por alguna razón, sintió una comezón en la nuca. El polvo y el silencio parecían hacer que le picara por alguna magia secreta.

Buenas tardes dijo una voz amable.

Ambos niños se sobresaltaron.

Un anciano estaba ante ellos; sus ojos, grandes y pálidos, brillaban como lunas en la penumbra del local.

Hola dijeron Harriet y Harry con torpeza.

Ah, sí dijo el hombre—. Sí, sí, pensaba que iba a verlos pronto. Harriet y Harry Potter. —no era una pregunta. Tienen los ojos de su madre. Parece que fue ayer el día en que ella vino aquí, a comprar su primera varita. Veintiséis centímetros de largo, elástica, de sauce. Una preciosa varita para encantamientos.

El señor Ollivander se acercó a los mellizos. La muchacha deseó que el hombre parpadeara. Aquellos ojos plateados eran un poco lúgubres.

Su padre, por otra parte, prefirió una varita de caoba. Veintiocho centímetros y medio. Flexible. Un poquito más poderosa y excelente para transformaciones. Bueno, he dicho que su padre la prefirió, pero en realidad es la varita la que elige al mago.

El señor Ollivander estaba tan cerca que él, Harriet y Harry casi estaban nariz contra nariz. Harriet podía ver su reflejo y el de su hermano en aquellos ojos velados.

Y aquí es donde...

El señor Ollivander tocó la luminosa cicatriz de la frente de Harry, con un largo dedo blanco, mientras tomaba la muñeca de Harriet con delicadez.

Lamento decir que yo vendí la varita que hizo eso dijo amablemente. Treinta y cuatro centímetros y cuarto. Una varita poderosa, muy poderosa, y en las manos equivocadas... Bueno, si hubiera sabido lo que esa varita iba a hacer en el mundo...

La atención del señor Ollivander regresó a lo que los chicos habían ido a conseguir; una varita.

Comencemos dijo el señor Ollivander. Bueno, ahora, Harry... Déjame ver sacó de su bolsillo una cinta métrica, con marcas plateadas. ¿Con qué brazo tomas la varita?

Eh... bien, soy diestro —respondió Harry.

Extiende tu brazo. Eso es midió a Harry del hombro al dedo, luego dela muñeca al codo, del hombro al suelo, de la rodilla a la axila y alrededor de su cabeza. Bien, Harriet, es tu turno. ¿Con que brazo tomas tu la varita?

Con el derecho, señor respondió.

Cada varita Ollivander tiene un núcleo central de una poderosa sustancia mágica, chicos. Utilizamos pelos de unicornio, plumas de cola de fénix y nervios de corazón de dragón. No hay dos varitas Ollivander iguales, como no hay dos unicornios, dragones o aves fénix iguales. Y, por supuesto, nunca obtendrás tan buenos resultados con la varita de otro mago dijo él, mientras media su mano

De pronto, Harriet se dio cuenta de que la cinta métrica, que en aquel momento le medía entre las fosas nasales, lo hacía sola. El señor Ollivander estaba revoloteando entre los estantes, sacando cajas.

Esto ya está dijo, y la cinta métrica se enrolló en el suelo. Bien, Harry, prueba ésta. Madera de haya y nervios de corazón de dragón. Veintitrés centímetros. Bonita y flexible. Tomalá y agítala. Y Harriet... toma. Madera de roble inglés con núcleo de fénix de 11" y una sorprendente flexibilidad.

Harriet tomo la varita a la vez que su hermano, la agitó a su alrededor, pero el señor Ollivander se la quitó casi de inmediato al igual que a su mellizo.

Arce y pluma de fénix. Diecisiete centímetros y cuarto. Muy elástica. Prueba... y Robe inglés con un núcleo de fibra de corazón de dragón. Doce centímetros y cuarto. Con una flexibilidad suave.

Los Potter probaron; pero tan pronto como levantaron el brazo el señor Ollivander se las quitó.

No, no... Ésta. Ébano y pelo de unicornio, veintiún centímetros y medio. Elástica. Núcleo de corazón de dragón con pelo de unicornio, catorce centímetros. Vamos, vamos, inténtenlo.

Harriet lo intentó. No tenía ni idea de lo que estaba buscando el señor Ollivander. Las varitas ya probadas, que estaban sobre la silla, aumentaban por momentos, pero cuantas más varitas sacaba el señor Ollivander, más contento parecía estar.

Qué clientes tan difíciles, ¿no? No se preocupen, encontraremos a su pareja perfecta por aquí, en algún lado. Me pregunto... sí, por qué no, una combinación poco usual, acebo y pluma de fénix, veintiocho centímetros, bonita y flexible. Y para usted, Harriet, roble rojo y pluma de fénix, veinte centímetros, y una flexibilidad tiesa.

Harriet tocó la varita. Sintió un súbito calor en los dedos. Levantó la varita sobre su cabeza, la hizo bajar por el aire polvoriento, y una corriente de chispas rojas y doradas estallaron en la punta como fuegos artificiales, arrojando manchas de luz que bailaban en las paredes, siendo imitada segundos después por Harry quien recibió los mismos resultados. El señor Ollivander dijo:

¡Oh, bravo! Oh, sí, oh, muy bien. Bien, bien, bien... Qué curioso... Realmente qué curioso...

Puso las varitas de Harry y Harriet en su caja y las envolvió en papel de embalar, todavía murmurando: «Curioso... muy curioso».

Perdón dijo Harry. Pero ¿qué es tan curioso?

El señor Ollivander fijó en los mellizos su mirada pálida.

Recuerdo cada varita que he vendido, Harriet y Harry Potter. Cada una de las varitas. Y resulta que la cola de fénix de donde salió la pluma que está en una de sus varitas dio otras plumas, sólo dos más, una entre estas varitas. Y realmente es muy curioso que estuvieran destinados a esas varitas, cuando fue su hermana la que les hizo esa cicatriz.

Harriet tragó, sin poder hablar.

Sí, veintiocho y veinte centímetros. Ajá. Realmente curioso cómo suceden estas cosas. La varita escoge al mago, recuérdenlo... Creo que debemos esperar grandes cosas de ustedes, chicos Potter... Después de todo, El-que-no-debe-ser-nombrado hizo grandes cosas... Terribles, sí, pero grandiosas.

Harriet se estremeció. No estaba segura de que el señor Ollivander le gustara mucho. Pagaron siete galeones de oro cada uno por sus varitas y el señor Ollivander los acompañó hasta la puerta de su tienda.

Al salir se toparon principalmente con Hagrid, quien aparte de llevar sus cosas escolares y a la bella lechuza, llevaba otro pequeño bulto en la palma de su mano mientras emitía un estornudo un tanto ruidoso mas su sonrisa seguía intacta.

Feliz Cumpleaños, Harriet habló, estornudando otra vez pero con su sonrisa, mientras extendía su mano con el pequeño bulto que ahora tenia forma.

Se trataba de un gato de color blanco como la lechuza, era tan pequeño que Harriet pensó que no tenía mas de cuatro meses de nacido. La pelirroja soltó un chillido y tomó con cuidado a la cría de gato que no tardo en abrir los ojos al sentir las manos diminutas sobre su fino pelaje: revelando un par de orbes azul celestes brillantes.

Emitió un ligero maullido, restregándose en las manos de Harriet.

La muchacha comenzó a agradecerle a Hagrid de muchas maneras distintas, y hubiese seguido así, si la voz del viejo Ollivander no hubiese interrumpido.

¡Rubeus! ¡Rubeus Hagrid! Me alegro de verlo otra vez... Roble, cuarenta centímetros y medio, flexible... ¿Era así?

Hagrid estornudo, asintiendo. Así era, sí, señor dijo Hagrid.

Buena varita. Pero supongo que la partieron en dos cuando lo expulsaron dijo el señor Ollivander, súbitamente severo.

Eh..., sí, eso hicieron, sí respondió Hagrid, arrastrando los pies, evitando soltar otro estornudo. Sin embargo, todavía tengo los pedazos añadió con vivacidad.

Pero no los utiliza, ¿verdad? preguntó en tono severo.

Oh, no, señor dijo Hagrid rápidamente. Harriet se dio cuenta de que sujetaba con fuerza su paraguas rosado.

Mhm dijo el señor Ollivander, lanzando una mirada inquisidora a Hagrid. Debo volver a mis quehaceres, fue un gusto Harry y Harriet Potter.

Sin mas lanzó un asentimiento a las tres personas frente a él y cerró la puerta de su establecimiento.

Hagrid lanzó un estornudo que bien habría podido ser un aullido, haciendo que otra vez Harriet -y Harry también- siguiesen agradeciéndoles al guardabosques.

Ni lo mencionen dijo Hagrid con aspereza. No creo que los Dursley les hagan muchos regalos miro a Harriet, al ver las intenciones de esta para disculparse debido a su alergia. Y no te preocupes, Harriet, lo hago con mucho gusto. Ninguna alergia va a hacer que te deje sin un regalo.

La muchacha se acercó a él a paso rápido, haciéndole señas al semi-gigante para que se pusiese un poco mas de su tamaño. Al ya estarlo, Harriet deposito un beso en su mejilla con una pequeña sonrisilla y sus mejillas rosadas.

Gracias Hagrid.

[...]

Al atardecer, con el sol muy bajo en el cielo, Harry, Harriet y Hagrid emprendieron su camino otra vez por el callejón Diagon, a través de la pared, y de nuevo por el Caldero Chorreante, ya vacío. Harriet no habló mientras salían a la calle y ni siquiera notó la cantidad de gente que se quedaba con la boca abierta al verlos en el metro, cargados con una serie de paquetes de formas raras y con la lechuza dormida en el regazo de Harry, el gato no les extrañaba lo que era un alivió para la muchacha. Subieron por la escalera mecánica y entraron en la estación de Paddington. Harriet acababa de darse cuenta de dónde estaban cuando Harry le golpeó el hombro.

Tenemos tiempo para que coman algo antes de que salga el tren dijo Hagrid.

Le compró una hamburguesa a Harry y unos nuggets con papas a Harriet. Se sentaron a comer en unas sillas de plástico. Harriet miró a su alrededor. De alguna manera, todo le parecía muy extraño.

¿Están bien, niños? Los veo muy silenciosos dijo Hagrid. Harriet no estaba segura de poder explicarlo. Había tenido el mejor cumpleaños de su vida y, sin embargo, masticó sus nuggets, intentando encontrar las palabras.

Y conociendo muy bien a su hermano, sabía que se encontraba en las mismas que ella.

Todos creen que somos especiales dijo finalmente ella. Toda esa gente del Caldero Chorreante, el profesor Quirrell, el señor Ollivander... Pero nosotros no sabemos nada sobre magia. ¿Cómo pueden esperar grandes cosas? Somos famosos y ni siquiera podemos recordar por qué somos famosos. No sabemos qué sucedió cuando Vol... Perdón, quiero decir, la noche en que nuestros padres murieron.

Hagrid se inclinó sobre la mesa. Detrás de la barba enmarañada y las espesas cejas había una sonrisa muy bondadosa.

No se preocupen, Harriet, Harry. Aprenderán muy rápido. Todos son principiantes cuando empiezan en Hogwarts. Van a estar muy bien. Sencillamente sean ustedes mismos. Sé que es difícil. Han estado lejos y eso siempre es duro. Pero van a pasarlo muy bien en Hogwarts, yo lo pasé y, en realidad, todavía lo paso. Además, siempre le dije a Dumbledore que mientras estuviesen juntos todo les sería mejor.

Hagrid ayudó a los mellizos a subir al tren que los llevaría hasta la casa de los Dursley y luego les entregó un sobre.

Sus billetes para Hogwarts dijo. El uno de septiembre, en Kings Cross. Está todo en el billete. Cualquier problema con los Dursley y me envían una carta con su lechuza, ella sabrá encontrarme... el gato también serviría, Harriet, pero necesita crecer mas, me dijeron que solo es una cría. Los veré pronto, Harriet, Harry.

El tren arrancó de la estación. Harriet deseaba ver a Hagrid hasta que se perdiera de vista. Se levantó del asiento y apretó la nariz contra la ventanilla, pero parpadeó y Hagrid ya no estaba.

Bufando se sentó junto a Harry, quien la observaba con una sonrisa.

Así que, ¿todo es mejor estando juntos, e Hattie?

Harriet soltó una risita y asintió, recargando su cabeza en el hombro de su hermano. Todo será siempre mejor mientras estemos juntos, Ry.










——— AUTHOR'S NOTES.

pregunta sería, ¿cual sería su cast para Harriet pequeña? Yo me la imagino que sería Katherine desde su quinto año más o menos, ayuda jskfjd

¿qué les parece Hattie desde estos primeros capítulos? ¿Más Lily o más James?

recuerden, voten, comenten y compartan esta historia para que así crezca esta pequeña gran familia💕

eso es todo travesuritas, soooooo

-Travesura Realizada-

Majo P.

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