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002. the nobody's letters

𝘰𝘰𝘰 ┊ ﹟ 𝗛𝗔𝗥𝗥𝗜𝗘𝗧 𝗣𝗢𝗧𝗧𝗘𝗥 ࿐ྂ
CAPÍTULO DOS
▬ ❝ las cartas de nadie ❞ ▬




















La fuga de la boa constrictor le acarreó a los Potter el castigo más largo de sus vidas. Cuando les dieron permiso para salir de su alacena ya habían comenzado las vacaciones de verano y Dudley había roto su nueva filmadora, conseguido que su avión con control remoto se estrellara y, en la primera salida que hizo con su bicicleta de carreras, había atropellado a la anciana señora Figg cuando cruzaba Privet Drive con sus muletas.

Pobre señora Figg. Se repitió mentalmente Harriet al oír la noticia, si bien no le gustaba el olor a repollo que dejaba su casa, amaba a los gatos y soñaba con, algún día, tener uno propio.

Claro, cuando viviera sola... o eso le había dicho tía Petunia tres años atrás.

Tras el inicio de las vacaciones, la banda de Dudley comenzó a asistir continuamente a la casa, así que era la mejor excusa para que Harriet y Harry salieran a sus comunes tardes de hermanos que casi siempre solían ser en su alacena.

Anímate Ry, ¡iremos a la secundaria! ¿No es asombroso? ¡Seremos adolescentes! chillo la pelirroja, comiendo del palito de limón que habían comprado para ambos. Y, además, ¡Dudley no estará para molestarnos!

Harry solamente rió al ver como su hermana realizaba un extraño baile repleto de felicidad.

Un día del mes de julio, tía Petunia llevó a Dudley a Londres para comprarle su uniforme de Smelting, dejando a los Potter en casa de la señora Figg. Aquello no resultó tan terrible como de costumbre. La señora Figg se había fracturado la pierna al tropezar con un gato y ya no parecía tan encariñada con ellos como antes. Dejó que los niños vieran la televisión y les dio un pedazo de pastel de chocolate que, por el sabor, parecía que había estado guardado desde hacía años.

Aquella tarde, Dudley desfiló por el salón, ante la familia, con su uniforme nuevo. Los muchachos de Smelting llevaban frac rojo oscuro, pantalones de color naranja y sombrero de paja, rígido y plano. También llevaban bastones con nudos, que utilizaban para pelearse cuando los profesores no los veían. Debían de pensar que aquél era un buen entrenamiento para la vida futura.

El tío Vernon dijo que era el momento con mayor orgullo en su vida, tía Petunia estalló en lágrimas por lo "apuesto y crecido" que era Dudley, a Harriet le causó gracia el comentario, pero se escondió entre sus manos para no dejar salir la carcajada que los castigaría de por vida.

A la mañana siguiente, cuando Harriet fue a tomar el desayuno junto a Harry, un olor horrible inundaba toda la cocina. Parecía proceder de un gran cubo de metal que estaba en el fregadero. Se acercaron a mirar o bueno Harry, y como él llevaba de la mano a Harriet, ella también se arrastró hasta allá. El cubo estaba lleno de lo que parecían trapos sucios flotando en agua gris.

Harriet llevó su mano a la nariz, no dejando pasar por completo el nauseabundo olor.

¿Qué es eso? preguntó Harry a tía Petunia. La mujer frunció los labios, como hacía siempre que Harry o Harriet se atrevían a preguntar algo.

Tu nuevo uniforme del colegio dijo, para después mirar a Harriet con desagrado. Por desgracia tendremos que gastar en un uniforme nuevo para ti.

Harriet sintió una chispa de felicidad, jamás había usado algo nuevo, su ropa era de un baúl viejo que la tía Petunia tenía refundido en su recamara, alegando que era ropa de una persona nefasta; igual que la pelirroja.

Oh comentó Harry, mirando el recipiente. No sabía que tenía que estar mojado.

No seas estúpido dijo con ira tía Petunia, provocando que el ceño de la niña se frunciese, según Harriet nadie podía llamar estúpido a su hermano más que ella. Estoy tiñendo de gris algunas cosas viejas de Dudley. Cuando termine, quedará igual que los de los demás. miró a su sobrina con la ceja alzada. ¿Saben que? Creo qué hay algo en ese viejo baúl que podré teñir para ti, así no gastaremos nada en ustedes.

Y sin más, siguió con su trabajo de teñir la apestosa ropa, mientras que Harriet abría la boca indignada. ¿Qué acaso la mujer estaba jugando con sus sentimientos?

Dudley y tío Vernon entraron, los dos frunciendo la nariz a causa del olor del nuevo uniforme de Harry. Tío Vernon abrió, como siempre, su periódico y Dudley golpeó la mesa con su bastón del colegio, que llevaba a todas partes.

Todos oyeron el ruido en el buzón y las cartas que caían sobre el felpudo.

Trae la correspondencia, Dudleydijo tío Vernon, detrás de su periódico.

Que vaya Harry o Harriet

Trae las cartas, Harriet.

Que lo haga Dudley. dijo la pelirroja, cruzándose de brazos. ¿Por que ella sí y no su hermano?

Pégale con tu bastón, Dudley.

Harry al ver que Dudley alzaba el bastón hacia Harriet tomó la mano de la niña y la guió con rapidez hacia la puerta, esquivándole el golpe que iba hacia su cabeza.

Harriet se soltó de mala gana farfullando un "si fuera un hombre me tratarían mejor".

Había cuatro cartas en el felpudo: una postal de la horrible tía Marge –la ogro, como le decía Harriet– un sobre color marrón, que parecía una factura, y una carta para cada hermano Potter.

Harriet, con el corazón en la mano, le entregó la carta con su nombre a Harry, y se quedó observándola. Nadie, nunca en toda su corta vida, les habían escrito a ellos.

¿Quién podía ser? No tenían amigos ni otros parientes. Ni siquiera eran socios de la biblioteca –que ganas no le faltaban a Harriet– así que nunca habían recibido notas que les reclamaran la devolución de los libros. Sin embargo, allí estaba, una carta dirigida a él de una manera tan clara que no había equivocación posible.

Señorita H. Potter
Alacena Debajo de la Escalera
Privet Drive, 4
Little Whinging
Surrey

El sobre era grueso y pesado, hecho de pergamino amarillento, y la dirección estaba escrita con tinta verde esmeralda. No tenía sello.

La pelirroja alzó la mirada de la carta, topándose con los ojos de su hermano, quien la miraba preguntándole que si ella había recibido lo mismo que él.

Ella asintió rápidamente, relamiendo sus labios con nerviosismo.

Con las manos temblorosas, Harriet le dio la vuelta al sobre y vio un sello de lacré púrpura con un escudo de armas: un león, un águila, un tejón y una serpiente, que rodeaban una gran letra H.

¡Dense prisa, niños! exclamó tío Vernon desde la cocina. ¿Qué están haciendo, comprobando si hay cartas-bomba? se rió de su propio chiste.

Harriet le hizo una seña a Harry para que volviesen juntos, este torpemente asintió y, tomando la mano de su hermana volvieron a la cocina.

Harry, quien llevaba las cartas de tío Vernon, se las entregó, aún mirando la carta al igual que su hermana, quien parecía que si Harry dejase de tomar su mano, chocaría con alguna pared o estante cercano.

Solo oyó un "Marge esta enferma" por parte de tío Vernon, a lo que ella solo pensó que era casi imposible que a los ogros no les llegasen enfermedades.

¡Papá! dijo de pronto Dudley. ¡Papá, Harry y Harriet han recibido algo!

Harriet estaba a punto de desdoblar su carta, que estaba escrita en el mismo pergamino que el sobre, cuando Dudley se la arrancó de la mano mientras que tío Vernon hacia lo mismo con Harry.

¡Es mía! gritaron Harriet y Harry; tratando de recuperarla.

¿Quién les va a escribir a ustedes? dijo con tono despectivo tío Vernon, recibiéndole la carta de Harriet a Dudley. Abrió una de las cartas con una mano, mientras sostenía la otra carta con su mano libre. Su rostro pasó del rojo al verde con la misma velocidad que las luces del semáforo. Y no se detuvo ahí. En segundos adquirió el blanco grisáceo de un plato de avena cocida reseca.

¡Pe... Pe... Petunia! bufó.

Dudley trató de tomar la carta para leerla, pero tío Vernon mantenía ambas cartas muy alto, fuera de su alcance. Tía Petunia tomo la carta de Harriet con curiosidad y leyó la primera línea. Durante un momento pareció que iba a desmayarse. Se apretó la garganta y dejó escapar un gemido.

¡Vernon! ¡Oh, Dios mío... Vernon!

Se miraron como si hubieran olvidado que Harriet, Harry y Dudley todavía estaban allí. Dudley no estaba acostumbrado a que no le hicieran caso. Golpeó a su padre en la cabeza con el bastón de Smelting. 

Quiero leer esa carta dijo a gritos.

Nosotros somos los que queremos leerlas dijo Harry con rabia.

¡Son nuestras!exclamo Harriet con obviedad he indignación.

Fuera de aquí, los tres graznó tío Vernon, metiendo la carta en el sobre, repitiendo el acto con la otra.

Ninguno de los Potter se movió.

¡QUIERO MI CARTA!gritaron los mellizos a la vez.

¡Déjame verla! exigió Dudley

¡FUERA! gritó tío Vernon y, tomando a Harry y a Dudley por el cogote, mientras que Harriet era jalada a la mala por Petunia, los arrojaron al recibidor y cerraron la puerta de la cocina. Harriet, Harry y Dudley iniciaron una lucha, furiosa pero callada, para ver quién espiaba por el ojo de la cerradura. Ganó Dudley, así que Harriet se tiró al suelo para escuchar por la rendija que había entre la puerta y el suelo.  

Vernondecía tía Petunia, con voz temblorosa, mira los sobres. ¿Cómo es posible que sepan dónde duermen? No estarán vigilando la casa, ¿verdad?

Vigilando, espiando... Hasta pueden estar siguiéndonos murmuró tío Vernon, agitado.

Pero ¿qué podemos hacer, Vernon? ¿Les contestamos? Les decimos que no queremos...

Harriet pudo ver los zapatos negros brillantes de tío Vernon yendo y viniendo por la cocina.

Nodijo finalmente. No, no les haremos caso. Si no reciben una respuesta... Sí, eso es lo mejor... No haremos nada...

Pero...

¡No pienso tener a uno de ellos en la casa, Petunia! ¿No lo juramos cuando recibimos y destruimos aquella peligrosa tontería?  

Aquella noche, cuando regresó del trabajo, tío Vernon hizo algo que no había hecho nunca: visitó a los Potter en su alacena.

¿Dónde está mi carta, la mía y la de mi hermana? dijo Harry, en el momento en que tío Vernon pasaba con dificultad por la puerta

¿Tan siquiera podría decirnos quién nos escribió? soltó de forma irritada la pelirroja, quien se encontraba sentada en una orilla de la alacena, abrazándose a sus piernas.

Nadie. Estaba dirigida a ustedes por error dijo tío Vernon con tono cortante. Las quemé. 

No era un errordijo Harry enfadado. Estaba nuestra alacena en el sobre.

¡SILENCIO! gritó el tío Vernon, y unas arañas cayeron del techo. Respiró profundamente y luego sonrió, esforzándose tanto por hacerlo que parecía sentir dolor.

Ah, sí, Harry, Harriet, en lo que se refiere a la alacena... Su tía y yo estuvimos pensando... Realmente ya son muy mayores para esto... Pensamos que estaría bien que se muden al segundo dormitorio de Dudley.

¿Por qué? dijo Harriet, confundida.

¡No hagas preguntas! exclamó. Lleven sus cosas arriba ahora mismo, ¡eso si! compartirán cama.

La casa de los Dursley tenía cuatro dormitorios: uno para tío Vernon y tía Petunia, otro para las visitas (habitualmente Marge, la hermana de Vernon), en el tercero dormía Dudley y en el último guardaba todos los juguetes y cosas que no cabían en aquél. En un solo viaje Harry trasladó todo lo que le pertenecía tanto a él como a su hermana desde la alacena a su nuevo dormitorio. Harriet se sentó en la cama y miró alrededor. Allí casi todo estaba roto. La filmadora estaba sobre un carro de combate que una vez Dudley hizo andar sobre el perro del vecino, y en un rincón estaba el primer televisor de Dudley, al que dio una patada cuando dejaron de emitir su programa favorito. También había una gran jaula que alguna vez tuvo dentro un loro, pero Dudley lo cambió en el colegio por un rifle de aire comprimido, que en aquel momento estaba en un estante con la punta torcida, porque Dudley se había sentado encima. El resto de las estanterías estaban llenas de libros. Era lo único que parecía que nunca había sido tocado y eso le encantaba a la pelirroja.

Desde abajo llegaba el sonido de los gritos de Dudley a su madre.

No quiero que estén allí... Necesito esa habitación... Échenlos... 

Harriet suspiró y se estiró en la cama, siendo seguida por Harry. El día anterior habría dado cualquier cosa por estar en aquella habitación. Pero en aquel momento prefería volver a su alacena con la carta a estar allí sin ella.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, todos estaban muy callados. Dudley se hallaba en estado de conmoción. Había gritado, había pegado a su padre con el bastón de Smelting, se había puesto malo a propósito, le había dado una patada a su madre, arrojado la tortuga por el techo del invernadero, y seguía sin conseguir que le devolvieran su habitación. Harriet estaba pensando en el día anterior, y con amargura pensó que ojalá hubiera abierto la carta en el vestíbulo, para así por lo menos su hermano supiera algo también. Tío Vernon y tía Petunia se miraban misteriosamente.

Cuando llegó el correo, tío Vernon, que parecía hacer esfuerzos por ser amable con Harriet para no tener problemas en el comportamiento de Harry, hizo que fuera Dudley. Lo oyeron golpear cosas con su bastón en su camino hasta la puerta. Entonces gritó.

¡Hay otra más! Señor/Señorita H. Potter, El Dormitorio Más Pequeño, Privet Drive, 4... 

Con un grito ahogado, tío Vernon se levantó de su asiento y corrió hacia el vestíbulo, con ambos Potter siguiéndolo. Allí tuvo que forcejear con su hijo para quitarle las cartas, lo que le resultaba difícil porque Harry le tiraba del cuello y Harriet del brazo. Después de un minuto de confusa lucha, en la que todos recibieron golpes del bastón, tío Vernon se enderezó con las cartas de los niños arrugadas en sus manos, jadeando para recuperar la respiración.

Váyanse a su alacena, quiero decir a su dormitorio dijo a Harriet y a Harry sin dejar de jadear. Y Dudley.. Vete... Vete de aquí. 

Harry paseó en círculos por su nueva habitación, mientras que Harriet rayaba su nombre en la pared, terminando la H con un rayo, al igual que el resto de las letras. Alguien sabía que se habían ido de su alacena y también parecía saber que no habían recibido su primera carta. ¿Eso significaría que lo intentarían de nuevo? Pues la próxima vez se asegurarían de que no fallaran. Tenían un plan.

[...]

El reloj despertador arreglado sonó a las seis de la mañana siguiente. Harriet lo apago rápidamente y se vistió en silencio, para que después Harry la imitara: no debían despertar a los Dursley. Se deslizaron por la escalera sin encender ninguna luz.

Esperarían al cartero en la esquina de Privet Drive y recogerían las cartas para el número 4 antes de que su tío pudiera encontrarlas. A Harriet le latía el corazón aceleradamente mientras atravesaban el recibidor oscuro hacia la puerta

¡AAAUUUGGG!

Harriet saltó en el aire y se trepo a la espalda de su mellizo, quién también grito, pero le preocupo mas la vida de su hermana. Habían tropezado con algo grande y fofo que estaba en el felpudo... ¡Algo vivo!

Las luces se encendieron y, horrorizados, Harry y Harriet se dieron cuenta de que aquella cosa fofa y grande era la cara de su tío. Tío Vernon estaba acostado en la puerta, en un saco de dormir, evidentemente para asegurarse de que ninguno de los Potter no hiciera exactamente lo que intentaba hacer. Gritó a Harriet y a Harry durante media hora y luego le dijo a la pelirroja que preparara una taza de té. La niña se marchó arrastrando los pies y, cuando regresó de la cocina, el correo había llegado directamente al regazó de tío Vernon, mientras Harry lo miraba fulminantemente. Harriet pudo ver cuatro cartas escritas en tinta verde.

Quiero... comenzó Harry, pero tío Vernon estaba rompiendo las cartas enpedacitos ante sus ojos.

Aquel día, tío Vernon no fue a trabajar. Se quedó en casa y tapió el buzón

¿Te das cuenta? explicó a tía Petunia, con la boca llena de clavos. Si no pueden entregarlas, tendrán que dejar de hacerlo. 

No estoy segura de que esto resulte, Vernon.

Oh, la mente de esa gente funciona de manera extraña, Petunia, ellos no son como tú y yo dijo tío Vernon, tratando de dar golpes a un clavo con el pedazo de pastel de fruta que tía Petunia le acababa de llevar.

[...]

El viernes, no menos de doce cartas llegaron para Harry y Harriet, seis para cada uno. Como no las podían echar en el buzón, las habían pasado por debajo de la puerta, por entre las rendijas, y unas pocas por la ventanita del cuarto de baño de abajo.

Tío Vernon se quedó en casa otra vez. Después de quemar todas las cartas, salió con el martillo y los clavos para asegurar la puerta de atrás y la de delante, para que nadie pudiera salir. Mientras trabajaba, tarareaba de puntillas entre los tulipanes y se sobresaltaba con cualquier ruido. 

[...]

El sábado, las cosas comenzaron a descontrolarse. Veinticuatro cartas para Harriet y veinticuatro cartas para Harry entraron en la casa, escondidas entre dos docenas de huevos, que un muy desconcertado lechero entregó a tía Petunia, a través de la ventana del salón. Mientras tío Vernon llamaba a la oficina de correos y a la lechería, tratando de encontrar a alguien para quejarse, tía Petunia trituraba las cartasen la picadora.

¿Se puede saber quién tiene tanto interés en comunicarse con ustedes? preguntaba Dudley a los mellizos, con asombro.

La mañana del domingo, tío Vernon estaba sentado ante la mesa del desayuno, con aspecto de cansado y casi enfermo, pero feliz.

No hay correo los domingos les recordó alegremente, mientras ponía mermelada en su periódico. Hoy no llegarán las malditas cartas... 

Algo llegó zumbando por la chimenea de la cocina mientras él hablaba y le golpeó con fuerza en la nuca. Al momento siguiente, treinta o cuarenta cartas cayeron de la chimenea como balas. Los Dursley comenzaron a correr por todo el lugar, pero Harry saltó en el aire, tratando de atrapar una, mientras que Harriet intentaba tomar una del suelo, pero con todo el revuelo, recibió mas pisadas que nada.

¡Fuera! ¡FUERA!

Tío Vernon tomo a Harry por la cintura y a Harriet del brazo, y los arrojó al recibidor. Cuando tía Petunia y Dudley salieron corriendo, cubriéndose la cara con las manos, tío Vernon cerró la puerta con fuerza. Podían oír el ruido de las cartas, que seguían cayendo en la habitación, golpeando contra las paredes y el suelo. 

Ya está dijo tío Vernon, tratando de hablar con calma, pero arrancándose, al mismo tiempo, parte del bigote. Quiero que estén aquí dentro de cinco minutos, listos para irnos. Nos vamos. Tomen alguna ropa. ¡Sin discutir!

Parecía tan peligroso, con la mitad de su bigote arrancado, que nadie se atrevió a contradecirlo. Diez minutos después se habían abierto camino a través de las puertas tapiadas y estaban en el coche, avanzando velozmente hacia la autopista. Dudley lloriqueaba en el asiento trasero, pues su padre le había pegado en la cabeza cuando lo encontró tratando de guardar el televisor, el video y el ordenador en la bolsa.

Condujeron. Y siguieron avanzando. Ni siquiera tía Petunia se atrevía a preguntarle adónde iban. De vez en cuando, tío Vernon daba la vuelta y conducía un rato en sentido contrario.

Quitárnoslos de encima... perderlos de vista... murmuraba cada vez que lo hacía.

No se detuvieron en todo el día para comer o beber. Al llegar la noche Dudley aullaba. Nunca había pasado un día tan malo en su vida. Tenía hambre, se había perdido cinco programas de televisión que quería ver y nunca había pasado tanto tiempo sin hacer estallar un monstruo en su juego de ordenador.

Tío Vernon se detuvo finalmente ante un hotel de aspecto lúgubre, en las afueras de una gran ciudad. Dudley, Harriet y Harry compartieron una habitación con camas gemelas y sábanas húmedas y gastadas. Dudley roncaba, pero Harry permaneció despierto, y por ende Harriet, ya que compartían un extraño instinto de mellizos. Sentados en el borde de la ventana, contemplando las luces de los coches que pasaban y deseando saber...

Al día siguiente, comieron para el desayuno copos de trigo, tostadas y tomates de lata. Estaban a punto de terminar, cuando la dueña del hotel se acercó a la mesa.

Perdonen, ¿alguno de ustedes es el señor H. Potter? ¿o la señorita H. Potter? Tengo como cien de éstas en el mostrador de entrada. 

Extendió una carta de cada uno para que pudieran leer la dirección en tinta verde:

Señorita H. Potter
Habitación 17
Hotel Railview
Cokeworth

Harriet junto a Harry fue a tomar la carta, pero tío Vernon les pegó en la mano. La mujer los miró asombrada.

Yo las recogeré dijo tío Vernon, poniéndose de pie rápidamente y siguiéndola.

[...]

¿No sería mejor volver a casa, querido? sugirió tía Petunia tímidamente, unas horas más tarde, pero tío Vernon no pareció oírla. Qué era lo que buscaba exactamente, nadie lo sabía. Los llevó al centro del bosque, salió, miró alrededor, negó con la cabeza, volvió al coche y otra vez lo puso en marcha. Lo mismo sucedió en medio de un campo arado, en mitad de un puente colgante y en la parte más alta de un aparcamiento de coches. 

Papá se ha vuelto loco, ¿verdad? preguntó Dudley a tía Petunia aquella tarde. Tío Vernon había aparcado en la costa, los había encerrado y había desaparecido.

Comenzó a llover. Gruesas gotas golpeaban el techo del coche. Dudley gimoteaba.

Es lunes dijo a su madre. Mi programa favorito es esta noche. Quiero ir a algún lugar donde haya un televisor. 

Lunes. Eso hizo que Harriet se acordara de algo. Si era lunes –y habitualmente se podía confiar en que Dudley supiera el día de la semana, por los programas de la televisión– entonces, al día siguiente, martes, era el cumpleaños número once de ella y su hermano. Claro que sus cumpleaños nunca habían sido exactamente divertidos: el año anterior, por ejemplo, los Dursley les regalaron una percha y un par de calcetines viejos de tío Vernon a cada uno. Sin embargo, no se cumplían once años todos los días.

Tío Vernon regresó sonriente. Llevaba un paquete largo y delgado y no contestó a tía Petunia cuando le preguntó qué había comprado.

¡He encontrado el lugar perfecto! dijo. ¡Vamos! ¡Todos fuera! 

Hacia mucho frío cuando bajaron del coche. Tío Vernon señalaba lo que parecía una gran roca en el mar. Y, encima de ella, se veía la más miserable choza que uno se pudiera imaginar. Una cosa era segura, allí no había televisión.

¡Han anunciado tormenta para esta noche! anunció alegremente tío Vernon, aplaudiendo. ¡Y este caballero aceptó gentilmente alquilarnos su bote!

Un viejo desdentado se acercó a ellos, señalando un viejo bote que se balanceaba en el agua grisácea.

Ya he conseguido algo de comida dijo tío Vernon. ¡Así que todos abordo!

El interior era horrible: había un fuerte olor a algas, el viento se colaba por las rendijas de las paredes de madera y la chimenea estaba vacía y húmeda. Sólo había dos habitaciones.

La comida de tío Vernon resultó ser cuatro plátanos y un paquete de patatas fritas para cada uno. Trató de encender el fuego con las bolsas vacías, pero sólo salió humo.

Ahora podríamos utilizar una de esas cartas, ¿no? dijo alegremente.

Estaba de muy buen humor. Era evidente que creía que nadie se iba a atrever a buscarlos allí, con una tormenta a punto de estallar.

Al caer la noche, la tormenta prometida estalló sobre ellos. La espuma de las altas olas chocaba contra las paredes de la cabaña y el feroz viento golpeaba contra los vidrios de las ventanas. Tía Petunia encontró unas pocas mantas en la otra habitación y preparó una cama para Dudley en el sofá. Ella y tío Vernon se acostaron en una cama cerca de la puerta, y Harriet junto a Harry tuvieron que contentarse con un trozo de suelo y taparse con la manta más delgada.

La tormenta aumentó su ferocidad durante la noche. Harry no podía dormir y por consecuente, Harriet tampoco. Se estremecía y daba vueltas, tratando de ponerse cómoda, con el estómago rugiendo de hambre. Los ronquidos de Dudley quedaron amortiguados por los truenos que estallaron cerca de la medianoche. El reloj luminoso de Dudley, colgando de su gorda muñeca, informó a ambos niños que tendrían once años en diez minutos. Esperaban acostados a que llegara la hora de su cumpleaños, pensando si los Dursley se acordarían y preguntándose dónde estarían en aquel momento el escritor de cartas.

Cinco minutos. Harriet oyó algo que crujía afuera y se abrazó al brazo de Harry. Esperaron que no fuera a caerse el techo, aunque tal vez hiciera más calor si eso ocurría.

Cuatro minutos. Tal vez la casa de Privet Drive estaría tan llena de cartas, cuando regresaran, que podrían robar alguna de los dos.

Tres minutos para la hora. ¿Por qué el mar chocaría con tanta fuerza contra las rocas? Y –faltaban dos minutos– ¿qué era aquel ruido tan raro? ¿Las rocas se estaban desplomando en el mar?

Un minuto y tendrían once años. Treinta segundos... veinte... diez... nueve... tal vez despertaran a Dudley, sólo para molestarlo... tres... dos... uno... 

BUM.

Toda la cabaña se estremeció y Harry se enderezó, colocando detrás suyo a su hermana, con las manos entrelazadas, mirando fijamente a la puerta. Alguien estaba fuera, llamando. 

Harriet se escondió detrás de Harry, viendo solamente por el orificio entre su cuello y hombro.

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