¿Tessa Bertrand o Elliot?
—¿Señorita Bertrand?
—Lo siento, pero no está en casa —respondió una mujer al otro lado de la puerta entreabierta, mientras al fondo se escuchaban ruidos de lo que parecía ser la televisión.
—¿Sabe en cuánto tiempo llegará?
—Yo no...
—¿Se les ofrece algo, señores? —preguntó una voz femenina.
Los oficiales voltearon y vieron a una joven de cabellos castaños y mirada esmeralda parada tras ellos.
—Catherine, por favor, abre —ordenó la chica.
La mencionada obedeció, cerrando momentáneamente la puerta. Se escucharon algunos ruidos metálicos antes de que volviera a abrirse por completo.
—Pasen —indicó la dueña de casa.
Los dos hombres se hicieron a un lado para dejar que la joven entrara primero y luego la imitaron. Recorrieron un pasillo adornado con fotos y decoraciones hasta llegar a la sala.
En el suelo, acostada, se encontraba una niña rubia, quien al notar la presencia de los oficiales giró el rostro con una sonrisa antes de incorporarse rápidamente.
Tessa observó la reacción de su hermana y, sin dudarlo, se acercó a ella, colocando suavemente las manos en sus hombros para tranquilizarla.
—Tranquila, Cyn. Ellos solo vienen a platicar —dijo con dulzura, mirándola a los ojos.
La niña, primero nerviosa, miró a los hombres y luego a su hermana. Finalmente, relajó el cuerpo y asintió.
—Tomen asiento, por favor. Catherine, ¿puedes ir con Cyn a recoger un pedido? Tranquila, mi hermanita sabe dónde está la tienda —pidió Tessa con amabilidad, dirigiendo su mirada a la niñera.
—¿Está segura de que estará bien sola? —cuestionó la joven, lanzando una mirada discreta a los oficiales.
—Estaré bien. Cyn, ve por tu bolsa.
La niña obedeció y tardó unos minutos en regresar con una mochila con forma de hamburguesa en sus manos.
Tessa tomó su bolso, que descansaba en uno de los sillones, y sacó algo de dinero para entregárselo a la menor.
—Recuerda, el pedido es un pastel de helado.
La rubia asintió y se acercó a la niñera, tomándola de la mano antes de salir del departamento.
El sonido de la cerradura al encajar resonó en la estancia, marcando un cambio en el ambiente. La tensión se instaló sutilmente mientras la castaña miraba a los dos oficiales con una sonrisa cálida.
—¿Quieren un poco de agua, café, té o...? —ofreció mientras caminaba hacia la cocina.
—Estamos bien, gracias por el ofrecimiento —respondió uno de los oficiales con cortesía.
Tessa tardó unos minutos en regresar, trayendo consigo una bandeja metálica con una jarra de té negro y una rebanada de cheesecake. Colocó la bandeja sobre la mesa y se sentó en el sillón frente a los hombres, dedicándoles una ligera sonrisa.
—Ya que no tenemos oídos indiscretos, díganme, ¿Qué necesitan? —preguntó con una sonrisa tranquila.
—Necesitamos que responda algunas preguntas sobre su tío —dijo el oficial, sacando una pequeña libreta junto con un lapicero de su chamarra—. Claro, si no hay inconveniente.
La castaña negó con la cabeza mientras se servía un poco de té.
—¿Cómo era la relación del señor Elliot con sus hijos?
—Normal. Mi tío educó muy bien a mis primos para que fueran personas correctas y de bien —respondió antes de darle un sorbo a su taza y dejarla nuevamente sobre la mesita.
El oficial tomó notas mientras ella continuaba:
—Si se refiere a problemas, pues claro, toda familia los tiene.
—¿Qué clase de problemas?
—Los comunes, ya sabe. Berrinches cuando eran niños, discusiones porque algo no salió como esperaban, desacuerdos, ese tipo de cosas —enumeró con los dedos, mientras el oficial seguía escribiendo.
«Es muy precavida», pensó el otro agente, observando a la joven con atención.
—¿Los hermanos tenían problemas entre ellos?
—Ay, querido oficial, ellos se pelean hasta por quién se comió la última rebanada de pastel en el refrigerador, así que sí, pueden tener problemas entre ellos —dijo con una risa ligera, reflejando diversión y ternura en su voz.
Tomó el plato con el postre, cortó un bocado con el tenedor y se lo llevó a la boca antes de continuar, todavía saboreando el cheesecake:
—Mmm, eso me recuerda la vez que discutieron por quién cuidaría a Cyn —dijo con cierta dificultad por la comida en su boca.
—¿Y cómo es su relación con sus primos?
—¡Súper linda! Son tan amables con nosotras, nos cuidan mucho y nos llevamos súper cute —dijo, poniendo las manos en sus mejillas y dándose ligeros golpecitos—. ¡Son los mejores primos del mundo!
Los oficiales se miraron entre sí, un poco desconcertados. Estaban tan acostumbrados a lidiar con personas a la defensiva que tratar con alguien tan alegre los sacaba de su zona de confort.
—¡Oh! Eso me recuerda la vez que hicimos una pijamada. ¿Sabían que a Vanessa le gusta cultivar flores? ¡Dios! Lo esperaría de Uzi, ¿pero de ella? Y además...
—¿Sabe de alguien con quien el señor Elliot tuviera problemas? —interrumpió uno de los oficiales, haciendo que Tessa lo mirara con desaprobación.
—No, la verdad desconozco si mi tío tenía conflictos con alguien. No sé cómo pudieron matar a un hombre tan bueno y benevolente —sollozó la castaña, cerrando los ojos.
Los oficiales intercambiaron miradas. Era ahora o nunca.
—¿Ni siquiera alguien como usted?
Tessa abrió los ojos de golpe, sorprendida. Miró a los oficiales como si hubieran perdido la cabeza.
—No se lo tome personal, pero usted tenía razones para querer matar a su "tío" —insistió el hombre, observando atentamente su reacción.
—¿Yo? ¿Matar a mi tío? —repitió ella, parpadeando varias veces antes de llevarse una mano al pecho, justo sobre el corazón—. ¿Están locos? ¿O acaso el cansancio les está afectando, señores? Sabía que los policías no tenían sentido del humor, ¡pero esto es demasiado, incluso para ustedes! —su voz reflejaba una diversión burlona.
Los oficiales apretaron la mandíbula. Prácticamente se estaba riendo en su cara.
—No estamos jugando, señorita Bertrand... o ¿prefiere Elliot? —preguntó uno de los hombres con seriedad.
Tessa se acomodó en el sofá, cruzando las piernas y observándolos con los ojos entrecerrados.
—¿Qué es lo que intentan conseguir? —preguntó con frialdad.
—Solo queremos descartar posibles sospechosos, así que...
—¿Y creen que yo tendría razones para asesinar a quien prácticamente me acogió? —interrumpió con tono seco.
Ambos hombres asintieron.
Tessa suspiró con cansancio, descruzó las piernas y apoyó los codos en sus rodillas, entrelazando las manos.
—Saben, deberían retirarse. Se nota que demasiados años en la policía les han hecho creer que todo es una telenovela barata —su voz estaba cargada de sarcasmo—. ¿Por qué razón YO querría matarlo? Fácilmente mi tío pudo habernos enviado a un orfanato y no volver a saber...
—¿Entonces piensa proteger a la familia que es responsable de que su hermana terminara como una retra...
El oficial calló abruptamente. Frente a él, Tessa le apuntaba con un revólver. Su expresión antes alegre ahora era severa, y aquellos ojos que reflejaban amabilidad estaban fríos y llenos de enojo.
El otro oficial movió lentamente la mano hacia su cadera, listo para sacar su arma e intentar calmar la situación provocada por las palabras de su compañero.
—Yo que usted no haría eso —advirtió Tessa sin apartar la mirada del oficial al que amenazaba—. Por favor, continúe, señor. Es de mala educación dejar una conversación a medias, ¿sabe? —Quitó el seguro del arma con un clic metálico que resonó en la sala, haciendo que ambos hombres se tensaran—. ¿Y bien?
Los oficiales guardaron silencio. La paciencia de Tessa se agotaba.
—Según sus teorías, de alguna manera planeé el asesinato. Aunque existan pruebas que demuestren que yo no estuve en el lugar ni en la hora de los hechos... digamos que saben la verdad detrás de toda esta mentira —hizo una pausa, moviendo la cabeza de un lado a otro con hastío mientras su mano libre hacía gestos al hablar—. No entiendo por qué quieren reavivar algo que ya quedó en el pasado.
—Como dije antes, necesitamos descartar posibles...
—Sí, sí, sí. Posibles sospechosos y todas esas mierdas —interrumpió con sarcasmo y enojo.
—Si es por un asunto monetario, hay programas que podrían ayudarla y...
—No se trata del dinero —lo cortó con frialdad—. Se trata de hacer lo necesario para proteger lo único bueno que ese malnacido dejó en este mundo. Y eso son mis hermanos. Pero eso no responde a mi pregunta.
El oficial tragó saliva antes de continuar.
—Según los informes médicos, su hermana, a los tres años, sufrió un incidente que la privó de oxígeno el tiempo suficiente como para causarle el problema neurológico que padece. En dicho incidente estuvo involucrada la esposa de su padre y, basándonos en eso, existe la posibilidad de que usted quisiera tomar represalias contra la familia Elliot.
Los ojos de Tessa se entrecerraron peligrosamente. En el pasado, sí había querido hacerles pagar, pero con el tiempo entendió que sus hermanos también habían sido víctimas de su padre.
—Lo que hubiera o no hecho en el pasado no es un asunto que les concierna. —Su voz sonó cortante antes de curvar los labios en una sonrisa cínica—. De una manera poética, Martha recibió su castigo. Y con eso me conformo.
—¿Entonces admite que quiso hacerles daño?
—Martha recibió su castigo. Y mi padre, de alguna manera, se hizo cargo de nosotras. Yo diría que ya fue suficiente.
—Aun sabiendo lo que él le hizo a su...
El oficial no terminó la frase. Tessa había acercado aún más el arma a su frente. El frío del metal contra su piel le erizó la nuca y le heló la sangre.
—No insista con el tema —murmuró ella con dulzura—. Mi hermana eligió este hermoso color amarillo para las paredes. Sería una lástima tener que redecorarlas con un bonito tono de rojo.
El oficial sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—Lamento mucho que ya se tengan que ir, pero es tarde y sinceramente... estoy cansada.
Los dos oficiales no perdieron el tiempo. Se levantaron de inmediato y se dirigieron apresurados hacia la puerta. El interrogatorio no había salido como esperaban; no obtuvieron respuestas concretas, y eso era un problema.
Tessa soltó un suspiro, volviendo a colocar el seguro del arma.
—No creí que realmente usaría este regalo... —murmuró, dejando escapar una pequeña risa—. Jajaja... N tenía razón cuando me lo obsequió.
Sostuvo el arma unos segundos más, acariciando la parte metálica con los dedos. Luego la dejó sobre la mesita y se dirigió a la cocina, donde su teléfono descansaba sobre la isla.
Al encenderlo, revisó las notificaciones. Nada de sus hermanos. Ese pequeño detalle la alivió. Significaba que Cyn aún no llegaba a la casa principal.
Con el rostro sereno, marcó el número de la estación policial.
—Departamento de policía Cooper 9, ¿Cuál es su...?
—Quiero hablar con su teniente.
—Lo siento, señorita, pero a menos que sea una queja formal, con gusto puedo...
—Dije que quiero hablar con el teniente. —Su voz se endureció, reflejando su creciente irritación.
Al otro lado de la línea, la secretaria suspiró y murmuró un fastidiado "No me pagan lo suficiente" antes de ponerla en espera.
Pasaron unos minutos antes de que una voz masculina, cargada de agotamiento, resonara en la bocina.
—Soy el teniente Richard. ¿Qué sucede?
Por un instante fugaz, Tessa sintió algo de lástima por el hombre. Pero el recuerdo de lo ocurrido hace unos minutos avivó nuevamente su enojo.
—No sé qué clase de entrenamiento les den en esa puta academia, pero sé que es ilegal interrogar a un menor sin la presencia de su tutor o un abogado. También deberían mejorar sus modales, porque llamar "retrasado" a un discapacitado no es precisamente profesional.
Hizo una breve pausa, disfrutando el silencio incómodo al otro lado de la línea.
—Si no ha quedado claro con quién habla, soy Tessa Bertrand. Tal vez en unas horas reciba la visita de mis primos, así que le sugiero que tenga a la mano pastillas para el dolor de cabeza. —Su tono era serio, sin una pizca de amabilidad—. O mejor aún... ¡no vuelva a acercarse a mí ni a mi hermana!
Colgó la llamada sin esperar respuesta.
Su cuerpo, antes tenso, finalmente se relajó. Sus ojos recorrieron la cocina como si en algún rincón estuviera la solución a toda esa problemática.
—¿Habrá suficiente tiempo para hornear un postre? —murmuró, recargando la mejilla sobre su mano izquierda.
J llevaba un tiempo revisando su teléfono, leyendo y releyendo el mensaje de Tessa. Un suspiro frustrado escapó de sus labios. Una parte de su plan no había salido como esperaba, y la sensación de impotencia la carcomía.
Decidida a distraerse y a evitar que su hermano buscara refugio en otra oleada de alcohol, se enfocó en ayudarlo con los pendientes de la empresa.
El tiempo avanzaba con una lentitud exasperante mientras repasaban los documentos. N se recargó en el respaldo de la silla, estirando los brazos con un quejido leve, tratando de calmar la tensión en su espalda. J, en cambio, se puso de pie, estirando su cuerpo con un suspiro de alivio.
—Dios, me duelen los ojos —murmuró la rubia, cerrando los párpados por un momento.
—No tenías por qué ayudar... —
N se quedó en silencio de repente.
Afuera, el sonido de pasos apresurados irrumpió en el pasillo. Personas corriendo.
El instinto tomó el control. Con rapidez, llevó su mano izquierda al cajón superior del escritorio, donde descansaba una Remington Double-Derringer. J, alertada, se movió a su lado. Ambos esperaron en tensa expectación.
Las puertas de madera se abrieron de golpe.
Cyn irrumpió en la habitación, riendo en voz alta antes de lanzarse a los brazos de J. La rubia apenas tuvo tiempo de reaccionar, pero al sentir el pequeño cuerpo aferrarse a ella, correspondió el abrazo con desconcierto y alivio.
Sus ojos buscaron a N. Su expresión reflejaba la misma duda que pesaba en su mente.
Detrás de Cyn, tres mujeres entraron corriendo. Dos eran empleadas de la mansión y la tercera, su niñera. Sus rostros evidenciaban el agotamiento de haber corrido desde la entrada hasta el tercer piso.
El sonido de su jadeo rompió el silencio.
—C-Cyn... Dios, niña... sí que... uff... tienes buena condición física... —balbuceó la niñera entre respiros, apoyando las manos sobre sus rodillas en un intento de recuperar el aliento.
Cuando finalmente levantó la vista, la tensión en el ambiente se hizo evidente. Su expresión cambió de inmediato, los nervios apoderándose de ella.
—Y-Yo... ¡Lo siento mucho! —gritó la chica, cubriendo su rostro con ambas manos, avergonzada por cómo se estaban desarrollando las cosas—. Cyn, ven, no debes molestar a tus primos —susurró sin atreverse a mirar a los dos adultos.
La pequeña rubia, lejos de sentirse avergonzada, le sacó la lengua juguetonamente antes de esconderse detrás de J. La pobre niñera no dejaba de temblar por los nervios. Si antes no la habían despedido por no romper un plato, ahora sí que estaba segura de que su empleo pendía de un hilo.
Los dos hermanos intercambiaron una mirada entre la confusión y la diversión por la escena.
—Princesa, ¿Dónde está Tessa? —preguntó J con suavidad.
Cyn salió de su escondite con una gran sonrisa.
—Me pidió que fuera por un pastel de helado.
El ambiente cambió de inmediato. J y N se miraron serios. Si Tessa había enviado a Cyn con ellos, significaba que algo estaba mal.
—Déjennos solos —ordenaron al unísono.
Las empleadas obedecieron sin cuestionar, cerrando la puerta tras ellas. Ahora, solo quedaban los cuatro hermanos en la habitación.
—Bien, Cyn, ya estamos solos. Dinos exactamente qué pasó —pidió Nicolás.
La pequeña se trepó a la silla donde antes estaba J, balanceando los pies con una sonrisa despreocupada.
—Hermana Tessa me mandó por ustedes. Hay dos hombres con ella, no los conozco —explicó con simpleza.
El cuerpo de J se tensó, al igual que el de N. Se miraron, la preocupación reflejada en sus rostros.
—J, llama a V y dile que regrese a casa rápido —ordenó N con seriedad.
Ella asintió y sacó su teléfono del bolsillo de su falda, marcando el número de su gemela.
—¿Ahora qué pasó? —respondió V al otro lado de la línea.
—Vuelve ahora, Tessa está en problemas —fue lo único que dijo antes de colgar.
Mientras tanto, Cyn jugaba con el teléfono de N, y este último revisaba el arma en su cinturón.
—¿No tienes una para mí? —preguntó J, cruzándose de brazos.
—Lamentablemente no. Creí que ya no practicabas tiro —respondió N sin alzar la vista.
—El hecho de que ya no practique no significa que no sepa cómo sostener una pistola, tarado —refunfuñó ella, colocando las manos en sus caderas.
N solo la miró un momento antes de negar con la cabeza.
Pasaron unos veinte minutos antes de que la puerta se abriera de golpe. V entró jadeando, con la frente cubierta de sudor y las mejillas enrojecidas por el esfuerzo.
—Qué bueno que llegas. Ahora vámonos, Tessa está sola —dijo J, sin perder más tiempo.
N tomó la mano de Cyn y los cuatro hermanos salieron de la habitación.
Al llegar a la planta baja, se encontraron con una escena inesperada: la niñera estaba desmayada en el suelo.
—¿Qué le pasó? —preguntó N con curiosidad, señalando a la mujer inconsciente.
—Se desmayó cuando la señorita Vanessa entró diciendo algo sobre la joven Tessa —explicó una de las sirvientas, que sostenía a la mujer por un brazo.
—Llévenla a una de las habitaciones —ordenó J con seriedad.
Las mucamas obedecieron sin demora.
Sin más dilación, los hermanos salieron de la mansión y subieron a uno de los autos. El ambiente dentro del vehículo era tenso, solo interrumpido por las risas despreocupadas de Cyn.
En la comisaría, el teniente sentía que moriría de un coraje. El ambiente se había vuelto denso, cargado de una tensión casi asfixiante. Nadie se atrevía a acercarse a preguntar qué había sucedido; todos sentían que si lo hacían, terminarían con un agujero de bala en la frente.
Para buena o mala suerte —dependía de cómo se quisiera ver—, las dos personas responsables de su enojo hicieron su entrada con rostros derrotados. Los oficiales sintieron inmediatamente las miradas sobre ellos y comprendieron que su plan para evitar un regaño ya no les serviría.
—A mi oficina. ¡Ahora! —ordenó el teniente con voz atronadora.
Ambos hombres se encogieron instintivamente. A su alrededor, los murmullos no tardaron en surgir; los demás agentes sacaban sus propias teorías sobre lo que aquellos dos idiotas habían hecho para desatar la furia de su superior.
Dentro de la oficina, el silencio era opresivo. El teniente los fulminó con la mirada antes de tomar asiento, entrelazando los dedos sobre el escritorio.
—Recibí una llamada bastante interesante —soltó con una calma que solo hacía más evidente su enojo—. ¿Quién creen que era?
Los dos oficiales tragaron saliva, incapaces de responder.
—¿Nada? —el tono de su jefe descendió unos grados más, volviéndose gélido—. ¿Ninguno de ustedes lo sabe? ¿O acaso son tan estúpidos que no pensaron que la sobrina del señor Elliot me llamaría para quejarse de lo que hicieron?
El sudor comenzó a perlar las frentes de los dos hombres. El teniente, en cambio, se inclinó ligeramente hacia adelante, con los puños apretados sobre la mesa, las venas marcándose en su cuello.
—¡Expliquen qué pasó! —rugió finalmente, perdiendo la poca paciencia que le quedaba.
Tessa tarareaba Poison de Hazbin Hotel mientras preparaba el betún para decorar el postre que se horneaba en el horno. Sus movimientos eran rítmicos, casi sincronizados con la melodía, y el ambiente en la cocina se sentía tranquilo, hasta que el sonido de la puerta abriéndose interrumpió el momento.
Risas y pisadas resonaron por el pasillo, acercándose a donde ella estaba.
—¡Hola, hermanos! ¿Cómo están? —preguntó la castaña con una sonrisa, sin apartar la vista de su tarea.
Sin embargo, al alzar la mirada, notó las expresiones de los tres mayores: la veían como si le hubiera salido una segunda cabeza.
—Cyn, ve a bañarte —ordenó con tranquilidad.
La pequeña asintió sin quejas y salió corriendo, dejando a los cuatro solos en la cocina.
El ambiente cambió de inmediato. La calidez de antes se evaporó y el aire se volvió pesado. Tessa dejó escapar un leve suspiro, borrando su sonrisa. Su rostro se volvió inexpresivo mientras observaba a sus hermanos, quienes ya estaban sentados alrededor de la isla de la cocina, esperando respuestas.
—Supongo que Cyn les habrá hablado de los hombres misteriosos, ¿no? —preguntó con voz neutral.
Los tres asintieron, serios.
Tessa inhaló profundamente antes de continuar.
—Eran dos oficiales —empezó, su tono manteniéndose calmado, aunque sus dedos tamborileaban sobre la mesa con inquietud—. Querían saber cómo era la relación con nuestro padre. Al principio solo di respuestas ambiguas, pero me dijeron que dejara de fingir.
Hizo una pausa, sus manos inconscientemente cerrándose en puños.
—Negué lo que insinuaban, pero los malditos hijos de puta tocaron una fibra que no debieron haber tocado... llamaron a Cyn retrasada.
El aire se volvió denso. J y V intercambiaron miradas, mientras N apretaba la mandíbula con furia contenida.
—Y luego —Tessa tragó saliva—, los estúpidos mencionaron a...
Su voz se apagó de golpe.
El silencio que cayó sobre ellos fue casi asfixiante.
La castaña bajó el rostro, con los hombros tensos, sintiendo una mezcla de enojo, miedo y vergüenza. No quería que la vieran así, tan vulnerable.
Se obligó a respirar hondo, tratando de recomponerse.
Pero el daño ya estaba hecho.
—Ellos... ellos intentaron sacar el tema de nuestra madre —sollozó.
Pequeñas cascadas de lágrimas resbalaban por sus mejillas, y su voz se quebraba con cada palabra.
Tessa siempre había sido alguien alegre, expresiva, imposible de imaginar con una expresión de tristeza genuina. Verla así, temblorosa y frágil, era un golpe para sus hermanos. Querían abrazarla, darle consuelo, pero sabían que esa simple muestra de compasión solo la haría enojar. Así que se quedaron en sus sitios, observándola con impotencia, escuchando los pequeños sollozos que escapaban de sus labios.
Respiraba con dificultad, como si el aire no le alcanzara. Odiaba mostrar debilidad, lo detestaba. Pero en ese momento, lo único que quería era llorar, gritar, romper algo, liberar la ira que burbujeaba dentro de ella.
—No soporté que sacaran ese tema... —su voz tembló—, y amenacé a uno de los oficiales con el arma que me regaló Nicolás...
Se cubrió el rostro con ambas manos, su cuerpo temblando por la mezcla de emociones que la abrumaban.
—Dios... —soltó un susurro tembloroso—. ¿Soy una mala persona?
Sus piernas flaquearon, y sin fuerzas, cayó de rodillas frente a sus hermanos.
N, V y J se exaltaron, intentaron levantarla, pero la castaña alzó una mano, deteniéndolos. Una súplica silenciosa de que no quería lástima.
Y entonces, rió.
Primero fue un sonido bajo, casi como un jadeo entrecortado. Luego, una risa estridente, descontrolada, rota.
—¡Jajaja, esos inútiles intentaron que me pusiera en su contra! —se carcajeó, mientras las lágrimas seguían cayendo—. ¡Si supieran que, en el pasado, sí intenté hacerles algo!
La habitación se sumió en un silencio denso.
N, V y J la observaban con una tristeza profunda. Sabían lo delicado que era el tema de su madre, y Tessa casi nunca hablaba de ella. Que unos desconocidos hubieran usado algo tan íntimo como un arma en su contra era imperdonable.
Un olor repentino rompió el momento.
—¿Qué se está quemando? —preguntó V, arrugando la nariz.
El hedor a algo carbonizado llenó la cocina.
—¡Mierda! —N reaccionó de inmediato, corriendo hacia el horno.
Abrió la puerta y sacó lo que alguna vez había sido masa... ahora reducida a una masa negra y calcinada.
El humo ascendió en espirales, impregnando el aire.
Tessa dejó escapar una risa amarga.
—Vaya —susurró, limpiándose las lágrimas con la manga de su blusa—. Ni siquiera puedo hacer un maldito pastel sin que todo se arruine...
Pero esta vez, ninguno de sus hermanos se atrevió a reír.
Con la garganta apretada, las lágrimas volvieron a brotar, pero esta vez eran más intensas, más profundas. Se encorvó sobre sí misma, su cuerpo temblando con cada sollozo. Los golpes de sus puños cerrados contra el suelo resonaron en la habitación, intentando liberar toda la frustración que la ahogaba. Cada golpe era una explosión de ira contenida, una forma de desahogarse ante la sensación de impotencia.
Para alguien que no conociera a Tessa, verla llorar por un pastel podría parecer una tontería. Un desliz emocional, una reacción exagerada. Sin embargo, sus hermanos sabían mejor. El dolor que sentía no era por la comida. Era por todo lo que había sucedido, por lo que esos hombres le habían hecho sentir, por la impotencia de no poder proteger a su hermana de sus propios recuerdos dolorosos. El pastel, el simple pastel, solo era un catalizador para liberar todo lo que había estado acumulado.
N, al observarla, reconoció lo que estaba viendo: Choux. Ese postre tan especial que su madre solía preparar para ellas. Cada vez que lo hacían, era un recuerdo feliz. Y ver a Tessa, tan rota y destrozada por algo tan insignificante, lo llenó de rabia. Con un rugido de frustración, tomó la bandeja quemada y la arrojó al fregadero con furia. El ruido del metal golpeando el acero resonó como un eco de su enojo.
Sin decir una palabra, salió del departamento con un portazo que hizo que las paredes temblaran. Su mente estaba en ebullición, y su única intención era una: arreglar cuentas. Quienes habían hecho llorar a Tessa, quienes se habían atrevido a tocar esos recuerdos dolorosos, no iban a salirse con la suya.
—Denme sus placas. Estarán fuera de la investigación hasta que este maldito problema se solucione —ordenó el teniente, señalando su escritorio.
Sin dudarlo, los dos oficiales dejaron sus identificaciones en el lugar indicado y salieron de la oficina.
—Dios, dame paciencia, porque si me das fuerza, haré una masacre —murmuró el hombre, frotándose las sienes.
Miró su teléfono en busca de algún mensaje o llamada perdida de su supervisor. Para su buena suerte (al menos por el momento), no había nada, pero sabía que era cuestión de tiempo antes de recibir una llamada o una visita.
Los demás trabajadores observaron a sus compañeros salir furiosos de la oficina. Por el griterío de hace unos momentos, estaba claro que habían cometido un error grave y que, de alguna manera, eso terminaría afectándolos a todos, aunque aún no sabían cómo.
La secretaria solo observó lo sucedido. Sabía que debía informar a Haku, aunque lo haría más tarde. Después de todo, nunca se sabe dónde podría haber ojos indiscretos.
N caminaba por un parque cercano con la intención de tranquilizarse. Hace unos momentos, quería ir directamente a la comisaría, pero su chófer se lo impidió. El hombre mayor le sugirió pensar las cosas con la cabeza fría y analizar bien sus próximos movimientos.
Para pasar desapercibido, el chófer le entregó una gabardina y un sombrero. Puede que no supiera exactamente qué había sucedido, pero si los tres hermanos habían ido a cuidar de las señoritas Bertrand, debía ser algo serio. Por suerte, Nicolás decidió seguir su consejo.
Ahora, sentado en una banca alejada de la gente, observaba a su alrededor, admirando cómo el cielo se teñía de tonos naranjas, rosas y dorados, preparándose para dar paso a la oscuridad azulada de la noche. Sacó su celular y marcó el número de su secretaria. Se sentía mal por llamarla fuera del horario laboral, pero era una emergencia. No pasó mucho tiempo antes de que ella contestara.
—Necesito que investigues el número del capitán de la policía —ordenó antes de colgar.
Esperó alrededor de cinco minutos hasta que su celular vibró con un mensaje.
Sharon:
Señor, este es el número 01***. Por cierto, la señora Doorman llamó hace unos momentos, quiere reunirse con usted.
Nicolás Elliot:
Dile que estaré disponible mañana. Sé que es mucho pedir, pero ¿puedes reacomodar mi agenda para que tenga al menos dos horas libres para estar con mi suegra?
Sharon:
No se preocupe, puedo hacerlo. Antes que nada, ¿podría salir temprano mañana? Tengo una cena con mi prometida.
Nicolás Elliot:
Sí, puedes. Y sé que no lo digo a menudo, pero gracias por tu ayuda.
Cerró el chat, marcó el número que le había proporcionado Sharon y esperó.
Otro capítulo corregido y editado.
DesignacionExilon, Kiara145uwu,King--Kazma,Nana_Gacha5,Solecitomedusa11,The_Walking_Pendejo,Emi_68181
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