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Verano de 1998


«Qué verano tan asfixiante», pensó Tabitha mientras el ventilador refrescaba su cuerpo inerte postrado en su cama. Ése sería su plan para el resto de los meses: escuchar música y dormir. Tal vez bajaría a nadar cuando la piscina estuviera llena.

Un golpe seco, apenas perceptible se escuchó, y Patricia, su madre, entró sin esperar a ser invitada:

—Vamos, deberías salir hoy hace un día estupendo —dijo mientras guardaba unas camisetas en el cajón de su cómoda.

—¿Estás loca, mamá? Hace demasiado calor y la piscina aún no está llena. —Tabitha cerró los ojos y disfrutó del viento frío.

—¿Sabes lo malo que es para el medio ambiente? —le contestó su madre apagando el aparato.

—¿Quieres matarme de calor? —dijo Tabitha levantándose para encenderlo de nuevo, pero su madre la apartó.

—Mira —le dijo señalando por la ventana—. ¿Ése no es Brad Hamilton?

Ambas se asomaron, para ver cómo un chico, alto y delgado, sacaba unas cajas del maletero de un coche negro. «¿Ése era Brad Hamilton?», pensó Tabitha sin creérselo. No se parecía nada al chico que ella conoció: ahora vestía con ropa oscura, llevaba unas gafas de pasta negras y los brazos llenos de tatuajes.

—Vaya cambio de imagen —dijo Patricia boquiabierta.

—¿Sabes qué hace aquí? —le preguntó a su madre.

Brad se marchó hacía ya cinco años. Sus padres se divorciaron y él se fue a vivir con su madre. Nunca quiso saber nada de su padre, ya que al parecer, engañó a su madre con la profesora de primaria, la señorita Harris.

—Su madre murió hace una semana. —Su rostro se entristeció—. Al tener todavía diecisiete ha tenido que mudarse con su padre... Pobrecito. Vamos a saludarlo.

—Ni hablar —dijo, y volvió a encender el ventilador; se tumbó de nuevo y subió de nuevo el volumen.

—No me digas que...¿aún te gusta? —Su madre se cruzó de brazos.

—¿De qué hablas? —dijo levantando una ceja.

—Soy tu madre, ¿crees que no me daba cuenta de que te pasabas las horas mirándole por esa ventana?

—Mamá, no sé de qué hablas...

—Está bien... entonces, ¿por qué no vas a saludarlo? —Patricia apagó de nuevo el ventilador y la miró con una gran sonrisa.

Tabitha resopló frustrada y miró a su madre. «¿Por qué no vas a saludarlo?», le dijo su voz valiente. «Ya no eres una niña». Se incorporó con pesar y de reojo, vio como su madre sonreía satisfecha.

Cuando puso un pie en la calle, el aire caliente de California la invadió y se sintió más agobiada aún. Observó la casa de delante, y sin poder evitarlo, puso los ojos en la ventana que solía ser de Brad, su vecino y amor de infancia, que se fue de su lado cuando más cerca estuvo.

Tabitha cruzó la calle con determinación y seguridad; se fijó mejor en él a medida que se acercaba: estaba muy diferente, no solo físicamente, sino también en su forma de moverse y en la energía que transmitía.

—Hola —lo saludó con la mano y luego se apoyó en su coche cruzada de brazos.

—Hola —contestó Brad sin apenas mirarla. Tenía el cabello oscuro y repeinado con cera o tal vez gomina.

—Cuanto tiempo sin vernos... —Brad siguió sacando cajas sin prestarle atención. Tabitha empezó a sentirse frustrada—. Siento lo de tu madre.

Él se paró delante de ella con una caja de cartón en las manos, entrecerró los ojos y se acercó ligeramente:

—Perdona... ¿nos conocemos?

Tabitha apretó la mandíbula con fuerza. «¿Si nos conocemos?», pensó mientras se controlaba las ganas de pegarle.

—¿Eres imbécil? —le dijo—. Soy Tabitha, fuimos vecinos durante doce años.

Brad miró en dirección a la casa unifamiliar para luego mirarla a ella.

—Ah, ya...

Después de eso, volvió a lo suyo, como si nada hubiera pasado.

—¿De verdad no te acuerdas de mí? —espetó Tabitha con el ceño fruncido. Brad solo se encogió de hombros como respuesta—. Vamos, ¿tienes amnesia o algo?

—Mira, lo siento pero no tengo tiempo para esto ahora. —La esquivó para continuar su ruta y entrar en casa.

—¡Oye! —Brad se giró para mirarla y Tabitha lo apuntó con un dedo acusador—. ¡Haré que te acuerdes de mí!

Tabitha vio como su vecino se quedó sin palabras, así que se dio la vuelta satisfecha; su melena rubia se movió al mismo ritmo que sus pasos seguros. «Tengo un plan infalible».

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