Recuerdo número dos
Brad estaba en su habitación relajado escuchando música. Su padre abrió la puerta de su cuarto y le dijo algo, pero los acordes duros de Sum 41 evitaron que tuviera que oírle; tampoco se molestó en quitarse los auriculares. Observó a su padre con clara indiferencia hasta que pareció cansarse y se fue. «Puto falso», pensó cerrando los ojos.
***
Tabitha abrió la puerta del cobertizo del jardín. En el fondo, encontró un par de bolsas enormes llenas de hojas secas. Su madre las guardaba para poder hacer abono. «Qué suerte», pensó mientras sacaba las bolsas fuera de la caseta.
***
Brad escuchó un ruido que provenía de la planta de abajo, y éste le hizo salir de su ensoñación. El reproductor hacía rato que se había parado en la canción doce. «Será Tabitha», pensó dejando el discman en la mesa; salió de su habitación y bajó las escaleras. Llevaba días observando a Tabitha para tratar de prevenir cualquier ataque. Cuando llegó a la puerta principal miró por la mirilla pero no vio nada. Con calma abrió la puerta y se asomó; pero parecía todo tranquilo: vio a una niña pasear con su bicicleta y al señor Peterson pasear su doberman.
«Tal vez me lo haya imaginado», pensó Brad volviendo a su cuarto, pero al abrir, se encontró con Tabitha, que estaba expandiendo un montón de hojas por todas partes. Se puso las manos en los bolsillos, se apoyó en el marco de puerta para poder ver el divertido espectáculo.
—Recuerdo número dos —dijo ella mostrando dos dedos—. Jugamos...
—Jugamos con hojas secas en el bosque —la interrumpió Brad.
—¿Te acuerdas?
—Por supuesto —dijo acercándose a Tabitha. Esa tarde la encontró especialmente guapa: llevaba unos tejanos cortos y una camiseta negra de tirantes. Su cabello estaba recogido con un moño alto mal hecho—. Siempre supe quien eras.
Brad la cogió de la mano y cuando ésta se distrajo, le tiró hojas en la cabeza.
—¡Oye! —bramó haciendo un mohín. Brad se rió y la guió hasta la cocina, con sus dedos entrelazados a los suyos—. ¿Adónde me llevas? —preguntó Tabitha.
La ignoró y le regaló una media sonrisa. La acompañó para que se sentara en uno de los taburetes. Se dirigió a la nevera y de reojo vio como Tabitha se sacó una piruleta del bolsillo. Brad sacó dos cervezas y le ofreció, pero negó con la cabeza:
—No deberías beber siendo menor de edad, es malo para la salud —le dijo Tabitha con la cabeza inclinada.
—Oh, entiendo y comer chucherías es buenísimo. —Brad se acodó en la encimera y la miró divertido— ¿Crees que no he visto que te pasas el día comiendo caramelos?
—Qué pasa, ¿acaso me espías?
—¿Me lo dices tú? —Brad se acercó mucho a ella e inclinó la cabeza para mirarla fijo— ¿La chica que se pasaba todo el día espiándome por la ventana?
Brad notó como se sonrojaba y se quedó serio, mirándola fijo. Aún recordaba sus ojos color miel, con una pequeña mota azulada. Trató de aproximarse, pero cuando estuvo a punto de llegar a sus labios, Tabitha se levantó y fue directa a la puerta de atrás.
—¿Adónde vas? —preguntó Brad.
—Me voy a casa, me aburre estar aquí —dijo deslizando la puerta corredera de cristal.
—¿Vas a planear tu siguiente jugada?
Ella se giró dándole vueltas al caramelo y lo miró con una ceja levantada.
—Yo solo quería que te acordaras de mí. —Le sonrió—. Ya no necesito hacer nada más.
Tras esto, cerró la puerta y se marchó.
Brad cerró los ojos frustrado, cogió su cerveza para volver a su habitación. Cuando entró se acordó que el suelo estaba lleno de hojarasca. Maldijo entre dientes, tomó el discman y salió de allí, para así despreocuparse.
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