EPÍLOGO
Esa no era una noche cualquiera; era la noche de estreno de una de las obras donde Jungkook participaba.
No era cualquiera, pues en todas y cada una de las ocasiones que había acudido a verlo con boleto en mano para uno de los mejores lugares del teatro, él me deslumbraba como si fuera la primera vez.
Fue sencillo comprender a Jimin y su incansable insistencia tan pronto fui testigo de su pasión en el escenario. Años atrás había observado a Jungkook danzar sobre el ring de un oscuro gimnasio; fue como ver a un ave con las alas rotas intentando retomar la confianza en sí mismo y emprender el vuelo; con el orgullo lastimado y un sueño que creía caducado, dando traspiés con el único objetivo de rememorar lo que algún día fue. En cambio ahora, con su tobillo sano y la convicción de continuar el sueño del que alguna vez huyó con todas sus fuerzas, me di cuenta que él había nacido para el escenario y yo no tenía la mejor idea de que el destello parpadeante que un día me cegó, no era más que una estrella cuyo brillo fue opacado por una densa nube que finalmente se había disipado.
Con mis ojos puestos en el escenario de un gran teatro revestido de rojo y estatuas de mármol cuyos cuerpos perfectamente rayados custodiaban las esquinas, Jungkook danzaba en el centro del escenario de una ciudad nocturna y patéticamente iluminada si se trataba de competir contra la silueta que parecía contener el brillo y agresiva energía de una supernova. En ocasiones cuando realizaba un gran salto y sus músculos fuertes se tensaban manteniendo la perfecta silueta de un ángel con alas invisibles en el aire, contenía el aliento hasta que sus pies tocaban el suelo con un ruido limpio y me percataba de que sonreía ampliamente; en otras, cuando giraba sobre su propio eje, agitando su pierna flexionada y sus brazos ascendían a las alturas como una espiral que amenazaba con tocar el techo, creía sentir su mirada afilada sobre mí, realzada por el maquillaje brillante y oscuro cuando se detenía en seco sin perder ni un poco el equilibrio; y en otras, las más raras y satisfactorias de todas, me descubría aplaudiendo sin soltura con las mejillas empapadas cuando él hacía una reverencia a su público y podía sentir que esa sonrisa llena, adorable y orgullosa de sí mismo, se conectaba con la mía de una forma casi telepática.
Pues aún si los años no me habían hecho creyente de la magia, su nombre era un hechizo y su mirada sobre mí eran polvos de hada, chispas y colores irreales.
—¿En dónde estás? Llevo buscándote como loco desde hace diez minutos —Jungkook me reprochó al oído tan pronto saqué el teléfono que llevaba minutos vibrando dentro de mi pantalón.
—En la calle, salí a fumar.
—Ajá, te atrapé huyendo.
—¡No estaba huyendo! —Alcé la voz sobre el ruido de una ciudad que parecía no dormir nunca.
—Si lo estabas, puedo oler tus asquerosas mentiras desde aquí, Taehyung.
—Bieeeeen, sí, estaba huyendo —Admití, había abandonado el teatro después de que la multitud se disipó en los asientos y amontonó en la salida.
—Pues trae tu bien formado trasero aquí antes de que vaya por tí a ese sucio callejón que seguro elegiste para esconderte.
—¡Ni loco! Ya te dije que odio las fiestas.
El silencio prosiguió, mientras echaba un vistazo alrededor de mí, con los autos y taxis deteniéndose para vaciar el lugar lleno de personas satisfechas por el espectáculo y enfundadas en sus mejores galas, casi pude visualizar su puchero molesto rozando la bocina del maldito aparato.
—Pero tenemos que estar aquí, es la tradición.
—Tienes que asistir —remarqué con voz lenta —, tú eres el protagonista, no yo.
—Pero tú eres el jodido novio del protagonista y también parte importante del equipo.
—El jodido novio que no tolera toda esa mierda de presuntuosos y sabiondos del arte, si alguien más vuelve a preguntarme dónde nos conocimos y por qué no bailo como tú, en serio voy a vomitarles los zapatos, o mejor aún, el rostro.
—Eres asqueroso y también un verdadero dramático.
—Lo tomo, pero no me harás volver allí dentro. —Recargué mi cabeza contra el frío muro detrás de mí, listo para lo que venía.
—¿Ni siquiera una hora? —Ahí estaba su tono meloso y juguetón. ¿Mencioné ya que era un chantajista de mierda?.
—Ni un miserable minuto.
—¿Ni uno solo?
—¿Eres sordo?
Su carcajada al otro lado de la línea me obligó a separar mi oído de la bocina, pasados unos segundos, volví a escuchar atento con mis labios tensos conteniendo la risa.
—Está bien, pero me debes una, una muuuuy grande, Kim Taehyung y sabes que me lo cobraré con intereses.
—Sí, si, como sea —añadí ocultando mi diversión.
—¿Crees que no hablo en serio? —El sonido de pronto amortiguado me indicó que se había escondido en algún lado o cerrado la puerta para tener un poco de privacidad —. Solo espera a que llegue a casa, me meteré en esos pantalones y-
—¡Voy a colgar!
Lo hice, con las mejillas ardiendo y mi estómago cosquilleando, Jungkook seguramente estaría en medio de una carcajada burlesca o bien, tramando la peor de sus torturas con un martini en mano mientras todos en la fiesta le rodeaban de elogios, así, como había sido testigo ya en varias ocasiones.
De camino a guardar el teléfono en el bolsillo de mi chaqueta, saqué la cajetilla aplastada que había olvidado en el bolso trasero de mi pantalón. Maldije mientras empujaba uno de los cigarros de la caja y tiraba de él con mis dientes, entonces emprendí la búsqueda del mechero palpando superficialmente cada lado de mis piernas. La irritación incrementó cuando metí las manos de lleno en cada bolsillo temiendo haberlo olvidado o tirado en alguna parte, pero justo cuando estuve a punto de alzar mi rostro, ya de malas por olvidarlo y por los mechones picándome los ojos, un par de pies se cruzaron en mi campo de visión junto a una voz que sonó extrañamente familiar.
—Déjame ayudarte con eso.
Alcé la vista sin responder, una parte de mi cerebro intentaba decirme algo mientras la otra, la más despierta de todas, fijó la vista en el hombre que hacía arder la punta del cigarrillo frente a mí. Tenía el cabello oscuro y los mechones al frente caían relajados al costado de sus ojos que se me antojaron nobles y relajados; su nariz fina tenía una punta curiosamente redonda y por debajo de ésta, una sonrisa amable sin dientes intensificaba ese aire tranquilo y familiar. Cuando mi vista descendió por su largo cuello y los mechones de un mullet en crecimiento, noté su camisa blanca con tres botones abiertos que desaparecía bajo un suéter azul que cubría del frío a su esbelto cuerpo.
—¿Vas a fumar o qué? —añadió con cierto tono divertido y sin darme oportunidad a responder, me quitó el cigarro de la boca y le dio una calada que hizo desaparecer sus facciones por unos instantes. Cuando el humo se hubo disipado, lo ví: un resplandor peculiar en su ojo izquierdo de color marrón y por alguna razón, ligeramente más claro que el derecho.
—¿J-jay?
—Gracias al cielo, pensé que te había roto de la sorpresa.
Sonrío, o al menos eso fue lo último que creí ver cuando me abalancé sobre él y lo rodeé con mis brazos. Sentí su cuerpo tensarse y los segundos transcurrieron lentamente hasta que volvió a hablar.
—Vaya, esto sí que es una sorpresa.
—Cierra la puta boca y abrázame, sé que también mueres por hacerlo.
Lo hizo, me sorprendió lo delgado que era mientras hundía mi rostro en su cuello, quizá porque nunca lo había abrazado de esa manera o puede que fuera porque el tiempo me había hecho olvidar que él era así, debajo de esas gabardinas lujosas y enormes que siempre lo cubrían. Jay esperó paciente, con su mano derecha palpando el cuero de mi chaqueta hasta que me convencí de que no era un sueño y finalmente me aparté para mirarlo de nueva cuenta.
—Mírate, pareces un viejo de sesenta años con esas fachas.
—Me alegra ver que tu bocota sigue igual. ¿Una hamburguesa? por los viejos tiempos.
Las calles de San Francisco podrían haber resultado un enigma para mí de no ser por las horas que había invertido trabajando en el escenario del teatro. Jungkook y yo nos hospedamos en un hotel a siete calles de allí para que no resultara muy cansado y confuso viajar al trabajo todos los días. Fue una fortuna haber visitado en nuestra segunda noche en la ciudad, un pub con snacks, hamburguesas y cerveza de barril, elección del jefe de producción que quería celebrar su oportuno cumpleaños durante esa temporada. Fue a ese lugar donde conduje a Jay entre un familiar e incómodo silencio que nos llevó escaleras abajo de un edificio de departamentos de no más de siete pisos, hasta que tomamos una mesa en la esquina del lugar pobremente iluminado.
No tenía ni un poco de apetito, mi estómago había sido reemplazado por una piedra pesada que amenazaba con crecer a cada segundo que pasaba frente a él sin darle forma a una frase coherente en mi cabeza, sin embargo Jay tomó la delantera y ordenó una hamburguesa con papas para mí y no permitió que su pobre inglés flaqueara cuando en lugar de ordenar un whisky, le pedí que fueran dos.
—Así que ahora bebes —dijo tan pronto el mesero dejó los dos vasos con hielo tintineando frente a nosotros. El tacto frío del vaso me ayudó a mantenerme atado a ese espacio tiempo, a lo bien que se sentía escuchar su voz y lo extraño que era mirarlo tan diferente y vivo frente a mí.
—Y tú —Me debatí entre decir "estás vivo" "estás aquí" pero ninguna de esas pareció gustarle a mi boca —. Tienes dos ojos.
Jay parpadeó con su boca entreabierta, le tomó unos segundos asentir y sonreir a medias mientras llevaba una de sus manos a cubrir superficialmente el espacio donde alguna vez estuvo un parche de cuero negro.
—Sí. ¿Se ve mal?
—Es genial, aunque creo que echo de menos esa pinta de gangster y no al viejo que está frente a mí.
—Los chicos dicen que me da una pinta más relajada —Bajó la mano y se mojó los labios con el whisky, yo lo imité de pronto sediento y con la boca terriblemente seca —. Me costó acostumbrarme al principio... no, creo que todavía no lo hago, es... diferente.
Supe que detrás de esa confesión se escondía más que una cuestión de costumbre o estética; el recuerdo de aquella última noche en que lo vi, con sus muros abajo y una confesión dolorosa escapando de su boca, me contuvo de decir más. No había una respuesta correcta pero sí una docena de espectros que probablemente lo seguían aprisionando con sus siniestros miembros por la noche y en la privacidad de su mente.
Lo sabía, pues él y yo no éramos tan diferentes.
—¿Cómo me encontraste?
—Este viejo tiene sus métodos ¿Lo olvidaste? —Al apartar el mechón cayendo sobre su ojo izquierdo, este volvió a resplandecer bajo la poca iluminación del lugar, fue sencillo notar que él aún no se acostumbraba del todo a no llevar el parche —. Le pedí a los chicos que me ayudaran a averiguar dónde estabas y qué había sido de tí. Fue gracias a ellos que supe de Jungkook, me alegró saber que había vuelto a danzar, su padre estaría sin duda orgulloso, a excepción de Park Jimin, él fue el más entusiasta respecto a su futuro. —Sonrió con un dejo de nostalgia antes de mirarme —. Después de eso fue sencillo atar los cabos, en realidad... te vi en dos obras anteriores, pero no había tenido el valor de acercarme a hablarte hasta hoy. Siempre estabas con él.
La obviedad del asunto entre Jungkook y yo en boca de Jay me tomó por sorpresa, sobre todo porque jamás se lo conté. Eso hizo que mis mejillas ardieran y mirara a mis dedos clavarse en mis rodillas y olvidara reclamarle por completo por no haberme hablado antes. ¿Qué importaba ya? Estaba vivo y eso me era suficiente.
—¿Dijiste "chicos"? —Volví a mirarlo como si la idea se hubiese iluminado de pronto en mi cabeza.
Asintió y de nueva cuenta se tomó su tiempo para saborear un nuevo trago. Al mirarlo sin temer por mi vida como aquella tarde en un restaurante en Corea del Sur, con un matón frente a mí a quien juraba deberle una fortuna por las ventanas que rompí, reafirmé que Jay y Namjoon compartían esa aura pacífica y sanadora. Era como estar en una dimensión diferente y eso me hizo preguntarme si el padre de Jungkook tenía la misma pinta que sus viejos amigos.
—Sí, después de que Yoongi murió, bueno...
Esa piedra que usurpaba mi estómago, se convirtió en un yunque de una tonelada que tiraba de mí hacia abajo como el carrito de una montaña rusa. ¿Yoongi estaba muerto?
—Espera... ¿Está muerto? —pregunté como un idiota —Pero... —me eché el cabello hacía atrás con la mano sin poder procesar lo que escuchaba —¿qué sucedió? —pregunté de nuevo, tenía tantas preguntas en mi garganta, quería respuestas aún así no podía dejar de hablar —. Aquella noche que me pediste que huyera, Jay... pensé que habías muerto. No dijiste nada, no llamaste... pensé lo peor.
El mesero se detuvo junto a nosotros y dejó la hamburguesa frente a mí. El olor a papas fritas y aceite quemado me apretó aún más el estómago. Para cuando él se marchó, Jay me miraba con esa aura de misterio que solía rodearlo y me hacía sentir pequeño y a él intocable, a excepción de que esta vez no había temor de por medio pues él era mi amigo, uno que había renacido de las cenizas como un puto fénix.
—Sé que tienes muchas preguntas, no serías tú si no las tuvieras, y te prometo que te daré las respuestas que necesites con el tiempo, pero por ahora quiero que sepas que esa noche en que te pedí que huyeras, Yoongi se las ingenió para quitarme el arma. Quizá no lo entiendas, pero él... —quise interrumpirlo pero él me silenció con su mano al frente —, había mucha historia, mucho peso y dudas nublándome el juicio. Y a pesar de que creí que él me mataría e iría detrás de ti después de acabar conmigo, escuché un disparo y cerré los ojos creyendo que me desangraría ahí mismo hasta morir, pero eso no sucedió... así que abrí los ojos y vi a Yoongi sangrar y caer al piso. Cuando quiso volver a disparar, otro tiro más en su mano lo obligó a dejar el arma. —Soltó el aire como si lo hubiera contenido por una eternidad —. Fueron los chicos dentro del auto, ellos lo desarmaron.
Lo miré perplejo y él asintió de nueva cuenta.
—¿Sorprendido? también lo estuve. Pero Yoongi además de ser el salvador de muchos, entre el respeto y la admiración, se las ingenió para ser una figura que infundía temor y sumisión. En ese momento ellos tomaron una decisión, él o yo. —Sonrió y ni la poca iluminación del lugar pudo ocultar el orgullo brillando en su ojo natural y el de vidrio, ni siquiera la sonrisa tímida en su boca —. Cuando supe lo que eso significaba, cuando ellos bajaron del auto y me tendieron el arma, supe lo que tenía que hacer.
La piedra en mi interior desapareció y me sentí ligero como nunca. Supe lo que esa mirada esquiva significó, Jay había terminado con la vida de Yoongi, él era libre de su verdugo y con ello, todos lo éramos. Quise gritar, celebrar en su presencia la muerte de ese hijo de puta, pero entonces lo pensé... ¿Qué tan rota había quedado el alma de Jay después de acabar con la vida del hombre a quien amaba?
—Jay —Intenté alcanzar su mano sobre la mesa, él negó de inmediato y miró mi vaso, invitándome a hacer un brindis silencioso que acepté con gusto.
—Estoy bien si te lo preguntas. Algún día tenía que terminar. Los chicos se quedaron conmigo, al menos la gran mayoría, el resto, el que no estuvo de acuerdo, simplemente tomó su camino al notar que no había oportunidad de volver a lo que antes fuimos. Y ahora, bueno —se rió con tanta ligereza que mi pecho vibró de felicidad —, este viejo con pinta de sesenta años se hace cargo de todo. Mis chicos necesitan un hogar después de todo, somos una familia que se encarga de mantener el orden en lugar de provocar el caos.
A los ojos de Jay y el pub entero debí haber perdido la cabeza, pues lo que comenzó con una sonrisa satisfecha, se tornó en una carcajada llena de júbilo que me llevó a frotarme el rostro y despeinar mis cabellos en el acto. ¡Ese hijo de puta estaba muerto!
—Así que Tae —reaccioné cuando escuché mi nombre y lo miré —. No sé qué es lo que te retiene aquí, quizá tienes una nueva vida y amas lo que haces, pero puedes volver a casa. Con Minhee —Él debió de notar el vuelco en mi interior cuando escuché el nombre de mi hermana pues finalmente alcanzó mi mano sobre la mesa y me dio un apretón —. Y si es que aún quieres pelear, sé de un lugar... uno bastante familiar que espera por tí.
Lo miré perplejo con las piezas encajando poco a poco en mi cabeza.
—El gimnasio de Namjoon. ¡Tu fuiste el comprador anónimo! —Él asintió con tanta tranquilidad que creí que me desmoronaría ahí mismo, pero antes de poder hacerlo, negué efusivamente—. ¿No más deudas por ventanas rotas?
—No más deudas por ventanas rotas.
Sonreí con el pecho lleno y unas tremendas ganas de abrazarlo de nuevo.
—Te lo agradezco, pero si vuelvo al ring, sé de un par que no tardarían en partirme la cara en ese mismo momento.
Jay estalló en una carcajada y volvió a beber después de eso.
—¿Así que ahora eres un chico obediente? Quién lo diría, América te ha cambiado mucho.
—¿Y Namjoon? ¿Hablaste con él?
La flama ardiente en sus ojos se opacó mientras negaba y nuestro tacto se rompió. Se estaba retrayendo y yo no podía culparlo, no cuando había hecho lo mismo.
—No.
—Pero Jay, sí tú le explicaras a Nam lo que sucedió él podría entenderlo.
—¿Eso crees? —Me miró como si fuera un cachorro extraviado, había visto esa mirada antes en aquel estacionamiento donde me despedí de él, y pese a que asentí, él negó con calma y un aire que se me antojó solitario —. Hay daños que no se pueden revertir, las personas no somos un trozo de papel al que puedas alisar con tus manos y pretender que nada ha sucedido.
—No pretendía decir eso... pero él es tu amigo.
—Y tú también lo eres, por eso estoy aquí.
Bajé la mirada, dispuesto a rendirme y no tomar parte de una batalla que no me pertenecía. Nuestros errores del pasado nos habían forjado para bien o para mal, y de no ser por lo sucedido yo no estaría ahí, frente a alguien a quien podía considerar mi amigo y un par de peleas ganadas por mi cuenta.
El silencio cobró terreno en la mesa, al mirar las papas fritas mi estómago volvió a repetir una rotunda negativa y junto con ello, una pregunta, esa que él había ignorado años atrás y se había quedado rezagada en un rincón de mi cabeza, resonó como nunca.
—Jay... ¿Puedo preguntarte algo?
—Ya lo hiciste.
Titubeé, le di vueltas a la pregunta en mi cabeza y después de un trago amargo al vaso lo solté.
—¿Miss Ivy? Recuerdo que Yoongi te llamó así hace tiempo. ¿Qué significaba?
—Me pregunto qué harías con esa memoria y curiosidad tuya si las invirtieras en algo de provecho —Rió con una mezcla de diversión e incomodidad, sin embargo, contra todo pronóstico, alzó la vista al techo y después de unos segundos dijo —: Puede que no lo creas, pero lo que había entre nosotros era mutuo. Miss Ivy... era su forma de llamarme en clave frente al resto de sus subordinados, quizá para algunos era un secreto a voces, pero él nunca se permitió llamarme de otra forma con terceros presentes, así que era su forma de hacerlo. Lo vimos en una película juntos, comenzó como un chiste, después... simplemente permaneció.
No estaba listo para una confesión tan personal, me costaba siquiera imaginar que Yoongi fuera una persona con alma propia, aún si Jay me había confiado que él lo había sacado de las calles y la miseria. Así que asentí, incapaz de soltar un poco más de la mierda que tenía el apellido de Yoongi. Pasados unos minutos incómodos en que me bebí el contenido del vaso casi de golpe, Jay salió en mi rescate y alzó el vaso tintineante hasta su boca antes de suspirar con soltura.
—Así que... ¿Estás listo para volver?
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Volver.
Regresar a Corea del Sur implicaba terminar la temporada de presentaciones de Jungkook en Norte América, él en el escenario y yo asegurándome de que el grupo entero tuviera un lugar decente sobre el cual brillar.
Jimin no pareció sorprendido pero sí irritado al inicio, Jungkook me había pedido que lo dejara en sus manos, así que no tuve problema en abandonar la habitación cuando la discusión se tornó acalorada. Y no, no en un aspecto que tuviera que preocuparme, pues esa noche cuando Jungkook volvió al hotel donde nos hospedamos, dejó caer sus llaves sobre la mesita de entrada con más furia y cansancio del común; se las ingenió para llegar medio desnudo a la cama donde yo veía la TV; hastiado de la ropa; de las discusiones y de la noticia que había sacudido nuestro mundo entero en cuestión de minutos; y entonces me besó con tanta ímpetu que supe que no podía haber una mala noticia escondida bajo sus caricias apasionadas, esas que disfrazaron el júbilo con pasión y a sus jadeos contra mi boca que estaban cargados de deseo y felicidad.
Acordamos terminar la temporada y tomarnos un tiempo de descanso para regresar a Corea del Sur y adaptarnos a nuestra nueva rutina.
Según las palabras de Jungkook, Namjoon había jurado mantener la noticia fuera de las garras de Jin, y lo primero que pensé es que sí él lo lograba, era porque ese cabrón estaba hecho para ser la pareja de mi mejor amigo, pues yo jamás podría ocultarle algo aún si quisiera.
Bueno... sólo lo hice una vez y él jamás me permitiría olvidarlo.
Nuestro regreso nos tomó largas horas de vuelo y un par más llenas de cansancio en taxi de camino a Seúl, el nuevo lugar donde Jin me había contado la última vez que vivía y cuya dirección Nam nos facilitó.
Cuando el auto se detuvo, yo era un manojo de nervios opacando el cansancio y Jungkook, una sonrisa permanente que no sabía si era por felicidad o burla hacia mi persona.
Jay debió desembolsar mucho dinero por el gimnasio o realmente a ambos les iba muy bien en su trabajo, pues el edificio que nos recibió tan pronto bajamos del auto, lucía imponente y muy diferente a la acogedora y pequeña casa donde Jin solía vivir.
Subimos en el ascensor hasta el quinto piso. Jungkook sostenía fuerte mi mano y cuando se inclinó hacia mí para darme un beso, ambos debimos percatarnos del desastre de ojeras y cansancio que éramos. Sin embargo, debajo de esa mala pinta, había inocencia, emoción y el alivio de volver a casa. Pero había algo más. Ese algo que él debía notar e intentaba contener con sus gestos simples y fuerte agarre: miedo.
¿Jin me recibiría bien? ¿Minhee me aceptaría en su vida?
Jungkook me había repetido hasta el cansancio que sí. ¿Pero quién lo aseguraba? Él no había escuchado a Jin reprocharme entre furia y lágrimas, no era el hermano que había abandonado a su pequeña niña sin importarle lo que sentiría.
Aún con ello, me convencí de que cualquiera que fuere su reacción la aceptaría. Me la había ganado con creces después de todo, pero tenía que intentarlo, tenía que decirles que estábamos finalmente a salvo y que, sin importar si ellos decidían mantenerme lejos, me conformaría con saber que estaban bien. Era un precio justo a pagar.
Nos detuvimos frente a la puerta con candado electrónico, nuestras maletas en el suelo y mi corazón amenazando con asfixiarme entre la garganta. Jungkook esperaba a mi lado paciente a que llamara al timbre, pero sin importar lo mucho que le dijera a mi cerebro que era hora de encarar la realidad, mis manos no se movieron para tocarlo.
Estaba aterrado.
—Hey —dijo Jungkook a mi lado, no me atreví a mirarlo. El gris de la puerta parecía haber secuestrado mi alma —. Hey... —me tocó el hombro y yo me estremecí bajo ese simple movimiento hasta que fui capaz de mirarlo —¿estás bien?
—No... quizá tú debas entrar primero y explicarles.
Jungkook me silenció con un "shhhh" y tomó mi rostro entre sus manos. Besó mi frente, ambas mejillas y finalmente mi boca.
—Estarás bien, estaremos bien.
—Tú no conoces a Jin, él-
—Lo conozco y sé que sabes que él también quiere esto. Puede que esté furioso contigo pero Jin te ama y Minhee también. Dales la oportunidad de volver a verte antes de sacar tus conclusiones. Además —Puso su dedo índice sobre mi boca cuando amenazé con hablar —. Namjoon no nos habría dejado venir de saber que no era un buen momento. ¿cierto?
Me quedé en silencio incapaz de procesar.
—¿Cierto?
Asentí después de unos segundos.
—Répitelo, anda.
—Namjoon no nos habría dejado venir...
—¿Y?
—Y... Minhee y Jin me aman.
—Y yo te amo —Volvió a dejar otro beso sobre mi boca —. No te dejaré solo en esto —sonrió hasta que sus ojos desaparecieron y sus mejillas se abultaron, haciendo relucir el piercing que había vuelto a adornar su boca —. Ahora toca ese maldito timbre o yo lo haré por ti.
Cuando la falta de su toque me dejó indefenso y el frío recorrió cada esquina de mi cuerpo, alcé mi mano y finalmente llamé al timbre. Pude escuchar de inmediato la voz amortiguada de Jin pidiendo a Nam que abriera la puerta y a éste último responder con algo que no entendí muy bien, entonces Jin respondió que ya iría él.
Los pasos aproximándose a la puerta me provocaron ganas de huir, la mano de Jungkook apretó la mía y finalmente la puerta se abrió.
Lo que sea que Jin planeaba decir se quedó estancado en su garganta cuando miró el cuadro completo con la puerta de par de par. Paseó su vista de Jungkook a mi y volvió sobre su camino hasta que de sus ojos no quedaron más que dos pozos atónitos y húmedos. Entonces la puerta se cerró de golpe y el ruido nos aturdió tanto que Jungkook y yo tardamos en mirarnos uno al otro sin entender qué había sucedido. Podría pensar que esa era la respuesta que merecía, marcharme de ahí y aceptar sin importar lo mucho que doliera la decisión de mi amigo. Pero la puerta se volvió a abrir y todo sucedió demasiado rápido.
Jin avanzó dos pasos hacía mí y me abofeteó la mejilla izquierda, yo estaba tan aturdido que ni siquiera presté atención al ardor en mi rostro, pues Jin me rodeó con ambos brazos y lo escuché sollozar fuerte contra mi oído.
—Idiota, no vuelvas a hacerme esto porque te juro que te mataré con mis propias manos.
La vista se me nubló en el mismo instante en que mis brazos reaccionaron para abrazarlo con fuerza. Me pareció ver a la enorme figura de Namjoon plantarse detrás de Jin y siguiendo el curso de su brazo estirado, encontré que sostenía una mano más pequeña que la suya. Era una niña más alta de lo que recordaba, llevaba un uniforme de instituto de color azul marino y de su cabello largo sujeto siempre en una coleta que ayudaba a que su cabeza no fuera un desastre, no quedaba más que una melena lacia perfectamente arreglada con un prendedor en el costado con una forma que el agua en mis ojos me impidió distinguir.
—Lo siento —sollocé, listo para desmoronarme de la impresión —Lo siento mucho...
—Cierra la boca y abrázame. — Respondió él y así lo hice. Desesperado por aferrarme a ese toque familiar, inquieto por correr a esa figura que aguardó paciente mientras cerraba los ojos y dejaba a mis lágrimas correr para limpiar mis visión. Cuando finalmente Jin me soltó, se apartó sin decir más, limpiando su rostro desesperadamente. Fue entonces cuando Minhee soltó la mano de Namjoon y se acercó temerosa hacía mí. Sus pasos cobraron fuerza cuando me puse de cuclillas y abrí mis brazos que pesaban una tonelada y temblaban de puro nervio.
—Tata, volviste.
Y corrió hacía mí, me abrazó como nunca y yo me llené del perfume de su cabello. Estreché con fuerza a esa niña que ya no lo era más; estaba enorme y hermosa como siempre.
—Lo siento —dije sin aliento y ella sonrió con esa picardía que la caracterizaba, aguardando a que yo me llenara de su presencia y finalmente la soltara para sujetar sus mejillas y limpiar sus lágrimas discretas.
—¡Volviste! Papá Namjoon me dijo que lo harías.
Escuché entonces cuando Namjoon se aclaró la garganta y sonrió apenado, no me dí cuenta que Jungkook se había puesto a su lado y le tocaba el hombro.
—¿Él te dijo eso? —sonreí desbordándome de júbilo.
—Sí, me hizo prometer que no le diría a papá Jin porque era una sorpresa.
La miré perplejo y busqué segundos después a mi amigo, quien miraba a su ahora esposo en un silencio amenazante.
—¿En serio? Debió ser difícil para él.
—¿Hiciste eso? —Jin finalmente habló sorprendido y entre dientes, antes de que Namjoon juntara sus manos al frente en una disculpa que seguro no sería suficiente.
—¡Lo siento, amor! era una sorpresa para ti.
Jungkook fue el primero en estallar en una sonora carcajada y abrazó a Jin, quien parecía necesitarlo más que ninguno. Aproveché ese momento para besar las mejillas de mi hermana y decirle lo mucho que la amaba, lo mucho que lo sentía. Pero ella no parecía molesta en lo absoluto. Me dije que le debía un eterno agradecimiento a esos dos, a Jin por cuidarla, a Namjoon por decirle lo que sea que le haya dicho para que ella luciera así de radiante, y nuevamente a los dos por darle el amor y la familia que mi hermana necesitaba.
Al ponerme de pie me acerqué a Namjoon y estreché su mano antes de darle un fuerte abrazo que él correspondió. Le di las gracias en una acción que lucía simple pero encerraba muchísimo, y justo cuando quise volver hacia Jin sin saber exactamente qué decir, él salió a mi rescate.
—Ahora entiendo porqué Namjoon trajo tanta comida de pronto como si fuéramos a alimentar a todo el edificio. Vamos a cenar antes de que se enfríe —Fue entonces que nos miró, como un comandante a sus tontos subordinados —. Y ustedes, no crean que he olvidado que me deben muchas explicaciones, en especial tú.
Me señaló con su dedo acusador y tanto Jungkook como yo asentimos rígidos y asustados en apariencia. Pero no lo estábamos, no lo estaríamos más.
—Sí señor.
Dijimos al unísono. Minhee tomó mi mano, Jin cerró la puerta y Namjoon rodeó a Jungkook con su brazo de camino al comedor.
Si alguien me decía años atrás, con mi madre ebria en el piso y mi hermana escondida en la alacena temblando de miedo, que era cuestión de tiempo y un viaje muy agotador, lleno de dolor, sangre y muchas peleas de por medio para tener a mi familia, le diría que se fuera a la mierda. No parecía real, no parecía algo que yo fuera capaz de merecer.
Pero al final del día, después de tantos accidentes, de golpes dolorosos y personas sumamente desagradables, como el hombre que dormía a mi lado todas las noches, había encontrado mi lugar, aprendido mucho de la vida y sobre todo el significado de la lealtad, el amor y la amistad verdadera. Había encontrado a mi familia y no volvería a soltarla nunca.
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Me tardé un poco porque el viaje a Japón y Corea se me atravesó en el camino, pero ¡hey! lo prometido es deuda. Si soy honesta me alegro que haya terminado, no porque no vaya a extrañar mucho a estos personajes, creo que Tae y su incansable bocota será una experiencia que jamás olvidaré como escritora jaja, pero sí contenta porque una historia más termina con éxito.
¡Gracias de nuevo por acompañarme hasta aquí! espero de corazón les haya gustado. 🥰
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