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005.


Quiero pelear.

Fue lo primero que le dije a Jay, mi ahora nueva persona de un solo ojo favorita —La única que conocía en realidad, pero ya me entienden—, y él, sin pedir demasiadas explicaciones y con una sonrisa que pude imaginar desde la cabina de teléfono donde me había refugiado para hablar fuera del ojo analítico y certeramente juicioso de Jin, me dijo que acudiera al gimnasio donde me había llevado la primera y única vez que nos vimos.

Me dijo que le alegraba que haya tomado la decisión correcta, y fuera cierto o no, yo le creí. Recuerdo ahora aquel día de escuela donde la profesora nos comentó que algunos sentidos se desarrollan a gran escala cuando uno de los otros falla; el oído y el olfato para las personas ciegas, por ejemplo. Y por muy estúpido que suene, admitiré que quizá Jay tenía una especie de desarrollo super mutante-heroe, quizá la habilidad que los jefes matones tienen para seleccionar a sus perros de caza, pues algo me decía que su insistencia para que yo me convirtiera en peleador era porque veía en mí al animal miserable que necesitaba ayuda, o simplemente obedecía a la ley que dictaba que los que no tienen nada que perder, son los peores.

Como fuere, me aceptó sin hacer demasiadas preguntas y yo lo agradecí en silencio, porque dar las respuestas habría pisoteado aún más mi agonizante orgullo, teniendo que admitir que la última vez que había sentido satisfecho mi estómago fue esa vez en que él me pagó una hamburguesa, y que antes de eso, no recordaba ni una sola vez en mis veintitantos años de vida, en que mi estómago conociera la sensación de saciedad. Y que eso no era lo peor, sino que el puchero hambriento y lastimero de mi hermana me atormentaba en las noches, que odiaba ser una carga para mi único amigo de enorme corazón, y que tenía tantos golpes que repartirle a la escoria de mi padrastro, que me salían sobrando para ganar unas cuantas peleas y de paso unos cuantos wones.

Al llegar al gimnasio él me estaba esperando en su oficina, con una sonrisa satisfecha que no me incomodó en lo absoluto. No me pidió explicaciones, cosa que agradecí mientras me daba un nuevo tour a detalle por el extenso gimnasio. Me dio la llave de un casillero y un par de shorts y playeras para entrenar, el muy cabrón, era como si nada más hubiese estado esperando mi decisión. ¿Tan predecible era?

No ahondaré en detalles, no me gusta andar con tantos rollos. Solo diré que me asignó un entrenador corpulento y de barba descuidada, el clásico tipo salido de las alcantarillas, sí, escúchenme, este soy yo juzgando a una rata de la misma calaña como yo. Y después de varias horas de entrenamiento que mis músculos recordarían con dolor al día siguiente, me marché a casa con una suma de dinero considerable, pues ya que estábamos en esas, aproveché para pedirle un adelanto a Jay, necesitaba unos tenis nuevos, dinero para alimentar a mi pequeño ángel y de paso, darle un poco más a Jin para la semana.

Los días pasaron, pelear se me daba bien. Cada que subía al ring a entrenar o golpeaba el costal con mis puños al límite, imaginaba la cara de Scott, el maldito entrenador que devoraba críos como yo en el desayuno, el perfecto aliciente para mí, pues descubrí que además de ser un tipo duro y estricto, también era un sujeto asqueroso al que sorprendía de vez en cuando relamiéndose los labios o mordiéndose el inferior, todo esto mientras masajeaba sin descaro su entrepierna.

¿Quería vomitar? por supuesto, si era en su cara mucho mejor.

No sólo me acosaba con la mirada, sino que parecía tener un repertorio de ofensas e insultos dignos de ligas mayores designados únicamente para mi y mis errores.

Debilucho.

Escoria.

Patético.

Crío de mierda.

Luchador de tercera.

Bien, yo tenía unos cuantos más para él, ¿qué tal, maricón de mierda? ¿alcohólico empedernido? Me bastaba con estar cerca de él para oler su rancio aliento y querer vomitar por él y el recuerdo del bastardo de mi padrastro y su rostro ensangrentado. Y a pesar de que al principio me pareció buena idea discutir y reprocharle los malos tratos, pronto descubrí que ponerle su cara a mis oponentes y golpearlos con todo el odio y resentimiento que tenía en mi interior, fueron el perfecto aliciente para hacerme merecedor de varias victorias.

Y era como un golpe de adrenalina puro, me sentía vivo con mis puños ardiendo, con el dolor de los golpes en mi cara inyectando una carga de éxtasis, de fuerza y poder. Me sentía el puto rey del mundo, y ni siquiera el gesto inconforme y silencioso y poco satisfecho de mi amigo mientras me curaba las heridas, logró disuadirme de sentirme tan bien. Tenía dinero, un techo, mi hermana estaba bien, incluso Jay lucía bastante satisfecho con mi pronto desarrollo. ¡Era mi momento! y nadie ni nada podría quitarmelo.

Un par de meses se me escaparon de las manos como el agua entre los dedos. Qué diferente avanza el tiempo cuando tienes el estómago lleno y el dinero deja de ser un problema. No ganaba demasiado, pero sí lo suficiente de las peleas pequeñas que Jay comenzó a arreglar para mí a las pocas semanas de comenzar a entrenar. Me reafirmó que tenía algo, una chispa, talento, sangre de matón, ¿quién sabe? no me importaba. Solo sabía que el vitoreo me hacía sentir grande, que cada vez me las ingeniaba más para llegar a cada invicto de golpes y con un par de knockouts en mi currículum, esos que comenzaron a construir mi marca personal entre los espectadores que gritaban mi nombre y suplicaban porque terminara la pelea con un gancho directo a la quijada o un par de duros golpes más en las costillas de los otros; narices rotas, estómagos sofocados y ojos morados. ¿Mencioné ya que me estaba convirtiendo en un puto rey de la pelea?

Con el tiempo Jin lo aceptó, no hubo más gestos tensos ni bocas apretadas, aunque tampoco pude juzgarlo por dejarme solo a la hora de curar mis propias heridas, él no era mi madre, mucho menos mi padre o pareja —Ja, si, como no —, para estar cuidandome como a un niño, suficiente hacía ya por mi y Minhee. Y mi manera de corresponder a toda su amabilidad y comprensión era que la comida jamás faltara y el dinero llegara puntual a sus manos. Pronto el sofá de su sala se convirtió en mi propia suite presidencial, y el tiempo de calidad se trataba de nosotros tres viendo una película, o solo yo yendo al parque a jugar con Minhee, mi pequeña de ahora mejillas más llenas, con ropa que no lucía más descolorida, y un par de juguetes que me permití costear orgulloso de mis propios logros.

Las peleas pequeñas no estaban mal, no me permití ser demasiado ambicioso cuando mi energía se concentraba en ignorar al asqueroso de Scott y sus comentarios que me hacían querer vomitar. Agradecía que nunca haya intentado sobrepasarse conmigo, quizá el muy cabrón sabía en el fondo lo que le convenía, sin embargo, lo que sí me calaba los huesos era escucharle decir que aún no era suficiente, y que ni todo mi orgullo y satisfacción iban a cambiar los hechos. Seguía siendo un peleador amateur ganando peleas tan pequeñas como yo. Unos cuantos wones no le venían a nadie, pero tenía claro que el imperio de ese tal Yoongi, el jefe de Jay, no mantenía su reputación y poder de peleas terminadas con un par de golpes, y que esos peleadores de músculos prominentes y puños asesinos que solía ver luchar en el ring mientras hacía mis entrenamientos, eran la máquina de dinero andante de los grandes. La pregunta en mi cabeza comenzó a rondar en mi cabeza. ¿Era yo suficiente? ni todo el rigor, ni el hastío, ni los entrenamientos crueles de Scott que me dejaban sin aliento y con los puños sangrando del esfuerzo, lograron convencerme de que era suficiente.

Qué mierda era esta vida actuando como una montaña rusa. Tan pronto me sentía el campeón del mundo, poco menos tardaba en caer en cuenta de que seguía siendo un pobre diablo de puños de juguete.

—¿Con quién pelearé hoy?

—Hmm, San, si, Choi San. —Jay me respondió sin mirarme, parecía más entretenido en su teléfono mientras yo cubría mis puños con las vendas.

—¿Es fuerte?

—Eso dicen, pero tú puedes con él, quizá puedas hacer otro de tus ya famosos knock out.

Suspiré, su desinterés no hizo más que hacerme sentir como un tipo aburrido.

—Bien. —Quise gritarle que necesitaba algo más, estaba a punto de hacerlo, pero justo Scott entró en escena, con su mirada repugnante recorriendome el torso a descaro, y yo sentí nuevamente ganas de molerle el rostro.

—Hora de salir, mariposa.

—Estúpido —murmuré entre dientes, Jay finalmente alzó la mirada y me sonrió.

—Anda, una victoria más y podrás irte a casa.

Tomé aire con profundidad, el tema podía esperar y tenía cosas más importantes de las que preocuparme, no me costó demasiado trabajo concentrarme en el ruido que me colmó los oídos tan pronto crucé la línea hacia el cuadrilátero, la noche estaba comenzando y yo era el telonero de alguien más fuerte e importante que se llevaría a casa una cantidad absurda de dinero si ganaba. Para mi sorpresa, el extranjero que me miró con desdén y una sensación de confianza que no me intimidó ni un poco, se presentó como un oponente más fuerte a los anteriores que había tenido.

Ataqué con mi ya conocido gancho, sin embargo, él lo esquivó como si supiera lo que estaba a punto de hacer; se cubrió de la lluvia de golpes con sus brazos protegiendole el rostro, y tan pronto como notó un punto ciego en mi defensa, me pegó tan fuerte en las costillas que lo único que pude hacer fue retroceder tan rápido como mis pies me lo permitieron. Pude ver en su mirada lo mucho que lo estaba disfrutando, que me conocía mejor que yo a él, y la sonrisa ladina que formó me ayudó a colocarle el rostro de Scott cual máscara, todo mientras escuchana su voz en mi cabeza, "Eres patético, un debilucho", llené mis pulmones al límite, necesitaba calmarme, terminar en el límite impuesto por Jay, entre más me demorara, menos dinero ganaría con esta pelea.

Avancé con mis pies moviéndose más rápido que mi cerebro, esquivé sin problema, su mayor error fue provocarme con sus nauseabundos gestos. Necesitaba llegar a casa pronto, entre más intacto mejor, y con esa idea en mente, logré burlar su defensa con un golpe falso que desvié al último momento y golpeó con fuerza su mandíbula. Aproveché que está aturdido, dos golpes más a su rostro, otro a sus costillas y rematé en su estómago. Él cayó, había dolor en su rostro, tanto que la cuenta terminó y él permaneció en el suelo, con la mano del referí marcando la cuenta regresiva que me hizo ganar la pelea.

Si alguien me hubiera dicho antes que ganar una pelea con mis propios puños se sentiría tan bien, habría buscado antes el camino por mi cuenta. El público llamaba mi nombre, Jay sonreía a discreción, pese a que fuera un tipo duro había aprendido a leer su gesto, y yo había olvidado mi enojo por sentirme un amateur, al menos por esos momentos.

Tan pronto se anunció la nueva pelea, bajé del cuadrilátero y caminé hacia el área de descanso, algunos espectadores intentaron tocarme y yo les esquivé sin mostrar mi rechazo, pero una voz se alzó encima del vitoreo y ruido al fondo, haciéndome detenerme en el acto.

—Hey, linda pelea, no tan linda como tu trasero, pero ya me entiendes.

No tardé en encontrar al dueño de esa voz con la mirada; brazos cruzados y espalda apoyada contra la pared en la entrada a los vestidores, llevaba el cabello en una melena oscura y la tinta sobresaliente en su brazo derecho formando una manga larga de tatuajes me robó la atención antes de que pueda evitarlo.

—No me molestes, maricón.

Me coloqué la capucha de la sudadera gris que vestí mientras bajaba, pero ni eso me impidió notar de reojo su risa burlona y la forma desenfadada con la que bajó los brazos y me miró como si fuera el tipo más divertido del mundo.

—Vaya—Volvió a reir, su risa me alteró los nervios, incluso más que Scott, ¿quién se creía ese estúpido? –, de una puta barata a un maricón, dime, ¿qué se siente ser el juguete del patrón?

No sé en qué momento mis pies se detuvieron, pero volví a bajar la capucha, dispuesto a darle los problemas que está buscando.

—¿Juguete?

—¿No lo eres? aceptando sólo lo que te permiten, cobrando por sus servicios mediocres. Un juguete barato, una prostituta vendida, no hay diferencia para mí.

El tipo no lo sabía, pero eso había sido un golpe bajo, un gancho directo que calzaba con la molestia que venía días cargando en mi interior. Quizá por eso su mirada caló tanto, como si él fuera capaz de ver esa parte de mí que se sentía tan patética.

—Tú no sabes nada, maricón.

Me marché, no dispuesto a seguir con esa conversación. No me siguió, pero el sonido de su risa se instaló como un dolor constante en mi cabeza, y para cuando Jay me alcanzó en los vestidores, mi sangre bullía con la intensidad de la lava.

—Buen trab-

—Quiero pelear en las grandes ligas, ¿Hasta cuándo me dejarás de asignar estos juegos de niños?

Sorpresa, un suspiro y labios apretados, Jay me miró sin entender, o quizá no era eso y él lo entendía incluso más que yo.

—¿Estás seguro? no será sencillo.

—Cierra la boca y déjame pelear en serio.

.

.

.

¡Al fin! y sólo me tomó cinco capítulos que JK apareciera jaja.

Ahora sí, ¿listes?  

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