003.
¿Peleas callejeras? ¿Quién se creía ese maldito tuerto? ¿Brad Pitt?
Con mi estómago lleno de una exquisita hamburguesa, papas fritas y refresco, me dediqué a masticar la pregunta que comenzó a echar raíces en mi cabeza. Estábamos de vuelta en su auto; me dolían partes del cuerpo que no sabía que existían; el sabor a sangre seguía en mi boca, pero al menos el mal humor se había disipado después de la comida. Me pidió que lo acompañara a cierto lugar y yo no tuve otra opción que aceptar. En primera, porque sin más diarios que entregar, tenía tiempo libre hasta mi siguiente jornada, y en segunda, ¿Mencioné antes que el tipo me daba un poco de miedo y le había roto su ventana?
¡Navaja oxidada! ¡Mi cabeza tirada en las calles!
No, gracias, podría ser cabezota pero estúpido ¡jamás!
Nos detuvimos en un edificio de fuerte estructura color gris opaco, tenía una gran cortina corrida en la parte superior con un negro tan desgastado que podría apostar que, si sacudía el metal, fragmentos de la pintura vieja me cubrirían el cuerpo como confetti. Tan pronto puse un pie sobre el cemento liso, pude percatarme que la pinta de bodega vieja y de mala muerte, no era más que eso: una fachada que probablemente invitaba al cliché y mandaba las señales correctas a cualquier incauto con dos dedos de frente que quisiera pasarse de listo; la fachada le daba un aire abandonado y peligroso, mientras que el interior, pese a que no ser lo más limpio que haya pisado en mi vida —mi casa, por ejemplo, que no lucía mejor que un basurero—, estaba lo suficientemente equipado para saber que había una fuerte inversión de por medio.
Un gran ring al centro de plataforma beige —que probablemente algún día fue blanco y el sudor lo arruinó —, y cuatro postes con protecciones que cercaban el cuadrilátero, constituía el corazón del lugar; a su alrededor, docenas de pesas de distintas formas, máquinas para ejercitarse y costales de tamaños que jamás había visto, todos utilizados por hombres sudados y gestos que podría definir como concentración o mucho enojo. En ese momento entendí por qué mi cuerpo dolía tanto: el hombre de gabardina a mi lado tenía un gimnasio dedicado a crear más matones cazadores de pobres diablos como yo.
—Así que aquí es donde fabricas a tus matones. —Me crucé de brazos con la tranquilidad de quien no tiene nada que perder. Si es que tenía que sentirme intimidado y la hamburguesa había sido mi última cena, no tenía caso huir más. Pero algo en el fondo me decía que estaba muy lejos de comprender los motivos para estar parado en ese lugar.
—Fábrica de matones eh -resopló a mi lado el hombre del parche, sí, si, se llamaba Jay, ¿y qué? Decirle tuerto o resaltar su parche se había convertido en mi pequeño y secreto placer —. Podría llamarlo así, pero hay algo en lo que te equivocas.
—Ah, ¿son oficinistas entonces? ¿Profesores de educación física?
—¿Cuántas palizas te ha costado ese sarcasmo que te cargas? —Sentí su juicio perforándome la cabeza, pero a mi todavía me quedaban un par de sonrisas socarronas, ¿mencioné que me gustaba jugarle al tonto con la parca?
—Las suficientes, pero ninguna tan dura como la que me han puesto hoy. ¿Me dirás entonces por qué carajos estoy aquí?
—Acompáñame, Tae.
A continuación, fue testigo de un zoológico por demás extraño. Hombres peleando a las orillas del ring, haciendo abdominales, golpeando el costal con tanta fuerza que podía ver sus venas marcarse; había otro más bebiendo agua con tanto desespero que se derramaba por sus comisuras, joder, como me alegraba no tener a Jin a mi lado y que dijera una de sus guarradas, como las que solstaba cuando veía a un hombre apuesto en televisión. ¡Era el jodido Disneylandia para maricones!
—¿Me puedo ir ya? Apesta aquí. —Detuve el paso en seco, Jay se giró para verme a ceja alzada —. Ya, en serio, te pagaré la ventana, solo dime a dónde puedo depositarte el dinero.
—Además de bocón, impaciente. Bien. Siéntate —Estabamos cerca del ring al centro y yo dejé caer mi trasero en una banca lo suficientemente grande para los dos —. ¿Ves a ese peleador de ahí? Lo llaman la tormenta, es el mejor de todo el gimnasio.
Suspiré, ya más harto y resignado que antes. Entonces lo ví, se trata de un hombre de más de un metro ochenta, y como si el tatuaje en su espalda con la forma de un demonio japonés no fuera lo suficientemente intimidante, la falta de playera hizo notar sus bien definidos músculos. No era robusto, y al observarlo a detalle, detecté cuál era su punto fuerte: era ágil, escurridizo y astuto. Cada golpe que asestaba, lo hacía con certeza y la fuerza suficiente, como el más reciente que fue a parar justo en el abdomen del pobre diablo que peleaba contra él y que cayó de inmediato al suelo escupiéndo la protección que llevaba en su boca.
Los espectadores vitorearon su nombre, definitivamente era el favorito, y siendo ser honesto, yo no estaba ni un poco impresionado.
—Si, ¿qué tiene? —Puse mi mejor cara de aburrimiento.
—Quiero que pelees con él. —Jay debió leer algo en mi rostro de pronto sorprendido y brazos yendo al frente, pues soltó una risa antes de continuar —. Solo un golpe, quiero que lo golpees solo una vez. Si lo logras, le diré a mi jefe que el accidente de la ventana corre por mi cuenta.
Agradecí no tener nada que escupir, o que mi quijada estuviera bien pegada a mi cráneo, de lo contrario habría hecho otro espectáculo.
—ESPERA, ¿TU JEFE? —Me puse de pie de un salto, nadie parecía hacernos caso de todas formas, y lo único que ese imbécil hizo fue asentir —. Ah, no, no, no y NO. Ya me han golpeado lo suficiente hoy.
—¿Tienes miedo? porque hasta donde sé, no lo tuviste para partirle la cara a mis hombres —chasqueó la lengua, anticipando lo que quería decir —, y no me vengas con que ellos te golpearon primero, ¿No dijiste que lo hacías mejor si tu vida dependía de ello? Dudo mucho que mis chicos vayan a dejarte en paz después de lo que les hiciste, no si yo no se los ordeno antes.
Estaba acorralado y me ardía la cara más que antes, viéndolo desde ese punto, darle un golpe a la tormenta esa no sonaba tan complicado. Además, si lo lograba, no tendría que preocuparme por más deudas. Decidí hacerle caso a mi instinto y a la mini versión de Jin que se posó en mi hombro como diablillo de película que me decía, "Las cosas se hacen en caliente"
—Me debes muchas respuestas.
Mi camino apresurado y brusco hasta el ring robó la atención de los presentes. Para cuando logré pasar las cuerdas que cercaban el cuadrilátero con una flexión de mi cuerpo que hizo tronar todos los huesos de mi columna hasta el cuello, la tormentucha esa me miró sin entender, pero bastaron un par de segundos para que la mirada de un solo ojo de Jay le dictara lo que tenía que hacer. ¿Cómo carajos lo hacía? Jodidos villanos con superpoderes.
Un golpe, solo necesitaba un golpe. ¿Qué tan difícil podría ser?
Me coloqué en posición de defensa y dí un par de saltitos para entrar en calor, no entendía porque los que me miraran se estaban riendo, hasta que uno de ellos arrojó dos guantes de boxeo color verde hasta mis pies, claro, el otro también los llevaba y para ser sincero estaba aliviado, al menos no me molería con sus puños limpios.
No me tomó mucho tiempo colocarmelos y volver a mi posición. Si quería terminar ese asunto rapidamente y volver a casa antes de la comida, tenía que darme prisa. Mi contrincante debía estar disfrutando del espectáculo, pues a pesar de que me lancé hacia él con todo lo que tenía, él esquivó los golpes como si fuera un juego de niños. Sentí la adrenalina correr por mi cuerpo, no debería ser tan difícil darle un golpecito.
Retrocedí, concentrando mi atención y fuerza en el puño derecho, y con toda la intención de poner fin a la pelea, lancé un golpe desde abajo para clavarle un gancho directo a la quijada, pero nuevamente ese idiota retrocedió. No pasaba nada, tenía todo bajo control, un intento más, uno más... Eso es lo que pensé antes de que sus rápidos movimientos me tomaran por sorpresa y de pronto, su gran guante rojo se impactara directo a mi cara, justo entre los dos ojos y sobre el puente de mi nariz.
Algo se encendió dentro de mí, quizá mi rostro pues lo sentía ardiendo. Dolía, maldita sea, dolía como el infierno pues me dió duro, y ahora solo quería deformarle su fea cara a golpes hasta que suplicara por misericordia.
...
—Con un demonio, ¿te peleaste con un oso de camino aquí? —Jin me miró completamente asombrado y boquiabierto cuando me abrió la puerta de su casa y yo no necesitaba mirarme al espejo para saber que me veía más que jodido.
—Fueron dos de hecho, quítate. —Lo hice a un lado con la mano y me desparramé sobre su sofá, aliviado al menos de que mi cuerpo cayera sobre blandito. Si una nueva tormenta se acercaba deseaba que al menos me agarrara cómodo.
—No me hace gracia, ¿Me quieres decir qué demonios te pasó? —Me miró desde lo alto, estaba molesto, yo lo estaría también si tuviera que curar más heridas, pero a falta de respuestas y solo un bufido de mi parte, él desapareció unos segundos y volvió dejando caer sobre mi rostro magullado, una bolsa con hielos.
—Hijo de puta —protesté, pero para nada desprecié la bolsa que coloqué sobre mi más afectado.
—Respuestas, ahora, sino te echaré de mi casa. Te contaré hasta tres —Volví a suspirar, él no se cansaba de mirarme desde las alturas —: UNA, DOOOOOOOOS
—Ya, ya, deja de ser un dolor de culo, ¿Qué no ves que la estoy pasando mal aquí?
Consciente de que no se rendiría, me incorporé para sentarme y él se acomodó a mi lado.
—¿Recuerdas la ventana que rompí ayer? unos matones me pusieron una paliza esta mañana que pasaba por ahí.
—Serás idiota, te dije que...
—YA, YA LO SÉ, ¿Pero qué querías que hiciera? tenía que entregar más diarios. Como sea... —Pasé la bolsa a mi otro ojo, el tacto helado se sintió tan bien que creí que necesitaría meterme en una bañera con hielos después de esto —, el punto es que me encontré con su jefe. Era un tipo raro con pinta de gangster, y no sé en serio qué pasa por la cabeza de esos millonarios asquerosos, pero me llevó a comer en compensación por la paliza que me pusieron y me llevó a su fábrica de matones después de eso.
Jin me miró sin entender y no podía culparlo por ello, sin embargo, esperó y yo pude ver en su rostro cómo una docena de preguntas se iban formulando en su cabeza como pequeños cuadros de diálogo salidos de un cómic.
Si quería que curara de mis heridas y no me echara de su casa por lo molesto que estaba, más me valía no ahorrarme detalles. Así que le conté todo: sobre el gimnasio, los peleadores y el interés de Jay porque fuera un luchador más; le platiqué sobre la pelea con la tormenta, de la docena de golpes que me metió en las costillas y el rostro hasta dejar una gran mancha morada e hinchada, lo mucho que lo odié también cuando casi creí que me reventó el labio, y finalmente el cómo mi coraje y combustible que se formó en mis venas impulsado por el odio, me llevaron a atinar el golpe directo a su nariz que finalmente detuvo la pelea.
Jay se había puesto de pie y aplaudido ante el silencio de todos los peleadores que nos rodeaban, y yo me había dejado caer cansado sobre el cuadrilátero cuando vi sus lustrados zapatos frente a mi. Agradecí que ese tuerto fuera un hombre de palabra, pues no sólo había detenido la pelea cuando logré mi objetivo, sino que me llevó a una oficina al fondo del gimnasio donde me dio algo de beber y me contó lo que había pedido saber.
Él era Jay, el jefe de los matones que me habían acorralado a las afueras de la casa, pero me reveló que la ventana rota no había sido de otra persona más que su jefe. Sí, Jay era un sirviente más, uno muy respetado al parecer, de esos que llaman manos derechas. Me dijo que su jefe se llamaba Min Yoongi, un hombre poderoso del cual no quiso darme muchos detalles, pero me explicó que él prestaba el gimnasio a todo aquel que quisiera pelear en su nombre.
¿Sabes cuánto dinero se gana de las peleas callejeras? me preguntó Jay con un brillo evidente en sus ojos, ja, bueno, ojo. Al ver que no tenía idea me lo explicó, Yoongi era de los inversores más conocidos en el mundo de los torneos callejeros, docenas y docenas de peleas ganadas en su nombre y sumando cuantiosas cantidades de dinero a sus ya de por sí llenos bolsillos.
¿No dije ya que era una fábrica de matones? Y Jay me había hecho una oferta que me acompañó y torturó de camino a casa de Jin. Me ofreció convertirme en un peleador de su jefe, la paga era buena y me ayudaría a salir de mi miseria si así lo deseaba. Podría entrenar en el mismo gimnasio si quería y dispondría de un entrenador que me enseñara cómo pelear en forma y hacer uso de mi fuerza y talento, que según Jay, tenía yo y no me había dado cuenta.
Por supuesto me negué, le eché en cara que ya tenía su pelea de muestra y que mi deuda sobre la ventana había sido saldada, y para mi poca sorpresa, él no pareció molesto con ello.
"Piénsalo" dijo y me tendió una tarjeta negra con su nombre y número de teléfono en él, la misma que llevaba dentro de mi bolsillo, no porque lo estuviera considerando, sino porque tirarla frente a él me haría merecedor de otra buena sesión de golpes.
—Dime que en serio no lo estás considerando. —Cuando termino, Jin se tomó unos segundos para hablar mientras se frotaba el rostro con sus grandes y delgadas manos.
—¿Eres sordo? te dije que no.
—Más te vale, porque suena peligroso, ve nada más, te ves terrible, hasta mi bote de basura luce mejor que tú.
—Ja —reí sin ganas y cambié la bolsa con hielo a la nuca, sentía que la cabeza se me iba a desprender del cuello en cualquier momento —. En fin, ¿me ayudarás a curarme de nuevo? no quiero llegar así a casa.
—Date un baño, te prestaré algo de ropa y luego te curaré eso antes de que se infecte. —Se puso de pie y caminó hasta la cocina, no sin antes darme un tirón juguetón a los cabellos que revivió todo el dolor entumecido en mi cuerpo. Ese maldito, lo golpearía si no hubiera gastado todas mis energías, y si no fuera un gran tipo que nuevamente había salido a mi rescate.
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Tarde, pero a tiempo. <3
Cuéntenme qué les pareció, ¿Sí esperaban a Yoongi como el jefe de Hobito?
¡Hasta el siguiente capítulo!
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