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Inicio.

Era la tercera vez que suspiraba profundamente. Mi cabeza apoyada sobre mis brazos cruzados reposaban en el volante del auto. El silencio dentro del vehículo no me permitía saber si me ayudaba a tranquilizarme o perder la compostura. Mis nervios pendían de un fino hilo amenazando con romperse y quebrarme en pedazos.

Me erguí en el asiento mirando al frente. Me encontraba en el estacionamiento de aquel enorme edificio lleno de oficinas. En un intento por tomar mi bolso y abrigo entre mis manos temblorosas cayeron al piso y asiento de copiloto revelando ante mis ojos mi agenda abierta, de ella se desparramó una foto.

Su sonrisa hermosa y esos enormes ojos oscuros mirándome desde el papel, entre sus brazos el fruto de lo que fue nuestro amor, nuestro hijo, a su lado sostenida de su brazo, yo, sonriente, feliz, enamorada, uno de esos tantos viajes en familia que habíamos hecho.

•••
Apenas habíamos bajado del vehículo nuestro recorrido por la isla púrpura en la provincia de Jeolla, me hizo sentir como una niña en una dulceria y eso era mucho decir ya que no solía demostrar mucho mis emociones. Todo eso cambio cuando vino al mundo JeongSan.

Cómo debía ser me había vestido acordé al lugar, un vestido veraniego de mangas cortas, largo hasta mis rodillas con estampas de flores en colores violetas, lilas y púrpuras, unas sandalias de tiras en color negro y un sombrero para taparme del sol. Mi compañero también decidió seguirme el juego solo que él llevaba una remera completamente violeta arriba una camisa blanca, jeans y zapatillas negras.

Fue difícil vestir al niño ya que se rehusaba a usar ese color con tan solo tres años, sabía muy bien lo que quería. Pero al vernos a la par con su padre. No se pudo resistir.

Cariño, mira, allí, allí quiero la foto por favor —chille dando saltitos emocionada.

—Esta bien, cariño vamos —acomodó mejor al niño en brazos y siguió mis pasos hasta encontrarnos en medio del puente. El icónico puente morado entre Banwol y Parkji.

A pesar de que hacía tiempo que la carrera musical de mi esposo estaba en un standby la gente aún se volvía loca por él cuando lo veían. Aún así tuvimos la suerte de tener la tranquilidad de pasear por toda la isla sin ser molestados. Aunque él se mantenía escondido con su inmenso sombrero pescador idéntico al que tenía puesto mi niño en versión miniatura.

Aquí, aquí —lo detuve viendo la oportunidad. Nos acomode a los tres para tomar la selfie con la cámara profesional.

Espera. Disculpe podría tomarnos una foto a mi familia y a mí —pidió el pelinegro a un señor de no más de cincuenta años quien amable accedió al pedido tomando la cámara entre sus manos

Volvimos a acomodarnos.

Bebé mira la cámara, sonríe para papá y mamá. —susurró él al oído del niño quien automáticamente se medio escondió en su pecho tímido mirando al frente mientras intentaba sonreír. Me acomode al brazo izquierdo de mi esposo apoyando mi cabeza en la espaldita de mi nene.

Una vez el conteo del señor se escuchó y llegó el tres, el click de la cámara sonó. Y con ella una hermosa y perfecta foto de nosotros tres en el puente morado, el cielo azul y el fondo del campo de lavanda.
•••

Ese había sido el último viaje familiar entre los tres, ya que luego de aquello el trabajo y la rutina nos habían arremetido con todo. Sentí una pequeña molestia en mi mejilla percatándome de que era una lágrima, lágrimas silenciosas al recordar aquella época tan hermosa.

Casi un año y medio atrás de ello.

Tome todo lo que se había caído al suelo devolviéndolo al bolso, respire profundo un par de veces mas, mire al espejo retrovisor mi apariencia intentando mantenerme lo más neutral posible. Me coloque mi abrigo ya que afuera aún seguía el invierno, por suerte la nieve ya casi no se veía, pero aún así se sentía esa brisa helada.

Caminé firme y segura adentrándome al Hall del edificio hasta acercarme al mesón de recepción dónde me recibieron dos chicas jóvenes, me presenté y de inmediato me dejaron pasar, en silencio espere el ascensor que me llevaría donde mi abogado me estaba esperando.

Subí junto a varias personas más, todas iban a distintos pisos, yo al quinto. Sentí un mareo, esperaba que fueran los nervios, aunque tal vez, también sea por lo sofocada que me sentía al estar encerrada entre medio de personas desconocidas. Mi corazón latía más de lo habitual con ello mi pulso tanto que podía sentir latir las venas en mis sienes convirtiéndolo en una ligera jaqueca.

Las puertas se abrieron una vez llegó al quinto piso, salí acomodando mi bolso en mi hombro y mi gabardina de color bordo, apenas di unos pasos mi abogado, Kim Dae-Yeon, un señor de pasada edad, elegante y de fino traje se levantó del sillón donde estaba sentado para unirse a mi.

—Señora Seo, buenos días —saludó amable con una reverencia.

—No sé si lo sean —murmuré para mí misma, aunque el hombre frente a mi lo escucho perfecto ya que me regaló una sonrisa condescendiente.

—Sera mejor entrar —comenzamos a caminar hacia uno de los despachos dónde se llevaría a cabo el dictamen— el juez ya nos está esperando junto con los demás.

Me detuve en seco al escuchar lo último. Lo miré algo espantada dirigiendo, luego, mis ojos a mis manos que se encontraban jugando entre ellas nerviosas y algo sudorosas.

—Él ya está aquí —afirmé para mis adentros y el señor delante de mí solo asintió en silencio.

Tome una bocanada de aire, trague saliva, exhale todo cerrando unos segundos mis ojos componiéndome. Siempre he sido fuerte, he sido dura con mis sentimientos y con mis decisiones, jamás me dejaba llevar siempre lo meditaba y analizaba absolutamente todo.

Hasta que llegó él.

Las puertas se abrieron dándonos paso a la oficina donde cuatro personas esperaban dentro. Pero toda mi atención recayó solo en una, quien miraba absorto por los ventanales perdido en quien sabe que pensamientos, viéndose hermoso como lo fue siempre. Volteó para encontrarse con mis ojos.

Mi mundo seguía haciéndose pedazos, apartó rápidamente la mirada para acercarse a la enorme mesa de madera reluciente y sentarse al lado de su abogado. Mis piernas parecían no responderme, pero las obligué y al instante estaba sentada frente a él quien rehuía a toda mi existencia.

—Buenas días, soy el juez Park JiWook y estaré oficiando la sentencia de divorcio entre el señor Jeon JungKook y la señorita Seo Gia, ¿es así?

—Si —admitieron en unísono nuestros abogados.

—Bien, empezaré enumerando los ítems de cómo quedara todo bien material en poder de quién una vez se materialice el divorcio. Ante cualquier duda o cambio, una vez termine de hablar podrán decidir que cambiar.

Y así empezó la perorata que preferí no escuchar, lo material me valía mierda. Cuando lo conocí tenía lo mío, cuando me case igual, pero accedí a no pelear por nada que no fuera solo mi hijo, si de ser necesario se tratase.

Pero para mí suerte, JungKook accedió a que el niño viva conmigo en el departamento donde compramos juntos mientras él volvería a uno en pleno Itaewon, solo que vendría a ver al niño bajo ciertos horarios con libertad de llevárselo algún que otro día con él.

Recuerdos y más recuerdos era todo lo que en ese momento mi cabeza prestaba atención. Mi alrededor solo eran imágenes y más imágenes de hermosos momentos vividos junto a aquel hombre que me miraba serio.

Era difícil que alguien me intimidara era algo atrevida y sinvergüenza cuando debía hablar defendiendo lo que creía, mientras que él era respetuoso, amable y dulce en todos los aspectos, jamás supe que fue lo que vio en mí.

Tampoco que fue lo que paso para que termináramos aquí cuando me entregué completa mostrándole mi lado más cursi y romántico. Uno que no sabía que tenía hasta que me enamore perdidamente de él.

Algo avergonzada y tímida le sostuve la mirada, sentía como me estrangulaba el maldito nudo en la garganta avisándome de que en cualquier momento se vendría el llanto. Quería lanzarme a sus brazos, besarlo, que me apretara contra su pecho y me dijera que todo estaría bien, que me cantara como lo hacía cuando rompía por culpa de los nervios o tenía un mal día. JungKook es mi lugar seguro.

Lo era. Lo fue.

Su mirada fija en mí me confundía un poco más y es que lo conocía tan bien que podía asegurar ver un pequeño atisbo de duda en sus ojos y en sus acciones.

—¿Estás segura de esto? —el aire se me quedó atascado ante su pregunta repentina.

Mis ojos descendieron al lapicero que temblaba apenas en mis dedos y los papeles frente a mi que no sé en que momento los pusieron allí. Sentía desfallecer con más recuerdos.

•••
La ceremonia se había decidido hacer en una enorme estancia en la isla Jeju, lo suficientemente alejada y tranquila para que los familiares y más cercanos se sintieran cómodos con la boda al aire libre frente el inmenso y azul mar.

La brisa era una caricia en la piel de la hermosa y reluciente novia que de la mano de su compañero se miraban el uno al otro metidos en su mundo perfecto mientras escuchaban las últimas palabras del sacerdote.

Por el poder que me confiere nuestro señor. Los declaro marido y mujer.

El pelinegro de traje impecable y semblante soñador rodeo con un brazo la cintura de la novia enfundada en un vestido parecido a las de las princesas de Disney, mientras que su mano libre acariciaba la mejilla rosada de esta acercándola a su cuerpo, fundiéndose en segundos en un beso dulce y lento pero llena de pasión y de amor.

Te amo —susurró él aún con los ojos cerrados.

Te amo —respondió ella con lágrimas en los ojos y sus manos en el pecho de su ahora esposo.

Los gritos y aplausos de sus seres queridos los saco de la perfecta obnubilación en la que se encontraban perdidos, haciéndoles reír y sonreír de alegría.

Estarían juntos para siempre.
•••

—Es lo que querías, ¿no? —murmuré conteniendo las lágrimas, no quería ser débil delante de él; así que tome el poco valor que tenía, con la pluma rígida entre manos firme aquellos papeles que ponían fin a nuestro matrimonio.

Uno donde la única que tuvo ilusiones de un "para siempre" fui yo.

Dejé caer el lapicero levantando la cabeza después de tiempo, el abogado a mi lado tomo los papeles entre sus manos y yo con la última fuerza de vida le sonreí al pelinegro con la vista empañada de lágrimas.

—Te deseo una vida plena, JungKook —susurré con la voz rota— mantente saludable —sonreí tomando mis pertenencias y saliendo con pasos rápidos de aquella sala, está vez con lágrimas cayendo por mi rostro.

Me faltaba el aire, tanto que el pecho me dolía, ardía y no sabría explicar si es solo una sensación o algo físico. Encerrada en el ascensor sola no disminuyó ni un poco el malestar, solo se mantenía estable mientras gruesas lágrimas caían sobre mis mejillas en silencio.

No fue hasta salir por la puerta principal y entrar al auto donde la realidad cayó y me desvanecí largando todo lo que me contuve, lloré y lloré hasta con gritos incluidos desgarrándome el alma. Y es que si, el pecho me dolía de verdad por haber retenido tanto tiempo la respiración.

Ya todo acabo, era libre y no de una manera literal. Dejé de ser la señora de Jeon JungKook. Aún así, me sentía totalmente encadenada a su sombra y lo seguiré siendo hasta quien sabe cuándo.

•••
Ese día Ina me había invitado a una pequeña fiesta de cumpleaños del chico con el cual estaba en saliendo, no sabemos porque pero era demasiado hermética con todo y la identidad del pobre chico.

Si, le decía pobre de él si es que se enamoró de mi hermana Seo Ina, una aspirante a modelo que en poco tiempo se ganó contratos de miles de wons y dólares de varias marcas reconocidas para que desfilase en las mejores pasarelas.

Apenas nos llevábamos un año y meses siendo yo la mayor; mientras yo estudiaba, ella iba a las mejores academias de modelaje, teatro, baile, etc. Yo solo me dediqué a estudiar economía como me lo habían pedido mis padres. Pero cuando los perdimos en un accidente automovilístico, decidí seguir mi sueño de marketing y publicidad.

Una vez entramos al edificio que parecía más unas oficinas de la CIA por todo el protocolo y presentación que debimos pasar antes, ¿con quién salía mi hermanita, con el hijo del presidente de Corea?. Por más que le he preguntado no ha querido responderme.

Así que aquí estoy, entrando a lo que parece un penthouse en el piso veinte de uno de los edificios en el barrio residencial más caros de toda Seúl. Tampoco debo quejarme cuando nosotras vivíamos en un piso en Itaewon.

Dentro se podía ver varios invitados, algunos tenían rostros conocidos, la música de fondo en un volumen tranquilo, la comida a un lado, me sentía un poco rara. Seguí a Ina quien pareció haber visto a su chico dando saltitos de alegría.

Mencioné que ella era luz y alegría mientras yo era algo misteriosa y sería.

Me quedé estática en mi lugar intentando asimilar porque Ina abrazaba con euforia a un Idol de índole mundial.

Unnie, te presento a mi novio, Kim TaeHyung, oppa, ella es mi querida hermana Seo Gia.

Nos saludamos en una extraña pero amable reverencia, se notaba lo nervioso que se encontraba ante mi mirada penetrante entre asombro y macabra. Era el novio de mi hermana después de todo, debía velar por su seguridad.

Pero Ina solo vela por lo suyo, lo cual no le importo en mi cara, lanzarse a los brazos del chico para estamparle un beso en la boca mientras de a poco se alejaban de mi presencia.

Esos dos cuando se juntan son explosivos —volteé ante la grave voz que me habló a mis espaldas. Un chico de cabellos azabaches revueltos, alto y musculoso, de sonrisa tierna al igual que sus ojos enormes destellando un brillo especial— soy Jeon JungKook.

Si, se quién eres —dije cruzándome de brazos en un intento de ignorarlo. Pero su carita de cachorrito triste causo ternura dentro de mí, y eso era algo muy complicado— yo soy Seo Gia, unnie de esa explosión llamada Ina.

Oh —sus finos y rosados labios formaron una O y no pude evitar sonreír presa de la ternura. Aún viéndose todo imponente y varonil, destilaba inocencia por todos los poros— encantado de conocerla... Noona.

Se alejó de a poco dedicándome una sonrisa reluciente arrugando tenue su nariz depositando en mis manos un muffin en forma de corazón de color violeta, estremeciéndome en mi lugar y haciéndome retorcer por tal sentimiento tan desconocido que comenzó a aterrarme.

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