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♡┊Same Love.

Este OS contiene Dahmo, pero la historia gira principalmente en torno a Momo. Si aún quieres seguir leyendo, gracias de ante mano 💖

Momo se podía autoproclamar como una persona inestable, insegura y débil emocionalmente.

Su cambiante estado de ánimo era un escollo patético. Podía amarse tanto a sí misma como odiarse cada vez que se miraba en las ventanas de las tiendas. Era angustioso verla deseando la felicidad absoluta mientras lloraba por un dolor vacío en el pecho.

La epifanía de sus sentimientos no tenía un porqué ni un cuándo, sólo sabía que le gustaba creer que estaba loca, que quizás, muy dentro de ella, había perdido la cabeza por completo. Era una forma de reconfortarse, una demasiado risible que aumentaba su desorden mental, pero se allanaba con que fuese así.

En míseras ocasiones se ahogaba en su mente, comprendiendo que no podía ni iba a encontrarse sí misma. Por el momento, no tenía identidad. Podía pensar, hablar y discutir, pero algo no estaba bien en ello. ¿Discutía por verdadero afán o sólo como un grito silencioso de ayuda? Ciertamente, no era afán, era protección.

Momo no era feliz, ni siquiera podía explicarse qué era eso. ¿La felicidad era igual de relativa que la belleza? Siempre creyó en la objetividad dentro de lo subjetivo, y al revés. Los cánones de belleza podrían ser denigrantes y con justa razón, pero era innegable encontrar belleza en lo impuesto. ¿Podía ser la felicidad de la misma forma? Más allá de buscar la satisfacción en el dinero, el amor, el físico y la familia, debía haber un punto de un encuentro. Un punto detonante en donde todos estuviesen de acuerdo.

Sin querer entenderlo, se dedicaba a procesar sus temores a diario. Esperaba así, encontrar su "algo" que la hacía infeliz.

Hasta que concluyó que, teniendo miles de miedos, había sólo uno que sobresalía sin necesidad de comparar: ser ella misma.

Le temía, aborrecía la mera idea de pensarlo. Aún sin saber qué conllevaba eso, le costaba el aire y un encogimiento.

Aparte de llevar una máscara simulando bienestar, también traía consigo todo un disfraz encima para esconderse en alguien que no era. Llamarlo alter ego sonaría artístico, pero Momo no tenía nada de arte. Sólo era un falso personaje más, no queriendo afrontar su vida como debía.

Momo, ¿al menos conoces tu orientación sexual? No la conoces porque no quieres aceptarlo.

La incomodidad en su cara al tocar el tema, era la innegable muestra de que algo andaba mal con todo lo que le rodease. Ya no era un problema únicamente emocional, ahora abarcaba todo lo que le rodease.

Y era justificable.

Naciendo envuelta de mentalidades mediocres e inútiles, no se le podía exigir demasiado. Tampoco que formase su propia ideología a consciencia. Sus padres debían estar allí, enseñándole lo correcto, inculcándole respeto, y apoyándole en todo momento; y aunque el bien y el mal fuese concerniente y cuestionable, cualquier persona con un discernimiento básico podía ver y valorar una crianza ejemplar, llena de educación y cuidado.

Teniendo casi catorce años, siendo inocente, vulnerable e ilusa, cualquiera podría manipularla como si de una marioneta se tratase. Porque era así, no podía dar un paso por su cuenta sin recibir aprobación ajena antes.

No se le podía culpar por sentirse sola. No tenía tan sólo una mascota con la que se pudiese desahogar al respecto, por tanto, no le quedaba más que guardarlo, intentar olvidarlo, y seguir con las cuerdas atadas a sus manos y tobillos.

¿Qué tan malo sería sentirse atraída por una mujer? Su padre siempre se había tomado la molestia de recordarle la asquerosa persona en la que se convertiría si es que llegase a pasarle. No podía estar con quien quisiese, primero debía pasar por sobre su cadáver.

Ni siquiera eso, porque juró regresar de la muerte para atormentarla.

Su padre creciendo en tiempos distintos, debía ser la clara imagen del entendimiento, adaptándose al tiempo y no buscando que el tiempo se adaptase a él. No obstante, su forma de ver la vida era tan hórrida, tan vomitiva. No conforme con guardársela o, mucho mejor, renovarla, le gustaba que sus hijos siguieran sus pasos, creciendo como pequeñas copias de él.

Tenía el derecho de contarle a Momo la triste vida que tuvo en su niñez, envuelto en pobreza, golpes y abusos de todo tipo. Pudo haber sacado una buena historia de eso; superación y cambios.

Pero no lo hacía, nunca lo hizo. Se mofaba de eso, lo presumía como si se hubiese ganado tres loterías juntas.

Alardeaba con que sólo él llevaba un sufrimiento encima desde décadas, nadie más. Los terceros eran personas con privilegios, llenos de salud y riquezas. Una enfermedad mental no era lo suficientemente importante, la ansiedad era no saber controlar la gula, las crisis y ataques eran exclusivamente para personas nefastas e incapaces. ¿Trastornos? No existían.

¿Descubrir una identidad? ¿Por qué la gente se cuestionaba aquello? Era tan sencillo como decir que todos nacían para ser padres y morir, no habían identidades. De seguro era una falacia hecha por el partido comunista.

Momo se terminó acoplando, no tenía más opciones. Era inoperante atreverse a debatirle porque él jamás daría su brazo a torcer. Era hombre, él siempre tenía la razón.

Cumpliendo dieciséis años, soñaba con ensordecerse. Era su deseo de navidad y de cumpleaños cada vez que veía a su padre aproximándose, listo para vocear su discurso de odio, lleno de resentimiento e ira.

Un revoltijo se le formaba en el estómago cuando pensaba en sus ideales. Las únicas veces en las que intentaba sonar reprochadora, valiente ante el hablar, se estremecía de miedo cuando los ojos de él se inyectaban en sangre. Le dolía, realmente le dolía muchísimo que fuese así... Pero, ¿por qué? Ella ya debía de haberse acostumbrado a no tener sus pensamientos y opiniones bajo su control.

A escondidas de todos, había intentado descubrir por su cuenta si realmente le agradaba vivir con el régimen heteronormativo en el que la forzaban a estar. Incluso, se había aventurado por el porno, descifrando qué era lo que le parecía más atrayente.

Y la respuesta no fue ninguna, porque en cuanto se replanteaba la idea de que le gustase una chica, la imagen de su padre cortándola en cuadritos se le pasaba por la cabeza, igual como si estuviese viendo una película de terror en estreno.

No iba a aceptar jamás delante de nadie, que le gustaban más las chicas que los chicos.

Una parte de ella sollozaba, pedía a llantos que alguien le diese la confianza suficiente para escucharla, consolarla y tranquilizarla sin malos tratos, que le dijese que no estaba haciendo ningún daño ni mucho menos merecía la muerte.

Aunque su padre siempre le había repetido que eso era equitativo; matar y tener una orientación sexual distinta. Eran similares.

Momo sentía que su nueva amiga le había llamado la atención de una manera exagerada, catastrófica, y eso sólo comprobaba que no había nada demasiado escandaloso como para crear un melodrama. Ambas se hacían bien, el hecho de que tuviesen vaginas era irrelevante.

Desesperada, trató de comentarle a alguien lo que estaba sucediendo en sus entrañas, recibiendo un "quizás sentiste curiosidad por ver a alguien más con esas prácticas, ya se te pasará" como respuesta.

¿Entonces las orientaciones sexuales se pegaban como si fuesen chicles?

Si era así, ¿por qué lo sentía tan propio, tan suyo? Nadie la había coaccionado para cautivarse por quien no quería, y aún así, ahí estaba, cautivada por Sana como jamás lo había estado.

Seguía sin entenderlo.

Un año desconcertada, analizando quién realmente era. Un año podía sonar hiperbólico, pero ya habían pasado tres, intentando en contra de su voluntad acostarse con chicos.

Y era difícil recriminarla a pesar de tener casi diecisiete años, porque para ser tan grande, aún no sabía lo que hacía. Le parecía más agradable que los hombres con los que había entregado su confianza sexual le dijesen fácil, a que hubiesen rumores de que era lesbiana. Era tan agobiante contenerse, y se negaba rotundamente a meditarlo.

En su segundo año, por un insignificante momento creyó haberlo solucionado todo. Eso, hasta que vio a una de sus cantantes favoritas en ropa interior. No había quedado babeando con sus curvas como una hormonal, simplemente la había encontrado maravillosa, digna de admiración. ¿Por qué no le pasaba con los chicos? Ni siquiera Brad Pitt o Chris Hemsworth la habían dejado tan atónita.

En su tercer año, había ocurrido un cambio considerable.

Ya no se escondía, pero tampoco lo gritaba a los cuatro vientos. Ahora cada vez que un chico se le acercaba, de forma inconsciente prefería desviar la mirada o inventarse una excusa para largarse. No le gustaban lo suficiente para querer entablar algo con ellos. Además, había aceptado por fin que tenía un intenso amor platónico por una chica de unas clases más avanzada.

Quiso creer que, mientras más rápido aceptase su inesperada preferencia, más rápido se iría.

Llegando a su casa, se topó con su padre de frente, furioso, echando humo por las orejas. Momo se cohibió, parpadeando con rapidez, demasiado aterrorizada como para preguntarle qué le pasaba.

Él, parándose derechamente, exhaló con molestia, hablando con asco y sin tapujos:

— Momo, ¿eres lesbiana?

Momo se congeló al instante. Ni ella lo había aclarado aún y tenía que responder bajo presión. Tenía el tiempo contado con los dedos, una bomba a punto de explotarle en la cara.

Tragó pesado, temblando. Tampoco entendía a los bisexuales como para decirlo en un intento de salirse con la suya, ¿existían realmente o de igual modo eran una falsa teoría? Había escuchado millonésimas de veces que era sólo una etapa, un mezcla de pensamientos incompletos.

Porque para ella, la bisexualidad siempre estuvo invisibilizada. Se deseaba al mismo sexo o el contrario, nunca los dos.

¿Su padre la mataría si le escupía en la cara que sin dudas era lesbiana?

— No.

El pensamiento de enfrentarse se esfumó tan rápido como llegó. Su sangre dejaba de circular con simplemente pensar en que lo que más necesitaba y ansiaba, era el apoyo de su familia, y eso es lo que nunca obtendría si decidía zafarse de las reglas.

— Qué bueno. —Momo suplicaba por que no dijese más, que simplemente se callase y olvidase la conversación. La corazonada en su pecho le repetía constantemente que se vendría lo peor, que corriese lejos de allí aunque no pudiese.— Sabes que no queremos extravagancias aquí. Recuerda que si me diesen la oportunidad de criar a un hijo maricón o morir, me hubiese matado desde hace ya tiempo.

Momo sintió sus ojos picar de forma repentina. Su corazón latía, herido, como si le hubiesen clavado una estaca justo en el centro. Contuvo la respiración, aguantando cualquier sonido exasperado de lloriqueo. Su papá estaba presente, no podía llorar como si él no fuese a divertirse con eso.

No era normal que sufriese como lo estaba haciendo. Quería gritar, patalear, golpear cualquier cosa que se le cruzase, pero en cuanto su papá salió de la casa, sólo cayó de rodillas y sollozó. Él la había visto en un estado vulnerable, ella lo sabía, y que decidiese dejarla allí mientras iba en busca de sus clásicos cigarrillos, le dejaba mucho en qué pensar.

¿De eso se trataba el amor paternal, humillarla sin saber que lo hacía?

Eso había desatado una rebeldía en su interior. Las típicas y desagradables frases constantes sobre su físico, su mentalidad y su sentimentalismo, la habían hecho cambiar de pronto. Había sido el colmo lo que la hizo superarse a sí misma, captando por fin que hiciese lo que hiciese, su padre iba a estar acechándola desde una esquina.

Su personalidad seguía siendo dulce y risueña, pero el hecho de reprimirse la había llevado demasiado lejos; era arrebatada, impulsiva, y a veces irresponsable con sus actitudes. Encima se vestía de una manera escatológica o menesterosa, únicamente para molestar a su padre.

No conocía un punto medio. No podía estar dichosa con lo que disfrutaba, y a su misma vez, no discrepar o estallar descontroladamente rápido.

Había aprendido de una muy mala forma que si su padre hablaba sin bases, iba a alentarlo a que hablase con descomedimiento.

Veinte años. Nada había mejorado.

Se percibía a sí misma como una persona desamparada. Su padre se seguía considerando a sí mismo como un monarca y había sido incapaz de dejarla en libertad, incluso se preocupaba más de su vida y de las ajenas que de su propio matrimonio disfuncional.

Momo, con un poco más de razonamiento, se preguntaba si el verdadero campeón en reprimirse era ella o él, porque él no dejaba de repetir que la culpa de las ininterrumpidas peleas eran los familiares o el trabajo, no él. Pero por supuesto que era él.

Momo no había podido soportar su último comentario. Detonó como si esa fuese la chispa que necesitase para provocar un incendio en toda su línea de sangre.

Le dijo cómo se sentía.

Y aunque había sido satisfactorio dejar caer el peso que tenía sobre sus hombros, eso sólo trajo consigo consecuencias negativas, porque ella no era la víctima, su padre lo era.

Él le deseo la muerte una, dos y mil veces, hasta juró dispararle en la cabeza cuando tuviese la oportunidad.

¿Cuál había sido su delito exactamente? Porque algo realmente malo debía de estar haciendo si una manada completa de simios lo habían consolado por el desperfecto que tuvo por hija, mientras que ella se quedaba encerrada en su cuarto, indecisa en si hablar con alguien sobre su sentir.

Aceptar lo que tanto le había costado, resultó ser más humillante que liberador.

Necesitaba con urgencia a alguien que la entendiese y cuidase hasta que pudiese ser independiente con sus decisiones, y por sobre todo, sus emociones. Porque el no saber qué hacer la estaba desquiciando, en cualquier momento comenzaría a halar de sus cabellos.

Dahyun era su única fiel amiga durante aquellos días. Se había levantado a las tres de la madrugada de un día domingo sólo para contestarle las llamadas, o en el peor de los casos, ir en pijama a confortarla hasta que pudiese respirar con tranquilidad.

Dahyun solía pasar tardes eternas junto a ella con la sencilla intención de distraerla y hacerla sentir mejor.

Dahyun la había dejado dormir sobre su pecho en un intento de entregarle el cariño que muy probablemente le faltaba, y eso era verdaderamente importante, porque nadie se había preocupado tanto por ella como ella lo estaba haciendo.

Dahyun tenía la manía de soltar chistes (mayormente sin gracia), y por esa razón le avergonzaba contarlos, pero era agradable que Momo se riese con genuina alegría, como si realmente le pareciese divertido todo lo que tuviese que ver con ella.

Dahyun la abrazaba de forma constante y siempre le sonreía afable cuando lo necesitaba.

Dahyun siempre estaba con ella. De hecho, ambas estaban siempre con y para la otra. Fuese donde fuese, su apoyo siempre parecía ser incondicional.

¿Cómo no enamorarse de una mujer si existía Dahyun?

Momo podía distinguir sus sentimientos, la quería, pero temía que Dahyun no la quisiese de la misma manera. No quería arriesgarse a decírselo si tenía más posibilidades de ser rechazada con una amistad de ensueño hecha añicos, a ser correspondida y sobrellevarlo como si eso no tuviese complicaciones extra.

Estaba casi segura de que a Dahyun también le gustaban las chicas. Lo había podido reconocer al segundo de conocerla, pero eso no le daba ninguna certeza de que la quisiese románticamente. Era irrisorio creer que le gustaría cualquier chica por el simple hecho de ser una chica y lesbiana.

Momo, por primera vez, se decidió por buscar algo que la satisficiese. Salir con Dahyun no era la definición de felicidad que estaba tratando de hallar, pero definitivamente era lo más cercano al sentimiento de euforia recorriendo su abdomen, y le gustaba. Llenaba gran parte del hueco en su vacío pecho.

Llevarla a un parque de atracciones había sido muy distinto a todo lo que sucedía en su vida. No hubieron comentarios imprudentes ni intolerancias, tampoco parecía estar presente el odio o el desagrado. Aún a pesar de haber entrelazado sus manos con cientos de personas alrededor, no se dejaron intimidar. No ahora que se sentían como dos niñas divirtiéndose dentro de una burbuja de utopía idealista.

Esa misma noche, Dahyun se había mostrado excesivamente cariñosa y dependiente de su existencia. Le besaba la mejilla en cada oportunidad que encontraba, también había mentido diciéndole que tenía algo en el labio sólo para tocarla. 

¿Puedo confesarte algo, Dahyun?

Por supuesto, dime qué tienes escondido.

Dahyun la forzó a detenerse en medio del desolado camino de vuelta a casa. Se instaló firme frente a ella, sonriéndole dulcemente mientras esperaba que dijese algo.

Momo estaba verdaderamente nerviosa. Más que nunca. 

Sus manos comenzaron a sudar y la boca se le secó como charco de agua en el desierto. Carraspeó, tomando un par de centímetros de distancia para no sentirse cohibida de pronto.

Momo ya no era una niña que no sabía lo que quería, y no dejaría que el pensamiento negativo e insistente de su padre la hiciese pensar aquello. Al menos no en un momento tan íntimo y decisivo como lo era ese.

— Creo que me gustas.

Su corazón latió acelerado contra su confesión abrupta y poco planeada. Ni siquiera había titubeado, porque no lo había pensado antes de soltarlo.

Dahyun, soltando una risa que por un momento sonó burlesca, respondió:— Te ves algo boba cuando dices lo primero que se te viene a la cabeza, ¿sabes? —Momo sintió su pecho cerrarse para dejarla sin aire. ¿Dahyun la había rechazado? No tenía muy claro qué significaba su respuesta, pero sabía que igualmente le había dolido.

Dahyun, sorprendiéndola, había sido lo suficientemente valiente como para pararse de puntitas, tomar sus mejillas y besarla con toda la dulzura que tenía guardada y exclusiva para ella.

Momo había quedado congelada de pies a cabeza durante eternos segundos. ¿Dahyun le correspondía? No podía procesar la situación con el miserable tiempo que tomó rechazarla para luego besarla, requería algo de espacio personal y segundos extra para entenderlo.

El cosquilleo que le viajaba incluso por las palmas de sus manos, le reafirmaba que lo que percibía tanto en su interior como exterior, no era un sentimiento pasajero. Dahyun la hacía sentir extraordinaria, como si pudiese tener el mundo en sus manos cuando quisiese.

Dahyun se separó, viendo con preocupación lo estática que se había quedado. ¿Había hecho algo mal? Sabía que Momo durante toda su vida había asimilado las cosas de un modo distinto, era por ello que no le gustaba hacerla sentir presionada u obligada a hacer algo por lo que no estaba lista. Momo respiró entrecortado, parpadeando con una obvia falta de confianza.— ¿Eso... Eso significa que también te gusto?

Dahyun asintió, alcanzando una de sus frías manos para acariciarla.— Me gustas mucho, Momo. ¿Cómo podrías no hacerlo si lo tienes todo para ser perfecta?

¿Perfecta?

¿Ella realmente la había llamado perfecta?

El escepticismo la recorrió, y se sintió incitada a observar sus manos unidas con un cariño completamente honesto. Incluso con todas sus inseguridades, conflictos internos y nula autoestima... ¿Ella la seguía encontrando perfecta?

Entonces, como jamás había sido capaz de entenderlo, se percató de que la felicidad era ella misma.

Dahyun la había apoyado en todo momento y lo agradecería hasta el fin de sus días, pero todo lo que había pasado y avanzado, lo había hecho por y para sí misma. Por su cuenta y por nadie más.

Estuvo tanto tiempo tratando de darle significado a algo que no lo tenía, que se olvidó de vivirlo. El odio la había hecho volverse una persona sin motivaciones ni metas, pero ahora que se amaba y tenía designios, podía entender la felicidad en su completo esplendor.

Dahyun había sido el ángel que anheló tener al lado desde que tuvo consciencia y que ahora por fin podía contemplar y admirar.

La tomó de la cintura y estampó sus labios con fuerza, suspirando de alegría cuando la sonrisa de Dahyun se hizo presente contra sus labios. La alzó por los muslos en un intento desesperado por sujetarla como ella lo había hecho durante todos esos meses, logrando que una risa se escapase de su garganta y envolviese las piernas en sus caderas.

Necesitó tiempo para autoexplorarse, fue un proceso largo y hastío, pero la aceptación que encontró al final era incomparable a cualquier otro pensamiento, satisfactorio o no, que poseyó alguna vez.

Podía constatar que la felicidad era igual de relativa que la belleza, pero innegablemente la beatitud estaba enlazada y atada con el ser. Estaba orgullosa de haber obtenido una respuesta tan clara como su amor propio y el amor que tenía por Dahyun.

Se prometía que no volvería jamás a seguir con su vida gracias a aportes ajenos repulsivos. Lo haría con ayuda de su propio amor. Y, por supuesto, le entregaría a Dahyun el amor que siempre estuvo escondido en su pequeño músculo bombeante, porque ella era lo único por lo que quería seguir avanzando y amando.

me acostumbré a dejar notitas al final, perdón

esta historia cortita tiene un significado demasiado importante para mí. lo escribí en 2017 en un intento de que alguien evaluase mi forma de escribir y me diera consejos para mejorar, pero eso nunca pasó. a inicios de este año, encontré la historia, la leí, y me di cuenta de que estaba escrito como el mismísimo hoyo. la redacción era media rancia y demasiado conformista para mi gusto. la edité mil veces y le pedí a mi ex profesor de lengua (que lo kiero muxo, por cierto), que me evaluase, porque nadie nunca lo había hecho. literalmente me sentí expuesta mostrándole esto, pero realmente necesitaba opinión de alguien que tenía todas las cualidades de ser uno de los mejores escritores. él fue la persona más dulce del mundo al corregirme muchas cosas, dándome consejos y diciendo lo que opinaba sobre esto. lo publico ahora (y un poco avergonzada), porque es una parte de mi corazón, aunque suene gracioso o poco creíble. y también porque tengo trece historias publicadas y NO ME GUSTAN LOS NÚMEROS IMPARES. en fin, mil gracias si alguien se tomó la molestia de leer esto /carita triste

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