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00| El horrendo hijo de tía Narcissa


El gran árbol que cubría gran parte del jardín trasero de la casa de los Kane, le brindaba a la más pequeña de la familia la frescura que necesitaba en esos días de calor. Debajo de aquel roble, corría una brisa veraniega que la transportaba a un lugar lejano. Su vestido beige revoloteaba con la brisa y su sonrisa llenaba el lugar. Este verano era el mejor de todos los tiempos, no solo porque entraría a Hogwarts en menos de tres meses, sino porque su padre le había prometido llevarla a visitar todas aquellas criaturas mágicas que estaban en su cuidado en el ministerio.

Por el rabillo del ojo Alene pudo notar un pequeño insecto de ocho patas que caminaba rápidamente por el tronco del gran árbol. Con sus propias manos la atrapó en pocos segundos y corrió dentro de la casa, descalza y con el vestido embarrado.

—¡Mira padre!—le dijo Alene a Seymour Kane cuando lo encontró en el estudio.

Con la araña en sus manos y una sonrisa en la cara la joven saltaba en la habitación mostrándole a su padre lo que había encontrado. Seymour utilizó su varita para quitarla de las manos de la niña y guardarla en un frasco.

—¿Y para que necesitas otra araña?—preguntó confundido—Ya tienes unas cuantas.

—Unas cuantas no son suficientes—se quejó Alene mientras tomaba asiento en uno de los pequeños sillones blancos de la habitación.

Con un simple movimiento de varita Seymour logró poner de pie a la joven—Tu madre no debe verte así—con otro movimiento limpio rápidamente el sillón—ve a cambiarte para el almuerzo.

Un poco molesta, Alene decidió que lo mejor era hacerle caso a su padre. Darleen Kane podía llegar a ser una bruja escalofriante cuando se lo proponía. En el camino se topó con Nesta, la favorita de la familia, la elegancia caminante, la belleza hecha persona, la hermana mayor de Alene. Con pasos distinguidos se paseaba por la sala leyendo un libro que probablemente había robado del estudio de su padre. Parecía muy interesada hasta que llevó su vista a Alene.

—Cámbiate antes de que te vea madre—le aconsejó, dirigiendo su mirada a la oficina de su madre que estaba en el piso superior, aparentemente conversando con alguien.

—A eso iba—le respondió.

Subió las escaleras sin cautela, dejándole claro a su madre que no le importaba en lo absoluto la presencia de sus 'amigos' y llegó a su habitación dejando el camino lleno de barro. No pudo contener un grito cuando lo primero que vió al entrar a su habitación fue una cabellera rubia  platinada que no le gustaba en absoluto.

—¡¿Qué haces aquí?!—medio gritó.

—No sabía que tenías tantas arañas—dijo con una mueca, revisando la repisa de la joven y haciendo una cara de asco cada vez que las patas de los arácnidos se movían.

Draco Malfoy, el horrendo hijo de su tía Narcissa. La peor desgracia que había pisado la tierra, según Alene.

—Te odio.

—Si, si. Que bueno.

—Te hice una pregunta—dijo Alene, con sus manos en su cintura y el entrecejo fruncido.

Draco la miró unos segundos—Te pareces a tu hermana—se burló.

—¡No me parezco a mi hermana!—gritó furiosa.

Se adentró en el baño de su habitación para poder cambiarse en paz puesto que no había manera de que ella tuviera las capacidades para sacar a aquel muchacho de su cuarto sin armar un escándalo y por el momento eso era lo último que se le apetecía. Se cambió el vestido y limpió sus manos y cara para terminar cepillándose el cabello que tenía un par de hojas escondidas entre los mechones.

—Vine con mis padres—finalmente respondió la pregunta.

—¿A qué, exactamente?

Draco se guardó unos dulces que había encontrado en uno de los estantes de la habitación y la miró fijamente—¿Tengo cara de saberlo?—preguntó, llevándose uno de ellos a a boca.

Alene bufó, esta extraña relación de amor odio la iba a matar algún día.

El rubio se sentó en la cama, parecía inquieto y no dejaba de sobarse el hombro cada vez que creía que Alene no lo estaba mirando.

—¿Te caíste o algo?—le preguntó Alene, sin ponerle mucha atención, ya que estaba arreglando su cabello en un pequeño espejo.

Esperó unos segundos pero no hubo respuesta—¿Me vas a decir o voy a tener que sacártelo a golpes?

Draco rodó los ojos, harto de la actitud de su amiga—No es importante.

Ambos niños escucharon pasos fuera de la habitación y sin querer ser encontrados; ni por Lucius ni Darleen, Alene agarró a Draco de la chaqueta y se escondieron en el armario.

Silencio.

Se oyó como se cerró la puerta de la habitación y Draco abrió la puerta del armario y respiro profundamente de una manera demasiado dramática.

—¿Es tu padre, verdad?—pregunto Alene de la nada, aún mirando el hombro de su amigo.

Draco no quería responder, temeroso a lo que Alene pudiese pensar.

—Sabes que puedes contarme lo que sea—le comentó la castaña dedicándole una sonrisa sincera que transmitía todo el sentimiento de su corazón.

—Simplemente me caí de la escoba, Alene. No seas tan preguntona.

—No te creo—respondió al instante—Pero no preguntaré nada más, no quiero hacerte sentir incómodo.

Draco asintió, no sabiendo que más decir.

—¿Quieres que váyamos al callejón Diagon? Para poder comprar nuestros útiles—balbuceó luego de un rato.

—Me parece perfecto...¡Pero no quiero ir con tu padre! Me da un poco de miedo—rió y luego abrió sus ojos más de lo normal—¡Quizá por eso tu casa está embrujada! Tu padre siempre parece estar enfadado.

Draco suspiró—Si, ese debe ser el porqué.

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