Al amor.

Gracias a todos aquellos

que han iluminado mi camino.

Gracias a Arno por regalarme

un pedacito de cielo para volar.

Zur Liebe.

Dank an alle, die

meinen Weg erleuhtet haben.

Danke an Arno, dass er

mir ein kleines Stück Himmel

zum Fliegen geschenkt hat.

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03 septiembre, 1944. En algún lugar de Alemania.

Geliebter Hans Funk:

Me han asignado una nueva misión en el avión que siempre he deseado; me imagino que ya sabes cuál es, pero por si lo has olvidado, me asignarán el Messerschmitt Me 262 o mejor conocido como Schwalbe. Estoy listo para destruir a todos esos malditos.

El gran día ha llegado. He mandado esta carta porque me han movido de inmediato y no te he encontrado al irme, pero pronto nos volveremos a ver, mein Geliebter. No fue necesaria la despedida, en dos meses o menos nos reuniremos en ese mágico lugar.

Siempre llevo tus fotos y tus cartas conmigo, y esta vez no será la excepción. Tú me inspiras a ser el mejor piloto y por ti entregaré hasta mi último aliento. Sé que tus padres y mi hermana estarían orgullosos de nosotros y de todo lo que hemos logrado.

Prometo derribar a todo aquel que intente profanar nuestra nación y cada medalla que gane será dedicada a ti.

Esperaré tu respuesta con ansias. Por favor, mándame una foto nueva para mi tablero. Jamás me cansaré de admirarte. Vuela lejos, min lille ravn.

Heil Hitler.

Mit Liebe und Zuneigung, Arno Otten.

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Jamás te imaginas el daño que puede traer la muerte de alguien a tu vida y, mucho menos, la de la persona que amas.

Ver a tu madre llorar, ver cómo tu hermana yace en los brazos de la mujer que les dio la vida. Ahora hay algo diferente; ya no ves a esa niña pequeña riendo, ya no la ves con las mejillas llenas de color; ahora es un cuerpo frío, callado, con la mirada perdida y sin brillo.

—¿M-mamá? ¿Por qué Adalia ya no se mueve?... ¿Mami?

Ella nunca me contestó, solo lloraba y apretaba el cuerpo de mi hermana de cinco años.

Hasta ese momento comprendí lo que era la muerte y me sentía culpable. Le juré que sería su príncipe y la cuidaría ante todo mal, pero no logré cumplir mi promesa; no logré mantenerla con vida.

—¿Mami? ¿Cuándo volverá Adalia? Ya se tardó mucho. ¿A dónde se la llevó mi tía? —preguntaba insistentemente todos los días. Ver su lugar vacío me preocupaba y me dolía.

—¡Nunca! ¡Todo esto es tu culpa! —gritó mi padre con la lengua arrastrada, tambaleante, víctima del efecto del alcohol barato.

Algo pasó en mi mente; simplemente no recuerdo cómo es que mi hermana murió, pero siempre me culpó el viejo por su muerte... no sé si realmente era culpable, tal vez era una simple calumnia para que mi padre nunca le viese la cara al "responsable" de su dolor. Nunca me atreví a preguntar por el miedo de escuchar algo que no deseaba, por ver que una pesadilla se podía hacer realidad, por conocer el monstruo que habitaba en mí.

Estaba enojado conmigo, estaba enojado con la vida y los demás pagaban las consecuencias. Siempre llamaban a mi madre en la escuela porque me había peleado con alguien, había hecho alguna maldad o porque había insultado a algún profesor a mis tan solo nueve años. Me había vuelto bastante rebelde. Mi cuerpo estaba inundado de moretones, mis cejas estaban eternamente fruncidas y por suerte, mis mejillas jamás volvieron a conocer las lágrimas...