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La crueldad es la fuerza de los cobardes - Proverbio Árabe
Extracto: "Cronología del Clan Sombra"
Autor: Toshinori Yagi
"Pertenecer al Clan Sombra era un privilegio que Hitoshi había apreciado desde el primer momento en que se unió a ellos. Había sido criado para servir a la familia Imperial, había jurado lealtad al Emperador y a su linaje. Había recibido un propósito. Él y los muchachos de su edad estudiaban con una devoción ciega pues su mayor deseo era pagar con su servicio el hogar que la familia imperial les había brindado.
Y tras un largo viaje Hitoshi había recibido el mayor honor al que cualquiera de ellos podía aspirar. Había sido elegido para proteger al Tercer Príncipe. Se convertiría en un Guardian.
Sin embargo su preparación como Sombra fue muy diferente de la de sus compañeros.
No conoció a su protegido cuando tenía diez años como dictaba la costumbre. El Tercer Príncipe vivía recluido tras haber perdido a su madre durante el parto. El Emperador había asignado un Aya para el cuidado de su hijo y solo la familia imperial tenía permiso para verlo.
Tampoco había ido a visitarlo como hacían sus compañeros. Era tradición que antes de asumir su papel de Sombra a tiempo completo el Guardian escogido debía pasar tiempo con su Protegido para conocerlo. El Príncipe Heredero solía llevar a su Sombra a entrenar, los rumores decían que ambos habían resultado ser tan afines que solían pasar la mayor parte del tiempo juntos, y el Segundo Príncipe llevaba la suya a cazar, pero se rumoreaba que el Tercer Príncipe poseía una constitución débil y el Emperador había ordenado que el muchacho se mantuviera lejos de todo el ajetreo de la corte.
Hitoshi había tenido que crecer con el resto del Clan, ajeno a las actividades que un Guardian solía asumir.
Entonces la Aya del Tercer Príncipe había muerto, el Emperador había ordenado que su hijo se trasladara fuera del Palacio Principal, y finalmente había permitido que Hitoshi asumiera su papel como Sombra.
El día que Hitoshi entró en el pabellón del Tercer Príncipe portaba una expresión inescrutable, una copia exacta a la de su maestro, pese a la emoción que rugía dentro de él. Se había detenido al mismo tiempo que Aizawa y había dejado que fuera él quien hiciera las presentaciones.
Al final el Príncipe había despedido a su maestro sin mirarlo.
Al quedarse solos Hitoshi había soportado el escrutinio del Príncipe en completa calma, y tras un largo silencio lo había mirado directamente a los ojos. En apenas un segundo de inspección descubrió que el Tercer Príncipe era un muchacho frágil, de rasgos delicados y un aire inestable, envuelto en el miedo y la duda.
El miedo se leía en sus ojos con la misma claridad que las nubes del cielo.
El Príncipe no había soportado la intensidad de su mirada, no estaba acostumbrada a ella, y por primera vez Hitoshi lamento el poder que transmitía.
—Alteza—había dicho en un intento por apartar la pesada atmosfera—no hay nada que temer.
—¡Cállate!
Hitoshi obedeció lamentado su pobre elección de palabras. Se había quedado ahí, de pie, en posición de firmes, mientras el Príncipe paseaba por la pequeña sala. Al final el Príncipe había abandonado el cuarto sin decir nada y Hitoshi lo había seguido en silencio.
Habían bajado al jardín. Habían entrado a la biblioteca. Habían ido a la sala de té. Siempre con el Príncipe por delante y con Hitoshi detrás. Al entrar en el cuarto el Príncipe había estallado.
—¡¿Por qué me sigues?!
—Es mi deber, Alteza.
—¿Tu deber es entrar a mi cuarto?
—Mi deber es protegerlo, Alteza.
—No te quiero aquí, no te necesito aquí. ¡Vete!
—No lo molestare, Alteza, no sabrá que estoy aquí.
El Príncipe lo había mirado fijamente y Hitoshi había tenido cuidado de mantener sus ojos fijos en su cuello.
—Ese hombre, el guardia, dijo algo sobre nombrarte, ¿no tienes un nombre?
—Renuncié a él, Alteza, es costumbre que mi protegido escoja un nombre para mí. Como símbolo de pertenencia.
—¿Me perteneces?
—Así es, Alteza
—¿Harás todo lo que te ordeno?
—Por supuesto, Alteza.
—Entonces muérete.
Aunque la petición había sido acerada y violenta, Hitoshi había mantenido la calma.
—Moriré protegiéndolo, Alteza, no antes; y si no desea nombrarme aún, puedo esperar.
—No hace falta, ahora que lo pienso tengo el nombre para ti.
La emoción había recorrido a Hitoshi, el nombramiento marcaba una nueva etapa en su vida. El lazo que lo unía a su Protegido.
—Te llamaré Fantasma.
—Gracias, Alteza.
—¿Quieres saber por qué?
—Si su Alteza me lo permite.
—Porque eso es lo que quiero que seas. Un fantasma. No quiero verte, no quiero oírte, no quiero saber que existes. Si tienes que estar aquí quiero que te pegues a la pared y no me hables ni me mires. Nunca te atrevas a mirarme, tus ojos son espantosos y no quiero volver a verlos. Asegúrate de que nunca se fijan en mí, ¿está claro?
—Lo está, Alteza.
—Entonces hazlo. Junto a la pared, en silencio, quiero olvidarme de que existes y de que tengo que pasar mi vida contigo pegado a mi espalda.
Hitoshi había obedecido y si en algún momento se había sentido decepcionado no había dejado que esa emoción aflorara, se había limitado a cumplir con su deber. Se convirtió en Fantasma, la Sombra que veía al Tercer Príncipe recorrer su casa incansablemente, aburrido y aterrado, el testigo mudo que lo veía estudiar y frustrarse.
Finalmente se convertiría en el único que acompañaría al Tercer Príncipe hasta su último día de vida.
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