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-extra-

"Las paredes del orgullo son altas y anchas. No se puede ver al otro lado" – Bob Dylan.

> XI <

Una Serpiente Bajo la Hierba

[...]

Había sido educada en el espionaje, el secretismo y el sigilo, y había pasado su infancia deslizándose entre las ventanas de los hombres poderosos robando dinero y murmullos bajo sus narices. Su dueño se había mostrado complacido ante su habilidad, aunque eso no le había impedido venderla apenas le mostraron una bolsa de oro.

El dinero había cambiado de manos y ella había cambiado las calles de las Tierras Libres por una habitación cerrada en una tierra desconocida. Y si bien su nuevo dueño la hizo bañar, le ofreció tres comidas diarias, un guardarropa nuevo, y clases de decoro, pronto aprendió que ese hombre era tan avaricioso y perverso como el anterior, con la única diferencia de que a este nuevo dueño le gustaba vivir bajo una máscara de rectitud y nobleza. Lo supo apenas la enviaron de vuelta a sus antiguas tareas y ahí también aprendió que sin importar el dinero en la bolsa los secretos seguían siendo iguales.

Y entonces, un día, cuando los últimos destellos de la infancia se difuminaban de su rostro ordinario y se convertía por fin en una doncella en edad casadera, su dueño la llamó una vez más para darle una nueva tarea que en realidad era el mismo trabajo que llevaba haciendo durante años: Entrar a hurtadillas, guardar silencio, alzar las orejas y aprenderse secretos para susurrarlos de vuelta.

—No será igual —le advirtió su señor pues al parecer su estancia sería prolongada. No un simple viaje de un día o una semana, a ella no le importó.

—Estar ahí un día o un año no hace diferencia alguna, señor.

—No seas imbécil y presta atención —y el hombre comenzó a recitar advertencias y amenazas como una anciana aterrada y ella quiso reírse. Reírse de la ingenuidad de ese hombre que vestía con ropa esplendorosa y usaba adornos de oro pero que se creía un hombre de cuidado aun cuando recitaba en voz alta sus miedos más absurdos—. Te enfrentarás a los demonios negros —añadió con una reverencia casi hilarante.

Demonios, pensó más divertida que aterrada. Ella, que conocía el terror de vagar por las calles vacías y el terror de los hombres infames, no tendría miedo de un montón de cuentos. Ella, que aún era una niña cuando había enfrentado asesinos, violadores y esclavistas, no iba a encogerse de terror por rumores absurdos. Ella, que había conocido de primera mano a criaturas miserables, no iba a acobardarse por un puñado de soldados escondidos en una fortaleza impenetrable. Si tan peligrosos eran, ¿por qué no salían a conquistar el mundo? ¿por qué encerrarse en una Ciudad en la que no podían luchar contra nadie?

No. No tenía miedo de ellos, pero eso no se lo dijo a su dueño y tampoco se rio de sus advertencias pues apreciaba la vida que llevaba con comida, una cama, y buena ropa. Él la había llamado una inversión y al parecer había llegado el momento de cobrar porque la alistó de pies a cabeza antes de enviarla con el resto. Fue así, que emprendió el viaje en carruaje con el resto de su grupo, todas doncellas jovencísimas listas para servir. Y ella, que había pasado los últimos años aprendiendo a comportarse, era igual al resto, se movía como ellas, olía como ellas, se inclinaba como ellas, y la única diferencia era que en su interior seguía siendo la mocosa violenta y salvaje que había crecido en las calles polvorientas de una ciudad olvidada. Solo en su interior ella era la espía y la asesina, y el resto era la máscara perfecta que su señor había ido construyendo a lo largo de todos esos años.

Pese a su máscara impenetrable le resultó imposible contener el desprecio frente al grupo de mujeres que empezó a revolverse inquieto en el carruaje compartido. Susurraban absurdos tan disparatados que le costaba no rodar los ojos y resoplar al oírlas.

"Los demonios pueden arrebatarte el alma cuando te miran a los ojos."

"Y cuando caminan no hacen ruido."

"Yo he oído que pueden transformarse en criaturas nocturnas y es así como vigilan la noche."

"Sí. Les gusta moverse en la noche porque son sombras que caminan. Sombras que no soportan el calor de una mujer."

"Por eso roban a sus hijos de las cunas desatendidas."

Cuentos y charlatanerías que la pusieron de mal humor. Las ignoró lo mejor que pudo aunque prestó atención a la forma como se encogían y se frotaban las manos, no podía destacar entre el resto si no se comportaba como esas mujeres aterradas. El problema era que el miedo siempre había sido la emoción que más trabajo le costaba imitar porque cuando eres una niña que camina entre calles oscuras tener miedo es lo mismo que caminar con un blanco en la espalda. En los barrios bajos el miedo es el sinónimo de la debilidad, y ella había aprendido que las criaturas miserables caminan por esas calles empolvadas podían olerlo, sentirlo y deleitarse, así que había aprendido a esconder su miedo. Lo había ahogado con tanto éxito que incluso podía colarse entre los perros entrenados que vigilaban los secretos de sus amos sin que estos la detectaran.

Era fácil. Tan fácil. Y por eso cuando arribó a esa Ciudad Fortaleza no sintió pánico ni terror, sino una curiosidad teñida de arrogancia y lo que vio al cruzar las inmensas puertas fue otra decepción: Un puñado de guerreros, casi cachorros, yendo y viniendo como niños consentidos e imprudentes. Le tomaría años aprender que esas criaturas jovencísimas eran los soldados enviados por las casas de reclutamiento que el Clan tenía a lo largo de todo el Imperio y que los guerreros hechos y derechos eran los que no se veían, las sombras que patrullaban la Ciudad y se deslizaban por los túneles secretos bajo las murallas. Esos eran los hijos del Clan, sombras y susurros que nadie veía hasta que no se acercaban con un cuchillo en la mano.

Pero eso sería hasta después, en ese momento lo que siente al alinearse con el resto de su grupo es desprecio. Un desprecio que oculta al bajar la cabeza para el conteo y el consabido registro.

—Esta es la comitiva que acompaña a la nueva concubina del Emperador —dice el hombre que comanda en su grupo—. La joven Nemuri viaja en el carruaje frontal, estas son sus doncellas de compañía.

Ella, al igual que el resto de las mujeres, inclina la cabeza, saluda y ofrece reverencias en gestos nerviosos y cortos; y mientras revisan sus carruajes e identidades, ella permanece quieta, deleitándose en su disfraz e invisibilidad. Tras la revisión de rutina los carruajes vuelven a ponerse en marcha y aprovecha que las otras observan la Ciudad Fortaleza con ojos asombrados para imitarlas a fin de conocer el terreno. Es más grande de lo que espera, más limpia y brillante, como entrar en un mundo esplendoroso y magnifico que parece deslumbrar. Y se maravilla porque no puede evitar pensar en cuántos sucios secretos se esconden dentro de esos edificios bellísimos. ¿Cuántos secretos podrá encontrar para su dueño?

Las modestas casas van ampliándose y creciendo conforme avanzan, hasta que llegan al palacio en el centro de todo, otra estructura impresionante compuesta de varios edificios altos y rodeada de inmensos jardines que resplandecen en verde. Hay arcos y pabellones, fuentes y caminos, y la suntuosidad no se acaba mientras atraviesan amplios salones de techos altos, hasta que finalmente llegan a su destino donde un hombre regordete, vestido en una suntuosa túnica dorada se sienta en un trono alto desde donde puede mirarlas con su expresión condescendiente.

Es un hombre poderoso, lo sabe por su postura, su ropa y las joyas que porta, pero también por el destello frío y acerado que ve en sus ojos. Lo reconoce: La mirada de un depredador. Y junto a él hay un muchacho con un rostro limpio y fresco como una gota de agua. Viste el mismo uniforme negro que el resto de los guardias que ha visto hasta ese momento, y al igual que el resto es jovencísimo. Más joven que ella, incluso, y la idea la hace querer reír.

Todos aquí son unos niños. Lo cuál le resulta hilarante porque ella misma ha superado la doble decena de su vida.

"No te confíes", había dicho su señor, "la sombra del Emperador lleva poco más de dos años en el puesto, el tiempo justo para que se sienta confiado y sea fácil burlarlo". Burlarlo. Esa había sido la razón de entrenarla durante años, pero al mirar al joven guardia sintió que había malgastado su vida memorizando complicados rituales, protocolos y formas porque burlarlo parecía tan fácil. Tan fácil como burlar al resto de los guardias que la rodeaban.

Y en ese momento cometió un error. Un error diminuto que le costaría todo.

De pie junto al resto, tras los esperados saludos y reverencias, sus ojos se cruzan con los del guardia, apenas un momento antes de bajarlos en un gesto que ha perfeccionado durante años. Es un gesto absolutamente infalible que habla de timidez, servicio y miedo. El problema es que en ese segundo antes de apartar los ojos en lugar de dejar su mente en blanco piensa: Podría matarte. Se lo dice al guardia y él lo oye. Lo oye, y ella no se da cuenta.

No se da cuenta hasta que las despedidas llegan, la nueva concubina desaparece y ellas se preparan para ir con el jefe de mayordomos a recibir el discurso de bienvenida y el reglamento del palacio. Todas ellas avanzan hacia la salida, en una hilera simple, y pasan junto a los guardias, uno de los cuales es el guardia del Emperador.

Y ocurre de forma tan inmediata que no alcanza a comprender lo que sucede hasta que termina. Un momento es ella, oculta tras su máscara, y al siguiente está apartándose del cuchillo que se dirige a su corazón alertada por la repentina aura asesina del guardia que se ha movido apenas la tiene al alcance de la mano. Él quiere matarla, puede percibir su intención en el aire, y siendo que su cuerpo está acostumbrado a sobrevivir en las duras calles del exterior, su reacción instintiva es apartarse. Se congela un segundo después apenas se da cuenta de que se ha delatado, una simple doncella jamás habría detectado el ataque, y cuando ve los ojos oscuros de aquel a quien llaman Noche se estremece porque en ellos lee su muerte. Así que lucha, guiada por un destello de pánico que no puede suprimir maldiciendo su arrogancia en cada puñetazo.

Le sorprende ser sometida, no habría sido extraño que terminara muerta tras reaccionar como un estúpida ante un provocación tan obvia que de haber prestado atención habría sido capaz de leer y evadir; pero no está muerta y no quiere estarlo así que presta atención y no tarda en detectar la sutil curiosidad del Emperador, su interés por ella y sus habilidades, y en ese interés ella ve una salida. Apenas ve una oportunidad ruega por su vida.

—Puedo ser su espía, mi señor. Puedo ofrecerle secretos.

—¿Qué secretos tienes?

Y se los cuenta, todos los que tiene, aún los más inútiles porque a un cadáver los secretos no le sirven, pero en su caso tal vez consigan prolongar su vida. Sorprendentemente lo hacen y eso le da una idea.

—Puedo recolectar secretos para usted.

El ofrecimiento enfurece al guardia, que parece recto e inflexible, todo lleno de principios y reglas, pero él no importa. Lo que importa es el destello de interés en los ojos del Emperador, un destello que ha visto antes y que le permite reconocer la ambición cuando la mira. El ofrecimiento la salva aunque también la confina a una celda negra durante meses –tal vez años– mientras el Emperador y su joven guardia bajan ocasionalmente para interrogarla. Al soberano le ofrece secretos, promesas, certezas, el hombre solo le entrega dolor, algo a lo que está acostumbrada y que no la sorprende. Entre comentarios sueltos descubre que el Emperador tiene interés en utilizarla –¿a cuántos hombres has matado? –; no deja de hacer preguntas, no deja de interesarse por lo que sabe hacer y eso le da esperanza.

Y día, un día como cualquier otro, mientras está encogida en su celda con sus harapos sucios y sus pies negros, el guardia del Emperador se aparece frente a su celda. Basta verle la cara para saber que algo lo perturba y en lugar de rogar recurre por primera a la prudencia y espera. Han pasado semanas desde su última visita y quiere saber por qué está ahí.

—El Emperador no quiere matarte.

Es oírlo y sentir que la esperanza aletea dentro de ella.

—Por supuesto que no, él quiere usarme —responde—. Todos los hombre que son como él quieren hacerlo.

El guardia guarda silencio, pero la verdad se lee en su cara como una mancha y junto a ella ve la sombra de algo indescifrable que se sacude en lo profundo de sus ojos y aunque no está segura de que es lo que se quiebra dentro de él algo le dice que será la oportunidad que le permitirá conservar su vida.

—Él quiere que yo mate a alguien, ¿no es así?

La respuesta es una mirada impasible e indescifrable. No es un sí ni es un no, pero ella ha visto la respuesta en los ojos del Emperador.

—Puedo hacerlo. También puedo buscar secretos para él.

Otro silencio, igualmente largo.

—¿Puedes guardar los suyos?

—Sí —y lo dice en serio, al menos entonces porque cualquier cosa es mejor que pudrirse en la oscuridad

—Juraras lealtad.

—De acuerdo.

Otras mientras la sombra en los ojos del guardia se sacude.

—El hijo... el tercer hijo del Emperador se mudará fuera del palacio y necesita un acompañante.

—¿No para eso sirve tu gente? —la respuesta del guardia es dar media vuelta—, ¡lo haré! Tan solo dime lo que se espera de mí.

—Serás su custodia, informarás periódicamente de sus movimientos, de las personas que visita, las personas que lo visitan, de lo que se dice en su casa.

¿Un espía para su propio hijo? No lo dice en voz alta, tan solo asiente. —¿Algo más?

Y es ahí donde las grietas se hacen visibles, marcas casi imperceptibles que oscurecen la expresión del guardia hasta convertirla en una mueca amarga. No tarda en comprender el por qué de la expresión cuando el guardia le ordena buscar un veneno con un propósito tan claro que no puede evitar sentir curiosidad, pero se guarda de formular sus preguntas en voz alta porque al final solo hay una respuesta posible.

—Lo haré.

Pide ayuda a amigos de amigos que existen en las sombras y que ella conoce de su tiempo en el exterior, a ellos les pide un veneno especial, único en su manufacturación y creado para un simple propósito. Cuando le entrega la formula especial al guardia se toma un momento para explicarle con calma sus características y el único desenlace posible tras su utilización, entonces ve que las grietas en el rostro del guardia crecen hasta convertirse en líneas claras que resquebrajan su impasibilidad. Dura apenas un segundo, un destello de algo que se rompe antes de que el guardia recupere su actitud fría y desinteresada; se marcha con la receta en mano y todo parece igual y sin embargo no lo es porque ella sabe que algo se ha muerto en el guardia. Un deseo tal vez, su rectitud con toda probabilidad, y es que resulta inevitable mantener el alma intacta una vez que se condena una vida humana sin razón.

A ella no le importa, sigue viva y completa, y apenas vea una oportunidad planea marcharse, volver a las calles a donde pueda esconderse, así que espera. Le toma años, años de escabullirse para llevar su reporte al guardia del Emperador sin falta, y si bien lo detesta, le resulta intrigante verlo cambiar. No está segura de cuál es el cambio ni lo que significa, pero es como si el guardia se desprendiera lentamente de las capas de lana que lleva encima dejando tan solo la esencia básica de un depredador.

No que eso importe porque ella misma ha cambiado a lo largo de los años: Huérfana. Pulga. Ladrona. Asesina. Espía. Doncella. Prisionera. Sirvienta. Este último ha sido el peor de todos, el más humillante e insatisfactorio, y por eso se alegra infinitamente cuando vuelve al palacio pues ahí tiene más oportunidades de recolectar secretos. Tiene incluso la oportunidad de estar en servicio durante el ataque al Segundo Príncipe, eso le hace añorar lo que solía ser antes de entrar en esa Ciudad.

La llegada de Jin alivia un poco la ansiedad porque verlo le trae recuerdos de su vida en las calles, de la competencia por la supervivencia, por desgracia no es como si pudiera sentarse a hablar con él de los viejos días porque no sería apropiado que alguno de los guardias los viera charlando con familiaridad siendo que Jin acababa de integrarse al palacio. No sería inteligente permitir que alguno de los guardias le avisara a su jefe que el recién llegado ha hecho migas con la sirvienta del Tercer Príncipe. Sea cual sea la misión de su viejo amigo lo mejor es no arruinar su disfraz mientras ella espera su momento para salir; está segura de que lo encontrara, solo tiene que ser paciente.

Para sorpresa suya ese momento llega en el antepenúltimo mes del año cuando el frío empieza a soplar cada vez con más fuerza. Llega, contra todo pronóstico, de noche, cuando se está alistando para ir a los baños compartidos antes de retirarse a dormir.

—El Emperador te llama —dice uno de los mayordomos y ella parpadea una sola vez antes de inclinar la cabeza para seguirlo hasta el piso privado del Emperador, un lugar en el que nunca ha estado y cuya visita solo puede significar problemas—. Majestad, he traído a la sirvienta del Tercer Príncipe.

—Espera fuera.

Mientras el hombre sale, ella se arrodilla apoyando la cabeza en el suelo en una reverencia profunda. No ha vuelto a conversar con el monarca desde que fuera invitada en sus celdas, ahora no está segura de lo que puede decir así que permanece quieta hasta que el hombre le ordena levantarse.

—Te di un nombre cuando entraste a mi servicio, ¿cuál era?

—Ina, Majestad.

—¿Te gusta tu nombre?

—Por supuesto, Majestad.

La conversación es, a falta de una palabra mejor, extraña. El tono que el Emperador usa es condescendiente justo como se espera de un hombre de su posición al dirigirse a una simple sirvienta, pero las palabras que escoge poseen la sutileza de la nobleza que entremezcla curiosidad e indiferencia a partes iguales. Hace preguntas sobre su hijo, sobre el tiempo de encierro, sobre la medicina.

—¿Qué instrucciones te dio mi guardia?

Ella las repite mientras el Emperador bebe en sorbos lentos, sin dejar de mirarla. No pasa mucho tiempo hasta que comprende por fin que el hombre está lanzando su red de pesca –preguntas y más preguntas– en lo que parece un interrogatorio burdo pues no posee la afilada elegancia de su guardia a quien no ve una vez que escanea el cuarto. Y como el guardia jamás ha dejado al Emperador a solas con ella, la idea de que Noche no sabe de esa reunión se cristaliza en su mente como un trozo de hielo.

Los dedos le cosquillean de anticipación. Decide arriesgarse.

—¿Qué puedo hacer para servir a Su Majestad? —dice en voz alta, con el tono sumiso y servicial que le ha sido inculcado durante años. Un tono que despertaría sospechas en el guardia dada su manía de desconfiar hasta de su sombra, pero que hace al Emperador mirarla como si acabaran de llegar por fin al tema de importancia.

—¿Eres capaz de matar a Eraser?

Ella parpadea, no por lo escandaloso de la pregunta sino porque de pronto entiende lo precario de su situación. Ningún hombre ambicioso comparte sus planes con alguien a menos de que esté seguro de que guardara el secreto y la mejor forma de guardar un secreto siempre es enterrar el recipiente que lo contiene.

—¿Puedes? —repite el Emperador y ella se traga el 'Puedo' automático que tiene en la punta de la lengua. Ya cometió el error de la arrogancia una vez y no planea repetirlo.

—No —responde y es la verdad. Una verdad que duele pues nada le encantaría más que afilar su cuchillo en un oponente respetable, pero en el fondo sabe que esos años de vida cómoda la han hecho perder su filo y si en el pasado fue incapaz de vencer al guardia del Emperador, resulta imposible creer que la persona que es ahora pueda matar al líder de ese Clan maldito—. No puedo.

Se está preguntando si la negación será su condena cuando el Emperador arruga la cara con evidente fastidio, no parece decepcionado ni terriblemente ultrajado, como si la respuesta fuera algo que espera y al mismo tiempo una contrariedad absurda.

—Eso habría arreglado un montón de problemas —es lo que dice y ella se permite respirar—. No me sirves entonces.

Se tensa, vuelve a ser consciente de la ausencia del guardia, y en un arranque de pánico piensa en cómo romperle el cuello a ese hombre antes de escabullirse de la Ciudad hasta desaparecer. Después se calma porque no planea pasar el resto de su vida escondiéndose del Clan maldito solo porque no ha sido capaz de negociar por su vida. Tiene que negociar. Abre la boca, lista para vender sus habilidades, cuando el Emperador pone sobre la mesa un pequeño cofre de oro.

Es diminuto en realidad y al mismo tiempo es más dinero del que ha visto nunca.

—Viendo que no me sirves como asesina tal vez puedas serme útil de otra forma, aunque —y la mira fijamente, entrecerrando los ojos, como si estuviera estudiándola— no sé si deba ofrecerle una oportunidad a la persona que habló de mi hijo con su viejo amo.

No puede evitar estremecerse. A los tres años de haber llegado al palacio se le había ocurrido enviar un simple mensaje para informar a su antiguo dueño de su situación, un intento por conseguir un aliado o alguna puerta de salida. Noche la había castigado por esa traición y desde entonces se había abstenido de repetirlo.

—Sé que le contaste a Lord Hado de mi hijo —continúo el Emperador con sus ojos fríos— , y viendo lo fácil que has vendido a tus antiguos dueños no dudo de que seas capaz de contar los míos llegado el momento. La opción más fácil sería ordenar que te cortaran el cuello, puedo hacerlo ahora mismo, llamar al mayordomo y enviarte a las celdas. Te ejecutaría en privado y en silencio por robar, conducta indecente o cualquier cosa que se me ocurra.

Ella no lo duda, el dueño y señor del hogar siempre decide la vida de la gente que le sirve.

—Pero también sé que la gente tiende a callarse la boca para oír el dinero que suena, así que te ofrezco dos cosas, la posibilidad de salir de aquí y el dinero que necesitas para vivir lejos, y a cambio te olvidaras de todo lo que has visto, de mi hijo y de cualquier cosa que sepas. Te marcharas esta noche y no volverás nunca. Y cortarás para siempre todo contacto con tu viejo amo. Viola cualquiera de estas condiciones y enviare a mi guardias tras tu pista, ¿lo entiendes?

Ella asintió, el corazón cantaba con su pecho con algo que solo podía ser esperanza.

—Comprare tu silencio durante un año y cuando se cumpla ese tiempo pagare de nuevo. Pagare mientras fuerces tu memoria a olvidar lo que has hecho por mí y guardes silencio, ¿puedes hacerlo?

—Sí.

Hay una trampa, puede percibirla en los bordes como un ciervo que huele el cambio del tiempo, pero eso no importa, no importa mientras pueda abandonar esa vida absurda y humillante. Y una vez que este afuera nos será un ciervo sino el depredador que se esconde en los bosques listo para la caza.

—Lo que tienes que hacer es simple.

Y lo es. Es tan –tan– fácil que le cuesta creer que conseguirá a cambio una pequeña fortuna y un trozo de papel que le permitirá salir de la Ciudad. Libertad por una simple limpieza. Es demasiado bueno para ser verdad, demasiado increíble, pero entre más lo piensa más sentido le encuentra. Un hombre poderoso que juega a tirar las cuerdas y que paga para que alguien más esconda los secretos podridos de su casa carece de la cautela y la agudeza de ese guardia que lee entre líneas y estudia cada movimiento como si fuera la guerra. Eso solo refuerza la idea:

El guardia no sabe.

Y la idea la deleita porque ahora tiene un secreto que él no conoce. No puede evitar pensar que se acercará a él y se reirá en la cara del hombre que la humilló y le hizo daño. Daría cualquier cosa por ver su expresión cuando sepa que el Emperador se mueve sin él, pero tendrá que imaginársela. Tendrá que conformarse con eso porque tiene un mundo que la espera y esa misma noche planea ir a su encuentro.

Es momento de ser libre.

[...]

N/A

Resumen rápido de algunas cosas que complementan la historia:

¿De dónde saco Noche el veneno? Podríamos suponer que fue él quien lo mando a pedir directamente con los Asesinos Negros, pero siendo el guardia del Emperador, alguien que no puede abandonar la Ciudad Imperial sin permiso y que además prefiere ocultar sus verdaderas intenciones, sería difícil imaginarlo bajando a los barrios bajos en busca de un grupo invisible más aún cuando corre el riesgo de que su identidad se conozca. Así pues, existe alguien que conecta a los Asesinos Negros con la droga que recibe el Tercer Príncipe, y ese alguien es Ina, una mujer que no pertenece al Clan.

¿De dónde salió ella? En el cuento "El Silencio del Zorro" vemos que hay una referencia sobre una serpiente vestida como paloma que entra en el palacio, es decir alguien la envía para espiar y Noche la descubre. En el cuento vemos que el Emperador quiere usarla para matar a Eraser, pero Noche, que en ese momento todavía considera al clan como su familia, la aparta del Emperador y la manda fuera. Le da una utilidad a fin de mantenerla vigilada y en control, y es la íronia de la vida que esa decisión lo condene porque de llegar a saberse el Clan lo condenaría a muerte por haber ocultado un secreto de esa magnitud de sus hermanos.

¿Por qué alguien enviaría a Ina? Se ha dicho que los nobles intentaron controlar al Emperador cuando este era un niño y por esa razón el Clan reforzó la muralla a su alrededor. Le asignó a un guardia sombra adulto para hacer cumplir su voluntad por encima de todo, y también ejerció un control más preciso sobre quienes entraban a la Ciudad Imperial. Eso no evito que los nobles siguieran enviando espías para averiguar más sobre las debilidades de la familia o incluso las de sus vecinos, pero el Clan siempre los detuvo. 

Así pues, ¿quién la envió? Los Hado. Y eso también explica por qué los hijos de esa familia no tuvieron reparos en ser groseros con Denki. Si recuerdan esa vieja interacción uno de los hijos repite en voz alta lo que su padre le ha dicho: Denki no vale, algo que probablemente nunca debió decir en alta, pero Denki está demasiado ocupado poniéndolo en su lugar como para detenerse a pensar que esa afrenta no era algo común. Al defenderse Denki deja en claro que aun si su padre no lo quiere él puede defenderse solo (y siendo que Noche sabe que fueron los Hado quienes enviaron a Ina, verlos humillados le causa deleite). Ahora, aunque el patriarca de los Hado ha declarado una y otra vez que quiere que su hija se case con el Tercer Príncipe, no ha mostrado interés alguno por formalizar esa petición. Los Hado saben sobre la antipatía del Emperador por el Tercer Príncipe (gracias a Ina) y son ellos los primeros en sospechar cuando ven a los Shigaraki reuniéndose con Denki porque al saber que el padre no quiere a su hijo, no dudan de que este pueda utilizarlo como moneda de cambio de ahí que haya rumores sobre ese asunto.

Y por último, pero no menos importante, ¿cuándo fue que Noche se volvió en contra el Clan? Bueno, esa respuesta también sale en el compendio de cuentos, pero supuse que había que hacer alguna mención aquí. La idea es que si bien Noche tiene ciertas reservaciones con respecto a las reglas del Clan, los considera su familia, como quienes lo salvaron de la indigencia, ayudaron a su madre y le mostraron su valía, pero cuando toma la droga de las manos de Ina lo que está haciendo es condenar a un inocente a muerte siguiendo las ordenes de un hombre al que está obligado a obedecer, y al hacerlo decide el destino de un inocente –el niño que vio nacer– y eso hace que su código ético se tambalee.

Lo peor es descubrir que ese niño es exactamente igual que su padre. Un niño que trata mal a su guardia, que es necio, llorica y violento. En ese momento la lealtad de Noche hacia la familia imperial se quiebra porque todos ellos son iguales y le resulta imposible soportarlo. La lealtad al Clan muere después, cuando el Emperador mismo le cuenta que Eraser tuvo un amorío con su hermano y fue él la razón de que Hizashi renunciara al trono y es ahí donde Noche se da cuenta de que el Clan también miente y engaña. En el fondo él culpa a Eraser del destino que le ha tocado y su rencor simplemente crece.

Y eso es todo. 

Decidí poner este extra aquí porque la última escena ocurre justamente mientras Denki anda fuera, pero ya en el siguiente volvemos a la fiesta. Nos vemos en el que sigue. 

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