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"Solo es necesario hacer la guerra con cinco cosas: Las enfermedades del cuerpo, las ignorancias de la mente, las pasiones del cuerpo, las sediciones de la ciudad, y los desacuerdos de las familias". – Pitágoras.
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El Primero de los Hijos
[...]
Pese a desvelarse la noche anterior por asistir del banquete de la Familia Torikin, Mirio se despertó temprano. Le gustaba levantarse casi al amanecer para aprovechar el día; de hecho, se había acostumbrado a seguir los patrones de Tamaki, que por ser un guerrero sombra acostumbraba a levantarse al amanecer para comer un bocadillo ligero, y entrenar antes de que el palacio entero desayunara. Esa rutina había hecho de sus mañanas su momento favorito del día pues había algo casi mágico en sentarse con Takami en la terraza de su casa con una deliciosa taza de té para ver el cielo quebrarse en colores cálidos.
Ese día, sin embargo, se levantó solo y de mal humor. El enfado no era una emoción que fuera natural para él pero que en los últimos años parecía haberse convertido en una mala hierba que había echado raíces dentro de él. Y en los últimos meses el enfado se había transformado en una tensión creciente que sentía en los músculos que conectaban sus omoplatos como si alguien estuviera presionando una rodilla contra ellos. El malestar tan solo se intensificó al pensar en el desastre de la noche anterior.
Por fortuna el llamado a la puerta lo devolvió a la realidad.
—Adelante —ordenó y la sirvienta que asomó la cabeza le informó que su desayuno estaba listo.
Mirio saltó de la cama, aceptó la ayuda de la mujer para vestirse y después salió al pequeño salón conectado a su recamara para comerse el tazón de sopa y los diminutos panes de sal. En lugar de tomarse su tiempo como habría hecho de haber tenido a Takami con él, Mirio se sorbió la sopa y mastico los panes uno tras otro sin detenerse a probarlos.
La soledad de su habitación y la perspectiva del día tan solo oscurecieron su estado de ánimo. No estaba seguro de cuándo empezó a repudiar la idea de quedarse en el palacio, había pasado toda su infancia corriendo por el tercer piso, del pabellón de su padre al de Neito y al de su Tío, e incluso cuando no tenía oportunidad de salir de la Ciudad Imperial le bastaba bajar a los jardines del palacio, a los establos, al salón de entrenamiento, o incluso a las cocinas para distraerse; ahora el palacio se había convertido en un nudo tenso que apretaba contra su cuello, lo cual resultaba tristísimo porque era su hogar, el lugar donde había buscado y encontrado recovecos y escondites junto a su hermano.
Pensar en Neito le arrebató el apetito; apartó la sopa y le ordenó a la sirvienta que se lo llevará mientras él ponía rumbo al pequeño salón de entrenamiento que utilizaban los guardia sombra del palacio.
Noche había continuado con los protocolos de seguridad establecidos por su predecesor, así que los guerreros bajo su cargo se rotaban en turnos dispares a fin de no crear patrones predecibles, eso les permitía escoger el momento del día para ir al salón de entrenamiento a cumplir con sus dos horas diarias de entrenamiento obligatorias, y Mirio había descubierto que la sala solía estar vacía a primera hora de la mañana. Lo había descubierto en los primeros años de recibir a Tamaki como Guardia Sombra pues este tenía que cumplir sus horarios de entrenamiento obligatorios dentro y fuera del palacio, y él había tomado la costumbre de acompañarlo.
Ese día llegó a tiempo de ver a los guardias extender las colchonetas de paja para las prácticas de cuerpo a cuerpo bajo la atenta mirada de Noche, que a diferencia de varios de sus subordinados parecía fresco y listo para iniciar el día con la misma actitud protocolaria de siempre. Una actitud que lo hacía olvidar que se llevaban por un par de años, aunque no podía culparlo por su formalidad pues el guardia tan solo se ajustaba al comportamiento que se esperaba de él siendo que Emperador delineaba una diferencia clara entre la Familia Imperial y el Clan.
Una diferencia que su hermano insistía en recalcar.
Pensar en Neito hizo que el malestar en su espalda se intensificara así que avanzó hacia una de las esquinas y comenzó a calentar dirigiéndole un breve saludo a Noche que le devolvió otro igual. Y mientras estiraba no pudo evitar pensar en las semejanzas entre los tres Guardia Sombra de su familia: Trueno, Noche, Sombra, todos ellos eran secos y formales, personas que se tomaban muy a pecho eso de ser observadores silenciosos. Tamaki no era así, pero le había costado años conseguir que dejara de protestar cuando lo invitaba a sentarse a comer con él. Seguía mostrándose incómodo y excesivamente tenso cuando Mirio le mostraba deferencia frente a la gente, especialmente frente a los otros guardias, y en respuesta él había procuraba no hacerlo aunque no siempre podía evitarlo.
Al terminar de calentar Mirio se acercó directamente a Noche.
—¿Entrenas conmigo?
—Si así lo desea, Alteza.
Se alejaron hacia una de las colchonetas en el centro del salón, intercambiaron un saludo formal y empezaron. Intercambiaron golpes de ataque y defensa controlados, con patadas simples y llaves rápidas. Luchar con Noche era todo un reto y Mirio amaba los retos; el hombre se entrenaba diariamente, pulía cada movimiento con el mismo cuidado que usaba para afilar sus armas o cuidar sus palabras y eso lo había convertido en el mejor luchador de los que protegían el palacio. En resumen, era el mejor compañero de entrenamiento que Mirio tenía cuando le daba por bajar a entrenarse ahí, y con él nunca tenía que contenerse.
El ejercicio le hizo bien; hacia el final de la práctica la tensión en sus hombros se había atenuado y se encontraba de mejor humor.
—¿Un combate rápido?
—Si así lo desea, Alteza.
Menos de diez minutos después Noche burló su defensa, lo hizo girar en el aire y presionó su brazo contra su espalda en una llave complicada destinada para romperle el hueso si ejercía la presión adecuada. Todo limpio y perfecto. Mirio dejo escapar un resoplido de cansada satisfacción contra el colchón de paja, y al oírlo el guardia se apartó de él.
—Ha mejorado, Alteza.
—Viniendo de ti lo considerare un gran cumplido —Mirió se masajeó las muñecas con calma mientras contemplaba los alrededores, al final suspiró y miro al guardia—. ¿Has terminado?
—¿Necesita algo, Alteza?
—Hablar, pero me gustaría un baño antes y estoy seguro de que a ti también. Si no te molesta te acompañaré.
—Como desee, Alteza.
Noche se tomó un momento para charlar con el encargado de la sala antes de seguir a Mirio por los pasillos del pabellón de los guardias hasta los baños compartidos exclusivos para el uso de la servidumbre. En la sección de hombres algunos sirvientes y guardias se tensaron al ver al Príncipe Heredero entrar, pero este no les hizo caso, se desnudó y avanzó hacia la hilera de bancos que servían como soporte para bañarse sentado. Durante el invierno los sirvientes mantenían el agua ligeramente tibia con ayuda de los kaji, pero el resto del año se bañaban con agua fría por lo que Mirio no pudo evitar estremecerse cuando su cuerpo caliente entró en contacto con el agua. Arrepintiéndose de no haber subido a su habitación a tomar un baño caliente, el príncipe se dio prisa.
Al salir descubrió que algún sirviente se había tomado la molestia de enviar a una doncella con una de sus túnicas, y mientras Noche se enfundaba en otro de los uniformes negros de la guardia, Mirio se tomó un momento para vestirse y despedir a la mujer. Tras el baño, con el pelo húmedo sujeto en una coleta alta, el Príncipe se giró hacia Noche.
—Patrullaje del perímetro, ¿cierto?
—Así es, Alteza.
—¿Te importa si voy contigo?
—Si así lo desea, Alteza.
Así que volvieron al edificio principal y de ahí avanzaron por los largos pasillos vacíos donde al cruzarse con algún guardia Noche se tomaba un momento para escuchar su reporte; al terminar, seguían. Cualquier otra persona le habría preguntado el porqué de su compañía, pero otra de las cosas que le gustaban del guardia era que parecía tener la respuesta a cualquier pregunta que Mirio le formulara, como si estuviera tres pasos por delante de la conversación. Además, era la mejor fuente de información que existía en el palacio y, mejor aún, la fuente más fiable sobre el humor y las decisiones de su padre; así que no le cupo duda de que Noche sabía –o al menos intuía– el problema que tenía entre manos. Decidió ir al grano.
—¿Qué fue lo que envíe y cuándo se supone que lo envíe?
—Un juego de pasadores de plata que su prometida recibió tres semanas después de que usted se marchara a la frontera, Alteza.
—¿Pasadores? —masculló Mirio notando que su humor volvía a oscurecerse— ¿Cómo un regalo de cortejo?
Eso explicaba la expresión disgustada que había ido oscureciéndose a lo largo de toda la noche en el rostro de su prometida al ver que Mirio se había pasado la velada ignorando abiertamente las coquetas sacudidas de cabeza que exponían los pasadores a la vista. Al final había sido su madre la que se había materializado junto a ellos para comentar lo bella que se veía su hija con los pasadores, alabando a la vez el buen gusto del Príncipe Heredero. La reacción apática y ligeramente confundida de Mirio había sido una bofetada directa al orgullo de la familia Torikin.
—Ahora entiendo por qué mi padre tenía esa cara al final de la velada.
—Perdone mi atrevimiento, Alteza, pero hay otros hijos que avivan en demasía el temperamento de Su Majestad.
—Pero no es como si fuera a enfadarse con Neito por esto, ¿verdad? —replico Mirio con irritación—, aun si él tiene la culpa del malentendido.
Noche no dijo nada.
—¿Qué ha dicho mi padre sobre la visita anual al Palacio de Jade?
—Me ha ordenado iniciar con los preparativos acostumbrados, Alteza.
—¿Irá? ¿No le preocupa la situación con el reino de Ame?
El guardia emitió un tarareo pensativo antes de decir:
—Puedo afirmar con certeza que Su Majestad dedica ahora la misma diligencia a encontrar una solución pacífica con el Reino de Ame que la diligencia ofrecida a los embajadores durante su visita.
Mirio frunció el entrecejo antes de encogerse de hombros mentalmente, no había estado para las negociaciones, pero por lo que sabía la situación había estado más o menos decidida hasta el ataque contra Neito y el Príncipe Todoroki.
—En ese caso, ¿cuáles son las opciones que maneja mi padre?
—Este guardia no podría detallar el plan de Su Majestad sin evidenciar su ignorancia.
—¿Ignorancia tú?
Noche no dijo nada, al doblar el pasillo se detuvo para hablar con un guardia y al volver retomó la conversación como si nada.
—Quizá sería apropiado que Su Alteza discuta la situación con Su Majestad, así tendría respuestas de primera mano y explicaciones más claras.
Mirio agitó la mano como si desestimara el asunto, las discusiones con el Emperador resultaban desgastantes, y en los últimos meses se desviaban inequívocamente a la cuestión de su boda y los detalles del cortejo que su padre insistía que iniciara.
—Si mi padre se está encargando de eso no tiene sentido que lo interrogue. Hacerlo lo pondría de mal humor, pero me preocupa el viaje. ¿Mi tío Hizashi ha hablado con mi padre sobre eso?
—Lord Hizashi y el Emperador han conversado en varias ocasiones tras el fracaso en la segunda ronda de negociaciones con el Reino de Ame, Alteza.
—¿Sobre el viaje?
—Ha sido uno de los temas, Alteza, pero este guardia no ha estado presente en cada una de sus interacciones. Tal vez sería más fácil acudir directamente a una de las fuentes.
Mirio no le hizo caso. Su relación con Hizashi era complicada, de niño se había acostumbrado a verlo llegar con regalos, a recibir atenciones y mimos de su parte, solo para que de pronto y sin razón su tío decidiera marcharse como si nada. Al crecer, con Neito como su lapa personal, las visitas de su tío se habían convertido en eventos fugaces, sin regalos ni demasiado alboroto, y si bien podía contar con él para recibir un consejo claro, la intimidad solía ser en una sola dirección. Pedirle a Hizashi que discutiera con él la conversación con su padre era pedirle que cerrara la boca y decidiera largarse. Eso no solucionaba el problema que suponía el viaje anual de la corte al Palacio de Jade.
—¿Qué ha dicho Hakamata? O si no él, Eraser.
—¿De verdad importa, Alteza? La voluntad del Emperador es absoluta.
Mirio no podía contradecirlo en eso, pero...
—Esta es una situación delicada, un ataque a la caravana del Emperador es una amenaza real.
—Lo es, Alteza, pero si el Emperador ordena el Clan obedece.
—Pero no tiene sentido arriesgarse innecesariamente.
—¿Qué sugiere hacer, Alteza?
—¿Por qué no hablas tú con él?
Noche emitió otro tarareo simple que en realidad no parecía decir nada, tras un momento añadió:
—Temo que Su Alteza sobreestima la influencia que tengo sobre su padre.
—Pero él siempre te escucha. Bueno, casi siempre.
—Si alguien saliera todos los días llevando un tazón para colectar agua de lluvia, la mayoría de las veces volvería sin nada, pero si solo saliera cuando las nubes de tormenta oscurecen el cielo casi siempre volvería con un tazón lleno.
Mirio no tenía ganas de ponerse a filosofar, no cuando tenía una lista de problemas que requerían atención urgente así que guardo silencio y mantuvo el paso junto a Noche mientras pensaba.
La situación con Ame se agravará antes de mejorar, pero Noche ha dicho que mi padre se está encargando de eso así que esperare a que me diga qué hacer. Y una vez que Neito esté en pie me ofreceré de nuevo para volver a la frontera a manejar el asunto personalmente, esta vez me aseguraré de contar con permiso. El segundo problema es arreglar mi error de anoche con la familia Torikin; necesito una solución antes de mediodía, que es cuando padre se levanta. Una solución matizará el sermón que me dará por algo que yo no hice.
Iba a tener que hablar con Neito sobre ese absurdo regalo.
Y luego tenemos el viaje al Palacio de Jade, ¿qué hacer si padre insiste en ir?
Mirio no podía negar que disfrutaba en demasía las visitas a la Ciudad de Alerath. Neito y él solían esperar con impaciencia cada invierno para visitar a sus tíos, comer las golosinas de la zona hasta hartarse, y usar las barcazas del puerto para recorrer la playa. Muchos de sus mejores recuerdos estaban ahí.
—¿Eraser y tú han discutido la seguridad de la caravana?
—Por supuesto, Alteza.
—¿Y están seguros de que pueden manejarla?
—Alteza —respondió Noche deteniéndose para mirarlo con su expresión seria y formal—, si la orden es viajar al Palacio de Jade la cumpliremos aun si el pago es nuestra vida, ¿no es ese el juramento del Clan?
Mirio asintió.
—Hablaré con mi padre —dijo. Sabía que podía convencerlo de posponer el viaje, aunque para eso iba a tener que ofrecerle otra cosa, así funcionaban las cosas con él, pero cuando se dio cuenta de que la otra cosa era la boda empezó a pensárselo mejor—. ¿Comerá hoy con sus concubinas?
—Es la costumbre, Alteza.
Eso lo animó, significaba que el sermón de su padre llegaría hasta la hora de la cena, tenía suficiente tiempo para intentar hacer las paces con la familia Torikin, buscar a su tío para convencerlo de ayudar con el viaje al Palacio de Jade, y si todo eso acababa mal tendría una excusa para ir a su casa en las afueras del palacio a pasar la noche.
—Si mi padre pregunta dile que me reuniré con los Torikin en estos días, tal vez alivie su enfado por lo de anoche.
—Si de algo sirve, Alteza, es probable que su padre ni siquiera se acuerde de su pequeño desliz cuando otra afrenta ocupa toda su atención.
Mirio no le creyó, le agradeció la charla y se marchó. Conforme subía hacia el tercer piso, la calma que había logrado adquirir tras el ejercicio y el baño fueron desvaneciéndose con cada paso que daba. Podía notar la tensión creciendo en su espalda ante la perspectiva de hablar con su hermano sobre el estúpido regalo.
De niños, Neito y él habían sido inseparables, habían compartido juguetes, paseos, e incluso camas. Y luego, en algún momento habían empezado a competir. El recuerdo más claro que tenía de eso era cuando había comenzado a leer, entonces su padre había tomado la costumbre de cenar a solas con él para alabarlo y enorgullecerse; la respuesta de Neito había sido rogar por un tutor que le enseñara a leer, y se había esmerado tanto que había logrado superar a su hermano. La expresión decepcionada de su padre por el fracaso de Mirio se había grabado a fuego en su mente así que se había esforzado doblemente, pero Neito se las arreglaba para ponerlo en vergüenza, así que había optado por enfocarse en otras actividades físicas como el combate, algo que enorgullecía a su padre y lo volvía extremadamente afectuoso. Solo que al final Neito había decidido que también quería aprender a luchar, montar, y cazar; como si disfrutara humillándolo de verlo fracasar.
Solo cuando iban al Palacio de Jade volvían a ser los dos mocosos consentidos de sus tíos que los llenaban de fruta dulce y postres maravillosos; se sentía tan bien estando allá que Mirio había hecho costumbre visitar a la familia de su madre regularmente para evidente disgusto de su hermano. Neito había asumido un papel de controlador absurdo que insistía en cuidarle los modales, la ropa y la forma como se dirigía a la gente. Llegó a un punto en que, si Mirio decidía salir a pasar una tarde en alguno de los pueblos vecinos, su padre torcía el gesto y era Neito quien le explicaba en detalle por qué no podía hacer lo que había hecho.
Al principio Mirio se había tomado la situación con mucha paciencia, sus respuestas ligeras tenían como única finalidad quitarle hierro al asunto e incluso conseguía reírse cada vez que Neito le respondía con alguna ironía, pero en algún momento la cosa había escalado y él había empezado a tomar una actitud cortante mientras Neito se envolvía en una afilada impaciencia. Sus peleas infantiles –refriegas con puños diminutos– se habían tornado en intercambios cada vez más enconados.
Y todo había alcanzado su punto máximo cuando su padre había insinuado que era momento de iniciar con el cortejo a su prometida: Regalos, visitas, paseos. Una sola mención y Neito había hecho una lista con sugerencias de regalos, un montón de paseos programados, y fechas para cada cosa. ¡Tenía incluso un maldito cronograma que abarcaba casi un año!
En ese momento Mirio había sido muy consciente de su compromiso –algo que flotaba en el umbral de su mente–, de su prometida y del futuro que iba a tener, y el conjunto se asentó en su estómago como una roca inmensa. Fue aún peor cuando se dio cuenta de que prefería cambiarlo todo por compartir su vida con la persona a la que quería, y que para hacerlo iba a tener que decepcionar a su padre. De nuevo.
La realización tan solo avivo su sensación de impotencia y había terminado desquitándose con su hermano. Ese día en lugar de enzarzarse a puñetazos como habían hecho de niños ambos se habían lanzado verdades negras, Neito lo había llamado estúpido y él lo había llamado lamebotas, y de ahí todo había descendido en una espiral de insultos terribles y tan hirientes como solo los hermanos pueden proferir.
Cada vez que se acordaba de la discusión sentía vergüenza, y tras enterarse del ataque a su hermano había sentido una culpa terrible que le entumía la espalda. Al volver y ver la palidez cadavérica de su hermano, Mirio había sido incapaz de quedarse, le recordaba demasiado el aspecto flaco de su madre la última mañana que la viera antes de su muerte, así que había preferido ayudar a rastrear al atacante de su hermano, pero en eso tampoco había tenido éxito y al final había vuelto para encontrar a un Neito que casi parecía una copia terrible de su hermano autosuficiente, altanero y punzante.
Lo había visitado ocasionalmente, aunque no solía quedarse por largos periodos de tiempo, y en cada visita había quedado claro que las heridas que se habían hecho esa tarde durante su terrible discusión seguían abiertas. Ni siquiera habían hablado del mensaje que Neito le enviara ni de su significado, y ahora iba a tener que mencionar el estúpido regalo que sin duda iba a ponerlos a discutir.
De pie frente a la habitación de su hermano, Mirio suspiró mientras se frotaba el cuello que notaba entumido. Le habría gustado tener a Tamaki con él pero como su padre insistía en prohibir el acceso del segundo y tercer piso a los guardias sombra, los únicos que habían protegían las escaleras y algunos puntos débiles en el exterior. Además, Mirio había aprendido que era mejor dejar en casa a su guardia donde no tendría que soportar los desplantes de su padre o de su hermano.
Otra de las razones por las cuales prefería no quedarse en el palacio.
De reojo vio que había una sirvienta cerca de la entrada, como si estuviera esperando algo, pero desestimó el asunto y entró. Cruzó con calma el cuarto hasta llegar a la mampara que ocultaba la cama y al cruzarla encontró a Neito durmiendo en una posición reclinada sobre los esponjosos almohadones de la cama, cubierto con una sola sábana porque al parecer había decidido empujar todas sus mantas para formar un inmenso cojín junto a él.
Siempre ha sido un dormilón incómodo.
Viendo que su hermano seguía dormido, Mirio suspiró –de alivio porque no quería tener esa conversación con Neito tirado en una cama–. Estaba listo para irse cuando vio a su hermano sacudirse antes de que sus ojos se abrieran. Había sido un alivio ver que esos ojos seguían poseyendo la claridad y la dureza de siempre, pero al mismo tiempo hacía que el nudo en su estómago se tensara porque se sentía culpable de discutir con su hermano convaleciente.
—¿Cómo estás? —pregunto Mirio, quieto en la esquina de la cama, sin querer acercarse y sin la voluntad necesaria para poder irse.
—Igual que ayer —respondió Neito con tirantez en un tono de voz sorprendentemente bajo—. Adolorido y harto de esta cama. ¿Qué estás haciendo aquí?
Mirio intentó no retorcerse, conociendo a Neito detectaría cualquier mentira por lo que era mejor abordar la situación de frente.
—Quería hablar contigo.
—¿Sobre qué?
Mirio abrió y cerró los puños. Con calma.
—¿Le enviaste broches a mi prometida en mi nombre?
En defensa de Neito, la culpa se dibujó claramente en su rostro. Duró un segundo y de inmediato sus defensas se alzaron.
—Te hice un favor.
Mirio habría preferido cualquier otra respuesta menos esa.
—¿Un favor? —repitió con lentitud mascullando cada palabra—. ¡¿Un favor?!
—Baja la voz —siseó Neito en el mismo tono de antes aferrando las mantas a su lado—. Y si, fue un favor. Si sirve de algo hice el arreglo la mañana en que... el día en que... como sea. Después me olvide de él. ¿Por qué importa ahora?
—Importa que la joven Tatami Torikin se pasó toda la maldita noche sacudiendo la cabeza frente a mí, y cuando menciono los estúpidos pasadores mi reacción dejo en claro que no había sido yo quien los enviara.
—Oh, no —murmuró Neito torciendo la boca, y luego como siempre hizo la peor pregunta posible dadas las circunstancias—, ¿Padre se enfadó?
—¡Estaba furioso!
—¡Baja la voz!
Mirio no le hizo caso, en cambio dejo que la tensión de la noche anterior se sacudiera.
—¡Ahora tengo que disculparme por tu culpa! ¡Tendré que escuchar un estúpido sermón en cuanto padre se levante! ¡Y tendré que enviar un regalo de compensación!
—¡Dije que bajes la voz! —siseó Neito sin alterar el tono—. ¿Qué importa el maldito regalo? Se entregó hace cuánto, ¿más de diez meses? Habría sido comprensible si no lo hubieras reconocido, ¿tuviste al menos la sensatez de controlar los daños? —Mirio apretó los puños y Neito leyó su expresión claramente—. Por supuesto que no. No tienes ni una pizca de sentido común.
Era sorprendente que, aún tirado en la cama, con una cara demacrada y su aspecto desaliñado, Neito fuera capaz de golpearle justamente donde dolía.
—¿Por qué tuviste que enviarlo? —preguntó Mirio notando que el enfado empezaba a burbujear dentro de él.
—Porque padre tiene razón, si la cortejas ahora en un año podrás casarte.
—¡Por supuesto! ¡Es lo que dice padre!
—¡Baja la voz!
—¡No quiero bajar la voz! ¡Quiero que dejes de meterte en mi vida! ¡Pero no puede ser! ¡No, claro que no! ¡Porque tu trabajo es hacer lo que padre dice! ¡¿verdad?! ¡Tienes que ser siempre el maldito hijo perfecto!
Y así, de la nada, habían vuelto en el tiempo a esa tarde terrible para continuar justamente donde se habían quedado. La acusación había logrado que Neito se erizara como un gato mojado, y aun herido se enderezó apoyando un brazo contra las almohadas pese a que el cambio de posición hizo que su cara adquiriera la palidez de la leche.
—¡¿Perfecto?! —masculló, al parecer olvidándose por completo de su regla de no gritar—. ¡Ese eres tú, Mirio! ¡El hijo perfecto que nunca hace nada mal! ¡El hijo único y absoluto!
—¡Y si es así porque parece que nada de lo que hago es suficiente!
—¡Porque no lo es! ¡Porque dejas las cosas a medias!
—¡Eso no es cierto!
—¡Lo es! ¡Lo es y lo sabes! ¡Nada parece importarte! ¡Siempre encuentras excusas para largarte!
—¡Eres tú quien encuentra excusas para todo lo que padre hace!
—¡Para él y para ti! ¡Mi trabajo-!
—agggg —gruñó una voz adormilada y ronca haciendo que los gritos cesaran. Un momento después, lo que Miro creía era un montón de cobijas se sacudió como un gusanito y una pequeña cabecita despeinada con el pelo suelto y rubio asomó entre los bordes de las mantas—. Qué hora es esta para estar gritando.
La persona en cuestión se alzó en la cama como un cachorrito somnoliento que frotó la frente contra el brazo de Neito mientras murmuraba una pregunta diminuta.
—¿No hablamos anoche de no gritarle a la gente?
—Solo a los sirvientes —respondió Neito y fue sorprendente oír su voz sin ira—. Con este tengo todo el derecho del mundo.
—¿hmm? —pregunto la criatura, que terminó por enderezarse mientras se frotaba los ojos con una mano esbelta de muñecas finas. Cuando logró despejarse alzó la cabeza para mirarlo directamente a la cara.
Lo primero que Mirio pensó al ver a una persona en la cama de Neito fue que este había colado a un amante en su alcoba, un detalle que habría resultado imposible de creer si no tuviera la prueba enfrente, pero entonces tomó nota que la bata de dormir mostraba un atisbo de pecho carente de las redondeces femeninas más comunes. Estaba dudando de su conclusión inicial cuando la persona en cuestión alzó la cara hacia él.
Mirio contuvo el aliento al verlo.
Fue como ver un retrato: El rostro en forma de rombo con pómulos altos, una mandíbula delicada en la cual se exhibía una preciosa boca de coral, las cejas rubias combinaban perfectamente con las pestañas tupidas y largas, y sus afilados rasgos armonizaban a la perfección. Era un rostro que mezclaba elegancia, dulzura y belleza en notas clarísimas. Y esa belleza... esa belleza no podía clasificarse como femenina, era una belleza que se situaban en un género único donde mandaba de forma indiscutible. Pero más que la forma de su cara y los detalles únicos que la constituían, lo más impresionante del conjunto eran los ojos.
Unos ojos que parecían hechos de oro derretido y parecían contener la luz del sol. Unos ojos tan expresivos que reflejaban con claridad el asombro que sentían.
Mirio no pudo quitarle los ojos de encima, estudiando cada trocito de ese rostro con tanta atención que pudo ver el momento exacto en que las mejillas empezaron a teñirse de rojo, hasta que el rubor se extendió de su barbilla a su cuello. Un momento después la bella criatura aferró la manta de la cama y se la echó encima.
—¡Neito! —gritó con su voz ronca—. ¡Dile que no me mire!
—¡No seas absurdo! —respondió Neito desplomándose en la cama e intentando jalar la manta que no cedía.
—Por todos los dioses, Neito, dime que no es tu amante.
Neito le lanzó una almohada.
[...]
NA/
Ahora conocemos un poco más a Mirio. Sí, es un muchacho energico y brillante, pero hasta las personas energicas y brillantes suelen ser inseguras, especialmente cuando tu padre te hace creer que los logros de tu hermano son tus fracasos.
Es un circulo vicioso. Mirio sobresale en algo, su padre lo alaba, Neito lo intenta y si fracasa se rompe, pero si lo logra entonces el padre le dice a Mirio que debe hacerlo mejor, y así va la cosa. Como Mishi dijo una vez: El Emperador rompió a sus hijos. Y necesitan de alguien que los quiera, y los sacuda.
Así que ahí vamos. Gracias por leer y nos vemos en el siguiente.
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