6.1. Nieve
Título Alternativo: Las aves mueren en la nieve.
[...]
Como cada día, Denki aprovechó la ausencia de sus hermanos –quienes tenían la costumbre de cenar en privado con su padre–, para salir a dar una vuelta por el palacio.
Durante su convalecencia se había entretenido con las cartas que Neito recibía a diario, las cuales provenían de los hijos e hijas cotilla que se codeaban con el Segundo Príncipe y que anhelaban conocer los detalles escabrosos sobre la muerte del médico. Solían enviar un chisme absurdo esperando averiguar alguna verdad en la respuesta de vuelta.
Las notas fastidiaban a su hermano, pero como se tomaba la molestia de responder cada una, tenía la costumbre de dejarlas en el escritorio de su cuarto que era de donde Denki las tomaba para leerlas junto a su cena que disfrutaba después de beberse la tacita de medicina que su padre enviaba con una sirvienta (se aseguraba de enviarla cuando .
Las notas eran tan estrambóticas que Denki se habría divertido con las locuras y teorías imposibles que la gente conseguía formular sin base alguna de no ser porque sabía que el Emperador estaba detrás todo el asunto. Le resultaba imposible sacudirse la fatídica sensación de que ese podría ser su destino si un día el Emperador decidía deshacerse de su hijo menos favorito.
"Un trágico accidente", dirán y eso será todo. Seré una frase corta al pie de una nota llena de chismes.
Al final, su interés por las notas había languidecido –no así los mensajes que su hermano seguía recibiendo con asiduidad–, y apenas la hinchazón de su tobillo desapareció tomó la costumbre de recorrer los pasillos vacíos del palacio mientras el resto cenaba.
Ese día, como cualquier otro, Denki subió para ver a las aves que su padre escondía en uno de los salones del último piso, una actividad que había iniciado casi sin darse cuenta. Su visita consistía principalmente en espiar bajo la funda de tela gruesa que se colocaba sobre la jaula para mantener a las aves a salvo de la brisa helada.
Cada invierno las sirvientas tenían órdenes de mover la jaula a la esquina más alejada de las ventanas, colocar la funda cada noche y retirarla cada mañana para permitirles disfrutar del sol. En uno de sus paseos Denki había sentido curiosidad por la tela deslucida y vieja que parecía colgar junto a la pared, al inspeccionarla se había encontrado con la jaula que contenía a las aves de la Emperatriz y no había podido evitar volver a buscarlas cada tarde.
Esa noche, sin embargo, le entristeció descubrir que una de las avecillas había muerto y su cuerpecillo yacía en el suelo de la jaula mientras el resto se apiñaban dentro de los pequeños nidos de madera luchando por mantener calientes a los polluelos que habían nacido en la primavera de ese año.
[Están aquí porque el invierno los habría matado]
Sin pensar Denki abrió la jaula y extrajo al ave muerta, la sujeto entre sus manos y le acarició el plumaje con cuidado intentando encontrar algún rastro de tibieza en él.
Pero no lo había.
—Ni siquiera la jaula pudo salvarte.
Denki se trasladó hasta la ventana, con el ave entre las manos, para contemplar el horizonte negro mientras la brisa helada le enrojecía las mejillas. En ocasiones no podía evitar hundirse en los recuerdos y las dudas.
[Entonces respira y agradece que te permito hacerlo porque un día tal vez decida que no vale la pena]
No podía dejar de pensar en el Emperador y en la solución que Noche le ofrecía. Era lo único en su mente cada vez que se veía obligado a enfrentar la verdad de su situación.
Haberse instalado en el cuarto de Neito a petición expresa de sus hermanos lo había ayudado a sobrellevar el espanto. Y como estos parecían haberse puesto de acuerdo para turnarse y no dejarlo solo, Denki había decidido seguirles la corriente fingiendo que no sabía nada de la muerte del médico.
No dijo nada cuando Neito se dio permiso para salir de su alcoba unas cuantas horas al día pese a que seguía en recuperación dejando a Mirio a cargo de enseñarle a jugar uno de sus juegos de mesa favoritos, tampoco hizo preguntas cuando a Neito le dio por leerle en la cama mientras Mirio se iba a sus actividades misteriosas.
Aprendió a dividir su tiempo entre sus hermanos cómodo en su papel de hermanito ingenuo que no sabe de los horrores del mundo. Mirio y Neito resultaron ser enfermeros inflexibles y hermanos mayores extenuantes. Neito tomó la costumbre de sentarse en una esquina a leer mientras Denki –que se había negado a cancelar sus clases– se ponía a discutir con su profesor cuestiones filosóficas. En ocasiones era difícil desprenderse de su educación moderna y sus opiniones liberales cuando le tocaba interpretar alguna situación hipotética lo que provocaba que su hermano dejara de fingir que leía para corregir sus creencias aberrantes.
Si Mirio tenía la fortuna de estar ahí solía intervenir para discutirle a Neito sus opiniones, y así la clase se convertía en un debate vivo entre los dos hermanos mientras Denki se limitaba a mirarlos. Ambos también diferían en su gusto en la música, a Neito le gustaban las piezas lentas y largas con una melodía nostálgica que usualmente hacían a Mirio distraerse, y a diferencia de Denki, a quien le gustaban los detalles técnicos y el proceso de creación, ni Neito ni Mirio tuvieron la paciencia para sentarse con él durante las clases de zita.
Solo eran él y su maestra; ella repitiendo el mismo acorde mientras Denki intentaba memorizarlo pues no podía tocar con su mano herida. Esas clases resultaron ser el único momento en el que Denki podía desconectar su cerebro del caos que se había desatado tras la discusión con el Emperador, pero cuando la clase se acababa y la música desaparecía el ruido volvía a su cabeza y volvía a ser consciente de una verdad muy simple: El Emperador iba a matarlo. Algún día. Bajo cualquier excusa. Probablemente sin motivo.
Un día habrá otro accidente y estaré muerto.
La idea lo aterraba, pero era un miedo muy diferente del miedo que había experimentado al llegar a ese mundo. El miedo de entonces incluía cierto grado de incertidumbre y terror a lo desconocido. Su miedo actual tenía rostro y nombre, no era una ilusión que su propia mente creaba para sobrellevar el estrés, sino que se trataba de una certeza muy clara: El Emperador tenía el poder para matarlo con impunidad.
Abstraído como estaba le tomó un buen rato darse cuenta que nevaba. Pardeó con lentitud y se sacudió el letargo; ver el espectáculo de copos blancos cayendo lentamente hacia el suelo en una danza hipnótica le arrancó una sonrisa diminuta y en él se sacudió el deseo de salir.
Acarició el plumaje deslucido y decidió que enterraría al serín bajo alguno de los setos del jardín. Lleno de resolución, Denki se apartó de la ventana e hizo el viaje hasta el primer piso utilizando los pasajes secretos del palacio casi esperando encontrarse con Noche.
Después de dos semanas de no verlo, Denki tenía muchas preguntas acumuladas, pero hasta el momento el guardia no se había aparecido para hacerle compañía en ninguno de sus vagabundeos por el palacio. Tras oír a sus hermanos a escondidas, Denki supo que la muerte del doctor había provocado que Eraser hiciera simulacros exhaustivos en la Ciudad Imperial, algo que Noche había imitado a menor escala en los límites del palacio a fin de garantizar que no hubiera huecos en la seguridad.
Gracias a ello Fantasma, Eclipse y Sombra, pasaban todo el tiempo yendo de un lado a otro asegurándose que la seguridad del palacio fuera impenetrable. Ese había sido uno de los temas por el que Mirio y Neito habían discutido acaloradamente. El primero se quejaba que, con excepción de Noche, ninguno de los Guardia Sombra tenía permitido ascender a los pisos superiores del palacio y se les obligaba a dormir en las habitaciones de la guardia.
—¿Y para que necesitas que vayan detrás de ti cuando estás en tu casa? —preguntó Neito de mal humor provocando una contestación agria que desencadenó otra de sus discusiones estúpidas.
Denki no había dicho nada, pero para su sorpresa había coincidido con Neito en la idea de que estando en el palacio no había necesidad de que los Guardia Sombra estuvieran junto a su protegido las veinticuatro horas del día. Y aunque extrañaba pasar tiempo con Fantasma, también se había hecho la firme promesa de evitar que su guardia volviera a pasar su vida pegado a una pared sin hacer nada. Lo único que podía hacer por ahora era cuidarse hasta que tuviera oportunidad para abandonar el palacio de nuevo, sabía que cuando lo hiciera tendría a Fantasma con él.
Con esa idea en mente Denki se había levantado de la cama y a casi dos semanas de su caída empezaba a sentirse lo suficientemente compuesto y con el suficiente ánimo para salir del palacio. Así que salió a los jardines utilizando una de las entradas laterales del primer piso, saludando en voz alta y con una sonrisa a los guardias de la entrada. Una brisa helada le lastimo las mejillas apenas abandonó el edificio principal, pero el peso de la avecilla lo hizo seguir.
Durante el invierno el sol se ocultaba temprano y a esa hora de la tarde las sombras se extendían en todas direcciones como un manto negro que parecía silbar cada vez que soplaba el viento.
Como sabía que los guardias no se acercarían a molestarlo, se tomó su tiempo buscando un arbusto bonito bajo el cual enterrar al ave. Una vez que lo encontró –uno de los pocos que aún conservaba un toque de verde–, se puso de cuclillas y empezó a escarbar. Por desgracia la tierra estaba dura y fría por lo que resultó imposible hacer un hoyo utilizando una sola mano, tuvo que dejar al ave en su regazo para continuar.
Una vez que el hoyo estuvo listo, Denki deposito al ave en él y permaneció ahí un momento sin saber exactamente qué lo había motivado para llevar al ave hasta el jardín. Era una criatura diminuta con un plumaje que en otro tiempo fuera dorado como los rayos del sol pero que en ese momento parecía caramelo quemado.
[Pajarito]
Eso es lo que soy, pensó y la analogía lo hizo sonreír con amargura.
[¿Qué harás ahora, pajarito?]
Vivir, se repitió una vez más. Necesitaba repetírselo constantemente para convencerse de que podía hacerlo aun si no estaba seguro de cómo existir en el mismo mundo que el Emperador.
De pronto oyó pasos y supo que los guardias iban para llevarlo de vuelta al palacio así que cubrió al ave con tierra hasta ocultarlo por completo antes de enderezarse con calma. Se giró hacia el recién llegado y tuvo que alzar los ojos porque el tipo era inmenso.
Madre mía, ¿por qué en este mundo todos los hombres son gigantes?
El hombre no era un guardia sombra –no portaba el característico uniforme negro–, y tampoco parecía un sirviente –su ropa resplandecía en tonos plateados y verdes, y las joyas que cargaba encima gritaban riqueza a viva voz–. Al verlo Denki se quedó mudo, demasiado asombrado de encontrarse con un extraño en el jardín del palacio.
Observó con curiosidad el rostro del extraño pues los ojos –azules y en forma de almendra– le parecieron vagamente familiares, pero como el tipo tenía una barba recortada que le cubría media cara era imposible precisar si lo había visto con anterioridad.
Espero que no me conozca porque voy a quedar muy mal si no me sé su nombre.
Intentó buscar en su memoria la imagen de un hombre mayor –sin barba– que fuera altísimo y fornido, y solo se acordó de Inasa, pero las coincidencias se acabaron ahí pues el muchacho era pulcro y modesto, con un pelo negro deslumbrante, mientras que el hombre frente a él vestía con una túnica impecable, junto con aretes y anillos llenos de joyas preciosas, y un tocado alto de oro macizo demostrando así que era el señor de una prospera casa.
Ahhh, piensa, Denki, piensa, seguro que te sabes su nombre.
Estaba sopesando los riesgos de preguntarle su nombre cuando oyó una voz que lo hizo estremecer y fue sorprendente la forma como el miedo se sacudió dentro de él como una serpiente viva. No había visto ni hablado con su padre desde su caída, el monarca se había limitado a enviar a una sirvienta con la taza de su medicina y Denki había agradecido el gesto porque prefería no verlo. No obstante, había creído que estaba listo para plantarse frente a él como si nada, pero en apenas un instante descubrió que la sola voz del Emperador bastaba para hacerlo temblar.
Denki se movió apenas vio que el hombre se giraba hacia la voz. Aprovechó que el gigante cubría su campo de visión –y por ende lo cubría a él–, para arrodillarse junto a los matorrales y avanzar a tientas hasta la siguiente hilera de setos que corría perpendicular al camino donde se encontraba. Una vez ahí se detuvo y aun de rodillas se cubrió las orejas con ambas manos e inclinó el rostro contra sus rodillas intentando controlar el latido desenfrenado de su corazón.
Durante largo rato no hizo otra cosa que permanecer inmóvil hasta que el silencio se impuso una vez más, entonces apartó las manos y respiró. Quiso reírse de su infantilismo y un momento después sintió pena de sí.
Le plantaste cara una vez, Denki, se dijo y casi al instante otra vocecita respondió.
Y mira lo que pasó después.
Espió por el borde de los setos y al comprobar que los alrededores estaban vacíos, se alzó sobre sus pies sacudiendo su ropa con calma aunque era imposible quitar la mugre del bordillo de sus mangas y de la parte frontal de su túnica. Se examinó las manos, se acordó del ave y se prometió que no volvería a esconderse de su padre.
Más fácil decirlo que hacerlo.
Suspirando, Denki se apartó de los setos e hizo el viaje de vuelta al palacio. Al acercarse al palacio vio que un grupo de guardias avanzaba con rapidez por el camino exterior discutiendo en voces bajas, uno de ellos era Noche y apenas reparó en Denki se detuvo en el acto tras lo cual repartió órdenes al resto, quienes se alejaron de prisa. En cuanto se quedaron solos Noche se giro hacia él.
—Pero si es el ave favorita del Emperador —dijo apenas estuvo cerca—, ¿cómo te tratan tus nuevos carceleros?
Denki se encogió de hombros.
—Igual que todos.
—Creí haberte oído decir que no te esconderías en una cama.
—No negaré que me gusta el papel de hermano pequeño ingenuo —respondió Denki tras un suspiro—, pero no me quedó en el cuarto de Neito solo porque este ignorando al mundo.
—¿Y por qué lo haces?
—Para buscar una solución a mi problema.
—¿Has encontrado alguna?
Denki suspiró, pasó junto a Noche y siguió avanzando. Un momento después se detuvo para girarse hacia el guardia.
—¿Vienes? —preguntó y cuando no obtuvo respuesta se atrevió a añadir—: Creo que tengo un plan.
Hubo una pausa en la que Noche escudriñó su rostro con intensidad, un momento después fue tras él.
[...]
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