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6.0 La Visita

"Las puertas que abrimos y cerramos cada día deciden las vidas que vivimos" – Flora Whittemore

> XII <

Una familia problemática

El frío se dejó caer con fuerza a principios del penúltimo mes del año. Las brisas heladas que amenazaban con un invierno temprano enrojecían las mejillas de los guardias que avanzaban junto a la caravana por los caminos endurecidos de la región. Para la mayoría de ellos esta era su primera visita a la Ciudad Imperial, y la idea de poder ver de cerca la ciudad dorada en la que vivía el Clan Sombra resultaba inexplicablemente atrayente, pero la emoción del acontecimiento fue diluyéndose lentamente conforme el frío de la región se pegaba a sus túnicas hasta calarles los huesos y el paisaje de un gris apagado hacía mella en sus ánimos.

Y no eran los únicos que empezaban a resentir el viaje.

—¡Papá! —gruñó una voz diminuta emergiendo de entre el puñado de pieles colocados en uno de los asientos del carruaje—. ¡Papá!

—¿Qué pasa? —respondió una voz paciente sentada en el asiento opuesto al puñado de pieles. Dos adultos viajaban ahí compartiendo otra piel sedosa de color blanco de forma que lo único que se veía de ellos era la cabeza de la mujer sobre el hombro de su acompañante.

—¿Cuánto falta? —gimoteó la voz diminuta en tono lastimero causando que el hombre en el carruaje abriera los ojos.

—Menos desde la última vez que preguntaste.

—¡Papá!

—Falta poco para llegar a la siguiente villa, cariño, habrá una bonita posada, comida caliente, incluso un baño si así lo quieres-

—¡No más posadas, papá! ¡Estoy harta de las posadas!

—En ese caso tal vez sea mejor seguir viajando toda la noche.

—¡No! —gritó la voz diminuta al tiempo que se sacudía de las mantas y asomaba la cabeza. La diadema del pelo se le había deslizado de la cabeza provocando que su melena color miel se elevara en mechones desiguales—. ¡No!

—Cariño-

—¡Mamá!

Fue el turno de la mujer para abrir los ojos y mirar a la chica. Contemplo con afecto el rostro de duendecillo con su boca fruncida y las cejas delgadas enmarcadas en dos arcos furiosos.

—¿Qué pasa, cariño mío? —preguntó con afecto y el tono maternal ablandó a la chiquilla cuyo rostro pasó de la ira a la desdicha en cuestión de segundos.

—Ya no quiero estar en el carruaje.

—Pero te encantan los carruajes.

—¡No! Ya no... ya no me gustan. Los odio. Por favor, mamá, tengo frío, tengo hambre, me duele la espalda, me duele las manos, me duele la cabeza, tengo nauseas-

El borde de sus ojos se humedeció conforme enlistaba sus dolencias hasta que finalmente empezó a gimotear sobre querer ir a casa y extrañar su cama.

—Oh, cariño —murmuró su madre antes de abandonar su lugar en el carruaje para ir a sentarse junto a ella a fin de consolarla. La recostó sobre su regazo y empezó a masajearle la espalda en círculos diminutos.

—Debí quedarme con mis hermanos —gimoteó la niña entre los pliegues de la túnica de su madre.

—¿No me habrías extrañado, hija mía?

—No si te quedabas conmigo.

—¿Habrías dejado ir a papá solo?

La niña gimoteó, un sonido de miseria pura que retorció el corazón de su madre y la hizo elevar los ojos para posarlos en su esposo. Este le ofreció una sonrisa cansada antes de apartar la manta que lo cubría para colocarla sobre su familia, entonces gesticuló un rápido "Ahora vuelvo" antes de abrir la puerta del carruaje para saltar al exterior indiferente al traqueteo irregular de su avance.

El viento frío le rozó las mejillas y lo hizo estremecer pese a la túnica gruesa que llevaba encima, aun así se tomó un momento para comprobar que el grupo mantenía la formación y solo entonces avanzó a grandes zancadas hasta el carruaje que iba adelante. Saltó sobre el apoyo junto a la puerta y entró sin molestarse en tocar.

Bajo otra piel esponjosa había una figura inmensa que usaba unos lentes de montura dorada para leer un pequeño libro encuadernado en piel. Los lentes se veían pequeños sobre el rostro regordete de mejillas inmensas, las cuales se encontraban coloreadas debido al frío.

—¿Qué te parece hacer una parada en el siguiente poblado? —preguntó el recién llegado dejándose caer en el asiento frente al hombre regordete.

—¿No es ese nuestro itinerario?

—No, me refiero a quedarnos más de una sola noche. Descansar de los carruajes.

—¿La dulce Natsu no sobrelleva bien el viaje?

—No está acostumbrada a quedarse metida en una caja durante días.

—Y siendo que es el último polluelo de tu casa, nunca has tenido el corazón para verla sufrir—se rio Taehiro.

—Lo entenderías si hubieras tenido una niña.

—Pero no la tuve, tengo dos muchachos inmensos que se han casado y me han librado de la responsabilidad de tener que llevarlos a todos lados.

—Tal vez sea hora de que vuelvas a casarte.

—Y tal vez sea hora de que no cedas a los caprichos de tu princesa.

—Debí haberla dejado con sus hermanos.

—Bueno, según recuerdo fue ella quien se anotó en el viaje una vez que escuchó de él. Y ni las sugerencias de su hermana ni las promesas de su hermano lograron hacerla cambiar de opinión, como tampoco sirvieron los ruegos de todos sus primos.

—Tan solo quiere ver la nieve.

—Y la verá, es posible incluso que se harte de ella.

—¿Me explicas ahora por qué estamos haciendo este viaje?

—Lo entenderás una vez que visitemos el palacio.

—No dejas de repetir eso, Taehiro, pero sigo sin entender de dónde viene la urgencia. Estuviste ahí en verano, ¿por qué ir en invierno?

—Lo entenderás cuando lleguemos.

—Pero no tiene sentido, ¿de acuerdo? Primero me sueltas una vaguedad sobre por qué acortaste tu estadía tan repentinamente, después hablas incoherencias de los Shigaraki, y al final vas y compras una villa cerca de la Ciudad Imperial sin consultarme ni avisar.

—No sabía que debía pedirte permiso para gastar mi dinero, Taishiro.

—No me refiero a eso y lo sabes. Lo que intento entender es por qué insististe en viajar ahora, el invierno esta casi sobre nosotros y una vez que caigan las nieves los caminos serán intransitables.

—Te dije que planeo quedarme hasta la primavera de ser posible.

—Algo más que no tiene sentido porque detestas el frío aun más que yo si eso es posible. Incluso Ayana lo detestaba. Nadie de nuestra familia está acostumbrado a ese clima.

—Un mal menor que tendré que soportar.

—Entiendo que te preocupe la salud de Neito, pero nos ha escrito y parece estar recuperándose adecuadamente. Y si bien sabemos que el clima de la Ciudad de Alerath lo ayudaría a sanar rápidamente, es perfectamente normal que no quiera hacer el viaje durante el invierno.

—No solo es por Neito que estamos viajando.

—Te preocupa Mirio, entonces. ¿Esto es por su boda y su manía de cambiar el tema cuando alguien le menciona el asunto?

—No solo es por Mirio que estamos viajando —y al decirlo lo miró con intención como si estuviera intentando transmitirle un mensaje.

Por regla general Taishiro era excelente detectando los mensajes secretos que su gemelo intentaba transmitirle, pero por alguna razón no conseguía descubrir lo que había estado perturbando a su hermano desde su visita a la Ciudad Imperial ese mismo verano.

—¿Esto es por los Shigaraki? —preguntó al final pues sabía que ese tema había alarmado a su gemelo—. Porque debes entender que no formamos parte del consejo y no tenemos voto sobre esas cuestiones. Si ese hombre —y como siempre pronuncio el mote con desprecio, una emoción que se había cimentado dentro de él casi desde que conociera a esa persona— ha perdido la memoria, nosotros no. Que haga sus tratos y sus alianzas, ninguna de ellas nos incluye.

En lugar de responder, su gemelo emitió un suspiro cansado y se quitó los lentes para frotarse con calma el puente de la nariz. Un momento después lo miró con una expresión que mezclaba resignación y calma.

—No solo se trata de los Shigaraki —respondió con calma y por su mirada Taishiro tuvo la certeza de que su hermano estaba decepcionado de que no lograra encontrar la respuesta al acertijo.

Lo cierto era que no conseguía adivinar el problema y decidió esperar hasta que su gemelo decidiera compartirlo. Demasiado exhausto mentalmente para hacer más suposiciones, Taishiro cerró los ojos y se recostó contra el respaldo del carruaje extendiendo las piernas lo más posible –lo que no era demasiado pues dada su altura era casi imposible encontrar una posición ligeramente cómoda en el reducido espacio–.

—Tú tampoco soportas los espacios cerrados —la voz de Taehiro lo arranco de su amodorramiento—, ¿por qué no sales, tomas una de las monturas libres y supervisas el avance?

—Hace frío.

—Estoy seguro de que te resultará más tolerable que pasar el resto de la tarde dentro del carruaje.

Era inútil negarlo así que Taishiro ni siquiera lo intentó, en cambio se enderezó de su asiento e hizo ademán de salir.

—Y te sugiero llevar a Natsu contigo.

—Tiene demasiado frío para eso.

—Llévale una manta. Tiene catorce años, un poco de aire fresco no le hará daño y como le gusta montar, eso la hará olvidar su miseria.

Taishiro no pudo evitar sonreír.

—En eso me recuerda a Ayana —murmuró con afecto y Taehiro emitió otro suspiro.

—Anda, vete —fue todo lo que dijo antes de colocarse los lentes una vez más para retomar su lectura.

Taishiro lo dejo solo, pero no pudo evitar preguntarse una vez más la razón del inusual humor de su hermano.

[...]

La caravana continúo con su avance constante, en ocasiones haciendo pausas en las villas más grandes donde los hermanos tenían conocidos o socios que podían hospedarlos. Esto provoco que el viaje se alargara más de lo esperado, pero cada pausa tenía como objetivo aliviar la tensión del trayecto, permitirles descansar del traqueteo irregular de los carruajes, y ayudarlos a acostumbrarse al clima de la región.

La mayoría de los socios y conocidos de los herederos Toyomitsu no pertenecían al consejo ni al círculo privado del Emperador, por lo que era difícil obtener información confiable sobre lo que ocurría en el palacio pues la mayoría de los rumores eran tan estrafalarios como absurdos. Aunque en realidad no importaba porque los gemelos poseían una fuente de información confiable llamada Neito por lo que no les importaba esperar para enterarse de la verdad tras cada uno de esos rumores.

Así pues, disfrutaron del viaje.

Taehiro había tenido la precaución de enviar a un puñado de sirvientes por delante de ellos, compuesto de sus mayordomos de confianza, parte de su guardia y varias sirvientas que se encargarían de poner su nueva villa a punto para recibirlos durante el invierno. La propiedad que había adquirido a mediodía de viaje de la Ciudad Imperial contaba con suficientes acres de tierra de cultivo y espacio para ampliar la casa principal, la cual incluía cuatro pabellones privados rodeados por una alta, aunque vieja, cerca de protección.

Los cuatro pabellones de un solo piso tenían los mismos techos de teja, los mismos acabados de madera y pocos ornamentos ostentosos que revelaban la modestia de sus antiguos dueños.

El día en que la caravana empezó a ascender por la pequeña colina hasta la propiedad que se encontraba en lo alto, resultó ser uno de los pocos días de sol sin viento que se observaban durante el otoño. La caravana se detuvo en el jardín exterior y el grupo de viajeros cruzó las puertas de madera maciza hasta llegar al patio empedrado que conectaba los cuatro pabellones entre sí. Una vez que los hermanos estudiaron la disposición del lugar dieron la orden de bajar el equipaje.

Baúles llenos de ropa, accesorios, libros, alimentos perecederos y decenas de muebles y cojines, fueron descargados y trasladados al nuevo hogar. Y mientras las mujeres se encargaban de las decoraciones y la comodidad, los gemelos se retiraron al despacho con su jefe de guardias para oír su reporte, así se enteraron que el Emperador se había tomado la molestia de enviar a su guardia personal para inspeccionar la villa bajo la excusa de ofrecer protección a la familia de la difunta Emperatriz.

—Que generosidad —se burló Taishiro sin poder disimular su amargura—, usualmente prefiere ignorar nuestra existencia.

—Obviamente intenta enviar un mensaje.

—¿Mensaje o advertencia?

—Posiblemente ambos. Fui bastante claro en nuestra postura con respecto a los Shigaraki y su deseo de hacer las paces con ellos, tal vez vea nuestra intención de construir un hogar aquí como una posible amenaza a sus planes.

—Así que su respuesta ha sido enviar a su perro faldero para intimidarnos.

—¿Para qué otra cosa utiliza al Clan? Son sus sabuesos de batalla. Bien sabe que tenemos amigos y poder en el consejo aun si no contamos con un voto propio, así que la única ventaja que tiene sobre nosotros es el Clan Maldito.

—Si ellos no existieran-

Taehiro se rio.

—¿Te olvidas del famoso dicho?

—¿Cuál?

—El que dice: Es más fácil arrancarle una pulga gorda a un perro rabioso que arrancar a la plaga que infesta las murallas del palacio.

—¿De verdad crees que no podamos vencer al Clan al completo con los hombres que tenemos?

—No pretendo averiguarlo y no vamos a darle razones a ese hombre para que nos lance a sus perros rabiosos y ciegos; tenemos que ser cautelosos mientras convencemos a nuestros aliados de apoyar nuestro descontento ante la atención que se le ha brindado a la familia Shigaraki.

—Como digas. Y como sospecho que tu plan involucra reuniones y fiestas bajo el pretexto de inaugurar la casa te digo de una vez que no cuentes conmigo.

—Ya sé que detestas esas celebraciones por lo que no te pediré que participes activamente en ellas, pero sí que hagas breves apariciones para saludar a nuestros invitados; después de todo, tú eres Lord Toyomitsu.

—En momentos como esto lamento que madre no te expulsara primero.

Taehiro no le hizo caso pues cambio de tema.

—Quería discutir contigo el acomodo de habitaciones. La casa tiene cuatro pabellones lo suficientemente grandes para asignarle uno a tu familia, otro para la mía, y el de la servidumbre y la guardia.

—Eres generoso en ofrecerme uno sabiendo que no planeo hacer de estas visitas algo regular. ¿Para qué planeas utilizar el último?

—Me gustaría acondicionar el más pequeño para nuestros sobrinos, tal vez así decidan quedarse a pasar la noche aquí.

—Tanto Neito como Mirio tiene casas propias en la Ciudad Imperial a las que pueden volver en el mismo día, sin contar sus habitaciones en el palacio.

—¿Tienes algo en contra de mi plan?

—No, solo no entiendo por qué no lo asignas para visitas y ya.

—Después construiré un pabellón para las visitas y nuestros hijos.

Taishiro sacudió la cabeza.

—Haz como quieras, es tu casa

—Hasta que decidas construir la tuya.

—¿Por qué querría construir un hogar aquí?

—Algo me dice que encontrarás una razón para querer volver aquí.

—Jamás.

Taehiro no insistió y con eso terminaron la reunión.

[...]

Durante los días que siguieron la familia Toyomitsu visitó las tiendas de los alrededores para adquirir vajilla, lámparas y todos los utensilios necesarios para las reuniones que planeaban celebrar, también aprovecharon para recorrer la región y conocer los alrededores. Y gracias a ello se enteraron del último rumor que sacudía a la corte por completo: La muerte del Médico Imperial.

—Es el segundo que muere en menos de un año —fue el único comentario que Taishiro hizo sobre el tema.

—Lo sé.

Y por esa razón Taehiro se dio a la tarea de escribir cartas a sus conocidos mientras hacía visitas a sus vecinos más importantes. Descubrió entonces que la historia oficial era bastante simple: El médico había abandonado una popular casa de té a mitad de la noche y había estado tan ebrio que se había confundido de camino y en lugar de dirigirse a su casa –una propiedad recién adquirida– se había encaminado hacia el palacio –como al parecer tenía por costumbre– solo para terminar cayendo por una de las pendientes poco pronunciadas que acababan en el lago donde finalmente se había ahogado.

Pero incluso teniendo la historia oficial había muchos rumores corriendo entre los nobles y era sorprendente la cantidad de ellos y su ridiculez. Algunos decían que el médico había abandonado la casa de té en compañía de una cortesana y como el lugar donde se había ahogado era conocido por ser un escondite popular para las actividades nocturnas –gracias a las decenas de arbustitos que creaban un escenario privado– muchos suponían que había ido ahí con su querida, se había quedado dormido y estaba tan ebrio que no se había dado cuenta cuando cayó al agua.

Otros decían que volvía a casa cuando lo asaltaron y lo mataron. Había quien creía que el doctor tenía un amorío con alguna esposa resignada y que el esposo de este lo había hecho matar. Alguien más sugería incluso que el pobre médico se había ganado la antipatía de alguno de los Príncipes que había solicitado que lo retiraran de su cuidado y como el médico sabía que era cuestión de tiempo antes de que el Emperador lo despojara de su título, este había decidido tomar el único camino posible a fin de evitar la desgracia de verse repudiado. Por supuesto había quien decía que el mismo Clan lo había eliminado para ocultar los secretos del gran monarca.

Sin importar cual fuera la verdad, el hecho era que había otro médico imperial muerto y a nadie parecía importarle.

[...]

La primera nevada de ese año coincidió justamente con el día que Taehiro y Taishiro recibieron el permiso del Emperador para visitar el palacio.

—Ya era hora —respondió Taishiro al ver la nota—. Llevamos dos semanas sentados aquí.

—Ya sabes que es otro de sus desplantes infantiles y una excusa para ignorarnos. No importa.

—Te dije que notificaras a Neito sobre nuestra visita, de haberlo hecho Mirio y él habría venido a recibirnos.

—Quiero ir al palacio.

Taishiro sacudió la cabeza, pero alistó a su familia para su asistencia a la cena que el Emperador organizaría en su honor esa misma noche. Se alistaron los carruajes y a primera hora de la tarde estos emprendieron la marcha mientras los copos de nieve seguían cayendo como diminutos trozos de papel que se deshacían antes de tocar el suelo.

Con la invitación y el sello del Emperador cruzar las puertas a la Ciudad resultó ser apenas una formalidad, algo que nunca habría ocurrido de no haber contado con el permiso del monarca. La visión de los Guardia Sombra custodiando la entrada y desplegándose sobre las murallas como cuervos de mal agüero pusieron a Taishiro de mal humor. Siempre los había visto como los carceleros de su hermana –ella solía describirlos así en sus cartas– y ni su hermano ni él sentían aprecio por el grupo de soldados que servían ciegamente al Emperador.

A lo largo de toda su vida adulta Taishiro se había negado visitar el palacio imperial, no desde que llegara la noticia de la boda de su hermana; una boda a la que ninguno de ellos había sido invitado. Después había visto a su hermana extinguirse como una llama diminuta golpeada por las ventiscas heladas del inmisericorde clima, había leído sus cartas llenas de anhelo por la playa, la comida y el trato de su antiguo hogar, cada una de ellas con velados mensajes donde se mostraba aterrada por los guardias del Emperador. Era lo que más dolía, ver a su valiente, voluntariosa y decidida Ayana sumida en la miseria. Su pérdida había sido devastadora y absurda.

Que su esposo no le hubiera ofrecido siquiera el consuelo de ser enterrada en su ciudad natal como ella lo había deseado era tan solo la gota que había colmado el vaso, así pues él había tomado la costumbre de enviar a Taehiro como su representante en los asuntos de la corte para evitar así poner un pie en lo que consideraba la tumba de su hermana. En términos generales consideraba al palacio como un pozo negro del que era mejor no acercarse.

Que Taehiro hubiese usado su ascendente como gemelo para llevarlo hasta ahí le resultaba altamente ofensivo, pero no había podido negarse. Se había hecho la promesa, en cambio, de atender a las reuniones de su hermano, visitar el palacio, y saludar a sus sobrinos antes de alistar a su familia para marcharse apenas Taehiro estuviera instalado. Se negaba a considerar la posibilidad de permanecer siquiera un mes en ese lugar.

Al menos así lo había considerado hasta esa misma tarde en la que los carruajes los llevaron hasta las puertas del palacio.

Mirio había salido a recibirlos con su sonrisa contagiosa y su encanto destellante, apenas lo había visto Natsu había perdido por completo su aire enfurruñado para correr a los brazos de su primo favorito. Su esposa Mara había sido la segunda en saludar al Príncipe Heredero con Taehiro detrás.

Los saludos a Neito fueron ligeramente más fríos, pero solo por la personalidad del muchacho. Tras un intercambio corto sobre el viaje y la nieve, sus sobrinos los llevaron hasta el trono donde fue momento para que ambos presentaran sus respetos al Emperador. La entrega de regalos, las reverencias y la charla protocolaria pareció extenderse durante horas hasta que finalmente los invitaron a pasar al salón contiguo para tomar té y un bocadillo sencillo.

Con Taehiro, Mara y Mirio en la misma mesa la conversación estaba garantizada así que Taishiro tuvo oportunidad de recostarse en su silla en silencio mientras esperaba que transcurriera el suficiente tiempo para despedirse sin insultar a nadie. En general le encantaba pasar tiempo con sus sobrinos, le encantaba llevarlos a cabalgar, navegar, de caza o incluso de compras, pero en ese momento al ver a Mirio sentado junto al Emperador le resultaba imposible fingir que el muchacho no era la viva imagen de su padre –y no podía ahogar el miedo de verlo convertirse en su reflejo exacto–, tampoco podía ignorar la irritación que sentía al ver a Neito repetir cada palabra que salía de esa boca grosera emitiendo los mismos juicios necios.

Siempre había sido así, sus dos hermosos y maravillosos sobrinos se volvían dos personas completamente distintas cuando el Emperador aparecía en escena, entonces brotaba de ellos la competitividad, la impaciencia y la mala sangre. Captó no menos de tres sarcasmos de la boca de Mirio y otros tantos insultos velados de parte de Neito, todo azuzado por la presencia mezquina de ese progenitor que parecía deleitarse con ver a sus hijos luchar por su atención. No obstante, le alegró comprobar que ambos parecían estar haciendo un esfuerzo por no dejarse llevar por la irritación.

Tal vez la edad finalmente los ha sacado de ese ciclo horrible.

Un detalle que le resultó sumamente interesante fue ver a Taehiro girarse hacia la puerta cada vez que esta se abría como si estuviera esperando a alguien. Cuando finalmente anunciaron que era hora de la cena, su hermano hizo la pregunta que parecía haber bailado en su boca durante toda la tarde.

—¿Cenaremos con toda la familia? —se dirigió especialmente a Neito, quien parpadeó en confusión.

—Mi hermano ha vuelto de su viaje —respondió el Emperador con calma—, lo llamaremos para que nos acompañe.

—No es-

—Cenaremos en el exterior para que nuestros invitados conozcan los jardines.

Entonces se levantó y encabezó la marcha hacia el exterior.

Taishiro observó a su hermano y pese a que portaba su máscara de impasibilidad al seguir al grupo pudo detectar una fugaz mueca reprobatoria dirigida hacia Neito, algo inusual dado que era su sobrino favorito. O tal vez fuera la respuesta ante la propuesta de cenar con el hermano del Emperador, a quien ambos despreciaban.

Miró a su hermano con la esperanza de poder reprocharle la situación, pero Taehiro parecía sospechar de sus intenciones porque no volteó a verlo; en cambio, siguió avanzando hasta el pabellón en el exterior, el cual había sido decorado con varias antorchas de bambú y cuatro braseros en las esquinas para caldear el ambiente. La vajilla era de primera, así como los adornos y los muebles, toda una escena mística de comodidad y riqueza en medio del invierno.

Viendo esto nadie hablaría de las perdidas que el palacio ha tenido en los últimos meses.

El grupo entero se acomodó en torno a la mesa, y estaban sirviendo el primer plato cuando apareció la segunda persona en la lista de antipatías de la familia Toyomitsu.

—Buenas noches —saludó el hombre con formalidad avanzando con resolución hasta sentarse en la cabecera opuesta a la del Emperador donde se unió a la conversación sin aparente esfuerzo, muy diferente de su hermano que siempre daba la impresión de ser una rana muda.

Hizashi poseía labia y encanto, y era capaz de convertirse en el foco de cualquier conversación sin causar revuelo o molestias. Mirio había copiado su encanto de él, y gracias a eso sus dos sobrinos guardaban parecido con ese hombre ausente y miserable que había mancillado a su hermana.

La razón de que los gemelos Toyomitsu detestaran al hermano del Emperador no se debía únicamente a que hubiera repudiado a Ayana al negarse a casarse con ella en el pasado, sino que parecía haberle hecho promesas siendo ella una mujer casada.

En una de las cartas de su hermana –la carta de una mujer enamorada– Ayana había insinuado un secreto terrible sobre el segundo de sus hijos, un secreto que ellos habían jurado guardar para siempre y que había enconado la antipatía que sentían por el hermano del Emperador.

Al pensar en el secreto, Taishiro alzó su copa a tiempo de ocultar la mueca de su boca mientras apartaba los ojos de la mandíbula de Neito, que a esa distancia y bajo esa luz tenue parecía guardar un parecido aterrador con el recién llegado.

La conversación continúo sin problema durante toda la cena, pero Taishiro empezó a sentir el hartazgo de estar en presencia de los dos hombres que más despreciaba. Quería irse a casa, no la casa que su hermano había comprado sin aviso alguno, sino la casa en la que había visto crecer a su hermana y en la que él había criado a sus hijos; pero más que nada deseaba alejar a su esposa y a su hija de la ruina que gobernaba ese lugar.

Por fortuna para él empezó a nevar a la mitad de la cena y para cuando llegaron al final se había convertido en otra nevada ligera como la de esa mañana. Su hija, envuelta en su abrigo nuevo y encantada con los copos de nieve, le dio la excusa perfecta para abandonar la mesa apenas terminaron de cenar. Fue tras ella a paso tranquilo mientras la muchacha seguía la línea de antorchas que marcaban el camino de vuelta al palacio, la vio inclinarse sobre una de las fuentes del jardín para ver a los copos deshacerse en el agua y la imagen lo hizo pensar en su hermana. El deseo de marcharse se volvió insoportable.

—Natsu, vuelve y dile a tu madre que nos vamos.

Su hija obedeció al instante y él, en lugar de ir tras ella, se alejó del camino principal con la intención de despejarse. Sentía que si volvía con el grupo en ese momento sería incapaz de contener su lengua frente a los dos hombres que habían destruido a su hermana, así que dio una vuelta por el jardín hasta tener la certeza de que la sobremesa se había terminado y de que era capaz de mantener la boca cerrada.

Mientras volvía al camino principal notó una sombra surgiendo a su izquierda, como si alguien hubiera estado inclinado junto a los matorrales y se hubiera levantado al mismo tiempo que él se acercaba. Por un momento creyó que se trataba de su hija, quien se había distraído en el camino de vuelta, pero de inmediato notó que la sombra era ligeramente más alta con una mata de pelo rubio en lugar de la melena color miel que coronaba la cabeza de su retoño.

Entonces la sombra se había girado hacia él como si acabara de reparar en su presencia y por un instante tuvo la certeza de estar contemplado un fantasma.

Una idea que se desvaneció en cuanto contempló con asombro los ojos dorados que combinados con el pelo rubio marcaban un contraste muy claro con el recuerdo que guardaba en su cabeza. Una vez que eso lo devolvió al presente, más y más diferencias fueron saltando frente a sus ojos como luces que se encienden en la noche –pómulos, boca, cejas y un infinito etcétera–

Abrió la boca con la intención de decir algo –no sabía qué– cuando oyó una voz tras él.

—Lord Toyomitsu —apenas dos palabras que lo hicieron parpadear, un momento después se giró hacia la voz.

—¿Qué? —respondió él mirando al Emperador que encabezaba al grupo al completo en su vuelta al palacio.

—La salida no es por allá —y para reafirmar su punto el hombre señaló el camino iluminado.

Su respuesta inconsciente fue girarse de vuelta al punto de inicio solo para descubrir que no había nadie con él como si la aparición se hubiera desvanecido sin dejar rastro y sin que nadie la hubiera visto.

—¿Han-?

—Tengo frío, padre...

—Es-

—¡Padre! Volvamos a casa.

Al oír el llamado imperativo de su hija, Taishiro se apartó de los setos con renuencia y se unió al grupo en su vuelta al palacio, pero no pudo evitar mirar hacia atrás casi esperando ver la mata de pelo rubio aparecer entre los copos de nieve. En una de esas ocasiones su mirada se cruzó con la de su hermano, y basto un vistazo para que la expresión impasible de Taehiro se quebrara. En su mirada hubo reconocimiento y con la intuición que solo posee un gemelo Taishiro supo que su hermano sabía. Lo había sabido antes que él.

["Lo entenderás una vez que visitemos el palacio"]

El comportamiento de su hermano y sus planes –incluso el hecho de que no hubiera entregado todos los regalos que llevaba–, todo cobró sentido frente a sus ojos.

Lo sabías.

No aquí.

Pese al deseo de interrogar a su hermano, Taishiro mantuvo la compostura hasta que finalmente llegaron a las puertas del palacio y se intercambiaron las despedidas.

—Oh, tonto de mí —dijo Taehiro de pronto llevándose una mano enjoyada a la cabeza—, casi olvido entregar el regalo del Tercer Príncipe.

—Se lo haremos llegar —respondió el Emperador dando la señal para que lo recogieran, pero Taehiro no hizo ademan de sacarlo.

—De hecho —y al decirlo se aseguró de mirar al Emperador—, me gustaría poder entregárselo personalmente.

—Imposible —respondió el Emperador sin parpadear—, es tarde y mi hijo está dormido. Me niego a molestarlo con estas nimiedades.

Algo se retorció dentro del pecho de Taishiro, algo crudo y violento, más aún cuando vio a sus dos sobrinos encogerse como cachorros regañados.

—Podemos volver mañana —respondió él con sequedad atrayendo al instante la mirada de su esposa.

—No hago promesas sobre la disponibilidad de mi hijo.

—Si mañana no se puede —insistió él—, aun queda el día que sigue. Y el que sigue.

—Todo el invierno de ser necesario —añadió Taehiro con calma.

El Emperador los miró, la ira afiló los bordes de sus mejillas regordetas e hizo brillar sus ojos.

—Mi hijo está enfermo —declaro en voz alta en un tono que hizo a sus hijos encogerse y a su hermano apartar la vista—, y durante el invierno su salud es más frágil. No aceptará visitas sin el permiso de su médico.

Y como no tenía médico, ni había candidatos para sustituir al anterior, la declaración era una afirmación clara de que el Tercer Príncipe no recibiría visitas en un futuro próximo y como la orden era terminante nadie se atrevió a insistir.

Los gemelos terminaron por despedirse y se marcharon a sus carruajes con la promesa de volver para visitar a sus sobrinos. Taishiro subió al carruaje de su hermano, pero ninguno de ellos dijo nada hasta que no estuvieron fuera de la Ciudad Imperial y lejos de los oídos del Clan Sombra.

—Debiste contarme.

—¿Lo viste? —respondió Taehiro mirándolo con curiosidad, y la respuesta que recibió fue el relato breve del encuentro de esa tarde.

Pero más que la belleza de ese rostro, lo que Taishiro recordaba con viva claridad era la súbita alarma que había destellado en los ojos dorados al oír la voz del Emperador.

—Si no tiene permiso para salir es lógico que se haya sobresaltado —empezó a decir Taehiro pero su hermano sacudió la cabeza.

—No fue un simple sobresalto, Tae. Lo vi. Reconozco el miedo cuando lo veo.

Taehiro asintió con calma, un momento después empezaron a hacer planes.

[...]

La autora dice hola.

Originalmente tenía planeado escribir un capítulo más del Arco 5 que hablara sobre Denki y su recuperación tras la caída, pero la vida me mantuvo ocupada y cuando finalmente me senté a terminar el capítulo me di cuenta que había pasado demasiado tiempo para intentar escribir un "final" de ese arco. Tras meditarlo mucho decidí que la noticia de la muerte del médico podía considerarse como un cierre decente y así avanzar. 

Tome mi borrador y lo dividi en dos partes, la parte de los rumores aparece aquí y las escenas de Denki dando vueltas por el palacio esta en el que sigue. Con eso empezamos el arco 6, el último de la historia, que será sobre la boda y la resolución de los planes de los Shigaraki y el Emperador. Espero que todos esten bien, muchos saludos y cuidense. El año casi se acaba, estamos iniciando con el último ya y es sorprendente la forma como avanza el tiempo. Les agradezco enormemente a quienes me han enviado un mensajito porque me ha ayudado en los momentos de mayor duda, espero poder pagarles por su generosidad. 

Y nos leemos en el que sigue. 

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