5.9. Compañía
Título Alternativo: Las aves curiosas suelen perderse
[...]
Arriba lo esperaba lo que parecía otro pasillo oscuro por el que avanzó lentamente con la lámpara en lo alto; todo parecía indicar que sería un túnel exactamente igual al del piso inferior hasta que oyó voces, sonaban amortiguadas al otro lado de la pared así que Denki bajó la lámpara y empezó a tantear con calma toda la zona desde el techo hasta el suelo ahí donde había oído el sonido más claramente. Finalmente, mientras estaba de puntillas tocando lo que parecía una marquesina de madera que se extendía por la parte alta de la pared notó un zona floja que presionó con fuerza usando ambas manos tan estirado como lo permitía su cuerpo.
No sucedió nada.
Pensando en las puertas secretas que solían salir en las películas de misterio, Denki buscó por otra clavija o botón parecidos, después se le ocurrió apretar el botón y tantear la zona para ver si encontraba alguna diferencia. Estirado como estaba no pudo evitar balancearse sobre las puntas de sus pies hasta pisar la intersección entre pared y piso mientras empujaba las rodillas hacia el frente, el panel de madera saltó de su posición y se deslizó a un costado sin hacer ruido. Al perder su apoyo, el cuerpo de Denki trastabilló hacia un pasillo alfombrado, estaba enderezándose cuando oyó que la puerta se cerraba a su espalda ocultando la luz de la lámpara que había abandonado en el suelo.
¡No!, pensó Denki girándose a toda velocidad, solo para encontrar una pared de madera simple. Comenzó a tantear la pared notando que la sangre le rugía en los oídos, aunque eso no le impidió oír el grito y el sonido de la porcelana rota; al girar el rostro vio que casi al otro extremo del pasillo había tres sirvientas bajo la tenue luz amarillenta que emergía de lo que parecía una puerta abierta. El miedo se sacudió en Denki como una mano helada al imaginar lo enfadado que estaría su padre tras los acontecimientos de esa noche si le añadían su repentina aparición en los pasillos a esa hora. Maldijo su necedad y su imprudencia mientras tanteaba la pared con desesperación; estaba tratando de meter las uñas entre las estrías de la madera cuando lo oyó:
—¡Alteza, por favor!
Se giró creyendo que le hablaban a él pero no era así, las sirvientas no se habían movido de la puerta abierta.
—¡Alteza! —repitió otra voz para después añadir algo en voz normal que dada la distancia se convirtió en un murmullo ininteligible.
El miedo de Denki se atenúo al comprender que la persona que estaba en la habitación no podía ser su padre dada la forma como las mujeres se estaban dirigiendo a él. Ese podía ser el momento perfecto para deslizarse por el pasillo en dirección opuesta y buscar unas escaleras para bajar, siendo que las mujeres ni siquiera lo habían visto, pero el número de personas que recibían el título de "Alteza" dentro del palacio se reducía a un puñado de personas, y Denki sentía curiosidad. Así que ahogó el resto de su miedo, se apartó de la puerta y estudio el pasillo con lentitud notando casi de inmediato que, a diferencia del primer piso del palacio, no había guardias custodiando esa zona. Se acordó que su padre solía ser muy estricto con las personas que subían al segundo y tercer piso, era probable que solo hubiera un puñado de guardias concentrados en los accesos principales.
Bueno, ya estoy afuera, me castigarán sin duda así que aprovechemos la oportunidad.
Y con esa idea dejo que su curiosidad lo llevara hasta las inmediaciones de la recamara abierta; de las tres mujeres solo quedaban dos pues la otra había vuelto a la alcoba y se le escuchaba implorar en voz baja mientras alguien más le respondía con ferocidad. En cuanto una de las mujeres se percató de su presencia, parpadeó y de inmediato le ofreció una reverencia formal murmurando un suavecito 'Alteza' como si no quisieran atraer la atención de nadie. Su compañera, al sentirla moverse, se giró para verla y la imitó apenas reparó en Denki.
—¡He dicho que no! —gritó una de las voces en la alcoba y al ver a las mujeres estremecerse Denki pasó por delante de ellas para asomarse a lo que parecía una recamara amplia y lujosa.
Cruzó la entrada y avanzó hasta el otro extremo, sorteando los mueblecitos regados por la habitación y el biombo que protegía la sección que incluía la cama. Se detuvo justo detrás de este inclinando el cuerpo ligeramente para mirar por un costado. A los pies de una inmensa cama de doseles con cortinajes de color plata se encontraba la sirvienta recogiendo los trozos de lo que parecía haber sido una taza de porcelana y en el centro de la cama con el aspecto miserable de aquellos que sufren se encontraba el Segundo Príncipe.
—¡Quiero al Médico! —decía este enderezado sobre las mantas con una cara tan pálida que parecía blanca y con unas ojeras pronunciadas que formaban arcos negros bajo sus ojos—. ¡Traigan al Médico!
La sirvienta empezó a ofrecerle excusas y Neito torció la boca en un gesto feroz listo para hacerla callar, hasta que detectó movimiento en su periferia; al girarse con la maldición en la punta de la lengua, sin duda creyendo que encontraría a otra de las mujeres, todo sonido quedó ahogado al ver a la persona que estaba de pie mirándolo.
Para Denki fue imposible descifrar la emoción cruda que vio en la cara de su hermano apenas le puso los ojos encima, pero estaba familiarizado con la impotencia del encierro, la frustración de la inmovilidad y el dolor, y la dureza de la soledad para reconocerlas claramente en ese rostro enfermo. Lo que sintió entonces fue compasión y afecto, y ni siquiera tuvo que detenerse a pensar antes de girarse hacia la sirvienta que lo miraba desde su lugar con una expresión exhausta y tensa.
—¿Cuál es el problema? —preguntó con su voz diminuta y herida; el sonido hizo que Neito frunciera el entrecejo.
—Es hora de cambiar los vendajes del Segundo Príncipe, Alteza; pero este insiste en llamar al Médico.
—¿Y no podemos llamar a un Médico?
La sirvienta se frotó las manos y su expresión complicada le dijo a Denki que lo harían si no había alternativa pero que la situación en realidad no lo requería.
—¿Cuándo fue la última visita del Médico?
—Esta tarde, Alteza.
—Ya —miró a Neito que fue incapaz de sostenerle la mirada por lo que volvió a tenderse con la mano derecha cubriendo sus ojos sin decir nada. Denki suspiró antes de mirar a la sirvienta—. Trae lo que necesites, y te ayudaré a terminar.
Las sirvientas obedecieron. Calentaron agua, trajeron vendas, y pastas medicinales; y después todas se congregaron en torno a la cama para lavarle el cuerpo, limpiar las heridas y cambiar los vendajes con mucho cuidado, todo ello mientras el Segundo Príncipe permanecía quieto –tan inmóvil que parecía un tronco seco–. Denki descubrió entonces que el cuerpo de Neito aún tenía zonas pardas en su espalda, de un color pronunciado y un tamaño tan llamativo que parecía claro que lo habían empotrado contra algo muy duro. Y si aún eran visibles después de tantos días era claro que la imagen tras el incidente debió ser terrible. Además de los moretones tenía rasguños y cortadas en brazos, manos y cuello, llenas de costras a las que debían aplicar un ungüento especial para evitar que quedaran cicatrices; pero lo peor de todo eran las tres puñaladas que tenía en el cuerpo: Una en el hombro izquierdo, una en el costado, y otra en la pierna. Los tres cortes parecían latir de ira, y cuando Denki aplico con cuidado el empaste de hierbas sobre la herida del hombro, Neito apretó la mandíbula con tanta fuerza que las venas en su cuello quedaron visibles.
Trabajaron con cuidado y mucha calma, esparciendo pastas con aroma de hierbas que servían para anestesiar la zona y acelerar la cicatrización; al final cerraron la bata de color verde que Neito llevaba puesta, ocultando los vendajes sobre su torso suavemente cincelado, para después extender un cobertor ligero sobre él. Las sirvientas se apresuraron a recogerlo todo y salir, mientras Denki se sentaba en el borde de la cama mirando a su hermano que seguía quieto y mudo, con la mano vendada sobre los ojos, el pelo rubio recogido en una coleta simple y la cara pálida marcada por el dolor.
Fue Neito quien se hartó del silencio.
—Si estas enfermo no deberías estar fuera de la cama.
—No lo estoy.
Neito apartó la mano para mirarlo con esos ojos azules acerados y duros.
—¿Y por qué suenas así? Si estas mal, no deberías hacer esfuerzos innecesarios.
Denki le sonrió.
—El otro día dijiste que pasaba mucho tiempo encerrado y que debía aplicarme mejor a mis obligaciones.
Neito cerró los ojos, sacudió la cabeza y usó la mano que podía mover para rascarse la frente.
—No es bueno que te esfuerces demasiado.
—No lo hago.
—Obedece al médico.
—¿A qué viene eso?
Neito sacudió la cabeza, apretó los dedos sobre sus ojos con tanta fuerza que Denki le sujeto la mano.
—Hey, ¿a qué viene lo del médico? ¿por qué importa ahora?
—Te oí —respondió Neito tras una pausa como si acabara de rendirse. Giró el rostro para mirarlo con una expresión tormentosa—. Durante tu fiebre, oí... dioses... parecía que te estaban matando. Gritabas... creo que tuve pesadillas con esos gritos. El médico no estaba seguro de que fueras a sobrevivir. Y luego padre dijo...
—¿Qué dijo?
—Que la tensión de todo había sido excesiva, que te habíamos exigido demasiado, que no era bueno que estuvieras fuera... —sacudió la cabeza de nuevo para mirar el techo—, lo mejor es que no te esfuerces demasiado. Vete a la cama y descansa.
La reacción instintiva de Denki fue llamar al Emperador mentiroso y contarle a Neito la verdad, pero entonces se acordó de su reacción anterior y decidió no darle un disgusto dada la condición en la que se encontraba, así que optó por una aproximación menos directa.
—Lo cierto, Neito, es que deje de tomarme mi medicina y eso me hizo daño, pero ahora estoy obedeciendo las indicaciones de padre.
—¿Por qué dejaste de tomarla?
—Porque sabía horrible.
—Esa no puede ser la razón.
—Lo es, lo juro, pero lo dejaremos así por ahora. Tal vez algún día te cuente la verdad. Una vez que salgas de esta cama y ya no tengas esa cara de dolor —Neito arrugó la nariz como si la afirmación fuera absurda—. En todo caso te juro que no estoy enfermo.
—No suenas bien.
—Tu tampoco suenas bien cuando te pones de insoportable, Neito.
—¿Insoportable?
—Sí, insoportable. No deberías desquitarte con las mujeres que solo hacen su trabajo.
—No saben lo que hacen, son torpes, y hacen daño.
—¿Eres claro al decirles lo que no te gusta que hagan o solo les gritas? —su hermano volvió a mirarlo y abrió la boca como si fuera a responder, pero Denki no le dio oportunidad—. Los sirvientes no leen la mente, Neito. Habrá algunos puedan adivinar lo que quieres o como quieres las cosas tras convivir contigo un tiempo, pero hay otros que necesitan que les den instrucciones claras y los gritos no ayudan.
—Si solo has venido a sermonearme puedes irte, no lo entiendes.
—¿Entender que cuando algo duele tanto quieres hundir los dientes en tu mano y sangrar solo para tener control sobre la agonía? ¿O entender que en el dolor la ira es más fácil que la paciencia?
Neito no respondió, aunque lo miraba con la misma expresión indescifrable de antes.
Denki decidió no juzgar, después de todo el Tercer Príncipe de la historia original tenía la misma manía de desquitarse con el mundo. Una actitud que sin duda provenía del Emperador. Era de suponer que nadie en esa familia estaba familiarizado en cómo lidiar con las emociones negativas, el dolor o el rechazo.
—Muy bien —dijo Denki tras una pausa—, me iré a la cama, pero solo si me contestas tres preguntas.
—¿Cuáles?
Denki sonrió, subió las piernas a la cama para cruzarlas sobre el colchón y apoyó el codo sobre su rodilla para después colocar la barbilla sobre su mano. Miraba a Neito con muchísima atención.
—La primera: ¿Cuál era el juguete favorito de Mirio cuando tenía... no sé, siete años?
Neito resopló con burla y miró el techo de la cama de doseles mientras respondía.
—Un estúpido barco de madera que le dio el tío Tashi. Tenía velas de verdad, con su timón diminuto y sus cañones de mentira, y aunque no parecía la gran cosa podía flotar en el agua. A Mirio le encantaba salir a buscar estanques para verlo flotar, y cuando lo veía ir de un lado a otro solía exclamar que tendría uno parecido cuando fuera grande y que lo usaría para recorrer el mundo y explorar las tierras más allá de este lugar. Por supuesto no me dejaba jugar con él. Creo que una vez peleamos y puede que lo tirara al suelo, aunque fue su culpa, y... ahg, no sé. Se rompió o algo.
Aunque Denki no conocía a Mirio podía imaginarse la escena y no pudo evitar sentir afecto por ellos.
—¿Son todas tus preguntas así?
—No —dijo Denki sin moverse y sin dejar de mirarlo pues en ese momento estaba tomando una decisión. Tras una larga pausa añadió en voz baja—. Neito, ¿te gustaría ser mi hermano?
—¿Qué? —Neito giró el rostro hacia él con una expresión irritada y brusca—, ¿qué estupidez es esa? Somos hermanos.
—¿Sí? ¿Cuál era mi juguete favorito cuando tenía siete años?
La irritación desapareció y lo único que quedó atrás fue esa cara cansada y herida con los ojos llenos de algo que solo podía ser confusión. La boca de Neito tembló y Denki vio el momento justo en que las excusas empezaron a construirse tras sus ojos.
—No se suponía que... no debíamos... tú no podías-
—Shhhh... está bien. No importa —lo interrumpió Denki extendiendo la mano para posarla la punta de sus dedos sobre su pecho herido—. Lo que pasara antes, ya pasó. Dejémoslo estar. Lo que yo quiero saber es si ahora quieres ser mi hermano. Y asumir lo que eso significa.
—Si te da por escoger hermanos deberías buscar a Mirio, es justo como tú, con esa sonrisa bobalicona que no tiene razón de ser y su actitud de "sé amable, Neito", sin entender que la amabilidad en la corte es la puerta para las traiciones, los engaños y peor que todo, los intentos de asesinatos. Ve con él que será mejor hermano que yo y que seguramente no te resultará insoportable.
Denki podía oír la envida cuando la tenía enfrente.
—Hey, si él y yo nos parecemos tanto, ¿no crees que necesitamos a un tercero que sea diferente y que nos sacuda cuando sea necesario? Apuesto que eres el mejor para evitar que nos avergoncemos y avergoncemos a nuestra familia.
—¿Cómo hacerlo si ustedes nunca escuchan?
—Tal vez debas hablar con más fuerza.
—Entonces se quejarán de que estoy gritando.
—La gente importante no necesita gritar para que la escuchen.
—Y los necios no escuchan aunque se les grite.
—Así que una persona inteligente sabe de antemano que los necios no entienden a gritos.
—También sabría que no debe relacionarse con un necio en primer lugar.
Denki empezó a reírse.
—Dioses, Neito, tienes la lengua y el ingenio más afilado que he conocido nunca.
—Tú no te quedas atrás.
—Oh, ¡no! ¿es eso un cumplido? ¿el irónico Segundo Príncipe ha alabado mis dotes de comunicación? ¿he muerto y ahora estoy en cielo?
—No estás muerto —replico Neito y el ligero humor que había suavizado su voz durante el intercambio había vuelto a oscurecerse—, aunque estuviste a punto.
—Me he muerto antes —respondió Denki como si nada ganándose una mirada escandalizada de Neito—. Pero entonces, ¿te interesa ser mi hermano? ¿Conocerme y quererme, y dejar que yo haga lo mismo?
Neito ni siquiera lo pensó.
—Somos hermanos —respondió casi a la defensiva y eso hizo que Denki le ofreciera una sonrisa generosa y muy dulce.
Sin considerarlo siquiera saltó de su lugar para apagar la lámpara sobre la mesita de junto antes quitarse su capa exterior, abrir las mantas y meterse en la cama.
—¡¿Qué haces?! —exclamó el Segundo Príncipe con sorpresa mientras Denki se acomodaba en la almohada de junto encogiendo las piernas para tenerlo de frente; por culpa de sus heridas lo único que Neito podía hacer era girar el rostro para mirarlo.
—Dije que me iría a la cama —respondió Denki con una sonrisa—, nunca dije qué cama, ¿verdad?
—¿Y vas a quedarte?
—Sí, así podemos tener una pijamada.
—¿Qué?
Denki arrugó la nariz y se pellizcó. ¡Esa palabra no existe!
—Quiero decir que así podemos charlar un rato.
—¿A esta hora?, ¡no! Deberías estar descansando.
—Descanso todo el día, y tú también. Además, sé que cuando estás enfermo las noches se sienten muy largas. Es mejor entretenerse en algo hasta que el sueño llegue.
El silencio de Neito era denso como si hubiera algo que quisiera preguntar y no se atreviera, así que Denki decidió tomar la iniciativa.
—Oye, ¿recuerdas lo que pasó el día en que te atacaron?
—No... no realmente. El Médico dice que es por la pérdida de sangre, dice que eventualmente recordaré algo, aunque no está seguro.
—Dicen que fue Izuku quien te ataco.
—Lo sé, dicen que lo encontraron sobre mí, pero no recuerdo que él estuviera ahí. Recuerdo que estaba... recuerdo que hable con el Príncipe Todoroki y lo deje en la terraza, creo, lo que sucedió después es confuso. En realidad, no recuerdo cuándo me atacaron, ni quién.
—Es decir que pudo no ser Izuku.
—No lo sé. Ellos dicen que fue.
Denki se mordió los labios dándose cuenta de que nunca le había preguntado a Noche sobre el ataque al Segundo Príncipe. Había muchas cosas que necesitaba preguntarle.
—Esa noche —murmuró Neito en voz bajísima, irrumpiendo el silencio que se había instalado en el cuarto. Con la luz que entraba por las ventanas Denki podía ver la silueta de su hermano con claridad aunque su expresión seguía desdibujada por las sombras, lo único que podía delatar su estado emocional era el ligero temblor en su voz—. La noche...
—¿Qué pasa con ella?
—He pensado... y él no... es decir, no creo —se le cortó la voz y Denki lo entendió. Se acercó con cuidado hasta apoyar la cabeza junto al hombro herido cuidando en no moverlo.
—Sé que lo quieres —le dijo en voz baja, extendiendo las manos para aferrarle la tela de la bata mientras encogía los pies—. Sé que es tu padre, Neito, y sé que lo quieres, y está bien. Está bien, te lo juro... pero... pero no me pidas que yo haga lo mismo. Ni me pidas que intente entenderlo. No me digas lo que crees que él quiere o lo que crees que él piensa. No te corresponde hacerlo. No es una carga que desee para ti. La relación... lo que hay entre el Emperador y yo, es algo... es...
Pensó en la estupidez que había hecho esa tarde tan solo para provocarlo y en el odio que el Emperador le tenía ante todo lo que hacía. ¿Qué clase de lazo podrido había ahí?
Al final haré que me mate.
Una mano vino a tocarle con cuidado la cabeza y solo entonces se dio cuenta que estaba retorciendo la manga de Neito con tanta fuerza que ya no sentía los dedos. Como la mano que le acariciaba la cabeza era la izquierda, la opuesta al hombro junto al que estaba, el gesto se sentía raro y descoordinado, pero Denki cerró los ojos y se permitió respirar.
—Dime la verdad —susurró Neito un momento después—, lo que sucedió esa noche... lo que hizo... ¿lo ha hecho antes?
Denki apretó la mandíbula sin querer responder, pero la caricia sobre su cabeza y el aire secreto que se respiraba en la habitación oscura habían desbaratado sus defensas y no tardo en evocar la sensación de terror que el Emperador le inspiraba. Antes de darse cuenta estaba llorando en silencio con los dedos aferrados a esa manga ajena, la boca en una línea dura y las lágrimas empapando la almohada. No emitió ni un solo sonido, ni se sacudió, mantuvo el cuerpo tenso hasta que las lágrimas se acabaron, entonces Neito se acomodó con lentitud apoyando la oreja sobre la frente de Denki sin dejar de acariciarle el pelo con muchísimo cuidado. Durante largo rato permanecieron así hasta que Neito comprendió que había algo que Denki quería compartir con él.
—Dime.
Tras un instante de duda Denki se tragó el nudo en su garganta y murmuró una sola verdad.
—No me quiere.
La mano sobre su cabeza se detuvo y el sonido de la 'N', la respuesta automática que el cerebro de Neito había formulado, se cortó a la mitad.
—Y creo... —añadió Denki con su voz ronca y herida—, creo que nunca me ha querido.
Oyó a Neito inspirar con fuerza, sus dedos se encogieron y estiraron en un patrón desigual, pero se abstuvo de hacer preguntar o de ofrecerle algún consuelo absurdo. En cambio, se enderezó con cuidado para jalar el cobertor que tenían encima para envolver a Denki en un capullo esponjoso, después se acomodó junto a él apoyando la cabeza sobre la suya tragándose el siseo de dolor ante el brusco movimiento.
—No te enfríes —dijo Neito al final alisando los bordes de la manta—. No tienes la condición para estar enfermándote.
—¿Tú no tienes frío?
—Me basta con la sábana, ahora duérmete y no hables. Tienes que cuidar esa garganta.
—Sí, mamá —respondió Denki aunque la burla se perdió al sorber por la nariz.
Encogido como estaba Denki se durmió envuelto en la tibieza de la manta, sin darse cuenta de que Neito continúo acariciándole la cabeza hasta el amanecer.
[...]
N/A
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En segunda, por fin vemos a Neito, que como muchos habrán supuesto tras su repentino encuentro con la muerte está dispuesto a ver las cosas de otro modo. Además ha tenido tiempo para procesar todo lo que ha pasado. Y ahora solo nos falta el tercer desaparecido para completar esta familia de hijos necios, abandonados y con dificultades para expresarse y controlarse.
Ya veremos como va eso. Gracias por leer y apoyar, espero saludarlos pronto.
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