5.8. Regalo
Título Alternativo: Las aves curiosas buscan las puertas abiertas.
[...]
Lo primero que hace su maestra –de apellido Lin– es ofrecerle una pequeña demonstración del poder de la zita. Sentado al otro lado de la mesa, con la espalda envarada y tan quieto que parece una estatua, Denki mantiene los ojos fijos en las manos de la mujer que se deslizan sobre las cuerdas con lentitud y decisión, sin entorpecerse como le sucede a él ni acalambrarse. Lo más asombroso de su toque sobre las cuerdas es que casi parece una caricia sobre ellas porque el sonido que le arranca al instrumento es delicado como el soplo del viento en una noche silenciosa. Y como sucediera en su vida anterior la música sacude su corazón con cada nota.
Quiero hacer eso, piensa y se regocija al pensar que el amor por la música es algo suyo, algo que le pertenece de la misma forma que le pertenecen sus ojos y su risa. No es un regalo heredado del Príncipe Original, sino algo que forma parte de él y que ahora puede cultivar por cuenta propia.
Su aplauso al final de la demostración es sincero y entusiasta.
—Ha sido hermoso —dice con su voz de pájaro ronco arrancándole una sonrisa orgullosa a la mujer.
—Su reconocimiento es un halago invaluable, Alteza —responde ella con una reverencia satisfecha antes de recuperar su aire escolar.
En esa primera lección Denki aprende la estructura de la zita, como afinar y cambiar las cuerdas, el nombre de las notas y un poco de historia. Escucha cada palabra que sale de los labios de la mujer con mucha atención, ofreciendo respuestas monosilábicas cuando es necesario y sacudiendo la cabeza cuando basta negar o asentir ante algo. También descubre que la diferencia de tamaño y peso entre su instrumento y el de su maestra es causada por el tipo de zita –el de ella es un instrumento profesional, y el suyo apenas el de un aprendiz–. Lo mejor llega al final cuando Lin lo hace sentar frente a su instrumento para corregir su postura –la posición de sus manos y cómo recoger las mangas de su túnica–, justo antes de entregarle una cajita que contiene ocho púas de madera pulida colocadas sobre un cojín de seda azul. Al tomar una Denki descubre que están adheridas a pequeños anillos del mismo material.
—Evitemos que Su Alteza se destroce los dedos —le explica la mujer con calma mostrándole como ajustar los anillos en sus dedos—, con el tiempo practicaremos sin ellas hasta que sus manos adquieran la suficiente dureza y no haya más ampollas —lo dice mientras le ajusta el anillo en uno de sus dedos a fin de no aplastar la pequeña ampolla que tiene ahí—. Ha. Alteza, sus manos... sus manos...
—¿Están mal?
—Todo lo contrario, Alteza, tiene manos hermosas, pero vamos a tener que mandar a pedir uñas a la medida para sus manos.
De las ocho uñas solo cuatro consiguen encajar en la primer falange de su dedos –el lugar perfecto para que las púas toquen las cuerdas sin que sus dedos se estorben entre sí–, el ajuste no es perfecto aunque es mucho mejor que el de las otras cuatro cuyos anillos se deslizan hasta casi su nudillo. Para evitar que se deslicen la maestra envuelve sus dedos en trocitos de tela antes de insertar los anillos.
—Estos me sirven por ahora —dice Denki sin dejar de sonreír, agitando los dedos frente a él. El peso se siente extraño, como si tuviera dedales de metal en la punta de sus dedos, por lo que tarda un rato en acostumbrarse a la sensación.
La última actividad del día consiste en sentarse junto a su maestra y repetir las notas que ella toca diciendo en voz alta una palabra que la identifique, aunque con su ronquera lo único que hace es tararear el sonido desde el fondo de su garganta. Es apenas un estribillo de veinticinco notas que repiten una y otra vez con el fin de relajar sus muñecas y mantener su postura recta. El estribillo también tiene la finalidad de que Denki memorice el sonido de cada cuerda, su nombre y posición.
—Gracias —le dice Denki ofreciéndole una reverencia de respeto al final de la elcción—. Ha sido maravilloso.
—Ha sido un honor, Alteza. Lo veré mañana.
Denki está tan contento que no deja de revolverse de felicidad durante el almuerzo, jugando con Hono y riendo con él, pero su buen humor se opaca tras la visita del médico, que llega esa tarde para hacerle un examen de rutina además de revisarle la garganta, la cual no deja de molestarle; su actitud durante todo el examen es ligeramente brusca, como si tuviera prisa por terminar.
—¿Hay algún problema? —pregunta Denki cuando el hombre le sujeta la muñeca sin cuidado alguno para tomarle el pulso.
—¿Hm? —responde el hombre con aire distraído.
—¿Qué novedades hay, Venerable?
Es obvio que la pregunta lo devuelve a la realidad porque el hombre sonríe y en el gesto se nota su emoción.
—Hoy es el cumpleaños del tercer hijo de los Torikin y han organizado un baile en el anfiteatro.
—Oh... ¿...felicidades? ¿Es usted pariente de la familia?
—¿Cómo? Oh. ¡No! En absoluto, son una de las familias más ricas de la corte. Solo podría soñar estar emparentados con ellos, Alteza. No. No..., solo que... dado su estatus resulta sorprendente que me hayan invitado a ese baile.
—Ya... ¿es su primer fiesta como Medico Imperial?
El hombre le dice que sí y pasa veinte minutos contándole de sus planes para comprar una casa a menos de un día de la Ciudad Imperial y de ser posible una esposa que cuide del hogar. Al final le confiesa que está ansioso por causar una buena impresión.
—Es muy importante —añade—, pues el resto de los médicos que sirven al palacio se han mostrado un poco... un tanto fríos conmigo por mi nueva posición. Envidia, no cabe duda, así que esta es mi oportunidad para mostrarles —sacude las manos como si eso pudiera explicar las cosas y después parece percatarse por fin de la persona con quien se está desahogando porque le ofrece una reverencia de inmediato—. Lo siento, Alteza. No debería... me disculpo. Ha sido inapropiado de mi parte... Lamento mi comportamiento, será mejor que vaya.
—¿No olvida algo, Venerable?
—¿Hm? —el médico parpadea, entonces revisa el interior de su maletín, los alrededores para asegurar que no haya dejado nada, y finalmente sus manos. Denki se rinde.
—¿Mi garganta?
—¡Oh! ¡Sí! Uhm. Reposo, Alteza. Necesita reposo y muchas bebidas calientes. Y... y antes de salir del palacio le diré a uno de mis asistentes que le envíen un té de hierbas para aliviar la irritación. ¡Oh! Casi lo olvido.
Y tras decirlo abrió su maletín nuevamente para sacar un vial lleno de bolitas rojas diminutas. Volteó el vial sobre su mano con cuidado y después de separar cinco las añadió al té frío que se había quedado en la mesa.
Denki no hizo ademán de tocar la taza que le ofrecían.
—Lo siento, Venerable, ¿está seguro de la cantidad?
—¿Cómo?
—La dosis. Estoy casi seguro de que esa no es mi dosis.
—Lo es, Alteza.
Denki parpadeó.
—¿Cuándo la cambiaron?
—Nunca la hemos cambiado, Alteza.
Lo que solo podía significar que era la única dosis que este Médico conocía.
—¿Y quién la autorizó?
—Es la dosis indicada por el Emperador.
Denki se aferró las manos.
—¿Y con base en qué?
—¿Cómo?
—¿En qué se basa mi padre para decidir mi dosis?
—En las notas del Doctor Yakumo, por supuesto.
—¿Y usted ha visto esas notas?
—Son notas personales que el médico escribió para el Emperador, por supuesto que no las he visto.
—¿Y sabe lo que esta cosa hace?
—No soy herborista, Alteza, mi deber es seguir la receta del doctor Yakumo.
Volvió a tenderle la taza con más firmeza como si la sola admisión de que hubiera ciertas cosas desconocidas para él lo pusieran de mal humor.
—Como médico yo sentiría curiosidad por la medicina que le doy a mis pacientes —dijo Denki mirándolo a la cara.
La amabilidad en los ojos del médico se desvaneció de inmediato y en ellos solo quedo la frialdad de aquellos a quienes no les gusta que les lleven la contraria. El hombre bajó la taza y se sacudió la túnica con rigidez.
—El Emperador me dijo que no debo obligarlo a tomarse su medicina, Alteza. Él ya no es un niño y por lo tanto debería entender las consecuencias de sus caprichos, eso fue lo que dijo, así que no lo forzaré. Me limitaré a informarle a su padre que se ha negado a obedecer, eso sería todo.
Tras decir eso se dio la vuelta para marcharse y Denki esperó hasta que la puerta se cerró tras de él para tomar la taza, ir hacia la terraza y lanzar el contenido hacia el jardín con todo y la porcelana. El impulso y la ira lo hicieron trastabillar y terminó cayendo sobre uno de los divanes que estaban más cerca. Notaba el corazón en la garganta.
["Lo que ha hecho ha sido condenarte a muerte"]
En ese momento había creído que Noche se refería a la fiebre, pero no.
He hecho enfadar tanto a mi padre que ahora quiere asegurarse que no sobreviviré otra fiebre. Denki se encogió en el diván llevándose las manos hacia el pelo para aferrar los mechones y tironear. Si me caso y me voy, me moriré a menos que mi padre me envíe esa cosa. Cerró los ojos y se encogió tensando todos los músculos de su cuerpo. Nunca va a dejarme ir a menos que me muera.
Quiso gritar, pero eso solo le haría más daño y su cuerpo ya tenía suficiente lidiando con su famosa enfermedad. En lugar de eso se obligó a respirar con los ojos cerrados, encogiendo las rodillas hasta esconder su cara en ellas. No pudo evitar preguntarse: ¿Qué efectos tendría en su cuerpo una dosis más alta?
Es una droga... no es un veneno así que no me matara de inmediato, pero... pero eso significa que tampoco habrá una antídoto que lo elimine de mi cuerpo, ¿verdad?... ¿Mi cuerpo tiene que purgarlo?
Pensó en la fiebre, en el dolor y la agonía, en como el malestar se redujo cuando empezaron a tratarlo. Al pensar en cómo no quería volver a pasar por eso fue consciente de las consecuencias de haber lanzado el estúpido té por la terraza; no solo iba a saltarse una dosis, lo cuál podía ser catastrófico para su cuerpo tras la fiebre, también iba a tener que enfrentar a su padre.
—¡Bastardo! —grito y notó que la irritación en su garganta se tornaba insoportable. Al final no pudo aguantarlo, saltó del diván y corrió hacia la campanilla para llamar a las sirvientas, a quienes ordeno buscar al médico para conseguir otra dosis de medicina porque la taza se le había caído por la terraza. Tras meditarlo un momento añadió—. Y llamen al mayordomo.
Para cuando el hombre llegó Denki había logrado encontrar entre sus papeles las notas que había hecho sobre la corte de nobles. Los Torikin habían sido una de las familias a quienes había enviado regalos con anterioridad y según sus notas eran los principales comerciantes de marisco en el Imperio, seguidos muy de cerca por la familia Toyomitsu.
¿Marisco, eh?
Tras meditarlo un momento Denki tomó una decisión.
Muy bien, padre, tal vez estés listo para enterrarme de nuevo, pero voy a escupir la tierra que me pongas encima.
—¿Cuál es el platillo favorito de la familia Torikin? —le preguntó al mayordomo apenas se enderezó tras su reverencia obligada. Basto ver la expresión confusa del hombre para decidirse por otra aproximación—, ¿cuál es uno de los mejores sino el mejor platillo de mariscos de la zona? El favorito de la corte. No, espera, platillo no. Bocadillo. ¿Cuáles son los bocadillos de marisco favoritos de la corte? Que no sean comunes. No algo fácil. Algo delicioso y llamativo.
Había varios y tras discutir cada uno con el mayordomo –ingredientes, tiempo de preparación, presentación– Denki se decidió por una especie de canapé de cangrejo en una salsa agridulce, y discutió con el mayordomo sobre la presentación, que incluía el tipo de caja que quería y la envoltura de tela, antes de permitir que se fuera.
¿Será suficiente?
Estaba meditando sus opciones cuando la sirvienta se apareció llevando una taza de té sola sobre una bandeja; al verla no pudo evitar rechinar los dientes, pero se bebió el contenido de un solo golpe. El sabor amargo lo hizo pensar en su padre y decidió que los bocadillos eran apenas un detalle mínimo solo que tampoco tenía muchas otras opciones; enviar a alguien a comprar algo de último minuto había funcionado antes por haber sido la primera vez, pero si los nobles veían que compraba sus regalos horas antes de entregárselos lo tildarían de descuidado o algo peor. Además, los mejores regalos no solían ser cosas costosas o llamativas; al menos no para él.
Pensó en transcribirle un poema con su mejor caligrafía, y desechó la idea al no recordar nada sobre el cumpleañero. No sabía dibujar y no tenía armas para regalarle ni caballos, tenía un par de túnicas nuevas sin usar –gracias a Neito– pero estaba seguro de que no le quedarían al festejado. Tampoco podía regalarle un libro porque ninguno era suyo en realidad y nadie regalaba libros a menos que estuviera seguro de que fueran a ser apreciados. Tenía que ser algo personal aunque simple, o mejor dicho común.
Nada de joyas, no que Denki tuviera alguna, su única propiedad además de su ropa eran los adornos de pelo. La idea lo hizo enderezarse, dar media vuelta y avanzar directamente hacia el buró con sus cosas.
Si bien muchos de sus adornos se habían roto los que habían sobrevivido eran aquellos que se encontraban guardados en sus estuches individuales al fondo de su caja. Muchos de ellos ni siquiera los había tocado dado que sus salidas públicas eran relativamente escasas y siempre dejaba que las doncellas escogieran sus adornos, y ellas parecían tener predilección por las piezas llamativas que incluían diseños de flores y aves. Aún así busco entre ellos sin mucha esperanza.
Por eso se sorprendió cuando lo encontró.
Junto al resto de sus pasadores había un palillo para el pelo de madera laqueada en color negro, del mismo largo que el tamaño de su palma; era sencillo y brillante con una punta redondeada, pero lo mejor estaba en el extremo opuesto. El palillo terminaba en un ovalo del mismo material dentro del cual había un diminuto pulpo con sus extremidades extendidas hacia el marco que lo sostenía como si aferrara a él para no caer. Pese a su tamaño el diseño se apreciaba con claridad lo que reflejaba claramente la habilidad del artesano, además el material lo marcaba como un objeto de valor, y el color oscuro le concedía un discreto aire de elegancia masculina. Parecía el regalo adecuado para el hijo de una familia que se dedicaba al negocio de los mariscos.
Denki no pudo evitar sonreír.
Tras desocupar uno de los mejores estuches que tenía para guardar el palillo volvió a llamar al mayordomo, y después de entregarle el objeto le dio instrucciones específicas de abrillantarlo a fin de enviarlo junto con los bocadillos. El mayordomo le dijo que se aseguraría de colocar su regalo en la lista.
—¿Qué lista?
El mayordomo pareció sorprendido un momento antes de responder.
—Es costumbre que los regalos se entreguen antes del banquete para que todos puedan verlos y usualmente se hace una lista a fin de organizar el orden en el que se entregan.
La sola idea de que su regalo desfilara frente a todos los miembros de la corte hizo que el estómago de Denki se retorciera de ansiedad haciéndolo dudar de su decisión. ¿Cómo se vería una caja de bocadillos y un pasador junto a una montaña de regalos esplendorosos y sin duda caros? Después de todo la familia Torikin tenía dinero, habría gente intentando impresionarlos, podía imaginarse la hilera de joyas, armas y otros detalles sorprendentes opacando un regalo que era más un tronido de dedos para su padre que para el festejado.
No puedo competir contra ellos.
No tenía los medios para competir. Ofrecer un regalo tan simple junto al resto sería motivo de burla si lo que el Sistema había dicho sobre la corte era cierto: Un ambiente estructurado donde todos competían. Y él no quería competir, no quería ganarse la atención de todos, solo quería enviar un regalo para enfurecer a su padre. Quería que la persona que lo recibiera le diera las gracias a su padre, quería que mencionaran su nombre; casi podía imaginar su cara de sorpresa, y bajo ella la ira.
Solo necesito que uno de ellos hable de mí.
—No lo pongas en la lista —dijo Denki de forma casi ausente, sin dejar de pensar. ¿Qué había dicho Noche?
["Los nobles son animales con el olfato muy fino, y tan desconfiados como un conejo que detecta el cambio del viento"]
Pero eso significaba también que eran curiosos y posiblemente entrometidos. Denki considero la situación y al final tomó una decisión.
—No lo pongas en la lista —repitió con decisión—, quiero que los bocadillos sean entregados casi al final del banquete, asegúrate de coordinar el tiempo adecuadamente. Cuando toda la comida haya sido retirada y se sirva el té, nuestro mensajero entregará mi paquete. Quiero que se lo dé directamente al hijo de los Torokin y que le diga, en privado, que el Tercer Príncipe le desea un feliz cumpleaños. Eso es todo.
—Se hará como ordene, Alteza —respondió el mayordomo
—También quiero que me mantengas al tanto de todos los eventos, celebraciones y fiestas que se hagan en la corte –no quiero tener que estar buscando entre mis cosas un regalo de último minuto.
—Como ordene, Alteza.
Denki lo vio irse sin dejar de retorcerse las manos, y era tanta su ansiedad que bajó al jardín para dar una vuelta. Aunque confiaba que el momento de entrega ayudara a confirmar que su regalo era un detalle que no pretendía competir con nadie, tenía miedo de las consecuencias. No dejaba de imaginarse el salón de banquetes y a los sirvientes sirviendo el último té de la noche para ayudar con la digestión, que era cuando el mensajero del palacio rodeaba el salón para presentarse ante un muchacho de rostro desconocido, a quien le entregaba el paquete y susurraba en su oído. Y si al final de la noche este muchacho le daba las gracias al Emperador se habría cumplido el propósito de todo el asunto. Además, si Noche tenía razón el secretismo haría que el resto de los nobles quisieran averiguar lo que habían enviado y quién lo había hecho, eso garantizaba que su nombre siguiera presente pese a los esfuerzos de su padre.
Va a enfadarse.
La idea lo llenaba de miedo haciéndolo cuestionar su cordura, pero entonces se acordaba de la medicina y las cinco bolitas rojas disolviéndose en su té frío. Al pensar en el sabor amargo y en la fiebre, el miedo se transformaba en ansiedad. Para cuando el cielo se convirtió en un lienzo gris sus pantorrillas adoloridas pedían un descanso inmediato por lo que subió para cambiarse a su ropa de cama.
—No quiero cenar —ordenó apenas terminaron de cepillarle el pelo, tras lo cual despidió a las sirvientas. Se abstuvo de llamar al mayordomo para interrogarlo sobre los detalles pues aún era demasiado temprano para tener resultados, pero como se sentía demasiado tenso para dormir, lo que hizo fue sacar su zita y tocar. Repitió el estribillo que había aprendido esa mañana exclamando en voz alta el nombre de cada nota indiferente a la sensación picante en su garganta. Era una tarea repetitiva que solo requería coordinación, rapidez y buena postura por lo que Denki se enfocó en ella con decisión.
Repitió la tonada hasta vaciar su mente de todo, hasta que sus dedos dejaron de dudar sobre las cuerdas y pudo tocar el estribillo de memoria de forma casi instintiva. Para cuando apartó las manos de la zita la oscuridad era casi absoluta, con excepción de la única lámpara que tenía en la mesa, no se oían voces en el exterior solo el viento contra las ventanas. Denki suspiró, se apartó de la mesa y cargó con la lámpara hasta a su habitación. Tras colocarla en su lugar correspondiente comenzó a frotarse las muñecas que sentía adoloridas, fue entonces que vio el paquetito que había dejado Noche sobre la mesita junto a su cama; lo abrió, tomó otro trozo de macilla suave y se lo metió en la boca para apretarlo contra el paladar.
¿Habrá vuelto?
Suponía que no recordando la costumbre que el guardia tenía de ir a cenar con él. Además, era posible que aún estuviera en la fiesta o que estuviera demasiado cansado tras ella, pero Denki quería hablar con él. Quería preguntarle sobre la droga, cómo la había conseguido, y si había alguna forma de contrarrestarla. Decidió esperarlo, así que se sentó en la esquina de la cama, mirando hacia la puerta secreta por la que el guardia aparecía mientras se tragaba con cuidado el exceso de saliva que la masa suave generaba.
La calma que la música había logrado instalar en él se desvaneció casi al mismo tiempo que el sabor de la pasta, y Denki decidió que no iba a esperar más. No tenía ganas de esperar más. Sobre su bata de cama se puso otra más gruesa, acarició la cabecita de Hono que dormitaba sobre una almohada y después cargó con la lámpara hacia la puerta secreta. Había visto a Noche abrirla así que no le costó trabajo activar el mecanismo haciendo que el panel de madera se deslizara.
El pasillo al otro lado estaba a oscuras, una oscuridad más negra que la de su habitación porque no había ni una sola ventana que dejara entrar la luz lunar. Con el corazón acelerado Denki avanzó con la luz por delante y vio que había una pared a dos pasos frente a él, al alzar la lámpara a su derecha para espiar la zona vio que el pasillo terminaba en otra pared así que giró a la izquierda y avanzó con cuidado. No mucho después encontró a mano derecha una entrada abierta que resultó ser el principio de una escalera de caracol, pero él siguió avanzando hasta llegar al final del pasillo donde había otra pared.
Es un callejón sin salida, pensó viendo que todo a su alrededor eran paneles de madera iguales. O solo hay dos entradas o el resto están bien ocultas. Por un momento pensó en cerrar la puerta de su alcoba y averiguar cómo funcionaba el mecanismo, pero...
¿Y si al cerrar ya no sé cómo abrirlo y me quedo toda la noche aquí?
Como solo Noche ocupaba la puerta oculta de su alcoba, y no las sirvientas, era probable que solo el guardia supiera de los pasillos secretos que conectaban las habitaciones de la Familia Imperial. Tal vez solo él tuviera la llave o solo él supiera como abrir las puertas.
Denki se frotó la nariz.
—¿Noche? —llamó en voz baja y esperó. Repitió el nombre una vez más y silencio volvió a responderle.
Pues no hay nadie, se dijo; eso hizo que la indignación y la irritación que sintiera tras la visita del médico se sacudieran con fuerza. No quería esperar, quería encontrar a Noche e interrogarlo. O pellizcarlo. O tan solo obligarlo a decir que no iba a morirse. Cerró los ojos y se obligó a respirar con calma hasta ahogar la ansiedad, entonces escuchó el suave click de algo encajando en su lugar.
El sonido lo hizo mirar a su alrededor creyendo que encontraría una puerta abierta pero no tardo en comprender que el sonido había sido el panel secreto de su alcoba al cerrarse de vuelta. La imagen lo hizo parpadear; quiso reírse, más de pánico que de felicidad, pero al final se limitó a suspirar. Y en un arranque de iniciativa, la misma iniciativa que lo había hecho enviar un regalo sin sentido para enfadar a su padre, Denki avanzó hasta la escalera, miró hacia arriba y empezó a subir. Cualquier cosa era mejor que esperar ahí a que las dudas lo consumieran vivo.
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