5.15. Cabalgata
Título Alternativo: En el que todos parpadean.
[...]
Las caballerizas olían justamente como Denki había esperado que olieran y aun así resultó ser una sorpresa desagradable.
Los peores aromas que había tenido que soportar en su vida habían sido el de la comida en descomposición y el aroma rancio de los clientes ebrios que vomitaban en los rincones del bar donde trabajaba, incluso en casa tenía que soportar ocasionalmente el aroma de la basura que se pudre cuando a sus vecinos se les ocurría dejar sus bolsas en la calle, pero tras meses de disfrutar de las comodidades de la vida de sociedad, de los inciensos y la limpieza de la Ciudad Imperial, el aroma de los caballos resultó más potente de lo que había esperado.
Bien, uno puede acostumbrarse.
Siguió a Mirio que se movía con la seguridad de aquellos que conocen sus alrededores mientras Tamaki se quedaba atrás para encargarse de la sombrilla. Como esperaba las caballerizas estaban limpias y ordenadas, con casi todas las cuadras llenas de caballos que resoplaban suavemente a esa hora de la mañana; el pasillo principal se abría al exterior en sus dos extremos y había otros pasillos paralelos conectados a ese por angostos corredores diseminados a lo largo de todo el camino.
—Alteza, por aquí —saludó un sirviente materializándose frente a ellos, para después guiarlos por un corredor a la izquierda y hacia el frente. Se detuvo frente a una cuadra abierta en donde otro sirviente cepillaba con cuidado a un caballo de color chocolate—. La yegua mansa que nos pidió, señor.
Mirio entró en la cuadra para acariciar al animal e intercambió preguntas cortas con el cuidador que cepillaba a la criatura. Denki se quedó atrás, con las manos a la espalda asombrado del reluciente pelaje pardo que parecía brillar y ligeramente aterrado de que fueran animales más grandes de lo que había esperado.
—¿Cuál es la probabilidad de romperte algo si te caes desde arriba? —le preguntó en voz baja al sirviente que los había llevado hasta ahí.
—No es... —respondió este girándose hacia él. El muchacho lo miró, parpadeó y el resto de su respuesta murió en la nada.
—¿No es peligroso? —insistió Denki, inclinando la cabeza ante el muchacho que aspiró súbitamente como si necesitara llenarse los pulmones.
—Denki —dijo Mirio—, ven.
Denki obedeció y se paró junto a Mirio, quien sujetaba el morro del caballo entre las dos manos con una delicadeza asombrosa. De cerca el animal era aún más imponente, tenía una abundante melena castaña con puntas rubias que destacaba claramente contra sus costados oscuros. Fuera de eso el suave pelaje color chocolate la envolvía por completo y parecía tan suave que daban ganas de tocarlo.
—Tócalo —dijo y Denki lo habría hecho si el animal no hubiera agitado la cola, sacudido la cabeza, y resoplado. El gesto dejo a la vista parte de su dentadura y Denki tuvo el vívido recuerdo de una escena en una película de terror donde una bestia con dientes inmensos le arrancaba el brazo al amigo del protagonista.
—No creo que quiera.
—Claro que quiere.
—¿Le has preguntado?
—Pon tu mano aquí.
—¿Le has visto los dientes?
—No va a morderte.
—Me gustaría esa afirmación por escrito.
Alguien se rio, aunque de inmediato transformó el sonido en una tos seca. Mirio se giró con ojos fríos pero el muchacho tuvo la prudencia de bajar la cabeza y mostrar arrepentimiento, así que el Príncipe Heredero lo dejo pasar.
—Estás siendo necio.
—Estoy siendo prudente. Sé cuándo no debo tocar cosas que pueden arrancarte la mano.
—Dijiste que lo intentarías.
Lo dije, sí. Tomó aire y miró a los ojos del caballo, este parecía juzgarle como si estuviera considerando mentalmente cuántos dedos podía arrancarle.
—Uhm... ¿qué otros hobbies tienes? —preguntó cruzando las manos a la espalda. Mirió suspiró con evidente decepción, y estaba dando la vuelta para irse cuando Denki lo sujetó del brazo—. ¿Te vas?
—Es obvio que no quieres montar.
—No quiero que el caballo me muerda, es diferente.
—Esto es una pérdida de tiempo.
Denki suspiró.
—Supongo que es un buen momento para que aprendas otra cosa de mí —dijo y tras soltar a Mirio uso esa mano para apuntarse al pecho con el dedo—. El hermano que tienes aquí nunca ha visto un caballo de cerca ni ha tocado uno, no planea tratarlos como si fueran cachorritos. Además, tiene la manía de no saber cuándo cerrar la boca y eso incluye decir cosas inapropiadas en momentos inapropiados. En resumen, tu hermano es un incordio sin quererlo. Tenle paciencia.
Mirio lo miró con curiosidad.
—Te pareces a Neito.
—No estoy seguro de que eso sea un cumplido viniendo de ti.
—Ahí. Eso. Puro Neito.
Su afirmación hizo a Denki reír. El sonido rebotó en el aire y aligeró el ambiente.
—Pues él dice que me parezco a ti así que tal vez pueda encontrar un poquito de valor para subirme a esta cosa —el caballo relinchó—. Lo siento, no debí decir eso —tomó aire—. Bien, veamos... ¿estás seguro de que no va a morderme?
Mirio se rio, pero volvió a sujetar el morro del caballo y esperó hasta que Denki reunió el suficiente valor para acariciar la suave superficie entre los ojos del animal. Justo como lo había imaginado era suave y tibia.
No es tan malo decidió mientras oía a Mirio hablarle al caballo, después lo rodearon sin dejar de acariciarle el lomo y las crines. A Denki le asustó comprobar que al ponerse cerca el animal le llegaba a la barbilla, fue peor cuando se acordó de todas las historias que había visto en la tele de personas cayendo inconscientes por una sola patada. No acercarse por detrás, eso es importante.
Un rato después, al ver que el caballo reaccionaba favorablemente, Mirio dio el visto bueno para que lo ensillaran y solo cuando estuvieron fuera Denki descubrió que en su ausencia Tamaki se había encargado de preparar su montura y la del Príncipe. Mirio, que sujetaba las nuevas riendas de la yegua color chocolate, lo llamó para explicarle cómo montar. Una explicación que a oídos de Denki sonó así:
—Pones el pie aquí y te impulsas.
Denki asintió a ella como si la entendiera, después centró su atención en el caballo como un obstáculo a superar. Voy a matarme, se dijo pero suspiró e hizo un esfuerzo. Agradeció que los sirvientes hubieran vuelto a sus tareas matutinas y que solo estuvieran Tamaki y Mirio como los únicos testigos de su evidente falta de clase y patosidad, porque no tardo en descubrir que impulsarse no era tan simple como sonaba. En la tele parecía fácil, los jinetes saltaban sobre sus monturas como quien se levanta de la cama, pero requería fuerza de piernas, abdomen e incluso de brazos, también requería coordinación porque debía mantener el estribo recto mientras se impulsaba.
Uno de sus problemas (el primero) era que el estribo estaba altísimo, el segundo que cuando intentaba impulsarse había veces que el estribo se movía y se quedaba con una pierna extendida en lo alto, y el tercero que incluso cuando conseguía mantener una pierna recta como apoyo la otra –que debía cruzar sobre la grupa del caballo–, no conseguía alzarse a suficiente altura porque aparentemente el movimiento requería más flexibilidad de la que Denki tenía.
Tras incontables intentos –fracasos– después, Denki consideró seriamente pedir un banquito. O una escalera, ¿sería muy humillante pedir una escalera? Se giró hacia Mirio.
—¿Cuántos intentos más hasta que pueda rendirme con dignidad? —su hermano tuvo el descaro de reírse—. Conque así nos vamos a llevar, ¿eh?
—Lo estás pensando demasiado —respondió Mirio, burbujeante y feliz, como si encontrara fascinante la evidente falta de clase de su hermano. Eso, o lo encontraba adorable, cosa que Denki dudaba—. No es difícil.
Y el muy necio va y monta con una facilidad que solo existe en las novelas y los programas de la tele. Ágil y magnifico, tan fluido como si solo estuviera subiéndose a la cama en lugar de a un animal capaz de destrozarte la cara con una patada. Denki le regaló su puchero más pronunciado.
—Presumido —gruñó en tono infantil.
Mirio volvió a reírse, lo cual resultaba extraño porque no solía reírse con Neito, y en todo el tiempo que llevaban de conocerse era la primera vez que lo oía reír de forma tan libre. Tenía una risa alta y fácil, y extremadamente contagiosa. Denki sonrió al oírlo y un momento después le extendió los brazos como niño pequeño.
—Si quieres que me suba tendrás que ayudarme —le dijo—, eso o tal vez prefieras que me pase el resto de la mañana intentándolo y dejemos el paseo para otro día.
Para sorpresa suya Mirio se inclinó hacia él, y Denki, que esperaba que le dieran un tironcito para ayudarlo a subir, se sorprendió cuando su hermano lo sujetó de las axilas para alzarlo sobre el caballo como si fuera un saquito vacío haciendo gala de una fuerza de torso impresionante. La exhibición hizo que Denki se pusiera rojo y mientras luchaba con la vergüenza, Mirio lo acomodó frente a él para después bajarse del caballo con la misma facilidad con la que había subido.
—Planta bien los pies en los estribos —ordenó Mirio acomodando sus pies en la posición adecuada—, acomoda el cuerpo en el centro de la silla, espalda recta, y sujétate del cuerno que esta frente a ti.
Denki obedeció cada una de sus instrucciones lo mejor que pudo, pues además de la vergüenza estaba luchando con el terror de las alturas –nunca había padecido de ellas, pero el suelo parecía estar demasiado lejos–. Una vez que todo pareció estar en orden Mirio tomó las riendas y se subió a su caballo. Los tres avanzaron a paso tranquilo fuera de las caballerizas.
Por suerte había dejado de llover, aunque el viento la había convertido en una mañana fría y húmeda. La lluvia, combinada con la hora, mantenía las calles despejadas, lo que les permitía avanzar a los tres en formación en 'V', con Tamaki en la punta izquierda y Mirio en la derecha llevando las riendas del caballo de Denki, a quien le tocaba ir en medio sin preocuparse por acoplar su paso al de nadie. Básicamente tenía que sentarse recto como en uno de los paseos del carrusel, solo que este no contaba con amortiguadores.
Y así fue como Denki descubrió que montar, dolía. No de mala manera, pero si con la certeza de que despertaría a la mañana siguiente con rigidez en músculos invisibles. Ya podía sentirlo: Iban a dolerle las piernas por culpa de la tensión que ejercía sobre ellas para mantenerlas firmemente apretadas contra la silla a fin de no caerse. Iba a dolerle la espalda que tenía rígida y recta sobre un asiento que no contaba con un soporte suavecito para amortiguar el vaivén desigual que seguía el animal. E iban a dolerle los brazos por todos esos intentos de impulsarse con ellos.
Ah.
En su infancia Denki se había imaginado como un chico de acción, ya fuera como corredor de carreras o incluso como un paracaidista, ahora descubría que prefería la música y los paseos tranquilos. Aceptaba que los caballos eran bonitos y tal, pero se daba cuenta de que la equitación carecía de interés para él. Se convertiría en algo que compartir con su hermano y nada más, al pensarlo se sintió mejor tras su fracaso de esa mañana.
Un paseo ocasional no estará tan mal si consigo que me suban y me bajen del caballo.
Dejaron atrás las grandes casonas del círculo interior más cercano al palacio y descendieron por las suaves pendientes de la zona hasta que Denki divisó por fin la muralla que protegía la Ciudad Imperial y en ella las barracas del Clan.
—¿Estás seguro de que quieres hacer una parada aquí? —preguntó Mirio cuando llegaron a la intersección entre el camino que llevaba a las barracas y el camino que torcía para volver al palacio dando un rodeo por el círculo exterior.
—Sí —respondió Denki conteniendo las ganas de balancearse en la silla para no espantar al caballo.
—Muy bien —dijo Mirio bajándose de su caballo y entregando sus riendas a Tamaki, después se acerco a él—, ¿listo para bajar?
—Listo —y cuando su hermano le explico con cuidado cómo descender, Denki asintió con firmeza. Era la misma firmeza que había mostrado antes por lo que Mirio frunció el entrecejo.
—Repite, ¿qué es lo que vas a hacer?
—Caer como un saco de arroz —respondió Denki en voz alta y con toda naturalidad, pues las instrucciones para bajar eran tan cripticas e incomprensibles como las que había utilizado para subir. No culpaba a Mirio, por supuesto, pero Denki estaba casi seguro de que aún si seguía las instrucciones al pie de la letra, terminaría con el trasero en el suelo. Parecía inevitable.
Alguien se carcajeó al oírlo, el sonido fue estruendoso y vibrante, lleno de energía y fuerza. Hizo que Denki se girara hacia la izquierda donde encontró un rostro familiar, atractivo y sumamente expresivo acercándose con una ligereza asombrosa pese a su tamaño; al reconocerlo, la sonrisa de Denki fue automática.
—Buenos días, Lord Yoarashi, me alegra oír que encuentra mi desgracia graciosa —saludó
El gigante, quien se acercaba por la diagonal a su izquierda, se detuvo en el acto y lo miro por primera vez desde que escuchara la conversación. Hubo una pausa larguísima mientras el hombre lo estudiaba desde su lugar en el suelo hasta que Denki inclinó la cabeza en un gesto curioso provocando que el recién llegado parpadeara.
—Es usted cruel, mi estimado señor, si es que ya no se acuerda de mí —añadió Denki al ver que el silencio se alargaba. Su tono de reproche hizo reaccionar al gigante que avanzó hasta detenerse junto a él.
—Si eso llegara a suceder, no sería cruel, sería un hombre con la cabeza hueca porque si algo me queda claro, Alteza, es que aun si transcurren cien años sería imposible olvidar su belleza.
—¡ah!, empiezo a sospechar que podrían pasar cien años sin que aprendas a contener esa lengua.
—¿Cómo hacerlo, Alteza? Resulta fácil cuando la belleza resplandece tanto que te enmudece.
—La belleza se marchita.
—Pero no esa sonrisa. Esa sonrisa es eterna.
—Si pudiera huir ahora mismo lo haría, por suerte para ti y desgracia mía temo desplomarme de esta altura, pero sigue así y saltare sin importar lo mucho que duela la caída —al ver la expresión sorprendida y confundida del gigante, Denki suspiró—. ¿Puedes guardar un secreto?
—¿Suyo, Alteza? Sería un honor.
—Bien, estoy aprendiendo a montar y ahora tengo que aprender a bajar. Te agradecería que contuvieras tus atenciones hasta que logre hacerlo.
—¿Me permite ayudarle?
—No hay necesidad, Lord Yoarashi —respondió una voz seca y Denki se sobresaltó al recordar que tenía a Mirio esperando. Ups.
—Alteza —fue la respuesta de Inasa al reconocer a la persona que lo miraba con ojos fríos, y al mismo tiempo le ofreció una reverencia cortes y respetuosa—. Me gustaría insistir.
—La respuesta sigue siendo no. Denki, ¿bajas o nos vamos?
Como irse no era una opción Denki se obligó a moverse. Apoyó las manos en el cuerno de la silla, tenso la pierna derecha que tenía sobre el estribo y se giró con intenciones de seguir las instrucciones que Mirio le había dado, y justo como había previsto, en el momento exacto en el que su pierna intentaba cruzar sobre el caballo el equilibrio le falló y cayó hacia atrás. Por fortuna Mirio tuvo la amabilidad de sujetarlo por la cintura para depositarlo en el suelo con mucho cuidado.
Con las piernas temblorosas, ya fuera por la adrenalina o la tensión de tenerlas apretadas contra la silla, Denki se sujetó del brazo de su hermano luchando por ahogar el susto. Alzó la cara a tiempo de ver a Inasa rodear el caballo para saludar. El gigante se detuvo cerca y tras dedicarle una mirada fugaz al Príncipe Heredero se dirigió a Denki, solo que en esa ocasión utilizó un tono ligeramente más formal que el de antes.
—Es un placer verlo por fin, Alteza, especialmente en una mañana tan fría.
—Me sorprende verlo a tan temprana hora, Lord Yoarashi.
—Cumplo con su petición, Alteza —al oírlo Denki parpadeó—, vengo a entrenar con los soldados del Clan un par de veces a la semana a fin de conocerlos mejor.
—Oh —respondió Denki con sorpresa y un momento después sonrió, extendió la mano y le palmeó el brazo con afecto—, me impresionas.
El gigante se esponjó como si acabaran de ofrecerle el mejor cumplido del mundo, cubrió la mano de Denki con la suya y le ofreció una sonrisa sugerente.
—Apenas voy empezando.
Denki estaba listo para responderle –una de sus famosas réplicas aplasta orgullos– cuando una mano se apoyó contra su hombro y oyó a Mirio decir:
—Es maravilloso que las adulaciones sean gratis, Lord Yoarashi, o se vería en la obligación de probarlas antes de ofrecerlas.
Inasa se erigió en toda su altura, un gesto impresionante porque le sacaba a Mirio unos diez centímetros tanto de alto como de hombros; y su sonrisa se transformó en un gesto afilado.
—No dude, Alteza, que estoy listo para defender cada una de mis afirmaciones.
—¿Sí? —y tras decirlo barrió al grandulón de pies a cabeza como si no fuera impresionante—, ¿dices que has venido a entrenar? Veamos que has aprendido.
—Uhm, Mirio-
—Me educaron para no alzar nunca la mano en contra del Príncipe Heredero.
—Chicos-
—No hay títulos en los combates amistosos, ¿no es así?
Denki trató de interrumpir una vez más solo para que volvieran a ignorarlo. Al final Mirio ordenó que Tamaki los llevara a un salón de entrenamiento y Denki aprovecho que iban hasta atrás para tironear de la manga de su hermano.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó en un susurro bajo.
—¿Cómo dejas que te hable así? —gruñó Mirio con expresión tensa.
—¿Así?
Mirio abrió la boca, la cerró, se frotó el puente de la nariz y susurró.
—Neito me dijo lo que paso con el Príncipe Todoroki.
—¿Y eso es raro? —respondió Denki sin entender el repentino cambio de tema, suponía que el asesinato de uno de los hijos del rey Todoroki era la clase de información que no debía ocultarse del Príncipe Heredero, pero no entendía porque hablar de eso ahí.
—No quise creerle.
—¿Crees que está vivo?
—Pero no solo es él, la corte entera está mascullando sobre el asunto-
—Me sorprendería si no lo hicieran, fue un evento impactante.
Mirio lo miró mal.
—Y usualmente no presto atención a sus cotilleos absurdos, pero que Neito insistiera en el tema me obligo a escuchar... creí que todos ellos exageraban.
—¿El incendio fue una exageración?
—¿Qué? —sacudió la cabeza—, no cambies el tema. No puedo tolerar que te hablen de esa forma.
—Vuelvo a preguntarte, ¿de qué forma?
—Está coqueteando contigo —susurró Mirio con voz ultrajada—. Y no tiene modales.
Denki parpadeó. —¿Y?... no ha sido el único —añadió recordando sin nostalgia las largas noches donde le tocaba lidiar con borrachines necios que se sentían solos. Comparados con ellos Inasa era un cachorro coqueto y atrevido que se balanceaba entre la línea del encanto y el fastidio. Era divertido pararle los pies. Además, no olía mal, no amenazaba con vomitarle los pies, y no le metía mano.
Mirio no se mostró de acuerdo porque al oír su respuesta su cara se transformó en una mueca dura.
—Se lo diré a Neito —dijo como si ese fuera la única solución que podía ocurrírsele.
Denki abrió la boca sin saber exactamente qué decir, pero fue demasiado tarde porque Mirio e Inasa entraron por la puerta que conducía a un pequeño cuarto de entrenamiento donde había una zona al fondo cubierta con colchonetas además de una hilera de muñecos llenos de cortes a lo largo de una pared. Tamaki estaba con ellos y Denki planeaba acompañarlos cuando vio a Aizawa cruzar por el pasillo al otro lado de dónde estaban.
Sin despedirse siquiera de las personas que dejaba atrás Denki fue tras él.
[...]
NA
Los caballos son preciosos pero son inmensos y me imagino perfectamente a Denki, chico de ciudad, entrando en ligero pánico al encontrarse con uno. Y Miro, tan dulce y bonito él, es un pésimo maestro.
Aprovecho para agradecerle a las personas que me contaron sus hermanos. Eso me ayudo mejor a ver como van a relacionarse Denki y Mirio porque aunque ambos son unos solecitos encantadores, tienen rasgos y hobbies distintos.
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