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5.11. Impulso

Título Alternativo: Quien no arriesga no gana.

[...]

La ira del Emperador era palpable, y aparentemente paralizante porque el hombre se tensó al verlo como si no encontrara el insulto apropiado para él, hizo el ademán de querer lanzarle la taza que tenía en la mano, pero al final terminó bebiendo de ella como si escondiera el secreto para calmar su malestar.

O es alcohol o un remedio para la resaca, se dijo Denki reconociendo las señales de aquellos que se balancean en la miseria tras una noche de juerga, y como experto conocedor de la volatibilidad del alcohol hizo acopio de toda la paciencia y la calma que pudo reunir. El Emperador lo señaló con su dedo regordete para después señalar a sus pies, y Denki se arrodilló sin decir nada inclinando la cabeza para mirar el complicado entramado de la alfombra que cubría el suelo con las manos quietas en el regazo.

En el pasado habría empezado a disculparse casi de inmediato, apelando a su mal juicio y su imprudencia, pero en esa ocasión apretó los labios y guardo silencio pues no tenía nada que decir. Había enviado el maldito regalo sabiendo perfectamente que enfadaría a su padre y ahora tenía que enfrentar las consecuencias, expresar arrepentimiento habría sido una mentira y disculparse tan solo avivaría la ira de ese hombre. No había forma de ganar, lo mejor que podía hacer era esperar.

Escuchó al Emperador balancearse por la habitación, maldiciendo con voz ahogada mientras bebía de lo que hubiera en la taza. Como tenía los ojos fijos en el suelo no se percató del momento exacto en que el Emperador se acercó, tan solo divisó en su periferia un trozo de túnica que se arrastraba por la alfombra, la cual se detuvo en algún punto a su espalda. Por la forma como eructaba ocasionalmente sin dejar de gruñir, Denki supo de inmediato que el hombre luchaba contra unas nauseas espantosas y posiblemente un dolor de cabeza terrible. No le sorprendió descubrir que no sentía ni un pizca de pena ante la idea, lo que sí le sorprendió fue notar que el pavor ciego que alguna vez le tuviera al Emperador se había convertido en una bola de miedo helado que le presionaba las entrañas.

Era como si, tras esa noche terrible en la que había enfrentado el odio que ese hombre le tenía y su deseo de verlo muerto, algo se hubiera roto o incluso desbordado. ¿Es esto lo que llaman resignación?, pensó mirándose las manos. Pues en lugar de sentirse temblar como un conejo aterrorizado, tan solo notaba los dedos fríos del miedo apretando su estómago diciéndole que debía prepararse para lo que fuera. Así que Denki esperó y esperó y siguió esperando.

Finalmente, cuando el silencio se impuso a su alrededor como una burbuja, cometió el error de girar el cuello y alzar la cara hacia donde crecía que estaba su padre para ver qué hacía. Apenas sus ojos se encontraron con los del Emperador la taza vacía que el hombre tenía en las manos golpeó su frente justo encima de su ojo; como no era una taza de porcelana sino una pieza de madera dura, el utensilio rebotó sobre él arrancándole un diminuto gemido, más de sorpresa que de dolor. El dolor llegó cuando una mano se cerró en torno a su coleta para tirar de él y sacudirle la cabeza como si fuera un bolso.

—Broches —masculló una voz por encima de él; el aroma a vino agrio que emanaba del cuerpo del Emperador resultaba asfixiante— ¡Regalas broches! ¡¡Broches!!

La palabra contenía tanta rabia que se asemejaba a un insulto morboso. Denki se llevó las manos a la cabeza al sentir que trataban de levantarlo usando solamente su pelo, intentó enderezarse para aliviar la tirantez de su cuero cabelludo pero una sacudida repentinamente fuerte lo hizo trastabillar y cayó hacia el frente llevándose al Emperador con él dada su condición inestable. El hombre se le cayó encima con una de sus rodillas enterrándose en su costado, por fortuna el agarre sobre su pelo se había aflojado aunque el alivio fue corto porque una mano vino a estrellarse contra su oreja; no tenía la suficiente fuerza para dejarlo aturdido pero sí logró arrancarle un gemido.

—Mocoso estúpido —jadeó el Emperador encima suyo y la mano aún en su pelo. Denki no volvió a cometer el error de moverse, se quedó quieto con las manos en el suelo y la boca convertida en una línea dura, luchando por respirar bajo el terrible peso que sentía sobre su costado.

Los jadeos del Emperador empezaron a morir casi al mismo tiempo que la mano en su pelo apretaba de nuevo –señal de que estaba reuniendo fuerza para continuar con su asalto–, fue ahí cuando llamaron a la puerta.

—¡Fuera!

—Padre —respondió una voz al otro lado de la puerta y al oírlo el Emperador lo soltó. Un movimiento rápido e inmediato que llenó a Denki de un alivio absurdo—. ¿Me llamaste?

—No —respondió el Emperador apoyando su peso en él para ponerse de pie antes de enfilar hacia la puerta.

Denki se enderezó con cuidado apoyando las manos al frente hasta volver a su posición arrodillada notando vagamente que su costado le dolía. Se giró hacia la entrada justo a tiempo de ver al Emperador recibir a Mirio, que se detuvo en la puerta con la cara de alguien que no quiere estar haciendo lo que hace.

—¿Qué pasa? —preguntó el Emperador en un tono tan distinto que hizo a Denki parpadear. Había severidad en su tono, sí, pero carecía de la ira que le había dirigido a él o incluso de la irritación que había mostrado con Neito, y aun así Mirio se tensó como si acabaran de gritarle—. ¿Cuál es el problema?

—Uhm, creí que querías hablar conmigo.

—No.

—Oh...

Silencio.

—Bueno, entonces, solo quería decir que arreglaré el malentendido con los Torikin.

—No. No quiero que te involucres, no es asunto tuyo.

—Pero en la condición de Neito-

—¿Qué relación tiene Neito en todo esto?

Silencio

—Mirio, tengo pendientes que atender. Sal de aquí.

—...¿estás molesto conmigo por lo que sucedió anoche?

—¿Contigo? No.

Silencio.

—Vete, hijo, encárgate de los asuntos de la corte en mi nombre. Hoy no recibiré a nadie. Te veré en la cena y hablaremos entonces.

—De acuerdo, padre —Mirio se balanceó un momento, con el alivio claro en su rostro, antes de inclinarse para mirar hacia donde estaba él—. ¿Planeas desayunar con Denki? Porque él prometió hacerlo con Neito y-

—¿Lo hizo? —interrumpió el Emperador con una calma que hizo a Denki estremecer, entonces se frotó el puente de la nariz como si el dolor de cabeza estuviera creciendo— dile a Neito que no se esfuerce demasiado. Ve y desayuna con él, Denki y yo tenemos que hablar sobre su horrible comportamiento.

Mirio pareció sorprendido.

—¿Horrible-? ¿Qué hizo?

—Es mejor que no lo sepas.

—No pudo ser tan malo.

—Oh, Mirio, eres un ingenuo —entonces miro a Denki como si estuviera a punto de compartir uno de sus terribles secretos—. El Tercer Príncipe le envió al hijo de los Torikin un regalo de cortejo, total y absolutamente inapropiado.

¿Cómo?, pensó Denki olvidándose por un momento de su fingida calma, abrió los ojos con espanto y los clavó en Mirio que parpadeaba con sorpresa.

—¿Cor...tejo?

—No lo sabes, Mirio, y habría preferido que no tuvieras que enterarte, pero este... príncipe... ha cometido un error tras otro durante la visita de nuestros invitados, entablando amistades indeseadas, guardando secretos, poniendo en peligro las negociaciones. Sus modales son una pesadilla, y ya escuchaste lo necio que puede ser al dar rienda suelta a su paranoia.

Denki se tensó en su lugar, pero no pudo hacer nada mientras el Emperador le contaba a Mirio sobre los resultados de su evaluación. Sobre lo poco que sabía y lo mucho que farfullaba. "No sabe de historia o política, ¡a su edad! Es un completo desastre". En su boca todo sonaba mil veces peor –sus temores hechos realidad–, sobre como era inadecuado y posiblemente estúpido.

Le habría encantado taparse los oídos y tararear, pero mantuvo las manos quietas y la espalda recta porque suponía que parte de su castigo era ser humillado frente al hermano guapísimo que lo había visto arrugado y babeado.

["...lo has hecho estupendamente, pajarito. Has vuelto a lucirte."]

Se aferró al cumplido bloqueando la voz de su padre y después evocó el recuerdo de Neito diciéndole que no era un desastre. Revivió el recuerdo una y otra vez como si la imagen fuera un escudo de protección, hasta que finalmente oyó a su padre resoplar; cuando dirigió la mirada a la entrada vio a un desconcertado Mirio ser despedido sin otra palabra. Denki bajó la mirada no deseando provocar otro ataque, por el rabillo del ojo vio el borde de la bata de seda acercarse en bamboleos cortos; contuvo el aliento al tenerlo cerca y respiro de nuevo cuando el hombre pasó a su lado para llamar a una sirvienta. Un momento después la mujer se materializó de la nada.

—Majestad.

—Tráeme otro remedio para la resaca y llama a Nemuri; dile que prepare un baño aromático para mi dolor de cabeza. Descansaré y comeré en mis habitaciones, cenaré con mi hijo. Y no quiero que nadie me moleste el resto del día. Es todo.

La sirvienta se fue y Denki oyó al Emperador gruñir antes de desplomarse en uno de los divanes que tenía más cerca como si la ira que lo había mantenido hasta ese momento de pie hubiera sucumbido a la resaca. Un momento después gruñó una simple advertencia.

—No te acerques a mis hijos

Denki no pudo evitar alzar los ojos y de inmediato notó que la ira refulgía una vez más en la cara del Emperador al mirarlo de frente, pero este había agotado toda su energía y cuando hizo ademán de moverse su rostro adquirió una coloración verde que lo obligó a quedarse en su lugar doblado hacia el frente con aspecto desaliñado y la mano en la boca. Tenía un aspecto terrible.

Durante largo rato todo lo que hizo Denki fue mirarlo. No sintió alegría al verlo sufrir, tampoco experimentó agonía ante la idea de tener que obedecerlo, y por fortuna tampoco notó los latidos de la miseria intentando aferrarle el corazón. Lo que sintió fue la misma ira de la noche anterior, la que lo había impulsado a enviar un regalo absurdo y sin sentido solo como venganza. El regalo había sido un error, ahora lo sabía, pues se había dejado llevar por la impulsividad –un lujo que no podía permitirse–, pero el deseo de decirle a su padre que no iba a meterse en una caja sin pelear seguía estando ahí. Y Denki planeaba aferrarse a él con uñas y dientes.

["Sé inteligente y piensa en lo que puedes darle"]

Se obligó a respirar. El miedo era un bloque duro en la base de su estómago –el miedo de verse en el suelo a punto de ser pateado–, pero se dio cuenta que prefería que le pegaran por algo que había decidido a dejarse encerrar sin decir nada.

—En realidad no importa —dijo con toda la suavidad que pudo sin dejar de mirar al Emperador.

—¿Qué? —pregunto este alzando los ojos hacia él.

—He dicho que no importa —repitió Denki con más fuerza, tomando aire con calma—. No importa si hablo con ellos, no importa si convivo con ellos, al final me casaré y ya no viviré aquí.

—No me gusta tu tono.

—Quiero convivir con mis hermanos.

—¡No!

—¿Por qué no? ¿Por qué...? —titubeó, apartó los ojos y miró a su alrededor como si esperara encontrar valor en algún lugar de la habitación; al final solo alcanzó a repetir su pregunta—, ¿por qué no puedo?

—¡Porque tu madre no quiso que lo hicieras! —respondió el Emperador enderezándose en el diván con una expresión terrible y furiosa, aunque opacada por el evidente esfuerzo que estaba haciendo por no vomitar—. ¡Tú madre no te quiso en esta familia!... ¡y yo cumpliré su voluntad!

Denki apartó los ojos, incapaz de sostenerle la mirada. Le asombraba –y aterraba– la facilidad con la que el Emperador podía hacerlo sentir inadecuado e inservible. En ese momento tuvo el deseo de meterse en la cama y no salir nunca, un deseo que se desvaneció en cuanto recordó que terminaría haciendo eso si no conseguía convencer a su padre de dejarlo salir.

["Sé inteligente y piensa en lo que puedes darle"]

Aprovechando que el Emperador vomitaba tras su repentino estallido, Denki cerró los ojos e intentó pensar. Sin las restricciones del Sistema podía contradecir y desobedecer a su padre, pero eso no significaba que pudiera hacerlo sin consecuencias.

Va a enojarse sin importar lo que diga.

La sirvienta volvió con otra taza de madera; mientras el Emperador bebía, ella se dio a la tarea de limpiar el vómito antes de acercarle una jofaina para ayudarlo a limpiarse.

Denki se retorció los dedos porque sabía que en cuanto el hombre terminara con el contenido de su taza lo enviaría a sus habitaciones sin permiso para salir. Tenía que convencerlo de que lo dejara salir, para ello hizo un repaso rápido a todo lo que había aprendido.

["...dales lo que quieren"]

["...la pizca exacta de humildad sin hacerte ver servil y la justa medida de adulación sin resultar inaguantable"]

["Lo importante ahora es hacer que todos se olviden de la propuesta matrimonial"]

["Tienes gente preguntando por ti e invitaciones esperando"]

["...habrá nobles y oficiales..., y creo que sería apropiado tener un espacio adecuado"]

En una momento de iluminación Denki se acordó de la vez en la cual convenció a su padre de arreglar la biblioteca, comprendió que el Emperador se lo había permitido porque era algo que la gente visitaría.

Algo de lo que pueda presumir.

Denki esperó hasta que la sirvienta salió antes de acomodar su postura con los ojos fijos en la mesa decidió a arriesgarse.

—Quiero convivir con mis hermanos.

El hombre se tensó.

—He dicho...

—Escribiré una nota de disculpa para la familia Torikin, y enviaré notas de disculpa como respuesta para todas las invitaciones que reciba. Les diré a todos los muchos problemas que le he causado a mi padre y rogaré por su benevolencia. A cambio, me gustaría tener permiso para convivir con mis hermanos.

—No te necesito, se envían notas de rechazo en tu nombre. No insistas, si lo haces te meteré una celda hasta que llegue la primavera.

Hasta que te cases, no lo dijo, pero Denki leyó entre líneas. Comprendió entonces que el problema al ofrecer inesperadamente un regalo de cortejo había sido reavivar el interés de la corte por escogerle un prometido arruinando el intento del Emperador por enterrar el asunto.

["No te preocupes, pajarito, lidiaremos con tu futuro esposo apenas cumpla lo que tu padre le ha pedido."]

—¿Me has oído?

—Nadie quiere a los Shigaraki —dijo Denki de pronto alzando los ojos para mirar al Emperador a la cara.

—¿Qué?

—Nadie los quiere, y la gente no va a estar contenta cuando se anuncie el compromiso.

—Eso no es asunto tuyo.

—Los nobles no aceptarán un compromiso sin protestar, pero... —añadió al ver que el Emperador abría la boca—, pero yo puedo convencerlos de que es la mejor opción.

—¿Tú?

—Si ellos me ven defendiendo el compromiso todos se preguntarán por qué quiero casarme con un Shigaraki en lugar de preguntarse por qué el Emperador insiste en casar a su hijo. ¿Y no es eso mejor? ¿No es mejor si nadie se pregunta por qué mi padre necesita a los Shigaraki?

El Emperador apretó la taza en su mano y Denki supo que iba a salir de esa reunión victorioso o apaleado.

—Hice lo que me pediste, formalicé ese compromiso, y puedo defenderlo; para ello necesito permiso para salir del palacio. Permiso para convivir con mis hermanos.

—No quiero que hables con mis hijos.

["Así evita tenerte a la vista, pero garantiza que tu familia no dude del afecto que debe tenerte."]

—Neito estaba en el armario esa noche —respondió Denki y vio ira en lugar de sorpresa lo que significaba que el hombre ya lo sabía—. Y él le dirá a Mirio, entonces mis hermanos van a preguntarse por qué su padre amenazó con matar a su hijo.

—Neito creerá lo que yo le diga.

—¿Y Mirio? ¿Dejamos que él dude de su padre?

—Mirio nunca te creerá por encima de mí.

—Pero sabe reconocer la verdad, ¿no es así? —preguntó—. Y lo que yo digo es la verdad. Has cambiado mi dosis.

Eso lo hizo sonreír.

—Con cada palabra que dices me convenzo más de que debo enviarte a una celda.

—Neito preguntará dónde estoy y mi tío Taehiro también. Él prometió visitarme.

—Nadie se sorprenderá al saber que el Príncipe enfermo se ha muerto.

—Pero no me moriré antes de casarme, ¿verdad? Y hasta que eso suceda quiero dejar de vivir encerrado.

—¡Harás lo que te digo!

—No —dijo Denki y al pronunciar la palabra el nudo en su estómago se apretó hasta casi asfixiarlo—, no más. ¡Me niego a dejar que me metas en una caja!

El Emperador saltó de su lugar y Denki también, incluso dio un paso hacia atrás para mantener la distancia. Desde ahí se contemplaron en silencio mientras la mente de Denki corría presurosa por todos los escenarios posibles. De pronto un movimiento repentino lo hizo mirar a un punto a su izquierda donde vio a Noche, de pie y en silencio.

Ah, para eso son los pasillos secretos, pensó Denki preguntándose vagamente cuánto tiempo llevaba el guardia ahí, pero se sacudió la pregunta porque tenía cosas más importantes que atender.

—Tú me necesitas —le dijo a su padre mirándolo a la cara—. Tú quieres a los Shigaraki. No sé para qué, pero necesitas que este matrimonio se lleve a cabo. Y yo puedo hacer que las cosas sean fáciles o no. Puedo enfocar toda mi energía en llegar a esa boda o en seguir enviando estúpidos broches de cortejo a todo aquel que quiera y pueda pagar por casarse conmigo.

—¡Te atreves-!

—¡Lo hago! Voy a casarme con Shigaraki, voy a convencer a todos de que es la mejor opción, y tú vas a concederme uno... no, tres, vas a concederme tres deseos en compensación por toda la miseria que me has dado.

—¡No te daré nada!

—¡Lo harás si no quieres que tus hijos sepan la verdad sobre lo que has hecho! ¡Lo que me has hecho! ¡A cambio de esta boda cumplirás tres peticiones mías! ¡Es lo único que te pediré nunca!

La voz de Denki se oscureció en la última frase siendo que aún tenía la garganta delicada, aunque intentó tragar para despejarse la garganta descubrió que tenía la boca seca.

—¿Lo que te he hecho? —preguntó el Emperador tras un momento, rígido y furioso como una tormenta a punto de desatarse—. Yo no he hecho nada.

—Ordenaste-

—Mi palabra contra la del médico.

—Tal vez, pero estoy seguro de que Neito recuerda lo que me dijiste esa noche.

—No me interesa lo que Neito piense.

—Y sin embargo, él se desvive por complacerte, todo su mundo eres tú. ¿Seguirá siendo el mismo si sospecha la verdad?

—No te acerques a mis hijos.

Denki se obligó a respirar pese al miedo que se revolvía en sus entrañas.

—Son tus hijos, pero también mis hermanos, y yo quiero convivir con ellos antes de que tenga que casarme y me obliguen a marchar. Prometo que de mí no oirán ni una sola queja de ti, forma parte de nuestro trato.

—¡¿Trato?! —masculló el Emperador con ira.

—Una boda, un comportamiento impecable, permiso para salir y relacionar con mi familia, y a cambio tú me darás tres cosas que te pida.

Hubo un terrible momento en el que Denki se imaginó al Emperador saltando sobre él para darle una paliza o incluso lanzando una orden para enviarlo a las celdas, pero tal vez fuera la resaca, tal vez fuera la situación, al final el Emperador permaneció inmóvil, vibrando con una ira desmedida, hasta que finalmente dio media vuelta. Titubeó un momento al ver a Noche y un segundo después alzó las manos en una expresión furiosa.

—¡Sácalo! —rugió antes de alejarse hacia sus aposentos.

Al verlo alejarse Denki cayó de rodillas como si acabaran de cortarle las cuerdas. Notaba el corazón en el estómago y la garganta en carne viva, y solo al cubrirse la cara con las manos fue consciente de lo caliente que tenía la cara y las manos.

Sigo vivo.

—Felicidades, pajarito —susurró la voz de Noche sobre su oreja y Denki dejo escapar un resoplido nervioso y turbulento—. Has abierto la jaula.

—¡Noche!

La presencia del guardia se desvaneció y Denki se tomó un momento para controlar su respiración irregular y apresurada. Tenía que calmarse si quería levantarse y salir.

Salir.

¿Puedo salir?



[...]



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