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5.1. Silencio

Título Alternativo: Denki ha vuelto

[...]

El beso le ofrece consuelo, no un consuelo que pueda expresarse en palabras porque la emoción es abrumadora. Si tuviera que describirla sería cerrar los ojos mientras cae por el vacío y todo lo que queda es la sensación de vértigo en el estómago, la sangre que ruge en las venas y el desacompasado latido de un corazón abandonado. Tiene tantas cosas en su mente –estrés, duda, impotencia, confusión–, que la simple acción de besar pone en pausa a todo lo demás. El silencio que se expande por su mente es maravilloso porque borra la incertidumbre y enmudece las advertencias. Y lo agradece. Se aferra incluso a él.

Es un beso avasallante, en el que simplemente se deja llevar porque no tiene que pensar, tan solo sentir. Sentir que no está solo. Sentir que lo quieren. Sentir que existe algo sólido en ese vacío sin fin. Y cuando siente la caricia en la nunca se inclina en esa dirección provocando que el contacto se profundice. Se hunde en el beso sin culpa ni arrepentimiento, disfrutando de la tibieza de otro ser humano en un momento de absoluta desesperación, hasta quedarse sin aire.

"Pajarito" es el susurro sedoso que oye contra sus labios.

Y de pronto está despierto notando la sangre en los oídos y la boca seca. Tiene que parpadear y moverse, pero cuando lo hace descubre que su cuerpo parece estar hecho de plomo. Siente los músculos adoloridos, las articulaciones rígidas, la garganta cerrada y peor que todo lo demás, el cuerpo empapado y pegajoso, pero está consciente. Está vivo –no importa que ahora mismo se sienta desencajado como si alguien lo hubiera ensamblado mal después de arrancarle las extremidades–. De alguna forma sabe que lo peor ha pasado.

<¡Felicidades! La Fase Uno se ha completado->

<Vete>

La orden es clara, no hay titubeo ni miedo. En ese momento Denki no quiere lidiar con ella, ni con nadie. En ese momento solo quiere asegurarse que sigue completo y que el dolor no ha dejado secuelas permanentes. Tiene recuerdos vagos, fragmentos más bien, de inmersiones en agua fría. Esos son los momentos que más recuerda porque después de ellos había un momento de calma antes de que el calor y el bochorno lo aferraran con uñas afiladas para sumirlo en un dolor imperecedero; también hay otros recuerdos menos nítidos, instantes sin sentido que su mente aturdida niega a reconstruir así que lo deja estar.

Denki permanece en la cama, en la misma posición, sintiéndose cansado y somnoliento, pese a estar seguro de que se ha pasado días –semanas– en esa cama. No quiere moverse pese a la molesta y pegajosa sensación de las sábanas sucias contra su piel. En algún momento vuelve a dormirse y despierta a tiempo de ver a los sirvientes que entran para cambiar las sábanas, limpiarle el cuerpo con una esponja suavecita y cepillarle el pelo a fin de deshacer los nudos. Los ignora mientras ellos lo alimentan con una cuchara pequeña –avena, miel, y un potaje que sabe a fruta–, después vuelve a dormirse porque su cuerpo parece no tener suficiente, como si estuviera disfrutando por primera vez de un sueño reparador en lugar de una inconsciencia dolorosa.

Esa noche lo despierta el roce de algo contra su frente, se tensa sin poder evitarlo y cuando abre los ojos solo ve la almohada que está abrazando, su periferia capta las sombras que cubren la habitación. La oscuridad es total y no consigue ver nada, pero sabe que hay alguien con él. Lo sabe.

Cierra los ojos y espera con el corazón en la garganta, los dedos aferrados a la almohada, pero el tiempo transcurre sin que suceda nada; el cansancio puede más que el miedo y al final vuelve a dormirse y sueña. Con el beso, el bendito silencio, el hambre de sentirse querido y la sensación fantasmal de labios ajenos contra los suyos. Lo oye una vez más.

"Pajarito"

Cuando despierta vuelve a estar solo, es de día y el mundo brilla. Solo que en ese nuevo mañana se siente mejor, menos adolorido que antes y con el cuerpo menos rígido, aunque el silencio sigue dentro de él, crece hasta ahogar su miedo y lo único que deja atrás es la curiosidad.

La rutina se repite y tras el almuerzo se queda con hambre aunque no pide más, todavía tiene sueño así que duerme y cuando esa noche vuelve a despertarse envuelto en sombras no se mueve pese a la repentina certeza de que hay alguien con él. De alguna forma puede sentirlo en las inmediaciones de la cama, su mirada y su presencia. Sabe quién es. Lo sabe. Espera. Espera. Y no sucede nada. Así que vuelve a dormirse diciéndose a sí mismo que no es decepción eso que se sacude dentro de él. No, prefiere envolverse en el consuelo de ese sueño que se repite y en el olvido que viene después.

La pregunta que espera llega en la cuarta noche, mientras las sombras envuelven el mundo y el silencio late a su alrededor. Lleva despierto lo que parecen horas –aunque podrían ser tan solo minutos– con la extraña presencia en algún lugar cerca.

—¿A qué esperas?

Denki cierra los ojos y se obliga a respirar. Por un momento se pregunta si debe responder, si no hacerlo, qué decir, qué no decir. Las posibilidades son abrumadoras. Y no quiere pensar en ellas, no en ese momento pues hacerlo es abrirle la puerta al ruido –incertidumbre, duda, miedo–. No quiere volver a sentir la desesperación de esa noche ni el abandono, no quiere volver a ese momento. Prefiere el silencio que lo enmudece todo.

—¿Vas a quedarte en la cama para siempre, pajarito?

Pero la voz –suave y baja, el tono perfecto para compartir un secreto–, no irrumpe el silencio como un mazo que rompe un cristal. Por el contrario, se desliza en él como un trozo de seda sobre piel desnuda. Se escurre en su mente hasta sacudir el silencio, eludiendo la puerta del ruido y escarbando en el pozo de las verdades más simples.

—No lo sé —responde. Tiene la garganta rasposa y la boca seca, pero aún con su voz diminuta está seguro de que su visitante lo ha oído.

—¿Te gustaría quedarte en la cama para siempre?

—No —esta vez su respuesta es casi inmediata.

—Hay personas que quieren verte.

—Que esperen.

Por una vez quiere ser egoísta. Quiere pensar en sí mismo, en lo que quiere, en lo que necesita, en lo que ha cambiado. Cuando salga de esa cama lo hará por sí mismo, no para complacer a nadie ni para evitar que nadie más se preocupe. Que el mundo espere.

—Ellos te esperan a ti, y tú... ¿a qué estás esperando?

—No lo sé —responde una vez más. La misma verdad antes pues no espera algo en realidad..., no es como si estuviera contando los días. Tan solo no entiendo-

—¿Qué?

La pregunta lo hace darse cuenta de que lo último lo ha dicho en voz alta, y para sorpresa suya no siente vergüenza ante su desliz. Tampoco siente miedo cuando un instante después siente el hundimiento del colchón en la esquina superior derecha. Siente algo curioso cuando la voz vuelve a ronronear en el mismo tono sedoso y confidente, tan cerca que casi puede tocarla.

—Canta, pajarito. Cuéntame tu secreto. ¿Qué es lo que no entiendes?

Vuelve a sentir que la duda se agita en él –qué decir, qué no decir–, incertidumbre y desconfianza... pero está cansado. No tiene fuerzas para fingir o mentir; además, de noche es más fácil hacer preguntas que no se atrevería a pronunciar a la luz del día.

Por primera vez se mueve, gira el cuerpo hasta tener el lado izquierdo de su cara apretada contra la almohada, con su brazo izquierdo debajo y el otro sujetando el borde del almohadón. Noche lo mira desde su posición sentada en la esquina del colchón, se encuentra tan cerca que pese a la oscuridad es fácil distinguir su silueta y el contorno de su cara gracias a la débil luz que se filtra entre las cortinas corridas.

No hay vuelta atrás.

—Me besaste —dice y de inmediato nota el calor en las orejas y el estómago. Sabe que solo es capaz de tocar ese tema en ese momento, cuando la oscuridad y la calma crean la atmosfera perfecta para los secretos y las verdades.

—¿Te gustaría que lo hiciera de nuevo?

El recuerdo de una lengua ajena acariciando su paladar, haciéndolo estremecer.

Se revuelve en la cama sin poder evitarlo. Se obliga a seguir.

—Creí que querías matarme.

—Una conclusión que no tiene absoluto sentido.

—¿No?

—No. ¿De haberlo querido por qué te habría buscado en primer lugar? ¿por qué llamar la atención sobre mi persona? ¿por qué exhibirme frente a ti si mi intención era cortarte el cuello?

—Para aterrorizarme.

—El terror y el asesinato no son piezas inseparables, pueden coexistir uno independiente del otro.

—Es decir que no querías matarme, pero sí aterrorizarme.

—Mis ordenes eran mantenerte bajo control, debía obligarte a obedecer.

—Fuiste cruel.

—¿Debí inclinarme a tus pies solo por tu título? ¿Debí tratarte con deferencia solo por ser el hijo de tu padre? ¿Debí mostrarte amabilidad y cortesía como dicta el protocolo? ¿Eso exiges? Pero aún si no hubieran sido las ordenes de tu padre y nos hubiéramos encontrado en cualquier otro momento, ¿por qué debería tratar bien a un Príncipe que azota a sus sirvientes? ¿por qué mostrarle deferencia a un niño malcriado que solo busca la aprobación de un hombre miserable? ¿por qué inclinarse ante un mocoso odioso que mira a todos por debajo?

—Ese no soy yo.

—Por supuesto. Eso lo sé ahora, pero la pregunta se mantiene. ¿Debí ser amable contigo solo por tu título o debí tratarte según lo que sabía de ti?

—No debiste haber matado al pájaro.

Escuchó a Noche reír, un sonido bajo y curioso que se deslizo en el silencio con la misma suavidad con la que hablaba. Era el sonido de la concesión.

Cansado de tener el cuello torcido, Denki se enderezo con muchísimo cuidado, aún se sentía débil y ligeramente mareado, los últimos coletazos de esa fiebre interminable, pero logró sentarse en el colchón con las piernas cruzadas y al almohada encima. La rodilla de Noche estaba a centímetros de la suya mientras que el guardia se apoyaba indolente en la cabecera de la cama con las manos entrelazadas en su regazo y el pelo suelto. Agradeció que las sombras lo cubrieran a ambos porque no estaba seguro de que bajo la luz lograra sobrevivir la vergüenza que suponía semejante cercanía.

—Sigo sin entender.

—Pregunta.

—¿Por qué-? ¿por qué-?

Sacudió la cabeza incapaz de completar la pregunta mientras sus dedos retorcían la esquina del almohadón. Sentía el bochorno en la cara y no sabía cómo hacer la pregunta que realmente quería hacer.

Pero de alguna forma Noche pareció intuir su pregunta porque se enderezo con cuidado para inclinase hacia él. De cerca era más fácil percibir su presencia, el aroma a jabón, y el roce de su pelo sobre el dorso de sus manos. Bajo los ojos repentinamente abrumado pero un dedo ajeno llegó para empujar su barbilla hasta que tuvo los ojos a la altura de Noche.

—Porque aun cuando tu padre te ha destrozado las alas, aún intentas volar. Y eso, para mí, lo es todo.

Denki se estremeció.

—Una vez te ofrecí un secreto, ¿lo recuerdas?

—Sí

—Entonces no lo quisiste, ahora vuelvo a ofrecértelo. ¿Lo quieres?

—Sí

La sonrisa de Noche fue perezosa y encantadora.

—Primero dime, ¿crees que hay libertad en la muerte?

—No —respondió él sin moverse, absolutamente paralizado—. La muerte es... el final de todo.

—Sí. ¿Lo ves? Tú y yo no somos diferentes. Ahora escucha.

"Mi padre también dio la orden para que mi madre se deshiciera de mí, no tenía esposa y no quería una, tampoco quería hijos bastardos. Se había deshecho de todos los anteriores y estaba dispuesto a seguir así. Mi madre le rogó y le rogó sin que eso cambiara nada. Al final le dijo que lo haría y después me escondió de él, ella esperaba que el tiempo lo hiciera cambiar de opinión, pero ella se fue antes de que tuviera que enfrentarse a la desilusión de la verdad. Sí, mi padre fue un hombre miserable que no quería a nadie más que a sí mismo. Por eso fue sorprendente verlo suplicar por tu vida."

—¿Mi-?

"Por ese tiempo mi madre se las ingeniaba para llevarme con ella cuando sabía que iba a encontrarse con mi padre, pese a que él nunca me había mirado. Así que estuve ahí, un mocoso inútil que miraba con espanto como tu madre se desangraba. Estuve ahí cuando exhalaste tu primer respiro. Estuve ahí cuando tu padre me ordenó llevarte al pozo y tirarte en él. Y estuve ahí cuando mi padre suplico por tu vida como no había hecho por la mía. '¿Por qué él?', me pregunté mientras te veía berrear en sus brazos y él le suplicaba a tu padre que te dejara vivir... Ahora sé la respuesta, claro."

"Aprendí mucho de él en las notas que dejo atrás. Notas y balbuceos que encontré en su oficina cuando tu padre ordeno limpiarlo. Tenía diarios y confesiones donde le escribía poemas a tu madre. Poemas y cuentos, todos para ella porque al igual que todos se había encaprichado con su belleza. Mi padre tuvo compasión por tu madre y por ella suplico en tu nombre. Creía que tu padre vería la razón con el tiempo sin entender que ese hombre no atiende razones, tan solo caprichos, y cuando finalmente lo comprendió, cuando vio la vida que te esperaba, mi padre decidió que la muerte era la única alternativa. Era un concepto que había aprendido de tu madre. Una mujer que, si sus diarios son ciertos, envenenaba a sus pájaros para liberarlos."

"Yakumo quiso matarte cuando entendió el plan que tenía en marcha. Era más fácil matarte para salvar el imperio y su forma de vida, que enfrentar al Emperador. Para todos es más fácil cerrar los ojos y asentir que desafiar al corazón del imperio. Pero no tú, pajarito. Pese a todo, has mostrado más iniciativa y decisión que todos los que he visto aquí, así pues te contaré mi secreto.

Se inclinó hacia Denki y la reacción de este fue girar la cara para evitar el beso que sabía se acercaba. Eso no impidió que Noche le sujetara la cabeza mientras posaba los labios en el borde de su boca. Su susurro fue tan bajo que habría sido imposible oírlo si no lo tuviera tan cerca, sintió el soplo de aliento contra su mejilla mientras pronunciaba una revelación inesperada.

—Voy a destruir el imperio. 


[...]

N/A

Sí, Yakumo era el padre de Noche. Hubo un hint en el último capítulo cuando este menciona a las lechuzas. Y en el cuento sobre el Serin hay varias referencias a la belleza destructora de su madre. Entonces, espero que tuvieran un excelente fin de semana y nos veremos para la siguiente. 

Los quiero. 

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