4.5. Compasión
Título Alternativo: Razones para creer en los rumores: ¿Por qué alguien inventaría cuentos?
[...]
Saeko volvía a las dependencias de los sirvientes después de haberse dado un baño rápido tras un día de trabajo cuando el mayordomo Sekijiro las llamó, a ellas y a otro puñado de sirvientas, para una tarea urgente.
—El Tercer Príncipe se mudará al palacio y nuestro deber es trasladar el resto de sus cosas a sus nuevas dependencias.
Las sirvientas obedecieron y todas ellas recorrieron el camino empedrado que conducía del palacio hasta la zona más externa de la Ciudad Imperial. Al llegar a la pequeña casa de dos secciones, Saeko se sorprendió al descubrir que el Tercer Príncipe vivía en la zona más alejada del Palacio y que sus habitaciones eran poco ostentosas. También fue sorprendente descubrir que las pertenencias del Príncipe se dividían en ropa y libros, nada de joyas, muebles, adornos, o incluso regalos. La ropa que ya se encontraba guardada en baúles se trasladó al palacio en un solo viaje y los libros fueron guardados en cajas destinadas a la biblioteca del Palacio.
Con la orden de preparar la casa para sus próximos habitantes Saeko y el puñado de sirvientes se dividieron las tareas de limpieza que básicamente incluía deshacerse de todo lo que no estuviera destinado al palacio, cubrir los muebles que se quedaban atrás y recoger todo. Entre tanto movimiento no hubo tiempo para charlar pues era tarde y todos querían irse a dormir.
Esa noche cayó rendida aunque su descanso fue corto porque antes del amanecer el mayordomo Sekijiro se apareció de nuevo para informarle que tenían trabajo que hacer. Algunos sirvientes protestaron en susurros al ser levantados fuera de sus horarios de descanso, pero mantuvieron sus quejas lo más lejos posible de los oídos del mayordomo.
No obstante, todos guardaron silencio cuando llegaron a la habitación del Príncipe y la encontraron destrozada. Habían volteado los divanes, los taburetes, y las mesitas; había lámparas y comida regada por todas partes junto con los trozos de porcelana de lo que parecía haber sido un jarrón y algunas tazas.
El mayordomo se quedo con ellas mientras vaciaban los armarios y después las dejo solas a cargo de la limpieza. Aún dormidas las mujeres trabajaron en silencio y a toda velocidad pues querían irse a desayunar, pero cuando el cielo empezó a clarear resultó imposible no cuchichear sobre el desastre.
—¿Quién habrá hecho esto? —preguntó alguien y todas dejaron volar su imaginación. Hubo quien sugirió que un ladrón había entrado a robar al palacio.
—En ese caso se equivocó de ventana —respondió otra de las mujeres—, porque la cámara con las antigüedades y el oro está al otro lado del palacio.
—Dudo que se haya equivocado.
—¿Sí?, ¿y qué hay aquí que sea valioso?
—El Tercer Príncipe —respondió Saeko haciendo que todas las mujeres corearan su respuesta.
—Tal vez alguno de sus pretendientes se enfadó cuando el Tercer Príncipe se negó a irse con él.
—¿Qué pretendientes? El Tercer Príncipe ni siquiera tiene vida pública.
—Díselo a Lord Matsura, lo he oído charlar con sus amigos presumiendo de la atención que el Tercer Príncipe le ha ofrecido a su hijo. Dicen que le envió un cuchillo de regalo.
—No ha sido al único. Le envió regalos a un puñado de personas. Entre ellos al hijo de Lord Yoarashi. Con quien abandonó la cena de anoche.
—Bien podría ser el hijo de los Shigaraki... ¿qué? no me miren así. Todos lo vieron llegar a la cena de ayer. Y parecían muy cómodos uno junto al otro.
—¡Lo sé! Todos hablaban de eso en la tarde, es como si el Príncipe solo saliera para pasar tiempo con él.
—Eso no es cierto.
—¿No? Compartió carruaje con él. Dicen que lo acompañó durante la cacería del otro día. Y todos lo vieron bailar con su padre unos días después.
—Pero entonces... ¿es cierto lo que dicen? ¿El Príncipe salió de su reclusión para casarse?
—Es la única explicación lógica, ¿no? Hay quien dice que Shigaraki y uno de los hijos de la casa Torikin discutieron ese día sobre casarse con el Príncipe.
—¿Y si este destrozo no lo hizo un ladrón? —murmuró alguien y todas se detuvieron para mirarla a la espera de que continuara—. ¿Y si uno de sus pretendientes se enfadó cuando el Príncipe se negó a huir con él?
—¿Cómo te atreves a insinuar que el Príncipe se ve a escondidas con alguien?
—¡Podría ser!
—¡No!
—De hecho —dijo Saeko de rodillas entre el estropicio evocando una imagen del pasado—, una noche el Príncipe pidió un servicio de té con dos tazas. Y ambas estaban usadas al día siguiente.
Todas se miraron con la boca abierta antes de empezar a reír. Discutieron posibilidades y sugerencias y sus preferidos personales.
—Ustedes pierden el tiempo —gruñó una voz tintada con la irritación de una mañana de trabajo. Todas miraron a la sirvienta que limpiaba la alfombra manchada y que hasta ese momento había guardado silencio.
Saeko la reconoció de inmediato. Era la sirvienta del Príncipe –Ina–
—Nadie te está pidiendo tu opinión.
—Exacto, no tiene nada de malo hacer conjeturas sobre lo que pasó aquí.
—¿Quieres saber qué paso aquí? El Príncipe lo hizo.
Saeko no fue la única que la miro con una expresión horrorizada.
—¿Qué?
—No es la primera vez que lo hace, ¿sabes? La noche del Festival se encerró en su cuarto y destrozo sus adornos, unos muebles y todo lo que tuvo a mano. Incluso se cortó los pies al caminar en la porcelana rota.
—No es cierto.
—¿Por qué lo haría?
—Porque está enfermo y no lo soporta. Sus ataques de ira no son nuevos.
—No —respondió Saeko sacudiendo la cabeza—, el Príncipe no es así.
—No lo conoces, tal vez se comporte mejor ahora que está en el palacio pero antes no era así. Nada era lo suficientemente bueno ni perfecto.
El desencanto se apoderó del grupo al escuchar las anécdotas que Ina compartió esa mañana sobre los estallidos del Príncipe y el destrozo que había hecho poco antes de mudarse al palacio.
—Ya lo verás —dijo al final mientras volvía a lo suyo—, cuando le duela se desquitará contigo.
Terminaron de limpiar justo a tiempo para desayunar y mientras se sentaba en el pequeño comedor de la servidumbre Saeko no pudo evitar dejar de pensar en el Príncipe. Al verla decaída una de sus amigas le palmeó la espalda con afecto.
—¿Te molesta lo que Ina dijo sobre el Príncipe?
—Es que no suena como él.
—Todos podemos cambiar, además Ina no es la única que trabajó con él. Había otra sirvienta en la casa, creo que se llama Sayu, y por lo que me dijo ella también apreciaba al Príncipe. Cada uno es libre de hacerse una opinión.
Saeko no tuvo más opción que darle la razón y dejo de preocuparse, después de todo tenía trabajo que hacer.
Con tantos invitados y personas en el palacio el administrador Hakamata había accedido a la contratación de ayuda extra para mantener la impecable imagen del Palacio Imperial, eso había llevado a un flujo continuo de gente entrando y saliendo de las dependencias de los sirvientes a fin de cumplir con sus tareas asignadas. Y como ese día no le tocaba servir al Tercer Príncipe, Saeko fue asignada para trabajar en las cocinas para después unirse a las actividades de limpieza.
La mujer se olvidó completamente del Príncipe cuando empezó a oír los rumores de que el Cuarto Príncipe Todoroki había llegado al palacio de incognito junto con los emisarios de Ame.
—Me lo dijo Kumi que limpiaba la habitación junto a la sala de reuniones.
—Los guardias sombra lo mataran si se enteran de que espiaba la conversación privada del Emperador.
—No espiaba, tan solo limpiaba, el punto es que este guardia que iba con el embajador de Ame, el guapo, alto, que tiene la cicatriz en la cara, es en realidad un Príncipe. El Cuarto Príncipe para ser exactos.
—¿Y de verdad es él?
—¡Claro que no es él! —respondió alguien más— ¿Por qué no presentarte antes? ¿Por qué esperar hasta un día antes de acabar con las negociaciones?
—Sí, él tiene razón, cualquier podría llegar y declarar ser un Príncipe perdido, eso no lo hace cierto.
—Ambos tienen razón, el asunto necesita confirmarse.
—¿Y entonces por qué vienes a contarnos chismes a medias?
—Porque la identidad de este Príncipe no es el punto focal de la historia.
—¿Y cuál es?
—El Cuarto Príncipe de Ame ha pedido la mano del Tercer Príncipe de Taiyou.
—¿En matrimonio?
—¡Sí!
—Imposible
Curiosamente lo que la gente encontraba imposible era que el Emperador accediera a la propuesta matrimonial y no al hecho de que el Cuarto Príncipe de Ame hubiera decidido revelar su identidad a horas de terminar con las negociaciones. En opinión de los sirvientes era lógico que la belleza del Tercer Príncipe hiciera a la gente enloquecer.
No obstante, la noticia dejo de considerarse imposible cuando se supo que el Emperador se había reunido con el supuesto Cuarto Príncipe. Otro detalle que algunos encontraron interesante fue que inmediatamente después de esa reunión el Emperador recibió a Kotaro Shigaraki en una conversación privada que hizo sonar la alarma del palacio al considerar que la mano del Tercer Príncipe podía realmente estar en juego. Un hecho que pareció cimentarse cuando oyeron al Patriarca de los Hado afirmar que si alguien iba a casarse con el Príncipe iba a ser su hija, Nejire.
Todos los rumores giraban en torno al Tercer Príncipe, hasta el punto en que otras noticias como la elección del nuevo Médico Imperial, la partida de la mitad de los emisarios de Ame, y la discusión entre el Emperador y Lord Hizashi pasaron completamente desapercibidas.
En algún momento de esa tarde Saeko escuchó a una de las sirvientas que había estado en el grupo que limpió la habitación del Príncipe decir que este solía recibir visitas en su cuarto al anochecer. Hubo alguien que, alentado por la revelación que ella había hecho esa mañana sobre el té, llego a sugerir que las visitas que recibía eran de carácter privado. La cosa siguió escalando y los rumores no dejaron de volar; después de todo, era una de las pocas distracciones que tenían en su monótona vida. Y había muchos nobles que pagaban muy bien por las pequeñas gotas de información que salpicaban los pasillos del palacio.
Sin embargo, hacia el anochecer los rumores que se susurraban en los cuarteles de la servidumbre hablaban sobre el decaimiento en la salud del Príncipe. Lo cual para muchos era novedad pues habían supuesto que su reclusión era más por motivos personales que de salud. Durante la cena, Saeko encontró a Cara, la otra sirvienta asignada a las habitaciones del Príncipe y con quien se turnaba para atenderlo, inclinada en la mesa contándole al resto de la servidumbre que el Príncipe estaba en cama con fiebre.
—Preparamos un baño con agua fría ayer en la noche para él —susurró ella mientras todos la oían en absoluto silencio—, y el medico estuvo con él está mañana, incluso su padre vino a visitarlo en la tarde. Nadie lo dice en voz alta pero todos parecen temer que no va a sobrevivir a la fiebre.
—Tal vez solo está resfriado.
—Quien sabe, pero se ha pasado todo el día en la cama, delirando. Y cuando entramos en la tarde a cambiar sus sábanas, estaban empapadas en sudor y él no dejaba de llamar a su madre.
—¿A la Emperatriz? Pero si no la conoció.
—Tal vez quiera irse con ella.
El interés en el tema solo se avivó cuando los sirvientes supieron que Ina estaba familiarizada con sus síntomas; contenta con la atención, ella no perdió tiempo en detallar por completo el cuadro clínico. Demasiado cansada para participar en la conversación, Saeko se concentró en su cena antes de marcharse.
Se dirigía a las dependencias de los sirvientes cuando vio al mayordomo Sekijiro llamar a otras dos sirvientas que salían del comedor. Guiada por un impulso se ofreció como voluntaria y los acompañó hasta uno de los baños privados del palacio donde le ordenaron llenar una tina con agua fría. Y estaban terminando cuando la puerta se abrió dejando entrar a dos personas. Una de ellas era un hombre robusto y pequeño a quien Saeko no reconoció, aunque por el broche en la pechera y la túnica reglamentaria de los sanadores no tuvo problemas en identificarlo como el nuevo Médico Imperial, el sustituto del Doctor Yakumo.
El segundo hombre era Noche, el guardia del Emperador, que llevaba en brazos un bulto envuelto en una sábana. Un bulto que resultó ser el Tercer Príncipe vestido en una túnica de algodón ligera de color blanca que resaltaba su piel y que dejaba en evidencia el sonrojo en las mejillas y las manos.
—A la tina —ordeno el médico asumiendo el control de la situación. Saeko y su compañera se colocaron a los pies mientras Noche y el medico descendían al Príncipe, aún vestido, a la tina—. Sujeten sus piernas.
Por un momento Saeko creyó que estaba tocando una hornilla caliente tan alta era la fiebre, nada la preparó para los gritos agónicos que escuchó apenas metieron al Príncipe a la tina. El agua no estaba ni siquiera helada, era agua fresca perfecta para lavarse la cara y darse un baño en esa noche de finales de primavera, pero el Príncipe se convulsionó como si acabaran de hundirlo en hielo.
Empezó a gritar que estaba helada agitando brazos y piernas sin coordinación alguna en un intento por escapar, pero ambas lo sujetaron con fuerza mientras Noche y el Médico hacían lo mismo en la cabecera mientras otra sirvienta vertía agua sobre su coronilla para atemperarlo. Lo mantuvieron inmóvil hasta que los gritos finalmente cesaron, para entonces todos estaban empapados.
El Medico le tomó el pulso, lo ausculto por última vez y después procedió a medicarlo forzando su cabeza hacia atrás para depositar la medicina directamente en su garganta.
—Ya puede salir —dijo.
Noche lo levantó de la tina indiferente al chorro de agua que le salpicó el uniforme, y fue él quien lo sostuvo de los brazos –la única razón de que el Príncipe se mantuviera de pie– mientras Saeko y su compañera lo despojaban de su bata mojada, lo secaban con toallas frías y lo vestían con otra bata seca exactamente igual a la primera.
Saeko no pudo evitar experimentar culpa al ver las marcas de sus manos en la piel del Príncipe, aunque se alegró al tocarlo y sentir que, si bien tenía la piel caliente, su temperatura se había nivelado.
Tras vestir al Príncipe, el guardia Noche volvió a cargarlo en brazos antes de salir del baño con el Medico detrás, dejando a Saeko y a sus compañeras a cargo de limpiar el agua derramada y la tina.
—¿Crees que sobreviva? —preguntó una de sus compañeras.
—Por supuesto que lo hará —respondió la otra—. Tiene un montón de gente cuidando de él.
Saeko no dijo nada, le entristecía pensar que el Príncipe no viviría para comprometerse.
[...]
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