Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

4.14. Pasado VI

Título Alternativo: Hubo una vez una mujer que quiso ser libre.

[...]

Cuando Hizashi vuelve al palacio le sorprenden los cambios. No solo en la arquitectura, con los nuevos pabellones y las reformas en la Ciudad Imperial, o el ambiente festivo y su actitud desenfadada, un contraste absoluto con la rigidez entre las filas de sus oficiales, la mayor sorpresa es reencontrarse con su hermano.

El niño vestido con oro y seda que lo despidiera en las puertas de la Ciudad se ha convertido en un joven robusto con el aire de aquellos que disfrutan de la buena comida y carecen de preocupaciones en su vida diaria; ha perdido el aire infantil y en cambio lo recibe con la estoicidad propia de un monarca engalanado en sus ropas esplendorosas y su corona. Es aún más difícil encajar la idea de que el chiquillo rubio parado junto a él, quien desborda una energía palpable y viva, es su sobrino que se planta frente a él sin miedo en la cara y le pregunta si ha visto el mar.

—También he navegado en él —le dice y solo con eso se gana a su sobrino que insiste en conocer hasta el último detalle.

Pero la mayor sorpresa de todas es descubrir que Ayana Toyomitsu –la mujer que iba a convertirse en su esposa– es ahora la desposada de su hermano. Bellísima como años atrás, solo que ahora una Emperatriz en lugar de una niña amable.

—Bienvenido de vuelta, Príncipe Hizashi.

Hizashi le sonríe porque aún se acuerda del tiempo que compartieron antes de la guerra y de la amistad que cultivaron entonces. Una amistad que se reanuda casi sin esfuerzo pues Ayana sigue siendo encantadora, siempre curiosa sobre su vida lejos del palacio y con una avidez sorprendente por el mundo exterior; posee una risa fácil que hace eco en su hijo, quien no tarda en declarar a Hizashi como su persona favorita en el mundo. Y el apego es mutuo pues el propio Hizashi descubre que ser tío del pequeño Mirio es un regalo inesperado.

De hecho, la vida en el palacio es bastante más fácil y cómoda ahora que no tiene que encargarse de la política y la corte, todos lo tratan como el Príncipe que expulsó a los invasores y liberó la Ciudad de Alerath; sirvientes y oficiales le ofrecen una deferencia absoluta, Ayana y Mirio lo invitan con él a todas partes. El único que no parece realmente feliz con su regreso es el propio Emperador, que de pronto encuentra excusas para no estar presente en cenas o reuniones, pero Hizashi no presta atención, entre las invitaciones para asistir a las fiestas de la nobleza y el tiempo que pasa con su sobrino, a quien adora, no hay espacio para preocuparse por la frialdad de su hermano.

No hay tiempo para desperdiciar en nimiedades cuando su regreso al palacio trae consigo el recuerdo de su primer amor y la terrible forma en la que terminó. Es un recuerdo que vuelve a él cuando ve al Emperador y a su Emperatriz presidir cada fiesta en el palacio mientras las doncellas solteras encuentran excusas para acercarse, y conforme su vida en el palacio se convierte en rutina y la guerra se transforma en una memoria lejana, Hizashi se descubre anhelando buscar Shouta, pero cada vez que baja a las barracas a entrenar o cenar con los oficiales su resolución se desvanece ante la remembranza de una sola frase.

"No te quiero"

Un día ve a Shouta a lo lejos, entrenando con otro grupo de jóvenes tan enfrascados en su tarea que ninguno de ellos se percata de la persona que los mira desde la ventana del segundo piso. Y ese amor absurdo que se aferró a su corazón durante su adolescencia vuelve a sacudirlo solo que en esa ocasión en lugar de procurarle felicidad lo que hace es llenarlo de melancolía porque ahora comprende que ese sueño de compartir su vida con su antiguo amor está destinado a morir en el silencio y las responsabilidades, así que permanece ahí hasta que el campo de entrenamiento se vacía y después vuelve al palacio a embriagarse como lo ha hecho cada vez que se acuerda del rechazo y la miseria.

Por última vez, se dice, la despedida adecuada para los sueños de un muchacho egoísta. Así lo encuentra Ayana, que ha tomado la costumbre de buscarlo en las tardes perezosas mientras Mirio disfruta de su siesta vespertina y el Emperador preside las reuniones del consejo. Es ella quien se sienta frente a él con su expresión curiosa y preocupada.

—¿Qué pasa?

Y Hizashi se lo cuenta.

Porque ella es su amiga, porque la amargura que siente ha llegado a un punto en que no puede permanecer dentro de él, porque esta ebrio y no considera las consecuencias. Sin importar la razón Hizashi le abre su corazón. Le habla de Shirakumo, de su muerte, y como Shouta y él encontraron consuelo el uno en el otro. Le cuenta de ese frágil y absurdo amor que no supo sobrevivir a la realidad.

—Iba a renunciar a todo por él y él no lo quiso. No me quiso.

Y lo repite una y otra vez casi derribando la segunda botella que hay en la mesa cuando intenta servirse otra copa. Está tan ebrio que cuando Ayana viene a sentarse a su lado, él no reacciona. No reacciona cuando siente los dedos largos apartarle el pelo de la cara. No reacciona cuando siente la presión en su rodilla.

—Yo te quiero —oye decir pero no está seguro de haber oído correctamente porque la sangre que le ruge en los oídos lo ha dejado sordo y el calor del vino cabalga por su venas como una marejada viva destruyendo sus inhibiciones y dudas. Y entonces su cerebro hace lo mismo que ha hecho antes cuando busca consuelo en brazos ajenos mientras su mente añora un solo rostro y un amor imposible. Lo que hace al sentir el roce de unos labios esponjosos contra los suyos es conjurar la imagen de Shouta y de ahí todo lo demás es borroso.

Es terrible y absurdo.

Lo siguiente que sabe es que su hermano está gritando, que el mundo se agita, y que esta en el suelo desnudo escupiendo sus intestinos. La conciencia no trae consigo una explicación pues lo que sucede esa noche para él está perdido, enterrado en alcohol, miseria y amargura; una amargura que solo crece cuando comprende su error.

Tras ello la vida en el palacio se vuelve insoportable, pasa más tiempo esquivando a la Emperatriz y a Mirio que entrenando; se vuelve costumbre aceptar las invitaciones de las familias nobles que aún sueñan con casar a sus hijas con uno de los príncipe de la casa imperial, todo con tal de darle espacio a su hermano que se ha negado a mirarlo a la cara desde esa noche. Y por eso se sorprende cuando el Emperador entra en sus habitaciones sin aviso de ninguna clase.

—Aki-

El Emperador lo corta con un ademán brusco antes de envararse para enfrentarlo.

—El consejo me informa que las pandillas que asolan las Tierras Libres aún continúan su costumbre de cruzar nuestras fronteras para robar. Se han vuelto temerarios a causa de la guerra, pues la mayoría de nuestras tropas fueron movilizadas al Este. Es momento de ponerles un alto.

La orden es clara, también es claro que la situación es tan solo una excusa para sacarlo del palacio. No importa. Casi espera que la distancia consiga suavizar las tensiones entre ellos.

—Me encargaré del problema, Aki.

—Saldrás mañana —y está listo para dar media vuelta y marcharse cuando Hizashi se apresura a interceptarlo.

—Cometí un error —le dice esa noche con toda la honestidad que consigue reunir a fin de ofrecerle esa disculpa que su hermano se ha negado a escuchar en cada ocasión—, y me disculpo por ello aunque no hay disculpa suficiente para hacerte entender lo mucho que lamento mi estupidez. Entiendo que no tienes obligación alguna en perdonarme. Entiendo que-

—Ayana está embarazada.

Hizashi siente vértigo.

—Considerando que he visitado a mi consorte regularmente desde ese día, quiero suponer que este hijo es mío.

—Por supuesto que lo es —responde Hizashi con la voz seca.

—Si no lo fuera —continúa el Emperador mirándolo a la cara—, me vería obligado en ordenar la ejecución de la Emperatriz, además de ordenar el exilio de mi hermano.

—Ayana no tiene la culpa...

—No, la culpa es tuya.

Ante eso Hizashi no tiene respuesta, pero su silencio parece ser la chispa necesaria para que la ira de su hermano finalmente estalle.

—Tú renunciaste a la corona, no puedes volver y creer que voy a entregarte todo lo que es mío.

—No, Aki, no, ¿de qué estás hablando?

—Eres el favorito de todos, Hizashi. Incluyendo a mi esposa. Siempre lo has sido. ¿Sabes lo que me dijo esa noche? Me dijo que deseaba convencerte de recuperar el trono. 'Podría hacerlo', me dijo, 'si quisiera. Tiene la lealtad del ejército y la aprobación del Clan'. Mi propia esposa.

—Ayana se equivoca. El imperio es tuyo y no planeo exigir nada.

—Ahora. En el futuro tal vez cambies de opinión.

—No.

—Entonces abandona tu título, no más Príncipe Hizashi, y cuando tu tarea en la frontera termine renunciarás también al control del ejército, y me jurarás aquí mismo que no volverás a interferir en mi corte o con mi familia.

—¿Eso arreglará las cosas entre nosotros?

—No, pero tú siempre quisiste una vida sin complicaciones, ¿verdad? Ahora puedes tenerla.

Y es así como se convierte en Lord Hizashi, embajador y mensajero. Un tío ausente que no suele involucrarse en las cuestiones de la corte, que se entera por terceros de los viajes que realiza la Familia Imperial a la Ciudad de Alerath, y que nunca esta para celebrar cumpleaños ni logros.

Tras la muerte de Ayana, Hizashi hace un esfuerzo por integrarse a la vida de la corte a fin de ofrecerle consuelo a su hermano y a sus sobrinos, pero el desprecio de su hermano sigue latiendo con la misma fuerza y la culpa sigue viviendo en él como hierba mala que nunca muere y aunque se instala en la Ciudad su alma errante sigue llamándolo. Le resulta imposible permanecer durante largas temporadas en el mismo lugar, especialmente cuando éste está cargado de recuerdos.

La única razón que lo anima a permanecer en el palacio es Mirio, el único capaz de arrancarle una sonrisa y el único que lo busca activamente cada vez que está de visita. Conforme lo ve crecer Hizashi se descubre en sus ojos y en el hambre que tiene por salir y conocer el mundo. Mirio es el favorito, suyo y del Emperador, que lo adora de todas las formas posibles.

No sucede así con Neito, el favorito de la Emperatriz, que tras la muerte de ésta se convierte en la sombra de su hermano, y es como ver de nuevo una repetición del pasado. El hermano mayor –el favorito, el heredero– con esa energía desbordante y esa pasión única, cuidando de un pequeño niño que parece destinado a perderse entre los muros de un palacio inmenso. Un niño que busca la aprobación de su padre y que solo recibe un trato cortés y distante de parte de su tío.

Las similitudes entre la infancia de Neito y el Emperador son obvias, pero a diferencia de su padre Neito posee una habilidad única para desenvolverse en la corte como un Príncipe implacable. Donde Mirio es encantador, Neito es perspicaz. Si Mirio es la ofensiva, Neito es la estrategia. Tan únicos y enérgicos que absorben la atención de la corte y el mundo, y por esa razón nadie piensa en el tercer hijo. Ni siquiera Hizashi.

Hay muchas cosas que Hizashi no sabe. Él, al igual que todos, es ignorante de la guerra que sostenían el Emperador y la Emperatriz. Una guerra que parecía haberse calmado tras el nacimiento de Mirio, pero que resurgió más cruda que nunca esa noche terrible.

Tras la traición de su esposa, el Emperador la obliga a cumplir con sus deberes matrimoniales y ella lo odia por ello, pero la concepción de Neito no aplaca la ira, tan solo la encrudece. El Emperador comienza a beber y la Emperatriz toma la costumbre de llevarse a sus hijos a la Ciudad de Alerath, por periodos largos y cada vez más frecuentes. Esa ausencia tan solo sume al monarca en un estado de paranoia pues no tarda en convencerse de que tiene un amante, una certeza que termina por cimentarse cuando ella le anuncia que vuelve a estar embarazada y que tiene planes de instalarse en la Ciudad de Alerath.

—¿Es mío? —le pregunta mientras el vino le amarga la boca.

—Tal vez —responde ella con esa frialdad que se ha convertido en un gesto característico—. O tal vez sea como Neito.

—Neito es mi hijo.

—Por supuesto. Me los quitaste, ahora solo hablan de ti. Padre esto, padre aquello. Te miran como si fueras el sol cuando en realidad no eres nada. Incluso Neito. Mi Neito. Creí que podía quedarme con él... no, no, no..., este hijo será mío. Solamente mío. No dejaré que lo toques. No dejaré que te vea. No serás su padre.

—Si es mi hijo-

—No, este no. Quédate con los otros. Ellos que te llaman padre y se iluminan cuando te miran. Que te baste con ellos. Este es mío. Mío. Y tú no puedes tenerlo.

Y eso parece ser todo, ella se marcha antes de que pueda responderle y él decide visitar a sus concubinas para recibir el consuelo que merece. No obstante, los planes de Ayana sufren un revés cuando el Médico Imperial le prohíbe viajar tras un sangrado inesperado y cuando ella se atreve a desafiar la orden el resultado es ser confinada a su alcoba durante el resto de su embarazo, aunque eso no mitiga el riesgo que corre. Un riesgo que se convierte en una sentencia cuando finalmente llega el momento del parto y tras horas y horas de esfuerzo, no hay avances.

—El bebé no está posicionado —le explica Yakumo, el doctor de cabecera, al Emperador en esa tarde de lluvia en la que todos los nobles se reúnen en el anfiteatro ajenos a lo que sucede en el palacio—. Voy a tener que girarlo, pero... Majestad, la situación es delicada, la Emperatriz está exhausta y...

—No la dejes morir.

—La Emperatriz quiere-

—¡Ve!

—Por supuesto, Majestad.

La espera le resulta insoportable. En el nacimiento de Mirio hubo emoción y orgullo y cierta satisfacción cuando el médico salió a la sala para mostrarle a su hijo recién nacido, el de Neito lo encontró en su alcoba, bebiendo; este último está plagado de silencio pues el Emperador ha obligado a todos los sirvientes a marcharse. Solo están él y Noche en la salita de la habitación mientras al otro lado de las mamparas adornadas con pétalos se oyen los quejidos de una mujer que sufre.

Un grito agónico arranca al Emperador de su parálisis y apenas un latido después se oye un llanto estertor que lo impulsa a moverse. Antes de darse cuenta está rodeando las mamparas para mirar la escena que ocurre al otro lado de ellas y desde ahí ve a la Emperatriz extender los brazos mientras ruega que le enseñen a su hijo.

Resulta hipnótico y sorprendente ver el cariño en los ojos celestes, una devoción palpable absolutamente desconocida para él. La idea de que esa mujer orgullosa y veleidosa pueda ablandarse por una criatura insignificante cuando ha sido él quien la ha cubierto en gloria, joyas y esplendor es aberrante.

"Será mío" había dicho. Y no había mentido.

—Majestad —murmura el médico tras lo que parece una eternidad mientras el Emperador sigue mirando la misma escena como si fuera un bucle interminable—... no puedo parar el sangrado. No es-

—¿Qué significa? —pregunta el Emperador furioso.

—Que voy a morirme —responde Ayana alzando por primera vez la cara para mirarlo. El cariño se ha ido y lo único que queda ahí es el mismo desprecio de siempre.

—¡No! —y no importa lo que diga después o las ordenes que grite, el médico Yakumo se limita a sacudir la cabeza con resignación. La idea lo paraliza.

En el silencio que sigue a su declaración las sirvientas salen cargando las cubetas con el agua sucia y los retazos de tela ensangrentados, con ellas se marcha el asistente del doctor Yakumo y los únicos que se quedan atrás son Noche, de pie en su esquina absolutamente quieto, y el doctor Yakumo, quien se acerca para tomar al bebé de los brazos de su madre.

—Por fin seré libre —añade ella viendo al bebe alejarse.

—Majestad —dice Yakumo extendiendo el bulto hacia él, pero Emperador no lo mira pues sus ojos están fijos en la mujer que persiguió durante años y que terminó por hacerlo miserable.

—Dijiste que no era mío.

Por primera vez en su vida la vio titubear, su expresión despreciativa se borró por completo y el miedo se instaló en su cara como una mancha terrible. Ya no se pavoneaba con la gracia de una ave orgullosa, ahora solo parecía un pichón aterrado.

Era sorprendente.

—Es tu hijo —balbuceó ella—. Al igual que todos los demás.

—Eso no fue lo que dijiste antes.

—Mentí.

—¿Y no mientes ahora?

—¡No!

—No te creo.

—¡Es tuyo!

—Pues no lo quiero

Las emociones que se dibujaban en su rostro eran sorprendentes, verla rogar aliviaba la miseria dentro de él... pero no era suficiente.

—Retuércele el cuello —ordena el Emperador sin mirar al médico. No, sus ojos siguen fijos en la bellísima mujer que durante años se limitó a mirarlo con desprecio y rencor. Hay cierta satisfacción en ver que la última imagen que tendrá de ella será la de su cara llena de pánico y miseria.

Ahora te lo devuelvo.

—¡No! —grita ella haciendo un esfuerzo por levantarse pese a que la reacción del médico es retroceder para mirarlo con una expresión aterrada—. ¡No le hagas daño!

Ellos no son los únicos que se mueven, en su periferia capta una sombra sacudirse y al girarse descubre a un niño encogido en el rincón vestido con la ropa de la servidumbre. Lo ha visto antes y sabe que es hijo de una de las sirvientas que sirven en el palacio. Sin detenerse a pensar le hace una seña para que se acerque y cuando éste obedece apunta con su dedo al bebe que ha empezado a llorar una vez más.

—Tómalo, es tuyo —le dice, pero el niño se mueve, se limita a mirar al bebé con ojos de espanto antes de girarse hacia al Emperador una vez más—. Sácalo de aquí y tíralo en el pozo.

—¡No! —grita Ayana más pálida que antes y con la huella de la muerte tan clara que resulta inconfundible.

—Yakumo, mátalo.

—¡Majestad! —exclama el doctor Yakumo sin hacer ademán de moverse.

—Noche, llévalo al bosque y déjalo ahí.

—Majestad —añade Noche en un tono controlado pero con una tensión casi imperceptible. Una sola palabra y el Emperador entiende que el guardia tampoco aprueba la situación.

—Por favor, Majestad —dice el médico uniéndose a los ruegos desesperados de la madre, y cuando ella se queda sin fuerzas él continúa como si fuera su propia vida la que se balancea sobre un cuchillo.

Todos contra mí.

Ante esa certeza el Emperador avanza hasta posicionarse a los pies de la cama y desde ahí contempla a su esposa con ojos implacables.

—¿Es mío?

—¡Sí! ¡Sí!

—¿Lo juras?

—Por la vida de Mirio y de Neito. Por mi vida y la de mis hermanos. Te lo juro. Te lo juro. Déjalo vivir.

—De acuerdo —responde el Emperador—, te complaceré en esto igual que te he complacido en todo. Te ofrecí un imperio y tú no lo quisiste. Te ofrecí mi corazón y tú lo despreciaste. Te lo ofrecí todo y tú me escupiste. No importa. Te daré esto porque es lo que pides. Lo dejaré vivir.

—Gracias.

—No lo agradezcas porque también cumpliré tu deseo. 'No dejaré que lo toques. No dejaré que te vea. No serás su padre.' Eso fue lo que dijiste. Y así será. De mí él no tendrá nada. Ni mi atención, ni mi aprobación, ni mi cariño. Tal como lo querías. Voy a guardarlo durante el resto de su vida y cuando un día me pregunte 'por qué' le diré la verdad. Le diré que eso fue lo que su madre quería.

Cuando ella llora no hay satisfacción, tan solo un vacío inmenso que parece extenderse hacia el infinito. Oírla ofrecer disculpas tampoco alivia la amargura que anida dentro de él. Y es terrible que aún en la muerte, quieta y pálida, ella siga siendo hermosísima e inalcanzable.

—Rogaste en su nombre —dice el Emperador girándose para mirar al doctor—, te hago responsable. No quiero verlo ni oírlo, no quiero saber que existe. Tu trabajo es mantenerlo bajo control.

—Por supuesto, Majestad.

Y eso es todo, él se marcha de esa habitación que huele a sangre sin dejar de pensar en la que fuera su esposa. "Será mío", había dicho ella sin entender que todo lo que le pertenecía también le pertenecía a él. Ese niño era suyo, así como el resto también lo era, y por el amor que le había tenido a esa mujer desagradecida, cumpliría con su promesa.

Con el tiempo se olvidó de él, no así de su esposa que era un recuerdo constante y una herida eterna. Maravillosa e indomable, feroz y altanera.

[...]

Aunque no al final, se dice de vuelta en el presente empinando la botella que lleva consigo. Al final la hice suplicar.

—Me gustaría verlo de nuevo —dice en voz alta

—¿Majestad? —pregunta Noche que no se ha movido.

El Emperador se levanta, tambaleándose de inmediato ante el súbito cambio de posición, entonces avanza hacia la salida sin mirar atrás.

—Si tiene suerte la fiebre lo matará.

—¿Y si no?

El Emperador sonríe mientras pasa junto a él y lo deja atrás.




[...]


N/A

Y por fin. Por fin. He terminado con el viaje al pasado. Creo que lo he resumido lo más posible sin que resulte chocante. No sé. AGGGG. 

Entonces, ahora sabemos por qué el Emperador trata así a Denki. Y por qué Hizashi es Lord y no Príncipe como corresponde a su título. También vimos a Noche pequeñito, y qué fue lo que sucedió con Neito. 

¿Es Neito hijo del Emperador o no? Pues esa es la cuestión mis lectores. No lo sabemos. Pero el Emperador lo usa para controlar a su hermano. Y porque en el fondo él también lo duda. Aún si lo fuera él no podría reclamar el trono a menos que Mirio muera. En fin.

Gracias por leer. Gracias por el apoyo y espero verlos pronto. ¡Saludos!


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro