4.12. Pasado IV
Título Alternativo: Hubo una vez un niño al que se le dio todo.
[...]
Cuando Hizashi se va, Aki se queda solo. Es Emperador con once años y no tiene a nadie, a nadie excepto a los administradores y consejeros que no tardan en sugerirle asignar un Regente. Y todos tienen candidatos, todos ellos nobles que aseguran ser leales al imperio de pies a cabeza.
—El Emperador necesita tiempo para pensar —ordena Noche una tarde cuando todos discuten vehementemente en la sala de trono pidiéndole elegir mientras Aki los mira en silencio.
—Su Majestad debe tomar una decisión.
—Y cuando lo haga se comunicará con ustedes —responde el guardia y nadie se atreve a desafiar su expresión amenazante. Es Noche quien se asegura de esperar junto a la puerta hasta que todos salen para sellar la entrada antes de acercarse al pequeño que espera en el trono envuelto en sus ropajes de seda.
—¿Qué hago? —preguntó Aki alzando la cara para mirar al guardia
—Lo que quiera, Majestad. Usted es el Emperador. Si no quiere un Regente, no tiene por qué tener uno.
—No sé hacer esto.
—Nadie sabe gobernar, Majestad. Todos aprendemos.
—Pero no entiendo nada de lo que me han dicho.
—Escuche a sus consejeros, Majestad, un buen gobernante no es aquel que sabe todas las respuestas, sino aquel que escucha a la gente que las tiene.
Aki lo medita, se retuerce los dedos que sobresalen de sus mangas amplias y después frunce el ceño.
—¿Tengo que decidir ahora?
—No, Majestad, puede hacerlo mañana.
Aki sonríe y se marcha a comer.
Aún a su corta edad el Emperador no tarda en comprender que, pese a su actitud amenazante y fría, el nuevo Noche es en realidad un Guardia solicito, competente y extremadamente formal, muy diferente del niño que le habían asignado antes. Pasará mucho tiempo para que comprenda finalmente que el Clan había escogido a dos de sus mejores soldados para servir a los dos príncipes sobrevivientes en lugar de asignarles escoltas que crecieran y aprendieran con ellos. Noche especialmente tiene una habilidad única para explicar detalles que el Emperador no ve debido a su edad, es capaz de adelantarse a sus deseos y siempre es el primero en ahuyentar a los consejeros cuando el Emperador exigía un descanso.
Siendo Noche la persona encargada de tener a los nobles en línea, el Emperador mantuvo el poder y la autoridad en la corte pese al peligro que supone ser un niño en una corte de hombres ambiciosos. Sin embargo, eso no le impide oír los murmullos, las advertencias veladas que los nobles hacen sobre el Clan, especialmente en contra de Noche, a quien guardan rencor por lo que suponen es el poder que tiene sobre él.
"Usted es el Emperador, Majestad, no permita que le arrebaten el trono"
Siendo un niño Aki no consigue entender a lo que se refieren así que le pregunta a Noche, que le explica con calma los recelos que los nobles tienen hacia el Clan y las razones de estos. Con el tiempo el Emperador descubre que los nobles suelen perder la compostura cuando en alguna de sus reuniones él se gira para preguntarle directamente a Noche '¿y tú que opinas?'.
—Majestad —interrumpen ellos con sus caras agrias—, este no es asunto que requiera la intervención del Clan.
Pero el Emperador escucha la respuesta de Noche antes de tomar una decisión, lo hace así porque encuentra divertido ver la cara ofendida de los ancianos que contienen su ira frente a él, y porque a fin de cuentas Noche nunca le reprocha su actitud. De hecho, nadie en el palacio se atreve a contradecirlo.
"Cuando sea Emperador haré lo que quiera", su hermano había tenido razón y aunque pensar en el dolía, pronto encontró consuelo en la vida esplendorosa y gratificante que suponía tener todo a su disposición y la última palabra.
Ni siquiera las cartas de Hizashi lograban deprimirlo. Mensajes larguísimos y aburridos, llenos con detalles de batallas que no tienen sentido o con reflexiones que a su edad no consigue entender. La guerra, para él, es un concepto rarísimo, pues la vida en la corte no cambia demasiado, la gente celebra fiestas como en cualquier tiempo del año, y el tema solamente se toca cuando se encuentran en las reuniones del consejo. Y cuando los jóvenes de la nobleza hablan de las victorias de su hermano, lo hacen con expresiones de asombro y envidia que parecen indicar que Hizashi disfruta de un momento glorioso en su vida.
Siendo el niño que es, Aki supone que su hermano ha elegido la grandeza y la fama en lugar de una vida en el palacio, con el hermano que no quiere y con la persona que le rompió el corazón. Esa idea se convierte en un sombra pesada que alimenta el rencor que vive ahí.
Un rencor que empieza a mutar el día que el consejo discute un problema con los impuestos. La explicación es aburridísima y Aki no se molesta en prestarle atención –ha descubierto que no necesita hacerlo pues al final ellos se pondrán de acuerdo–, solo que en esa ocasión es claro que la discusión no va a solucionarse. En el receso que solicita para pensar, Noche le explica cuidadosamente el problema.
—Todas las Ciudades del Este se han retrasado en el pago de sus impuestos por cupa de la guerra. Lord Toyomitsu ha venido para solicitar un aplazamiento de Su Majestad. Pero Lord Hado considera que es una injusticia que no puede permitirse.
Añade más cosas pero todo lo que el Emperador entiende es que hay gente que no contribuye a las arcas del Imperio y que su ejército necesita dinero para mantenerse, así que cuando deja a los nobles volver decide aceptar la sugerencia de Lord Hado ordenando que las tropas imperiales se retiren de todas las ciudades que se nieguen a pagar impuestos. Su orden hace estallar decenas de voces que discuten entre sí a toda velocidad, pero no hay nada que ellos puedan hacer para revertir la decisión del Emperador.
—Majestad —la potente voz silencia el resto de las conversaciones.
Al mirar hacia su interlocutor, el Emperador reconoce a inmediato a Eraser, líder del Clan, con su pelo gris y sus ojos de acero. Lo reconoce por su uniforme negro y su emblema en el pecho, pese a que nunca han hablado cara a cara. Y aunque el hombre aparece esporádicamente en las reuniones del consejo, no suele participar. Hasta ese momento.
—¿Qué pasa?
—Me temo que debo ejercer mi derecho al veto.
Y es en ese momento que el Emperador aprende que su voluntad no es absoluta. Eraser se niega a retirar las tropas imperiales de las ciudades amenazadas por los invasores del Este sin importar cuantas veces se lo ordenen. Cuando finalmente el Emperador pierde la paciencia y le grita que obedezca, el hombre se limita a responderle con toda calma.
—El deber del Clan es proteger a la Familia Imperial, pero también servir al Imperio de Taiyou. Sus súbditos lo necesitan, Majestad.
El Emperador exige otro aplazamiento donde se reúne en privado con Noche y uno de sus consejeros de mayor confianza, ambos le explican con calma lo que significa el Veto y lo que representa para él.
—¡Pero soy el Emperador! —grita en un arranque de furia pateando una de las mesitas de la sala en la que se han encerrado. Su ira no cambia nada—. ¡Noche! ¡Dile a Eraser que se aparte!
—Lo siento, Majestad, pero él es el líder del Clan y por tanto le debo obediencia.
—¡Pero tú me sirves a mí!
—Por supuesto, Majestad, pero no tengo poder ni autoridad para interferir en las decisiones del líder.
La humillación que supone aceptar un aplazamiento arde en él como un incendio fuera de control, y el rencor solo se intensifica cuando la situación vuelve a repetirse apenas unos meses después cuando Eraser se niega a penalizar a las Ciudades que han quebrantado el plazo de los impuestos. Lord Hado tampoco está contento y el Emperador lo deja criticar en voz alta al Clan y no se molesta en contradecirlo. De hecho, siente alivio al saber que no es el único enfadado con Eraser, a quien acusan de favorecer a las casas del Este.
Curiosamente esa pequeña afinidad consigue que el Emperador acceda a asistir por primera vez a una de las fiestas que la familia Tsuburaba patrocina –amigos eternos de los Hado–, es ahí donde descubre que mientras él se encierra en el palacio como un niño abandonado, las reuniones sociales de su corte cuentan con la exquisita presencia de la Joya de Alerath, a quien sus padres han trasladado a una de las haciendas cercanas a la Ciudad Imperial dada la amenaza que suponen la guerra que se libra en el Este.
A sus dieciséis años la hija de los Toyomitsu ha florecido como una especie única y brillante, aún baila con ese encanto divino capaz de arrebatar el aliento pero su sonrisa de niña se ha transformado en el gesto tentador de una doncella esplendorosa. No resulta extraño verla rodeada de hombres y jóvenes que se pavonean a su alrededor como aves gordas e inútiles.
A fin de verla en persona con regularidad, el Emperador le ordena a su gente organizar veladas sociales en los salones del Palacio. Todos los jóvenes de la corte son invitados, incluida Ayana, y el Emperador pasara noches enteras viéndola deslizarse por el salón como una aparición. Cada vez que la ve desplazarse por la pista del baile en brazos de otro hombre las manos le pican mientras la bilis asciende por su garganta; cuando ella se acerca y su perfume lo alcanza, su cuerpo se convierte en un nudo de nervios que parecen sacudirse simultáneamente. Es verla y olvidarse de todo.
En la fiesta de su cumpleaños número quince, el palacio se engalana con sedas y joyas. Una hilera interminable de nobles se acerca al trono para felicitarlo, ofrecerle un regalo y retirarse para disfrutar de la fiesta. Ayana acompaña a su padre, una visión de joyas y exquisitez imposible de describir.
—Feliz cumpleaños, Majestad —lo saluda ella ofreciéndole una diminuta sonrisa junto a una reverencia pronunciada. Es más de lo que le ha dicho nunca y su sangre se revuelve ante el sonido de su voz.
Durante meses no hace otra cosa que mirarla, de aceptar sus reverencias cuando llega y se retira sin apenas decir palabra, eso hasta que oye los rumores de que Lord Toyomitsu se ha rendido al buscarle un marido y la sola idea de casarse con ella lo hace flotar en una nube de excitación y felicidad pura. En algún momento menciona sutilmente que ha pensado en buscar una Emperatriz y en menos de dos días tiene una lista interminable de invitaciones privadas de parte de los nobles más acaudalados de su corte. Ninguna de ellas pertenece a Lord Toyomitsu.
El Emperador se toma su tiempo, asistiendo a cada fiesta y reunión social asegurándose de bailar con las hijas solteras que se alinean para él, aunque ninguna de ellas es Ayana. Durante semanas se asegura de admirar en voz alta la belleza de la Joya de Alerath cada vez que Lord Toyomitsu se encuentra cerca, e incluso se atreve a enviarle un caballo de regalo bajo la excusa de su cumpleaños. Nada de eso parece funcionar. Hasta que finalmente en una noche fresca mientras él se retira temprano de una fiesta, se topa con el sequito de Ayana que se alista para marcharse. Con ella se encuentra su dama de compañía y una pareja de guardias, todos se inclinan en una reverencia formal ante él.
—Que descanse, Majestad —dice Ayana con la evidente intención de marcharse.
—Es una noche preciosa —responde él—, sería agradable pasear por el jardín un momento.
—Es en verdad hermosa, Majestad, pero-
—No tomará mucho tiempo.
No es una orden propiamente dicha pero las implicaciones son claras. Ella parece entenderlo porque asiente antes de indicarle a sus acompañantes que la esperen. El Emperador también deja a Noche con ellos y ambos se adentran en el camino empedrado bajo las dos lunas en el cielo. Sus rayos plateados se reflejan sobre las hebras rubias que adornan la cabeza de Ayana creando un efecto de luz asombroso.
—Eres hermosa —murmura el Emperador deteniéndose para mirarla de la cabeza a los pies. Era más alta que él, más esbelta y delicada también, con sus ojos celeste bordeados con unas pestañas gruesas y un mentón ligeramente puntiagudo que acentuaba lo largo de su rostro.
—Gracias, Su Majestad.
Viéndola de pie frente a él y sabiendo que están absolutamente solos, el Emperador reúne el valor para tocar el tema de frente.
—He pensado en casarme.
—Lo felicito, Majestad.
—Mi Emperatriz lo tendría todo.
—Será una mujer dichosa, Majestad.
—La dejaría gobernar a mi lado.
—Muy generoso de su parte, Majestad.
—Las candidatas son excepcionales, pero ninguna posee tu belleza.
—Su Majestad es extremadamente generoso.
El Emperador observa su rostro fijamente pues la conversación no parece estar yendo a ningún lado, y no quiere creer que ella sea tan necia como para no entender lo que está insinuando. Ayana en cambio no lo mira, tiene los ojos fijos en el suelo, las manos sujetas en un gesto dócil, pero la expresión de su cara se asemeja demasiado a la de un conejo en alerta.
—¿Qué pasa? ¿De qué tienes miedo?
—No es miedo, Majestad.
—¿Entonces que es?
—...
—Habla.
—No es nada, Majestad, simplemente soy una mala compañía.
—Esa no es la respuesta a mi pregunta.
—Me disculpo inmensamente, Majestad; por desgracia no puedo ofrecerle una respuesta satisfactoria.
—¿Por qué no?
—Me temo que la honestidad podría ofenderlo.
—No lo hará.
Solo entonces ella alzó los ojos y lo miró.
—¿Puedo contar con su palabra, Majestad?
—Por supuesto. Nada de lo que digas está noche me hará enfadar. Ahora dime, ¿de qué tienes miedo?
—De que me pida casarme con usted.
Siendo que no se espera esa respuesta el Emperador permaneció momentáneamente mudo, poco después empezó a sentir el rubor ascenderle por el cuello.
—Sería un honor que te quisiera —masculló con vergüenza haciendo que sus manos se transformaran en puños.
—Por supuesto, Majestad, pero no está en mis planes casarme. Si lo fuera hace años que habría aceptado a los candidatos que mi padre me ha sugerido.
—¿Cómo te atreves a compararme con ellos?
—No lo hago, Majestad, nunca me atrevería. Por favor, no tome esto como una afrenta personal, es una decisión mía, un capricho que mis padres me conceden. Nada más. Si la verdad-
—No es la verdad, sé que no lo es, recuerdo que tenías intenciones de casarte con mi hermano. ¿Qué ha cambiado ahora?
La respuesta de Ayana fue una sonrisa, un gesto diminuto que provocó en Aki una sensación aberrante porque parecía decir "Nada". Y supo entonces que la única razón de que ella siguiera esperando era porque seguía empeñada en casarse con su hermano.
Y esa idea le dio nauseas.
[...]
N/A
¿Qué pasa cuando planeas un viaje al pasado e intentas condensarlo en un par de capítulos y la cosa se desmadra y todo indica que serán cinco? Pues que la autora sufre de una crisis de identidad.
Lo siento. Este viaje al pasado esta tomando demasiado.
Quiero que sepan que no es mi intención que sientan pena por el Emperador (que pueden sentirla), sino más bien mostrar el poder que este tiene sobre Hizashi, Aizawa, y su familia en General. Pero dejemos las excusas. Siendo que ya se acerca el último capítulo de nuestro flashback espero retomar nuestras actualizaciones regulares. Saludos y que pasen un buen fin de semana.
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