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4.11. Pasado III

Título Alternativo: Hay rencores que enmudecen el alma.

[...]

En la antigüedad existió un pequeño principado que se extendía a lo largo de toda la zona Este del continente, con el tiempo este principado se adhirió al Imperio bajo un matrimonio auspicioso entre la única hija del Emperador en turno y un Príncipe extranjero; sin embargo, la región estaba tan acostumbrada a la independencia que el repentino cambio de autoridad paso casi desapercibido para sus habitantes si bien se cambiaron las banderas que adornaban las fortalezas y las festividades se ampliaron para celebrar a su nuevo regente.

Cuatro ciudades importantes florecieron bajo la nueva administración, una de las cuales fue la Ciudad de Alerath, gobernada por la familia Toyomitsu que controlaban el mercado de marisco, pescado y pulpo de casi todo el Imperio.

Los Toyomitsu solían presumir de su legado, afirmaban ser descendientes de la familia real que existió en el pasado y se consideraban soberanos por derecho propio. Y por eso cuando se presentó la oportunidad enviaron un mensaje al Palacio Imperial invitándolos al cumpleaños de su hija, una princesa primorosa y encantadora que poseía la sangre brava de sus antepasados.

A sus quince años Ayana era considerada la Joya de Alerath, con sus imposibles ojos celeste bordeados por pestañas larguísimas, su pelo tan rubio que parecía plata fundida en hebras delicadas, y una sonrisa vibrante que reflejaba el sol. Quienes la conocían sabían que era una muchacha que podía montar con el mismo brío que sus hermanos y al mismo tiempo bailar con la candencia de un ente divino. Si dijéramos que había cien pretendientes haciendo cola por ella habríamos escarbado la capa más superficial del grupo de hombres que contaba los días para poder casarse con la que a todas luces prometía ser la mujer más hermosa del mundo.

Los Toyomitsu recibieron al Emperador y su cohorte con una celebración única que incluía bailes, desfiles y banquetes dignos de la Familia Imperial. La última de las actividades en el primer día incluía un baile tradicional con un puñado de bellísimos bailarines que eventualmente se apartaron para dar paso a una muchacha hermosísima que hizo a los hombres contener el aliento. Era una visión tan esplendorosa que incluso Hizashi se conmovió, para su hermano sin embargo la visión fue un golpe directo a su corazón y durante toda la noche permaneció mudo y quieto mientras veía a la visión charlar con el resto de los invitados.

Durante los días que siguieron ambos Príncipes se vieron invitados a todas clase actividades; los tres hijos de los Toyomitsu solían aparecer temprano para llevarlos a montar, recorrer la ciudad y navegar en sus barcas preferidas. Cada tarde volvían para asistir a los banquetes protocolarios que la familia Toyomitsu celebraba con el resto de los nobles de la región, en cada uno de ellos Ayana solía pasarse las horas bailando, y aunque no solía reír su diminuta sonrisa era recompensa suficiente para todos aquellos que se inclinaban ante cualquier gesto suyo.

A nadie le sorprendió oír que la belleza de la muchacha había cautivado a la Familia Imperial, pero el rumor de que Emperador estaba considerando casar al Príncipe Heredero con la Joya de Alerath causo que muchos de sus pretendientes se enfurecieran ante la perspectiva, provocando una repentina tensión entre los involucrados.

Hay quien dice que alguno de estos pretendientes tenía tratos con la familia Shigaraki, otros afirman que algún hombre poderoso al otro lado del mar se encapricho con la muchacha, hay quien asegura que fueron los Toyomitsu quienes propusieron el plan de casar a su hija a fin de alejar a la familia Imperial de la Ciudad donde se escondían, y por supuesto hay quien dice que todo fue una terrible coincidencia. Fuera la razón que fuera, lo único cierto en toda la tragedia fue que, al decimosegundo día de esta visita, cuando las negociaciones matrimoniales eran puestas tentativamente en la mesa, un grupo rebelde entró en la Ciudad de Alerath para asesinar al Emperador y a toda su comitiva.

Otro grupo más pequeño emboscó al séquito que acompañaba a los dos Príncipes que visitaban una de las haciendas de la región. Trueno y Noche cayeron ahí, mientras Hizashi cargaba con su hermano y huía hacia la Ciudad, solo para descubrir el caos que se desataba tras sus puertas. Recordando los protocolos de seguridad, Hizashi hizo girar a su caballo y emprendió el viaje de vuelta a la Ciudad Imperial mientras su hermano le gritaba que volvieran por sus padres.

Los gritos de Aki se callaron conforme los días transcurrieron, el miedo y la confusión plagaban su mente con pesadillas y duda. Incapaz de entender, y con el espanto de haber visto a sus guardias morir frente a él, el Segundo Príncipe se hundió en un silencio absoluto; en el pasado habría recurrido a su hermano para recibir consuelo, pero Hizashi se negaba a mirarlo, no había pronunciado palabra desde que abandonaran a sus padres y bastaba verle la cara para saber que no encontraría consuelo ahí.

Una tarde, mientras veía una parvada de pájaros blancos cruzar el horizonte azul Aki recordó el deseo que había hecho meses atrás mientras veía a los Kabura desplazarse por el cielo nocturno (Deseo que mi hermano lo pierda todo), y la culpa que sacudió su interior fue tan intensa que la bilis le subió a la boca y vomitó el desayuno de esa mañana. Hizashi detuvo el caballo de inmediato y lo ayudo a bajar, entonces le tendió un odre de agua con la misma expresión exhausta de los últimos días.

—Enjuágate la boca —le ordenó y Aki sostuvo el odre sin hacer caso. Lo siguió como en un sueño mientras entraban a un pequeño poblado donde alquilaron una habitación con el dinero que habían logrado conseguir tras vender los aretes y peinetas de su hermano.

Y mientras seguían al posadero al segundo piso oyeron la conversación apresurada y frenética que había en una esquina sobre las terribles noticias que llegaban del Este. Fue por boca de esos extraños, y no por la de propio hermano, que Aki se enteró de la muerte de sus padres.

—¡Mentira! —gritó desde las escaleras provocando que Hizashi lo tomara del codo para arrastrarlo hacia el segundo piso donde se encerraron en la única habitación que habían logrado pagar. Ahí se contemplaron en extremos opuestos con la misma cara de espanto.

A su edad, incapaz de afrontar la culpa o de entender lo que sucedía, el miedo de Aki fue sustituido por una ira ciega y acuciante. El mundo le pareció terrible mientras su deseo volvía a él para atormentarlo.

"Deseo que mi hermano lo pierda todo"

¡No!, e incapaz de ahogar la emoción devastadora que lo consumía lo que hizo fue encontrar un culpable.

—Los dejaste.

—No había nada que pudiéramos hacer.

—¡Los dejaste! —repitió y el ardor en la esquina de los ojos combinaba perfectamente con el repentino chillido que era su voz.

—Aki...

—Es tu culpa.

—No había nada-

—Tú lo sabías.

—¿Qué?

—Te lo advirtieron.

—¿De qué estás-?

—¡Tú no escuchaste! ¡Te dijo que corríamos peligro! ¡Te lo dijo! ¡Y tú no hiciste nada!

—¿Cómo sabes-?

—¡Te oí! —y al decirlo las lágrimas le desbordaron— ¡Te oí arrastrarte como un estúpido! ¡Nos repudiaste! ¡Nos querías muertos!

Hizashi lo abofeteó, un segundo después estaba de rodillas junto a él alarmado por el hilillo de sangre que le escurría del labio inferior.

—Aki, lo siento, no fue...

El Segundo Príncipe lo empujó con todas sus fuerzas y tras levantarse se lanzó a la cama donde se envolvió con las mantas. Lloró con la cara escondida bajo la almohada mientras el miedo y la ira se solidificaban lentamente en una sensación de impotencia que con el tiempo y los años se transformarían en un rencor absurdo.

Hizashi no intentó disculparse, no hizo otra cosa que pasar la noche en una esquina luchando con la culpa que había vuelto a florecer dentro de él desde el momento en que viera a Trueno morir por segunda vez –una reviviscencia del pasado y un recordatorio constante de que había cosas que no estaban destinadas a ser suyas–.

Oír las acusaciones de su hermano lo había hecho evocar el rechazo de Shouta –su expresión desilusionada justo antes de huir de él, el dolor que no conseguía entender–, comprendió entonces lo arrogante y egoísta que había sido, y cuando volvieron al palacio, cuando se sentó en el trono de su padre para oír los informes del Clan Sombra sobre los ataques continuos contra las costas del Imperio, una angustia sin precedentes se instaló en su corazón.

Fue aún peor cuando en la Ceremonia de Coronación, que incluía además la asignación de nuevos Guardias Sombra a los sobrevivientes de la Familia Imperial, vio a Shouta –formado junto al resto de los jóvenes de su generación, inmóvil y listo para cumplir con su deber–, y lo que pensó en ese instante fue usar su autoridad para nombrarlo el nuevo Trueno.

Fue una idea repentina, un deseo súbito que sacudió su mente como si lo hubiera tocado un rayo, y de inmediato se avergonzó de sí mismo porque en ese momento comprendió que habría cambiado la corona por un solo instante en privado con Shouta.

"Es tu culpa"

No pudo evitar mirar a su hermano que permanecía de pie junto a él con la misma expresión de terror que había llevado durante los últimos días. Le había fallado a él, a sus padres, a Shouta. Le había fallado a su pueblo.

"Seré Emperador"

Pero mientras veía a Aki nombrar a un nuevo Noche –altísimo y fornido, con una expresión intimidante tan diferente del muchacho que había muerto sin conocer el mundo– Hizashi se dio cuenta que no era digno de portar la corona. No podía sacudirse la sensación de impotencia que había sentido al dejar a sus padres y al ver a Trueno caer por segunda vez.

Con dieciséis años Hizashi enfrentó el fracaso y no pudo quitarle los ojos de encima.

Y cuando la nueva Trueno se alzó ante él con otro broche de sol en la pechera de su uniforme, Hizashi tomó una decisión. Tomó a su hermano de la mano y lo llevo consigo de vuelta al trono donde lo hizo inclinarse frente a los consejeros reales que estaban listos para iniciar con la ceremonia de coronación. Pese a las protestas, el alboroto, y las quejas, Hizashi se mantuvo firme.

Sonrió ante la expresión acobardada de su hermano a fin de ofrecerle seguridad, y estuvo a su lado durante esos primeros meses hasta que llegó el informe de que los invasores del Este asediaban a las Ciudades cercanas al mar, así que Hizashi organizó al ejército del Imperio y lo llevo a la guerra dejando atrás aliados y consejeros dispuestos a ofrecerle apoyo al pequeño Emperador.

Durante el caos que se desataría en el Imperio de Taiyou, Hizashi perdería a dos Truenos más, vería morir a incontables soldados bajo su mando, enfrentaría la muerte en un puñado de ocasiones, y conseguiría victorias que no calmarían la sensación de culpa que seguía agitándose en su interior.

El espanto y la ansiedad que se instalaron en su corazón ante la muerte de sus padres van desvaneciéndose mientras hace su vida en el campo de batalla, al final encuentra una especie de paz en sus tardes junto al fuego, en las reuniones con sus oficiales, y en la vida de un soldado. Conforme crece también encuentra consuelo temporal en los acompañantes que se quedan con él durante meses y que eventualmente se desvanecen cuando el interés se pierde.

Al principio le escribe a su hermano de forma periódica contándole detalles de la guerra, olvidando que este no siente aprecio por la sangre o las batallas; las respuestas que recibe son piezas brevísimas que eventualmente se convierten en notas simples entre dos desconocidos. También recibe mensajes del palacio, informes concisos sobre la situación en el imperio y las decisiones que se toman, pero conforme pasan los meses y los años –cuando su hermano está en edad de tomar decisiones propias– los informes se convierten en mensajes rutinarios que poco valor tiene para él.

Y cuando recibe la noticia que anuncia la boda del Emperador, Hizashi hace planes para volver, pero por esas fechas la Ciudad de Alerath bajo el poder de los invasores y la orden que recibe de su hermano es liberarla. Una tarea que le costará casi dos años, así que no le toca estar presente en la boda de su hermano y ni siquiera se entera del nacimiento de su sobrino.

A veces piensa en Shouta, a quien le escribe disculpas larguísimas y dudas que nunca verbaliza con nadie, mensajes que terminaran en el fuego y que nunca llegaran a su destinatario. A veces piensa en su padre y se disculpa con él por no haber sido el heredero a quien había criado. A veces piensa en Aki y en la necesidad de proteger el Imperio que le ha dado. A veces tan solo disfruta de las tardes bajo el cielo abierto donde la culpa y la miseria no pueden tocarlo.

Finalmente, tras años en el campo de batalla todos celebran viendo a la última de las naves enemigas desaparecer en el mar, y Hizashi experimenta un breve momento de felicidad al comprender que puede volver a casa, que está listo para unirse a la corte de su hermano y aconsejarlo en lo que pueda.

Lo que aún no sabe es que no hay lugar para él en el palacio que un día abandonó. Las personas que se quedaron atrás hicieron su vida sin él.

[...]






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