4.1. Ira
Título Alternativo: Razones para no iniciar una guerra: Tu madre te mata.
[...]
—¡Fuera!
Katsuki fue el primero en obedecer.
Tenía que salir de ahí antes de que se le ocurriera hacer una estupidez, como gritar, romper más muebles, secuestrar gente o incluso asesinar. El asesinato se encontraba en el primer puesto de su lista.
Así que se subió a la ventana sin mirar atrás, se sujetó del borde superior y de ahí escaló hasta alcanzar el techo. Se deslizó a toda velocidad por las tejas hasta encontrar el jardín por donde solía ascender y tras asegurarse que no había guardias bajó al suelo despojándose de su capucha oscura y del peto superior del uniforme negro en el proceso –el que había robado para pasar desapercibido–, quedándose únicamente con una túnica sencilla de color claro que servía como refuerzo interior.
Al esconder el uniforme entre los arbustos y enderezarse, Katsuki tomó nota del bonito jardín con sus setos podados, sus caminos alineados y las flores cuidadas, a lo lejos se erigía un pequeño quiosco con lámparas de papel colgando de su techo y ornamentos de viento tintineando en la noche. Solo había calma y silencio, como el paisaje de un sueño, la representación exacta de todo lo que había en el palacio: Exuberancia, riqueza, y poder.
Y en el centro un corazón podrido.
La idea lo hizo escupir. Abandonó el jardín por la entrada que siempre había usado y como se sabía la posición de los guardias los esquivó mientras avanzaba por los pasillos semi vacíos –los invitados del Emperador solían organizar sesiones tardías para discutir alianzas o chismes y era costumbre verlos ir de una ala a otra dependiendo del día–. Katsuki ignoró todo saludo, toda mueca amable y siguió avanzando, era una suerte que su aura asesina le impidiera a los necios meterse en su camino.
Cruzó el palacio en zancadas largas hasta salir al patio que conducía a las caballerizas, ahí apartó a un paje que intentó preguntarle si quería un caballo y él mismo escogió uno, alguien intentó protestar y Katsuki se limitó a mirarlo con una expresión agria hasta que el hombre se encogió de terror antes de salir corriendo. Sin silla y solo los arneses, Katsuki montó al animal –una preciosura de color castaño claro que parecía brillar y que se sacudió impaciente al detectar el estado emocional de su jinete–, entonces sacudió las correas y le ordenó correr.
Las calles pequeñas y laberínticas de la Ciudad Imperial no estaban hechas para una carrera formal, pero a Katsuki no le importó, se lanzó al galope e ignoró abiertamente a los guardias en el puesto de control que le hicieron señas para que se detuviera y expresara su deseo de salir. En lugar de esperar aprovechó que las puertas se abrían para dejar entrar un carruaje que volvía del pueblo y se lanzó entre la abertura fustigando al animal sin detenerse. Ignoró los gritos a su espalda y atravesó la noche siguiendo los caminos principales que iban vaciándose conforme avanzaba azuzando al animal sin parar hasta que el viento se convirtió en un aullido en los oídos.
Que era muchísimo mejor que toda la mierda despreciativa que había oído esa noche.
"No eres nada, no mereces nada".
Era recordar y sentir que la bilis le subía a la garganta.
"Debí hacer que te metieran en una cubeta de agua apenas saliste de ella"
Vaya padre, pensó Katsuki con aberración ante la injusticia que existía en ese mundo. Porque era injusto que el Emperador se paseara por un palacio limpio y esplendoroso cuando su padre yacía seis metros bajo tierra muerto por unos hijos de puta. Su padre, que había sido el ejemplo perfecto de hombre prudente y afectivo, había sido asesinado mientras la escoria del mundo se envolvía seda, bebía vino, y le pegaba a sus hijos.
"eres un inútil"
El peor insulto que su padre le había dicho nunca había sido llamarlo cabezón, y nunca se había atrevido a levantarme la mano ni aun cuando él se comportaba como un necio y malhablado. Katsuki lo había considerado como una constante en su vida hasta que había recibido la carta de su madre durante su estadía en la Academia para informarle de la tragedia.
"tal vez mañana quiera colgarlo en las celdas de castigo"
Gritó al aire en un intento por calmar la energía que se debatía en su interior. La impotencia que sentía en ese momento hacia cosquillear sus manos, se arrepentía de haberse quedado metido en ese closet a oír estupideces, se arrepentía de no haber hecho nada.
"No dejes que salgan. Por favor"
El terror de esa cara, las implicaciones... Una cosa había sido interpretar lo que el Príncipe no decía de frente y otra era ver, oír.
"El sonido de un golpe seguido casi de inmediato por una súbita exhalación, y después otra, hasta oír un gemido ahogado"
Había sentido al Segundo Príncipe sacudirse bajo su brazo y había usado esa excusa para sujetarlo con más fuerza –le enterró los dedos en el hombro hasta perder la sensación– o de lo contrario habría salido a matar a un bastardo sin detenerse a considerar las repercusiones políticas y sociales. Había sido el recuerdo de su madre, quien había taladrado el protocolo real en su cabeza desde que abandonara los pañales, lo que le había impedido salir a enterrarle un hierro caliente a esa escoria.
"Debí hacer que te metieran en una cubeta de agua apenas saliste de ella"
Por encima de todo eso lo que más detestaba, lo que más aborrecía...
"El gemido ahogado que escapó del Príncipe apenas jaló de él. Un sonido que lo paralizo en el acto y lo hizo soltar ese brazo como si quemara"
...lo que más aborrecía era la pasibilidad. ¿Dónde estaba la furia? ¿La indignación? ¿El odio absoluto y calcinante?
"¿de verdad me estás preguntando qué es lo que quiero?"
Necesitaba pegarle a alguien y como la única persona a quién quería romperle la boca estaba fuera de sus posibilidades iba a tener que buscar un sustituto; con esa idea en mente redujo la marcha del animal y aún con las orejas calientes encamino a su montura de vuelta al pueblo por el que había salido. Sabía que la taberna donde se alojaban el resto de la comitiva de su madre solía cerrar tarde y era probable que sus soldados aún estuvieran despiertos haciendo estupideces, así que hizo galopar su montura hasta detenerse frente a la ostentosa posada y le lanzó las riendas del caballo al muchacho que cuidaba la cuadra del lugar.
Se sentía tan lleno de energía e ira que el dolor en las piernas tras cabalgar a pelo ni siquiera se registró en su cabeza.
—¡Una cerveza! —gritó apenas cruzó la puerta y sus hombres corearon de alegría al verlo aparecer.
Ellos hicieron preguntas y él los ignoró a favor de beberse la jarra que acababan de ponerle en la mano de un solo golpe. El líquido espeso y amarillento le caldeó el estómago, calmando incluso el rugido que oía en la cabeza.
—¡A entrenar! —gritó y sus hombres se rieron creyendo que bromeaba, pero él les grito guiándolos al pequeño patio que separaba la posada de las cuadras privadas—. ¡Vamos!
Al primero lo tumbó de un simple puñetazo y el dolor en los nudillos calmó ligeramente la ira, pero no era suficiente así que llamó al siguiente y lo hizo sudar. Tres victorias después la sensación caliente y bochornosa que sentía en la cabeza seguía ahí, pero la tensión en los músculos, el dolor de las manos, y el sudor que le bajaba por el cuello bastaban para distraerlo.
Deseó tener a Kirishima para entrenar, el guardia se sabía al dedillo todos sus ataques y solía ser un rival decente cuando entrenaban pues lo forzaba siempre a improvisar, pero Kirishima estaba lejos. Lo había enviado con una de las muestras de veneno para hablar con uno de los mejores herboristas de la zona a fin de descubrir lo que había en esa cosa.
No que importe ahora pues dudo que ese bastardo malnacido escuche las sospechas de su hijo.
Entendía por qué el Príncipe se había negado a ir con el Emperador pese a las circunstancias, si ese era el trato que recibía de su padre era normal suponer que acusar a su guardia sin pruebas lo haría enfurecer.
Y el guardia lo sabe.
Esa idea lo distrajo y no pudo evitar el puñetazo que uno de sus soldados le soltó a la mandíbula. Katsuki cayó con el trasero al suelo y la cabeza sacudida.
—¡Alteza! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡No era mi intención! ¡Creí que iba a esquivarlo!... como los otros. No creí... ¡Lo siento muchísimo, Alteza!
—¡Cállate! ¿por qué te disculpas?
—No ha sido mi intención.
—¿Por qué carajo peleas si no es tu intención pegarle a tu contrincante?
Apartó al resto de sus hombres que parecían sorprendidos del desenlace de la pelea y los envió por otra ronda de alcohol. Al verlos indecisos sacudió la cabeza y encabezó el regreso a la posada sin dejar de frotarse la mandíbula, los dejo con el bardo que cantaba en una esquina mientras él se dejaba caer al otro lado del lugar con otra jarra llena y la mente despejada.
No se sentía mejor –aun quería asesinar gente– además le dolían los nudillos, la cara, y las piernas, pero su mente había dejado de repetir el rostro del Príncipe –con el terror en los ojos y la boca temblorosa– en un bucle infinito. No obstante, la imagen que se materializo en su cabeza apenas cerró los ojos para frotarse la frente fue algo absolutamente inesperado.
"El Príncipe de pie en un reguero de libros, mantas y cojines, con bandejas de comida a medio terminar y fruta picada, con el aire de alguien que se ha pasado el día encerrado. Holgazaneando, había pensado Katsuki, hasta que le había visto la cara. La terrible deformidad que antes había sido su ojo."
El recuerdo le dio nauseas, apretó la jarra que tenía en la mano y bebió para calmar la acidez del estómago. La idea de que lo acontecido esa noche no hubiera sido un evento aislado volvía a ponerlo de mal humor, pero se sacudió la ira con firmeza.
"Está sangrando, Alteza, llamare al médico"
Apretó los dientes y se obligó a respirar. Esa había sido la voz de Noche, estaba seguro de ello, un tono controlado y sereno, el mismo que usaba cuando estaba en público.
"Solo vete"
"Alteza-"
"¡Vete!"
"Como ordene, Alteza"
El guardia había obedecido, igual que él.
"No tengo a nadie..."
Se bebió la jarra de golpe porque volvía a sentirse lleno de energía, entonces se acercó a la barra y pidió una botella de algo más fuerte. El primer trago le quemó la garganta, lo sintió deslizarse por todo su esófago hasta caldear su estómago.
"No tengo a nadie"
No había mentido. La expresión de horror del Segundo Príncipe decía claramente que no tenía idea de lo que sucedía en las habitaciones privadas de su familia, y sin el apoyo familiar, ¿quién más podía hacer algo en contra del Emperador?
En un principio había creído que su renuencia en involucrar a más gente era que su historia tenía muchos huecos que no la sostenían –¿cómo es que llevaba meses siendo envenenado?, ¿cómo es qué nadie más se había dado cuenta?, ¿por qué su guardia no había hecho sonar la alarma?, ¿por qué no habían aislado a sus sirvientes?–, y conforme fueron pasando los días había empezado a comprender que el Príncipe sabía quién era el envenenador. Esa idea se había convertido en una certeza clarísima cuando finalmente lo había confrontado al respecto:
"No necesito decírtelo.
"¿Por qué?"
"Porque tú ya lo sabes"
Había cosas que el Príncipe no decía de frente, y aunque era extremadamente molesto parecía hacerlo a fin de no alentar rumores. Katsuki habría preferido lidiar con las verdades de frente, pero en esa ocasión se había reservado las preguntas porque la cara que se había materializado al oír esa afirmación había sido el Guardia Sombra del Emperador. Desconfiaba de él por dos razones. La primera:
"¿De quién huyes?"
"De nadie, pero si el tipo que está detrás de mí se acerca me dices."
"¿Qué tipo?"
"El alto de uniforme negro. El que tiene una coleta alta de pelo oscuro y una sonrisa bastarda. Ese que está con mi padre."
"¿Una sonrisa qué?"
"¿Lo ubicaste?"
"Sí. ¿Quién es?"
"¿Sigue ahí?"
"Está mirando hacia acá."
Los ojos del guardia habían recorrido la multitud con la misma cara estoica de siempre, hasta que sus ojos se habían posado en el Príncipe, momento en el cual había sonreído. Había sido un gesto diminuto y satisfecho que se desvaneció tan pronto le quitó los ojos de encima. Apenas un instante al que nadie más le prestó atención. En ese momento ni siquiera se había dado cuenta de la incongruencia, posiblemente el recuerdo se habría desvanecido de su cabeza sino hubiera sido por lo que sucedió esa misma noche más tarde, la segunda razón para sospechar de él y lo que terminó por cimentar sus sospechas.
"¡Buenos días! ¿Qué hacen aquí?"
"Aún no es de día, Alteza. ¿Qué está haciendo aquí?"
"¿Por qué un Príncipe necesita darle explicaciones a un guardia?
No solo fue el hecho de que la falsa sonrisa del Príncipe titubeara apenas vio al guardia –al oír su voz–, sino la tensión que percibió en Noche cuando intervino en la conversación. Había sido como pisar la guarida de un oso, la sensación clara de que el hombre estaba listo para enterrarle un cuchillo en el corazón.
Tras ese encuentro había dedicado horas a meditar concienzudamente todo lo que había visto y oído la noche anterior. Incluso le había preguntado a su madre su opinión sobre el guardia del emperador.
"¿Cuál de todos?"
"Coleta alta. Pelo oscuro. Sonrisa bastarda. El que va con él a todos lados"
"¿Sonrisa bastarda?", se había reído su madre, "ninguno de sus guardias sonríe"
Y tenía razón. Kirishima incluso bromeaba sobre los rumores que afirmaban que el Clan Sombra entrenaba a los suyos a nunca sonreír.
"Pero creo que sé de quién hablas, su guardia personal. Creo que se llama Noche"
"¿Qué clase de nombre es ese?"
"No lo sé, es un título o algo así, no estoy segura"
"Como sea, ¿qué sabes de él?"
"Uhm, ¿nada? Es el más joven del grupo que acompaña al Emperador, podría apostar que te lleva un puñado de años, no estoy segura, fuera de eso... mmm... En todo el tiempo que me ha tocado sentarme a negociar tratados con la gente de Taiyou lo he visto asistir en un par de ocasiones, casi siempre se queda en una esquina a oír, y solo habla si el Emperador le hace una pregunta, lo cual no ocurre con frecuencia, aunque cuando sucede deja en claro que sabe de lo que habla. Puede parecer un muñequito sin emociones, como todos los del Clan, hasta podríamos decir que es la máscara que todos usan, pero tiene una bonita voz, sabe expresarse con propiedad y da la impresión de estar en todo. En resumen, es la viva imagen de un guardia sombra."
Esa era la idea que Katsuki había tenido hasta la noche del baile. Hasta la noche que lo había visto sonreír al ver al Príncipe, la misma noche que había emitido un aura de frialdad ante la imagen del Príncipe fuera del palacio. Además, el Príncipe había mencionado una sonrisa, la había mencionado como algo que lo caracterizaba, cuando no era así.
Imaginar que ese hombre era el responsable del envenenamiento resultaba increíble, hasta el punto de la exageración y no porque no existieran asesinos de pocas palabras con semblantes estoicos sino porque no tenía sentido que un hombre de su posición estuviera tras el Príncipe –¿por qué no el Emperador? ¿por qué no al Príncipe Heredero? ¿por qué matar al hijo enfermo?–
Podría ser que esté probando un nuevo veneno.
Pero por qué en el Tercer Príncipe.
Porque está enfermo y su muerte se vería natural.
Katsuki no lo creía, aunque tampoco tenía otra explicación para la situación. Lo único que tenía en claro era que Denki le tenía miedo, se comportaba diferente cuando lo tenía alrededor y por lo que había visto Noche hacia lo mismo.
Aunque no esa noche.
"Está sangrando, Alteza, llamare al médico"
Esa noche la actitud del guardia había sido la de siempre, sereno y frío, como la roca que todos decían que era. Había demostrado absoluto control sobre la situación, un vago consuelo tras la violencia que el Emperador había desatado. Era toda una ironía que la persona que Denki acusaba de envenenarlo fuera aquel que detuvo el ataque y evito que la cosa acabara con otra cara deforme.
Katsuki bajó el vaso que estaba a punto de beberse y agitó el contenido en círculos diminutos.
¿Se había equivocado? ¿No era el guardia Noche el envenenador de quien Denki sospechaba?
"No necesito decírtelo.
"¿Por qué?"
"Porque tú ya lo sabes"
Dejando a un lado el hecho de que no tenía sentido que Noche quisiera envenenarlo teniendo objetivos más accesibles y de mejor posición, resultaba claro entender por qué el Príncipe insistía en reunir pruebas en su contra pues siendo el Guardia del Emperador una simple acusación iba a ser insuficiente para exponerlo, más aun considerando la mala sangre que había entre padre e hijo. Si Denki creía que Noche era el culpable, eso explicaba su miedo...
"No me toques"
Denki había destilado ira, era fácil reconocerla, pero la voz le había temblado, apenas un momento –un segundo– y en esa instante el miedo se había vislumbrado como una mancha en una sábana.
"¡Vete!"
¿Por qué no le dijo lo mismo la noche del baile? ¿Por qué no le ordeno que volviera al palacio en lugar de irse con él?
"¡Vete!"
Había sido una orden y el guardia había obedecido –al igual que Katsuki–. Algo normal bajo toda consideración, pero...
"...y una sonrisa bastarda"
"ninguno de sus guardias sonríe"
Él la había visto. La extraña y diminuta sonrisa que se había desvanecido como una gota de tinta.
"...un muñequito sin emociones"
Él había sido testigo de la frialdad y el aura asesina. Recordaba claramente la sensación, como si hubiera metido la mano en un avispero.
"Está sangrando, Alteza, llamare al médico" Control y firmeza, características claras de un guardia sombra.
"...es la máscara que todos usan"
Katsuki abandonó la barra, su bebida y la botella, se alejó de ahí a paso vivo ignorando los gritos de sus hombres hasta que desaparecieron. En las cuadras de animales despertó al muchacho que dormía en un rincón para exigirle su caballo, y una vez que lo tuvo volvió a montar a pelo azuzando a su montura hasta que alcanzaron una velocidad de vértigo y el mundo se convirtió en un nubarrón de imágenes imprecisas.
Lo detuvieron en la entrada porque nadie podía cruzar los muros de la Ciudad Imperial sin tener un salvoconducto, el sello personal que se le entregaba a todos los que vivían en la isla, o un acompañante que se hiciera responsable por los invitados. Por suerte para él, el guardia que lo había visto salir esa misma noche estaba ahí para confirmar que era:
—El loco que cruzó las puertas hace rato.
Así que lo dejaron pasar con la advertencia de que en futuras ocasiones debía portar el salvoconducto que todos los invitados del palacio habían recibido para desplazarse fuera de los muros de la Ciudad.
Katsuki los ignoró, en cambio azuzó a su animal para ascender por las callecitas laberínticas de vuelta a su destino. Dejo al animal en las cuadras e hizo el camino de vuelta hasta el jardín en el que había escondido el peto de su uniforme robado, esperó hasta que la pareja que cuchicheaba en las cercanías se alejó antes de cambiarse para trepar por los muros valiéndose de los arcos a fin de alcanzar el techo.
Como siempre avanzó con cuidado hasta asegurarse que no había guardias o testigos viendo mientras él se descolgaba por el marco de la ventana que había visitado durante días. Y lo único que encontró al entrar en la habitación destrozada y oscura fue el silencio absoluto.
Denki no estaba.
[...]
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