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3.20. Fascinación

Atención, atención, a todos los lectores se les pide que antes de empezar a leer dejen sus armas, objetos punzocortantes e incluso los tenedores a fin de asegurar la salud de uno de nuestros villanos. En agradecimiento ofrecemos un treinta y por ciento de descuento en antorchas de linchamiento y pancartas de apoyo. Gracias.

Título Alternativo: Si la bestia hunde los dientes, no hay esperanza de que a su presa suelte.

[...]

Denki despierta cuando de forma inconsciente estruja la almohada entre sus brazos y la tela suave le roza la mejilla, el dolor lo devuelve a la realidad y apenas su conciencia regresa el recuerdo de lo acontecido durante la noche vuelve a toda velocidad. Abre los ojos solo para encontrarse rodeado del blanco de las sábanas y las almohadas; al respirar se empapa del aroma de una cama tibia mientras su mente vuelve en el tiempo. Es como mirar un montón de fragmentos desperdigados a sus pies: La charla con su "suegro", el terrible encuentro con su prometido, la conversación con su tío, el baile y su incursión nocturna. Decenas de palabras lanzadas en su dirección, muchas de las cuales no consigue recordar. Había sido una jornada interminable que había terminado muy mal.

Siento que viví una semana comprimida en veinticuatro horas.

Y las desventajas de estar acostumbrado a una vida sosegada sin percances de ninguna clase, eran que el esfuerzo físico y mental dejaban secuelas palpables. Solo necesita un momento para darse cuenta de que sigue sintiendo el cuerpo pesado y la mente aturdida, pese al descanso que había supuesto el sueño.

En ese momento Denki tuvo deseos de volver a meterse bajo las cobijas y cancelar el mundo, olvidarse de ese día y seguir durmiendo como había hecho en cada ocasión que su padre le había demostrado lo mucho que lo despreciaba. Quería ver pasar el tiempo a través de la ventana y no sentir nada, tan solo dejando que su cuerpo fuera recuperándose poco a poco del ajetreo al que lo había sometido. No. Lo que realmente quería era volver a su casa a meterse en su cama y a que Shinsou se inclinara para preguntarle bajito si quería comer algo.

Su guardia había cuidado de él en cada una de esas ocasiones y le había hecho saber que siempre estaría ahí para mantener al mundo a raya mientras Denki se recuperaba. Pero Shinsou no estaba con él y no era justo que Denki dependiera enteramente de su benevolencia, él tenía que aprender a lidiar con los percances de ese mundo sin meterse en la cama, tenía que aprender a soportar los altibajos de su nueva vida sin hundirse en la autocompasión y especialmente tenía que evitar poner a Shinsou en una situación parecida a la de la cena familiar.

Aún se acordaba de la impotencia en el rostro de su guardia ante el golpe del Emperador, sus disculpas y el dolor de su voz mientras aferraba la cama. Lo que Denki menos quería era que Shinsou volviera a sentirse de esa forma y por eso agradeció que Shinsou no estuviera ahí para entristecerse por algo que no podía cambiar porque aún si su guardia hubiera estado presente ni él ni nadie podían oponerse a la voluntad de su padre. Al recordarlo Denki volvió a ser consciente de la misión que tenía entre manos.

Quedarme aquí no cambiará el destino de Aizawa y Shinsou.

Así que Denki apartó las cobijas y se enderezó; al hacerlo su cuerpo entero protestó, especialmente su espalda. Con un dolor de cabeza incipiente salió de la cama, tiró de la cuerda para llamar a los sirvientes y se despojó de su túnica arrugada quedándose únicamente con la pieza ligera y blanca que usaba como capa interna.

Apenas llamaron a la puerta Denki quito la silla para abrirla.

—¡Alteza! —exclamó la mujer con evidente espanto apenas alzó el rostro para saludarlo.

—Quiero un baño —respondió Denki—. Con agua caliente y sales aromáticas —y recordando lo que había dicho Noche añadió—: También necesito ayuda con mi atuendo de esta mañana, tengo un almuerzo al que asistir.

—Como ordene, Alteza.

Ella se marchó y Denki avanzo lentamente por culpa de la tirantez en las pantorrillas hasta llegar a la ventana para correr las cortinas; ahí descubrió que el sol se encontraba en lo alto confirmando su sospecha de que había dormido demasiado. No estaba seguro de cuánto tiempo tenía antes del dichoso almuerzo pero supuso que debía apresurarse.

La sirvienta volvió para informarle del baño y Denki la siguió a paso lento llevando el tarrito con la pasta antinflamatoria en la mano. Había otras dos sirvientas en el baño con ella y por una vez Denki dejo que lo desnudaran para después enjabonarlo con esponjas suaves. Ellas le desenredaron el pelo masajeando con cuidado su cuero cabelludo, procuraron no tocarle la mejilla izquierda y, a diferencia de otras veces, no intentaron conversar con él.

Denki se los agradeció en silencio.

Tras enjuagarse por última vez Denki se apartó de ellas para sumergirse en la tina de agua caliente que olía a una combinación de menta con hierbabuena y sábila; aspiró hondo una y otra vez hasta que sintió la frescura del aroma en los pulmones y la garganta. Su cuerpo entero suspiró de alivio al sentir el calor en los músculos adoloridos, podía sentirlo relajarse.

Rodeado de la brillante luz diurna y con la única compañía de una sirvienta que esperaba en la esquina sosteniendo su bata, Denki aprovechó el silencio para relajarse. Estiró las piernas, acomodó la cabeza sobre el borde de la tina y cerró los ojos. El aroma del baño lo envolvía y el vapor que ascendía del agua se le pegaba a la cara humedeciendo su piel.

Podría quedarme aquí horas.

Sin embargo, su dolor de cabeza seguía presionando contra sus sienes como un tamborileo continúo que no cedía y su mejilla no dejaba de punzar como si tratara de llamarle la atención. Incapaz de dormitar a causa de ambos, Denki decidió que era momento de atender su golpe.

Se enderezó, acomodó todo su pelo sobre su hombro derecho, y con mucho cuidado se tocó la mejilla izquierda siseando ante el contacto. La piel de la zona estaba tirante y la sensación se asemejaba a la de una bolsa llena. Reunió agua caliente juntando sus manos y la dejo caer sobre su cara, el calor hacía latir el golpe pero Denki repitió la secuencia hasta tener la piel sensible, entonces tomó el tarrito de medicina y aplicó el ungüento de color verde sobre toda la superficie, sin dejar de masajear en círculos justo como el médico le había enseñado. La sustancia enfrió su piel anestesiando la zona hasta convertir el dolor en un pulso molesto pero soportable, mientras que el zumbido en su cabeza se aferraba a él con insistencia.

Estaba en eso cuando la puerta del baño se abrió de par en par; al ver a Noche entrar por ella su reacción inmediata fue encoger las piernas y abrazarlas contra su pecho en un intento por hacerse lo más pequeño posible. La emoción que experimentó en ese momento incluía rastros del mismo pavor de caminar a su lado por un callejón vacío y el terror de tenerlo frente a frente temiendo que fuera a cortarle el cuello, pero no había sorpresa ni sobresalto. Denki no lo esperaba, sin embargo, en el fondo había sido consciente de que eventualmente Noche lo encontraría, siempre lo hacía. Lo había sabido desde que se negara a mirarlo la noche anterior.

Fue curiosa la mezcla de resignación y miedo que se asentó dentro de él; como si empezara a entender que Noche sería una presencia constante en su vida: Apareciendo sin ser anunciado y en los momentos más inesperados exhibiendo su sonrisa ladina cuando nadie más miraba. Comenzaba a ser consciente de cada uno de sus gestos, como si ellos estuvieran decididos a grabarse en su memoria.

El guardia se detuvo justo frente a la tina y cuando Denki alzó los ojos para enfrentarlo la expresión del hombre vaciló.

—Ve a las cocinas y pregunta por la medicina del Príncipe —le dijo a la sirvienta de la esquina. Ella se fue tras dejar la pieza de ropa en una silla y sus pasos se convirtieron en repiqueteos cada vez más lejanos.

Denki miró la puerta con el corazón en la garganta, casi esperando que alguien más entrara pero nadie lo hizo y nadie lo haría. No habría sirvientes ni guardias como no los hubo en todas las ocasiones en las que Noche había decidido hacerle una visita, un escenario que empezaba a ser recurrente. Tampoco podía esperar a su tío o a su hermano, ocupados sin duda en sus propios asuntos. Solo estaban ellos.

—¿Te duele? ―preguntó Noche tras una larga pausa.

—No.

El guardia chasqueó la lengua. —De día se ve aún peor.

—Sobreviviré.

—El Emperador ha escogido el peor momento para perder la compostura.

La respuesta de Denki fue fijar los ojos en el agua, encoger los dedos los pies y apretar el agarre sobre sus piernas. Podía sentir a Noche mirándolo.

—¿Nos sentimos dóciles hoy, pajarito?

La pregunta sacudió su miedo, lo hizo alzar los ojos una vez más para enfrentarlo.

—Si has venido por lo del almuerzo —le dijo—, estaré listo tan pronto te vayas.

—Lo siento, pero no podrá ser. El Emperador ha ordenado mantenerte fuera de la atención pública por ahora, ha enviado una nota en tu nombre para explicar tu ausencia en las actividades de hoy. Eso también lo incluye a él, que sigue recuperándose en su alcoba acompañado de sus mujeres.

Ante la idea de quedarse en su habitación las dos semanas que tardaría el moretón en desaparecer, Denki sacudió la cabeza. No soportaba la idea de volver a quedarse solo.

—Nadie tiene que saber lo que paso.

—No necesitamos que nadie diga nada, tu cara habla por sí sola.

—Aun así habrá rumores: Los sirvientes y los guardias que me vieron ayer.

—Los rumores son eso, rumores, y pueden controlarse. Si tuviera que preocuparme lo haría por lo que Takami haya creído ver anoche. Cuando me lleve a tu padre a su alcoba y te quedaste con él, ¿qué le dijiste?

—Que me había caído.

—¿Y te creyó?

—Hasta donde sé el Oficial Takami no es un hombre estúpido.

—No —sonrió Noche—, no lo es. Keigo Takami es lo opuesto a un hombre estúpido. Y por esa razón yo cuidaría muchísimo lo que digo en su presencia, ¿lo entiendes?

—Sí.

—Ayer, en el baile, hablaste con él. ¿Qué te dijo?

—Lo mismo que todos los demás.

—¿Mencionó el compromiso?, ¿sabe de él?

Es la segunda vez que preguntas lo mismo, ¿por qué te obsesiona el tema?

—Si el Oficial Takami supiera algo dudo que fuera a discutirlo conmigo, y aún si lo hiciera yo tengo claro que mi padre me prohibió hablar del tema con nadie.

—Bien —rezongó Noche sacudiendo la cabeza. Denki se arriesgó entonces para decir.

—¿Podré ir a la biblioteca?

—No, tu padre lo ha prohibido. Tal vez en unos días.

Se alejó de ahí y Denki tuvo la esperanza de que fuera a marcharse, pero no fue así. El guardia avanzó hasta la silla donde estaba su bata y tras tomarla volvió a acercarse con ella entre las manos

—Sal, te llevaré a tu habitación.

—No —respondió Denki con toda la calma que pudo reunir pese al horror que suponía la idea de salir de esa bañera desnudo en presencia de Noche—, si no tengo un almuerzo al que asistir prefiero quedarme aquí.

Para reafirmar su postura apretó aún más las piernas contra su cuerpo, apartó los ojos de Noche y fijo su vista en la superficie clara esperando que su no-invitado terminará aburriéndose. No fue así. Lo que el guardia hizo, en cambio, fue acercarse a la bañera para meter la mano en el agua caliente.

—Justo como me gusta —dijo con los dedos bajo el agua, se había subido la manga del uniforme dejando a la vista su muñeca y antebrazo. Sin mover el rostro los ojos de Denki se fijaron en esa mano, viéndola sumergirse mientras se deslizaba de izquierda a derecha con una lentitud estudiada. La vio avanzar hasta llegar a su costado, ahí Noche apoyó el brazo en el borde de la tina dejando que su mano colgara indolente e inmóvil sobre el agua mientras las gotas le escurrían entre los dedos blancos. Se había arrodillado junto a él y lo miraba.

Con mucha lentitud Denki giro el rostro hacia su costado mientras sus ojos ascendían por el brazo y el hombro hasta llegar a ese rostro con el que empezaba a familiarizarse. Noche perdió su sonrisa al ver su cara completa y no pudo evitar chasquear la lengua una vez más.

—Una verdadera lástima. No soporto cuando la gente toca mis cosas.

Y yo no quiero tocar nada que sea tuyo, se dijo Denki apartando los ojos de él, incapaz de moverse o hablar. Tuvo que forzar a su garganta seca a formular una sola oración.

―Quiero salir.

―Hazlo ―respondió Noche sin moverse.

No contigo ahí, quiso decirle pero había perdido su voz.

La mano volvió al agua, se sumergió hasta la muñeca con la palma hacia arriba, formó un pequeño pozo y ascendió lentamente. Los ríos de agua corrieron entre los dedos largos mientras Noche depositaba el resto sobre las rodillas que sobresalían del agua. Primero una y luego otra, y de nuevo, sumergiéndose en la tina para después transportar el agua hasta el cuerpo de Denki.

En el silencio del momento lo único que Denki oía era el chapoteo de las gotas que caen –y el de su corazón en los oídos–, no dejaba de aferrarse las piernas mientras el líquido caliente caía sobre su piel. No pudo evitar estremecerse cuando sintió el agua sobre su espalda.

—¿Frío? —pregunto Noche y en su voz se oía la satisfacción mientras seguía salpicando agua sobre él.

Denki se puso rígido, enterró las uñas en sus piernas y miro hacia la puerta a la espera de alguien entrara.

Quien sea.

No podía respirar.

Quiso abrir la boca para preguntarle: ¿Intentas matarme?, pero no se atrevió. No quería oír la respuesta y tampoco quería darle ideas. Empezaba a dudar de su mente y de las conversaciones que había oído. Estaba seguro de que Noche sabía del veneno, parecía haberlo orquestado, y sin embargo en cada una de las ocasiones que había estado solos no había dado señales de querer cortarle el cuello. Sus amenazas veladas y sus acciones solo parecían tener como finalidad aterrorizarlo reforzando su control.

No puede matarme él o se arriesga a ser descubierto, se dijo, pero la idea carecía de fuerza.

En ese momento las intenciones del guardia distaban muchísimo de ser homicidas pues se mantenía sereno mientras seguía vertiendo agua sobre su cuerpo con calma estudiada. De él no emanaba esa violencia que había sentido en presencia de su padre, y pese a ello Denki se sentía exactamente como lo que Noche decía que era: Una avecilla inmóvil y aterrorizada en presencia de un gato que juega con él a la espera de comérselo.

Noche no es un gato, se dijo para calmarse. El guardia no poseía ese aire perezoso y tranquilo que se asociaba con los felinos. Podría ser un lobo, respondió otro trozo de su cerebro como si intentara detallar perfectamente el escenario. O un zorro.

La idea lo paralizo todo y a su mente volvió la imagen de una ficha en color rojo.

―¿Quieres oír un secreto, pajarito? ―pregunto él de pronto en voz bajísima―. Te lo diré si sales de ahí.

Denki no se movió, a Noche no pareció importarle. El agua siguió cayendo, chapoteos continuos que resonaban en sus oídos mientras miraba al frente sabiéndose observado. Tenía miedo, un horror sin nombre que le presionaba el estómago y le retorcía el corazón pese a que algo dentro de él le decía que Noche no iba a matarlo -tocarlo-, no ahí, no aún. Esa idea empezó a girar en su mente y no se detuvo.

Finalmente, tras lo que parecieron horas, se oyeron los pasos rápidos de alguien en el pasillo. Esa fue la señal de Noche para enderezarse y apartarse de la tina, un gesto que le permitió a Denki respirar en soplos temblorosos sin dejar de aferrarse las rodillas.

Noche estaba secándose las manos cuando las sirvienta entraron y Denki alzó los ojos con la esperanza bañándolo en un manto fresco, una esperanza que se hizo trizas apenas le puso los ojos encima a la persona que iba al frente.

Era Ina.

[...]



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