2.6. Invitación
Título Alternativo: Resulta que Denki es un pajarito.
[...]
El padre de Denki –el que se endeudó apostando y murió dejando una deuda– no era precisamente alguien para recordar con afecto. Se llamaba Kane y aún después de todos los años transcurridos ese nombre siempre conseguía hacerlo arrugar la nariz. No, Denki no recordaba a su padre con cariño.
Su nuevo padre –su padre en esa segunda vida–, era completamente opuesto al anterior. Era severo, rico, influyente y poderoso. Pero también era un bastardo. Tenía arranques de mal humor legendarios y en la novela siempre se aparecía con la misma expresión agria que hacía temblar al resto. No, Denki tampoco sentía afecto por este nuevo padre.
Al parecer no tenía suerte en el departamento de las figuras paternas, pero eso no iba desanimarlo. Denki estaba listo para convivir con ese nuevo padre, y si convivencia significaba callarse frente a él y nunca llevarle la contraria, sería un pequeño sacrificio que le ahorraría problemas y haría su vida más fácil.
A la mañana siguiente Denki se levantó con el ánimo alto y toda la voluntad del mundo para conseguir que el Emperador se olvidara del asunto con el Festival y decidiera levantarle el castigo.
Toka trajó el té matutino y después de servirle se apresuró a esperar sus indicaciones, pero Denki se olvidó del té pues su único objetivo era encontrar un atuendo solemne y elegante, algo que le mostrara al Emperador que podía ser serio y que al mismo tiempo lo hiciera ver dócil. Por eso escogió una túnica de color perla con un cinturón de satín blanco. La parte inferior de la túnica estaba llena de pequeñas avecillas bordadas en hilo blanco que parecían alzar el vuelo y se iban difuminando conforme se acercaban al cinturón. Dejo que Toka le arreglara el pelo en una media coleta con un pasador discreto en color plata y finalmente se miró en el espejo.
Al menos sigo siendo bonito.
Bonito, limpio y brillante. Sus comidas continuas y sus salidas al sol habían evitado que su aspecto decayera, pero era imposible ocultar que no se encontraba en perfecto estado.
No importa, Denki, el aspecto no lo es todo. Mejor recuerda morderte bien la lengua y no darle motivos para que el Emperador te alargue el castigo.
La invitación era para el almuerzo así que a media mañana Denki subió al palanquín y dejo que lo llevaran por las calles de la Ciudad Imperial hasta el Palacio Principal. Ahí un sirviente le ofreció la bienvenida y lo condujo por los mismos pasillos de la vez anterior. Al llegar a las escaleras que los conducirían a los pisos superiores, el sirviente se detuvo.
—Solo aquellos con autorización tiene permitido subir a las habitaciones del Emperador.
A mi me invitaron, pensó Denki sin moverse, pero cuando el sirviente se enderezó no lo miraba a él, sino a Shinsou que esperaba detrás de ellos.
Denki no pudo evitar parpadear.
—Este es Fantasma —dijo como si eso fuera suficiente explicación.
—Y si Su Alteza lo desea le ofreceremos el almuerzo en uno de los salones.
—Pero es mi Sombra.
—No hay peligro que temer en el palacio del Emperador.
—Esta bien, Alteza —dijo Shinsou inclinándose para ofrecerle una reverencia—. Esperaré aquí.
Tras su confirmación el sirviente siguió ascendiendo por las escaleras y Denki miró una vez más a Shinsou antes de seguirlo. Subieron por las escaleras hasta el segundo piso y después a un tercero, de ahí tomaron el pasillo de la derecha y avanzaron en silencio entre tapices y jarrones altos.
Su destino era la habitación al fondo del pasillo, un salón amplio con un ventanal inmenso desde el cual podía verse el pueblo al otro lado del lago. Denki quedó asombrado con la vista, tanto que apenas si prestó atención al sirviente que se despidió anunciando que el Emperador llegaría después.
Era raro estar ahí sin Shinsou pues se había acostumbrado a tenerlo cerca, aunque no tan raro como ser consciente de que estaba en el Palacio esperando ver a su padre, un padre al que no conocía y por el que definitivamente no sentía interés por conocer. Para calmar la ansiedad Denki estudio el salón con calma y después escogió un lugar para arrodillarse a esperar.
Permaneció en la misma posición durante largo rato casi esperando que en cualquier momento la puerta se abriera para dejar entrar a su padre, pero eso no sucedió. Tampoco se apareció ningún sirviente para ofrecerle algo de beber pese a que era la hora del almuerzo, lo único que podía hacer era quedarse en su lugar a mirar por la ventana.
No tardo en comprender que ese era el lugar perfecto para pasar una tarde agradable viendo el atardecer.
Seguro que los kabura se ven impresionantes desde aquí. Y es el lugar perfecto para relajarse.
La vista era impresionante, la tranquilidad era absoluta, y el silencio era roto por el delicado cantar de los pájaros. Podía oírlos con claridad como si estuvieran casi sobre él. Curioso, Denki se levantó y siguió el sonido. Tras un biombo a la derecha, al fondo de la habitación, encontró una inmensa jaula de pájaros. Era más alta que él con una base de madera que se alzaba por encima de sus rodillas.
La jaula tenía forma de campana, con una puertecita diminuta en la base y otra en la parte media, en su interior revoloteaban un puñado de avecillas pequeñas de color dorado. Piaban y cantaban sin parar, yendo desde la parte alta de la jaula hasta el suelo de la misma, saltando sobre los trozos de madera que se acomodaban en el interior.
Denki sonrió y los contempló con afecto. Se parecían a los canarios con sus picos cortos, sus cabecitas redondas y sus pequeños ojillos de color negro. Eran adorables.
—¿Te gustan? —dijo una voz y Denki se giró para recibir al recién llegado, al que no había oído entrar.
Sorprendentemente no era su padre, sino Noche, el Guardia Sombra del Emperador. Denki miró hacia atrás, buscando, pero el hombre venía solo.
—El Emperador se encuentra ocupado —dijo Noche como si pudiera oír la pregunta que no había formulado—, ha dado permiso para que almuerces sin él.
—Si mi padre no puede recibirme, puedo volver después.
—Marcharte sin la autorización del Emperador es una ofensa grave.
—¿No tengo su permiso?
—Tienes su permiso para almorzar.
—Pero si está ocupado no es mi intención molestarlo.
—Entonces lo obedecerás.
—Lo hago, pero-
—Nada de excusas. Si el Emperador te ordena esperar en esta habitación, tu obligación es esperar en esta habitación, ¿verdad?
Denki se retorció las manos sintiéndose repentinamente incómodo.
—¿Verdad? —insistió Noche con voz calmada.
—Sí
—Bien —entonces dio un aplauso y los sirvientes irrumpieron por la puerta llevando varias bandejas con bocadillos y un servicio de té humeante. Lo dejaron todo sobre una de las mesitas y se marcharon despidiéndose de Noche—. Ahora puedes almorzar.
—Tal vez después, ¿o es que mi padre me ordena comer?
Su respuesta hizo que Noche sonriera.
—En absoluto. Las órdenes del Emperador fueron traerte el almuerzo y esperar contigo.
—¿No deberías estar con él? Eres su guardia.
—El Emperador exige privacidad cuando visita a sus concubinas.
¿Está con ellas?
—Ya veo... pero no es necesario que esperes aquí. Si tienes algo que hacer-
—Tengo tiempo.
Noche se acercó hasta detenerse a su lado y enfocó su atención en la jaula. Era bastante alto, y con el pelo negro sujeto en una apretada coleta lo parecía aún más, pero a diferencia de Shinsou su altura resultaba intimidante.
—Bailaste —dijo Noche tras una pausa.
—¿hm? —respondió Denki con calma mirando a los pájaros.
—En el Festival.
—Sí, ¿y?
—Es extraño siendo que durante años te has mantenido lejos de la vida pública.
—Sí, bueno, todos podemos cambiar de opinión.
—La tuya no fue una decisión, fue una recomendación directa del médico dado lo delicado de tu condición.
—La medicina del doctor Yakumo fue justamente lo que necesitaba.
—Es bueno escucharlo, el doctor habría estado feliz.
—Con toda seguridad.
—Espero que su reemplazo pueda encontrar un remedio igualmente efectivo.
—Estoy seguro de que lo hará, mientras tanto tendré que tomarme las cosas con calma.
No había nada más que decir así que Denki se mordió la lengua y mantuvo su atención en los pájaros. Había esperado que Noche terminara aburriéndose, o que decidiera almorzar por su cuenta, pero el guardia se quedó junto a él contemplando la jaula. Estaba considerando seriamente en alejarse cuando Noche repitió su pregunta.
—¿Te gustan?
Hablaba de los pájaros, que seguían revoloteando sin parar.
—Son bonitos —respondió.
—Eran los favoritos de tu madre.
—¿Cómo lo sabes? —pregunto Denki girando el rostro para mirarlo fijamente. La respuesta lo había sorprendido.
—Porque cuando tu madre se instaló en el palacio, el Emperador mandó construir un bebedero de pájaros en el jardín para criarlos ahí. Fue su regalo para ella.
—Que generoso de su parte.
—Fue su forma de expresarle su afecto.
—¿Y por qué ahora están aquí y no en el jardín?
—Porque tu madre murió.
Noche lo miró y Denki le sostuvo la mirada. Ya antes se había enfrentado a los ojos de un Sombra, tanto Aizawa como Shinsou poseían una mirada sólida y férrea; atemorizante, sí, pero Denki nunca se había sentido amenazado. En cambio, los ojos de Noche lo hicieron sentir pequeñito e indefenso. Poseían una intensidad que no pudo soportar y se vio obligado a desviar la vista hacia la jaula. Se humedeció los labios e intento relajarse, pero era difícil con los ojos de Noche sobre él.
—Supongo que a mi padre le entristecía verlos —murmuró Denki tras una larga pausa.
—¿Por qué lo crees?
—Bueno..., los pájaros fueron un regalo para ella y tal vez el verlos lo hacía recordar que mi madre ya no estaba, ¿no fue así?
Pero Noche no respondió y Denki no se atrevió a mirarlo.
—Cuando tu madre murió —dijo Noche tras una pausa—, el Emperador mandó a guardar todas sus cosas. Todo lo que le recordaba a ella lo apartó de su vista. Incluidos los pájaros.
—¿La quería tanto?
Tampoco hubo respuesta entonces y Denki luchó contra el deseo de retorcerse; sentía los ojos de Noche taladrando su rostro.
—Te pareces a tu madre —dijo él con voz clara. Una afirmación repentina y completamente fuera de lugar—. Ella también bailaba. También tomaba decisiones sin pedir permiso. Tienes su cara, pero no sus ojos. Tu nana afirmó que eran azules, el mismo azul que el Emperador. Y yo habría jurado que así era, pero obviamente me equivoque.
Un escalofrío de miedo recorrió a Denki pero tomó aire con calma.
—Al Emperador no va a gustarle.
—No tengo control sobre lo que mi nana haya dicho antes.
—No me refería a la mentira de tu nana.
¿Y entonces a qué? Pensó Denki de mal humor pero se abstuvo de decir nada, en su lugar miro con intensidad el revoloteo de las aves y luchó por encontrar otro tema de conversación. Tras una pausa mirando los pájaros no pudo evitar decir.
—No deberían estar en una jaula.
—¿Por qué no?
—Porque los pájaros no van en las jaulas.
Noche se rio. Fue una carcajada corta, apenas un resoplido musical.
—Tu madre los metía en una jaula cuando se acercaba el invierno.
—Pero no estamos en invierno.
—Cierto, y tampoco está tu madre para abogar por ellos.
—Pero... ¿por qué encerrarlos en el último piso dónde nadie puede verlos?
—¿Y por qué la gente debería verlos?
—¿Qué sentido tiene tenerlos aquí si nadie los oye cantar o los ve volar?
—¿Es que acaso las cosas solo tienen valor si otras personas las contemplan?
—¿Por qué respondes mis preguntas con más preguntas?
—¿Y por qué no dejas tú de hacer preguntas?
Tenso, Denki enfocó toda su atención en la jaula y descubrió los detalles que antes habían pasado desapercibidos: El agua en el depósito del suelo estaba sucia, los bordes de la jaula se veían desgastados, y la mierda en el suelo parecía seca y vieja.
—No parece que nadie los cuide.
—Veo comida, agua y un espacio seguro, ¿qué más cuidado necesitan?
Denki no respondió, tenía la boca seca y un nudo en el estómago. La presencia de Noche resultaba asfixiante y lo único que podía hacer era contener las ganas de retorcerse.
—¿Qué más necesitan? —pregunto Noche y Denki frunció el entrecejo.
—Dudo que mi madre haya aprobado que sus aves estén encerradas en una torre.
—¿Por qué la opinión de tu madre debería importar?
—Son sus aves.
—Lo fueron, pero toda posesión de tu madre pertenece al Emperador. Y es él quien decide tenerlas aquí.
—Al menos deberían tener la jaula abierta para salir y estirar sus alas.
—Eso sería peligroso.
—¿Por qué?
—Porque fueron criados aquí, nacieron en esa jaula y todo lo que conocen es esa jaula. No hay ningún otro lugar al que puedan ir. Están aquí porque el invierno los habría matado y la jaula está cerrada para que nada les haga daño.
—Son aves, está en su naturaleza sobrevivir.
La respuesta de Noche fue extender una mano a la puerta de la jaula, la abrió sin esfuerzo y deslizo su brazo al interior. Sin problema alguno tomó uno de los pájaros en su mano derecha y la retiró cerrando la puertita tras de sí.
Denki se giró hacia él y alzó las manos en un gesto instintivo, pero Noche no hizo ademán de darle el pájaro, lo sostuvo en su mano y lo único que hizo fue girar su cuerpo para mirar a Denki de frente.
—Son tan pequeños —dijo Noche mientras Denki extendía un dedo para tocar la cabecita dorada pues era lo único que sobresalía del puño. El animalito estaba tibio y piaba con vigor—, aplastarlos es tan fácil.
Sucedió tan rápido que Denki tardó en reaccionar. Cuando vio que Noche apretaba el puño haciendo que el pájaro empezara a chillar, lo sujeto del brazo tratando de hacer que lo soltara.
—¡Hey! —gritó— ¡Suelta! —y mientras lo decía le hundía las uñas en la muñeca— ¡Suéltalo! —repitió, pero fue inútil porque en un abrir y cerrar de ojos se escuchó un crujido y el pájaro se quedó callado.
El corazón de Denki latía con violencia, lo oía rugir en sus oídos como un mar embravecido. Cuando Noche abrió el puño, el animal cayó al suelo como un saco diminuto y se quedó ahí, completamente inmóvil; sus patitas de color naranja estaban encogidas y su bellísimo plumaje dorado parecía haber perdido su brillo.
La mente de Denki era un zumbido lleno de estática.
—Mírame, pajarito —fue la familiaridad del nombre, la forma como pronunció esa última palabra la que hizo que el vello en la nunca de Denki se erizara. Alzó los ojos y se encontró a Noche, mirándolo con una sonrisa calmada y una expresión satisfecha— ¿No entiendes que la jaula los mantiene vivos?
Y en ese momento Denki sintió que su corazón latía como las alas de una avecilla aterrorizada.
[...]
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