2.18. Encuentro
Título Alternativo: Recordemos: Denki es tan bonito que provoca espanto.
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Siendo que Denki mantenía una rutina bastante sencilla, los sirvientes no tardaron en anticiparse a sus actividades y en lugar de esperar a ser convocados se las arreglaban para facilitar la vida del príncipe, él se los agradecía con una sonrisa, un poco de conversación y mucha buena voluntad. Por eso cada mañana una sirvienta se aparecía temprano llevando una jofaina de agua tibia para que Denki se lavara mientras ella lo ayudaba a escoger su ropa del día.
El gusto de la mujer era impecable y pese a que él sentía la tentación en vestirse con sus ropas de casa, al final aceptaba las túnicas elegantes con diseños complejos o colores brillantes que ella le sugería. Siguiendo el consejo de la modista, el nuevo peinado de Denki era una media coleta sujeta por sus pasadores más bonitos mientras dos mechones largos le enmarcaban la cara, a su espada caía la cascada de pelo rubio bien cepillado y brillante.
—Así esta bien, Saeko —dijo Denki cuando vio a la sirvienta yendo por el espejo—. Confió en tu buen juicio.
—Es un honor oírlo, Alteza.
—Ve a buscarme cuando sea hora de desayunar —respondió Denki abandonando la habitación y dirigiéndose hacia la biblioteca. Le gustaba usar las mañanas para adelantar su proyecto pues quería terminarlo lo más pronto posible.
Cuando Saeko volvía, Denki dejaba todo para ir a desayunar. Había aprendido que debía llegar temprano porque los invitados aumentaban día con día y era cada vez más difícil encontrar un espacio para sentarse a solas.
Ese día se sorprendió una vez más de la cantidad de invitados que había apenas puso un pie en el comedor. Parece que su número se dúplica y se empeñan en llegar temprano. Lo cual Denki encontraba fastidioso porque la idea de avanzar entre las mesas llenas buscando algún lugar disponible lo hacía retorcerse de ansiedad. Siempre le parecía que las conversaciones se detenían cuando entraba, un pensamiento que no conseguía atenuar su incomodidad.
No seas creído, Denki, que aquí nadie te conoce.
Escaneó la zona con calma, buscando algún espacio libre en el que pudiera desayunar en relativa privacidad, sin éxito. Su indecisión debió ser obvia porque una mano se alzó entre el mar de cabezas silenciosas que lo miraban.
—Aquí hay un lugar —dijo esa persona poniéndose de pie simultáneamente.
—Aquí otro —intervino alguien más.
Y un tercero añadió desde el fondo del salón. —Hay uno aquí.
Denki los miró uno a uno absolutamente confundido porque estaba seguro de que no conocía a ninguno, pero se sacudió la confusión y ahogó la incomodidad reemplazándola por la alegre cortesía de sus tiempos como mesero.
—Aprecio la intención —les dijo ofreciéndoles una sonrisa y un levísimo asentimiento—, aun cuando me han puesto en una posición incómoda porque no puedo elegir. Me disculpo por este inconveniente. Que tengan un buen día, señores.
Y sin más se dio la vuelta y salió con Saeko pisándole los talones. Avanzó deprisa y solo se detuvo hasta estar lo suficientemente lejos del comedor. Ahg, espero que esto no llegue a oídos del Emperador.
—Espero no haberlos ofendido —murmura.
—En absoluto, Alteza —responde Saeko que sonríe como si conociera un secreto—. De hecho, creo que los ha hecho felices.
—¿Felices? —pregunta él mirándola con extrañeza
—Por supuesto, Alteza. Es la primera vez que consiguen una palabra de usted.
—¿Por qué alguno de ellos querría hablar con el Tercer Príncipe?
—Oh, no, Alteza. Estoy segura de que ninguno de ellos sabe quién es usted.
Denki parpadeó, esperando que ella se explicara y cuando fue obvio que no iba hacerlo terminó por sacudir la cabeza.
—Como sea, ahora tengo que esperar hasta que el comedor se vacíe para volver a entrar.
—Podemos ir al segundo comedor.
—¿No estará igual?
—Lo dudo.
Y para sorpresa de Denki el segundo comedor estaba relativamente vacío. Escogió una de las mesas laterales y se arrodilló en un extremo, ignorando la mirada fija del muchacho que parecía absolutamente aterrado de tener alguien en la misma mesa que él.
Denki le ofreció una sonrisa y una inclinación de cabeza, esperando que eso calmara las cosas pero fue inútil porque el muchacho bajo la cabeza y se encogió en su lugar completamente paralizado. Incapaz de contener un suspiro, Denki devolvió la atención al plato que Saeko ponía frente a él y se dio a la tarea de comer pues quería volver a la biblioteca lo antes posible.
Alguien vino a sentarse frente a él y cuando se ánimo a mirar descubrió que eran dos muchachos elegantes, tan jóvenes que por un momento Denki se sintió viejo.
—¿Puedo preguntar tu nombre? —dijo uno de ellos en un tono tan vanidoso que su amigo se rio y ambos se codearon como cachorros adolescentes. La imagen transportó a Denki a su vida anterior, a cuando atendía clientes fastidiosos que tendían la tendencia de molestar. Por eso su lengua fue más rápida que su cerebro.
—Puedes —dijo, exhibiendo una sonrisa incisiva porque no soportaba que se burlaran de él—, otra cosa es que te conteste.
Eso consiguió borrarles la sonrisa y Denki regresó la atención a su comida maldiciéndose mentalmente por no controlar la lengua. Ahora seguro que Noche se entera y viene a darme lata. Se acabó su tazón de sopa y arroz e impidió que Saeko le sirviera la ración de pescado. En cambio, se limpió la boca, se despidió de los muchachos que habían dejado de reírse y finalmente se puso de pie.
Iba a salir por la puerta cuando se topó con el grupo que entraba, los cuales al verlo se detuvieron en el acto. Todos ellos portaban el mismo uniforme sin mangas, el cual dejaba entrever los brazos fornidos y las muñecas gruesas, un uniforme completamente rojo, tan rojo como el pelo del joven que iba al frente del grupo.
—Hey —dijo el líder con una sonrisa amable y absolutamente espontanea. Una sonrisa tan arrebatadora que Denki se vio obligado a parpadear por culpa de lo brillante que era. Vaya, este tío podría ser la portada de una revista de modelaje. El joven era un completo desconocido, más alto que él, tan fornido como lo era Izuku, y con el pelo rojo sujeto en una coleta tirante como la que usaba Hitoshi—. ¿Te vas?
¿Y a qué me voy a quedar? pensó Denki inclinando la cabeza porque la familiaridad del soldado lo había desubicado, estaba seguro de que nunca habían sido presentados.
—Buen día —respondió finalmente. Se hizo a un lado y siguió de frente sin detenerse a mirar atrás.
Despidió a Saeko como cada mañana y volvió a subir a su habitación para recoger los libros que pretendía leer, pero antes de bajar se entretuvo en la ventana, dejando que la fresca brisa del día sacudiera su pelo sin dejar de suspirar.
Eso de tener que controlar mi lengua y no hablar con nadie es desgastante. Con tanta gente en el palacio se va volviendo imposible eso de pasar desapercibido.
La confirmación a dicha afirmación llegó cuando Denki entró en la nueva biblioteca solo para encontrarse con un completo desconocido sentado en uno de los divanes nuevos que había hecho traer de fuera.
El diván era uno de sus favoritos para sentarse a leer porque era comodísimo y miraba hacia la ventana así que podía alzar los ojos y pensar mientras miraba el jardín. Había una pequeña otomana a la distancia justa para alzar los pies y una mesita a su lado por si se le antojaba pedir un poco de té. Y era ahí dónde estaba el extraño, con una pierna cruzada sobre la otra y un pequeño libro sobre su mano derecha, el cual leía con el codo apoyado sobre el brazo del diván.
Al oírlo llegar el extraño se giro para mirarlo y la respuesta instintiva de Denki fue ofrecerle una pequeña inclinación de cabeza.
—Buen día —dijo y acto seguido siguió de frente pasando la zona llena de alfombras, silloncitos y cojines. En la segunda sección estaban todos los estantes pulcramente alineados en hileras de cuatro, cada uno más alto que él. Y hasta el final estaban las cajas de libros que le faltaban por organizar.
Decidido a no sentirse incómodo por la presencia del extraño –Esta es una biblioteca, es obvio que habrá gente que quiera leer aquí para eso está–, Denki devolvió los libros que llevaba a sus estantes correspondientes y después cargo con una de sus cajas hasta la mesita baja que estaba en la zona de lectura. Ahí se arrodillo y conforme iba sacando los libros los revisaba para después acomodarlos en tres pilas según lo que encontraba.
En la primera pila estaban los libros más viejos o maltratados, aquellos que requerían una nueva encuadernación o cuya tinta empezaba a correrse. Esos iban a parar de nuevo a la caja a la espera de que Denki pudiera encontrar a alguien que los restaurara. En la segunda pila estaban todos los libros que no estaban registrados en la lista que tenía. Para esos Denki debía ir añadiéndolos uno a uno en el gran manual que contenía todos los títulos de la biblioteca, era una tarea pesada porque debía añadir el título en la sección donde se organizaban por orden alfabético que a su vez se dividía por tema, el cual requería que Denki los hojeara con calma. Y por último en la tercer pila estaban todos los libros que podían ser ordenados inmediatamente y lo único que tenía que hacer era actualizar el número de estante en el que se encontraban.
Tras repetir la misma rutina una y otra vez a lo largo de los días, Denki había descubierto que podía desconectarse del mundo y entretenerse entre las maravillas que iba descubriendo. La literatura había sido una de sus clases favoritas en la escuela y como nunca había tenido suficiente dinero para comprar todos los libros que quería tenía que conformarse con adquirirlos de segunda mano o pedirlos prestado. Y por eso el trabajo que hacía ahí conseguía calmar su ansiedad, porque siempre le habían gustado los libros y como había trabajado en una librería en los meses en los que su madre había estado internada tenía una noción básica para continuar con la organización de la biblioteca original.
Estaba tan inmerso en su trabajo que se había olvidado por completo del extraño que leía en el diván junto a la ventana, por eso se sobresaltó cuando oyó la voz. Sorprendido alzó el rostro para encontrarse con el extraño de pie frente a su mesa mirándolo con ojos dispares. Eso fue lo que atrajo toda su atención y le impidió razonar. El ojo izquierdo del joven era de un color turquesa brillante y el derecho de un gris deslavado, ambos bordeados por pestañas pelirrojas tan largas y oscuras que contrastaban con la piel nívea cada vez que el extraño parpadeaba.
Curioso, pensó Denki, asombrado por el contraste en sus ojos y su pelo, el cual se dividía exactamente a la mitad: Blanco a la derecha y rojo a la izquierda. El extraño lo llevaba sujeto en un moño alto que le descubría el cuello y las orejas, dejando a la vista la llamativa cicatriz que le cubría casi la mitad de la cara. Vaya.
—¿Cómo? —preguntó cuando el silencio se prolongó y fue obvio que el extraño estaba esperando su respuesta—. ¿Me repites la pregunta?
—Te pregunte si tú eres el encargado.
Denki parpadeó. Pero qué hombre tan curioso, pensó oyendo la pregunta como un susurro lejano, ¿qué clase de persona tiene el pelo de dos colores?
—Eh... sí —respondió aunque su cerebro se había hundido en una espiral de admiración ante lo que él consideraba una belleza inusual. Porque el extraño era extremadamente apuesto pese a lo llamativo de su apariencia.
—¿Puedo llevármelo? —añadió el extraño alzando el libro de pastas azules que había estado leyendo.
Denki parpadeó una vez más, concentrado como estaba en la cicatriz que bordeaba la zona izquierda alrededor del ojo del extraño; esta le llegaba casi a la raíz del pelo y el tejido cicatrizado tenía una tonalidad más oscura que el resto de su piel. ¿Cómo se la habrá hecho?
Su inspección prolongada y concienzuda hizo sentir incómodo al extraño. Denki lo supo al verlo apartar la mirada y en la repentina tensión de su cuerpo. Eso lo devolvió a la realidad. Oh, joder, he quedado como idiota. A la gente no le gusta que miren fijamente sus cicatrices.
—Lo siento —dijo Denki sin pensar, levantándose de inmediato con la expresión arrepentida de alguien que entiende que ha hecho mal y con la única intención de ofrecer una disculpa—. Mis modales son terribles. Mi hermano siempre me lo dice... por desgracia nunca hago caso y ahora me he dejado en evidencia. Perdóname. No ha sido mi intención molestarte. Me han llamado la atención tus ojos, son inusuales y nunca había visto nada así. No me malentiendas creo que son excepcionalmente preciosos pues el contraste entre ambos colores es hipnótico. Y aunque sé que es de muy mala educación mirar fijamente, a veces no consigo controlar mi impulso de mirar. Me gusta mirar las cosas bonitas y no te estoy llamando bonito, que lo eres, no cabe duda, pero-
Se atragantó, tomó aire y solo entonces fue consciente de su balbuceo sin filtro. El bochorno y la vergüenza le subieron a la cara como una marejada caliente que se extendió hasta sus orejas y borró de su mente todo lo demás.
—OHH —murmuró tapándose la cara con las manos
Ves, Denki, para evitar casos así el Emperador quiere que tengas la boca cerrada y no lo avergüences. Cuando Neito se entere de esto me dará un sermón interminable.
Se acordó de su primer encuentro con Shinsou dónde su boca también lo había traicionado. Ese siempre había sido su problema con los chicos preciosos, en lugar de dejarlo mudo lo convertían en una fuente de vergüenza interminable. Y en esa ocasión no podía fingir un desmayo, así que se apretó los parpados cerrados, tomó aire de nuevo y se obligó a tomar la situación con filosofía.
Pesca tu cerebro con palillos y sacúdete la vergüenza, Denki.
—Lo siento —repitió enderezándose con calma e ignorando activamente el calor que sentía en la cara. Procuró no pensar mucho en la cara sorprendida del muchacho frente a él—. Eso ha estado fuera de lugar y no podré disculparme lo suficiente por mi comportamiento. Sí, puedes llevarte el libro, cuando quieras devolverlo déjalo en la mesa.
Y con eso Denki lo esquivó y salió de la biblioteca sin hacer caso del llamado que escuchó detrás de él. Dejo los libros regados sabedor de que seguirían exactamente igual cuando decidiera volver; lo único que quería era esconderse hasta que la vergüenza se desvaneciera y el único lugar en el que podía hacerlo era su cuarto así que subió las escaleras y recorrió los pasillos.
Su malestar solo empeoró cuando llegó a su cuarto y volvió a encontrarse con Noche en la entrada.
Joder, lata y lata contigo, ¿no tienes otra cosa que hacer?
—¿Dónde está la sirvienta? —preguntó Noche
—¿Qué sirvienta?
—La sirvienta que mande a buscarte
—No me encontró —respondió Denki sospechando que la mujer había ido a buscarlo a la biblioteca ahora vacía—. ¿Qué quieres? —añadió sin poder evitar la tensión en su voz.
Noche no respondió, lo miraba a la cara como si intentara encontrar algo ahí.
—Estás molesto.
—Estoy cansado —dijo Denki entrando a su cuarto y dirigiéndose hacia la ventana—, ¿a qué has venido?
—Te quedarás en tu cuarto el resto de la tarde —respondió Noche sin moverse de la entrada— enviaré a alguien a que te suba de comer.
—¿Por qué?
—Tu prometido ha llegado y está instalándose así que evitemos cualquier inconveniente durante el resto del día. Tendrás permitido sentarte en el comedor principal junto a tu padre durante el desayuno y la comida de mañana, y también asistirás a las actividades programadas a lo largo del día. ¿Te queda claro?
—Sí.
—Bien, entonces recuerda no avergonzar a tu padre, comportarte como corresponde a tu rango, y no hablar a menos que alguien se dirija a ti. ¿Lo entiendes?
—Sí.
Noche se quedó en la entrada sin añadir nada más y Denki finalmente se atrevió a mirarlo.
—Sonríe —dijo Noche y su respuesta fue darle la espalda para ir a sentarse en el diván. Al oír que la puerta se cerraba se permitió suspirar.
Bueno, ha llegado la hora del espectáculo. Hora de convencer al prometido de que le conviene casarse conmigo.
Lo cierto era que no se sentía listo, no después de sus tropiezos de esa mañana. Le habría gustado tener a Shinsou, cuya cara solía suavizarse cada vez que le decía "Todo estará bien, Alteza" con una convicción férrea como diciendo y si no lo está yo me encargaré de corregirlo. Se había acostumbrado tanto a su compañía que le resultaba rarísimo andar a su aire sin alguien con quien compartir un secreto o una sonrisa.
El pensar en Shinsou terminó por deprimirlo porque si no conseguía ganarse al prometido iba a ser imposible que le dejara conservar a su guardia. Y Denki no soportaba la idea de dejarlo atrás.
En un arranque de frustración pateo las patas de la mesita que tenía más cerca y el súbito movimiento hizo caer el libro que estaba encima. El cual cayó de lado y se abrió haciendo que la pluma en su interior se deslizara por el suelo.
Era la pluma que Noche le había dejado.
Al verla Denki no experimentó la duda y el temor de la primera vez, lo que sintió fue ira. Ira de que Noche existiera en su cuarto y en su vida. Ira de que hubiera un trozo de él ahí. Así que sin pensarlo tomó la pluma y salió de su cuarto, siguió por los pasillos hasta las escaleras y en lugar de bajar subió.
Recreó el trayecto de la primera vez que visitara el palacio hasta que llegó a la sala dónde había conocido a Noche. La jaula de los pájaros seguía en el mismo lugar, y las avecillas doradas trinaban y aleteaban en el interior mientras la brisa entraba por las ventanas abiertas.
Con muchísimo cuidado Denki introdujo la pluma por las rendijas de la jaula hasta verla posarse en el suelo sucio, después se quedó ahí, mirando a las avecillas cantar, sintiendo pena por ellas sin dejar de pensar: ¿Por qué mi padre insiste en tenerlas aquí?
Pero no había respuesta y eventualmente Denki se vio obligado a volver a su habitación.
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