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O1O : El final de una flor que nunca floreció

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Esa mañana, Seonghwa despertó con la sensación de que algo estaba a punto de suceder. No era una intuición común, sino algo más profundo, casi visceral. La enfermedad que llevaba tanto tiempo consumiéndolo había avanzado demasiado, y podía sentir cómo su cuerpo se desmoronaba bajo el peso de los pétalos que todavía quedaban atrapados en sus pulmones. A pesar de todo, esa mañana, en particular, tenía la certeza de que sería el último día. La última vez que su corazón latiría con la esperanza, aunque fuera débil, de que las cosas pudieran ser diferentes.

Hongjoong se levantó con él esa mañana, como siempre lo hacía. Aunque las sombras del dolor y la angustia se reflejaban en sus ojos, ese día algo en él brillaba. Un brillo que Seonghwa no podía identificar, pero que lo reconoció inmediatamente. Era como si Hongjoong hubiera decidido no rendirse, como si hubiera decidido no aceptar el final, como si pensara que tal vez, solo tal vez, podía hacer que ese día fuera diferente.

—Hyung, hoy te llevaré a dar un paseo —dijo Hongjoong, su voz más suave que nunca, como si estuviera tratando de envolver a Seonghwa en una burbuja de calma, como si ese día fuera solo para ellos dos.

Seonghwa sonrió con tristeza, una sonrisa que ya no tenía la vitalidad de antes. Había perdido tanto peso, su rostro era más delgado, sus ojos hundidos, pero al escuchar la voz de Hongjoong, algo dentro de él revivió, aunque fuera por un instante.

—No creo que sea buena idea, Joongie —respondió Seonghwa, con una leve sonrisa en los labios.

—No me importa —dijo Hongjoong con firmeza—. Si no salimos a caminar, al menos pasaré todo el día contigo. Solo tú y yo. Nada de trabajo, nada de preocupaciones. Solo nosotros.

Seonghwa suspiró y se recostó nuevamente sobre las almohadas, sus ojos fijos en el techo. Sabía que Hongjoong estaba tratando de hacerlo sentir bien, de darle un último día normal, pero la verdad era que el final ya estaba cerca. Se sentía débil, demasiado débil. Pero Hongjoong no debía saberlo. No debía verlo con esa angustia en los ojos.

—Está bien... —murmuró, antes de cerrar los ojos y dejar que las caricias de los recuerdos lo invadieran.

El día continuó con Hongjoong preparándole un desayuno especial, algo que nunca había hecho antes, con los ingredientes más simples, pero con todo su amor. Le insistió para que comieran juntos en el sofá, como en aquellos días en los que la vida aún era más ligera, como si fuera un día normal. En medio de risas suaves, miradas tímidas, y un toque de ternura que había estado ausente durante tanto tiempo, el tiempo se desvaneció. Para Seonghwa, ese día representaba algo más que solo un intento de normalidad. Era la despedida que nunca pensó tener. Y Hongjoong, en su ingenuidad, lo estaba viviendo como un regalo.

A media tarde, después de un largo rato en el que los dos se quedaron juntos, Hongjoong sugirió salir a comprar algunos artículos, como lo harían cualquier otro día.

—Voy a ir a la tienda, ¿quieres que te traiga algo? —preguntó Hongjoong, mientras se levantaba del sillón.

Seonghwa lo miró y, por primera vez en mucho tiempo, vio en los ojos de Hongjoong algo que le hizo sonreír genuinamente.

—Solo ven pronto —dijo Seonghwa, casi en un susurro. Sus palabras no eran solo un pedido, sino una súplica silenciosa.

Hongjoong lo miró por un largo momento antes de salir, sin darse cuenta de la sombra que se cernía sobre ellos. Al salir, la puerta se cerró suavemente tras él, dejando a Seonghwa solo en el apartamento.

En el silencio que siguió, Seonghwa sintió cómo el peso de su cuerpo lo vencía. La tos, esa compañera constante, lo atacó de repente, más fuerte que nunca. La presión en su pecho era insoportable, y mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos, no pudo evitar toser con fuerza. Los pétalos que había intentado mantener dentro de sí cayeron con fuerza, pero esta vez no fueron los pequeños y finos que solían escapar. Esta vez, los pétalos eran grandes, oscuros, y parecían casi salir con la misma fuerza que su vida se desvanecía. La sangre brotó de su boca, mezclándose con los pétalos como si fuera un pacto mortal. Cada espasmo lo dejaba más exhausto.

No intentó detenerlo. Sabía que ya no podía. Solo se recostó en la cama, su cuerpo encogido, su mente completamente vacía, mientras el dolor comenzaba a apoderarse de él por completo. Esa era la crisis final. La enfermedad había llegado a su punto más avanzado, y no había vuelta atrás.

El sudor frío cubría su frente, y a pesar de todo, no pudo evitar una extraña sensación de calma. Sabía que el final estaba cerca, pero no sentía miedo. En lugar de eso, había una tristeza profunda, un cansancio abrumador, y la aceptación de que su tiempo había llegado. Lo que más lo dolía no era la muerte en sí, sino la imposibilidad de que su amor fuera correspondido. Lo que más le dolía era saber que Hongjoong jamás podría amarlo de la misma manera.

Seonghwa miró la flor oscura que ahora descansaba en su almohada, la flor del infierno que la enfermedad le había dejado como último vestigio de su sufrimiento. Con un suspiro, cerró los ojos, esperando simplemente que todo terminara.

Cuando Hongjoong regresó, el sol ya se había puesto, pero el apartamento estaba envuelto en una atmósfera sombría. Algo en el aire le dijo que algo no estaba bien. Al principio no lo vio. Pero al entrar en la habitación, lo encontró. Seonghwa estaba recostado en la cama, los ojos cerrados, su rostro aún pálido, pero algo más lo hizo detenerse en seco. La flor roja. Mejor conocida como flor del infierno o de la muerte estaba justo sobre los labios de Seonghwa, sobresaliendo de su boca como una flor que nunca había tenido oportunidad de florecer.

Hongjoong sintió que el aire le faltaba, y su corazón dio un vuelco. Corrió hacia Seonghwa, y al hacerlo, vio cómo más pétalos comenzaban a caer de su boca lentamente, como una flor marchita que se deshojaba por completo. Y cuando Seonghwa tosió, la sangre apareció, más oscura que nunca. El alma de Hongjoong se rompió en ese momento, viendo cómo su amor, su amigo, la persona que más había amado, se desvanecía ante sus ojos. Con desesperación trato de quitar aquella flor que sobresalía de su boca, la cual comenzaba a asfixiandolo, a pesar de que trataba de hacerlo con cuidado sus manos no dejaban de temblar y parecía que a Seonghwa le dolía demasiado al ser arrancada. Cuando al fin lo había logrado la arrojó lejos, sus manos empapadas de la sangre oscura que salía de la boca de Seonghwa.

Se arrodilló junto a la cama, la desesperación tomando control de su cuerpo.

—¡Hyung! ¡No! ¡Por favor, no! —gritó, su voz quebrada por el llanto. Las lágrimas caían sin control, mientras tomaba las manos de Seonghwa, sintiendo su frialdad.

Pero Seonghwa ya no podía escucharlo. Los ojos de Seonghwa se abrieron por última vez, con una mirada de paz, como si hubiera aceptado finalmente lo que su cuerpo ya no podía resistir.

—Te quiero, Hongjoong... —dijo con una sonrisa débil, su voz casi un susurro. Pero no había tristeza en su tono, solo aceptación.

Hongjoong lo miró, completamente devastado. Y en ese momento, los últimos pétalos de Seonghwa cayeron suavemente sobre su rostro, como una despedida.

—No... por favor... —Hongjoong susurró, completamente roto, mientras el cuerpo de Seonghwa caía en un sueño eterno.

Con el corazón destrozado y el alma vacía, Hongjoong lo abrazó por última vez. Pero ya no había nada que hacer. Seonghwa se había ido, y con él, se había llevado una parte del alma de Hongjoong.

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