6.0
Ahí estaba Jeno, con un cuerpo de espaldas al suyo, rodeándolo con las manos fijas en las caderas de, al parecer, otro chico. Na abrió la boca con sorpresa, tal como hizo el desconocido al voltear y ver al pelinegro a su lado.
Era una escena familiar.
No.
Era jodidamente igual a la vez en la que se encontró con el mayor en otro bar.
Apretó los dientes con fuerza, sus puños copiando la acción antes de que las lágrimas una vez más se deslizaran por sus pómulos.
Quería ir y enfrentarlo.
Pero, ¿con qué cara? Después de todo fue él quien lo alejó.
Aún así Jaemin quería tener el derecho de odiarlo.
En verdad quería romper su corazón para tener la fuerza de hacerlo, sin embargo, solo se detestó un poco más a sí mismo cuando notó que Lee llenaba el vacío que le atormentaba. Deseó saber a cuantas personas había lastimado de esta forma para disculparse, pues si todas se habían sentido así, merecía estar en esa situación tan dolorosa.
Con el pecho ardiendo de celos, quizá de flores corriendo por sus pulmones.
No es que fuera fácil saberlo.
De cualquier forma se aferró a la idea de detenerlo, avanzando lo más rapido que podía entre toda la gente, recibiendo empujones, insultos, todo por llegar hasta el amor, no de su vida, pero sí el que aún esperaba que lo fuera algún día.
─ Jeno─ dijo, lo suficientemente fuerte para que este oyera. Su corazón se detuvo por un segundo, volviendo a latir desenfrenado en su pecho adolorido cuando el pelinegro volteó a mirarlo extrañado, recorriendo su rostro mientras esperaba por más palabras de Jaemin.
Se quedó mudo, sin saber qué decir con los pétalos ardiendo en su circuito.
─ Jaemin, di algo o suéltame─ el nombrado se confundió ante lo dicho, fijándose que de manera inconsciente sujetó la muñeca contraria entre sus manos, fuerte, volviendo más pálida la piel bajo el agarre.
No se lo pensó dos veces cuando decidió aprovechar la situación, apartando al mayor del chico a su lado que miraba todo con sorpresa e inquietud. A Na no le interesaba empezar un escándalo ahí mismo si quisiera, más no hizo falta cuando el chiquillo se fue, alejándose de ellos.
─ Jen... ven conmigo, por favor─ murmuró, agradecido de que este le siguiera los pasos hasta estar fuera del bar.
Odio a la vida por burlarse de él, mostrándole una noche fría, pero a la vez tan hermosa junto ese cielo azulado que le cubría mientras moría con lentitud a manos de las flores.
A manos de Jeno, quien no dijo nada al sentir a Jaemin entrelazando sus dedos con los propios.
Sus cuerpos temblaban por diferentes razones que ninguno daría a conocer y que uno aún no se acostumbraba al por qué. No quería aceptarlo, mas se obligó a sí mismo a tomar valor y tragarse la flor en la garganta.
Una lágrima cayó antes de comenzar.
─ Jeno... tú me quieres, ¿aunque sea un poco?─ el frío de la noche congeló las posibles respuestas. ─ Por favor, dime que lo haces─ se inclinó al mirar el piso bajo sus pies, elevando sus hombros con cada sollozo y sosteniendo con más fuerza, si era creíble, la mano de Lee. Su voz se escuchaba rasposa, débil al momento de suplicarle al pálido por una mentira que aceptaría con gusto.
─ Lo hago─ dijo, porque no era ni será consciente de la pronta muerte a causa de sus mentiras. Podría ser el karma de Jaemin, pero él también era culpable por herir.
Por ello en ese momento Na sonrió, incluso si eso no podía sonar más falso, soltando su mano y huyendo a su hogar entre lágrimas calientes que se congelaban en un instante.
Y mierda, todavía no lograba entender por qué dolía tanto su corazón. ¿Serían las flores arrasando con todo su torso o el dolor de saber que Jeno jamás sintió ni una sombra de cariño a su persona? Sea lo que fuera lograba humedecer sus ojos, sin permitirle ver con claridad la cerradura de la llave de su hogar y frustrándolo al punto de contener un grito para evitar que salieran más pétalos.
No creyó que horas después aparecería su pesadilla viviente en la puerta, golpeando sin ritmo y con claras pruebas de estar borracho. El pecho se le hundió con pesar, cayendo en que el feo presentimiento que sintió apenas despertó era gracias a Jeno. Él no explicó nada y Jaemin tampoco pidió una razón del por qué se encontraba en su casa, pues entendía que era solo porque le servía.
Porque Na no era nada más que algo de un momento que podía aprovechar cuantas veces quisiera.
Le dejó el sofá y volvió a su cama. Se durmió esperando que esa madrugada fuera una mentira, que Jeno en realidad sí le quería y por ello se hallaba ahí en su salón.
Tarde se dió cuenta de que esos eran sus últimos momentos, que nada a partir de ese día significaría algo, pues comenzó vomitando flores y sentimientos, dolores acompañados de sangre y cenizas de cigarros en su baño.
Los vio caer y no tuvo tiempo de detenerlos. La verdad ni siquiera pensó en hacerlo.
Era doloroso.
Más lo fue volver a verlo después de la pasada noche, llena de mentiras y falsas confesiones. Ahora esta mañana con las mejillas rojizas y coquetería al olvidar todo gracias a su borrachera de anoche.
Lo odiaba por el amor que le tenía, demasiado intenso, doloroso y hermoso, pues por alguna razón era increíblemente fuerte. Jeno le hizo ver que al fin logró amar de verdad, sin mentiras y engaños por debajo, solo con la condición de morir de amor por sus pecados.
A causa de eso, ahí se encontraba de nuevo, en aquel sofá grande que en su hogar tenía, desesperado por buscar una manera de volver a respirar sin que los pétalos maltrataran a sus pulmones. Era imposible. Sus manos rasgaron la tela de las almohadas, moviéndose de manera errática entre espasmos de dolor. Los ojos nublados en lágrimas, sollozos tratando de escapar que entorpecieron su trabajo de respirar correctamente.
Iba a morir.
Y realmente no estaba preparado para ello, nadie lo está, lo tenía claro, pero quería ser un poco egoísta en sus últimos momentos y creer que él estaba sufriendo más que nadie porque no soportaba el sentimiento de morir sin razones válidas, sin sentir que intentó liberarse de la cruda realidad en la cuál sus pulmones ya no lograban funcionar y sus extremidades dejaban de luchar.
No había nada más que la amarga sensación de un amor que nunca le correspondió, ese que mintió y ahora saltaba libre en busca de otra víctima de la cual alimentarse.
Jaemin incluso en sus últimos segundos deseó odiar a Lee Jeno, lo usó y aunque tuvo la oportunidad de abrir sus ojos, decidió hacerse el ciego ante la clara verdad.
"No hay peor ciego que el que no quiere ver" decían los demás, tonto quien no crea en lo que aquellas palabras querían transmitir, pues ahora se hallaba un tonto rodeado de pétalos de flores cubiertos de carmín.
Y Jeno, tan desgraciado como se describió, nunca se enteró de quien murió en el sofá de aquel solitario salón.
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