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4.0

El día más tranquilo que tuvo en ese mes también fue el último común de su vida. Solitario y decaído mientras tomaba su bebida en una de las esquinas del café, fue que se sorprendió con una llamada, no le tomó demasiada importancia hasta que cayó en el nombre en la pantalla.

Soltó velozmente su café al punto de derramar unas gotas sobre la mesa, tomando en su lugar el celular antes de contestar con ansiedad.

─ ¿Hola?─ su pecho quemó de una extraña forma, aunque lo asoció a la emoción del momento, esa que se fue desvaneciendo con cada segundo que pasaba. ─ ¿Jeno?

La llamada se cortó.

No hizo más que fruncir el ceño frente a la pantalla, tampoco es que pudiera hacer mucho antes de que su garganta protestara con pequeñas arcadas. Por reflejo tapó su boca con la mano libre, cerrando sus ojos al sentir vergüenza de la exagerada tos que le estaba atacando frente a toda la gente.

A pesar de eso se quedó ahí, tan quieto como se lo permitía el temblor en su cuerpo.

Y de pronto cesó.

Cuando se atrevió a dar un vistazo y alejar su mano, sus ojos se cristalizaron de incertidumbre, porque no podía ser verdad que unos jodidos pétalos escaparan de sus labios pero qué más real que verlos caer directamente hacia la mesa con una delicadeza tan fascinante.

─ ¿Qué mierda?─ su voz sonó rota, aspera gracias al roce de las flores. Se quedó pasmado al escucharse a sí mismo.

¿Qué estaba pasando?

¿Por qué estaba vomitando flores?

¿Tenía un raro tipo de VIH o qué carajos?

Se desesperó en tratar de comprender al menos un poco su situación, sin embargo, Jaemin sabía que no le tomaría mucha importancia luego de aquel pequeño susto porque:

"Qué me harán unas florecitas"

Y tal como se dijo, así sucedió, ignoró olímpicamente el asunto mientras los días pasaban sin novedades, ninguna noticia de Jeno, tampoco alguna oportunidad de conocer a un buen amigo u compañero, menos encuentros casuales con extraños...

Mierda, estaba necesitado de Jeno y Jaemin no tuvo una mejor idea que llamarlo en medio de la noche, con miles de sentimientos coexistiendo en su cabeza en cuanto el pálido aseguró su presencia una hora después.

No hubo tiempo para conversar sobre sus vidas, ambos ansiosos en buscar placer en el contrario apenas la puerta de aquel hogar se cerró tras sus espaldas. No contaron, ni rondas ni horas, simplemente entregándose al otro con todo lo que podían dar; pasión y desesperación.

Ninguno necesitaba más.

Nada más, se repetía Jaemin mientras observaba a Jeno vestirse a los pies de su cama, con palabras atoradas deseando escapar y sus piernas ansiosas moviéndose entre las sábanas.

El pelinegro le miró y él no lo pensó.

─ ¿No quieres... quedarte un rato más?─ la duda le inundó entre pausas, siguiendo incluso después de pensarlo un momento. El silencio que cubrió el cuarto solo incómodo visiblemente al menor, la mirada oscura del contrario provocando una leve electricidad que logró bajar su vista hasta su regazo, encontrando un distractor en como sus manos jugaban entre ellas.

─ ¿Por qué querrías aquí a alguien que no conoce ni tu nombre?─ respondió a cambio, sorprendiendolo al notar que en serio no se conocían de nada. Cambió rápidamente su expresión a una neutra, tomando valentía para mirar fijamente a esos atractivos ojos.

─ Esa ya es una buena razón para que te quedes a charlar un rato─ se acomodó antes de palmear el espacio a su lado, esperando por la respuesta afirmativa del pálido.

No lo demostró, sin embargo, la vergüenza y el nerviosismo lo sacudieron cuando, sin decir ni una palabra, Jeno se sentó a su lado, lo suficientemente cerca como para que sus hombros choquen.

─ Para tu información me llamo Jaemin.

─ ¿Jaemin sin apellido?

─ Na Jaemin.

─ Es un lindo nombre─ el pecho del rubio ardió con un dolor que no lograba identificar. ─ Na Jaemin.

Oh, mierda, quién diría que escuchar su nombre salir de esos labios le haría sentir tan emocionado hasta el punto de desear un beso de aquel extraño.

Eso es demasiado íntimo, se decía, en un intento de evadir las ganas.

─ Me miras tanto que podría llegar a creer que quieres algo más de mí─ tentó el mayor, volteando a ver al aún desnudo chico a su lado.

─ ¿No te molestaría si llegara a conseguir ese algo?

─ Puedes averiguarlo─ ante eso Jaemin no dudó a la oportunidad de besarlo, apoyándose en el muslo vestido del otro con su izquierda mientras la derecha se dirigía a ese despeinado cabello negro, disfrutando el calor que esa pronta unión le estaba provocando.

Oh, la electricidad en su cuerpo solo explotó al segundo de juntar sus bocas en un lento beso, revolviendo su interior a pesar de que solo él se estuviera emocionando con la situación, pues aunque Jeno le estuviese correspondiendo, no mostraba señales de reaccionar de la misma manera.

Estuvo por alejarse antes de que su cuerpo fuera empujado repentinamente hasta caer de espaldas a la cama.

─ ¿Jeno?─ pudo haber preguntado más, en realidad debería haberlo hecho pero el pelinegro ya estaba saliendo de su cuarto con sus cosas en mano, alejándose, de alguna forma escapándose de él.

Se quedó quieto hasta que escuchó la puerta de entrada cerrarse, confirmando que Jeno realmente se había ido sin decir ni una palabra.

Tembló mientras se sentaba otra vez sobre las sábanas, desnudo y aún con una capa de sudor cubriéndole el cuerpo. Su piel se erizó, sin saber si se debía a la baja temperatura del cuarto o por las patéticas ganas de llorar que le atacaron.

Mierda, estaba cansado de esto.

Era estúpido, odiaba lo fácil que caía en el pensamiento de que lo abandonaban nuevamente, porque claro que Lee no hacía eso, él simplemente ya no tenía nada que hacer ahí y Jaemin era demasiado idiota para entenderlo.

Es su problema y de nadie más si le tocó en algún nervio, el otro no tenía la culpa.

Estaba dispuesto a seguir con aquel pensamiento, sin embargo, la tos le prohibió concentrarse en eso, más bien, lo desesperó al punto de levantarse y correr hasta el baño, cayendo de rodillas al suelo para quedar frente al inodoro.

El ardor lo recorrió por completo y las lágrimas aumentaron en cantidad, mojando su rostro enrojecido por lo mismo. Cada arcada le hizo apretar el abdomen de una forma dolorosa hasta que consiguió vomitar los primeros pétalos, saliendo sin parar durante largos segundos. Podía comparar el dolor de su pecho con la presión de la ansiedad en un ataque.

Se sentía horrible.

Le agradeció a todo lo que conocía cuando la tortura acabó, tirándose de espaldas al suelo para recuperar el aliento que perdió. El frío una vez más lo perturba, pues cae en que está desnudo y estirado en el piso de su baño, con pétalos de flores rebeldes que no entraron en la taza de baño.

Parecía irreal.

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