Especial: ¿cómo nace la magia?
Capítulo especial
¿Cómo nace la magia?
tw- no hay minsung
Lunes 27, julio del 2016
Los mechones de cabello café caían suavemente contra sus hombros y contra el periódico que cubría, a la par con los suspiros que JiSung emitía con melancolía.
—No llores —ordenó con brusquedad su madrina Leela Danford, quien limpiaba la cuchilla de la navaja con el agua de la cocina y lo secaba lentamente con un paño de papel.
—Me pica... —murmuró JiSung mientras llevaba sus manos hacia su irritada calva, clavó sus uñas en su cuero y lo rascó intensamente—, mucho...
Su madrina dejó la cuchilla de la navaja en la isla y fue hacia JiSung para palmearle con fuerza la mano en su cabeza, haciendo que el chico la bajase rápidamente. —No te rasques. Y barre todo antes de que Koyle despierte.
Leela decía que le cortaba el pelo en el verano para que no tuviera calor, pero JiSung no entendía por qué lo hacía también en el invierno.
Fue hacia la alacena bajo la escalera para sacar una escoba y una pala, regresó a la cocina y, con lentitud, recogió el periódico del suelo para envolverlo y lanzarlo al basurero de la cocina, seguido de los pelos sobrantes de la baldosa amarilla que restaban del corte de pelo. En todo ese proceso su cabeza picaba.
No le gustaba tener su cabeza rapada, le hacía sentir más niño de lo que era. Normalmente Koyle (el hijo del medio) le jalaba las orejas porque le parecían muy grandes; otras veces, Karl (el hijo mayor) le escupía en ella porque le parecía gracioso el cómo resbalaba por su nuca, y Kandy (la hija menor), en su inocencia y secundada por sus hermanos, rayaba en su cabeza cada vez que se quedaba dormido en la tierra del patio trasero. Una vez hizo el dibujo de Shin Chan junto al nombre de JiSung, comentando lo parecidos que eran.
—¿Puedo salir hoy a la calle? —consultó JiSung con timidez a Leela, mientras regresaba a la cocina para ayudarla a preparar el desayuno.
—No. Hoy es el cumpleaños de Koyle —respondió ella, a su vez que batía la calara de los huevos en una fuente de forma intensa—. ¿Ordenaste la sala de estar?
—Sí...
—Pone la ropa a lavar.
JiSung asintió y fue esta vez hacia el baño del segundo piso para sacar el cesto de ropa sucia de los hijos de su madrina para poder lavarlos.
Su mañana se pasó en eso; lavó la ropa de ellos y ayudó a preparar el desayuno sorpresa de Koyle para su cumpleaños. A JiSung no le agradaba Koyle, en especial en el verano, porque se tiraba gases en su cama cuando este se convertía en el sofá de la sala de estar. Una vez se lo dijo a Leela, pero ella solamente lo calló y lo mandó a barrer el patio.
Leela no era mala, o no lo suficiente como para dejar a JiSung sin comer y sin dormir. Desde el primer momento en el que él puso un pie en casa de ella (que fue a los meses de nacido) ella le demostró un desprecio a su persona, no lo suficiente como para darle a entender que no le tenía aprecio, pero si como para que JiSung notase que no era hijo de ella. Pero ella era justa, a los ojos de JiSung, cuando Koyle y Karl peleaban, ella siempre golpeaba en el trasero a ambos con su bastón, y consentía a Kandy como la única niña del hogar.
A JiSung no le pegaba con su bastón, o al menos ya había pasado tiempo desde la última vez que lo había hecho. Ahora, él podía mantener conversaciones con Leela, aunque fuese de manera tímida, pero le agradaba que ella le contestase como si fuese un adulto y no un niño de once años.
—¡Cumpleaños feliz...! —cantaron en la mesa de la cocina. Kandy se veía realmente somnolienta y Karl bastante desinteresado, pero Koyle amaba ser el centro de atención en ese momento y recibir una cálida sonrisa de su madre.
Comieron panqueques suaves para el desayuno, todos menos JiSung, quien estuvo ocupado haciendo el almuerzo. Leela planificó todo un día fuera de casa para poder complacer a su hijo quien cumplía trece años, con actividades en parques, zoológicos y centros comerciales, todo lo que un chico de su edad amaba.
Obviamente, JiSung no podía salir. Leela lo dejó al cuidado de la papelería cerrada que la casa de los suburbios tenía; papelería que siempre se llenaba pasada de las cuatro de la tarde, pero ahora, por la temporada de verano, solo daba pena al estar abierta. Leela había sido más flexible en la apertura estos últimos días.
Él no entendía muy bien eso; hasta los ocho años JiSung iba a la misma escuela pública que iba Koyle y Karl, tenía sus propios amigos en su propio salón, y era bastante bueno en las habilidades humanistas; también tenía amigos en los suburbios, a pesar de su naturaleza tímida. JiSung era un muchacho que captaba la atención de las personas, aun cuando a él no le gustaba ser el centro de ella. Sin embargo, todo cambió abruptamente para JiSung cuando fue expulsado.
¿Cómo expulsas a un niño de ocho de la escuela?
Desde ese día que estuvo castigado. Solamente salía de casa para hacer los mandados, pero fuera de eso, su madrina lo marginó de toda relación con los demás niños- solo interactuaba lo justo y necesario, bajo su mandato, cuando atendía la papelería. A veces se sentaba en el porche de la casa para ver como sus amigos de los suburbios jugaban, pero ninguno se acercaba a JiSung. Ninguno le hablaba, o le dirigía la mirada. Solo fingían nunca conocerlo.
Para un niño de ocho eso fue un golpe duro, pero pronto JiSung aprendió que podía tener otros pasatiempos. Su madrina comenzó a hacerle clases particulares de matemática y lengua, y cuando llegó a un punto en el que ella no podía entender muy bien qué enseñarle al chico, dejó que el chico pudiese leer los textos escolares que la papelería vendía- con la única condición de regresarlos en perfecto estado.
El JiSung del presente le gustaría decirle al JiSung del pasado que no había nada que temer con la expulsión, porque sin ella, el chico nunca habría llegado al mundo de los libros.
Por lo que, cuando la familia se fue a celebrar el cumpleaños del hijo del medio, JiSung se escondió bajo el mostrador de la papelería para leer.
Y pudo pasar así toda la tarde, omitiendo por completo las burlas de los hermanos con respecto a su calva y la picazón, y podía saciar la necesidad de querer salir a la calle con un par de lecturas ligeras más que lo acompañaban en su día a día.
Pero antes de sumirse más en el libro de Roald Dahl, alguien golpeó la puerta.
Sabía que no era Leela, ella tenía llave, y ella le había dicho que nunca tenía que abrirles la puerta a extraños, mucho menos la entrada de la papelería; por lo que, cuando volvieron a tocar la puerta, JiSung lo ignoró.
Sin embargo, sentía un ligero cosquilleo desde su estómago, y olfateó un olor demasiado dulce para su gusto pero igualmente embriagador para captar su atención. Se preguntó si era una venta de pasteles quien estaba tocando su puerta reiteradas veces, e incluso estaba tentado en ir y mendigar para probar uno, pero las palabras de Leela en pro de su protección le hizo mantenerse bajo el mostrador.
El golpe pasó momentos después, tranquilizando a JiSung. El chico volvió interesadamente a su lectura mientras se rascaba la calva y se abanicaba con su otra mano por el calor del verano. El silencio perduró un par de minutos hasta que sintió el seguro de la puerta moverse.
«Están robando», fue el primer pensamiento lógico que se posó en la mente del pequeño. JiSung no estaba cómodo con la idea de tener que defender la tienda, porque prefería mil veces refugiarse bajo el mostrador con los demás libros y rezar para no ser encontrado. Sin embargo, presentía que, si dejaba que los ladrones se llevasen algo de valor de la tienda, Leela lo regañaría por ser un cobarde.
Buscó algo que fuera útil para la defensa- no lo suficientemente lejos ni ruidoso para llamar la atención del dragón, y mucho menos débil como para permitir el robo. No tuvo el mejor instinto ni los mejores movimientos cuando sintió la puerta abrirse por completo.
—Que ingeniosos estos muggles...
—Profesor, por favor manténganse en silencio.
—¡Pero mire, Minerva!, ¿qué serán esos colgantes que caen del cielo?
—Profesor...
Se levantó con lentitud, sin intenciones de hacer ruido y con todos sus sentidos en alerta ante los dos extraños en la casa. Pudo reconocer la voz de una mujer y de un hombre, pero no sabía con cuánto podría aliarse a estas dos personas.
Detuvo su movimiento al divisarlos. Se escondió detrás de la caja registradora, y jamás vio a dos ancianos vestidos de una manera tan extraña.
—¿Seguro de que está acá? —consultó la mujer.
El hombre canturreó una risa.
—¡Conozco los de mi clase, Minerva! Ahora, ¡reve-
¡Crash! Parte de los dulces del mostrador cayeron al suelo gracias a la torpeza de JiSung. Ambos ancianos lo divisaron con rapidez, y JiSung congeló su mirada al notar la gran y formida rama que el hombre sostenía en sus manos.
—Sabía que estaba en casa —sonrió él.
JiSung sintió su corazón subir por su garganta y caer en caída libre. La mujer lo miraba con unos penetrantes ojos negros pero parecía verse realmente contenta de ver a JiSung. Por otra parte, el hombre sonreía con un potente cabello color celeste- tan artificial que JiSung dudaba de que fuera real.
—¡Estás aquí! —repitió el hombre, más contento que nunca.
—¿Estás seguro de que no es familiar tuyo, profesor Stuart? —preguntó la mujer al hombre, mirándolos intercaladamente a ambos.
—Reconocería a un Stuart en cualquier parte, señorita Minerva, y lamento informarle que él no parece ser uno. —A pesar de que le contestaba a la mujer, el anciano no apartaba de la vista a JiSung, entregándole ahora una mirada desalentadora—. Pero no hay problema, señorita Minerva, podemos traerlo-
—No puedes llevarte al niño, profesor Stuart —expresó la mujer junto a su ceño fruncido. JiSung no tenía idea de lo que estaba pasando, se sentía tan nervioso e intimidado de que dos personas estuviesen en su casa, aun cuando el aroma de ellos les hacía cosquillas.
La mujer, Minerva, pareció notar el nerviosismo de JiSung -quien seguía congelado detrás del mostrador, listo para correr-, se arremangó las mangas de su larga túnica y pareció sonreír tan amablemente que JiSung se preguntó que si eso era una forma de calmarlo.
—Lamentamos entrar de esta forma, joven —se disculpó ella mientras se inclina levemente—. Hemos venido en reiteradas ocasiones para hablar con usted, pero su tutora no nos ha permitido verlo.
—¿Quiénes son? —La voz de JiSung sonó más delgada y temblorosa de lo que esperaba. Quería hacerse el valiente, pero le aterraba que el anciano -llamado profesor Stuart- cambiase de color su cabello de manera aleatoria.
El profesor Stuart dio un paso fuerte hacia JiSung y le tendió su mano con complicidad. —Callaghan Stuart, joven, profesor de Defensas Contra las Artes Oscuras en la escuela de Hogwarts.
A pesar del nombre complejo que el hombre había pronunciado para presentarse, a JiSung se les iluminaron los ojos al escuchar su profesión.
«Escuela...»
—Y esta hermosa mujer es Minerva McGonagall —presentó el profesor Callaghan a ella; JiSung pudo percibir que a la mujer no le había gustado la forma en la que se presentó—. Es la fantástica profesora de Transformaciones.
—No nos habían entregado una respuesta, y su tutora no nos dejaba hablar con usted —dijo McGonagall, mientras asentía lentamente—. Necesitamos una respuesta sobre su inscripción a la escuela de Hogwarts.
—¿E-escuela de Hogwarts? —Los ojos de JiSung brillaron ante eso. Nunca había escuchado el nombre de Hogwarts en toda su vida, y no sabía que los trabajadores de una escuela podrían venir a casa solo para reclutarlo; se sintió incómodamente especial ante eso. Sin embargo, cuando recordó su expulsión y de cómo Leela nunca lo inscribió a otra escuela, se desanimó. —No puedo. Me expulsaron de mi última escuela.
Un silencio pesado se formó en la papelería, tanto que JiSung ni siquiera reconocía al elefante en la habitación por lo extraño que se tornó todo. El profesor Callaghan miró a McGonagall, desentendido, pero ella continuó:
—No nos preocupa que hayas sido expulsado, JiSung —dijo ella con temple. JiSung se asustó al escuchar su nombre ser pronunciado por los labios de ella con un acento británico, preguntándose cuándo se presentó él mismo.
—¿Es una escuela para niños con problemas? —preguntó JiSung, vacilante, recordando cómo Leela se había planteado el mandarlo a ese tipo de escuelas cuando fue expulsado—. Y-yo no tengo problemas. No soy malo...
—Eso nos consta —sonrió gatunamente el profesor Callaghan—. ¿No te gustaría que te expliquemos todo?
JiSung levantó su mirada del suelo para volver a ver al profesor Callaghan a los ojos. Las arrugas alrededor de sus ojos le daban un aspecto risueño para JiSung, y sus ojos le recordaban a los de un gato.
—¿Explicarme todo? —consultó sin entender.
Callaghan canturreó una risa que pareció ser una burla, pero JiSung no se sintió ofendido por eso. En cambio, McGonagall soltó un suspiro; JiSung pudo sentir la emoción nacer desde su estómago.
—Eres un mago, JiSung.
Cuando Leela llegó esa tarde y se encontró a McGonagall y Callaghan sentados en la cocina de la casa, con JiSung completamente absorto con las tazas en el fregadero que se estaban lavando solas, el menor pensó lo peor.
Sin embargo, fue la primera vez que JiSung vio en el arrugado y estresado rostro de Leela una señal de remordimiento ante sus acciones. Mandó a sus hijos a sus habitaciones con un tono duro de voz y se sentó junto a los otros dos maestros para poder sincerarse ante JiSung.
A primera instancia, él pensó que solamente habían montado un circo para mandarlo a un hogar de niños fuera de allí, porque nunca había visto a Leela tan mansa con las decisiones de algún otro adulto. La última vez que vio el semblante de remordimiento en ella fue para cuando expulsaron a JiSung de su escuela, pero desde ahí no ha mostrado algún signo de debilidad.
—Hay muchas cosas sobre ti, JiSung, que debes aprender y conocer —le dijo McGonagall, una vez que Leela se ubicó junto a JiSung en la mesa de la cocina—. Desde hace tiempo hemos estado haciéndote un seguimiento. ¿Sabes sobre tu condición?
JiSung levantó la mirada de la mesa para fruncir el ceño a la mujer, para luego retirar esa expresión de su rostro y negar rápidamente. —No...No tengo ninguna condición —murmuró mientras miraba a Leela.
McGonagall también miró a Leela, notoriamente molesta. Callaghan, por su parte, parecía estar disfrutando la situación tanto que su cabello se había puesto de un neutro color marrón mientras sonreía (McGonagall le había entregado una mala mirada ante eso, y JiSung solo pudo sorprenderse porque eso era conocido).
—¿No le ha dicho nada? —pregunta ella a Leela, con un tono de voz fuerte.
—No había razón de contar —contesta Leela, correspondiendo al tono—. Él es un niño ordinario.
—Es un mago —espetó, enojada—. No puede apartarlo de las personas de esa manera. ¿Es que acaso no le dijo-
—Él era una completa molestia, señora —Leela frunció el ceño tan seriamente que JiSung se preocupó de que su rostro quedase estancado—. Era un peligro dejarlo afuera.
—Si usted hubiese aceptado la ayuda que le propuse-
—¡En ese caso, ustedes tuvieron que haberse quedado con JiSung! —gritó de repente Leela, haciendo a JiSung sentir mal. Él bajó la cabeza, apenado ante la forma en la que su madrina lo había tratado, sintiendo también cómo la corriente eléctrica en su nuca aparecía cada vez que se sentía triste—. No puedo tratar a JiSung como si fuese un chico normal porque no lo es. Hice todo lo que pude para que fuese normal, pero él no colaboró.
—Él no tenía control de su magia —intentó explicar McGonagall con más calma, tratando de no caer en la falacia de la furia que Leela estaba creando—. Los chicos a su edad son más intensos con los hechizos, en especial el tipo de JiSung.
«¿El tipo de JiSung?», se preguntó él, mirándose a sí mismo en el reflejo de la cuchara para preguntarse qué tenía en particular un chico como él.
—Tampoco quería exponer a mis hijos con gente como ustedes —escupió Leela con desprecio—. Solamente traían problemas. El trato fue cuidarlo bajo mi ala y luego ustedes se lo llevaban.
—Solo le pedimos un poco de cooperación —interrumpió Callaghan amablemente en la discusión, con un tono tranquilo que calmó a JiSung—. Las cosas recién están calmándose. En especial para JiSung.
—¿No se lo podrán llevar?
—Estuvo a salvo con usted —dijo McGonagall. Sin embargo, a JiSung le llamó la atención la mirada tan furiosa que le había entregado a Callaghan. La bruja soltó un suspiro para poder calmar la situación; JiSung pudo ver como de su túnica ella sacaba la larga rama puntiaguda, la cual agitó y la tetera eléctrica comenzó a hervir el agua—. Señora Danford, le pedimos cooperación sobre este tema, por favor.
Tanto JiSung como Leela se habían tensado por eso. JiSung no podía describir perfectamente la razón por la cual Leela lo había hecho, pero la mera tonalidad condescendiente provocó una ola de intranquilidad en su cuerpo.
—JiSung sigue bajo mi cuidado. Mi ala —enfatizó Leela—. Lo he prometido, y no lo entregaré de esa forma tan arbitraria para mandarlo a una escuela de raros.
Ante la afirmación de Leela, McGonagall compartió otra mirada con Callaghan. JiSung pensó que ambos estaban comunicándose, porque Callaghan volvió a sonreír y su cabello tomó ese color celeste con el que lo conoció al inicio, impresionando de nuevo a JiSung.
—JiSung —le llamó Callaghan, levantándose lentamente de la mesa—. ¿Por qué no me enseñas el jardín?
Aunque JiSung quería quedarse a escuchar la conversación, terminó cediendo su brazo amablemente para que el hombre se afirmase en él, y lo llevó por la puerta trasera hacia el jardín, donde por el poco tiempo que Leela tenía, estaba maltratado.
—¿Qué se siente saber que eres un mago, JiSung? —preguntó con cortesía Callaghan, fascinado por los juguetes de Kandy que estaban esparcidos por el suelo.
Hasta ese momento, JiSung no había procesado los hechos. Consideraba verdaderamente ridículo ser un mago cuando estaba seguro de que ni un ápice de magia poseía en su ser porque no se consideraba extraordinario.
—No lo sé, señor... —contestó vacilante—. ¿Está seguro...?
—¡Por supuesto! —respondió, agraciado, sabiendo cómo terminaría la pregunta—. Eres particular, JiSung, ¿Cómo no puedes ser un mago si eres metamorfomago?
El concepto congeló a JiSung, palideciendo al instante. Recordó en su cerebro haber leído un concepto parecido, La Metamorfosis de Kafka.
—¿Cómo Kafka? —pregunta con un hilo de voz. ¿Se convertiría en escarabajo?
Por la mirada que Callaghan le dio, supo que se estaba equivocando. —¿Quién es Kafka? ¿Es un metamorfomago?
—No- no lo sé. ¿Qué es un metamorfomago?
—¡Tú lo eres! —Callaghan canturreó una vez más—, y yo también lo soy.
JiSung pudo ver cómo el cabello de Callaghan, largo hasta los hombros y lacio, peinado a un lado, colorado por un café madera demasiado sedoso, cambió a uno de cabello negro, corto sobre las orejas y bastante ondulado. JiSung pestañeó ante ese cambio, pensando que había sido un reflejo de la luz o que sus ojos solamente le estaban jugando una mala pasada.
—¿Cómo...?
—Es lo básico que podemos hacer —contestó Callaghan, colocándose un poco más serio mientras su cabello regresaba a la misma forma que antes, solo que en vez de café era blanco—. A pesar de que los metamorfomagos son una población muy reducida comparado con los magos ordinarios, quería asegurarme de si éramos familiares o no —carcajeó—, cuando nos informaron que eras uno, mi señora casi me deja pensando que la había engañado, incluso tuvimos que usar veritaserum en nuestros hijos para decirnos quién tuvo un hijo fuera del matrimonio —contó cómo si fuese una buena experiencia. JiSung solamente quedó impresionado ante el lenguaje que usaba—. Cosas de familias tradicionales, JiSung, nada de qué preocuparse.
—L-lo siento... No entiendo a lo que se refiere.
Callaghan soltó un suspiro cansado, aunque obviamente era cómico. —Ay, niño, ¿necesitas que te explique todo?
JiSung levantó su cabeza para mirarlo a los ojos, y asintiendo con temor. Pensó que Callaghan se molestaría, o que iría donde McGonagall a decirle que no era lo suficientemente apto para asistir a una escuela de magia, pero en respuesta solo recibió la agradable sonrisa del anciano y sus ojos formándose media lunas.
—Me encanta conversar de eso. ¿Tienes un animal favorito?
La pregunta lo pilló desprevenido, tanto que a pesar de que estuvo leyendo sobre ellos hace solo media hora atrás, él lo había olvidado. —Eh-uh, tigres.
—Tigres, ¿eh?, son animales majestuosos.
JiSung asintió ante el complemento de Callaghan. El hombre se aproximó lentamente hacia él y con lentitud tomó el brazo de JiSung. —¿Recuerdas como son sus patas? —de nuevo, JiSung asintió—, imagina que tu brazo es una pata de tigre.
No entendía a lo que se refería, especialmente porque si ser metamorfomago tenía relación con la metamorfosis de Kafka, el personaje de Gregorio Samsa no podía específicamente convertirse en cucaracha.
Sin embargo, cerró los ojos por reflejo y comenzó a imaginar que su brazo era un tigre. No entendía muy bien cómo podía producir eso, pero una tibia ola de dulzura viajó desde su cerebro hasta su estómago, para luego perderse en su brazo tomado por Callaghan y sentir como, poco a poco, este se estaba expandiendo.
Al principio fue doloroso, sentía como sus venas se hinchaban y su hueso se engrosaba. No pudo evitar quejarse cuando pudo sentir como sus dedos se apegaban y sus uñas se engrosaban- ¿O no eran sus uñas? El costado de su cuerpo comenzó a cosquillear intensamente, sintiéndose más mareado y adolorido.
Cuando abrió los ojos, JiSung casi se desmayó bajo la mirada feliz de Callaghan.
Tragó un grito porque no quería llamar la atención, pero el dolor de su brazo como la impresión era lo único en lo que podía pensar.
Callaghan seguía sosteniéndolo, pero parecía realmente encantado con la pata de tigre que JiSung había hecho en su brazo. Tenía un colorido naranja en el pelaje, y a pesar de que la pata no era tan grande y gruesa como una verdadera, era lo suficiente como para no pasar desapercibida a la vista de alguien ordinario.
Lágrimas cayeron de sus ojos porque el dolor comenzó a ser insoportable, y estaba más desesperado porque Callaghan no le estaba diciendo nada.
—Buen trabajo, muchacho —halagó él, acariciando suavemente el pelaje de JiSung. Podía verse en la raíz pequeños furúnculos de sangre acumulada por la extensión—. No eres de mi familia, pero estoy seguro de que mi esposa estaría orgullosa de que pudieras hacer una pata de tigre.
El dolor se estaba haciendo cada vez más insoportable. —Me duele...
—Oh, es normal las primeras veces —explicó—. Tu cuerpo tiene que acostumbrarse a este tipo de cambios. Te falta práctica, eso sí, pero no tengo problemas en ayudarte cuando estemos en Hogwarts- oh, ¿realmente te duele?, solamente piensa en tu brazo humano y volverá a la normalidad."
JiSung soltó la respiración ante el consejo de Callaghan e hizo lo mismo que cuando pensó en la pata de tigre. Pudo sentir de nuevo como sus venas y arterias cambiaban de lugar y su hueso se desinflaba, hasta que finalmente su brazo volvió a la normalidad. Bueno, sin contar que las uñas de su mano derecha habían desaparecido por completo, dejando sus dedos completamente sanos y desnudos.
—¡Ah! —gritó, horrorizado.
Pero a Callaghan le pareció una situación tan divertida que carcajeó hasta inclinarse hacia adelante.
Luego de unos minutos de recuperación, a JiSung le terminó pareciendo genial.
—Uh, señor... —preguntó con timidez—. ¿Usted también puede hacer esto?
—Por supuesto, jovencito.
—Lo que significa que... ¿Yo puedo hacer lo de su cabello?
Tras nombrar eso, por primera vez Callaghan pareció notar que JiSung estaba calvo. Lanzó una expresión de horror al ver su cabeza y tanteó en sus bolsillos del gran pantalón que tenía hasta encontrar la misma rama que McGonagall tenía, y sin vacilar apuntó a la cabeza de JiSung.
El cabello le cosquilleó en la nuca y le pesó espontáneamente la cabeza. Callaghan tocó una de las muñecas de Kandy y la transformó en espejo, la alcanzó y lo puso frente a JiSung para que este pudiera verse.
Era un cabello particularmente ridículo; era como el de Callaghan, en verdad. Blanco, largo y lacio.
—Es...este pe-pelo... —JiSung se sentía mareado—. Eh...
Estaba confundido, claramente. JiSung sintió como la corriente eléctrica cruzaba su nuca y desde la raíz pudo ver como su cabello blanco se tornaba naranja, con leves reflejos de verde.
—¡Ah!
JiSung cayó desmayado.
Cuando llegó el anochecer, los brujos se fueron y JiSung recuperó su calva, los hijos de Leela exclamaron y pidieron explicaciones sobre lo que había sucedido, en especial Koyle, quien se sentía realmente ofendido porque toda la atención de su madre se había acentuado en JiSung.
Pero a JiSung no le importó que Koyle haya frotado sus nudillos en su calva o que Karl le haya jalado las orejas. Sentía cómo su pecho florecía un nuevo tipo de emoción nunca antes sentida, como si una esperanza estuviese puesta en la puerta de su casa y él había aprovechado la oportunidad de tomarla.
Pasada de las diez de la noche, cuando Leela calmó a sus hijos, ella fue hacia la sala de estar, donde JiSung se encontraba recostado en el sofá cama ya armada. Se sentó en la orilla de esta sin mirarlo, esperando a que JiSung se acomodase para poder hablarle.
—Irás a esa escuela el primero de septiembre —comenzó ella, sin rasgos de querer verlo—. El anciano que estuvo acá te llevará a comprar unas cosas que necesitas para esa escuela de magia. Pero quiero poner reglas y límites en cuanto a eso.
JiSung abrazó sus piernas, asintiendo.
—Primero, no quiero que mis hijos se enteren de lo que eres. Lo que significa que tendrás que mantenerte bajo perfil con todas estas cosas —le indicó bruscamente Leela—. No quiero que hagas nada extraño, ni te transformes en algo extraño. Segundo, no quiero que le cuentes a dónde vas; les dije que irías a un internado privado en Escocia, y eso es lo mismo que tú le dirás. Tercero, yo no invertiré ningún céntimo en ti, así que espero que puedas arreglártelas solo. Cuarto, cualquier indicio de alguna rareza tuya mientras estés acá, te correré de la casa, al igual que si te expulsan.
JiSung asintió ante cada punto, asustado y emocionado a la vez. Era un torbellino de emociones tan intensos que no sabía qué sentir específicamente, solamente sabía que la ansiedad corría por sus venas y que Leela estaba enojado con él.
—Uh, ¿Leela...? —La mujer hizo un sonido para que continuase—. ¿De qué hablaron con la otra señora?
—Nada. Ve a dormir.
—¡Espera!
Leela hizo caso, se quedó sentada esperando a que JiSung hiciese otra pregunta.
JiSung se sentía ansioso, nervioso por esa nueva aventura, por poder ir a una escuela de nuevo, por poder relacionarse con gente, y por sobre todo...
—¿Puedo dejarme crecer el pelo?
Este au originalmente lo escribí en 2020, donde seguía la vida de los chicos en Hogwarts desde primer año. Hice al menos diez capítulos para luego abandonar el proyecto y retormarlo tiempo después, y siento que, con el transcurso que tomaba la historia, debía de presentar un poco de los orígenes del protagonista.Espero que les haya gustado, nos leemos estos días<3
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