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56. Hijo de Dragón

Guía de colores de Han JiSung:

Rojo: enojo. Rosa: vergüenza. Violeta: enamorado. Azul: triste. Celeste: emocionado. Blanco: peligro. Amarillo: preocupado. Verde: asustado. Naranjo: confundido. Gris: dolido. Marrón: neutro. Verde menta: alegre. Negro: cansado. Verde oliva: miedo. Rosa pálido: culpa. Rubio cenizo: nerviosismo. Crema: decepción. Magenta; frustrado. Turquesa: calma. Berenjena: querido, amado. Salmón: orgulloso. Fucsia: excitado. Índigo: celos nacidos específicamente por culpa de Seo SooJin.

Capítulo 56

Hijo de dragón

—¡Auch!

—¡Ash! ¡¿Por qué estamos atascados?!

—¡Creo que cerraron la chimenea!

—¡No jodas, Sherlock! —gritaron los otros tres.

—Ya, ya, ya- ¡No me toques el trasero!

—Ups, fui yo.

—Bien, ¿quién está más cerca de la sali-

—¡Ay! ¡Felix, detente!

—Es inevitable, HyunJin. Estás de camino.

—Son un grupo de incompetentes, incluso para estas situaciones —bufó SeungMin con desgano, aplastado por sus tres amigos. Con dificultad, acomodó su varita en la mano y presionó la punta en el muro cercano—. Okey- ¡Bombarda!

—¡¿Qué?!

La fuerte explosión derribó el muro que bloqueaba la chimenea, y los cuatro chicos rodaron por la sala del departamento del Hotel Índigo cargados de escombros y polvos. HyunJin pasó a llevar el arreglo floral de la mesa ratonera, y Felix se detuvo al chocar con uno de los sofás.

SeungMin intentó incorporarse, pero se trapicó con el polvo. El único que se colocó de pie enseguida fue JiSung para buscar la llave en su polerón.

Sin embargo, a medida que el polvo se iba disipando, JiSung comenzó a notar con mejor claridad todo el cuarto. A pesar de algunas fotografías y objetos de la familia estaban presentes, finas sábanas tapaban los sofás y el comedor por completo. La cortina de las ventanas estaba cerrada, y el murmullo de la calle en noche ni siquiera era lo suficiente como para dar a entender de que el departamento había sido abandonado.

HyunJin se levantó del suelo y fue hacia la cocina. Aunque tuvieran el tiempo en contra, JiSung también tenía esa punzada de inviabilidad a las cosas que veía, preguntándose qué era lo que sucedía. No esperaba que HyunJin se tomara de mejor forma regresar a casa, pero JiSung tampoco esperó que le afectaría de igual manera.

—Está inhabitada —SeungMin al fin hizo la observación—. Como si... como si desde hace mucho tiempo ya nadie vivía aquí.

Con timidez, Felix se acercó hacia la ventana para ver mientras que HyunJin continuaba vagando por el piso. La vista de SeungMin en los cuadros también generó un apretujo en su pecho, notorio para JiSung, porque nada de eso pareciera verse correcto.

—Nuestras cosas siguen acá —dijo HyunJin, apareciendo por el pasillo—. Pero está todo lleno de- Merlín, ¿dónde han estado viviendo?

—Creo saber dónde —repuso JiSung con amargura, dirigiéndose hacia la puerta—. Bien, vámonos.

—Primero deben ver esto —detuvo Felix.

Los tres chicos se acercaron con rapidez para observar hacia fuera. La particularidad de la soledad y el silencio en las calles nocturnas no debía de ser demasiado escandaloso para JiSung, porque la mayoría de sus noches que pasaba en ese lugar se quejaba del ruido que moría por la madrugada. Si quisiera dormir en ese instante, lo haría en un soñar tranquilo.

Lo cual era terrorífico.

—No hay nadie —volvió a hablar SeungMin—. Absolutamente nadie.

—Increíblemente anormal. Es Leicester Square —dijo JiSung.

—¿Cuántas probabilidades hay de tirar una manzana y de que le lleguen veinte balazos enseguida? —murmuró Felix.

—¿Quieres probar? —cuestionó HyunJin.

—Bien —JiSung se apartó de la ventana—. Entonces- HyunJin, colócate la capa y yo iré como SooBin.

—¿Recuerdan cómo llegar al Ministerio? —consultó SeungMin, mientras Felix le entregaba la capa de invisibilidad a HyunJin.

Yep. Entonces, andando.

Cada paso que daba JiSung sentía sus huesos mutar de una manera cómoda que había olvidado. Convertirse en tantos animales o criaturas le hizo perder la gracia de ser persona, y con los huesos de sus extremidades más su torso alargándose, su cabello se acortaba y se volvía café, junto con su estructura ósea se modificaba para presentar a Choi SooBin con ellos una vez que salieron del ascensor.

Las personas que trabajaban en la recepción se mantuvieron calladas. Sus vistas estaban pegadas en los monitores de sus computadores y tecleaban con rapidez, mientras que otros solamente parecieran disfrutar de una película en una de las pantallas, y una chica hablaba por teléfono hacia su casa.

—No pueden salir —advirtió la chica del celular. Nadie parecía interesado en lo que los tres chicos hacían—. Hay toque de queda.

HyunJin encantó de forma no verbal «alohomora» para abrir la puerta cerrada.

—Gracias, lo tomaremos en consideración —contestó SeungMin.

Al salir del hotel, JiSung sintió un frío espeluznante en el silencio.

—He leído historias así —comentó JiSung en forma de SooBin—. Sobre los toques de queda y esas cosas.

—¿Qué hacen en un toque de queda? —preguntó SeungMin.

—Si te ven en la calle, te disparan —respondió Felix—. Bien. ¿Hacia dónde?

Desde lejos se escuchaba el murmullo de los motores direccionados hacia alguna parte. Era extraño, a sabiendas de que cuando JiSung pasaba por ahí estaba constantemente transitado y con ruido. Las noches eran vivas hasta las doce, y la visualización de las luces apagadas en todo un centro turístico en un sábado era llamativo y lamentable.

Lamentable, de nuevo, porque era impresionante aun cuando los magos intentasen decir que mantenían un equilibrio con los muggles, era trascendental su superioridad. Una modificación política, un encantamiento, una mentira de corrupción y se podía intervenir con total libertad. El juego de poder hizo a JiSung sentirse totalmente asqueado, y comprender por primera vez a su madrina Leela del repudio hacia todos ellos. Él también los habría tenido.

—¿Cómo nos protegemos si nos llegan balas? —preguntó SeungMin, caminando con el mismo paso rápido mientras miraba compulsivamente sobre su hombro.

—Yo me encargo de eso —dijo HyunJin sin verse.

JiSung sintió la caminata interminable, y el ruido de los motores era cada vez más cercano. Elevó su vista por un instante y noto en una de las habitaciones de hotel a una pareja asomada en la terraza del último piso. La luna llena alumbraba con imposición el camino junto a los faroles de la luz, asumiendo que MinHo ya debía de estar transformado en la Casa de los Gritos. JiSung tragó duro, y continuó con la caminata.

—Deberá de haber una caseta telefónica —recordó JiSung—. Por ahí entré cuando nos llevaron a juicio.

—Yo entré por un baño —contó Felix.

—Sí, yo igual —dijo SeungMin.

El oído estaba afinado ante el traqueteo. Tan bruñido que lo irritaba y, a consecuencia, alteraba.

—Ya vienen —advirtió JiSung.

—Ve con SeungMin —ordenó Felix—. ¡HyunJin!

—¡Enseguida!

Las piernas de SooBin sirvieron para que corriera a mayor velocidad junto a SeungMin hacia la caseta de teléfono y encerrarse ahí. Mientras, con HyunJin desprendiéndose de la capa de invisibilidad, apuntó con su varita hacia las dos motos que doblaron en la esquina para subir en dirección a ellos.

—¡Inmobulus!

Ambas motos se detuvieron a mitad de camino, con los militares armados totalmente congelados. Felix, nervioso, corrió hacia ellos con su varita alzada.

—¡Oblivate!

El brillo de las metes de los militares emanó por sus orejas y sus fosas nasales, como hilos débiles y extensos que eliminaban la memoria gradualmente hasta que pareciera ser lo suficiente, bajo la voluntad de Felix.

Él tragó, bastante nervioso. HyunJin le palmeó la espalda.

—Lo hiciste bien —alentó—. Vamos.

Llegaron a la cabina telefónica y los cuatro se apretujaron. El dedo de SooBin se introdujo en el disco del teléfono para marcar seis, dos, cuatro, cuatro, dos. Cuando el disco regresó a su lugar, una voz femenina sonó.

—Bienvenidos al Ministerio de Magia. Por favor, diga su nombre y el motivo de su visita.

Los cuatro chicos se miraron particularmente desentendidos, y JiSung se encogió de hombros.

—Harry Styles, Niall Horan, Louis Tomlinson y Liam Payne. Vinimos de visita al Departamento de Misterios —se apresuró en mentir JiSung.

—Gracias. Visitantes, recojan las chapas y colóquenselas en un lugar visible de la ropa.

Cuatro broches bajaron por la casilla de monedas de regreso y el grupo se engancharon las chapas en algún lugar visible de la ropa. JiSung se quedó con aquel «Harry Styles, Visita al Departamento de Misterios».

El suelo de la caseta telefónica comenzó a descender a la par que la vereda iba en aumento. JiSung pudo visualizar cómo motos se asomaban y se perdían bajo su propia vista, quienes insultaron al aire al ver a los otros dos militares congelados.

Mantuvieron sus varitas alzadas, aun con SooBin y HyunJin escondido bajo la capa de invisibilidad. Felix y SeungMin tragaron duro, igualmente ansiosos; ninguno de los cuatro sabía con qué enfrentarse al otro lado del ascensor.

El Atrio de la recepción donde evaluaban las varitas se encontraba vacío, y la puerta de la caseta telefónica se abrió.

—El Ministerio de Magia les desea buenas noches —dijo una voz.

Con cautela abandonaron la casata. Toda la recepción se encontraba vacía.

—Es sábado en la noche —obvió SeungMin—. Nadie se quedaría a hacer turnos extras.

—Tampoco es como si tuvieran muchos deseos de salir de fiesta a esta hora —murmuró JiSung.

Él había olvidado parcialmente cómo era el Ministerio. La última vez estuvo lo suficiente desorientado tras haber sido tacleado por Alastor Moody en ese mismo lugar para luego llevarlo hacia el primer piso para enjuiciarlos; estaba más ensimismado en él mismo antes de querer memorizar todo por una futura visita. Felix sacó de su bolsillo el mapa que MinHo trazó, e intentó ubicarse en el piso.

Se echaron a correr por todo el vestíbulo hacia el ala de los ascensores, totalmente paranoicos a causa de la ausencia de alguien. Ser un sábado en la noche no era justificativo suficiente como para que hubiese tanto silencio, y aunque los delirios de JiSung quisieran vincularse a que lo estaban esperando, no había manera en el mundo en que alguien del ministerio supiera algo. Por nada en el mundo.

Al llegar al ascensor, marcaron el piso que indicaba MinHo en el mapa: el nueve, y con un tintineo las puertas se cerraron para que el ascensor se moviera con brusquedad hacia abajo. La sensación de agobio de estar bajando aún más para JiSung hizo que su corazón se presionara como si quisiera escapar por su boca, con una fuerte sensación de náuseas.

El silencio fue roto por la voz en los parlantes al llegar al piso con la mención de «Departamento de Misterios», y la reja se abrió. Los chicos salieron del pasillo y se toparon con la única puerta negra al final del camino de antorchas.

—Oh, dios mío —soltó Felix, como si hubiese sido capaz de leer la mente de JiSung—. Estoy aterrado.

—¿Están seguros de que quieren seguir? —consultó JiSung, una vez que regresó a él mismo físicamente—. Pueden esperarme aquí y-

—¿Y decir que estamos de paseo? Eso suena un poco delatador —burló HyunJin mientras se sacaba la capa de invisibilidad por su cabeza—. Andando.

JiSung tomó aire antes de abrir la puerta. No se esperó nada de lo que había al otro lado.

Era una enorme sala circular, todo pintado de negro como la oscuridad, bajo la única iluminación por las antorchas que guiaban el camino detrás de la puerta. La pared redonda estaba repleta de puertas negras idénticas, sin algún distintivo que les hiciera acertar qué era qué. El frío de la habitación produjo un vaho enseguida en el ambiente.

La puerta se cerró tras ellos, y quedaron a oscuras.

—¿Alguien sabe por cuál ir? —susurró HyunJin.

JiSung modificó su visión a la par de que encendían las puntas de sus varitas con «lumos» y caminaban hacia el centro de la habitación. No esperaba que fuera sencillo, pero tampoco esperó a que un fuerte estruendo los hiciera saltar del susto y, de repente, la pared comenzase a desplazarse de lado.

Se mantuvieron quietos, agarrados por si eran separados. Esperaron a que el fuerte ruido se detuviera junto con las puertas, para dejar una nueva (¿o tal vez la misma?) puerta frente a los chicos.

—Mierda- esto nos desorientó —notó SeungMin—. No podremos salir de aquí.

—Abramos cada puerta —dijo HyunJin—. Alguna nos debe de llevar a donde contengan las profecías o fallas de TIMOs.

—Tal vez nos encontremos con algún alien detrás de cada puerta —apostó Felix en susurro, con voz temblorosa—. O a Donald Trump.

JiSung abrió enseguida una puerta, solo para mostrar un estanque gigante de agua, con un par de objetos y líquidos flotando en el agua y que reflectaba como cristal.

—Creo que esto nos tomará tiempo —notó JiSung.

SeungMin lo jaló hacia atrás y convocó una X roja frente a la puerta luego de cerrarla.

—Bien, cada uno por su cuenta. Aquel que vea algo raro, grita —ordenó HyunJin.

Les tomó tiempo, demasiado- en especial porque no sabían qué era lo que estaban buscando. ¿Dónde podía esconderse una profecía? ¿En lo alto de una torre? ¿En un bolso expansivo? ¿Entre campanas? ¿O tal vez lo tenía DeLuca? Era probable de que las ideas de SeungMin estuvieran en lo correcto y de que hicieron desaparecerla antes de que JiSung siquiera pudiera pensar en que su vida estaba encadenado a la de ella.

Encontró varias cosas que habrían sido interesantes en otra oportunidad. Salas de juicios. Enfermerías seudo abandonadas con rastros de sangre. Un recinto de animales mágicos en cautiverio con el uso recreativo de pociones. Un pequeño dormitorio con una cama de metal que le colocó los pelos de punta. Todo lo que parecería llevar a cabo un perfecto plan de investigaciones a costa de la comunidad mágica.

En una de las puertas, por otra parte, divisó un gran dormitorio iluminado, de una fosa hundida por demasiados metros generado por piedra, similar al salón de juicio donde los cuatro chicos fueron expuestos en la primavera pasada. En el centro, para su sorpresa, se encontraba un arco de piedra, viejo y quejumbroso, junto con un velo negro símil al de una cortina que ondeaba con lentitud.

Le llamó demasiado la atención, casi como si hubiese trabajado bajo la maldición «imperius». Sus pies se encaminaron a bajar la fosa hacia el arco, donde el velo aun ondeaba como si esperara la presencia de JiSung en ese lugar. Era sumamente llamativo.

Estar frente al arco le generaba una extraña sensación. Aunque se dirigiera hacia el otro lado, podía sentir la voz de alguien más llamarle. Era un murmullo, demasiado indescifrable bajo su oído normal; lo transformó en algo que aumentara su potencialidad, y el murmullo de su nombre tras el velo lo dejó cautivado.

—¿Chan? —susurró.

—¡JiSung!

JiSung saltó sobre sí. El llamado de HyunJin lo trajo de nuevo a la realidad.

De la puerta asomada apareció él, bastante alterado al notarlo.

—¡¿Qué haces ahí?! —llamó, asustado—. ¡Ven! ¡Es Felix!

Corrió el regreso hacia la puerta y la cerró, con una fuerte X marcada sobre su madera. Frente a una de las otras puertas, JiSung divisó a SeungMin zamarrear con brusquedad a Felix, ganado al frente de un dormitorio.

—No sé qué le pasa —dijo SeungMin, intentando mantener la calma—. ¿Felix? ¿Felix?

Felix estaba congelado frente al dormitorio, con sus ojos tintado de la brillante luz azul que emanaba el lugar. JiSung no podía reconocer qué era lo atractivo de ahí, a sabiendas que la luz solo era la reflexión sobre los relojes de clase que estaban en todos los muebles del dormitorio. Grandes, pequeños, de pie y de sobremesa, algunos que colgaban, otros de bolsillo y de distintos tipos. No debía de haber nada que dejara a Felix perplejo.

Mientras SeungMin se quedaba con Felix en la puerta, JiSung y HyunJin ingresaron a la habitación para poder inspeccionarla.

—¡Revelio! —gritó JiSung con su varita alzada.

Nada. Los relojes continuaban con el tik-tak y la arena caía en aquellos relojes más viejos.

—Mira... —HyunJin le indicó a JiSung.

En el centro del dormitorio, el causante de las reflexiones de luz, una gran campana se situaba tan alta y más allá de la altura de JiSung. La impresión de su vislumbre lo dejó igualmente cautivado por un momento, naciente de la curiosidad de saber qué era ese dormitorio que debía de mantenerse dentro del Departamento de Misterios.

Hasta que JiSung lo notó detrás de la campana.

—Hay una puerta —anunció—. ¡SeungMin! ¡Hay algo acá!

—¡Enseguida! —gritó desde el otro lado.

SeungMin, nervioso, tomó a Felix de la muñeca y lo movió hacia el interior del dormitorio. El chico se movió, aun absorto de su consciencia, pero seguía todo los pasos que SeungMin lo dirigió hacia la campana del centro.

JiSung no sabía por qué se encontraba demasiado nervioso- probablemente porque Felix y su mente se habían desprendido y pegado de la misma manera en la que les daban sus epifanías esporádicas en los cursos anteriores; pero si él era el que tenía una reacción mucho más sensible que el resto, significaba que iban por buen camino.

Al otro lado de la puerta tras la campana, divisaron un nuevo dormitorio que rompía las proporciones que el pequeño dormitorio de relojes había entregado. Alto como una iglesia, de luces coloridas en los tragaluces sinsentido de su techo, un dormitorio de altas y muchas estanterías llenas de pequeñas y polvorientas esferas de cristal eran las que se repartían en todas partes. Las luces en cada una eran emanadas en intensidades diferentes, y algunas estaban netamente apagadas. JiSung tuvo un fuerte punzón en su pecho ante la división de cada una de las apagadas.

Eran muchos estantes, muchas profecías, muchos pasillos.

—Mierda —soltó JiSung.

—No sabes cuál es, ¿cierto? —corroboró HyunJin.

—No. Teorizo que debe ser aquella que no tenga polvo —con su varita de cerezo, JiSung apuntó a aquellas que estaban empolvoradas—, si es que fue tomada hace poco. Pero en qué parte...

—Yo sé dónde está —la lejana voz de Felix resonó entre ellos. Los tres chicos lo miraron con preocupación—. Es mía, al fin y al cabo.

SeungMin siguió por defecto los pasos de Felix por no soltarlo, y HyunJin y JiSung lo siguieron de cerca con sus varitas alzadas. Los pasillos que cruzaban volvía loco a JiSung al no saber a qué enfrentarse en el otro lado, entre movimientos y movimientos, pasos y pasos, y bufidos bajo s nariz por la alta actividad física. Las esferas de cristal emanaban brillo bajo la mugre, y otras- más de los que JiSung deseara contar, estaban apagadas. Era de facto que aquellas eran las que se encontraban con sus personas muertas.

«¿Cuántos magos vivirán acorde a las profecías? —se preguntó—. O se medirán de aquella forma. ¿Serán informados? ¿Todos también dependerán de peleas milenarias? ¿O pueden ser tan banales como decisiones vocacionales?»

Ignorando su infancia, JiSung llevaba cerca de seis años inserto en el mundo mágico, y aun había cosas que le impresionaba.

Después de una extensa caminata, Felix se detuvo. Sus ojos se posaron en la encima de la columna del pasillo ciento cuarenta y tres sobre ellos.

—Es aquí —aseguró Felix, aun con su tono lejano—. Aquí está.

Los otros tres dirigieron sus miradas hacia donde Felix apuntaba. Él parecía contento, demasiado, casi como si una victoria que no fuera de él era celebrada. En la tercera fila ascendente del pasillo ciento cuarenta y tres, JiSung divisó su nombre.

F.L a S.P.T

Hans DeLuca

Y

JiSung Han

—Aquí está —JiSung repitió, igual de absorto.

Él intentó tomarla, pero la personalidad de Felix se aproximó con rapidez hacia el alcance. Era más alto que JiSung, por lo que le fue sencillo tomarla; la bola era una resplandeciente luz sin polvo, con un calor natural que emanaba e hizo que las mejillas de Felix se sonrojaran. Él, absorto, miró a JiSung como si fuese parte de la evaluación de Adivinación en los TIMOs.

Su cabello estaba de un fuerte rubio cenizo. La posesión de Felix junto con sus ojos que parecieran estar viendo una cosa bella lo colocaba aun más con su espalda recta y hombros tensos. Miró a SeungMin y a HyunJin como si ellos supieran que hacer.

—Vi... vigilen... —ordenó JiSung—, que nadie venga...

Felix estaba sentado frente a JiSung, con sus piernas cruzadas y con la profecía en sus manos. Igualmente nervioso, JiSung tomó asiento frente a él sin saber qué esperarse realmente, porque pareciera que la mente de Felix funcionaba por cuenta propia; con una felicidad impropia de él.

—¿Comprendes lo que esto significa? —preguntó Felix en voz baja.

JiSung asintió. —Quiero saberlo.

Felix esbozó una sonrisa amplia. —Tú lo decidiste... Dame tus manos, Hannie.

JiSung no pudo siquiera ceder cuando en sus propios ojos la realidad ya había sido completamente alterada ante un estado de vigilia o estupor, símil a cuando vivió con catalepsia los últimos dos días: situaciones transitando frente a sus ojos como si él fuese un espectador y no el causal de todo los casos.

Divisó el diez de enero, a él mismo y a Felix recostados en la cama mientras murmuraba con temor en qué constaba la profecía. Las palabras resonaban como si fuera parte de una banda sonora en compañía de la escena, de una manera mucho más impersonal de lo que le gustaba a JiSung. Felix murmuraba que la profecía no era parte de un destino nacido de él- al contrario, que fue causado por las decisiones de JiSung.

¿Cuál fue la acción de JiSung que hizo que la profecía se compusiera? Debió de ser antes de los TIMOs: la broma en el Bosque Prohibido, el juicio, el abandono, la guerra. Algo debía de traer la historia de JiSung que lo compusiera a ser parte de un destino entrelazado con un futuro gobernante con el fin de derrocarlo.

Dentro de la misma escena, la prueba de los TIMOs hizo presente con Felix y la profesora Sybill Trelawney, de adivinación, mientras eran evaluados por un agente externo del Departamento de Educación. Felix, en su evaluación individual, miraba la bola de cristal con sumo cuidado, ante el nacimiento de algunas respuestas de realidades a corto plazo que sirvieran para el chico aprobar.

Sin embargo, el cuerpo de Felix se sacudió. JiSung también sintió el golpe, como si él mismo fuese invocado del más allá. Felix lucía de la misma manera en la que estaba ahora: absorto, con su consciencia lejana e igual de místico ante los pasos que daba en cada camino. El examinador enfrentó a la profesora Trelawney con el mismo asombro, cuando Felix habló:

—«El hijo de dragón será el capacitado de desafiar aquellas figuras de poder que mantengan a la sociedad reprimida. Dentro de sus brazos. En las escamas se mantendrá la magia que derrocará a la idea. El poder. La lucha de dominancia. La igualdad solo vendrá con el deseo de vivir y del corazón puro que mantendrá a la muerte alejada de la justicia. Ninguno de los dos será capaz de vivir si el otro está con vida, porque la idea del optimismo será lo que mantenga el caos».

¿Cuándo nació ese apodo? «Hijo de dragón». JiSung no le generó más que pena ajena dicho apodo porque era lo que lo constituía como una maravilla dentro de las criaturas del mundo. Era ridículo, pero pareciera ser causal. Aunque más quisiera indagar dentro del teorema de la solución de profecía, había algo que lo mantenía activo.

Algo que mantuviera al líder en su poder; algo que mantendría a la clase dominada bajo sus zapatos. JiSung solo era un chico de diecisiete años que no sabía qué hacer con su vida, que solo era un residuo de traumas y de una composición fisiológica distinta al del ser humano. Muchos cuestionaban su presencia, pero estaban encantados porque era la belleza de las bestias.

El optimismo entre las criaturas.

Porque cuando Felix colocó el nombre de JiSung en el cáliz y este fue reconocido, no solo fue por la metamorfomagia, sino porque era su capacidad de combate- la habilidad de evolucionar como mago, de duelista, de aquel que aprendiese de alguna forma las motivaciones por la cual la vida valía la pena.

Todo calzó en su lugar:

Las visitas de Erick en cada duelo, para poder enseñarle a JiSung sobre su pasado y la vida que pesaba en su espalda.

Las enseñanzas de Cohan, porque él era un anarquista y no accedería a las peticiones de hacer caso a no enseñar a los estudiantes sobre la magia. Porque Cohan se propuso el primer día de clases a hacer a JiSung un buen mago.

La capacidad de cambiar de habilidad en cada prueba y ser reconocido por ello, porque el contactarse con Newt Scamander solo cedió a tener un lugar donde MinHo podía descansar en paz.

La habilidad entre pruebas: selkie y dragón, algo que según el profesor Callaghan los metamorfomagos no eran de estimar.

Los señores Hwang. Sus padres. Sus amigos. Sus cercanos. Su casa. Su escuela. Todo era direccionado a algo tan abstracto como el optimismo.

Y, sin dejar de lado, a la insistencia de querer seguir vivo. Al escupir fuego a Desmenia y Daremia Stuart el día en que lo atacaron como el único método de escape.

Dicha pelea en la casa Hwang era lo que cedía la insistencia de JiSung de querer seguir viviendo.

Para cuando JiSung regresó en él, fue como si la ola lo hubiese regresado a la orilla del mar. Mucho más distinto a su recuerdo con las runas reprimidas. Aquello era una vivencia real.

Al enfocar su vista, Felix estaba con la profecía en manos. Lucía natural, normal como siempre. Como si la situación no lo hubiese conllevado a él estando ido.

—¿Felix? —llamó JiSung.

Felix contuvo la respiración. —¿Viste todo?

—Sí. ¿Acaso..., acaso debimos haber muerto en el ataque de Desmenia y Daremia?

Felix expulsó un resoplido cargado de impresión.

—Sí, pareciera que sí.

Los cuatro tuvieron que haber muerto en ese ataque, lo que hacía que el estómago de JiSung se revolviera con insistencia. Él habría muerto sin conocer su pasado, sin saber que era querido por alguna parte y de que MinHo también estaba enamorado de él. Habría muerto bajo una insistencia que no era consciente y que pareciera solo componerse al área real dentro de las inconscientes ganas de querer vivir.

JiSung no debería matar a DeLuca por derrocar un gobierno o una idea, sino lo haría porque tenía la necesidad de querer vivir.

—Muy bien, Han. Ahora suéltalo y entrégate.

El rodeo de los demás magos hizo que el cabello de JiSung se tornase blanco, como la significación de peligro.

A su espalda, una mujer que él no reconocía por completo parecía bastante satisfecha por la presencia de los dos chicos ahí. Era ella junto con otro grupo que JiSung no lograba diferenciar el número porque su mente comenzó a preocuparse más dónde se encontraban SeungMin y HyunJin que otra cosa.

Ella era preciosa, y el rojo parecía asentarle bien. Tuvo una oportunidad para verla antes de que sus pensamientos se volvieran difusos por la tortura: Maisie O'Shell apuntaba su varita hacia él con el reconocido nuevo primer ministro de Reino Unido, y varios hombres más.

Los tenían rodeados.

«Mierda».

—Lo mejor que pueden hacer ahora es entregarte —habló el primer ministro, el señor Harrington—. DeLuca querrá hablar contigo después de tu desaparición.

JiSung y Felix se alzaron con rapidez con sus varitas en mano, aunque JiSung tuviese la insistencia de querer colocar a Felix tras su espalada. El temor de un hechizo mal intencionada y espontáneo lo abordó de la misma forma en la que Felix protegió la profecía en él.

«¿Dónde están HyunJin y SeungMin?», se preguntó JiSung, ansioso.

—Vamos —insistió Maisie O'Shell—, nada malo pasará...

«¿Cree que soy idiota?», se preguntó JiSung, dando pasos hacia atrás. Felix estaba ensimismado a él, igual de inseguro. Felix guardó la profecía en el bolsillo de su polerón y alzó su varita sobre el hombro de JiSung.

Entonces, JiSung tomó la profecía.

—¿Qué sucede si la rompo? —preguntó.

—¿Qué te hace pensar de que DeLuca no sabe lo que tú sabes? —consultó Maisie O'Shell.

—Porque el que la vio soy yo —dijo JiSung. Entonces, con su vista en el señor Harrington, un recuerdo se le vino encima—. A no ser...

Porque el señor Harrington se le era familiar de alguna parte, y si lo especificaba, podía ser de esa vez que tuvo su cita con MinHo en agosto. Donde lo vio caminar con un maletín hacia un burdel.

Un maletín cuya probabilidades de contener la profecía eran grandes.

—Mierda —soltó JiSung.

El señor Harrington con Maisie O'Shell sonrieron con suficiencia.

—Parecieras que ahí tienes la respuesta.

—¡Reducto!

Ambos encantamientos golpearon de lado hacia el grupo de magos, donde los estantes se desplomaron sobre sus cabezas con el estallido de cientos esferas de cristal contra el suelo. El golpe de las figuras era demasiado doloroso como para también detenerse por aquello, por lo que ambos se cubrieron con sus brazos de los golpes.

. JiSung y Felix corrieron en sentido opuesto para que los escombros no cayeran sobre ellos ante las maldiciones encantadas por HyunJin y SeungMin. La carrera los hizo detenerse cuando se toparon con ellos al haber adelantado unos metros más de las caídas de las esferas.

—¡¿Qué pasó?! —cuestionó SeungMin en voz alta.

—¡Están aquí los de LiMa! —contestó JiSung, asustado—. ¡¡¡Corran!!!

—¡Bombarda Maxima! —exclamó SeungMin.

Los cuatro corrieron por las vías que los estantes podían permitirse antes de desmoronarse. Los encantamientos no venían sobre sus hombros, pero el temor de ser atacados por la espalda generaba que JiSung, SeungMin y Felix convocaran hechizos aleatorios sobre sus hombros para no ser damnificados.

Correr por sus vidas era algo que JiSung no midió en contra de sus propias necesidades, y el tener al resto de los chicos siguiéndolo solo generaba inseguridad. Corrieron entre los intentos de no separarse y de que las esferas de profecías no cayeran encima gracias a la maldición antes de que una figura se ganara frente a ellos.

—¡Expeliarmus! —gritó la figura.

—¡Desmaius! —contratacaron los cuatro chicos.

HyunJin sacó de sus bolsillos sus propias Merodeadoras, y, tras lanzarla al suelo, graznó con velocidad.

—¡Aguamentí!

La nube blanca y pegajosa brotó de ella, pareciendo detener a los otros magos mayores. Sin embargo, lo pegajoso se había adherido a los estantes.

Una vez más, los estantes se derrumbaron. El camino que SeungMin forjó con lo que ellos esperaran cayó sobre ellos como la insistencia de la rabia.

JiSung sintió que alguien lo golpeaba de lado para apartarse antes de notar que era el mismo SeungMin, con quienes corrieron por el pasillo. JiSung intentó agudizar sus sentidos para percibir a las otras personas, pero el estruendo y los gritos eran demasiado que lo sofocaban.

—¡Por aquí!

Los escombros caían sobre ellos, y ya sus brazos en protección no servían para evitar que las esferas lo golpeaban. Vieron la puerta donde ingresaron estar abierta hacia ellos, que poco a poco se perdía por la madera y el cristal.

—¡Evanesco! —gritó SeungMin.

JiSung sintió el empujón desde su espalda antes de que los escombros cayeran. Su cuerpo se derrumbó en el suelo en dormitorio de los relojes a la par que todos los escombros caían sobre el cuerpo de SeungMin a metros de la entrada.

«¡No!» chilló JiSung en su mente, simultáneo a que la madera terminaba de trisarse, el polvo salía y las pocas esferas sobrevivientes rodaban hacia el interior del dormitorio.

Sin embargo, antes de que se dirigiera a la puerta del dormitorio en busca de SeungMin, un encantamiento golpeó cerca de su cabeza.

DeLuca, detrás de él, con esa sonrisa suficiente que parecía él portar a semblante de una campaña política.

—JiSung —saludó DeLuca—, un placer. ¿Sigamos? ¡Depulso!

—¡Protego! —chilló JiSung, asustado.

El encantamiento chocó en su encantamiento protector, y JiSung voló por la sala hasta los escaparates de reloj, estrellándose entre ellos y cayendo al suelo con un fuerte gemido de dolencia.

Sintió que escupía sangre aun cuando solo eran sus piernas y espaldas las fragmentadas, e intentó transformar su piel en escamas de dragón para evitar que la dolencia fuese más profunda.

Cuando DeLuca alzó la varita sobre su espalda, JiSung escupió fuego una vez más. No había nada de lo que ser parte de la profecía que lo mantuviese a raiga de la muerte, aun cuando el fuego abrasivo lo ayudase a convertirse en lechuza.

No obstante, cuando voló hacia el salón circular, DeLuca convocó:

—¡Centas!

Como la corriente eléctrica la pulsión de demasiadas balas encantadas atacó a la lechuza, y JiSung se transformó en humano a la par que caía al suelo confuso. La oscuridad lo mantuvo paralizado por el temor de la inmovilización, con el calor brumoso de la sala de relojes cuyo cuerpo seguía dañado.

Desde su parte en la que igualmente se aferraba a la vida, DeLuca salió de la habitación quemada con su capa de mago incendiada.

JiSung ni siquiera pudo pensar en sus amigos cuando el encantamiento drenó en su cuerpo como inmovilizador de metamorfomagia. DeLuca se encontraba sobre él con ápices de ganar.

—Dame la profecía —ordenó él.

Al sentir el encantamiento salir de él, JiSung masculló con dolencia.

—¡Ni un carajo1

—¡Avada Kedavra!

—¡Protego!

Ambos encantamientos chocaron ante el contacto con el otro, generando que se desplomaran en contra del otro. JiSung voló hasta más allá del centro de la sala, con el aire atrofiado en sus pulmones y la inseguridad brotando sin saber qué hacer. SeungMin, Felix y HyunJin continuaban al otro lado de la sala, donde se encontraban las profecías.

El terror sembrado dentro de él mismo hizo de que su cuerpo volviera a salir desdelo lejano, cayendo en dicha puerta que lo llevó hacia la sala circular con demás puertas. JiSung, asustado, tomó la puerta más próxima y cojeó con rapidez hacia la salida para que DeLuca lo siguiera. Una vez que lo derrotara, se haría una idea de cómo rescatar a los chicos.

El mejor plan de ese instante era huir de lo que-sea que DeLuca quisiese traer con él. La demencia, la maldad o la mortalidad. JiSung debía de escapar de él.

Por eso, su cojeo hacia la salida para ir al pasillo donde se encontraban las antorchas fue demasiado limitado. DeLuca lo tacleó por la espalda tan pronto como llegaron al ascensor.

De algo que daba ventaja a JiSung sobre la intrépida decisión de DeLuca era su habilidad con la magia y la fuerza física al ser un chico de tan solo diecisiete años. Él no debía de ser de temer, en especial porque su capacidad de pelea tampoco era demasiado buena a diferencia de ese chico que él dejó knock out durante su cuarto año. Pelear con DeLuca en el elevador hasta el piso del Atrio y la recepción fue fuera de su propia idea de cómo enfrentarlo.

DeLuca, enfurecido, tomó del cabello a JiSung y lo arrastró por el pasillo al salir del ascensor, hasta ubicarlo en medio de la recepción, de las estatuas de la planta de la recepción con un cantico e igualmente desesperado llamado de aversión.

—¿Por qué no acabamos con esto? ¡Avada-

¡Anatíkula!

JiSung sollozó el encantamiento hacia la varita de DeLuca, y cuando la maldición fue convocada, un pato se emanó de ella.

—¿Qué caraj-

Fue el turno de JiSung de taclearlo, con el golpe abrupto hacia el suelo para poder golpearlo. Por más que la magia lo quisiese considerar poderoso, JiSung vivió en una familia conflictiva cuyos seudo primos mayores vivieron en base a los golpes. JiSung aprendió a pelear físicamente como el único rastro muggle que tenía con la familia Danford, con DeLuca protegiéndose de los efectos con sus brazos mientras continuaba vociferando encantamientos que eran mermados por la aparición de patos.

DeLuca volvió a jalarlo del cabello, con la punta de su varita al final de su frente. Aunque él quisiese pronunciar un encantamiento, sería suprimido por un tiempo acotado por la maldición de JiSung, así que solo podía recibir los golpes en la cara.

Entonces, casi como inesperado, JiSung se dio cuenta que los golpes de DeLuca no iban en dirección hacia JiSung. No, iba hacia su varita.

—¡Carajo!

La varita de cerezo salió desprendida de sus manos, y JiSung intentó ir tras ella,. DeLuca lo tomó de las piernas para derribarlo y aproximarse con mayor velocidad, pero JiSung, sin contemplarlo, cambió sus propias extremidades a de un tigre para acelerar con rapidez y, arriba de DeLuca, enfrentarlo con las fuertes garras para evitar el agarre.

Cuando JiSung logró apartar a DeLuca del agarre de la varita, JiSung lo apuntó, temeroso, entre las garras del tigre para reafirmar el agarre.

—¡Expeliar-

JiSung no logró completar el encantamiento. DeLuca se abalanzó hacia él y, en un tacleo que no logró ver venir, terminó por adentrarse ha dicho ascensor de la cabina telefónica por la cual llegó. El encantamiento protector que ella tenía se desvaneció al instante que tomaba la superficie, ubicación específica para que DeLuca pudiese aparecer en alguna parte junto a JiSung.

No supo medir la pelea ni mucho menos la transportación, bajo la misma sensación que la elfina de los Hwang: Amery, los llevó en dirección al departamento en el Hotel índigo para el intento de magnicidio. El cambio de lugar, el conflicto entre magias e interés que lo hacía peligroso, los firmes agarres y su propia idea de cuál sería el lugar seguro donde caer fue lo que lo terminó azotando contra el suelo en el límite del Bosque Prohibido que cerca de Hogwarts existía.

A metros de él, DeLuca escupía sus arcadas de vomito ante el conflicto, y JiSung notó que él también tenía las mismas sensaciones de querer botar todo lo que tenía en su interior. JiSung podía sentir la locación porque él había pasado las lunas llenas suficientes en ese lugar como para diferenciar cuál era el Bosque que estaba arraigado a sus venas como zona segura.

Sin embargo, no tenía tiempo para poder medirlo. Entre los berridos de DeLuca, JiSung alcanzó su propia varita para adherirla a él mismo.

—¡Diffindo! —gritó DeLuca.

El corte lo atajó por todo el lado lateral de JiSung, pero no quiso concentrarse en eso. Su misión en ese instante era convertirse en algún animal para poder llegar a Hogwarts y avisarle a Dumbledore sobre los chicos en Londres.

Todo había sucedido tan rápido que JiSung ni siquiera podía decir que ellos se encontraban muertos, por más que ante sus ojos la habitación de las profecías luciese destrozada. Ellos eran demasiado inteligentes como para morir en un duelo tan patético.

Pero, ¿y si lo hicieron?

Convertido en un perro sangrante, JiSung corrió en dirección hacia donde sus sentidos lo guiaban. Ir hacia el castillo de manera desesperada entre aullidos le generaba de esperanza ante que alguien lo escuchara- alguna criatura, los centauros, Hagrid. MinHo le había dicho que la zona en la que las transportaciones estaban habilitadas en Hogwarts no eran tan lejanas del castillo, donde él caía durante su tiempo de las reuniones clandestinas en el callejón Knockturn. Si JiSung corría cómo perro lo suficiente, no sería-

¡ZAZ! Otra maldición lo tajeó por el lado. El perro cayó de hocico y gimió de dolor antes de querer incorporarse. Sus patas traseras fueron amarradas por una cadena de plata y, dentro del enfurecimiento de DeLuca, fue llevado hacia un pequeño acantilado donde se encontraba una caída al Lago Negro.

—¿No puedes... callarte? —jadeó DeLuca—. ¡Centas!

Los brillos golpearon al perro sangrante, aullando mientras se retorcía de dolor. Las chispas eran como bombardeos que calaban en el cabello negro del perro, generando más huecos que brotasen la sangre aparte de la herida humana. Sus aullidos de desespero opacaban otro sonido en el Bosque.

—¡¡¡Cállate!!! —ordenó DeLuca—. ¡Deja tu bestia! ¡Sé hombre!

Una maldición arremolinó a JiSung para dejar el canino de lado. Uno mucho más fuere que el «Finite Incatantem» que él estaba acostumbrado. JiSung cayó de cara al suelo, con su frente pegada en la mugre en su intento de querer cerrar sus heridas.

«Una runa. Dibuja una runa», se dijo a él mismo, aun pegado al suelo. Tanteó su varita en la piel y, al encontrarla, colocó la punta en el césped para querer dibujar una figura de detención, pero a mitad de camino un fuerte ardor de incendio lo hizo detenerse para gritar como cerdo mientras escondía su mano en su abdomen.

—¡¡¡Levántate!!! —ordenó DeLuca—. ¡¡¡Terminemos esto!!!

El grito de tortura de JiSung junto con su llanto fueron impedimentos para que alguno de los dos escuchara al lobo aullarle a la luna.

—¡Crucio! ¡Crucio! —berreó DeLuca, con el brillo rojo rompiendo en el cuerpo de JiSung. Los rastros de patos habían desaparecido—. ¡Levántate!

«No te levantes —se ordenó—. Conviértete en otra cosa. Conviértete en un dragón».

Pero su cuerpo no podía levantarlo. Su mano se aferraba demasiado a su varita a medida de que el encantamiento de tortura lo golpeaba en sus costillas y detrás de su espalda. Los ladridos enfurecidos de DeLuca no fueron suficientes, ni siquiera cuando se acercó a JiSung y le dio una patada en la cara.

—¡¡¡Levántate!!!

El aullido ajeno volvió a brotar entre los árboles, junto con el ruido de los centauros moverse con velocidad del camino. JiSung quería modificar su oído para entender qué sucedía, o por qué todo su cabello estaba puesto de punta. La varita de DeLuca volvió a posicionarse en el fin de la frente de JiSung y en el inicio de su cabellera mientras murmuraba un conjuro que emanaba una luz amarilla potente.

JiSung podía sentir el desprendimiento de su cuero cabelludo con lentitud.

—¡No!

La patada de JiSung los hizo separarse, y al recomposición ante la perdida lo mantuvo de pie. DeLuca conjuró un hechizo no verbal que JiSung desvió con el encantamiento «protego», pulsándolo hacia cerca de la quebrada al Lago Negro.

—Dime... —JiSung jadeó, con su boca con el sabor a metal de la sangre y su pierna empapándose de sangre—, dime cómo el gran Ministro de Magia justificará la muerte de cuatro chicos en el Ministerio.

DeLuca, con una sonrisa política empapada en sangre, se encogió de hombros.

—Hay cosas, JiSung, que cuando tienes el poder, puedes pasarte por alto —contestó él.

Cuando sintió un aullido rebotar con más fuerza en su oído bueno, JiSung supo lo que significó.

Luna llena.

«El lobo».

Lo sintió como un acto en cámara lenta, aunque todo sucediera con una velocidad impresionante. El acto de JiSung de correr hacia DeLuca mientras el gran Lobo lo rajaba de lado para empujar al hombre por el precipicio y caer junto a él hacia el Lago Negro era el fáctico dentro de su cabeza que no podía medir.

Fue una caída libre. JiSung se aferraba a DeLuca y, con desesperación, cerró sus ojos con el aullido del Lobo brotando en el fondo antes de caer al Lago Negro.

JiSung intentó recomponerse con velocidad en su consciencia. La caída, el golpe y la hemorragia lo mantenían desorientado. No fue hasta que intentó dar una bocanada de aire que se dio cuenta que aun tenía en su agarre a DeLuca, y de que se encontraba bajo el agua.

La cantidad de selkies que agarraron a DeLuca desde las piernas fue demasiado como para que JiSung luchara él solo, por lo que transformó toda su anatomía en la instantaneidad para poder desprenderlo de ellos. No dejaría que la muerte de DeLuca ocurriese tan rápido, no cuando las manos de JiSung aun se aferraban a él para traerlo consigo a la orilla.

Nadó lo suficiente con rapidez, intercalando su agarre en DeLuca y en la varita para poder separar a los selkies. Los graznidos de furia que ellos emitía no dejaban que JiSung se preocupase por ellos hasta llegar a la orilla del Lago Negro. Escaló y arrastró a DeLuca por el barro hasta, cansado, se terminó por echar en el suelo.

DeLuca volvió a vomitar a su lado todo el agua con el que se había estancado, mientras JiSung regresaba a su forma humana e intentaba sanar la herida que DeLuca y el Lobo le generaron. Su cabeza, pegada hacia el cielo, notó cómo la oscuridad era mucho más temida y de cuánto deseaba estar tendido en ese lugar sin molestar a nadie.

Hasta que el aullido volvió a acercarse.

—¡No!

Desde la empinada bajada, el Lobo corrió y saltó sobre DeLuca. El ministro, asustado, apuntó su varita hacia él.

—¡Religio Platium!

Las cadenas brotaron de su varita y envolvieron al lobo con sadismo. JiSung no captó enseguida qué era el aullido de dolor del lobo hasta entender que las cadenas que DeLuca conjuró eran de plata.

—¡No! —bramó JiSung—. ¡Déjalo!

No era suficiente. La detención nunca lo sería, porque DeLuca alzó su varita y, con un encantamiento que JiSung no identificó, cortó todo el pecho y barriga del lobo con un encantamiento que apestaba a plata.

El lobo se desesperó bajo el agarre y la sangre, y JiSung fue enseguida hacia él para intentar remediarlo. Los «Finites» no eran suficiente como para poder desprender las cadenas envenenadas de su cuerpo, y, sumido, en el pánico, se giró hacia DeLuca mientras el lobo lloraba en desespero y se hurgaba para escapar del incomprendido incendio que envenenaba su cuerpo.

—¡Por favor! ¡Por favor! —imploró JiSung—. ¡Déjalo! ¡A él no! ¡¡¡A él no!!!

Avada Kedavra.

La maldición brotó de la varita de DeLuca sin algún ápice de piedad, direccionado hacia MinHo. JiSung, sin pensarlo dos veces, se ganó frente a él para recibir el choque en su espalda escamosa de dragón y dejarse caer frente al animal mientras sollozaba e intentaba pensar en alguna forma de poder remediar el dolor que el lobo sufría a causa del veneno, jalando las cadenas para intentar zafarlo.

«¿Qué detiene una maldición? ¿Cómo muere la magia? ¿Cómo la mato?» pensó JiSung entre sollozos, mientras sus manos intentaban colarse entre las cadenas y la piel quemada del lobo para poder apartarlo. Desesperado, lazó un grito.

«¡¿Qué hago?! ¡¿Qué hago?!»

Hasta que en su mente se hizo claro. JiSung se giró hacia DeLuca y, desesperado, se abalanzó hacia él para taclearlo.

Un vez más, ambos se sometieron a una pelea física. Los golpes de DeLuca hacia JiSung terminaron por ser más que patéticos ante la jovialidad y la rabia que JiSung sentía, quien indescriptiblemente pateó a DeLuca entre ambos, empapado por la sangre del lobo, JiSung insistiera con él.

DeLuca lo lanzó de nuevo al lago, pero JiSung se levantó y fue hacia él. DeLuca intentaba sostener su varita hacia JiSung para atacarlo, pero entre los encantamientos que lanzaba JiSung los desviaba al agarrar las manos de DeLuca y sacudirlo por todas partes.

Y, finalmente, le quitó la varita a DeLuca de sus manos. Como la varita de Victoria Krum para la tercera prueba, JiSung la partió por la mitad.

Tras lanzar las partes hacia el Lago Negro, las cadenas liberaron finalmente al lobo, quien solamente jadeaba con debilidad y cansancio, casi inmóvil sobre la tierra. JiSung, sucio por el barro, empapado y cubierto de sangre tanto propia como ajena, miró con odio a DeLuca.

—¡Déjate de joder! —pidió JiSung—. ¡Ya no hay más! ¡No tengo por qué matarte para que vivamos tranquilos!

DeLuca, recostado en el barro, respiraba superficialmente incapaz de creer lo que JiSung había hecho. Hizo un ademán de querer levantarse, pero JiSung lo pateó en la cara.

—¡Detente! —le gritó JiSung, y, tal como el Torneo de los Tres Magos, lanzó chispas rojas hacia el cielo en la espera de que alguien pudiese verlo—. ¡Yo dije que esto acabaría cuando lo dijera, y ahora lo digo! ¡Esto se acabó, DeLuca! ¡Desmaius!

El encantamiento rojo chocó con la cabeza de DeLuca, cediendo la caída inconsciente.

En el Bosque Prohibido, los centauros se asomaron con cautela mientras que los Selkies aparecían a la superficie de sus cabezas sobre el lago, igualmente curiosos de lo que sea que JiSung quisiese hacer en ese instante.

Sin embargo, JiSung no sabía qué hacer. Volvió a invocar las chispas rojas mientras, a medida que su cuerpo perdía la movilidad a causa del cansancio, se arrastraba hacia MinHo.

«Bien, bien, bien —JiSung intentó mantener la calma—. Poppy te enseñó unas runas de curación, ¿no? Para lobos. Vamos. Concéntrate, JiSung. Concéntrate...»

El rajado era demasiado profundo, tanto que JiSung temía tantear y toparse con algún órgano exteriorizado. El pelo del lobo pronto comenzó a pegotearse por el brote de la sangre, así que JiSung posicionó la punta de su varita cerca del cuello y, con su otra mano en la barriga de él, dibujar aquel que creyese que podía funcionar.

El ruido del Bosque le llamó la atención, y JiSung soltó un fuerte sollozo al divisar al director Dumbledore asomarse entre las plantas y el barro, alzando su túnica estrellada.

—¿JiSung? ¿Qué ha pasado?

«Oh, dios...» —Director —sollozó JiSung—. Los chicos si- siguen en Lond-dres y- y DeLuca intentó matarlo... —lloró con la sangre de MinHo en sus manos.

El profesor Dumbledore se aproximó enseguida hacia JiSung mientras convocaba con su varita un patronus donde mandaba la información del paradero de Hwang, Kim y Lee. Se sentó junto a JiSung y, con su varita, comenzó a sanar a MinHo.

La seriedad con el cual el director trabaja rectificó la culpa de JiSung al haber elaborado todo ese plan. Todo fue culpa suya. Sus planes jamás resultaban. ¿Por qué creía que esta vez sería diferente?

—Intenté ver la profecía —JiSung contó, mientras se limpiaba sus mocos con su mano ensangrentada—. Y- la vi. La vimos con Felix y- dios, soy un idiota...

—¿Por qué quisiste verla? —preguntó Dumbledore.

—Creí que habría otra forma. Una manera alternativa de poder salir de todo esto —admitió. El encantamiento de Dumbledore junto a su runa hacía que poco a poco el gran tajo del lobo se cosiera entre carne y carne—. Debía hacer algo, pero yo no-

—JiSung —Dumbledore dio una mirada al cuerpo inconsciente de DeLuca detrás suyo—, hiciste lo que pudiste, bajo una carga de responsabilidad tremenda. Evitar a la muerte fue el acto más valeroso que pudiste hacer en este instante.

—Pe-pero..., los chicos están allá... —lloró JiSung sobre el lobo—. Los maté..., los maté...

—Concéntrate en esto ahora —ordenó el profesor Dumbledore—. ¿Viste la Runa? Quiero que la repliques y-

Dumbledore recibió un fuerte golpe en la cabeza a causa de una piedra. JiSung se giró al notar que el director no estaba hablando y, antes de poder alzar su varita hacia DeLuca, el Ministro ya había tomado la varita de sauco del director y lo apuntó a su espalda.

Avada Kedavra.

Las escamas regresaron a JiSung mientras se abalanzaba sobre el lobo, pero su preocupación no era él ni MinHo. El brillo de la maldición chocó de costado al director Dumbledore y, a causa de tener la varita de Sauco, DeLuca terminó por desaparecer del Bosque Prohibido.

La bruma verde se expandió por todas partes, llamando la atención de todas las criaturas. El grito de JiSung se estancó en su garganta generado por la desesperación y, con su mano aferrada al pelo del lobo que respiraba con superficialidad, llamó:

—¡Dumbledore!

Al anciano de cabeza abierta y cuerpo inerte.

[1] si alguno de ustedes leyó Menú de Dios, sabrán cuán difícil se me es escribir capítulos de conflictos- en especial cuando se toman por el clímax. No digo de que me vaya a demorar en traer capítulos, pero sí creo que es bueno recordar que los finales siempre se me han sido difíciles y de que demoré cerca de dos meses en traer el último capítulo de Menú de Dios (igual no cuenta porque el capítulo final tenía cerca de 20.000 palabras). Solo es un parche antes de la herida, porque, retomando la nota anterior, estoy bastante emocionada porque ustedes lean el desenlace de esta historia.

[2] yo: narro las últimas escenas con lágrimas en mis ojitos.

Mi playlist: you can dance, you can jive, having the time of your life, oh~, see that girl, watch the scene, digging the dancing queen~

[3] literal tomé los siete libros de Harry Potter y los resumí en un fanfiction jajan't

Gracias por leer, les amo


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