4. Downtown como Macklemore
Guía de colores de Han JiSung:
Rojo: enojo; Rosa: vergüenza; Violeta: enamorado; Azul: triste; Celeste: emocionado; Blanco: peligro; Amarillo: preocupado; Verde: asustado; Naranjo: confundido; Gris: dolido; Marrón: neutro; Verde menta: alegre; Negro: cansado; verde oliva: miedo; Rosa pálido: culpa; Rubio cenizo: nerviosismo; Crema: decepción. Magenta; frustrado. Turquesa: calma. Berenjena: querido, amado
¡Color desbloqueado! Salmón: orgulloso.
Capítulo 4
Downtown como Macklemore
Canción recomendada: Downtown de Macklemore.
Domingo 21, en la medianoche
SaeJah se encontraba en su dormitorio pareciendo querer contactarse con HyunSan de alguna forma mágica que JiSung no entendía muy bien cómo funcionaba, pero su concentración estaba tan evocada en eso que, sin que pudiera sentirlos, él, HyunJin y Yeji salieron del edificio.
En silencio tomaron el ascensor, y bajaron hacia la primera planta. JiSung notó que no estarían más tiempo de lo que correspondía; ninguno llevaba varitas, y él lo vinculaba al hecho de que no querían volver a pasar por un juicio de uso de magia indebida siendo menor de edad.
Llegaron a la primera planta. Salieron casi a puntas de sus pies para llegar hacia la entrada del hotel. El poco ruido que había en las calles dio una sensación inicial de que lo que JiSung escuchó fue parte de su alucinación del terror o era el sonido de fondo de la radio de Yeji. Sin embargo, bajo la misma calle de Leicester, un murmullo tétrico fue abordado.
JiSung se preguntó si era una buena idea salir en ese momento- mentira. Él sabía que era una pésima idea salir. Dos veelas y un metamorfomago; pareciera que era un llamado para que magos terroristas los atacaran; especialmente cuando no llevaban varitas. Los tres chicos eran ridículos e idiotas, pero no desamparados. Tan pronto como vieron a un par de personas caminar por la calle, HyunJin palmeó el hombro de los dos chicos.
—Creo que es mejor que nos entremos —opinó.
—¿No fuiste tú el que nos sacó de ahí? —Yeji cuestionó, desentendida—. ¿Por qué crees que...?
Las pocas personas doblaron por Leicester hacia la calle Swiss. Aun con la luminosidad artificial de la calle y los edificios, fue difícil reconocer las vestimentas anticuadas que ellos llevaban.
Gorros en punta se sostenían en la cabeza de los magos. Sus túnicas, largas que arrastraban por el suelo, servían de escondite gracias a sus anchas mangas donde se guardaban las varitas. Un mago alzó su varita hacia el cielo, y un montón de chispas de color azul brotaron. Los demás quienes le acompañaban lanzaron un grito de sorpresa, y de a poco los magos le empezaron a seguir para simular ser fuegos artificiales.
Por un instante, JiSung se asustó. El ruido era un poco ensordecedor y ya estaba desorientado por un oído, así que tomó el brazo de HyunJin para no perderse. Yeji también se apegó a él, y los tres miraron al grupo de magos pasar hacia Swiss. HyunJin se preguntó de qué tipo de bandos serían esas personas.
Nadie les parecía prestar atención al trío. Todos caminaban bajo su propia alegría por Swiss. Las chispas de la varita comenzaron a aumentar a tal nivel como también la cantidad de gente que empezó a haber. Tan pronto como el trío los seguía desde la acera, JiSung recordó la conversación que tuvo con MinHo.
—Van al Ministerio —dijo JiSung.
—Ah... —HyunJin apuntó hacia el gran grupo—. Ellos no están celebrando.
El silencio de las calles que eran corrompidos por el estallidos de las chispas fueron ahogados por los gritos alegóricos de manifestación que los magos comenzaron a hacer. El grito de desespero y exigencias comenzó a ser una movida estratégica que guio la gran caminata hacia la entrada del Ministerio de Magia.
—¿Qué sentido tiene? —preguntó Yeji, mientras se abrazaba a ella misma. La parte racional de JiSung se preguntaba cómo es que, una chica tan fuerte como Yeji, se veía tan damnificada por todo. La parte emocional, por otro lado, simpatizaba con ella—. La mayoría de estos idiotas tuvieron que haber votado por Hans DeLuca.
—La población de los magos reconocidos que son capaces de votar en el Reino Unido es cerca de dos millones trescientos cuarenta mil sesenta y dos —informó JiSung. Él había leído ese registro durante el tercer trimestre en Hogwarts, cuando con MinHo intentaron buscar algo sobre sus padres—. Si tomamos el cuarenta porciento de esto, sería como un millón de personas quienes no quisieron a DeLuca.
—¿Un millón? —HyunJin chasqueó su lengua, antes de tomar a JiSung y Yeji del brazo—. Aunque seamos solo cien, sigue siendo legítimo. ¡Vamos!
JiSung no pudo rechazar la ida hacia el centro, pero su mirada se vio retenida cuando varios magos apuntaron hacia las orillas de las calles, sobre los techos de los edificios y figuras que cruzaban entre ellos. Una gran cantidad de animales platinados ondeaban entre las personas como si fuera un acto de orgullo- casi de felicidad. El aprecio de personas que no se encontraban ahí generaban apoyo a la gran cantidad de magos que se habían tomado las calles.
HyunJin llevó a Yeji y a JiSung entre medio del tumulto, y se puso a gritar. JiSung caminó a su lado, un poco confundido. Se pasó una mano por su cabello sin saber qué hacer, y lo notó verde. Por su parte, Yeji se tomó el cabello con una coleta, despejando así su cara. No hubo mucha sorpresa de que las personas a su alrededor los notaran.
—¡Ay, mis niños! —gritó una mujer maga, de túnica larga y gastada. Ella era más baja que ellos tres, por lo que dificultó rodearlos con un brazo a cada uno—. ¡Lo lamento tanto! ¡Realmente lo lamento! ¡Les hemos fallado!
JiSung sentía cómo varias personas acariciaban su cabello como signo de compasión. Ante cada caricia o comentario que llegaba hacia él, sentía la pequeña corriente eléctrica en su nuca que denotaba sus cambios de colores. JiSung estaba confundido; tan confundido como asustado. Triste. ¿Un poco contento? Nervioso. Decepcionado. Frustrado. Su cabello ondeaba en colores que alteraban todo tipo de postura dentro de él, quien se aferraba de la mano de HyunJin mientras que este seguía gritando improperios ante la elección de Hans DeLuca como Ministro.
«¿No llegará al policía?», se preguntó JiSung, mientras sentía el nudo en su garganta de la frustración.
El patronus de un águila voló sobre su cabeza, y también el de una urraca. JiSung se siguió preguntando cómo es que se encontraban en la mitad de la calle sin haber reacción, hasta que divisó el último piso de un edificio considerablemente más bajo que los otros de la calle. Era un pent house, tal como el que había en la cima del Hotel índigo. Desde el balcón, un montón de personas con traje que presuntamente se encontraban de fiesta formal los veía con suma curiosidad mientras bebían de sus tragos con calma. JiSung finalmente pudo liberar el nudo en su garganta cuando comenzó a gritar también.
A mitad de camino se abrió el tumulto por una barricada en la calle. Las chispas de las varitas comenzaron a ser más incesantes que para los muggles podría ser un carnaval turístico para ellos, pero las ventanas de algunos edificios se reventaban por la presión de los ruidos, y los gritos de las personas de a poco comenzaron a ser más violentos.
De pronto, la marcha se detuvo. Frente a una intersección de edificios ejecutivos que debían de estar cerrados en esa hora, JiSung supo que esa era la entrada de trabajadores del Ministerio de Magia.
—¡¿Por qué estamos acá?! —preguntó JiSung a la persona que tenía a su lado—. ¡¿Por qué nos detuvimos?!
El mago a su lado contestó, pero JiSung notó que fue por su oído malo. Él se giró y el hombre respondió: —¡Esos hijos de puta seguirán acá toda la noche!
—¡Reconteo de votos! —grito alguien—. ¡Reconteo de votos!
—¡Fuera a racistas!
—¡Reino Unido no aprueba a racistas!
Cánticos con rimas aparecieron entre la multitud mientras los patronus se enredaban entre los pies o volaban sobre ellos. De repente, las chispas pasaron a ser llamaradas controladas sobre la cabeza de ellos, con figuras mágicas que sobrevolaban y que se estacionaban en el suelo para hacer más barricadas.
JiSung aun seguía confundido de como sentirse en ese instante; entre la melancolía, el odio por el Mundo Mágico y las ganas de querer ser invisible como el camaleón que él podía simular. No obstante, viendo a HyunJin y a Yeji a su lado, quienes saltaban y repetían las rimas, pensó en la Compañía y en cómo lo que ese grupo intentó lograr con algo que prontamente se vería extinto.
Alguien sí quiso ayudarlo, y ahora el partido Libertad Mágica había tomado el poder del Ministerio.
Vio por el reflejo del fuego a varitas convertidas en banderas de manifestación. Otros hacían a sus varitas sonajear un ruido irritante.
Finalmente, lo esperado llegó. Las luces de la calle y de los edificios se apagaron abruptamente, lo que hizo que la mayoría de los magos encendieran sus varitas para iluminar el camino. El sonido de la policía británica resonó con una potencia que JiSung no recordaba, y de a poco las varitas que apuntaban al cielo comenzaron a bajar hacia el suelo.
—Mierda —masculló HyunJin.
JiSung sintió el agarre de él en su mano, y vio a Yeji dar un par de pasos hacia atrás.
—¡Los aurores!
Tan pronto como el grito escapó de la garganta de alguien, JiSung lideró la escapatoria junto con un grupo más de magos que empezaron a desprenderse de la gran marcha.
De su mano derecha agarraba a HyunJin, y él se llevaba a Yeji. Los tres emprendieron una carrera sin preocuparse por la pierna de HyunJin que se veía dificultada por la cantidad de magos con quienes chocaban. Entre gritos desesperados, JiSung sintió un ruido específico que derribó a un mago que iba junto a él: los aurores estaban encantando a la gente.
«¡Mierda! —pensó JiSung, aterrado—. ¡Maldito HyunJin!»
Si JiSung no hubiese estado preso del pánico, probablemente habría ayudado a Yeji y HyunJin escapar de ahí convertido en un gran caballo o un tigre que intimidase a la gente. Pero su mente maquineaba el cómo no llevaba su varita (ninguno de los tres, en realidad), y que si los llevaban detenidos JiSung sí que sería expulsado de Hogwarts.
Doblaron por la esquina próxima y continuaron corriendo. La cantidad de encantamientos de aturdimiento que JiSung podía sobre oír con su oído bueno modificado era fascinante, e incluso pensó que podría usarlos con YeonJun una vez que llegara a Hogwarts. Sin embargo, no pareció ser suficiente la admiración para cuando los aurores los alcanzaron.
—¡Desmaius!
El mago que corría delante de ellos cayó, lo que hizo a los tres chicos tropezar. Ningún encantamiento logró golpearlos porque tres aurores se arrimaron sobre ellos.
—¡Sus varitas! —reclamó uno.
—¡No las tenemos! —gritó Yeji, mientras un auror colocaba las manos de la chica en su espalda—. ¡Somos muggles!
—¡¿Eres idiota?! —HyunJin le gritó de vuelta.
JiSung pensó que sí, y con sarcasmo colocó sus ojos en blanco mientras el auror lo levantaba y encantaba sus manos para que se quedaran pegadas en su espalda. Tal vez si mencionaban que los tres eran menores de edad los dejarían en libertad.
Sin embargo, el cabello de JiSung cambió de color.
La bulla de las personas que escapaban a segundo plano. JiSung se preguntó por qué no lo estaban moviendo con las demás personas que se estaban llevando detenidos hasta que notó a los tres aurores mirar directamente hacia su cabeza.
—¿Qué? —dijo JiSung, entre jadeos.
El auror encargado de HyunJin miró a los mellizos antes de compartir una mirada con el otro auror. El encargado de JiSung dio un par de pasos hacia atrás, asustado.
—¡¿Qué?! —encaró JiSung.
—No quiero llevarlo —dijo el auror de JiSung.
—No seas cobarde —le dijo el de Yeji—. Si quieres, hechízalo.
—¿Eh? —JiSung miró con terror a HyunJin—. ¿Qué quiso decir con-
—¡Centas!
El estelar de luces brotaron de la varita del auror hacia JiSung, lo que le hizo caer derribado al suelo al instante. De pronto, JiSung se sintió congelado, y su cuerpo ardió de a poco como también su mandíbula comenzaba a hacer presión.
—¡Ay! —chilló Yeji—. ¡Hannie!
—¡¿Qué puta mierda?! —rugió HyunJin, para encarar rápidamente al auror con sus manos atadas—. ¡¿Te falla la cabeza, bastardo imbécil?!
HyunJin hizo el amago de querer patearlo, pero otro auror lo agarró de sus brazos para llevarlo de ahí. Yeji intentó también aproximarse hacia JiSung, pero ella desapareció hacia el ministerio.
JiSung demoró un momento de componerse en el suelo, totalmente adolorido y desorientado. El frío del suelo estaba en su lado derecho de la cara, tapando así su oído bueno. JiSung no escuchaba lo que pasaba al alrededor, y notaba cómo el mundo se volvía a mover en cámara lenta. El auror tomó a JiSung de sus brazos y, tras forzarlo para levantarlo, ambos desaparecieron hacia la cárcel del Ministerio.
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Que HyunJin y Yeji fueran llevados a una celda donde más de diez magos adultos se encontraban hizo la situación un poco incómoda- no solo porque eran menores de edad y no llevaban sus varitas consigo, pero también porque eran hijos del reconocido jugador de Quidditch y de la mujer que estaba revolucionando la medicina.
A las dos treinta de la mañana, frente a la celda, el auror encargado: Delias, tenía la mitad de su rostro quemado y su varita moviéndose de forma temeraria a través de sus callosos dedos. Él, con la mirada pesada, desafiaba a SaeJah en el otro lado de su escritorio, mientras que los tres aurores quienes se habían encargado de la detención de sus hijos se encontraban ahí, sudando frío.
—¿Qué te hizo creer que puedes detener a mis hijos como si fueran delincuentes? —preguntó ella, con sus brazos cruzados sobre su pecho y con un lenguaje que entonaba su acento británico ligeramente oligárquico—. Tienes a tres menores de edad encerrados. Sácalos ahora.
—Tenemos que cumplir con el protocolo de detención de menores de edad bajo la consigna de un mal uso de la magia —explicó Delias, con su voz engrosada—. Si ellos-
—No llevaban varitas. Los dejaron en su casa —insistió—. No puedes detenerlos. ¿Qué habría pasado si hubiesen sido muggles? Ahora tu cargo dependería de un hilo solo por su incompetencia.
—Estaban alterando el orden público de los muggles. Usted conoce las reglas: si infligen alguna norma, deberán ser enjuiciados. La policía muggle llegó incluso a la zona de la concentración.
—Y habría sido mejor que se los llevaran ellos ante que ustedes, grupo de incompetentes-
—Mamá —pidió HyunJin desde la celda.
—Tú silencio —apuntó ella—. Estarán castigados hasta que se hagan viejos. ¡Salir sin permiso y de noche! ¡Sabiendo como está la situación afuera! ¡¿Qué se creen ustedes dos?!
Yeji bajó su cabeza y las orejas de HyunJin se encendieron en vergüenza. No era necesario que los regañaran frente a los demás detenidos.
SaeJah volvió a enfocarse en Delias, e hizo un ademán con su mirada. —¿No me los vas a sacar?
—Tiene que... firmar un par de cosas. Y pagar una fianza —dijo Delias. Los aurores no podían llevarse muy bien con los veelas enojados.
Delias sacó un formulario de su cajón y una pluma levitó hasta la mano de SaeJah. Ella, con enojo, comenzó a rellenar todo los espacios vacíos donde prometían cumplir las normas cívicas del Ministerio de Magia y que no se repetirá. Acto seguido, ella sacó de su cartera un pequeño saco de galeones y lo lanzó con rabia hacia el escritorio.
—Ahora, dame a mis hijos.
Uno de los aurores abrió la reja de la celda y sacó a HyunJin y a Yeji de ahí. Los dos, avergonzados, no se atrevieron a alzar sus miradas del suelo; solo esperaron a que SaeJah dijera algo.
—¿Y bien?
—Perdón, mamá... —murmuraron los dos, apenados.
—Ustedes no —chistó SaeJah hacia sus hijos. Ella le hablaba a Delias.
Delias, sin interés, alzó una ceja. —¿Qué?
—Me falta uno —ella repuso—. Yo firmé y pagué por tres, pero solo me entregaron dos.
Delias bufó con lentitud, y miró la ficha que SaeJah había rellenado. Con pereza, se estiró hacia el saquito de galeones para sacar monedas de ahí y dejarla sobre el escritorio. —Sí... —habló él—, usted no es la tutora legal de ese chico. No se lo puede llevar.
—Sí puedo —SaeJah caminó hacia el escritorio y, con solemnidad, movió los galeones hacia el centro del escritorio—. Ese chico también es mi hijo, y me lo voy a llevar.
—No se lo puede llevar —dijo Delias, mientras se acariciaba el bigote totalmente tentado por las monedas de galeones—. Su familia ya vino por él-
—¿Familia? —interrumpió HyunJin—. Él no tiene familia.
Delias, cansado, colocó sus ojos en blanco. —Su tutora vino por él.
—Y hoy sí que deseaba desquitar mi rabia con alguien —murmuró SaeJah, antes de llevarse la parte del dinero de JiSung—. Vámonos, chicos. Que en casa los cocinaré a fuego lento a ustedes dos.
Por otra parte, JiSung creyó que había perdido la cabeza cuando lo encerraron en una celda, al otro lado de donde HyunJin y Yeji estaban, y lo acompañaban más metamorfomagos de los que él alguna vez conoció en su vida.
Había viejos, viejas, padres y chicos que parecían habar dejado la escuela. No eran mucho, solo eran diez, pero era más de lo que JiSung llevaba la cuenta.
—¿Alguno de ustedes es familiar de Callaghan Stuart? —preguntó JiSung.
Ninguno levantó la mano. «Mierda».
De por sí era terrorífico haber sido separado del grupo de detenidos solo por ser un metamorfomago; sumándole el hecho de que lo habían atacado con ese ridículo hechizo que lo inmovilizaba. ¡Él no entendía por qué hacían eso! JiSung no iba a hacer daño siendo un metamorfomago- es decir, ¿esas gentes no sabían nada de las transformaciones? Dolían un montón. JiSung no sacrificaría su vitalidad solo para arrancarle la cabeza a un idiota luego de que se haya transformado en tigre.
«Aunque tendría que haberlo hecho», pensó él con rabia.
El auror que lo había atacado abrió la celda y llamó: —Han JiSung.
Él intentó no respirar de alivio, porque eso no era algo de felicidad; probablemente SaeJah le arrancaría los testículos por gusto. ¡Toda una estupidez haber salido esa noche!
Salió de la celda y el auror lo guio fuera de la oficina. Caminaron por el pasillo estrecho del área penitenciario del Ministerio de Magia hasta llegar a una zona de visitas donde se encontraban las familias de los otros metamorfomagos. Ver a las familias le dio una punzada en el corazón, porque al menos había uno que también llevaba su cabello colorido. Había un padre con su hijo de tres años en brazos, ambos con el color amarrillo en sus cabellos. JiSung no los culpaba- si él se enteraba de que MinHo había sido detenido y fue llevado a una zona exclusiva para licántropos, también estaría enfermo de preocupación.
Buscó con su mirada a SaeJah entre la gente, pero el auror lo guio hacia la persona que lo esperaba, sentada con elegancia, con jeans gastados y una camiseta corta por el calor de la noche.
Leela Danford.
—JiSung... —Ella se levantó de la silla y, con una mueca de preocupación, estiró sus brazos hacia él. JiSung pensó que lo atacaría, pero, para su sorpresa, ella lo rodeó de un aprensivo abrazo. —Me alegra que estés bien.
«¿Qué mierda?»
JiSung palmeó con torpeza la espalda de la mujer y se separó tan pronto como ella aflojó los brazos. —No hay que fingir cariño, Leela. Aquí a nadie le importa las apariencias.
—No seas grosero...
Más que sonar enfadada, ella era compasiva. Volvió a abrazar a JiSung.
Una vez los dos estuvieron en la calle, JiSung notó que las luces habían regresado y que las pocas cantidad de personas que iban transitando eran aurores vestidos de civil para poder calmar todo tipo de manifestación que reaparezca.
Leela tomó el brazo de JiSung y lo enganchó con el suyo. JiSung, sorprendido, dio un paso hacia la izquierda para no sentirse tan apegado a ella. Todo era jodidamente incómodo.
—¿Cómo has estado? —preguntó ella—. Tus vacaciones. ¿Has estado comiendo bien?
JiSung se encogió de hombros. ¿Qué se supone que se responde a eso?
—Siempre de pocas palabras, ¿eh...? —divagó ella—. Dime, ¿dónde te tengo que ir a dejar?
Había que ser un idiota como para creer de que Leela era una persona normal. ¡Ella nunca lo quiso! ¡Le rapaba el cabello para que nadie viera su magia! ¡Nunca lo dejó interactuar con los demás niños! Entendía de que era ella quien fuera a buscarlo en ese instante, pero solo faltaban días antes de que ella dejara de ser su tutora legal. JiSung prefería matarse antes de tener una conversación normal con Leela.
—Puedo irme solo desde acá —dijo JiSung—. Si quieres, te acompaño a tomar un taxi.
Leela miró a JiSung y, con lentitud, asintió. —Me parece bien, aunque dudo que haya taxis a esta hora...
Con cautela, JiSung dio una barrida visual por toda la redonda. No había nada que pareciera salir de lo normal, pensaba JiSung; el andar era lo suficientemente continuo como para haber perdido los aurores del Ministerio de Magia y las redondas donde quedaban los estragos de las manifestaciones.
—¿Qué pasa? —preguntó Leela—. Estás muy callado. ¿La cárcel te cambió?
«¡¿Y ahora hace bromas?! —JiSung pensó, horrorizado—. ¡Ya está! ¡Ella es una impostora!»
—No después de la primera vez —mintió JiSung, mientras alzaba su cabeza para ver si pasaba algún taxi por la calle—. Ya sabes, cuando le quemé la casa al vecino por haber cocinado a nuestro gato.
—Fue un período muy difícil para la familia. No creí que volvería a encontrarte aquí —reconoció Leela.
«¡JA!»
—De todas formas, he estado bien —continuó JiSung. Hizo todo su esfuerzo para que su cabello no cambiara de color—. Tal vez mi esposa Rusa se enoje conmigo, pero yo soy el que lleva a nuestro bebé a la escuela-
—¿Cómo está mi nieto?
—¡Basta ya! —exclamó, nervioso. Leela detuvo abruptamente su andar y miró a JiSung con los ojos abiertos, asustada. JiSung, por su parte, sintió que él estaba más horrorizado que nunca, así que alzó su mano y tomó el brazo de Leela con lo que fue una pata antropomórfica de un tigre.
Leela ahogó un chillido al ver la pata en su brazo, la cuál rápidamente la garra del pulgar amenazó con perforar la piel. JiSung se sintió mal por espantarla de esa forma.
—Dime quién eres —exigió JiSung—. ¡Ahora!
—¡Soy tu madrina, JiSung! —Leela agarró la pata de tigre con su mano libre—. Dios me libre- ¡Suéltame!
—¡No lo eres! —insistió—. ¡Sé escupir fuego, así que si no me dices quién eres yo-
—¿Sabes escupir fuego?
La mirada de impresión que Leela tuvo hizo que JiSung la soltara al instante. Ella, al notar su libertad, esbozó una pequeña sonrisa que JiSung solo la vio la vez que el hijo mayor de Leela había sacado una buena calificación en matemáticas: orgullo.
El cabello de Leela de pronto comenzó a acortarse, y su torso se extendió. Sus rasgos faciales mutaron pieza por pieza; una recomposición dolorosa que JiSung se urgió en sí al ver el cambio corporal. La espalda de Leela se adelgazó y su postura se encorvó un poco hacia adelante.
De pronto, no era Leela. Era un hombre esquelético, de cabello corto salmón, y ojos grandes que parecieron ocultar un poco su rasgo asiático.
La boca de JiSung se desencajó en ese momento, y su pata de tigre tomó forma humana. El hombre no pasó desapercibido eso; se apresuró en tomar la mano de JiSung e inspeccionarla.
—Sin ninguna herida... —murmuró él. El color salmón destacó mucho más—. ¡Es asombroso! ¡Increíble! Yo no pude transformarme en animal sin herirme hasta los dieciocho.
JiSung se zafó rápidamente, pero no estaba seguro de si quería salir corriendo.
—Tuve un buen maestro —contestó JiSung.
El hombre, sonriente, asintió. —Eso siempre es bueno. ¿Quién fue tu maestro? No conozco a muchos metamorfomagos.
—El... el profesor Callaghan.
—Ah~ Callaghan. Siempre oí de él pero nunca lo conocí. Dicen que es un buen hombre.
El hombre era viejo- demasiado. Tal vez rondaba los cuarenta y tantos, pero se veía más destruido que los padres de HyunJin. La ropa que llevaba era suelta y gastada, y JiSung podía asegurar de que él no olía bien.
«No puedes acobardarte», se dijo JiSung, antes de hablar con voz temblorosa.
—¿Quién mierda eres?
El hombre pareció esbozar una sonrisa burlona, casi sarcástica. —No bromees. Sé que estás enojado por lo que te hice en el andén, hace unos meses, pero en serio debía de irme rápido.
JiSung ladeó su cabeza, totalmente desentendido. —¿Qué?
—Ah~ mira~ —el hombre comentó mientras daba un paso hacia JiSung—. Tu pelito se puso naranja.
Antes de que el hombre lo abrazara con fuerza, JiSung notó cómo sus ojos se aguaron. El abrazo fue más intenso de que el que Leela le dio en el Ministerio, pero era mucho más terrorífico. JiSung intentó apartarse, pero el hombre lo apresaba desde los hombros.
—Suéltame —ordenó JiSung—. Hazlo o te golpearé.
—Sé que quieres golpearme, pero al menos permíteme abrazar-
Su brazo volvió a ser la pata de un tigre, y JiSung golpeó al desconocido en el estómago. El hombre dio un par de pasos hacia atrás con la distancia suficiente para que JiSung, con un grito en su garganta, saliera corriendo de ahí hacia el Hotel índigo.
«¡Conviértete! ¡Conviértete! ¡Conviértete!» se obligó.
De pronto, sus pies no eran los que corrían y JiSung se encontraba un poco lejos del suelo. Sus brazos comenzaron a batir hasta transformarse en alas, y de a poco ascendió convertido en una lechuza real negra.
Era tanto lo que había pasado que lo único que quería hacer era llegar a casa.
Su volar fue lo suficientemente instintivo que no pudo disfrutarlo. Alzarse y ver Londres de noche habría sido una vista espectacular al haberse convertido en ave por primera vez, pero su meta era llegar al departamento de los Hwang y, asustado, desear no volver a salir de ahí.
La altura era considerable para que él sintiera terror, y pensó en que tal vez arriba de una escoba él estaría más tranquilo. Sobrepasó los edificios y, tras reconocer el techo de donde todas las noches el gato platinado se posaba, lo pasó y se fue directamente al edificio del frente, donde la ventana de su dormitorio estaba abierta.
Al llegar, se derrumbó como humano sobre su cama y comenzó a toquetearse. «Nada roto. Nada roto», se aseguró, con sus manos en su pecho y en sus piernas. Una vez que se aseguró de que todo estaba en su lugar, corrió hacia su ventana y la cerró rápidamente.
«¡No quiero a ese puto loco cerca!» jadeó, asustado. Sin embargo, se levantó con rapidez. Tal vez ese hombre podría seguirlo y entrar por alguna de las otras ventanas, así que JiSung corrió fuera de su dormitorio para poder cerrar las de HyunJin, Yeji y la de los padres Hwang.
Pero al salir al pasillo, una voz carraspeó.
Con lentitud, JiSung se giró. SaeJah estaba en el pasillo, con sus brazos cruzados y su rostro hecho una furia.
—A la cocina —ordenó ella—. Voy a cocinarte.
Lamento la demora, pero compensé con un capítulo especial y el capítulo cuatro.
¡Nos leemos el miércoles!
Gracias.
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