31. Refugio de la Transversal Soberanía
Guía de colores de Han JiSung:
Rojo: enojo. Rosa: vergüenza. Violeta: enamorado. Azul: triste. Celeste: emocionado. Blanco: peligro. Amarillo: preocupado. Verde: asustado. Naranjo: confundido. Gris: dolido. Marrón: neutro. Verde menta: alegre. Negro: cansado. Verde oliva: miedo. Rosa pálido: culpa. Rubio cenizo: nerviosismo. Crema: decepción. Magenta; frustrado. Turquesa: calma. Berenjena: querido, amado. Salmón: orgulloso. Fucsia: excitado.
Capítulo 31
Refugio de la Transversal Soberanía
Canción: Would've, could've, should've; Taylor Swift.
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Diciembre 26, en la mañana
—¿Por qué mierda hicimos esto?
HyunJin, sentado en la ventana, evitaba por completo concentrarse en la ansiógena caminata que Felix hacía por todo el dormitorio.
—Porque somos idiotas —contestó HyunJin con simpleza.
—Porque JiSung nos habría escupido fuego si es que le decíamos que no fuera —replicó SeungMin.
Felix paseaba por todas partes, y agarraba los mechones de su cabello reiteradas veces como si aquello lo hiciese despertar. Su respiración, alterada, iba al compás de las intensas ganas que él tenía para esconderse en alguna parte.
El mapa de Reino Unido, aun tendido en el suelo, mostraba las brillantes luces verdes en alguna parte. Pudieron verlo transitar, pero rápidamente las luces verdes habían migrado de lugar a otro más centralizado en Londres, lo que alteró a los tres chicos.
Desde la cama de JiSung que Soonie dormía. JeongIn se había ido cerca de veinte minutos atrás para comprobar si es que Chan llegaría o no a la casa de Gryffindor; fue cerca de una hora en la que él se había largado para hablar con Dumbledore y todavía no regresaba. Dudaban de que siguiera en el castillo.
HyunJin podía entender el cuestionamiento de la gran estupidez que cometieron y la causa por la cual Felix estaba tan ansioso. Él también lo estaba, pero se sentía impedido a manifestarlo; era un gran muro de realidad con el que chocaba que estaba más centrado en la resignación que en la esperanza.
Las luces verdes estaban encendidas, y a un lado se ganó una luz amarilla. Una luz verde se movió en otra parte de Londres, y la luz amarilla continuó con la última luz verde que quedaba.
—Oh, jodido Merlín... —murmuró HyunJin con alivio—. Esa es mi mamá.
—¿Cómo sabes que es ella? —preguntó SeungMin, quien se levantó de la cama de HyunJin para comprobar también el mapa.
—No lo sé, pero las luces verdes que estaban en la mitad del mapa llegaron a Londres, y ahora una se fue a otra parte. La que queda debe de ser JiSung con mi madre.
—Oh, no, no, no... —Por su parte, Felix continuaba en pánico. Tomó abruptamente asiento en la cama de JiSung, e hizo temblar sus rodillas. —Está herido. Debe de estar herido. Lo sé. Le fue mal en la misión- mierda, le fue mal.
—La luz de la señora de Callaghan aun no se apaga-
—¡Fracasó! —Felix se tapó el rostro para ahogar un llanto—. ¡Fracaso! ¡Lo sé! ¡Yo siempre lo sé!
HyunJin no tenía la suficiente energía psíquica como para poder consolar a Felix, por lo que le pidió con la mirada a SeungMin de que fuera él hacia su amigo. SeungMin, quien a pesar de tener nervios de acero él se encontraba igualmente afectado, caminó hacia Felix y se sentó a su lado.
—Felix, no lo estás hablando de la adivinación —se las arregló decir—. Lo dices desde tu pánico-
—¿Cómo crees que se vinculan? —dijo Felix, con su garganta atrofiada—. Yo lo sé..., lo sé..., lo sé... La adivinación en la aproximación de elementos concretos situados en elementos abstractos, y yo atraigo eso..., y sé que fracasó. JiSung fracasó. JiSung fracasó.
—Las luces siguen encendidas —le recordó SeungMin—, eso significa que aun está vivo. Mientras lo esté, estará bien.
Felix estaba resistido a no querer ceder a lo que SeungMin decía. HyunJin, incapacitado de poder seguir viendo a Felix en ese estado, decidió largarse del dormitorio sin que alguien lo quisiese atrapar. SeungMin, desde su resignación, alzó su mano y acarició la espalda de Felix para esperar que con eso pudiese calmarse un poco.
Afuera, HyunJin decidió que sería mejor idea pasear por el castillo. Los mismos cuadros se habían ido de vacaciones a otras partes, y los fantasmas estaban más preocupados en ellos mismos como para fijarse en el andar de HyunJin.
Él estaba enfermo, y estaba resignado ante eso. Consideraba que, si hubiese habido algo que le generase un problema real, probablemente su reacción habría sido distinta a lo que él sentía ahora- porque no podía creer que en un año JiSung le haya enfermado de preocupación tanto. ¿Cómo él podía permitirse eso? O, al contrario, ¿por qué no lo mandaba al demonio?
Era claro, en realidad. JiSung era un buscador de problemas y HyunJin continuaba a su lado. Todo era tan ambiguo que él ni siquiera podía separar su propia persona y conflictos de los que tenía JiSung, a sabiendas de que había un caos más profundo que perturbaba a su mejor amigo- un caos que todavía no contaba, pero HyunJin lo sabía.
Sus pies terminaron por guiarlo a las mazmorras, a la sala común de Slytherin. Él no se sabía la contraseña, así que se sentó afuera en la espera paciente de que alguien entrara para también ingresar- así, al menos por un instante, poder refugiarse con Yeji.
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JiSung no abrió los ojos porque ya los tenía, y estuvo en movimiento durante todo el tramo de regreso a Hogwarts. Él sabía que estuvo despierto, y no porque lo recordaba; al contrario, él se conocía, y sabía cómo funcionaba cuando despertaba; la borrachera que sentía en ese momento no era del despertar. No.
«Oh, mierda —razonó JiSung, como si fuese capaz de poder diagnosticarse—. Estoy en shock».
Tras caer en cuenta en esa realización, al fin pudo despertar de su ensoñación. Los minutos se convirtieron en horas, y el apestoso sótano de la casa de los Yeh fue modificado para ser un dormitorio que él no conocía, con personas a su alrededor que parecían bastante enojadas, y con Hwang SaeJah a su lado.
SaeJah siempre fue naturalmente preciosa, parte de su encantamiento de ser una veela; sin embargo, en ese instante, ella lucía más agotada. Llevaba ropa más desabrigada de lo que usaría alguien en invierno, pudiendo apreciar su cuello que era decorado con aquellas pequeñas plumas que las veelas se caracterizaban por su furia, y el destello rojo de sus ojos era la clarificación de que SaeJah estaba enojada con él.
JiSung no la culpaba, aunque creía que hacía lo correcto.
—¿Qué haces? —preguntó SaeJah, sin sonar lo suficientemente tosca.
—Intento vendarme —informó JiSung, mientras rodeaba un pedazo de tela que de alguna parte sacó para evitar que la sangre continuase brotando de su muñeca.
JiSung tenía ese vacío en su cabeza. No supo cuándo llegó a ese dormitorio; no recordaba si las personas enojadas se presentaron con nombre ante él, y mucho menos de qué día era. No cayó dormido, pero sí su consciencia estaba en su contra. Demasiado.
SaeJah llevaba un bolso, y de ahí sacó un vendaje. para dejarlo trabajar solo con su muñeca y, así, ella le lanzó un encantamiento diagnóstico enseguida. JiSung se distrajo por un instante con las luces que estaban a su alrededor, recordando de nuevo lo que Erick hizo.
—Oh —observó él. Las luces eran distintas a las que Erick lanzó—. Aquí no aparece mi runa.
—¿Qué runa? —preguntó ella.
—Nada, nada.
JiSung no lo veía, pero SaeJah comenzó con el tratamiento de la maldición cruciatus en la cara de él para que no se infectara. JiSung veía las luces frente a sus ojos, y el oscuro color rojo alrededor de su muñeca donde estaba la maldición. SaeJah trabajó con ella en concentración, con un encantamiento extenso que ella murmuraba y hacía brotar de su varita una fina luz blanca que se mezclaba con la rojez de la maldición. JiSung, en una abrupto aburrimiento, continuó con su vendaje.
Sin embargo, al divisar su muñeca, notó algo peculiar ahí mismo. Él no conocía qué maldición le tocó, pero al verla con mayor detención, se preguntó cómo demonios podía tener movilidad en sus dedos para poder cerrarlos en un puño- considerando que la herida generada era un corte en seco, capaz de mostrar su carne dividida que batallaba en unirse, pero unos pequeños puntos negros impedían la regeneración.
Hizo lo que Erick le enseño, y se concentró en la unión de su carne para que la herida cerrara, empero, los puntos negros impedían que se hiciera. JiSung alzó su cabeza para informarle a SaeJah en el instante en que de a poco el color rojo de las luces estaba eliminado por completo.
—Vaya —exclamó, asombrado—. Sanó un Cruciatus con demasiada velocidad. No sabía que hacían enfermedades.
—Como la magia, la mayoría del tiempo, es direccionada con una intención de por medio, algunas son más rápidas de sanar —explicó ella, concentrada.
—No debe ser tan malo —consideró JiSung—, si lo tomamos conque mi cabeza ya está fallada- y mi muñeca. También mi muñeca. No para de sangrar. —Sin piedad con el entorno, JiSung le mostró a SaeJah su muñeca; ella lo analizó por un instante, y no necesitó de un encantamiento diagnóstico para saber de qué se trataba. —Se ve asustada.
—Te golpeó también una maldición muy oscura.
—Genial. Lo colocaré en mi currículum.
SaeJah volvió a rebuscar en su bolso y sacó distintos frascos que dejó sobre una mesa. Una extensa mesa de comedor que solo constaba con caballetes y tablas. JiSung comprendió que no estaba en un dormitorio, o tal vez lo estuvo en un instante y ahora estaba ganado en un comedor.
«Oh, eso tiene más sentido —se dijo—. No muchas personas caben en un dormitorio».
—¿Tienes otro problema? ¿Te duele alguna otra parte? —preguntó SaeJah—. El hechizo dice que no te debería doler nada más, y que solo tienes moretones. Pero quiero asegurarme contigo.
—Me siento raro —admitió JiSung, mientras miraba su entorno. Notó enseguida que no era capaz de poder entablar conexión con lo que veía y con lo que pensaba, dándole la sensación de que se encontraba en el mismo vacío—. No puedo..., no recuerdo..., creo que...
—Es parte de la maldición, cariño —dijo SaeJah, enseguida.
—¿Qué maldición?
—Oh, no. —Una tercera voz- mucho más tosca y ronca sonó de forma abrupta. JiSung solo lo vio con la característica de que le faltaba un ojo. —Se ha vuelto loco.
Lo dijo uno del grupo de la gente enojada. Gente desconocida enojada. Gente que parecía más joven parada en un comedor.
—Es parte de la maldición —informó SaeJah a JiSung, antes de encarar al hombre que habló—. Cosa que tú no has enfrentado nunca porque eres bueno torturando gente, ¿verdad?
—No hago tal mierda.
—SaeJah. —Otra cuarta voz sonó, proveniente de mismo grupo, un muchacho de cabello castaño e igualmente asiático. —Por favor..., no ahora.
JiSung no supo que su cabello se tornó naranja, pero sí se atrapó a él mismo alzar su mano nueva y apuntar al grupo. De repente, él echaba de menos una cara.
—¿Y MinHo? —preguntó. El grupo enmudeció ante la pregunta- o eso pensó JiSung, porque nadie contestó. Y, si ellos no respondían, significaba que algo malo sucedió. Asustado, miró a SaeJah—. ¿Y MinHo? ¿Dónde está él? ¡¿Acaso él-
—Está en el vestíbulo, con el otro chico, hablando con Dumbledore —aclaró enseguida ella, con su mano conteniendo la alteración de JiSung—. Él vendrá a hablarte enseguida.
—¿No lo mataron? ¿También lo....? —De repente, su cabeza se aclaró parcialmente. —¿Dónde está Margarita?
—¡¿Y el jodido crío tiene el descaro de preguntar?! —cuestionó la voz del hombre que le faltaba un ojo—. ¡Está idiota!
—¡Cállate! —rugió SaeJah, para finalmente perder la paciencia—. ¡Cierren la boca todos ustedes! ¡Es solo un niño!
—¡Lo he visto en Hogwarts, SaeJah! ¡Y él no hace más que buscar problemas!
—Vale, creo que es mejor que te calmes —intervino el chico coreano, el que parecía llevarle pocos años a JiSung—. No grites más, si no quieres que le de una crisis acá al crío.
—¿Por qué me llaman crío? —discutió JiSung, y enseguida se levantó—. Tengo diecisiete.
—Y eres igual de estúpido —escupió el primer hombre.
—¡Ni siquiera te conozco!
El hombre de un solo ojo iba a vociferar algo más, sin embargo, calló enseguida al notar la presencia del profesor Dumbledore en el marco de la puerta del comedor. El hombre tragó, y JiSung no lo reconoció al instante hasta que los ojos grises del anciano se posaron en él.
—Si nos permiten... —comenzó él.
El grupo se alejó enseguida del comedor, sin embargo, SaeJah pareció poner resistencia. De los recuerdos que JiSung pudo acceder en ese instante, jamás vio a Dumbledore tan serio y molesto como en ese instante, que logró que SaeJah suspirara, tomara sus cosas y se alejara.
—No se demore —pidió SaeJah a Dumbledore—, que tengo que revisarle su muñeca.
JiSung tenía su muñeca vendada, pero esta sangraba a tanta cantidad que algunas gotas lograban escaparse, sin embargo, JiSung ya no se sentía tan mareado como lo estuvo instantes atrás. Ahora era él, Dumbledore, y una nube de incertidumbre entre medio.
—¿Dónde estamos? —preguntó JiSung.
Dumbledore ignoró arbitrariamente la pregunta para consultarle:
—¿Qué fue lo lógico para ti, escaparte del castillo?
JiSung tenía su espalda apoyada en el respaldo de la silla, y su concentración estaba vinculada en las gotas de sangre que escapaban de su vendaje. Dumbledore tuvo que chasquear sus dedos para llamar su atención.
—¿JiSung?
—Rescatar a Margarita —recordó JiSung con obviedad—. Le dieron a MinHo la ubicación, pero yo la encontré. Yo podía hacerlo porque..., ya sabe, se me es más fácil.
—¿Qué te hace creer que tú eras lo suficientemente competente como para hacer una misión de rescate, por ti solo?
—No lo sé, sinceramente. Tal vez más de lo que piden en los equipos de rescate, porque yo fui el único que estuvo ahí en ese lugar.
—Bang Chan llega a mi despacho casi a las cinco de la mañana para informarme lo que ibas a hacer, lo que me hizo realizar una convocatoria con gente de la Compañía para ir al rescate de ambos —informó Dumbledore—. Me comentó que Lee MinHo fue quien te dio la información, pero no supimos nada de él hasta que Bang Chan lo vio aparecerse cerca de la casa de los Yeh.
—Bang Chan siempre ha sido un chupa-penes delatador. No sé por qué me sorprende —murmuró.
El profesor Dumbledore no habló por la insolencia, pero soltó un suspiro mientras cruzaba sus manos. Con su mirada severa a través de las gafas, JiSung sintió por un instante que incluso el director se entretenía con leer sus pensamientos; no obstante, dentro de la cabeza de JiSung, él no querría darle el gusto en dejarlo solo en conceptos abstractos.
—Ha sido un acto riesgoso lo que cometiste —dijo el profesor Dumbledore—. Fue una irresponsabilidad, sumando con un acto de impulsividad que comprometió su vida, señor Han. A sabiendas y consciente de cómo es su posición social, decidió ir en soledad al rescate de la señora Stuart a la casa de los Yeh-
—No fui irresponsable o imprudente —discutió JiSung, y se atrapó a sí mismo golpear su mano sangrante en la mesa—. Fui eficiente, en especial en el aspecto de querer cometer algo. Un mes desaparecida y los hijos de Margarita no hicieron más que repartir herencia. ¡¿No es eso terrorífico?!
—Señor Han-
—Además- ¿gente que comprometí? ¡¿Dónde cabe esa hipocresía?! —vociferó—. ¡Los magos que llegaron fue cuando ya quisieron matarme! ¡Pero yo entré ahí solo! ¡Completamente solo! ¡Y deseé que MinHo nunca llegara porque sabía que él terminaría muerto antes que yo!
—Señor Han —cortó el profesor Dumbledore, calmado—. Yo no hablé acerca de «comprometer más gente» en esa misión.
La mano sangrante de JiSung se formó un puño, asustado.
—¿No?
—No, señor Han.
JiSung soltó un profundo suspiro. Él estaba convencido de haber escuchado eso.
—Vaya... —soltó, impresionado—. ¿Y? ¿Me expulsarán?
—Lamento informarle que no.
—Genial.
—No obstante, sí le aplicaré un castigo.
¿Un castigo? ¿Es que no todo fue suficiente? JiSung podría espetar que ahora estaba metido en un Torneo que ponía en riesgo su vida (y que recordaba su existencia cada dos semanas); también podría decirle al viejo vivaracho que su mejor amigo lo leyó en una profecía donde decía explícitamente (tal parece) que debía de estar en el Torneo; podía sumar que tenía unos padres perdidos por el país, con su padre enojado con él solo porque JiSung lo mandó al demonio, y una madre que lo abandonó; asimismo, mencionar en cómo él veía, día tras día, cómo sus amigos caían en un abismo de locura y depresión por lo que tuvieron que pasar; y, sobre todo, agregar el cómo alguien osó a reprimir sus recuerdos con facilidad.
¿Había otro castigo aparte de todo eso?
De forma desafiante, JiSung hizo un movimiento con su cabeza.
—Diga —ordenó—. ¿Qué castigo me va a dar, aparte de seguir estudiando?
—Podrás ser miembro formal de la Compañía.
Su cabello se tornó naranjo, para luego adoptar uno de color crema; finalmente, fue el color rojo el que se apoderó de él con tanto fulgor que sus propias uñas se colocaron rojo. Rojo, tal como la sangre que brotaba de su muñeca y, con dos golpes en sus puños, dejó el rastro en la tabla.
—¡¿Me está jodiendo?! —bramó—. ¡¿Qué haré yo ahí?! ¡¿O acaso me meterá bajo el simple pretexto de que yo sí hice algo en ese jodido grupo?! ¡Ellos solo son unos perezosos que se dedican a ayudar a la gente a migrar del continente! ¡Oh, idílico! ¡¿Dónde estuvieron ellos cuando atacaron la casa Hwang, para el receso de primavera?! ¡¿O cuando nos lanzaron al Bosque Prohibido?! ¡¿O para los ataques que se cometieron durante todo el verano?! ¡¿O cuando secuestraron a Margarita?!
JiSung golpeó de nuevo, y se levantó del asiento. Se apoyó en la mesa y, tenso, se inclinó y apuntó a Dumbledore con su dedo.
—Usted solo quiere a un guerrero más que muera en esto —criticó con lentitud—. Grupo de cobardes. Nadie fue a rescatar a Margarita. Dejaron el trabajo a un pobre anciano que apenas puede seguir con su magia. ¡¿Realmente harían que Callaghan fuera a su rescate?!
—JiSung —interrumpió el profesor Dumbledore, con esa misma calma que hacía a JiSung hervir su sangre—. El profesor Callaghan está muerto —recordó.
Vacilante, JiSung pestañeó. Entonces, asintió con torpeza.
«Cierto». Por un instante, toda la discusión alrededor de Margarita giraba con la idea de que JiSung fue por ella porque Callaghan no podía. «Claro que él no podía ir. Él está muerto».
Pareció ser parte de esa realización la cual hizo que JiSung finalmente se acoplara a la calma melancólica; a la tristeza tranquila que lo ayudó a tomar asiento y arrastrar el asiento más cerca de la mesa, atontado. Sintió pavor de él mismo tras haber olvidado ese relevante detalle.
—JiSung —volvió a hablar, esta vez con un tono mucho más compasivo—. Tienes razón, no tengo el derecho para darte ese castigo. Es parte de tu decisión, y ahora que eres mayor de edad y no has mostrado interés en la unión, no me queda más a mí que respetarlo.
—Gracias —escupió con sarcasmo.
—Sin embargo, creo que sería elemental tu presencia en la Compañía —admitió—. No son muchos los metamorfomagos presentes, y creo que serías de gran ayuda.
—Porque soy el único capacitado de allanar una casa para rescatar a alguien.
—La vida no es solo blanco y negro, como tampoco lo es como en esas novelas de fantasía que a los muggles les gusta imaginar. Hay cosas reales, JiSung, como lo es la magia- que te facilita la destrucción con sencillez. Por eso es importante aprender magia y no allanar una casa sin un plan hecho.
—Entregar las varitas a los magos es entregar armas nucleares a bebés. Es una ridiculez-
—Por eso DeLuca quiere acabar con el estatuto de los diecisiete años, e insiste que la magia no debe ser limitada —le recordó—, por consecuencia, considera amenaza a todos aquellos que tienen magia más de lo que el ser humano perfecto debe de tener.
—¿Y qué tengo que ver yo en eso? —insistió—. Soy un metamorfomago, pero no soy nadie. Por más que me pasen cosas, todo eso no suceden porque yo sea el importante- es porque yo tengo muy, muy mala suerte. No me interesa la política y mucho menos las guerras. Profesor, yo solo quiero estudiar.
El profesor Dumbledore sostuvo por un largo tramo su mirada en JiSung, lo suficiente como para hacerlo sentir incómodo. JiSung se removió en su asiento, y de pronto la herida de su muñeca le comenzó a picar. Debía de verse eso.
—Señor Han —llamó Dumbledore, y JiSung saltó ante el repentino trato formal—. ¿Hay algo de lo que usted quiera hablarme?
«Tantas cosas», quiso escupir, aunque la confianza que tuviese con el hombre y con el resto de los adultos fuese tan débil como hoja de otoño. JiSung siempre tuvo problemas con la autoridad, y jamás pensó que alcanzaría el punto de encontrar a todos los adultos unos grandes inoperantes. Eran demasiada las preguntas que tenía para Dumbledore, aunque solo formuló:
—¿Dónde demonios estamos?
—El refugio provisional de la Transversal Soberanía —explicó Dumbledore. Al notar el rostro de incertidumbre de JiSung, elaboró—: el refugio provisional de la Compañía.
JiSung tuvo que soltar todo el aire hasta marearse por la impresión que recibió. Dio mayor observancia a su entorno, con la estructura demasiado endeble como para ser un refugio; sin embargo, si la arquitectura de ese lugar era igual de endeble a cómo la Compañía se organizaba, no le sorprendía para nada.
Claro que, su pregunta se atascó en cómo demonios llegó ahí.
—¿Otra pregunta, señor Han?
—¿Cómo está Margarita? ¿Sus hijos ya la vieron?
—Los familiares del señor Callaghan migraron tan pronto como sucedió el ataque, y la señora Stuart fue internada en San Mungo, en el ala psiquiátrica. Gracias al nivel de abuso que ella sufrió en ese sótano, es probable que no salga de ahí.
La noticia hizo que el labio de JiSung temblara estrepitosamente, pero se forzó a no derramar lágrimas frente a Dumbledore. Con todo lo que se situó, él jamás se perdonaría si lloraba ante él; por eso, solo permitió que su cabello transformara el rojo al azul, y se exigió a mantener la vista al frente.
—Vale —dijo—. Me retiro.
—No puede retirarse —recordó el profesor Dumbledore—. Es un refugio. Traeré de nuevo a la señorita Park.
—Bueno.
El profesor Dumbledore se levantó, se inclinó cordialmente ante JiSung, y se retiró del comedor. JiSung se quedó ahí, plantado, con sus nudillos blancos por la presión.
«En vano —concluyó—. Todo esto fue en vano».
JiSung no iba a llorar. No podía. No. Claro que no. Él ha llorado demasiado. Mucho, y por demasiadas estupideces. No podía llorar porque todo fue en vano porque, si rescatar era eso, entonces las mismas lágrimas lo serían. Lo vano era borrable, y sus lágrimas insignificantes.
Sin embargo, eso no evitaba que se sintiera un idiota. Un tonto. Un imbécil por la decisión precipitada. Comenzaba la culpa hacia sus amigos, y el cómo SeungMin, Felix y HyunJin lo ayudaron a escapar y encontrar a Margarita; maldecía a Chan por haber acudido tras Dumbledore; maldecía a MinHo por haberle dicho eso, y por decir que lo vería allá; maldecía a la Compañía, por su inoperancia e inexactitud de llegada.
El torbellino de culpa solo generaba que terminase en un delirio de odio hacia todos, pero sobre todo ante él mismo. Él era el culpable. Él era el idiota. Él fue el único responsable que merecía la muerte por todo lo que hizo. Porque JiSung intentó salvar a Margarita, y solo fracasó y se humilló en el proceso. Callaghan estaría decepcionado de él.
Por eso, gracias al gran jalón de culpa y la forma en la que goteaba su muñeca, JiSung se levantó rápidamente del comedor y se dirigió hacia donde Dumbledore se había ido; cruzó el marco de la cocina y rápidamente se encontró con una escalera que daba a la siguiente planta del refugio y con la puerta de salida. En su cabeza, razonó dos opciones: la segunda planta para poder saltar, y la de usar el vestíbulo; decidió ir por la primera opción.
Paso que daba los escalones crujían, y paso que generaba pensaba que alguien lo atraparía. Sus piernas dolieron un poco ante la flexión, pero, al llegar al siguiente piso, notó que la casa estaba a medio construir, con solamente dos puertas que direccionaban al dormitorio.
Fue hasta la primera puerta, pero el pomo no cedió, aplicó un poco de fuerza y no cedió, así que se regresó hasta la siguiente puerta, más lejana de la escalera, y posicionó su mano en el pomo.
—¿Qué haces aquí?
No era una voz que él conociera. Se giró para ver de dónde provenía, y, desde la puerta que no había cedido, estaba la figura de una mujer con semblante tosco mirándole.
—Yo... —JiSung divagó. Ni él sabía qué hacía.
—¿De dónde saliste? —preguntó ella. Antes de que JiSung contestara, ella hizo un ademán con su mano—. Olvídalo. No importa. Lárgate por donde viniste.
La mujer cerró la puerta de un portazo, y JiSung decidió hacer caso. La mujer no tenía una apariencia para intimidar, y las flores en su calva le dieron un detalle peculiar a su atención.
Al llegar a la primera planta, optó por el siguiente plan: el vestíbulo. La puerta sería un lugar fácil de captar una fuga, y no podía tentar de nuevo su suerte si es que alguien ya lo había visto, así que buscó por todo el vestíbulo una ventana abierta por donde salir.
El vestíbulo no tenía ventanas visibles, sin embargo, encontró una detrás de un mueble. Aplicó fuerza en correr el gran librero y liberar la ventana, la cual parecía estar cerrada con un encantamiento. Sin complicaciones, posó ambas manos en el vidrio e intentó desplazarlo hacia la izquierda, mismo lado de donde alguien provenía y JiSung no había escuchado.
—¿Hannie?
La mano se posó en su hombro, y JiSung saltó. Su corazón quedó parado en su garganta mientras que con su diestra la alzaba para dar un golpe a su atacante, aunque su movimiento se detuvo enseguida al ver los ojos preocupados de MinHo calados en él.
—Oh, oh, MinHo —soltó JiSung, asustado—. Estás vivo.
Antes de que MinHo le preguntara a qué se refería, JiSung ya se había lanzado sobre él para abrazarlo con fuerza mientras murmuraba cuán aliviado estaba de poder verlo.
—¿Estás bien? —preguntó JiSung, incapaz de separarse—. ¿Por qué estamos acá? ¿Por qué estás mojado? ¿Por qué...? ¿De quién es la sangre?
JiSung se confundió un poco cuando MinHo lo agarró de las muñecas para apartarlo, con su rostro perturbado como si intentase por todo los medios mantener su carácter de témpano de hielo para no debilitarse.
—¿De qué hablas? —replicó MinHo—. Te dejé como por diez minutos...
Era verdad, pero JiSung no lo había notado. MinHo llegó a la casa de los Yeh junto con otra gran cantidad de personas, lo contuvo e intentó sanar su muñeca; luego, lo guio con el resto del grupo para trasladarse sobre escobas- pero JiSung no se fue con él, lo sabe porque tiene el presentimiento de haberse enojado. Llegaron al refugio, y MinHo tampoco se apartó de su lado.
La mente de JiSung cada vez era una laguna de más confusión y terror que fue inevitable para él no ahogar un gemido antes de taparse el rostro.
—¿Qué demonios pasó? —preguntó—. ¿Por qué se me es confuso todo? Ni siquiera puedo..., creo que SaeJah dijo...
—Fue el cruciatus, nada más —aseguró MinHo. JiSung demoró en notar que MinHo hacía presión en su muñeca derecha, donde aun sangraba—. Se te va a pasar, ¿vale? Es normal que estes confundido.
No supo de dónde salió el miedo. Pareciera que la presencia de MinHo ayudo a que filtrara toda la valentía y personalidad desafiante para sentirse un poco más pequeño de lo que era. Una zona segura, si es que tuviese la capacidad de alcanzar ese nivel de raciocinio.
—Vamos a regresar al comedor, ¿vale? —dijo MinHo con lentitud—. Tenemos que estar ahí. Nos regresaremos a Hogwarts. ¿Quieres que te hagan algo de comer?
—No me trates como un niño —acusó—. Estoy bien. Estoy bien. Estoy...
—Vale, lo estás —complació, y lo jaló con suavidad de regreso al comedor—. Pero volvamos.
Dentro del comedor, SaeJah parecía discutir con el grupo que estuvo haciéndoles compañía. JiSung tomó asiento en el lugar donde estuvo antes, lugar que identificó por estar con los rastros de sangre sobre el comedor en su discusión con Dumbledore.
Al tomar asiento, MinHo se aseguró de estar a su lado. SaeJah regresó con JiSung y comenzó con la curación de su muñeca; sacó pequeñas botellas de díctamo, las cuales mezcló en un nuevo pote de vidrio y, con un gotero, succionó parte de la poción y colocó tres gotas alrededor de la herida de la muñeca. JiSung tuvo que ahogar un gemido de dolor al ver cómo la maldición se quemaba y humeaba.
Frente a ellos, con cordialidad, el chico coreano que le llevaba unos años se asomó.
—El baño está disponible para que tomes una ducha y te cambies —informó el chico a MinHo.
MinHo le dio una mirada a JiSung, y asintió. JiSung tuvo que resistir el impulso de llamarlo para que no se fuera también, sin embargo, el dolor lo desconcentró de cualquier cosa.
—¿Desean un té, café o leche? —ofreció el chico a JiSung y SaeJah.
—No. Me iré pronto —informó SaeJah, y se dirigió a JiSung—. ¿Tú quieres algo, cielo?
—¿Cuándo me voy? —JiSung le preguntó a SaeJah—. ¿Me voy contigo? No puedo dejar a MinHo...
—No- no, no te vas conmigo —aclaró ella—. Yo sigo con mis seminarios. Tú te regresarás a Hogwarts con MinHo y el otro chico.
—¿Quién es el otro chico?
—El otro campeón. Cristopher.
De forma abrupta, JiSung recordó que Dumbledore lo había mencionado- y era cierto, porque vio a Chan. Lo vio en persona y lo vio también en el sótano.
Una vez que SaeJah terminó de curar la muñeca de JiSung, ella se retiró. Le dio un beso en la frente al chico y se largó del Refugio.
—Ten. —Con la misma amabilidad, el chico coreano le entregó una taza humeante de té. —No tenemos mucho que ofrecer, la verdad. No esperábamos visitas.
JiSung, con cautela, acercó el té a él mismo, pero no bebió.
—¿Logran recibirlas? —preguntó JiSung.
El chico sonrió y negó. —No. Moody nos mataría si sabe que trajimos personas en proceso de construcción.
—La casa se ve demasiado maltrecha. ¿De quién es?
—De nadie, en realidad. Se está construyendo de cero —contó. El chico tomó asiento frente a él, y JiSung se sintió un poco menos incómodo—. No me complica que los martillos se usen con magia, pero es imposible dormir con todo el ruido a las cinco de la mañana.
—Por eso les fue fácil buscarme...
El chico no eliminó su sonrisa, y rascó su nuca con un poco de incomodidad.
—Soy JungWoo, de todas formas —se presentó él—. Y yo me acuerdo de ti.
—¿Nos conocimos antes?
—Nah, yo era de Hogwarts. De Slytherin.
—No tiendo a hablar con los de ese tipo.
—Lo sé, pero aun así me acuerdo de ti. Eras el metamorfomago que en su primer año me colocó chinches en la cama.
«Ah...» JiSung encontró aquello un recuerdo demasiado lejano, tanto que él no parecía acordarse de eso hasta ahora. Ni siquiera tenía una lista de las travesuras que alguna vez hizo cuando era pequeño como para saber quiénes eran sus víctimas.
—Ni siquiera me acordaba —admitió JiSung. Con incomodidad, tomó una cuchara pequeña junto a la taza y comenzó a revolver el té—. Supongo que es el karma.
—Pues, el karma es una perra.
JiSung lanzó accidentalmente una risa ante eso, y asintió. —Pareciera que sí.
—Aunque no es muy proporcional.
—¿Eres de la real Compañía? —JiSung consultó, sin darse cuenta del hilo conductor de la conversación—. Como..., ¿la que está ahora?
JungWoo esperó el cambio de tema, y asintió. —Ajá. Miembro formal.
—¿Cómo Bang Chan?
—Sip, es el conector que tenemos en la escuela.
—MinHo también lo es... —divagó—. ¿Dónde está MinHo?
—Tomando una ducha. Nos lo topamos empapado en nieve.
—¿Toparon?
—Bang Chan le informó a Dumbledore sobre tu paradero, pero él viajó por cuenta propia hacia acá —contó JungWoo—. Reunimos al grupo y fuimos a la casa del auror Yeh, y de camino logramos divisar a MinHo de camino, quien se apareció unos metros de ahí.
—Yo no quería que MinHo fuera —dijo—. Yo podía hacerlo solo. Nadie hizo nada, pero yo sí podía hacer algo.
—Lo creo.
JiSung frunció el ceño. ¿A qué se refería JungWoo conque «lo creía»? ¿Acaso lo veía capaz de poder hacer esas cosas?
Las dudas quedaron en la nube de JiSung, y, con su ceño fruncido, dejó la cuchara a un lado. Al notar las gotas de té caer en la mesa, se vio en el reflejo de la cuchara. Tuvo que acercarla un poco a su cara para notar una nueva marca que tenía en su cara.
—Así que, ¿tú también participas en el Torneo? —JungWoo continuó generando conversación. JiSung asintió—. Eso es genial. Es un gran dineral. Me habría gustado que en mi generación hubiese habido eso- para hacer mi año más entretenido.
—Hay un huevo en mi dormitorio que tengo que descifrar —recordó JiSung.
—¿Para la siguiente prueba? Eso es genial. No podré ir a verlo, pero creo que, si Chan me considera, iré para la tercera prueba.
—Puedo invitarte yo. No tengo familia.
—Ah- eso sería muy amable.
JiSung procesó un poco lo que dijo, y negó. —Espera- sí tengo, pero uno es..., es el jefe del Departamento de Deportes Mágicos..., y SaeJah..., ella..., medicina.
—Medicina —repitió JungWoo, paciente.
—Sí.
JungWoo se urgió un poco incómodo, pero no dejó de sonreír con amabilidad. Pronto, JiSung se daría cuenta de cuán agradecido estaba de la mantención de esa sonrisa.
—¿Y tus amigos te irán a ver? —consultó—. ¿Qué crees?
Para cuando MinHo regresó de la ducha y tomó asiento junto a JiSung, vio la interacción que él y JungWoo tenía en basarse al hacer un montón de preguntas, los cuales parecieran querer ubicar a JiSung como un sujeto en el mundo y poder ejercitar su impactada mente.
—JungWoo —llamó el chico que le faltaba un ojo—. Se tienen que ir.
—Vale~
—El de allá es BamBam —susurró MinHo en el oído derecho a JiSung—. La última vez que le vi la cara tenía los dos ojos. Y con el que hablaste era JungWoo, el prometido de MinJu.
—¡No! —El cabello de JiSung se tornó naranjo de repente. —Se ve amable, y MinJu me contó que su anillo de compromiso se lo dio luego de habérselo robado a una muerta —susurró.
—¿Una muerta?
—¿Y quiénes son los otros? —consultó—. No tienen ningún parecido a los de la fotografía.
—¿Del libro que me mostraste? JiSung, la mitad están muertos.
—Cierto, cierto...
BamBam y JungWoo parecían trabajar en algo con la chimenea que JiSung logró reconocer. Una chimenea de cemento, de color verde y que llevaba una rejilla. BamBam y JungWoo miraban un reloj de mesa que, impacientes, esperaban a que fuera una hora en específico para correr la rejilla.
Chan entra al comedor de pronto, con las uñas tintadas de negro ceniza y con un rostro de haber llevado cerca de media hora de discusión. Los ojos de JiSung le siguieron sin habla, en la espera de que Chan le correspondiese la mirada, sin embargo, él solo se dirigió a BamBam y JungWoo, de quien recibió un abrazo fraternal del primero y palmadas del otro. JiSung no entendía la relación de ellos.
—Bien, la red flú estará habilitada en treinta segundos —informó JungWoo. JiSung y MinHo se acercaron a él, y ellos junto a Chan sacaron una generosa cantidad de polvos flú—. El punto de llegada es el despacho de la profesora McGonagall. Buen viaje.
Fue Chan primero quien viajó, y luego le siguió MinHo. JiSung por un instante tuvo la horrible idea de que terminaría en cualquier parte salvo en Hogwarts, así que mencionó el castillo en voz lo suficientemente alta como para que, de un momento a otro, rodase por el suelo y se estrellase con el mueble más cercano.
—Dudo que algún día se acostumbre a esto, señor Han.
JiSung notó cómo la profesora McGonagall tendía su mano para ayudarlo, pero él se levantó solo. Se sacudió los polvos de sus hombros, y antes de que se pudiera dirigir a Chan, él ya se había largado del despacho.
—Supongo que el profesor Dumbledore ya le habló sobre su... situación —aludió la profesora McGonagall.
Las intenciones que JiSung tuvo al contestar esa alusión eran menos comparado con las que quería tocar su cama. Se sentía tan ahogado desde su pecho que ni siquiera era capaz de culpar a algún encantamiento sobre eso; se ahogaba en su propia emoción y pavor.
Salió con MinHo del despacho de la profesora McGonagall, y ambos se quedaron un instante en el pasillo sin el temor de que alguien los viera. Las vacaciones de invierno generaban que pocos alumnos transitaban, y a pesar de que eso era una ventaja para la hora de las comidas, el resto del día hacía ver el castillo más grande y desolado de lo que era.
—¿No te regresarás donde tus padres? —consultó JiSung, al notar la mochila que MinHo cargaba sobre su hombro.
MinHo pareció replantear su respuesta, porque solamente sacó su cabello húmedo de su frente y se encogió de hombros.
—No... Estaré aquí para las vacaciones.
—Ah..., genial.
—JiSung —atajó MinHo enseguida, al notarlo moverse inerte hacia la torre de Hufflepuff—. Por favor- por favor no te encierres ahora. Sé que lo que viste con Margarita es horrible, créeme que lo entiendo, y por eso te digo que no dejes que eso te carcoma-
—Que- ¿Qué no me carcoma? —preguntó, incrédulo. La imagen de la masa verde en la cabeza de Margarita le hizo casi vomitar—. ¡Le estaban quemando el cuero cabelludo! ¡Ellos querían...!
—Lo sé. Recuerda, mi abuelo hacía la misma mierda con los hombres lobos —le recordó—. Te conozco, y probablemente ahora te vayas a encerrar a tu cama, cerrarás las cortinas y dejarás a la deriva a los otros tres idiotas con lo que pasó, cargados de preocupación.
«Mierda, me ha jodido el plan —pensó con sarcasmo—. Oh, he vuelto a pensar. ¡Genial!»
JiSung hizo un ademán con su mano, uno que pareciera manifestar esa fuerte presión que estaba teniendo en su pecho en ese instante. El terror de contarle a sus amigos no solamente haría las cosas reales, pero manifestaría cuán damnificado estaba ahí, lo que posicionaría a JiSung en un abismo de revictimización, sobre preocupación y..., y...
Familiaridad, probablemente. Le dijo a JungWoo que no tenía familia, pero era una mentira. Sí tenía, y no solo eran los señores Hwang.
—Entonces —habló JiSung, con una rabia que denotaba su resignación—, acompáñame al dormitorio, por favor.
Por supuesto que MinHo lo acompañaría. MinHo iría a cualquier parte que JiSung le pidiera.
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JiSung volvió a caer consciente cerca de las seis de la tarde, en el instante en que despertó en la cena.
Su dormitorio tenía las cortinas del dosel corridas más no las de la ventana. Soonie también dormía a sus pies, bastante complacido con la idea de estar recostado con alguien en una cama durante el invierno. JiSung estiró su mano hacia el gato y acarició bajo su barbilla; Soonie alzó un poco la cabeza, sin intención de querer abrir los ojos, estiró sus patas y amasó un poco la colcha amarilla antes de volver a caer dormido.
De a poco a que se despertaba por completo, comenzó a recobrar la cordura que perdió en un instante. El recuerdo de lo que aconteció en la noche- el gato platinado, el sótano de los Yeh, la presencia de Margarita y el haber estado en el refugio de la Compañía terminó por tomar demasiada información en su cabeza, la cual, ya maltrecha, notó que no podía seguir haciendo las cosas solo.
Se levantó con cuidado, y el dolor de haber ejercitado su cuerpo lo golpeó desde la columna. Fue al baño, usó el inodoro y se dio un baño con lentitud, donde hollín y mugre cayó de su propio cuerpo al igual que la sangre seca. Cambió su vendaje, se lavó los dientes y escupió todo el asqueroso veneno que quedó estancado en su garganta al ver a Margarita en el estado que estuvo. La mera imagen del guardia levantando su enagua le generaba un profundo asco y dolor.
Se miró en el espejo, y notó la nueva cicatriz que le formó en la cara. Decoraba divertidamente desde su oído izquierdo y se extendía como una ramificación por su mejilla; pareciera ser una cicatriz de años, una que se hizo de pequeño y no fue cuidada, por ende, la tonalidad oscura le daba longevidad. Se preguntó cuántas personas habrían quedado marcadas por la maldición, para luego recordar a Margarita y coincidir en su estadía en el área psiquiátrica de San Mungo porque, si JiSung hubiese pasado lo que ella pasó, él ni siquiera se acordaría de que era persona.
Con cuidado acarició su propio cabello, y un fuerte nudo en su garganta le hizo querer llorar. Callaghan en un momento le informó cuán preciado era el cabello, y de cómo a JiSung lo rapaban durante el tiempo que estuvo con Leela; la ilusión de dejarse crecer el cabello, para luego odiarlo, hizo que todo su viaje de autoaceptación solamente fuese una actividad forzada porque, tal como Callaghan dijo alguna vez, sería lo único que quedaría.
"Aprende. Ámate. Muéstrate. Esa será la única forma en la que podrás enfrentar el mundo."
«Ese viejo no podía ser más cursi», criticó, mientras acariciaba su cabello negro. De pronto, consideró que el cabello negro, junto a su café natural, eran demasiados apagados para alguien como él, así que, a medida que trazaba sus dedos, el color rubio se apoderó de él.
En ese instante, alguien debía de desear despellejar a JiSung; tal como le sucedió a MinHo, alguien debía de querer envenenarlo, desollarlo por parte y usar su cabello como canto de victoria. Alguien debía de desearlo con tantas ansias como para querer matarlo, querer enfrentar cada uno de los pasos y hacer a propósito todo lo que JiSung estuvo involucrado, para así enfrentarlo.
Y, como si fuera una realización, JiSung lo entendió:
Debía de ser así, porque él tenía un enemigo en ese instante. Sí existía esa persona que quería matarlo, y esa persona estaría al final del camino del cual JiSung tropezó: el Torneo de los Tres Magos.
Felix no podía ser su enemigo porque él lo vio en la Profecía. El punto final de todo eso sería el conflicto, y si Dumbledore le ofreció entrar a la Compañía, es porque es él.
El Torneo debía de suceder, porque JiSung se convertiría en dragón y Callaghan lo felicitaría; porque seguirían su rastro y lo matarían; porque JiSung iría tras Margarita; porque JiSung debía de quedar en ese estado.
Y, si JiSung estaba en lo correcto, eso significaba que la Profecía decía que la pelea que tendría sería con aquel mismo que no ha movido un dedo en todo el acontecer, quien más en margen se ha mantenido y al mismo tiempo ha estado presente en todo. JiSung debería de someterse a un duelo con DeLuca.
Perturbado, JiSung se guio con la luz del baño hasta su propio baúl. Tomó asiento en el suelo y, tras rebuscar un rato, encontró aquel espejo con la bandera de Gales envuelto en un papel café. JiSung, nervioso, lo desenvolvió y bajó el espejo hacia el suelo, incapaz de poder verse.
«Tal vez no querrá verme después de haberlo echado —razonó JiSung—. O se cansó de mí».
Era posible- es decir, ¿cómo se lidiaba con la familia? JiSung sabía que su familia- la familia Hwang, aquellos eran porque se construyó en base a una amistad; sin embargo, la familia quedada- la de sangre, aquella que compartía genes e historia, ¿cómo solucionaba sus problemas?
—¿Hombre? —llamó JiSung, sin querer que su voz sonase aprisionada—. ¿Estás ahí?
Nada. JiSung levantó el espejo para mostrar su cara, y esperó pacientemente a que alguien apareciera al otro lado.
—Hombre —volvió a llamar—, ¿me escuchas?
Nada.
Las ideas comenzaron a viajar rápidamente por su cabeza, y el escenario del cabello desollado de Erick en alguna parte mientras él era torturado se hizo presente. Era posible, si eso le pasó a Margarita y a Callaghan. ¿Quién aseguraba que Erick no terminaría muerto, también? ¿O que ya no lo estaba?
Empero, Erick no podía. Él era demasiado irritante como para morir.
«No- espera —se atajó JiSung—. Erick no te contesta el espejo y tú ya crees que está muerto. No te precipites».
»No te precipites».
»No te precipites».
Si Erick moría, eso no haría feliz a JiSung.
—¿Erick?
—¿JiSung?
—Ay- por dios —exclamó, sorprendido. JiSung encogió sus rodillas y, con su mano libre, tapó sus ojos—. ¿Por qué te demoraste? ¿O que no sabes de la crisis que estamos viviendo?
—Ah, JiSung. —En el otro lado del espejo, no se veía a Erick en su escritorio- al contrario, pareciera estar en la terraza de algún restaurante. Llevaba una camisa suelta, su cabello igualmente de desordenado y de un brillante color verde que no pareciera ser parte de su emotividad, y con una mirada de preocupación en el reflejo. —Recuerda que trabajo. Es día de semana.
JiSung ni siquiera se acordaba qué día era.
—¿Sucede algo?
JiSung no sabía cómo comenzar la charla. Ni siquiera sabía muy bien por qué lo había llamado, pero lo que sí sabía era de que necesitaba un poco de él en ese instante.
—¿Dónde estás? —preguntó—. No parece ser tu oficina.
—Ajá. —Aunque Erick se veía un poco agraciado. Movió el espejo y JiSung pudo apreciar la luminosidad de la torre Eiffel, en París, Francia. —Misión de la Compañía, aunque me estoy tomando un descanso.
—¿Otro trabajo de la migración?
—No, pero no estás en edad suficiente como para saberlo.
—Tengo diecisiete... Entonces, no importa. Sigue con tu trabajo.
—No, espera —atajó Erick—. ¿Qué sucede?
—Nada. Estás en París. —JiSung no quería ser una molestia en ese instante. —Era solo una estupidez.
—Proviene de ti, JiSung. No creo que sea una estupidez.
Erick le dio esa pequeña sonrisa de dientes de oro que dejó un poco conmovido a JiSung. Con el semblante de calma y paciencia aun cuando JiSung lo mandó al demonio. Era tanto el nivel de inseguridad que, acaso, ¿JiSung podía contar con él?
—¿Qué pasó con «bichito»? —murmuró JiSung, avergonzado—. ¿Ya no lo soy?
—Bueno, desde nuestra última conversación, no pensé que querrías que te siguiera llamando así-
—Supe que la esposa de Callaghan estaba encerrada en el sótano del auror Yeh, y fui a rescatarla —vomitó la información enseguida, tropezándose en sus palabras como si fuese de un niño que hizo una travesura y no podía aguantar más el secreto de haber roto la vasija favorita de su madre—. Y después fui al refugio de la Compañía- el que están haciendo ahora. Rescaté a Margarita, pero ella ya estaba..., sufrió mucho. Demoré mucho en rescatarla y- y no hice suficiente... Fue en vano porque ahora está en el ala de psiquiatría en San Mungo y..., y tengo miedo de que me maten...
Erick pareció reacomodar el espejo, lo que puso a JiSung de los nervios. Erick lo quería escuchar, y JiSung no quería parar de hablar.
—Ya intentaron hacerlo, y ahora creo que realmente moriré. Y sé..., tantas cosas..., hay tantas cosas que me gustaría compartir con mis amigos sobre- no lo sé. Tú, la Compañía, o las runas que me colocaron en la cabeza. Me siento tan mal con todo que- tengo miedo de convertirme en nada, alejar a todos, y hacer que mis amigos mueran por mí...
Como Callaghan lo hizo por algo tan banal como fue el felicitarlo.
JiSung pudo hablar sin parar de cuán perturbado, triste y desorientado se sentía. De cómo creía que perdería a todos y él, en vez de morir, también perdería su propia cordura. Probó esa mañana la maldición cricuatus en su cabeza, y supo que no quería volver a ese estado.
—... Y debo continuar con el torneo —completó JiSung—. ¿Cómo podré hacerlo? Quiero ser valiente, pero me siento tan..., pequeño...
Erick lo escuchó con atención, y JiSung notó que él se encontraba cenando. Le entró hambre al ver la comida, y un pensamiento rápido de almorzar con él se formó.
—¿Quieres escuchar una historia?
JiSung abrazó sus rodillas. —Bueno...
—Un pequeño niño, creo que no tenía más de seis o siete años, que tuvo que mudarse a una casa encantada que era enorme..., cerca de diez pisos, más de cien habitaciones, sin jardines reales y donde pasaba parte de su tiempo jugando en las salas de reuniones cuando no había nadie, o en las bibliotecas prohibidas que, por alguna razón, él lograba burlar las reglas.
»Un día, los padres de este niño salieron a hacer una misión. El niño, aburrido, comenzó con su transcurso en toda la casa mágica, entablando charlas con los espejos y queriendo jugar con los otros niños, sin embargo, como eran más grandes, no le prestaron atención. Aburrido, se encaminó hacia un piso vacío que usualmente él tenía prohibido entrar: la enfermería. El área donde su mamá y papá evitaban a toda costa que pisara o lo escuchara por la cantidad de violencia que había en ese lugar; sin embargo, sin que nadie lo detuviera, el niño fue ahí.
»La médica de ese día había huido de la casa por un par de horas porque uno de sus hijos se había enfermado, así que el pequeño niño jugó con el inventario, leía fichas médicas y, aunque no entendiera nada, parecía interesante porque él no sintió a un hombre llegar a la enfermería al borde de la muerte con su desangre. El pequeño niño era el único que estaba para auxiliarlo, y aunque no supiera nada de medicina, solo hizo lo que sus padres le enseñaron hacer si es que se topaba en esa situación: presionar la herida.
»Y ahí, el pequeño niño presionó la herida del hombre herido. Se subió a su abdomen, colocó ambas manos en su cuello, y comenzó a presionar mientras gritaba con todas sus fuerzas para que alguien llegara. El pequeño niño, cuya magia era especial ya que podía convertirse en cualquier cosa, logró que sus manos se engrosaran lo suficiente para rodear la herida del hombre y, gracias a su grito, alcanzaron a auxiliarlo. El pequeño niño no temió de la sangre ni de la herida, y desafió a la muerte en ese instante con su perseverancia; un pequeño niño que no se convirtió en valentía porque aquello ya lo llevaba en su propia magia.
JiSung escuchó la historia con atención, con su barbilla apoyada en sus rodillas mientras se preguntaba cómo es que todo lo que decía no parecía ser raro si es que era real. Erick lo relataba de una forma con tanto cariño que, para la sorpresa de JiSung, el cabello del hombre se convirtió en violeta.
—¿Viví en la Compañía? —preguntó JiSung.
—Sí. Empezamos a dejarte solo cuando creímos que tenías la autonomía suficiente, pero no podíamos pedir tanta independencia a un niño de seis años, así que, nos mudamos a su refugio.
—Hoy fui a uno. ¿Era ese?
—Claro que no. El que vivíamos estaba cerca de Seúl, pero fue destruido en la última guerra.
—¿Peleaste en ella?
—Claro que no —Erick sonrió, casi como si fuese un consuelo más para JiSung que una alegría—. Yo tenía una misión, y Hana igual. Ella, quien se consideraba la causante de todos los estragos y años de sufrimiento, decidió ir al frente; mientras, yo era el encargado de ti. Te fui a dejar a la casa de Leela Danford y regresé para pelear, pero la guerra ya había terminado.
—Partido Libertad Mágica ganó —concluyó JiSung—. Las leyes se volvieron rígidas, la guerra civil fue continua, y se tuvo que entablar una dictadura para que las cosas volvieran a la normalidad.
—Exacto.
—¿Por qué me dejaste donde Leela?
—No tenía con quién más ir —admitió—. En la Compañía teníamos un dormitorio de trasladores, y el día que invadieron la casa, tomé el primer traslador habilitado que quedaba- justo me atacaron por la espalda, así que ambos aparecimos en alguna parte de Londres. Era invierno, y hacía mucho frío. No sabía dónde ir porque estaba mareado, pero sabía que tenía que cuidarte- estabas aterrado, no parabas de llorar y preguntabas por mamá. Yo no sabía que contestar- ni siquiera podía pensar en ella. Yo solo creía que me iba a morir desagrado antes de poder colocarte seguro, así que nos escondí bajo una capa de invisibilidad y ahí nos quedamos. No sé cuánto tiempo fue, pero luego recordé a Leela- la busqué con los últimos rastros de magia que me quedaban y, cuando llegamos a ella, me curó. Era el único lugar donde podía dejarte sin saber que te pondría en peligro.
—Pero- ¿qué era ella?
—Mi primera esposa.
—¿Estuviste casado con Leela? —JiSung se sintió más asqueado que sorprendido. —¡Iugh! ¿Cuál es tu mal gusto por las mujeres? Mierda- ¿y por qué no regresaste por mí? ¿Jamás supiste cuán mala fue ella conmigo?
—Me habría encantado haber regresado —admitió Erick—, créeme- era una estadía temporal, pero las consecuencias de las guerras eran tremendas. Me tomaron detenido, me cambiaron de cárceles, estuve en la calle y apenas pude recuperarme. Era mejor que estuvieses con ella que-
—No —cortó JiSung, rencoroso—. Esa fue una pésima idea. Yo hacía todo en la casa- sus hijos me torturaban, no me dejaba jugar con otros niños, solo me dejaba atender su estúpida papelería y..., y me rapaba la cabeza.
Erick continuó con esa sonrisa melancólica y lastimera, tan asquerosa para JiSung que se preguntó cuántas veces HyunSan o SaeJah la imitó con HyunJin y Yeji.
—Me habría gustado que te hubiesen cuidado mejor —admitió Erick, antes de decir algo que JiSung no esperó escuchar por parte de él—: perdón por dejarte. Te tuve que buscar antes.
De repente, la rabia que JiSung tuvo en ese instante se esfumó como si fuese débil; como si su rabia no hubiese estado justificada. Ni siquiera él podía tomar esa disculpa como si fuera para el JiSung de ahora. No. Ahora, Erick miraba al niño que dejó en casa de Leela, el que tenía sus recuerdos, y el que esperó en el portal que lo fuera a buscar.
Y los sentimientos de JiSung rasguñaban en su pecho con intensidad, como si su niño interior quisiese aceptar las disculpas con facilidad. JiSung no quería hacerlo, porque solo fueron cuatro meses de conocerlo. Solo cuatro meses para saber cuán desesperado estaba por tener una familia.
—¿Qué hay de ella? —JiSung pasó por alto sus dichos. Era demasiado embarazoso. —¿Tuvo intención de buscarme?
—Eso espero —deseó.
JiSung no. No sabía por qué, él creía que su madre no lo deseó. Si hablaba desde la diferencia de edad que Erick y Hana tenían, era probable que ella ni siquiera tuvo intenciones de querer tenerlo, y que todo lo que se dedicó fue a la guerra. Tal vez continuaba desaparecida, porque Erick dijo que no sabía dónde estaba; no obstante, tras replantear sus recuerdos inexistentes, frunció su ceño.
—Creo que hoy la vi —dijo JiSung, inseguro.
Erick se sorprendió ante eso. —¿En serio?
—Y ella no me reconoció. Bueno, lo esperaba- tampoco es que yo fuera muy diferente a otras personas. Creo que..., no sé, está bien.
—¿Estás seguro?
—No, pero me da igual. —Y, con esa misma vergüenza que transformó su cabello en rosa chicle, JiSung dijo: —Ahora ya estoy agradecido con lo que tengo.
Como si aquello fueran las palabras que más pudiesen conmover a Erick, JiSung vio sus ojos aguarse.
—Yo también, Bichito.
Antes de que JiSung pudiese caer más en la cursilería, se despidió y guardó el espejo en el baúl. Su corazón desembocaba tanto por el alza de inspiración que se levantó del suelo totalmente mareado, y, con el borrador de la Compañía bajo su brazo, salió del dormitorio para ir en busca de sus amigos.
Antes que todo: sé que actualizo los jueves y los domingos (o lunes), pero, dependiendo de cómo va mi semana es si es que publico el jueves, sino, tengan por seguro que el domingo sí habrá actualización porque los domingos son de misa.
[1] Cada vez que escribo las interacciones de JiSung y Erick me pongo a llorar.
[2] Ah, sí, capítulo denso. No se preocupen, lo peor (hasta el momento) ya pasó, así que se viene desarrollo de personajes ;u; Muchas gracias por leerme.
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