Golpes de la vida
Una semana en casa. Medito la noticia horrorizada. Cualquiera sería feliz por no tener que asistir al instituto por una semana. Yo no, ese no es mi caso. El tiempo que pasaba en el instituto eran mis única horas de tranquilidad, por eso siempre intente ser la mejor.
Estudiaba sin parar y me apuntaba a todas las clases extras que encontrara. Incluso deportes, siempre quise alargar las horas que pasaba fuera de casa.
Nunca fue suficiente, siempre tenía que volver. Tenia la estúpida teoría de que si conseguía amigos estos me ayudarían a escapar de casa.
«Hoy voy a quedarme a dormir en casa de una amiga...me invitaron a una fiesta...quede en el centro comercial con...»
Esas eran vías de escape que siempre quise tener. Las necesitaba. Así que me aferre a la idea de un amigo con fuerza, como si eso realmente pudiera resolver algo, tanto que me termine obsesionando con la idea y olvidando el motivo.
Mis técnicas para socializar hicieron añicos la ilusión y como un balde de agua fría me devolvió a la oscura realidad. Estaría sola el resto de mi vida. Todos se alejaban como si yo fuera un objeto radioactivo. Al final siempre tenía que volver. No existía una excusa para no hacerlo.
Envidio tanto a mi hermano Jaret. Él pudo escapar de este infierno con la excusa de asistir a una de las mejores universidades del mundo. Al principio fue muy difícil hacer que aceptara marcharse. Se sentía culpable por abandonarme. Todavía se siente culpable, aunque intenta disimularlo cuando llama o me visita.
Hace casi un año que no se de el. Aveces desearía odiarlo por haber aceptado marcharse, que no me eligiera, pero no. Estoy contenta de que lo hiciera. Merece descansar, merece ser feliz. Me preocupa que regrese, ya está en su último año, no quiero que vuelva. Cuando niños éramos inseparables. Yo siempre lo seguía a todos lados. Es mi hermano mayor, mi héroe.
Todo cambio cuando el cumplió diez, pasaba más tiempo con sus amigos, no estábamos casi nunca juntos. Un día mamá tuvo una fuerte discusión con nuestro padre, este se marchó, estuvo fuera por una semana y desde ese día el monstruo descargaba su ira en mí.
De pequeña creía que mi madre era una persona buena que me amaba mucho y la que se molestaba y me pegaba era un monstruo que se disfrazaba de ella.
Ni Jaret, ni mi padre descubrieron los moretones. El monstruo siempre los hacia donde nadie los viera, cuando no había nadie en casa. Cuando mi papá estaba ella se mantenía calmada.
Era buena, comprensiva, pero cuando no, cambia totalmente. Me culpaba de que su marido no la quisiera. Si yo no hubiera nacido el nunca descubriría que ella le fue infiel.
Era un buen hombre siempre lo consideré mi padre, me trataba como su hija a diferencia de mamá. Siempre sostenía una sonrisa cálida en su rostro y me leía cuentos cuando me enfermaba.
Era obvio que no éramos padre e hija, no nos parecíamos en nada. Cuando eres una niña no te das cuenta de esas cosas. Nuestras diferencias eran muy obvias.
El es alto con ojos azules claros, su cabello rubio, siempre sostenía una sonrisa que desprendía calidez. Mi hermano Jaret es su copia, sus mismos ojos azules, su nariz y boca. Solo se diferenciaban por cabello castaño claro, casi rubio que heredó de nuestra madre, era muy evidente que eran padre e hijo.
En cambio yo tenía los ojos verdes, la piel lechosa y un largo cabello ébano que dejaba caer en cascada con algunas ondas en él. No había forma que pareciera parte de la familia, no me parecía a ninguno, el único parentesco que tenía era con mi madre y aun así, era evidente que algo no encajaba.
Un día mi hermano se quedó en casa de uno de sus amigos y mi padre no volvería hasta el día siguiente porque tuvo una discusión con mi madre. Al saber que no habría nadie en casa me escondí. Sabía que el monstruo vendría a buscarme.
Me encontró así que yo recibí toda su atención. Estuve hospitalizada por tres semanas. Ella culpó a papá de todo y me obligo a decir que había sido él.
Fue a prisión por abuso infantil, ésa fue la última vez que lo vi. También la última vez que mentí. Cuando me entere de la verdad, lo que significaba la mentira, mi mentira. No lo volvería a ver, llore. Llore mucho, sentí que me habían quitado a alguien muy especial.
Era la única persona que me quería, que me protegía de ella y me lo habían quitado. Lo odie, odie todo, odie a mi madre por quitarme a mi padre, odie a los policías por llevárselo, odié a mi hermano por no estar ahí y me odié a mí misma por mentir.
Cuando le contaron a Jaret lo que había pasado con su padre este no lo quería creer. Nuestro padre siempre fue su ejemplo a seguir. No podía creer que me hubiera golpeado. Se enojó mucho, dijo que él no sería más su padre, que todo estaría bien, que ese monstruo ya se había ido y no me haría más daño, estaba equivocado.
Solo le tomo una semana para vivir la verdad, el monstruo todavía habitaba en nuestra casa, oculto entre ropa elegante, maquillaje y un título de juez.
Desde ese día descubrió el constante horror al que me sometía, el miedo de que llegara a casa, el no poder salir con sus amigos por las marcas en su cuerpo, el no querer que te abracen por estar adolorido, el rencor e impotencia de no poder defenderte.
Él siempre me protegió y nunca se quejó. Durante casi ocho años recibió los golpes e insultos que eran para mí. Cuando llegaba y mamá estaba molesta el rápidamente me escondía en su armario y cerraba la puerta.
Tranquila enana solo voy a buscar manzanas.
Luego iba en busca de nuestra madre. Desde el armario podía escuchar los insultos, los golpes, jamás lo escuche llorar, ni una sola vez lo hizo, esto hacía que ella se aburriera y se detuviera.
Una vez que fui más consciente de mi situación comprendí que no era un monstruo que fingía ser mi madre, ella sí era un monstruo y también era nuestra madre. Mi hermano creció odiándola y haciendo cualquier cosa que la sacara de quicio. Tenemos un código secreto para cuando necesitamos ayuda, Manzana. Al principio Jaret lo usaba como excusa para no decirme que iría a buscar a nuestra madre, luego cada vez que nos metíamos en problemas lo usábamos.
Mi hermano es quien más la usa. Una vez se metió en una pelea con un pandillero por acostarse con su novia. Casualmente lo visite ese día. Al principio creí que estaba en una reunión con sus amigos pero de repente comenzó a gritar manzana, manzana, no puedo explicar lo ridículo que se veía.
Fue gracioso ver la cara de sorpresa de los pandilleros cuando me acerque corriendo y comencé a golpearlos. Desde entonces soy yo quien saca a Jaret de los constantes problemas en los que se mete, casi todos son por alguna mujer o por andar borracho.
El último me asusto, creí que lo perdía. Lo asaltaron y le dieron una paliza. Mi número era el contacto de emergencias, así que el hospital me contacto. Me asuste hasta la muerte cuando los médicos dijeron que su corazón se detuvo. Por suerte pudieron reanimarlo.
No se que seria de mi vida sin Jaret. Es probable que me vuelva loca o algo así.
Jueves 10 de septiembre...
Me arrastro hasta mi cama gimiendo de dolor, me duele todo el cuerpo.
La cabeza me da vuelta, no puedo ver con claridad. Tengo los ojos hinchados, tengo frío, mi cuerpo tiembla, estoy llena de moretones y marcas de uñas. La ropa está hecha un desastre, suelto un suspiro de alivio cuando logro acostarme sobre mi cama con la vista en el techo.
Recreo los recuerdos en mi mente. Es como ver una película, cada golpe, cada insultos, se encuentran tan distantes en mi mente. Solo el vibrante dolor y el acelerado latido de mi corazón me recuerda que yo fui la protagonista de esa película hace tan solo unos minutos.
La rutina no cambia, sonrisas en el desayuno, se va al trabajo, descanso en el almuerzo, cuando llega la hora de la cena ella ya está aquí.
Me da una paliza, llora, me abraza, pide disculpas y se cambia para correr en brazos de su nueva conquista. Llevan saliendo unos ocho meses, no lo conozco aún, pero sé que fue la razón por la cual nos mudamos.
Toc...toc...toc...
No me levanta, apenas puedo moverme. Espero a que se decidan a abrir. La luz entrar junto con una persona, es Victoria o Viqui como le gusta que la llamen. Es la encargada de la cocina, es como mi niñera, se sienta en la cama y pasa su mano por mi cabello.
—Niña Gala ya está la comida—dice con voz temblorosa, sé que retiene sus lágrimas—¿Quieres que te la traiga?—pregunta sin dejar de acariciar mi cabello
—No tengo hambre Viqui—hablo con dificultad—Solo quiero descansar.
—Entiendo mi niña. La señora no vendrá a cenar hoy. Se quedará en casa de su prometido y tampoco estará mañana—dice antes de irse y cerrar la puerta.
—Prometido...—murmuro asimilando la información—Se va a casar con él—continuo observando el techo, sé que Viqui me lo hizo saber apropósito.
Viqui no trabaja para mi madre sino para mi padre, ella lo crío, cuando fue a prisión antes de irse le hizo prometer a Viqui que cuidaría de nosotros, ella hace lo que puede
Siempre me cura o me lleva a la habitación cuando no puedo caminar. A veces me obliga a comer, realmente hace lo que puede para cuidarme. Sabe que de nada sirve acusar a mi madre ya que esta se enteraría de inmediato y puede que suceda algo peor.
Así que lo compensa cuidándome cuando ella no está cerca. Aveces me entrega cartas de papá. Madre me prohibió el contacto con él.
Toc...toc....
Siento dos golpes y la puerta se abre nuevamente es Viqui quien entra con mi cena, a pesar que le dije que no quería. Observo la sopa y le sonrío en agradecimiento. Intento sentarme con dificultad, me ayuda, mi estómago gruñir, miro la sopa luego a mi cocinera y comienzo a comerla despacio. Soltando lamentos por las heridas en mi labio y el dolor en la mandíbula. Tardo casi una hora en comerla. Ya está fría pero no importa, continuo comiendo hasta dejar vacío el plato, sonríe contenta al ver esto.
Unos minutos pasan y Viqui entra con su teléfono.
—Mi niña tienes una llamada.
Sonrío feliz porque se de quien se trata. Es extraño que me llame por lo general suele escribir. Al principio hay silencio, escucho su respiración y luego su cálida voz.
—¿Cómo estas mi niña? Debes estar hermosa. ¿Cómo te va en tu nueva escuela? Viqui me contó de la expulsión.
Las lágrimas se acumulan. Extraño mucho escuchar su voz. Esa sensación de paz que trasmite y un toque de humor. No puedo imaginar lo difícil que debe ser para el estar ahí. Por todo lo que debe estar pasando. Es mi culpa y aún así se sigue preocupado por mi.
—Sí...me expulsaron por una semana—digo en voz baja.
—¿Por qué? ¿qué pasó?, ¿le diste una paliza a otro idiota?
Sus preguntas salen una tras la otra sin darme tiempo a responder ¿Cómo puede hablar tan rápido?
—Asesinaron a la profesora de literatura.
Hablo indecisa, no sé si es buena idea que le cuente esto.
—¡Asesinaste a la profesora de literatura!—grita.
—¡Papá!
Exclamó alarmada. Cuanto extrañaba hablar con el.
—¡Yo no la mate! ¿Cómo puedes creer que haría algo así?—respondo indignada.
—¿Segura? Porque el chico ese de la última vez casi no la cuenta. ¿Cómo era que se llamaba?
—Dylan y solo fue una pequeña pelea. No estaba tan mal.
—Enana cuando salga de aquí tu y yo vamos a tener una charla sobre lo que significa para ti pequeña pelea. Viqui me trajo las fotos de como quedó ese chico y estoy seguro que fue de todo menos pequeña.
—Se lo merecía.
Por un momento me asusto por la reacción que pueda tener y al escucharlo reír recuerdo con quien estoy hablando.
—Lo sé. Su cara parecía la vía láctea.
—Sí.
Ambos reímos recordando el rostro de Dylan.
—¿Nunca me vas a decir lo que hizo ese chico para merecer semejante paliza?
—Papá no te preocupes yo lo resolví.
—Soy tu padre es imposible que no me preocupe. Esta bien si no me quieres contar, solo quiero saber que estas bien.
—Estoy bien. Papá...
—¿Qué?
—Te extraño.
—Yo también enana.
—¿Cuánto falta?
—Dos años.
—Eso es mucho. Es mi culpa, sino hubiera mentido tu no...
—Enana ya hemos tenido esta conversación. No te culpes. Además yo estoy bien. Hasta hice amigos.
—Papá...
—Ya, ya, no seas tan seria. Yo estoy bien. Aunque extraño la pizza. Dile a Viqui que me traiga un poco de contrabando.
Eso me hace reír.
—Se lo diré.
—Respecto a Jaret tienes que...
—Tranquilo yo intentaré evitar que se meta en problemas.
—No, eso no es lo que quiero decir. Debes su......
La llamada se corta. Se terminó el tiempo. Suspiro triste. Me hizo muy feliz hablar con él pero ahora lo extraño más.
Y sobre Dylan, ese maldito espero que algún día se pudra en el infierno. Es una historia que desearía olvidar. Todo comienzo como un cuento de hadas, el chico popular e inalcanzable se enamora de chica nerd. Las fiestas, las citas, presentarme a sus amigos, la primera vez que tuve contacto con el mundo social. Estaba tan feliz hasta el punto de que no me importaba si todo se trataba de una apuesta. Todo era perfecto hasta un día.
Dylan me invito a su casa a conocer a sus padres. Íbamos a cenar con ellos y al fin presentarme. Eso significo mucho para mi. Mi sorpresa al descubrí que sus padres hacia una semana que se habían ido de la ciudad por trabajo.
En cambio los que nos recibieron fueron Coddy y Xavier sus dos amigos idiotas que no soportaba. Todo era mentira. Solo se trataba de traer a la chica rara a casa. Eso me rompió el corazón, recogí mi orgullo hecho pedazos lista para marcharme y nunca más volver a verle la cara. Si tan solo me hubieran dejado marchar. Al principio no entendí. Luego todo se volvió una pesadilla. Me sentí humillada. Enferma. Tan sucia, comencé a faltar a clases. La ira iba en ascenso tanto que ya ni los golpes de mamá me afectaban. Estaba rota por dentro y por fuera.
Los recuerdos de ese día se siente lejanos, la lluvia fría disfrazando mis lagrimas, la oscuridad envolvente que permitió que me escabullera hasta mi habitación sin que nadie me viera. Solo cuatro personas saben lo que sucedió ese día.
Todas las mañanas desayunaba, fingía ir al instituto, en cambio me desviaba a un viejo gimnasio que encontré, entrenaba, así conocí a Lobo, un nombre curioso para un entrenador. Era alto, musculoso, tenía unos treinta años y no era para nada amable. Me enseñó todo lo que sé.
Había faltado demasiado a la escuela. Así que tuve que comenzar a asistir. Si algo me asustaba era que mi madre descubriera mis ausencias.Sentía las miradas, hasta el punto de volverme paranoica. Pero no hice nada. No aún, no estaba lista.
La venganza se sirve fría, flaca. Era lo que siempre me decía Lobo. El no sabía lo que me había pasado. No sé lo conté a nadie. Pero tendría que ser algo malo para que una flacucha mimada estuviera en un lugar como ese.
Mi rutina se volvió un poco cansada. Desayuno con mamá. Escuela y soportar los chismes y burlas. zorra, puta, eran los insultos mas amables que usaron. Llegar a casa, cenar. Encerrarme en mi habitación ha entrenar. A las doce me aseguraba que todos estuvieran durmiendo y me escapaba a las peleas clandestinas que Lobo organizaba. Regresar a las tres y dormir
Lobo no me dejaba participar, no estás lista siempre decía. Cuando al fin pude participar barrieron el piso con mi cara. Luego de perder unas diez veces logre ganar. Estaba tan feliz. No vuelvas, fueron las palabras de Lobo ese día. En el fondo se que estaba orgulloso. O eso me gusta pensar.
Estaba lista para mí venganza. Estaba tan ocupada que apenas y me había dado cuenta que paso casi un año. Un nuevo curso comenzó y lo primero que hice fue buscar a Dylan y sus amigos. El resto es historia.
Venganza, hospital, expulsión. Escuela nueva.
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