Capítulo 8 - La llamada de atención
Era fin de semana, Carla no tenía mucho trabajo ese fin de semana, así que se podía relajar tranquilamente. Ana llamó a Carla para quedar por la noche para dar una vuelta y tomar algo por ahí, mientras se contaban que tal había ido la semana.
Las dos amigas estaban tomando algo en una terraza, contándose sus historias.
—¿Qué tal la relación con Mario?
—Bien Carla, parece que vamos mejorando ...
—Me alegra.
—Quiere que salgamos ... Hablamos del tema, y él también quiere algo serio, no sé por qué yo me lo estaba tomando todo tan a pecho, pensando que no quería nada serio conmigo, cuando él buscaba lo mismo. Hablamos y pensamos que lo mejor es que fuera todo despacio para que funcionara bien, las prisas no son buenas consejeras.
—Pues me parece estupendo Ana.
—Carla, ¿Y tú que tal con Alejandro?
— Pues ... Llevo sin verlo desde el tropiezo con él en el parque. Me llamó ... Bueno ... Ya te lo conté, y la verdad es que fui un poco borde con él, pero no quiero que me haga daño. Creo que por la edad no estamos en el mismo punto ahora mismo, y nos haríamos daño los dos.
—Mario me ha dicho que se ha tropezado poco con él, por lo visto Alejandro tiene nuevo compañero. ¿Sabías que comparte casa? Su nuevo compañero es bastante fiestero, así que sale mucho con él y luego se le ve poco por otros lados.
—¡Ah!, no lo sabía la verdad.
—Pues ...— Ana quería seguir contándole a Carla más cosas sobre ello, cuando les cortó una llamada al móvil de Ana.
Ana comenzó a buscar su móvil por el bolso y cuando lo encontró, contestó la llamada, dejó de hablar con Carla. Le estaba llamando Mario. Estaba bastante preocupado, Alejandro lo había llamado y estaba bastante perjudicado, por lo visto estaba tirado en el banco de un parque, y no sabía ni donde estaba.
—¿Qué pasa? — preguntó Carla asustada al ver la cara que estaba poniendo Ana.
—He quedado con Mario ahora, lo acaba de llamar Alejandro, por lo visto su compañero lo ha dejado solo, ha bebido de más y no sabe ni dónde está.
A Carla le estaban entrando los siete mil males de repente, solo podía pensar en lo crío que era Alejandro, pero no podía dejar de preocuparse por él.
—No sé dónde puede estar, será por parques ... — dijo Ana.
—¿Y su móvil? — preguntó Carla intentando descubrir más cosas.
—Le han dejado el móvil, por lo visto lo ha perdido. Menos mal que se sabía el número de Mario, claro que hablan un montón ... — señaló Ana aliviada.
—Si lo que te digo, es un niñato — contestó Carla bastante enojada.
—A ver Carla, no sé, a saber, que se le ha pasado por la cabeza, a esa edad yo también he hecho muchas tonterías, de hecho, las sigo haciendo, no sé ... Lo importante es encontrarlo. Mario estaba muy preocupado, y lo conoce de hace tiempo, nunca lo habrá visto así— dijo Ana preocupada.
—Pues no tengo ni idea de donde puede estar, y como dices tú, como hay pocos parques en la zona ...— contestó Carla, pensativa.
A lo lejos, apareció Mario, bastante preocupado.
—No me cae bien el nuevo compañero que se ha buscado para pagar el alquiler. Ha conseguido que Alejandro esté siempre en la inopia, sabía que algo así pasaría tarde o temprano ... ¿Sabéis algo? Voy a mirar por los parques, tampoco es que haya muchos, me voy con el coche
—Te acompaño— dijo Ana.
—Bueno, yo puedo ir a mirar con mi coche por donde pienso que puede estar— dijo Carla.
—¿Vas a ir tu sola Carla? Te acompaño mejor— dijo Ana.
—No pasa nada Ana, vete con Mario, en cuanto sepa algo ya te aviso.
—¿Seguro? Es de noche— dijo Ana, intranquila.
—Seguro, si sabéis algo avisarme a mí también— dijo Carla inquieta por la situación.
Carla iba mirando con su coche por todos los parques de la ciudad, «¿Dónde se habrá metido? No puedo estar más preocupada y enfadada al mismo tiempo con él ... Podría parecer ahora mismo su madre»
A Carla, de repente se le encendió una bombilla, pensó que lo más seguro es que estaba en el parque donde iba casi todo el mundo a pasear a sus perros y donde sabía que Alejandro iba casi siempre. Se adentro en el parque con bastante miedo, estaba sola y era de noche, aunque había bastante visibilidad ya que estaba lleno de farolas, no pudo evitar coger las llaves y llevarlas en la mano a modo de herramienta de defensa, "por si hacía falta", aunque sabía que poco iba a hacer con eso. Ella iba paseando bastante tensa con las llaves en la mano por si las tenía que utilizar.
La verdad es que Carla no se equivocó pensando que Alejandro podía estar en ese parque. Alejandro estaba allí, tirado en el suelo, no se tenía en pie, se encontraba al lado de un árbol, la zona estaba bastante oscura, así que Carla en un principio no lo vio y siguió caminando hacia adelante. Pero para él, la silueta de Carla en medio de la noche, no le pasó desapercibida, y más la sombra de aquel moño despeinado tan perfecto para él.
A Alejandro no se le ocurrió otra cosa mejor que abalanzarse sobre ella por detrás.
—¡Carla!¡Carlita! — gritó Alejandro.
Carla, se pegó tal susto, que le clavó las llaves sin darse cuenta en el brazo, para intentar defenderse, mientras gritaba.
Alejandro, no tuvo otra que taparle la boca con una de sus manos, mientras con la otra agarraba su cintura.
—¡Soy yo Carla!, no grites, además no estoy para gritos ... — susurró Alejandro a Carla al oído con una voz dulce y en un tono bajito.
Carla se empezó a tranquilizar y dejó de gritar. Alejandro dio la vuelta a Carla, ella cuando vio que era él, aun así, no pudo evitar soltar sapos y culebras por su boca.
—¿Eres idiota?, ¡Te podía haber hecho daño con las llaves! ¿Para qué haces eso? ¿Mejor dicho para que haces todo esto? ¿Es que no tienes sentido común o qué? Y estás sangrando, te he clavado las llaves en el brazo— dijo Carla gritando.
—Lo siento, no pensaba que te iba a asustar, no te preocupes es solo un rasguño— dijo él, mientras no paraba de mirar a Carla fijamente a los ojos.
—Joder, es de noche, voy sola por un parque, ¿qué esperas que haga si viene alguien por detrás? ¿Qué me quede quieta? ¡Me has asustado! — gritó Carla.
—Lo siento Carla, de verás— seguía excusándose Alejandro con una voz tan dulce que embelesaba a Carla.
Alejandro se desplomó en el suelo, no podía levantarse, parecía que había caído rendido, al peso de su vida entera quizás, en ese preciso instante.
—Muy bien, ¿y ahora te vas a quedar ahí o qué? — soltó Carla muy enfadada.
Carla lo levantó como pudo, para ella ahora mismo se había convertido en una mole de músculos de unos 90 kg que era incapaz de levantar y que tenía poco cerebro.
—Apóyate en mí, a ver si es posible que podamos llegar al coche.
Alejandro no podía con su vida, necesitaba descansar un poco.
—Estoy bastante mareado Carla. No puedo en serio. Si quieres vete ...
—Sigue caminando... Anda ... — dijo Carla, relajando el tono de voz, y poniéndose en un modo más protector con él.
—Que no puedo Carla, en serio.
Fue entonces cuando Alejandro se paró en seco, estaba agarrado a Carla, pero no podía evitar marearse, intentaba agarrarse a ella como podía, pero por un momento se puso delante de ella, y se cayó encima de Carla. Carla cayó en la arena del parque, tenía encima de ella a Alejandro.
—¡Me vas a aplastar! — gritó ella.
En el fondo a Carla le estaba encantando el momento de tener a Alejandro encima de ella, aunque no tanto la situación.
—¡Carla! — dijo él, en un tono muy bajito.
Alejandro se quedó mirándola fijamente, mientras levantaba un poco de peso de encima de ella. Se paró a colocarle un mechón de pelo que se le había descolocado en la caída a Carla, comenzó a acariciar su cara, y fue entonces cuando intentó abalanzarse sobre ella para besarla.
Carla se moría por dentro, no tenía más ganas de que eso sucediera, pero no le hacía mucha gracia el contexto en el que iba a suceder; así que inmediatamente Carla le hizo una "señora cobra".
—¿Qué haces Alejandro? — refunfuñó Carla apartándole la cara.
—Joder Carla, nada, no hago nada ... — dijo él pensando que había perdido una gran oportunidad.
Alejandro se quedó tumbado en la arena, mientras Carla se incorporaba y se limpiaba un poco, se había puesto de arena hasta las orejas.
—Lo que te gustará hacer el tonto — dijo ella mientras seguía dándose golpecitos en la ropa, para quitarse los restos de arena.
—Déjame Carla, nadie te ha dicho que vengas, ¿qué haces aquí? Si no quieres saber nada de mí ... Vete, no te he llamado a ti, he llamado a Mario y vienes tú a echarme el sermón. Te he dicho que no te iba a molestar más, no me molestes tú a mí ahora, déjame en paz — comenzó a explicar cómo pudo Alejandro.
—¡Ah! ¿Eso es lo que quieres? Pues nada, quédate aquí, con tus berrinches de niño pequeño— dijo Carla muy malhumorada.
—Carla, ¡ay sí! ... Como si tú lo hicieras todo bien y lo controlaras todo. Por cierto, ¿qué haces aquí? — preguntó él con bastante curiosidad.
—¿Cómo que qué hago aquí? Me preocupo por ti Alejandro.
—¿Preocuparse? Pero si no quieres ni quedar conmigo ¿en serio, dices eso?, ¿qué preocupación es esa? Además, no estoy acostumbrado a beber, solo me lo estaba pasando bien, no esperaba ponerme así, estoy bien, no te preocupes.
—Sí, sí ... Se ve que estás muy bien ... Y si no he quedado contigo es porque no puedo quedar contigo, no porque no quiera— dijo Carla coloradísima.
—Eso es mentira— dijo Alejandro, mientras seguía tumbado en la arena.
Cuando en un arrebato de locura, cogió la mano de Carla, y tiró de ella hacia él, hasta que consiguió tumbarla con él en la arena. Carla estaba de los nervios, «nunca le había gustado más rebozarse como una croqueta en la arena» pensaba para sus adentros. Alejandro cogió su mano y entrelazo sus dedos, mientras con la otra mano sujeto su cara y se acercó a ella. Carla se estaba derritiendo por dentro en ese momento, podía sentir el corazón latir de Alejandro, parecía que se le iba a salir del pecho, y antes de que ella pudiera hacer nada, se acercó a sus labios y la besó.
Los dos estaban metidos en una pequeña burbuja que habían creado en ese momento, para ellos no existía nadie más; cuando se acercaron Mario y Ana a gritos y tuvieron que volver a la cruda realidad.
—Joder, ¿Carla estás bien? Parece que te ha pasado por encima un camión— dijo Ana, mientras intentaba levantar a Carla.
Carla se levantó enseguida, mientras Alejandro seguía tirado en el suelo.
—Ana, que exagerada eres, hemos tenido un pequeño percance nada más— dijo Alejandro sonriendo, sin despegarse de su posición horizontal y revolviéndose en el suelo.
—¡Alejandro, eres idiota, en serio! — dijo Ana, más preocupada por su amiga que por él.
—Joder gracias, otra igual ...
—Bueno ... ¿Te piensas levantar de ahí? — dijo Mario, de muy mal humor.
—¿Habéis visto lo bonito que se ve todo desde aquí? — dijo Alejandro mientras contemplaba a Carla. Que por un momento no pudo impedir esbozar una sonrisa.
—Joder... ¿Qué te ha pasado en el brazo? ¿Te han atracado? — dijo Mario a Alejandro.
—No, me he peleado con un gato jaja — dijo Alejandro, sin parar de reírse.
—He sido yo, se abalanzó sobre mí y le he clavado las llaves, pensaba que venía alguien a atacarme. No se le ocurrió otra cosa que venir por detrás a asustarme ... — dijo Carla bastante apenada.
—Vamos a qué te vea eso un médico— dijo Mario en un tono bastante paternal.
—¿Pero ¿qué dices?, es un arañazo superficial, no sé qué se pensaba la niña esta que podía hacer con unas simples llaves.
—Si es un arañazo, tampoco te pongas así Mario, es muy superficial— dijo Ana.
—Pues ya te lo puedes curar cuando llegues a casa— dijo Mario.
Los tres decidieron dejar a Alejandro en su casa, mientras iba apoyado en Ana y Mario por el camino, hasta llegar al coche, no paraba de mirar a Carla de reojo, que iba al lado de ellos andando. Se montaron en el coche y llegaron a casa de Alejandro.
Mario le pegó una ducha a Alejandro, para ver si así reaccionaba. Después Alejandro le dijo a Mario que lo dejara solo en el baño, quería curarse él solo la herida del brazo.
—Joder, ¡mierda! — gritó Alejandro.
Carla acudió en su búsqueda.
—¿Qué te pasa Alejandro?
—No puedo curarme bien y esto escuece ... No estoy todavía yo muy allá, esto pica mucho ...
Carla no pudo evitar ponerse roja, cuando lo vio ahí plantado en el baño, con solo la toalla puesta y con el pelo mojado, e intentando limpiarse la herida. Lo miró de arriba abajo, para Carla parecía una especie de dios del olimpo en la tierra.
—Carla, ¿me ayudas por favor?, que te has quedado ahí parada — dijo Alejandro sabiendo el magnetismo que estaba creando en ella en ese momento.
Carla se acercó, le estuvo limpiando la herida y se la tapó, para que no se infectara. Él no paraba de acercarse a ella para intentar algo más, pero no tenía fuerzas para nada.
—Carlaaa ... — dijo él.
—¿Qué quieres? — le dijo Carla mirándolo bastante ensimismada pensando que le iba a decir algo bonito.
En ese momento, Alejandro tuvo que romper toda la magia, aunque no le apetecía.
—Carla ... Vete de aquí ... — dijo él bastante apenado.
—¿Cómo? ... ¿En serio? ... ¿Y ahora por qué te pones así? — dijo ella cabreada.
—Carla, voy a ... — Alejandro intentó terminar la frase, pero no pudo.
Carla salió del baño corriendo, viendo que lo que quería decir Alejandro (que se estaba quedando bastante blanco), era que quería vomitar y no quería que lo viera, no era muy romántico la verdad.
«Si esta había sido su primera cita había salido bastante bien», pensó Carla con el modo irónico activado.
Mario se encargó de él, le puso ropa para dormir. Su compañero, a todo esto, no aparecía por ningún sitio. Sus perros estaban tranquilos cuando lo vieron aparecer por la puerta. Así que, Mario lo ayudó a meterse en la cama como pudo. Para Mario, Alejandro era el hermano pequeño que nunca tuvo. Alejandro se quedó dormido en su habitación, abrazado a uno de sus perros y todos se marcharon a sus casas.
Carla llegó a su casa bastante cansada, no se podía imaginar la noche que había pasado, ni entendía porque Alejandro se había puesto así. Aunque no podía dejar de fantasear con Alejandro y el momento en el que se besaron, cuando cayó rendida y acabó dormida de tantas emociones vividas esa noche.
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