Capítulo 1. Presentaciones
Carla vivía en una ciudad pequeña, en un piso igualmente pequeño, rodeada de plantas y de sus dos perros adoptados (Lula y Ron).
Día a día, contemplaba a través de su ventana como pasaba la gente por la calle, mientras tomaba una taza de café excesivamente caliente (aunque ella no le daba la mayor importancia). Carla, siempre pensativa, intentaba seguir descubriéndose a sí misma, al mismo tiempo que se preparaba para su rutina diaria.
Era otro de esos días, en los que su alma se desvanecía, sentía como se escapaba de su cuerpo lentamente sin pedir explicaciones, intentando descubrir otros mundos mejores que imaginaba. Pensaba en todas las cosas que le faltaban por hacer, y que quería realizar.
Día tras día, se encontraba con la monotonía, la rutina estridente, que asfixiaba, y albergando la esperanza de que algún día fuera a cambiar.
«¿Realmente cambiaría algún día?» Se preguntaba.
Era todo tan absurdo a la par que siniestro, siniestro es poco, siniestramente aburrido, más bien.
Ver las mismas caras día tras día, poner una sonrisa, saludar, cuando realmente su mente no se encontraba allí...
Se sentía inundada de angustia, pero al mismo tiempo con la ilusión de que algún día todo eso cambiaría, recordó que alguna vez había oído decir aquello de que: "la suerte no se encuentra, la suerte se busca"; quizás ella simplemente había buscado en el sitio equivocado. Tal vez, debería de cambiar de aires, conocer otras personas, otros lugares ... Descubrir que hay un mundo más allá de su trabajo, su ciudad, o las personas que conoce.
Haber pasado la barrera de los treinta, la barrera de los treinta y cinco, y acercarse rauda y veloz a los cuarenta, no ayudaba la verdad. Por una parte, se sentía cómoda con lo que había hecho en la vida, pero a la vez esperaba más de ella. Para ella suponía un choque psicológico muy fuerte ver como pasaban los años y sentir que siempre quería algo más.
Carla se sentía una mujer independiente, que había hecho todo lo que había querido. Bueno... si no se quería engañar... Más bien, lo que su economía le había permitido en cada momento hacer. Pero, por otro lado, se encontraba con una realidad paralela de amigas, conocidas, que aparentemente podrían ser igual que ella, pero la cruda realidad es que no se encontraban en el mismo punto.
Después de terminar una dura semana de trabajo, Carla quería desconectar. Como siempre, los viernes por la tarde quedaba con sus tres amigas: Amanda, Laura y Violeta. En medio de una conversación, comenzó a ver que ellas tenían otra serie de intereses. Ellas estaban casadas, eran madres, y siempre hostigaban a Carla con la típica frase de "Tienes que hacer algo con tu vida". Carla cuando oía esta frase desconectaba por completo, y pensaba que ellas no eran mejores por haber seguido otro camino en la vida.
Las conversaciones con ellas giraban en torno a temas matrimoniales y sobre todo de maternidad, por lo que ella se sentía un poco desplazada, ya que ella después de varios fracasos amorosos, actualmente no tenía pareja y mucho menos hijos.
En una de tantas conversaciones, de los temidos viernes, siempre comenzaba a fraguarse el conflicto.
— Bueno... ¿Y tú para cuándo vas a tener hijos? — dijo Laura, mientras miraba a Carla.
—Sí eso, ¿tú para cuándo? — replicó Amanda.
—Tienes que hacer algo con tu vida — insinúo Violeta.
— De momento estoy bien así, tengo dos perros adorables, estoy en mi piso, aunque sea de alquiler, puedo viajar cuando quiero sin darle explicaciones a nadie, además tampoco tengo pareja, algo que creo que es importante jejeje — dijo Carla.
Mientras en su cabeza rondaba la frase: «¿En serio he dicho eso?» (en ese momento hasta le resultó ilógico tener que dar explicaciones, en vez de decir que no quería tener ni pareja, ni hijos de momento).
— Bueno tu sabrás, pero vas muy tarde — dijo Laura.
— ¿Perdona? ¿Qué? — replicó Carla.
Y se hizo el silencio por un instante.
A Carla en ese momento, le vinieron un batallón de frases a la cabeza, sobre temas como: el feminismo, la maternidad, la opresión a la mujer, lo que establece la sociedad que está supuestamente bien y lo que está mal, los supuestos roles de género... Le estaba explotando la cabeza, solo quedaba que le saliera humo por las orejas de forma literal. A partir de ese momento, se quedó completamente en babia.
Mientras, la conversación continuaba sin ella, sus amigas seguían con su tema preferido, sin percatarse de que tal vez a Carla esas frases le hubieran sentado mal y ninguna de sus otras dos amigas se atrevió a decir nada al respecto.
—No sé si empezar a quitarle el chupete...— siguió hablando Amanda.
—Yo, lo que hice fue...— replicaba Violeta.
—No sé si yo podré opinar mucho, ya sé que no, pero creo que por lo que he leído...— dijo Carla (haciendo un amago de volver a integrarse en la conversación y olvidándose de lo que habían dicho anteriormente), sin darse cuenta de lo que le esperaba.
En aquel momento, Laura miró a Carla con cara de pocos amigos, y dirigió su terrible mirada hacía ella y sin ningún tipo de condescendencia arrojó una frase que lapidaría su amistad sin saberlo.
—No sé cómo puedes opinar de esto Carla, si no tienes ni idea — añadió Laura bastante enojada.
—Solo quería ayudar, ya sé que de momento no soy madre ...— replicó Carla (con una decepción por lo que había sucedido en su triste mirada).
Se hizo el silencio, pero Amanda y Violeta no salieron en su defensa, vieron que Laura no se había comportado muy bien con Carla, pero a pesar de ello excusaron su actitud; pensaron que había tenido un mal día, que seguramente habría pagado con Carla, nada más.
La conversación siguió sin ningún comentario más sobre el roce que había tenido Laura con Carla.
Pero algo cambió en Carla, aunque siempre intentaba estar dentro de la conversación aportando su granito de arena, y sabiendo que ella no había experimentado la maternidad todavía; y viendo que no tenía ánimo de ofender nunca a nadie, ni vender consejos, buscando siempre su mejor intención; veía que el trato que recibía por parte de las demás no era el adecuado. Eso fue lo que en ese momento le cambió por completo el chip.
Cuando pensaba en la maternidad, de momento no quería ser madre. No lo veía muy agradable, por mucho que dijeran que era maravilloso, las experiencias de sus amigas demostraban más bien todo lo contrario, estaban siempre estresadas, irritadas... Habían convertido la tarde de los viernes en un libro de reclamaciones, de quejas ...
Ese momento que podrían usar para despejarse y relajarse, ese tiempo que tenían solo para ellas, de amigas tomando algo en una terraza ... Se había convertido en algo estresante, en las que unas y otras se quejaban del marido imperfecto, el agobio continuo de ser madre, y otro tipo de cosas que giraban en torno a biberones, pañales y guarderías, que de momento en su vida veía demasiado lejos. Muchas veces pintaban todo como si fuera lo peor del mundo, y a Carla le agobiaba, sabía que la maternidad no sería un camino de rosas, pero tampoco quería pensar que solo era un camino de cardos.
En otros encuentros, Carla comenzaba a ver como sus amigas también veían que ella no encajaba en la actual situación en la que ellas se encontraban y comenzaban a darle de lado en estas conversaciones, ya que Carla solo podía hablar de lo que era su trabajo, quizás sus perros, su vida sin las grandes responsabilidades que ellas tenían.
Aun así, Carla seguía insistiendo en todos sus encuentros los viernes, único día que se permitían como esposas y madres para "desconectar" de su rutina diaria. Lejos de querer separarse de ellas, intentaba entender los temas de los que hablaban. Aunque seguía observando impasible como conseguían dejarla de lado, y acababa siendo una mera espectadora de una conversación, que muchas veces se convertía en caótica; en la que había más de una vez subidas de voz, gritos y una lucha encarnizada por ver quién era la mejor esposa, o la mejor madre.
Carla cada vez se encontraba más perdida, viendo que los temas de conversación se basaban siempre en: suegros, cenas de empresa con sus maridos, pañales, biberones, juguetes, guarderías... Mientras ella pensaba que comería ese día o que golosina compraría a sus dos perros, dónde realizaría su próximo viaje, que museo visitaría...
«¿En realidad su vida era tan mala sin tanto estrés?» Era la pregunta que le rondaba siempre a Carla en su cabeza.
Sentía que no encajaba de ninguna forma, poco a poco sus amigas comenzaron a alejarse de ella, Carla siempre estaba bastante incómoda con sus encuentros, por lo que en realidad le dejó de importar el alejamiento. Lo que hace unos años, era un espacio de relax con ellas había desaparecido, quizás por el estrés de nuevas responsabilidades en sus vidas, pero tampoco quería excusarlo o no se sentía con las fuerzas suficientes para hacerlo. Ya no eran la piña que eran antes, y eso se notaba a leguas que era así.
En realidad, existía entre ella y sus amigas algún tipo de abismo impenetrable, en el que no pudieron escucharse unas a otras, ya que tenían intereses totalmente distintos.
Un día, después de tomarse un café con ellas, decidió dejarlo todo ahí, no sabía si en pausa, o tal vez en punto y aparte o quizás era un punto y final en toda regla. Decidió qué si ellas en ningún momento la llamaban, ella no volvería a hacerlo; estaba intentando encontrarse a sí misma y quizás ese tipo de amistades no la servía de gran ayuda en ese momento.
El tiempo iba pasando, y el grupo de amigas ya no quedaba tanto los viernes, e incluso muchas veces faltaba alguna a su cita; quizás hasta Amanda, Laura y Violeta estaban asqueadas de competir tanto entre ellas y ya no las resultaba tan divertido luchar entre ellas o meterse con la única del grupo que consideraban diferente.
Las cuatro amigas se fueron alejando unas de otras a medida que avanzaba el tiempo, y dejaron de quedar los viernes, alguna llamada que otra, algún mensaje, pero nada más. Carla de alguna forma, sintió que se había quitado un gran peso de encima.
Si lo pensaba bien (y lo de pensar en exceso era algo que a ella se le daba bastante bien) antes todo con ellas se tornaba relajante, y de un tiempo a esta parte, se había convertido en un momento estresante más de su vida.
Y para estrés ya tenía otras cosas, como su trabajo, por ejemplo. Carla escribía artículos para una empresa, y aunque era algo que le gustaba y que muchas veces podía hacer desde casa, estaba siempre estresada, ya que le pedían terminar ciertos artículos en un tiempo límite, la mayoría de las veces dedicaba días enteros a escribir y muchas veces tener que ir a entregarlos a la oficina con el tiempo pisándole los talones, no era muy agradable la verdad. El salario tampoco era muy bueno, pero ella siempre intentaba ver el lado positivo a todo, ya que por lo menos el sueldo le permitía pagar el alquiler del piso, la comida, y muy de vez en cuando algún viajecito de unos pocos días a cualquier sitio que no fuera su pequeña ciudad, por lo que muchas veces se conformaba solo con eso, preguntándose simplemente «¿Qué más podía pedir?»
Carla con el tiempo comenzó a experimentar cierta soledad sobre sus hombros, que no le desagradaba del todo, ya que, a pesar de ello, cada vez se sentía más cómoda dedicándose más tiempo a sí misma.
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