Un mundo gris
Miraba inmóvil, la habitación donde Ángel y él dormían en camas gemelas, arrancado del sueño sin motivo aparente. Ningún ruido turbó su descanso, ningún movimiento extraño.
Un reloj de apacible tic-tac marcaba las tres de la mañana y pocos minutos más.
Aun así, algo extraño, cuya naturaleza no podía determinar, le despertó.
¿Fue un pensamiento morboso? ¿Una idea? Quizás un inoportuno recuerdo lo asaltó en sueños para disiparse después en la oscuridad.
Estiró la mano con infantil temor al apartarla del resguardo de las mantas, los dedos rozaron el interruptor para encender la solitaria lámpara pasada de moda sobre la mesita de noche. Al oprimir el botón, nada sucedió.
La oscuridad no era impenetrable, le dejaba ver los detalles de la habitación. Los colores, sin embargo, se habían esfumado. Observó el movimiento natural de las sombras. Las ramas de un árbol más allá de la ventana se mecía al viento, suavemente. Nada fuera de lo normal y sin embargo, nada era normal.
Tenía mucho miedo, pero no estaba fuera de sí.
En la cama vecina, Ángel dormía ajeno al drama invisible y desconocido.
Una presencia en la habitación le provocaba la desesperada necesidad de salir huyendo. Se levantó muy despacio, aunque el médico le advirtió que no lo hiciera y con unos cuantos pasos vacilantes alcanzó la cama vecina.
—¡Ángel!
El muchacho yacía dormido sobre su costado, con una pierna extendida, la otra doblada y los brazos aferrando una almohada. No se permitió una pausa para observar lo bonito que era su rostro o como su cabello, ligeramente más largo que cuando se conocieron, le cubría la frente. Con recelo movió su hombro, su control, el aplomo con el que enfrentaba aquello, se resquebrajaba rápidamente.
—¡Ángel, despierta!
Su anfitrión abrió los ojos, lo miró y se incorporó lentamente en la cama, sosteniendo su peso en los codos. Su pecho desnudo y hermoso capturó su atención, mientras las mantas ligeras y mullidas cubrían el pudor de su vientre.
Ángel no dijo una palabra, sólo lo miró sonriendo, pero era más una mueca y sus ojos, oscuros del todo como si no tuvieran pupila, estaban fijos sobre los de Misha. Eran negros. Pavorosamente negros como la pez; pozos profundos sin humanidad.
Los ojos vivos brillan incluso cuando son oscuros y los cadáveres tienen ojos acuosos, opacos. Nadie en el mundo tiene los ojos así.
—¡Tú no eres Ángel! —exclamó aterrado y trató de alejarse de "eso", que lo miraba desde la cama.
En cuanto lo dijo la amable expresión desapareció, no se tornó malvado sino que perdió lozanía, como si al ser descubierto, su disfraz hubiera caído a pedazos. La piel alrededor de los ojos se resecó, como la tierra en la sequía cuarteándose en segundos. El cuerpo y el rostro hermosos adquirieron con rapidez un aspecto dolorosamente consumido.
Pensó huir pero supo instintivamente, al mirar la puerta, que no debía intentar salir de la habitación. El único sitio en donde podía estar era su cama y a ella volvió caminando hacia atrás, sin quitar la vista del ser que se desintegraba, diluía o desvanecía.
La cama no era un refugio. Acaso menos aterrador que aquello que habitaba en esa vieja cada llena de fantasmas. Escuchaba sonidos en el pasillo la una opresión, parecida a la que presagia una tormenta. Aquella fuerza los aplastaría. No tenía duda alguna.
"Eso", en la cama de Ángel, no lo estaba atacando. Seguía sonriendo aun cuando se resecaba cada vez más. A pesar de parecer aterrador, no era amenazante. "La cosa" habló, pero Misha estaba demasiado distraído evitando sucumbir al miedo como para prestar atención.
Perdió el significado completo de sus palabras.
Pensó que trataba de advertirle algo o comunicarse y no lo logró. Se veía triste y solo. Resignado.
Misha tenía una vida entera de historias sobre espíritus y fantasmas.
Su padre solía contar historias de monjes y cementerios de los tiempos cuando no había luz eléctrica en la casa donde vivió su bisabuelo al escapar de la guerra.
Toda la familia vivió experiencias de inmovilidad, opresión y terror. No poder despertar de sueños irrompibles. No poder gritar para pedir ayuda mientras algo maligno se cernía. Eso decían, pero Misha nunca vivió algo así, por eso no comprendió, hasta ese momento, que estaba dormido. La cosa logró meterse en sus sueños. Tenía que despertar y no sabía cómo.
Las palabras de su padre acudieron en su ayuda; "Ellos están en la oscuridad, les atrae la luz de los vivos, tú tienes mucha luz, Misha. Tienes que aprender a protegerte. Cuando ocurra no te asustes. Los vivos tenemos todo el poder, ellos ya no tienen ninguno".
—Papá, ayúdame —susurró un par de veces con toda su fe. Imaginó que una luz se intensificaba en su cuerpo y se volvía alguna clase de radiación que iluminaba cada rincón de la habitación. Tenía que aniquilar a las sombras con ese poder; ahuyentar al espectro que había oscurecido tanto que ya casi no se distinguía del resto de oscuridades.
El esfuerzo mental fue agotador; recargado en la cabecera de su cama y abrazando sus rodillas cerró los ojos.
Cuando los abrió, descubrió que estaba despierto. Tardó un momento en convencerse de que realmente lo había logrado.
La habitación estaba exactamente igual que unos minutos antes, pero ese aspecto desapareció. El cubrecama, las paredes, la puerta eran tal y como la noche anterior se veían vibrantes de color. Y la terrible opresión, perceptible desde su cama y que amenazaba con tirar la casa, ya no se sentía. Un silencio tan pacífico como el que se puede esperar en una zona urbana.
Encendió la luz respirando superficialmente.
¡Estaba aterrado y aliviado al mismo tiempo! ¡Su corazón iba a saltar de su pecho, uno de esos latidos tan fuertes terminaría por romperle las costillas! No podía moverse, nada se lo impedía. Si acaso, el agotamiento resultante de la experiencia del sueño que lo llevó a un reino de muerte.
Ángel gruñó en sueños, inquieto quizás por la molesta luz. Abrió los ojos lentamente y al cobrar consciencia de donde estaba, de inmediato se incorporó. Misha tenía los ojos demasiado abiertos.
—¡Misha! ¿Estás bien? —preguntó. En efecto, estaba desnudo excepto por su ropa interior, un pantaloncillo corto, azul, que se ajustaba a sus formas. Se levantó y caminó hacia el chico que aún no había abierto la boca—. ¿Necesitas algo?
Misha reaccionó. A la voz y a la belleza de Ángel, juvenil y masculina. Todo era demasiado abrumador.
—Estoy nervioso —. Apenas pudo responder con aliento escaso, aliviado de no estar más tiempo atrapado en ese mundo gris.
—¿Quieres que te traiga algo?
Estuvo a punto de pedir a Ángel que se acostara con él y lo abrazara. Tragó saliva, porque el deseo y no precisamente el de ser confortado, se hizo presente, pero no era buena idea.
—¿Te molesta si dejamos la luz encendida? Tengo... Tuve una pesadilla.
—¡No, para nada! —Ángel sonrió. Era la primera vez que Misha no lo trataba como a un bicho—Esa lámpara no deslumbra.
—Gracias —susurró Misha, sonriendo.
Ángel, enternecido por su sonrisa, una dedicada nada más a él, se atrevió a llevar la mano al brazo níveo y marcado por las muchas horas de danza. Arrastró la palma por la piel que su camiseta de algodón no cubría. Y sonrió.
—Duerme, yo te cuido.
Misha sonrió y suspiró. El sueño tiraba de él con una fuerza irresistible. Ni siquiera supo que Ángel fue a su cama solamente por su manta, para volver y acostarse a su lado tan cerca como pudo, sin tocarlo.
Despertó al amanecer abrazado por Ángel. Aún sin pedirlo, recibió justo lo que necesitaba. No disfrutó más de un segundo de la sensación de calor y cercanía del otro cuerpo.
Una melodía y la vibración de su móvil interrumpieron el sueño de Ángel que, muy adormilado, se levantó de la cama compartida, como si lo hubiera hecho todos los días de su vida.
No mostraba incomodidad por su evidente erección o por lo cerca que estuvieron durante la noche. Dio los buenos días, con los ojos cerrados y caminando torpemente salió de la habitación, dejando la puerta abierta. Volvió un minuto después, sonriendo.
—Lo siento, a veces tardo en despertar. ¿Quieres ir al baño o darte una ducha? El doctor dijo que estaba bien si querías bañarte.
Misha había estado dos días completos en cama. Empezaba la tercera mañana. Todo un día y toda una noche más y podría volver a casa, dependiendo de lo que dijera el médico en la revisión del día siguiente.
—Sí, gracias.
—Tu mamá te preparó una bolsa con ropa y cosas tuyas. Hay toallas en la repisa de ese mueble y...—. Señaló al clóset al lado de la ventana —. El baño está al final del pasillo. Yo voy a mi recámara para ¿quieres que te traiga el desayuno? También puedes intentar bajar, si te sientes bien. Ahora vengo a ver qué quieres y...
Ángel se sonrojó al darse cuenta que estaba parloteando. Se dio la vuelta y salió. Misha también lo notó y no pudo negar lo agradable que le resultó.
Se hicieron amigos a partir de ese día. No porque confiaran uno en el otro. Misha estaba abrumado por la generosidad de Ángel y de su familia, pero la última palabra la dijo su cuerpo. El aterrador muchacho que llevaba consigo la sombra de esa casa, era encantador.
Se sonrojaba y por supuesto, estaba muy guapo.
***
—¿Cómo está tu amigo?— preguntó su madre mientras preparaba el desayuno.
Luciano levantó la mirada desde la tablet en la que leía el diario. Observó detenidamente a su hijo, buscando alguna sonrisa traicionera, una mirada baja o color en sus mejillas.
Nada de eso encontró. El mismo rostro sonriente de siempre, apenas interesado por lo que sucedía alrededor. Respondió a la pregunta de su madre con un: "yo creo que bien, ¿me das tocino?"
Después de unos momentos, Luciano volvió su atención al café y al diario. Aliviado. No veía en su hijo ningún síntoma raro de enamoramiento sino que estaba más preocupado por recibir una doble ración que de cualquier otra cosa.
—Mamá, ¿te molestaría si invito a Misha a quedarse a vivir aquí, hasta que termine el semestre?
Luciano tragó el líquido ardiente por el susto. La elección de escupir sobre la mesa o tragar y quemarse la garganta no fue suya. Todo ocurrió demasiado aprisa y por un rato, la cuestión de si Ángel tenia novio o no, quedó en el olvido.
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