Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Pan de muerto


"Estas son las mañanitas que cantaba el Rey David. 

A los muchachos bonitos se las cantamos así:Despierta, mi bien, despierta, mira que ya amaneció, ya los pajarillos cantan, la luna ya se metió..."


Misha sopló las diecisiete velitas en su pastel de tres leches, el lunes anterior a su cumpleaños. Luciano y Ángel cantaron con entusiasmo; el primero con voz de tenor, el segundo apuntaba velozmente a la misma tesitura, sin alcanzar aún los tonos más graves de su padre.

Parecía increíble que, después de tantos meses de caras largas, ausencias y rechazos velados y  no tan velados, padre e hijo fueran capaces de compartir un momento de tregua, para reír juntos de tonterías.
A Luciano realmente le costaba asumir la aparente orientación diferente de su hijo, pero lo amaba y eso era imposible de negar.

Sandra se reía con ellos. Y sentía una gran ternura al contemplar la ilusión, de inicio reservada y cautelosa, en los ojos de Misha, para después, desplegarse la más amplia sonrisa llena de merengue hasta las pestañas.

Ángel, fiel a sus propias tradiciones, exigió que el festejado mordiera el pastel. Cuando Misha se inclinó y sus dientes ni siquiera rozaban el decorado de merengue, de un violento empujón, sumergió casi por completo en la dulce cobertura, en pan e incluso, en el relleno de mermelada de chabacano, el rostro sorprendido del pobre cumpleañero.

Luciano se reía como un canalla, recordando travesuras viejas, otros pasteles y al pequeño pirata Robín Hood de los Mares, estampando la cara del festejado de turno en el pastel.

Mientras Misha trataba de quitarse el merengue de los ojos, con Ángel y Luciano riendo de sus inútiles intentos, Sandra, con una mirada de reprobación indulgente y más divertida de lo que debería, sirvió rebanadas de pastel de la mitad intacta: vasos de leche a los jóvenes y café para ella y su marido.

Misha, con el rostro pegajoso y una ceja todavía azul, sonreía muy contento.

—Este muchacho va a hacer lo mismo hasta que tenga cien años —comentó Sandra— ¡Ni mi madre se salvaba de "la mordida"!

Ángel reía como si hubiera hecho la broma más graciosa. Y la verdad lo era. Todos se divertían con esa salvajada. Incluso el pobre festejado.

—Apuesto que cuándo eras niño, los dulces se te acumulaban entre salir a pedir calaverita el día de muertos y los que te daban de tu cumpleaños. ¡Qué bonito cumplir el tres de noviembre! Te puedes pasar cuatro días de fiesta; Halloween, Santos Inocentes, Fieles Difuntos y tu Happy Birthday —dijo Ángel, sonriendo como si nada hubiera pasado.

—Más o menos—. Misha, aún después de varias semanas, seguía siendo un poco reservado—. No hacemos Halloween en mi colonia o al menos en mi calle. Es que la familia de mi madre es muy tradicional.

—¡Ah! ¿Son de los que piensan que Halloween no debe existir?

Misha sonrió, dejó el plato vacío de pastel y recibió agradecido una segunda porción.

—No sé, pero mis vecinos y la familia de mi mamá ponen altares como se debe. Con cempaxúchitl y la comida que más le gustaba a su difunto.

—¡Eso es muy bonito! —dijo Sandra.

—¡Sí lo es! Y a veces vamos a Mixquic para ver como dejan ir las luces en el rio. Comemos mucho esos días. Por eso no me festejan, sino hasta el siguiente fin de semana. Mi mamá me prepara mi comida favorita y nos reunimos todos. Es algo sencillo.

—¿Y cuál es tu comida favorita? —preguntó con curiosidad Ángel. Luciano, que relajado hasta ese momento, se tensó. Sandra, sentada a su lado, le acarició el muslo cariñosamente antes de darle un puñetazo, discreto pero fuerte. Le susurró: "compórtate".

Misha sonrió, divertido por el intercambio que no pasó desapercibido para él, aunque no terminaba de entender qué molestó al Ingeniero Var. Amablemente contestó la pregunta.

—Cada año se me antoja algo diferente. El sábado vamos a comer...

—¡Me traes! —exclamó Ángel, haciendo reír a todos. Ni siquiera lo había dejado terminar de hablar.

—Mixiotes —terminó Misha, riendo y diciendo que sí a la entusiasta petición de su amigo. 


***

Si bien fue difícil para Ángel convencer a Misha de aceptar quedarse a vivir en la vieja casona de la familia Var, mientras hubiera clases, lo fue más con el viejo Michaël, que se negó rotundamente, hasta que Luciano tomó el control del asunto y fue a Chalco a visitarlos para exponer la verdadera y grave situación; Misha tenía anemia, los estudios que le realizaron en el hospital no dejaban lugar a dudas.
Dormía muy poco y estaba por debajo de su peso normal.

Su viejo padre sabía que no era su culpa. Ni Luciano pretendía hacerlo sentir sentir mal tampoco. Era la situación económica, la perra pobreza, que vendiendo nieves en la puerta de su casa no ganaba mucho dinero y ni por asomo lo que solía ganar cuando era menos viejo y podía caminar.
En ese entonces empujaba su carrito de nieves y realizaba largos recorridos por las calles, desde muy temprano hasta la puesta de sol, todos los días, vendiendo nieve de frutas.

Y la distancia de su pobre casa hasta la ciudad ¡Y la necedad de su muchacho de ir a estudiar precisamente a esa escuela de ricos tan lejos! Podía haber ido a una escula cerca de casa y  aprender a reparar autos, por ejemplo. O ya, directamente, entrar a trabajar a una de esas fábricas dónde los empleados ganaban bien y hasta comedor tenían.
¡Pero no! Para su mala suerte, su hijo le salió "artista". Ni modo.

Michaël no era un mal hombre. Inculto sí, pues apenas pasó sin destacar por la escuela hasta la secundaria. Aprendió a hacer nieve de frutas. Y con ese oficio pudo mantener a su primera esposa con la que se casó a los veinte años.
Ella murió de parto, llevándose a su recién nacido hijo.
Y a su segunda esposa, María, a la que conoció cuando ya pasaba de los cuarenta y cinco años. Ella le dio dos hijos guapos; Ana María, bien casada, con tres hijos de cabello rizado y ojos claros y Misha, que llegó cuando él ya era un hombre viejo y su esposa María tenía casi cuarenta años.
Nadie esperaba a ese chico, no tenían fuerza para enfrentar otra crianza desde el principio, pero hicieron lo que pudieron para sacarlo adelante.

Fue eso lo que lo llevó a aceptar a regañadientes la oferta del ingeniero Var durante el tiempo que estudiara en esa escuela. Michaël no estaba contento, pero la vejez ya le había robado gran parte de su resistencia y cedió. 

Misha se fue a vivir con ricos, a comer como ellos y a acostumbrarse a esa vida. Su viejo padre no tenía ni cómo oponerse. O con qué.

Tal vez estaba bien, se consoló a sí mismo; los artistas famosos suelen ser ricos. Probablemente era bueno que alguien enseñara esa clase de vida a su pequeño Misha.

Los Var Caleti cargaron con dos cajas de cartón llenas de ropa, bolsas de plástico con otros efectos personales y un costal de arpillera lleno de libros. Se llevaron a su hijo.
Pero Michaël estaba demasiado seco de puro viejo como para ponerse a llorar.

Tal vez por esa razón fue que comenzó a soñar a Misha cada noche. Su hijo estaba asustado en sueños. Espectros aterradores lo rodeaban. Y Misha repetía "ayúdame papá"

Michaël, desde su casa humilde, nada podía hacer más que despertar asustado y permanecer así.

***

Los viernes al salir de la escuela Misha no regresaba con Ángel. Tomaba el metro e iba a pasar el fin de semana con sus padres.
Sin embargo, fue encontrando razones para quedarse un poco más y los domingos, volver más temprano. Algunos días le costaba toda su voluntad volver a casa.
Muy pronto se encontró disfrutando de vivir con una familia que lo acogió, en el caso de Sandra con el cariño severo de una buena madre. Luciano con cierta reserva y distancia, pero compasivo y protector.

El Ingeniero no era feliz de tener  a Misha durmiendo en la habitación de su hijo. 

A veces, el chico despertaba cuando Luciano abría la puerta de la habitación. Suponía que para despertarlos. Aunque no lo hacía. Solo los miraba. Como su tuviera que comprobar que cada uno estuviera en su propia cama.
Ángel, arrebujado en una bola de cobijas, nunca se percataba de la presencia de su padre.

Esas extrañas visitas duraron unas cuantas semanas y se fueron espaciando más y más hasta desaparecer, casi al mes de estar ahí.

Lo otro mejor de vivir con los Var Caleti era Ángel. Lleno de alegría y entusiasmo, le brindó una amistad que lo hacía sentir avergonzado pero feliz al mismo tiempo. ¿Cómo pudo tratarlo tan mal y aun así, recibir tanto de él? Misha no tenía amigos en la escuela. Ángel fue su primero y el puente que le permitió cruzar la brecha social que lo separaba de los demás.
Se integró finalmente al grupo.
¡Todo fue diferente! Al cabo de un par de meses los cambios eran increíbles.
Físicamente se sentía más fuerte y alerta. Menos estresado.

Dormía profundamente hasta las seis de la mañana, desayunaba hasta que no podía comer más. Tanto, que incluso le costaba trabajo comer a medio día el bocadillo que Sandra insistía en ponerle. Ángel compraba alguna cosa en la cafetería de la escuela pero, por solidaridad, comenzó a llevar almuerzo, igual que Misha.

Juntos desayunaban, tomaban clases casi todo el día y almorzaban, a veces solos y a veces otros se sentaban con ellos. pero entre ellos sobraban los temas de conversación. Misha era estudioso, de modo que incluso las calificaciones de Ángel tuvieron una evidente mejora. Pronto, fueron inseparables.



***

—¿Desde cuándo los ves?

Ángel levantó el rostro desde la pantalla de su teléfono, rota la magia electrónica que lo tenía absorto, por el único otro elemento en el universo que tenía el poder de capturar plenamente su atención. Si Misha hablaba, Ángel escuchaba y el resto del mundo perdía un poquito de importancia.
A veces la perdía toda.

Observó el perfil de líneas largas y distinguidas, el color de sus ojos y de su piel, tan claros que parecían traslucidos, los bellos rizos cobrizos recogidos en una cola suelta.

"Te amo", se formó en su mente; lo sintió en su garganta y casi, por poco, las palabras resbalaron hasta sus labios. Alcanzó a detenerlas haciendo un nudo en su garganta para impedirles el paso.

¡Qué ganas de gritarlo!

Una buena mordida de pan de muerto fue bastante y suficiente, para llenarse la boca, asfixiarse un poco y que sus recién reconocidos sentimientos no quedaran vulnerables y expuestos en la mesa del desayuno. 

Misha apartó la mirada de la puerta. Más allá, se hallaba el hueco de la escalera de sus terrores nocturnos. A su lado en cambio, la vivaz cercanía de Ángel comiendo demasiado pan, como siempre.
¿Cómo lograba mantener su peso?
Era un misterio.
Esperó a que terminara de masticar. Vana espera. Ángel, sin apartar la mirada de los ojos de Misha, se metió el resto de su gran rebanada con dificultad y se levantó de la mesa, sacudió sus manos llenas de azúcar y se las limpió a manotazos en el pantalón. Murmuró algo, pero con la boca tan llena de pan, Misha no le entendió nada.

A lo mejor no le gustaba hablar de fantasmas, pensó. Su incomodidad era evidente.
Lo dejó pasar. Y lo dejó ir.

—¿A dónde fue ese muchacho?

Misha respondió negando, con cara de desconcierto. El motor del Bettle les avisó que se había ido a la escuela, dejando atrás a su compañero. ¿Una grosería? ¿Miedo? ¿Un asunto urgente? ¿Quién podía saberlo?

—¡Ah, que muchacho más raro! ¡Luciano! Lleva a Misha a la escuela. Ángel lo ha olvidado.

Misha sonrío tímidamente.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro