
Misha
—¿Ya decidiste qué materias vas a cursar? —preguntó Sandra. Junto con Ángel, revisaban otra vez la lista de opciones académicas de la oferta en el colegio al que postularía en un par de meses. Había materias artísticas, deportivas y científicas, así como idiomas e informática.
Tenía de donde elegir y podía escoger seis.
—¡Si! —Contestó sin contener la emoción—. Inglés, música, teatro, gimnasia olímpica, canto. y estoy entre danza contemporánea, jazz o ballet. No me decidí todavía. Creo que es más importante tener la base de ballet, pero me llama más la atención Jazz o Contemporánea. ¿Tú qué crees que sea mejor?
Su padre, que hasta el año anterior lo trataba de campeón, camarada, amigo, al salir de la secundaria comenzó a llamarlo muchacho, Ángel y, las más de las veces, "tu hijo" y sólo cuando hablaba de él con Sandra.
Al escuchar la lista de materias, Luciano emitió un —para nada discreto— bufido.
Su madre, en cambio, no tenía problemas ni con el trato suave o los gustos más artísticos que deportivos de Ángel, ni con la falta de interés en las niñas. Su hijo era diferente a otros, pero lo amaba y nada que Ángel fuera o hiciera, cambiaría ese hecho.
Así, madre e hijo se acercaron en la ausencia de la anciana abuela. Se quedaron solos y eso los llevó a buscar la compañía del ente más cercano y disponible.
El par de entes solitarios, que resultaron ser madre e hijo, descubrieron una buena compañía, amor en el otro y así comenzó la siguiente etapa de sus vidas. De esa manera, Sandra averiguó que Ángel quería ser actor y correspondió a esa confianza averiguando qué escuelas había y cuales eran los requisitos, si había becas y el costo de las colegiaturas.
Al final, halló una escuela subsidiada.
Luciano tenía la idea fija de que Ángel necesitaba estudiar box, para que se le quitara lo "delicadito". E insistía en que postulara para ingresar a un CECyT, como preparación para entrar al Instituto Politécnico Nacional a estudiar Ingeniería Civil.
La misma carrera que él, para que en un futuro pudiera ganarse bien la vida, "como un hombre" y "el día de mañana pudiera mantener dignamente a una mujer y a unos hijos".
A pesar que la escuela que Ángel había escogido no tenía una mensualidad demasiado alta para sus posibilidades económicas, en lo absoluto le entusiasmaba pagar para que "amariconaran más" a su hijo.
El tema económico no era el verdadero problema. Sabiamente, Celia heredó alguna cantidad a su nieto, lo suficiente como para seis o siete años de colegiaturas y gastos propios de un chico.
Incluso podría comprar un pequeño auto, como quería su abuela, para que no tuviera que viajar "ahí, todo apretujado en los camiones, como ánima en el infierno".
El problema de Luciano es que en efecto, Ángel era diferente. Con quince años cumplidos, Ángel sabía, aunque no lo hubiera confesado ni siquiera a sí mismo, que las mujeres no le llamaban la atención lo suficiente. No le gustaban del modo que le gustaban los hombres.
A veces en la noche, con la computadora portátil sobre el estómago y con los ojos irritados por la luz, pasaba horas contemplando fotos de bailarines, actores o miraba vídeos de comedias musicales.
Si su madre hubiera entrado a su cuarto de pronto, hubiera visto a un niño apasionado por el arte.
Pero Ángel no veía el arte.
O no solo veía el arte. Le fascinaba apreciar la gracia de los movimientos de un bailarín, la impostura en la voz de un tenor, a los grandes actores encarnando personajes; un joven transformado en un anciano, Un hombre ordinario convertido en uno extraordinario.
Pero sobre todo miraba los cuerpos masculinos, hermosos y bien trabajados.
—¡Puras cosas de raritos! —Luciano, con el tono imbuido de rabia y veneno, arrancó el listado de las manos de Sandra. Estaba impaciente, enojado. Irritado en grado sumo. Como quien se ve forzado a entrar a una habitación asquerosa.
¡Alguien tenía que limpiar eso que le daba tanto asco! ¡Que no tenía porqué estar en su casa! ¡Y ese alguien era él!
Miró a su hijo con un gesto dificil de interpretar. Su hermoso niñito Robín Hood de los mares. ¿A dónde se fue? Todo lo que quedaba de él era un adolescente flacucho y débil.
—¡Vuélvete hombre, carajo! Inglés está bien, sirve para hacer negocios. Pero aquí hay matemáticas, basquetbol. ¿Gimnasia Olímpica? ¡Bah! ¡Eso es de afeminados! ¡Hay fútbol! ¿Cuántas tienes que tomar?
—Hasta seis —murmuró Ángel, disminuido frente a la ira de su padre. Un poco más flacucho y un poco más débil de lo usual. No era que le tuviera miedo. Lo terrible para él era que sabía bien que algo no era normal en él y su padre también lo sabía. No temía a lo que pudiera hacerle, sino a su mirada de rechazo y desagrado.
—Toma esas que te digo y...
—¿Quién va a estudiar? ¿Tú o él? — preguntó Sandra, molesta por la actitud de su esposo.
—¿Y quién va a pagar? —replicó el hombre con ira—. Porque, para que me lo hagan más delicadito de lo que ya es, yo no voy a pagar.
La mujer apretó los labios. Le arrebató de vuelta la lista de materias con más violencia de la acostumbrada.
—Pues depende. Si resulta que su padre es un infeliz desobligado, entonces ya veremos. ¡Por fortuna mi hijo no carece ni de los medios ni del apoyo para que pueda hacer de su vida lo que quiera! ¡Sin imposiciones!
—¿A quién le estás diciendo infeliz desobligado?¿Cuándo les ha faltado nada a tí y a él? —La voz de Luciano se volvió gélida—. ¡Por eso es tan modosito! —gritó—. Entre tu madre y tú se encargaron de mal formar su carácter, le hizo falta un hombre...
—¡Uy!—Sandra se burló, con la ceja alzada y la mano en la cadera—. ¿Pero de dónde sacaba yo uno?
—¿Qué estás queriendo decir?
Luciano bajó el tono de su voz. Eso siempre era un mal presagio. Sandra miró a Ángel y con la sola expresión lo dijo todo: "Vete, porque esto no va a terminar bien".
Mientras salía, alcanzó a escuchar insultos cada vez más terribles y ofensivos.
***
Después de esa noche su padre no habló más con él.
Llegaba tarde, se iba temprano, trabajaba el sábado entero y los domingos se iba a jugar fútbol con sus amigos o a ver el partido a la cantina hasta muy noche.
Su madre encajó la situación con determinación. A pesar de que llevaba más de una década fuera del mercado, consiguió un trabajo pronto, para no depender tanto de su marido, ayudando a una mujer anciana, dueña de una tienda, cuatro días por semana.
En cuanto a Ángel, extrañaba a su abuela todos los días, sin importar cuánto tiempo pasaba.
A los días se sumaban semanas y meses, sin ella. Cuando Doña Celia vivía él tenía una familia, misma que se desgranó como mazorca de maíz seca en el transcurso del siguiente año.
Los tíos y tías abuelos, no volvieron. Su madre no tenía hermanos y no era cercana de sus primos.
Así que se quedaron solos. Y la familia de su padre seguía radicando en otro país.
En unos pocos meses, cuando la palabra divorcio comenzó a salpicar con más frecuencia los gritos en las discusiones, no lo tomó por sorpresa.
Era comprensible, pero desolador.
***
—Tú no tienes la culpa —dijo su madre. Iban en el auto; un gran lugar para charlar de temas difíciles, sobre todo si el tránsito era pesado. Se podía abordar cualquier tema y nadie salía huyendo—. La pareja somos él y yo. Pero cuando se acaba el respeto, se acaba todo.
—¿Ya no lo quieres? —preguntó Ángel.
—En este momento no lo sé. Estoy decepcionada y enojada. También cansada. Yo supongo que sí. Lo quiero —. Suspiró—. Pero no pienso aguantar más tiempo sus majaderías.
—¿Y él? ¿Te quiere?
Estaba sumido en su asiento, cosa difícil gracias a las piernas tan largas y al elegante torso que debido a sus disciplinas deportivas, se iba día a día transformando con gran belleza.
Era un muchacho creciendo a doble y triple turno.
—No lo sé, mi cielo. No puedo hablar con él. ¡Está irascible! ¡Intratable! ¡Y yo seguramente estoy menopáusica e insatisfecha sexual!
—¡No me digas eso! —se tapó los oídos y tarareó en voz alta. Cuando terminó su madre aún reía.
—No lo digo en serio. Imagino que él piensa eso. La verdad es que, estoy dolida.
—¿Dolida por qué?
La mujer se mordió los labios. Una madre no suele compartir esas cosas con su hijo, aunque el hijo sea único y siempre haya sido tratado como un adulto enano, como Ángel.
No era correcto.
—Esas son cosas entre él y yo, que a ti no te incumben.
—¡Claro que me incumben! ¡Me voy a quedar sin padre!
Su madre tragó lo que pensaba; "tú ya te quedaste sin padre, me divorcie o no". El imbécil de su muy pronto ex-marido era incapaz de afrontar algo que para ella era evidente. Para todos lo era.
—Te voy a decir algo Ángel. Recuérdalo toda tu vida. Lo que los demás piensen de ti, no es asunto tuyo. Ellos pueden odiarte o amarte. Querer destruirte o pensar que eres lo máximo.
Pero eso es cosa de ellos.
Tú se quién eres. Quién te amé se quedará a tu lado, seas quien seas y hagas lo que hagas.
—¿Entonces tú no lo amas? Aunque él piense diferente que tú, podrías amarlo ¿no es verdad?
Su madre sonrió. "Touche"
—Eso mi cielo, es un buen razonamiento.
***
Los primeros meses del bachillerato pasaron volando. Ángel disfrutaba mucho de sus clases.
Por la mañana estudiaba las materias del tronco común. Almorzaba en la cafetería y después tenía las clases de arte. Al final obtuvo el apoyo de su padre, que a regañadientes y con mucha resistencia, pagó los estudios de su hijo y se abstuvo de opinar nada más al respecto, ni bueno ni malo.
Para Ángel eso era suficiente. No quería tocar los ahorros que su abuela le heredó.
Sus padres también sortearon con mediano éxito la brecha de desencuentros y agravios. Olvidaron la idea de divorciarse meses después, argumentando que era más complicado y costoso, que vivir juntos y tratar de llevarse bien.
Simples excusas. Ellos se amaban, pero la supuestamente incorrecta manera de educar a Ángel era tema de peleas tan fuertes que la amenaza de separación siempre perdía sobre sus cabezas, se alejaba y volvía. Como un péndulo afilado que rebanaría sus cabezas si ellos se acercaban demasiado a los temas peligrosos. Muy pronto dejaron de hablar de Ángel entre ellos.
Era más sano.
Si algo había que atender relacionado con Ángel, esa Sandra la que se encargaba sin pedir opinión a Luciano.
Si necesitaba dinero, Ángel lo pedía directamente cuando su mamá no estaba para no meterla en problemas.
***
Contrario a lo que su padre pensaba, la escuela no estaba llena de maricones sino de chicas y chicos como Ángel; artísticos y talentosos adolescentes.
Ángel entendía que la gente pensará mal de sus compañeros y por supuesto, de él; había muchachos que llevaban el cabello largo, pendientes en las orejas y los ojos delineados.
O chicas que se rapaban el cabello, no usaban ninguna joya ni maquillaje y se vestían como un chico. Pero eran seres comunes y corrientes, justo como él.
Excepto Misha.
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