Fruta
—¡No sé porqué se enoja! No tiene nada de malo.
—Posiblemente para ti —dijo Sandra, al tiempo que terminaba de lavar los platos del desayuno. Sirvió más café en su taza y tomó asiento al lado de Ángel—, no tiene nada de malo, ya que te has desvivido por tu amigo. Sin embargo, tu padre lo ve de otro modo.
—¡Si claro! Papá trabaja a diez minutos de aquí. Si hay mucho tránsito, se tarda en llegar veinte y ya se está quejando. ¿Sabes que Misha se levanta antes de las cuatro de la mañana? Su vecino lo lleva todos los días al metro. ¡Y ahí si hay tránsito! Por la tarde es peor. Cuando yo llego de la escuela, como, me doy una ducha y me pongo a hacer la tarea, él apenas ha llegado a su casa.
—Comprendo que...
—¡Misha no lleva dinero, mamá! Todos vamos por algo a la cafetería, pero él se va por ahí. Yo pensaba que le caíamos mal, pero no. No es eso. Es que a veces nada más lleva una fruta o un sándwich. ¡Y ya mamá! ¡Es todo lo que come en todo el día!
—Imagino que...
—¡Son casi tres horas! ¿Te imaginas hasta qué hora come? ¡Con la cantidad de ejercicio que hace todos los días! ¡Es terrible! Y yo...
—¡Ángel Var Caleti! ¿Quieres dejar de interrumpirme? ¿Por qué te importa tanto?
Ángel guardó silencio, mordiéndose los labios. Perdió el ímpetu y se recargó en su silla.
—¿Por qué a ti no te importa nada?—preguntó a su vez molesto pero no con su madre; ella no tenía culpa alguna de lo que ocurría. Era con toda la situación.
—No dije que no me importara nada, Ángel. Tienes razón, es una situación muy dura la que está atravesando y también admirable, si dices que es el alumno que mejores calificaciones tiene en tu clase. Son las circunstancias de muchas personas...
—¡Si! ¡Y yo no puedo ayudar a muchas personas! Pero puedo ayudar a una. ¿Por qué no hacerlo?
—¿Por qué él? —Cuestionó Sandra, tratando de entender la insistencia. Luciano se volvió loco pero tuvo la cordura de no gritar. Después del incidente en el desayuno, del cuál salió con una desagradable quemadura en la garganta, tuvo que cambiarse de ropa y salir con premura de casa, dejando una recomendación a Sandra. "Habla con él; no voy a tener a mi yerno adolescente, viviendo bajo mi propio techo, para que disfruten su luna de miel".
Ella se guardó también, en nombre de la prudencia, recordarle que era SU propio techo y que sí ella quería, Ángel podía alojar a medio colegio en la casa de su madre.
—El maestro de música nos contó que antes, los artistas eran ricos o se buscaban mecenas. Reyes, gente de la nobleza. Pagaban a los artistas sus cuentas y así, ellos no tenían que trabajar. Pero además, por ejemplo, en el caso de los pintores, el material era carísimo. No como ahora que vas a la tienda y compras todo.
Con un mecenas, ellos podían dedicarse a su arte. Así fue que pudimos tener el trabajo de genios. Si ellos hubieran tenido que trabajar para vivir, pues hubieran abandonado...
— ¿Y tú quieres ser su mecenas?
—No puedo serlo, mamá, no sé si sabes que no soy rico —sonrió, con cierta tristeza.
—Tonto —respondió con cariño, revolviendo el pelo—. ¿Te gusta?
—¡A todos nos gusta! Canta y baila increíble. ¡Él puede llegar a hacer comedia musical de alto nivel! El mundo necesita actores con talento, no estrellitas infladas y operadas que ni siquiera tienen voz...
—No hablo de eso, Ángel.
El tono de su madre fue distinto. Ángel captó de pronto que su madre lo sabía todo. Que a pesar de lo cuidadoso que fue, sus sentimientos habían sido descubiertos.
—¿Entonces de qué? —preguntó con suavidad y sin verla. Mirando mejor la escalera, donde un bebé jugaba en el suelo. A veces el pequeño miraba desde atrás de sus tirabuzones a los que estaban conversando. Que sus ojos eran negros como pozos, pero Ángel estaba tan acostumbrado a verlo caminando por ahí o gateando, que apenas le prestó atención.
Sandra no era tonta y además, era su madre.
— ¿Sabes que puedes decírmelo, verdad?
— ¿Decirte qué?
—Cualquier cosa.
— ¡Si, mamá, lo sé! ¡No seas rara!—Respondió Ángel, con ese tono de hartazgo que a menudo usan los adolescentes con sus padres cuando les parecen demasiado lentos para entender las sutilezas de la vida—. ¡Pero de verdad! ¡No es nada friki! Si viviera aquí durante lo que resta del semestre, si él quiere por supuesto, pues comería a sus horas —. Negó de pronto, asaltado por una memoria desagradable—. ¡Ahora entiendo porqué siempre está tan pálido!
—¡Ay Ángel! ¿A qué te refieres con que si él quiere? ¿Ni siquiera se lo has preguntado?
Ángel, pillado, sonrió y negó.
—Pero eso no importa, mamá. Lo que importa es que él dormiría más. Cuando yo me levanto, él ya tiene más de una hora viajando. ¿Sabes que si entrena cansado, corre más riesgo de lesionarse? ¡No es justo!
Sandra suspiró cansada, nada más de pensar lo que iba a decir Luciano. También estaba dividida entre sentirse aliviada por que no parecía haber segundas intenciones en Ángel y sorprendida. Típico de un Caleti, hacer una revolución por una idea.
—¿Estás seguro de que es por eso? ¿Por ayudar a un amigo? ¿Es sólo un amigo?
—¡Que sí, mamá! ¡Deja de ser tan mal pensada! ¡Mi abuelita hubiera dicho que sí de inmediato! ¡No sé qué problema le ves!
—Mi madre era como tú. Era capaz de hospedar a alguien aquí durante meses sin cobrarle un centavo, porque esa persona la estaba pasando mal. A veces mis tíos la descubrían y se enojaban con ella. Pero así respondía. Que eran unos mal pensados.
Ángel sonrió, lleno de melancolía. Su abuela fue una mujer muy buena y aún la extrañaba.
—¡Por supuesto! Hubo gente que abusó. Pero a otros, su ayuda les cambió la vida. ¿Por qué no primero...?
—Buenos días, señora Var. Hola Ángel—saluidó Misha, al entrar a la cocina. Caminaba despacio y aún estaba demasiado pálido.
Sandra miró a su invitado. Ángel tenía razón. Se veía demacrado; era un muchacho alto y apuesto, pero dolorosamente delgado. Tal vez tenía anorexia.
Miró a su hijo significativamente. Con un asentimiento silencioso le dijo que sí, que ya se encargaría ella de calmar al león de su marido. Que el chico necesitaba ayuda y que si Ángel quería y Misha aceptaba, podía quedarse.
—Me llamó Sandra Caleti. ¡Por favor, no me digas Señora Var! No soy mi suegra ni pertenezco a mi marido—. Se levantó para servir el desayuno a su invitado.
—Mi mamá es feminista. Radical. Ten cuidado. Te odia por ser hombre —susurró Ángel a Misha en tono conspirador.
—¡Te escuché! —Reclamó Sandra, cuando volvía con una fuente de fruta en las manos—. Lo siento, hoy tampoco puedes comer nada que tenga grasa. ¿Te gusta la papaya? —Le acercó un plato generoso de fruta picada y a ninguno de los dos anfitriones les pasó desapercibido el brillo de ilusión en la expresión del convaleciente—. ¿Qué sueles desayunar?
Misha, distraído por el plato de fruta con miel y granola, el vaso alto rebosante de jugo de naranja natural y las rebanadas de pan tostado, pasó por alto la mirada de ambos. "¡Qué bien viven algunas personas!"
—Algo como esto, no —comentó al probar el primer bocado. Suspiró asaltado por un agudo placer inesperado. La ligera acidez de la fruta contrastaba en perfecto equilibrio con el dulzor de la miel y una nota más agregaba el toque exquisito; fruta seca, uva, kiwi o un durazno deshidratado y lo crujiente de las almendras tostadas.
Sonrió. Al abrir los ojos, los dos de la mesa lo observaban sonriendo.
—Lo siento —comentó abochornado, pero no demasiado, esa fruta era su favorita desde niño—. ¿Qué me preguntó?
—¿Qué desayunas?
—Lo que sea. Soy el primero que se levanta, así que caliento lo que quedó de la comida del día anterior y si no hay, me tomo un vaso de leche o un café. Lo que haya.
—¿Tú mamá no te prepara el desayuno?
Misha negó, con la boca llena y una sonrisa. Lo que esos sabores despertaban en él era tan increíble, en ese momento estaba feliz de la vida.
—Ella trabaja en la casa de unos ricos, cocinando y limpiando. El sueldo incluye alimentos, por eso desayuna allá. Se va temprano y ni se acerca a la cocina. Mi papá se levanta más tarde, trabaja en la casa, así que es mi hermana mayor la que prepara su desayuno y la comida de todos. Así más o menos vamos funcionando.
—¿Vives muy lejos? —preguntó Sandra. Se levantó para tostar más panes. Siendo sábado, ninguno tenía apuro. Por lo regular, los fines de semana desayunaban juntos con Luciano y luego despedían a su padre, que no solía tomarse días libres desde mucho tiempo atrás. Más tarde iban de compras o al cine. Otras veces cada uno salía con sus propios amigos o se dedicaban a lo que mejor les pareciera. Ángel aún no comenzaba a trabajar con el doctor. En una o dos semanas iría y seguiría haciéndolo cada sábado por el resto del año.
Pero ese día era libre y con Misha en casa, apuntaba a ser un fin de semana familiar.
—Cerca de la Delegación Tláhuac.
—Eso es lejos. ¿No tienes más familia en la ciudad?
—No, sí tengo familia. Por parte de mi papá viven en Ensenada, con la mayoría casi no tenemos contacto. No los conozco, nunca he ido ni ellos tampoco vienen. Solo una hermana suya viene con su familia cada año. Por parte de mi mamá, sí tenemos relación. Mis abuelos vivían en la misma calle que nosotros.
—¿Por qué decidiste estudiar arte? —preguntó Ángel. Amaba la oportunidad de saber algo más de ese muchacho que se metió bajo su piel desde el primer momento. Con gran beneplácito, comprobó que también Sandra estaba encantada con él. Quizás no pudieran ser nada más que amigos, pero eso era mejor a la dolorosa indiferencia a la que Misha lo condenó sin apelación.
—Yo no decidí nada. El profesor de teatro de la Casa de Cultura de mi colonia conoce al director del colegio. Me consiguió una beca. Era aceptarla o buscar trabajo en algún lugar. O también podia estudiar una carrera técnica en el Conalep.
Prefiero esto, aunque mi padre dice que me voy a morir de hambre.
Pero yo le digo que no importa, ya estoy acostumbrado.
Sandra sonrió, tocada por la dulce tristeza de la resignación de ese chico que sin embargo, hacia su mejor esfuerzo por mantener el ánimo.
Amontonó más panes tostados y calientes que los dos chicos atacaron y devoraron, entre risas y manoteos. Se notaba que se llevaban muy bien. Decidió que era algo bueno ayudarlo y anotó mentalmente llamar a los padres del chico y convencerlos. Serían sus mecenas.
Era ya su causa también.
Y Ángel siempre fue un chico solitario. "Le hará bien un poco de compañía" , pensó mientras mordisqueaba la única tostada que le dejaron. Estaba segura de que Ángel, que era generoso y desinteresado como su abuela, sólo tenía en mente ayudar a alguien que se notaba a leguas, estaba pidiéndolo a gritos.
Como madre, no percibió nada más que amistad entre ellos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro