El loco, los enamorados, la muerte
Doña Guillermina, Minita para los vecinos y los amigos, sacó la primera carta. A pesar del maltrecho estado de las cartas, distinguible era todavía un joven hombre caminando al borde de un risco, un perro y al fondo las olas de un mar agitado.
Misha nunca fue muy dado a esas cosas, pero Ana María gozaba con lo místico y con las cosas sobrenaturales. Siempre se le podía encontrar encendiendo varitas de incienso o velas de colores, haciendo cosas raras y buscando quién le pudiera leer el futuro. Misha no podía criticarla. Eso la hacía sentir segura. Y después de lo vivido, de las historias de su familia y de sus recientes experiencias, estaba listo para ir por el mismo camino, cantar mantras budistas, danzar en el zócalo con taparrabos o ir cada día veintiocho a la iglesia de San Juditas. Lo que fuera necesario para salir de esos negocios de muertos
Ana María, entusiasmada, miraba fascinada las manos de Mina deslizarse a unos centímetros del montón de cartas. Cómo si una en particular pidiera ser escogida. Y entonces Minita la tomaba.
La carta salió invertida. Dos figuras desnudas y un ángel de alas rojas y cabello en llamas debajo de la leyenda "los enamorados".
La tercera fue espeluznante; sobre un caballo blanco, pasando por encima de personas tendidas en el suelo, vio a un un esqueleto, vestido con armadura
La mujer suspiró profundo.
—La pasión, lo espontaneo del amor. —Sonriendo, arrastró una uña gruesa por encima de la carta del loco y señaló la carta de los enamorados—. Están juntas. Te diré que necesitas fe.
Estás dudando de tus sentimientos y aquí dice que no hay ningún motivo para ello. ¡Míralo! ¡Esto es amor de verdad!
Ana María sonrió. "¿Qué cosa tienen las mujeres con el romance?" pensó. Sin embargo, aunque Misha no expresó una emoción intensa, reconoció el alivio que sentía de saber que Ángel si compartía sus sentimientos.
—Los amantes están al centro, el vínculo es profundo.
¡Y tú tienes que descubrir que es lo que de verdad te importa, porque la muerte habla! —Fue el turno de la tercera de las cartas. La mujer la rasguño un poco. Quizás fuera su imaginación, pero esos sonidos de uñas sobre las cartas, le ponían los pelos de punta
—¡Aquí, tienes una advertencia! Hay un final. Una fuerte caída. Han peleado. Es un desacuerdo que amenaza a los amantes y ha sido por ti, para ponerte a salvo.
Él no estaba seguro de qué decir. Pero Doña Minita nunca levantó la mirada. Su atención estaba por completo puesta en las cartas. Hablaba como sí ellas le susurraran cosas y ella tuviera que encontrar la lógica en todo ello, armar una posible explicación.
Misha se cuidó de asentir o negar, trató de estar tranquilo y relajado para que la mujer no leyera su lenguaje corporal sino que, sí en verdad esas cosas eran ciertas, no le cupiera duda alguna. Sólo así iba a poder creer que eso no era charlatanería.
—Si. Es fuerte la relación. Por eso es que estás atrapado. Hay algo muy oscuro aquí, es... ¡Dios, es tan inexorable! ¿En qué cosa se metieron ustedes?
La pregunta, en esa ocasión, fue directa. Enojada y asustada, como cuando una mamá regaña a su hijo por correr un gran riesgo. Miró por varios minutos a Misha, después a las cartas. Se encogió de hombros.
—¿Tiene sentido para ti? Estás cartas juntas dicen que esa fuerza no es sólo la del amor. ¡Es tan oscuro! Pero también te empuja a aceptar tu destino.
Un plato de pozole cubierto de todas las lechugas, rábanos, oréganos y cebollas picadas que lo hacen ser un maravilloso plato de pozole, manjar de dioses, no provocaría el brillo de emoción en los ojos de su hermana. "Al menos", pensó "alguien encuentra esto bueno".
Para él no lo era.
Comenzó a sentirse hurgado por Doña Mina; ella podía ver, no con tanta claridad pero si la suficiente, su alma; esa cosa de la que no solía ser consciente, muy a menudo o nunca, para ser precisos.
En ese momento la percibía, insondable.
—La torre. —La tercera carta era funesta. Llamas emergiendo furiosas de una construcción que, a todas luces, era un castillo medieval. El incendio ocurría en medio de la noche. La carta misma, sin saber que significaba, le provocó una sensación de miedo. Ella lo miró y sonrió como pensando "¡Sabes qué es esto! ¿No es así?"
—Cosas ocultas que sacuden tu vida. Una verdad oscura es revelada. Los amantes al centro. Tiene todo que ver con ellos.
Pasó unos minutos en silencio, pensando con fuerza; después lo observó. Misha tuvo la sensación de que no lo miraba a él, sino detrás de él, a su pasado, a sus pensamientos, a la parte abismal y negra que, por primera vez, percibió en sí mismo.
—Estás en una encrucijada. —Mina elevó el rostro y la mano, como señalando un camino a su derecha—. Por un lado, puedes romper la cadena de los enamorados y así liberarte del peligro. Aunque debe ser una verdadera ruptura. Por el otro, —Señaló a la izquierda de Misha, hacía la puerta de su pequeña vivienda—, sí permaneces atado, la oscuridad que ya ha comenzado a apoderarse de tu cuerpo, te consumirá poco a poco. Esa es la decisión que debes tomar y, mi niño, es mejor que no demores. El mal es muy grande y cobra fuerza. Podría terminar contigo. ¿Ya lo sentiste?
Por extraño que le resultara y a pesar de la mirada angustiada de su hermana, Misha se encontró diciendo varias veces que sí con la cabeza.
Conectó sin problemas ese abismo, que se sentía como sí por dentro no tuviera tripas, sino una gigantesca y profunda fractura en la tierra, como un precipicio en el que la luz se extinguía sin remedio y lo peor de todo, sin escapatoria.
Sí el vértigo que comenzaba a sufrir, ganaba la partida, sí perdía el mínimo equilibrio que le quedaba...
Sentía ya el asco de la caída, lo irrevocable de su precipitación.
Se levantó asustado por la gama de emociones y sentimientos que estaba sintiendo.
—Minita, Misha no está comiendo bien. Y lo noto desganado. Ellos pelearon, ¿Y sabes qué más? Tuvieron un pleito afuera de la casa y...
—¡Ana! —exclamó. No estaba bien que Ana María ventilara sus intimidades. Minita, sin embargo, no hizo caso alguno de la interrupción.
Lo miró otra vez, lo traspaso mejor dicho; ropa, piel, músculo, entrañas y huesos. Más profundo; pensamientos sucios, sentimientos ocultos, mentiras, miedos.
Y tenía más niveles que revisar.
Tuvo la sensación de ser tan inmenso por dentro que era imposible pensar en límites. Era un universo. Minita podía ver a través de esa infinitud.
—El mal controla a los amantes —Ella miraba de nuevo las cartas. Tal vez después de mirar dentro de él, era más fácil interpretar las imágenes—. Los atrapa contra su voluntad, los arrastra, a la oscuridad y a la agonía. A la muerte. A ese mal no le importa tu desesperación. ¿Ya la sientes, verdad?
Misha asintió.
—Es un vistazo de la desolación en la que están esos pobrecitos sin luz; el miedo, el odio, el dolor al morir atrapan al alma en abismos profundos.
Pero vamos a seguir, que se me van a enfriar los frijoles y todavía no preparo la salsa...
—¿Quieres que te ayude, Minita? Mientras le sigues leyendo las cartas a mi hermano. ¿Qué vas a comer? ¿Taco placero? —Ana María levantó una bolsa de plástico que tenía chicharrón, un trozo de queso fresco, todo lo necesario para hacer una salsa y dos aguacates grandes y maduros. En la mesa, las tortillas todavía calientes, esperaban—. ¿Te hago un piquito de gallo?
La mujer sonrió y dijo que si con entusiasmo. Las dos iban a entenderse muy bien. ¡Y a ponerse redondas de tacos de chicharrón y frijoles negros de la olla! Misha ya podía verlas.
—¡Ay, niña! ¡Sí, sí fueras tan amable! Mira, —Toda la solemnidad desapareció de la casa—Ahí en esa canasta hay unos chiles verdes.
—Si Minita, tú sigue en eso. Yo aquí te voy a preparar la receta de la casa. Te vas a chupar los dedos. Soy especialista en taco placero.
En minutos, se escuchaba el rítmico golpe del cuchillo contra la tabla de madera. Mina volvió a su lectura.
Otra carta apareció sobre las demás.
—La justicia. Muchacho, la decisión es tuya, ¿Te fijas? Para bien o para mal. Esto significa que lo importante es que entiendas que ocurre y actúes pronto.
Rescatarás a los enamorados del mal que los asedia. Y tienes que ser tú, nadie más. La otra mitad de tu corazón está atrapado. Tiene... tiene un acuerdo. Hay un trato o un intercambio. Hubo un regalo y... Aunque desinteresado, fue un acto de... unión.
Misha estaba sorprendido. Un poco avergonzado y, mientras Ana terminaba de picar media docena de jitomates, una cebolla grande y un puñado de chiles verdes, aprovechó para, ya que la mujer parecía estar en su elemento, confirmar sus sospechas.
—Ángel...ito...—miró a la mujer, para comprobar su reacción—, desde... La infancia, le da pan al fantasma.
La mujer abrió los ojos grandes y redondos, la piel de la frente hizo demasiadas arrugas.
—¿Por qué hizo eso? A los muertos no hay que darles nada, excepto luz y menos se debe recibir cualquier cosa que nos ofrezcan. ¡Qué barbaridad! A ver, vamos a ver con quién hizo un negocio tan malo como ese.
Sacó una carta más y la colocó por encima de todas las otras.
—El ermitaño. ¡Menos mal! Pudo ser algo peor.
Pero no, aquí lo dice; hay una fuerza que protege a los amantes.
Tú... Vas a recibir su ayuda también.
—¿Es el fantasma? ¿Ese al que An...al que le dan los panes?
—Eso fue lo que pregunté. Y no es una persona, definitivo.
Está suspendido, lejos. Habla con los amantes a través del tiempo, es quién ha protegido a tu corazón de toda la maldad. A ti y a tu amado. ¡No te hagas güey! Aquí clarito dice que amas a un muchacho, un joven gallardo de tez morena.
Mina rio, como una mujer canalla, por el desconcierto de Misha.
—Es amor de verdad. No tiene nada de malo amar, como sea y a quien sea. Nos iría mejor si amaramos más. Si odiáramos y temiéramos menos. No tengas vergüenza si es un hombre. Es un buen chico y un hijo de dios. Como tú y yo. En cuanto a esa pobrecita anima, no es mala. Confía. Quiere proteger y su ayuda es desinteresada hacía ti.
—¿Y...? ¿Con Ángel?
—Entre ellos es un pacto. Un niño no tiene idea de que acepta. Pero tú novio ha cumplido. No tiene nada que temer. Malo que lo hubiera olvidado. Él está ligado a ese ser por el acuerdo y tú estás amarrado por la fuerza del amor.
O los libras a ambos o te sueltas tú. Pero si te quedas así, eso te va a matar. Ya te está haciendo daño. ¿Cierto?
—¿Que tengo que hacer? —Misha no podía fingir. Todo era demasiado exacto como para ser casualidad.
La mujer recogió sus cartas de un golpe. Les rezó de nuevo mientras las revolvía. Las cubrió con el mismo trapo rojo mugriento.
—¿Ahora? ¡Vamos a comer frijolitos! ¡Vamos! Hagan compañía a una vieja que a veces se siente sola. ¿Quieres un taquito?
Misha negó.
La mujer se levantó de su silla, apoyándose en su bastón con esfuerzo desmedido, sus quejas a ritmo de su viejo caminar. Fue a su recamara y volvió con una botella de aguardiente en la mano. Tomó un buen trago y se relamió los labios.
—¡Está bueno! Quítate la camiseta. Déjame ver tu pecho.
—¡Vamos Misha que ya casi esta la salsa lista! —Ana María terminó de preparar el pico de gallo y comenzó a partir el gran trozo de chicharrón
Misha desnudó su torso. Al enfrentar a la mujer, ella volvió a verlo como a través se su cuerpo. Tomó otro sorbo de aguardiente y lo expulsó con fuerza sobre Misha, tres veces.
La mujer soltó una risita oscura. A pesar de su aspecto envejecido, su mirada no era débil, sino dura y fuerte. Misha sintió un gran calor, agradable. El impacto del alcohol en su piel le hizo dar bocanadas.
—¿Te fijas? Tu almita buena estaba alejándose. ¡Te asustaste mucho! El miedo mata, muchacho. Pero ya tienes a tu almita de nuevo contigo. ¿La sentiste cuando volvió? Ya cúbrete.
Misha dijo que si, en voz baja y se vistió. Aunque no sabía si sintió o no o que se suponía qué debía sentir.
—Entonces vamos a comer, para recuperar fuerzas. Mientras que vengan mis guías para decirme.
Dejó la botella sobre la mesa, tomó un plato hondo y lo llenó de caldo de frijoles. El vapor blanco contrastaba contra lo negro del caldo. Se lo entregó a Misha y tomó otro plato para Ana María que terminaba de agregar el aguacate al pico de gallo.
—La comida es sagrada si la compartimos. Igual el saber. Nos hace poderosos. ¡Come muchacho! ¡Y tú también, bonita!
Vamos a dar gracias por estos... ¡Ah mira! ¡Mis guías están aquí! Con su protección y sabiduría, ya podré decirte que tienes que hacer.
Misha y Ana María se estremecieron por la fría corriente de aire que se coló de ninguna parte.
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