De fantasmas
—Niños, buenos días. Bajen a desayunar.
Sandra abrió la puerta primero y después tocó, tres veces. Encontró a los niños durmiendo, entre revoltijos de mantas, cada uno en su propia cama. Como siempre.
Ángel murmuró, bajó los pies al suelo y salió, sin abrir los ojos. Misha tardaba más tiempo en levantarse y procuraba despertar primero.
Un rato después desayunaban cereal y fruta en la cocina. Luciano leía el diario y bebía café al mismo tiempo. Sandra picoteaba de un plato de manzanas bañadas de miel y hojuelas de avena. Luciano apuró el café, se levantó y dio un besó a su mujer en la mejilla. Al pasar junto a los muchachos dio, con el periódico enrollado, un golpe afectuoso en la cabeza a cada uno.
Serio, casi ceñudo.
Desde Navidad no hablaba mucho; permanecía silencioso en las comidas, pensativo la mayor parte de las veces. También hubo otros cambios, como que era más fácil encontrarlo con Sandra. No era como una segunda luna de miel. Pero llegaba a tiempo para cenar más veces a la semana y se les podía ver tomados de la mano una que otra vez. Los sábados de fútbol en la cantina dejaron de ser la prioridad y en las tardes miraban juntos la televisión o si Sandra estaba en la cocina, cocinando o limpiando, él escuchaba.
Cerca de ella.
Como sí buscara refugio.
El mundo no era como él esperaba y su familia —su esposa— lo hacía sentir un poco más seguro.
***
Misha recibió su golpe en la cabeza y sonrió. Luciano le miró con una expresión serie, la línea entre las cejas fuertemente marcada. Después de golpearlos salió de casa, sin decir palabra. El ruido de su auto desapareció pronto entre las calles de la colonia medio dormida.
Ángel decía que esos extraños y agresivos saludos o despedidas significaban que Misha ya le caía bien. Que se notaba en su mirada. No era dura, sino cálida. "Así me mira casi siempre; con cara de estar enojado, pero no lo está".
—En dos semanas es el aniversario de la empresa de papá —dijo Sandra, interrumpiendo sus pensamientos. La cantidad de comida picoteada de su plato era menor a lo acostumbrado. Parecía tensa desde que los despertó de aquella manera tan diferente a lo usual—. Han organizado una cena en un hotel, a las afueras de la ciudad.
Ángel, con la boca llena y sin preocupaciones, asintió con un gesto.
Su respuesta hubiera sido la misma si el tema sobre la mesa fuera, en vez del aniversario del trabajo de Luciano, la baja en el precio de las tangerinas en el mercado.
Sandra guardó silencio un momento. Miró a ambos y suspiró.
—El caso es que tu padre quiere hospedarse ahí. Así podrá beber, si quiere y sin preocuparse de conducir esa noche. Lo mismo yo, queremos pasarla bien.
El muchacho, con la mente limpia de suposiciones o segundos pensamientos, asintió de nuevo. Como hace un buen chico que dice "sí" a su mamá. Pero Sandra no iba a quedarse con eso.
—La intención inicial —prosiguió—, era que la fiesta fuera en sábado para que no hubiera problemas y así el festejo pudiera alargarse, en caso de que todos quisieran. Pero por cuestiones del precio decidieron hacerla el jueves.
Ángel asintió igual. Ni siquiera cambió la plácida expresión de su rostro. Misha, mucho más perceptivo a las miradas de Sandra, reprimió una sonrisa. Ángel se veía adorable moviendo de arriba abajo la cabeza, como un pajarito, ajeno al tema al que quería llegar su madre.
Pero Misha podía leerlo en la cara de la mujer; iba a decirles que no los quería solos en la casa y no sabía cómo hacerlo.
Y Ángel ofrecía ninguna ayuda, diciendo que sí a cada cosa que Sandra explicaba y disfrutaba con calma de su bol de cereales.
Exasperada, soltó la pregunta.
—¿Pueden quedarse solos y comportarse? ¿Puedo confiar en que van a respetar la casa?
Misha no pudo contener en esa ocasión la risa. Ángel dejó de masticar. Por fin conectó ideas, lo miró un instante y se sonrojó con intensidad.
—Ayer fui a la papelería. Cuando regresé, los vi llegar. Se estacionaron en la esquina.
Misha bajó la mirada y dejó de reír; la charla había perdido lo divertido. En los días que llevaban siendo novios, no tuvieron avances en su intimidad como pareja. Solo se metían mano cuando tenían oportunidad, pero no iban más allá de masturbarse mutuamente. Robaban besos entre clases, en el baño de la escuela, en los salones vacíos, en el auto de Ángel y en los rincones que la ciudad les ofrecía, respetando algunos límites, uno de ellos era su casa. Ángel era rígido al respecto; no quería que su padre la tomara contra Misha y lo echara.
Por fortuna, la calle donde vivían era oscura y poco transitada. Los vecinos no curioseaban, casi nadie salía a caminar. No había negocios excepto la clínica a un par de calles.
Así que todas las tardes, ellos llegaron a casa un poco más tarde.
Ninguno habló, ni levantó la mirada mientras Sandra los escrutaba. Al final, resopló y preguntó directamente, ya que ninguno parecía ser capaz de hablar.
—Ángel, ¿están saliendo?
A Misha le hubiera gustado desaparecer, tragado por el piso. Pero también sintió la necesidad de tomar a su novio de la mano para brindarle apoyo. No se atrevió a tanto, pero estiró el pie bajo la mesa hasta sentir el de Ángel. Este asintió, ya no como un pajarito ajeno al tema.
Su mirada se tornó firme y su rostro serio, aunque enrojecido. Determinado.
—Dijiste que él... —. Para Sandra era tan incómodo como para ellos. No miró más que a su hijo—, Dijiste que él no sentía lo mismo por ti. ¿Mentiste?
Ángel negó varias veces con énfasis, pero sin hablar. No podía, tenía la garganta cerrada.
Misha sintió algo muy extraño. No podía decir que fuera un insulto, pero sonaba mal, como si estuviera siendo difamado. Entonces sí que se atrevió a extender la mano sobre la mesa y aferrar el brazo de su novio que, por un momento tuvo el impulso de retirar la mano por costumbre.
Pero Ángel no quería ocultar más su relación, por lo menos no a su madre. Respiró, profundo. Y sonrió al dejar la palma de la mano abierta. Mirándose un momento, entrelazaron los dedos.
Toda la vida Misha recordaría ese momento; fue cuando decidió aceptar frente a los demás la verdad de quién era, sin importar el lugar en el que estuvieran, la persona que estuviera enfrente o si el momento era el correcto. No tenía porqué esconderse, ni avergonzarse. Tal y como le dijo su primo, si a alguien le molestaba su amor, era problema de ese alguien.
Sandra fue la primera de una larga lista de personas a las que su amor no les gustó. Menos en la mesa de su cocina. Pero no dijo nada. Sólo los miró.
—Ángel no me preguntó qué sentía por él, señora Var —explicó.
—¡No me digas señora Var. Dime Sandra, por favor! ¡No soy tan vieja!
No le gustaba sentir que era posesión de su marido, pero menos le gustó la declaración de independencia y de amor de esos dos.
Sin embargo, quería aceptarlo, costara lo que costara. Era su hijo al que amaba con todo su corazón.
Misha sonrío antes de continuar.
—Perdón, Sandra. Mira, él pensó que yo no... Pero fue porque no tuvimos oportunidad de hablar. La última noche que estuve aquí el año pasado los dos nos dimos cuenta que nos queríamos, pero entonces el fantasma...
Ángel hizo un ruido muy raro, como de un ratón pisado. Retiró la mano y escondió ambas entre las piernas. Bajó el rostro. Pareció hacerse pequeño.
—¿Fantasma? ¿Cuál fantasma? —preguntó Sandra. En un momento pasó de mamá decepcionada y preocupada, a mamá enojada y tensa. Misha no entendió por qué para ella era peor ver fantasmas que la homosexualidad. Guardó silencio pues, a fin de cuentas, no era de su incumbencia. Pero como Ángel no levantó la mirada, Sandra arremetió contra él.
—¿De qué fantasma estás hablando, Misha?
—Sandra, aquí espantan. ¡Y feo!
Ángel miró a uno primero y a la otra después. Asintió.
Ni mirada de ave libre de culpas, ni la otra llena de valor. Esa fue de angustia y dolor.
—Ángel, ¿es cierto? ¿Ves fantasmas como mi mamá?
—¡Pues sí! ¡Ni modo que Misha te mienta para ver qué cara pones!—dijo en tono cortante—. Es cierto.
El aludido sonrió y desvió la mirada para no provocar más a Sandra.
—¿Por qué nunca me lo dijiste?
—¿Por que nunca quieres escuchar del tema? —respondió con sarcasmo y rabia. Misha entendió que había metido la pata hasta el fondo, cuando Ángel lo miró, resentido.
—¡No deberías haber dicho nada de eso¡ ¡Ella siempre se pone igual! ¡Parece que es mi culpa o que lo hago para molestarla! ¡Y ya es bastante malo vivir con eso, sin tener con quién hablar, como para que encima, me culpen!
Hizo un intento por levantarse, pero Misha lo detuvo.
—Perdóname. Yo no sabía. Pero a lo mejor, si le explicas con calma... No es como si estuvieras inventando. Yo también los vi, desde el principio.
***
Sandra no quería que los chicos ni Luciano supieran cuánto terror sentía, si se abría la posibilidad de que eso, de lo que ellos hablaban, existiera de verdad.
Era cierto lo que su hijo decía. Nunca soportó hablar de los fantasmas de su casa, porque le daba miedo aceptarlo.
Su madre le daba por su lado y nunca tocaba el tema con ella. Y Ángel no se metía en problemas.
Esa mañana cayó en cuenta de que su actitud había lastimado a su hijo por mucho tiempo.
Era la manera en que ella afrontaba casi cualquier cosa que la hiciera sentir incómoda.
Ya sabía que su hijo tenía una orientación sexual diferente, desde cuatro o cinco años atrás. ¡Y ni siquiera podía decir la palabra!
¡Se enojó! ¡Mucho! ¡Se puso furiosa con ella misma! Se sintió culpable y una mala madre. Y en su rostro se dibujó esa mezcla desagradable que Ángel ya conocía. Esa misma expresión que siempre ponía cuando se tocaba el tema.
Ángel no se dio cuenta de que ella no estaba enojada con él y no entendía cuál era su falta. ¡Le fastidiaba! ¡Misha no debió hablar de eso, pero Ángel debió advertírselo! El chico no era adivino. El error cometido lo enfureció, al doble por la actitud de Sandra. A fin de cuentas, madre e hijo no llevaban bien darse cuenta de sus errores.
Como su madre no levantó la mirada ni cambió su expresión, Ángel se puso de pie haciendo bastante ruido con la silla a modo de protesta y muy molesto, se retiró de la cocina sin una palabra más. Salió de la casa con las llaves de su auto en la mano. Arrancó y se alejó de esa casa. Misha ni intentó detenerlo otra vez.
***
Esa mañana, Ángel despertó con todas las ganas de salir con Misha a pasear el día entero. Era el primer sábado desde el inicio de clases. Pensaba perderse por la ciudad en busca de diversión y de rincones en los que pudieran besarse. Dadas las circunstancias, el plan perdió todo atractivo.
Los fantasmas de su casa eran un tema tabú. ¡Y así estaba bien! No quería a su madre husmeando en algo tan íntimo. Aquello se sintió como una invasión de espacio. Ángel creció enfrentando "eso" a solas, excepto el breve período que pudo hablarlo con su abuela.
Y a Misha no le gustaba hablar de ellos. Sin embargo, lo sabía y eso era algo que afianzaba la confianza. Algo que los unía.
Los sábados, la pista de la escuela estaba abierta hasta las dos de la tarde y el llevaba un cambio de ropa deportiva en el auto.
Pensó que correr le haría bien.
***
Misha, en cambio, se quedó en su asiento con la sensación de haber cometido una grave falta y sin entender muy bien cuál era su pecado. Ya no tenía hambre. La mirada traicionada de Ángel se la arrancó de cuajo. La mitad de su plato quedó sin terminar.
De pronto, Sandra sollozó. Una vez. Dos veces. Y aquello se volvió un llanto en toda regla.
Misha no sabía qué hacer. ¿Mirarla mientras lloraba? ¿Levantarse y abrazarla? ¿Darle palmaditas en la espalda? La estimaba mucho, pero existía una normal barrera física entre ellos. ¡Ni siquiera abrazaba a su propia madre! El único abrazo que daba en casa era a su anciano padre.
Lo que hizo fue levantar la mesa y comenzar a arreglar la cocina. El llanto duró lo suficiente como para que fuera buena idea lavar los platos y limpiar la estufa. Una taza de café apareció frente a Sandra en la etapa de los últimos lloros.
—Gracias Misha. Perdóname por favor.
—No tiene porque pedir perdón.
—Siento mucho que hayas sido testigo de esto.
—No se preocupe.
—...Y tú no tienes nada que ver.
Misha no estaba seguro de eso.
—Sandra. Yo la estimo mucho a usted y a su esposo y les estoy agradecido. Pero estoy enamorado de su hijo. ¡Sí tiene que ver conmigo!
Ya estaba. ¡Lo dijo! Y sin problemas. Era fácil decirlo porque era verdad y liberador en extremo.
Y Sandra, amansada por el llanto, lo aceptó. Se levantó, suspirando, para tomar la botella de rompope, servir dos copas y beber en salud del amor.
—Gracias de nuevo. Si las cosas así tienen que ser, me da gusto que seas tú. Bienvenido a la familia. Me gustaría que ese tarambana de Ángel estuviera aquí para hablar de esto.
Bebieron. A Misha no le gustaba mucho el sabor del rompope, pero no quiso despreciar a la madre de Ángel en un momento que parecía tan importante.
—Necesitan tener mucho cuidado con mi marido. Lo está aceptando más o menos bien, pero es lento para eso —dijo con seriedad—. ¡No le des motivo para que te saque de aquí!
—No, señ... Sandra. Ángel y yo hablamos y vamos a respetar la casa. Y creo que también los alrededores. Y toda la colonia —dijo con una risita.
Sandra estuvo de acuerdo.
—Ángel y yo somos muy felices de que vivas con nosotros. A lo mejor Luciano un día puede estar bien con eso, pero mientras, que no se entere por un descuido de Ángel y tuyo. ¿Me explico? Ustedes aquí, sólo son compañeros de escuela y se acabó. Al menos hasta que sean mayores de edad. Nada tendrá que decir al respecto cuando eso ocurra.
—Sí, por supuesto.
—Y tal vez algún día se dé cuenta que su hijo tiene muy buen gusto. Y muy buena suerte.
Misha, halagado, atinó a sonrojarse.
—Háblame de esos fantasmas —susurró. Era tiempo de enfrentarlo.
—Sí, si quiere. Pero no aquí. Si hablas de ellos parece que se hacen presentes. ¿Quiere que la acompañe a hacer sus compras hoy? Lo más seguro es que Ángel tarde en volver.
—¡Oh, sí! ¡Y si se le baja el enojo para la hora de la comida, podemos ir a un sitio que me recomendaron! ¿No irás con tus padres?
—No. Uno de los niños de mi hermana tiene varicela y como a mí no me ha dado, no me quieren ahí en cuarenta días. Creo que hay una vacuna. Mejor voy a investigar. No quiero estar tanto tiempo sin ver a papá.
—¿Lo quieres mucho? —preguntó Sandra. Para ese momento de la charla ya estaban entrando al auto y el portón automatizado se deslizaba lentamente para dejarlos salir.
Así fue con Misha, desde el principio. Era fácil charlar con él por horas, de cualquier tema. Mientras Misha hablaba de su padre, de cómo lo trataba con mucho amor, aunque su mamá no era ni tan efusiva ni tampoco estaba en casa nunca, Sandra comprendió que tenía a un yerno que ya adoraba.
No tenía ni idea cómo iban a salir las cosas entre ellos. Tal vez iba a ser un noviazgo corto o estarían juntos por años. Pero iba a ser bueno para ambos.
"Ahora", pensó, "¿cómo se lo voy a decir a Luciano?"
Si tardaba mucho y él se daba cuenta de que ella lo sabía, iba a sentirse traicionado.
Si lo hacía pronto, Misha iba a perder su apoyo y ella no quería eso.
¡Que era su casa, la casa de su madre y de su familia! Si Sandra se ponía firme, su opinión importaba más. Pero tampoco se trataba de elegir o de ponerse en un plan de guerra.
"Hablando se entiende la gente", pensó. "Lo vamos a lograr".
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